ACTO SEGUNDO
Salen MARIADNES y HERODES, de pastor
MARIADNES: Deja, pastor, que el sol sus flechas
quiebre
en las hierbas menudas que
marchita
y a ese caballo dan fértil
pesebre;
y mientras el tirano
solicita
mi
deshonra y su bárbara venganza
por la
ocasión que tu valor le quita,
entre estas sombras que el rigor no alcanza,
y en cuyas hojas leves representa
a los tiempos el viento su
mudanza,
premiada tu lealtad tome a su cuenta
principios de favores que te debo,
y porque los asiente, aquí te
asienta.
HERODES: Afrentaránse de favor tan nuevo
estos cedros y palmas,
gran señora,
de la
ventaja y dicha que les llevo;
quisieran ellos humillar agora
sus
elevadas cumbres y cabezas
para
besar tus pies, que el mundo adora.
MARIADNES: El
campo siempre obliga a las llanezas
que la
ambición desprecia, dando silla
a la
soberbia hinchada con grandezas;
de
aquí a Jerusalén habrá una milla;
siéntate, que de noche entrando en ella
aseguro
peligros.
Siéntase
MARIADNES e hinca HERODES la
rodilla
HERODES: La rodilla
hincada, como a imagen de amor bella,
es
mejor que te adore agradecido
a mi
propicia y venturosa estrella.
MARIADNES: Éste
es mi gusto, acaba.
Siéntase
HERODES
HERODES: ¡Que ha
podido
mi
dicha verme junto al sol sentado!
Amorosa
deidad, perdón os pido.
MARIADNES:
Agora, pues, que nos convida el prado
a
divertir agravios del estío
y dar
lícitas treguas al cuidado,
quiero que dejes satisfecho el mío,
que, en
mil contradicciones, te prometo,
se
quieren persuadir a un desvarío.
Mil
cosas he mirado en tu sujeto
tan
opuestas y nuevas como extrañas.
Si
rústico, ¿cómo eres tan discreto?
No
niego yo que a veces las montañas
no
fertilice el cielo dando en ellas
al
ingenio, al valor y a las hazañas.
Comunes son a todos las estrellas,
y entendimientos hay que entre
sayales,
en cuerpos toscos, cubren almas
bellas;
pero por más que
influyen naturales,
no
retóricas lenguas, que consisten
en
idiomas de corte artificiales,
los
que antíparas toscas cual tú visten,
con
palabras groseras satisfacen
a los que en techos míseros asisten;
que aunque es verdad
que los ingenios nacen
delicados, tal vez en cualquier parte,
los oradores
con el uso se hacen,
o la
naturaleza pule el arte.
Tú,
pues, sin él, que afrentas la elocuencia
y a Demóstenes puedes compararte,
¿cómo, falto de letras
y experiencia,
sutilizas conceptos y palabras
y a Atenas hurtas el lenguaje y
ciencia?
Y aunque el misterio a
mis enigmas abras,
con
respuestas que ignoro y dificulto;
dime si
al sol y al aire riges cabras
y su
inclemencia por el monte inculto
los rostros tiraniza, pues los yerra
como si el ver sus rayos
fuera insulto.
Si
el cultivar la siempre fértil tierra
paga
surcos en callos que en las manos
por la
dureza imitan a la sierra,
¿cómo injurias afeites cortesanos,
siendo excepción de generales
leyes?
¿Tú solamente culto entre
villanos?
Manos groseras que al arado y bueyes
acostumbradas el trabajo tuesta,
¿pueden
en ti afrentar las de los reyes?
Cara, que a la del sol adusto opuesta,
jamás huyó el encuentro a sus
rigores,
¿compite con la dama más
compuesta?
A tu
traje desmientes, tus colores,
por más
pastor que intentes con negallo
encubrirte entre engaños labradores,
cuando agora la silla del caballo
la sed
me hizo dejar de aquella fuente
que de
ti murmuraba lo que callo,
y
tú, templando del calor ardiente
la
furia rigorosa con su risa
bañaste
en su cristal manos y frente;
testigo contra ti fue la camisa
que,
por el cuello libre del ultraje
con que
la encierras en sayal me avisa
no
dicen bien las puntas de su encaje
con el
buriel hipócrita que aforra
en
blanco lino el penitente traje.
Declárame este enigma, si no borra
tu poca
confïanza en el secreto
lo que
te debo; así el cielo socorra
tus esperanzas
con dichoso efeto.
Las
dudas satisface, di cómo eres,
si
rústico pastor, galán discreto.
HERODES: Ya que apurar mis pensamientos
quieres,
curiosa por saber sucesos míos,
por imitar a las demás mujeres,
oye de la Fortuna desvaríos
que ya
que no te admiren, te entretengan,
mientras aquestos árboles sombríos
por
huésped bello tu hermosura tengan.
Ya que el sutil ingenio
hijo de
esa alma noble,
curïoso
inquisidor
de
celos y de amores,
sacando
del sagrado
donde
el secreto absconde,
sucesos
de mi vida,
discreta los conoce,
sabrás,
hermosa infanta,
que el
rey del sacro monte
que a
Salomón dio cedros
para
que el templo corte
y Hiram
el mundo llama,
se honra con el nombre
de
padre mío, puesto
que
injuria estos blasones.
Fertilizó su sangre
en
himeneos conformes,
el
cielo con tres hijos,
los dos de ellos varones.
Y siendo yo el pequeño,
mis
años corresponden
al
grado en que he nacido
que en dichas son menores.
Como perdí el derecho
al
reino, que dispone
su herencia al mayorazgo,
porque
los demás lloren,
mis
quejas satisfizo
con
darme en fuerzas dobles
para un
alma de cera
un
corazón de bronce.
Dispúsome a la guerra,
que en
ella inclinaciones
dan a
segundos hijos
riquezas y opiniones.
Y
haciendo alarde al viento
de plumas y atambores,
de galas a Cupido
y a Marte de escuadrones,
salí
contra el de Arabia
que,
descuidado entonces,
pagaba
en verdes años
censo
en deleites torpes.
Vencíle, brevemente,
que ahorrando
digresiones
no con
prolijos cuentos
pretendo que te enojes;
dándole, pues, la muerte,
a su
vivir conforme,
di a
mis hazañas reinos
y a mi
valor renombres.
Y
mientras que permito
que
afrenten y despojen
tesoros
y hermosuras
soldados vencedores,
en una
galería
entré,
que en artesones
dorados
eran suma
del
cielo y de sus orbes.
Caía a
un jardín bello
por
cuyos corredores
jazmines frescos eran
escalas de sus flores.
Colgaban sus paredes
pinceles triunfadores
de la naturaleza,
cuyas ostentaciones
bellezas celebraban,
robaban corazones
y daban almas vivas
alientos y colores.
En medio
estaba un cuadro
y en él -- no sé cómo ose
píntarle sin su injuria
mi lengua agora torpe --
un
fénix de belleza,
poco
dije, perdone
la
diosa enamorada
que en rosa volvió a Adonis.
Yo sé
que si la viera
el dios
del cuarto coche
causara
nuevos celos
a
Clicie y a Leucote;
menospreciara a Onfale,
el que
la rueca pone
por el
mayor trofeo
de sus
trabajos doce.
Mas,
para no cansarte,
si
quieres que la copie,
mírate
en el espejo
de ese
cristal que corre,
que
estando tú presente,
porque
su vista goce,
no hay para qué sutiles
buscar comparaciones.
Metiéronla en el alma
ojos aduladores,
pagando, como el griego,
hospicios con traiciones.
Y yo
sin mí y con ella
volví a
ostentar perdones,
dando a
mi patria vuelta
que con
festivas voces
sus
Venus y Narcisos,
de Amor aduladores,
alegres me esperaban
con triunfos y ovaciones.
Mi
padre y dos hermanos,
no sé
si así los nombre,
quisieron por mi cuello
desocupar balcones.
Y
oyendo parabienes,
gozando
aclamaciones,
cantándome vitorias
Homeros
y Anfiones,
veo a
mi padre ingrato
-- ¡Ay si muriera
entonces! --
del rey
Orbel de Lidia
honrando embajadores.
Traíanle el retrato
de la
princesa Doris,
y el sí
con el de esposa
para mi
hermano Orontes.
Pagaba
el rey albricias
con gracias y con dones,
y el
príncipe lozano
exageraba amores.
Cuando
los dos me dicen,
"A tus victorias nobles,
añade, Perïandro,
la dicha que hoy conoces
en tu
mayor hermano,
pues es
ya su consorte
el sol
que a Lidia alumbra
en
tálamos conformes."
Dejáronme el retrato,
solícitos disponen
recibimientos
reales;
mandan
que palios borden,
triunfales arcos labran
con
versos y con motes.
Ya
ingenios muestran prendas
que
premien intenciones.
Partiéronse, al fin, todos,
y yo,
como quien oye
la
capital sentencia
si
impróvido le coge,
estatua
fui de mármol
por dos
horas, inmóvil,
que
repentinas penas
suspenden
las acciones.
Pero
volviendo en mí,
furioso
de que roben
tesoros
de esperanzas
tiranos
salteadores,
cual
onza que los hijos
le
llevan cazadores,
partí desesperado;
y sin
saber por dónde,
sin
seso y sin camino,
mil
veces con mil voces
enmudecí las aves
y
lastimé los montes.
Llegué
al fin a un desierto
rasgando el traje noble
-- que mal sufrirá
abrigos
quien un volcán absconde --
y allí,
a no socorrerme
solícitos pastores,
fuera
sin duda presa
de tigres o leones.
En fin,
determinado
de hüir
soberbias cortes,
destierro de verdades
y
amparo de ambiciones,
compuse
una cabaña
de
ramos y de adobes
donde pobrezas ricas
huyen riquezas pobres.
Pero, cuando gozaba,
en vez
de aduladores,
por dulces compañeras
mis imaginaciones,
una apacible tarde,
umbrales de la noche,
que el
cielo se vestía
rosados
arreboles,
veo
venir huyendo
una
mujer de un hombre,
si
aquél que gustos fuerza
es
digno de este nombre.
Opúseme
a su furia
con
pasos tan veloces,
que a
un tiempo le alcanzaron
mis pasos y mis voces.
Y siendo el instrumento
de su
castigo un roble,
a su torpeza y vida
dio fin
un solo golpe.
Volví a
ver mi agraviada,
y hallé que los colores
de nieve y rosicleres,
con un desmayo inorme,
en
gualdas y violetas
trocaba, dando entonces
premisas a la muerte,
obsequias a las flores.
Pero, reconociendo
sus eclipsados soles,
originales bellos
de aquella imagen noble
que el alma me ha robado
agravios y favores,
agradecí con quejas
al
ciego Amor sin orden.
¿Qué
hallazgo tan divino
con tal
pesar congoje?
Mas ¿cuándo dio el Amor
deleites sin dolores?
Cogíla alegre y triste
en
brazos, y sirvióme
al
cuello de cadena
libre
en tales prisiones,
y en un
grosero albergue,
sobre
unas pajas pobres,
deposité aquel cielo,
de Amor
primero móvil.
MARIADNES: Pastor
ilustre, espera,
primero
que provoques
sospechas que en el alma
engendran mis temores.
Con la
verdad me engañas,
pues
pienso que propones
sucesos
de mi vida
trocando el reino y nombres.
Casi lo
que refieres,
antes
que el cuento tornes,
para
pintar mi historia,
te da
falsos colores.
Yo debo
ser, sin duda,
la que,
llamando Doris,
cuando
a Faselo aguardo,
me das
por dueño a Orontes.
¿Qué es
esto?
HERODES:
Infanta bella,
sosiega
y no te asombren
sucesos
que a las veces
hermanan ocasiones.
No es
ésta la primera
que en
dos distintos nombres,
naturaleza sabia
un
mismo rostro forme.
¿Qué mucho, pues, que así
amor sujetos forje
con cuya semejanza
engendre admiraciones?
MARIADNES: No sé
qué diga en eso,
tú
mismo me responde,
y acaba
de sacarme
de
tantas confusiones.
HERODES: Quedaba
de mi historia...
MARIADNES: En que
dejaste a Doris
dando
con su desmayo
a Amor ponderaciones.
HERODES: Viéndola, pues, ansí,
y que para que goce
cabellos la ocasión
al
viento los descoge,
su poca
resistencia,
la
soledad de un monte
y, en
fin, Amor que ciego
casi
imposibles rompe,
por
poco me vencieran
con
necias persuasiones
a que
el valor olvide
y que
la honra postre.
Mas la razón, que cuerda,
noblezas reconoce,
ató al
atrevimiento
deseos
y ocasiones.
Pues
sólo satisfecha
con que
la vista goce
despojos sin injuria
del sol que es bien que adore,
licencia dio a los labios
para
que, mientras cogen
el
ámbar de su aliento
se
impriman en sus flores.
Pero
antes que prosiga
mis lícitos amores,
bellísima señora,
¿qué
hicieras tú si entonces,
volviendo del desmayo,
sirvieran de eslabones
tus
brazos de marfil
al
cuello de quien oyes?
¿Y más,
si satisfecha
de las
obligaciones
con que
amparó tu fama,
supieras que aquel hombre,
abeja
de tus labios,
atrevimientos nobles
ejecutando
en ellos
gozó
tales favores?
MARIADNES: Aunque
con tal pregunta
en confusión me pones,
y a sospechosas dudas
indicios das mayores,
no sé si agradecida
a que por él no llore
mi
honra restaurada
agravios violadores,
pagara
resistencias
de un
apetito torpe
con
darle honestos frutos
a quien
sus rosas coge.
Y si al contrario de esto
contigo
lo hizo Doris
y
ingrata dio a tu hermano
de
esposa mano y nombre,
engaño
a su honor hizo,
pues
necia defraudóle
primicias
usurpadas
de
labios ya traidores.
Mas de
eso, ¿qué coliges?
HERODES: ¡Oh,
juez sin pasión! Oye...
mas no podrás, que vienen
tus viles ofensores;
mi vida con tu fama
a cargo
el valor tome,
pues no
es bien que consienta
que nadie te deshonre.
MARIADNES: ¡Ay Dios! ¿Por dónde vienen?
HERODES: Vuelve los claros soles,
podrá ser que los
ciegues;
veráslos que trasponen
aquel
verde collado.
MARIADNES: Y yo,
porque te asombre;
pues el
valor me anima
de mis
antecesores,
ofreceré a las aras
que el
mundo al honor pone
la
vida, antes que el mío
sus viles manos toquen.
Mas ¿qué es de ellos?
Mientras
MARIADNES vuelve a ver los que vienen se
quita el sayo
rústico y queda en cala y jubón de
tabí muy bizarro
HERODES: Aquí
tus dos ojos vencedores,
de Amor siempre
invencible,
verán
metamorfosis.
Yo soy,
hermosa infanta,
quien
triunfos y blasones,
como a
deidad suprema,
hoy a
tus plantas pone.
Pintada
me rendiste
y viva
echas prisiones
a un
alma que allá tienes,
feliz
si la conoces.
Halléte
casi muerta
y sin testigos, donde
pudieran apetitos
vencer
obligaciones;
pero mi
amor hidalgo
alegre
contentóse
con que
pagasen labios
deseos
acreedores.
Juez
fuiste de ti misma
en tribunal de flores,
sentencias ejecuta
y agradecida ponme
en
posesión de gustos,
que,
como trueque el nombre
de
amante en el de esposo,
en láminas de bronce
escribirá a los tiempos
de Doris y de Orontes
engaños verdaderos
tu siempre esclavo
Herodes.
MARIADNES:
Basta: que en Palestina
también
nacen Sinones
que
ofrezcan entre enredos
a Troya
Paladiones.
No
quiero revocarte
sentencias que di a Doris,
y
pagará Mariadnes,
no con
ponderaciones
culpar
atrevimientos,
agradecer favores,
loando
resistencias,
encareciendo acciones.
Ya Febo
ha permitido
que sus caballos mojen
sus crines en el mar
y estrellas da a la noche.
Ocupa,
infante ilustre,
de
aquése los arzones,
que yo,
alegre en sus ancas,
hoy
mostraré a la corte
que Amor es coyuntura;
sus dichas, ocasiones;
sus armas, cortesías;
mudanzas, sus blasones.
Perdonará Faselo,
y
cuando no perdone,
¿qué
importa, como sea
esposo
mío Herodes?
HERODES: Dame a besar cristales,
mientras que se corone
mi
cuello de tus brazos.
MARIADNES: Celosa
estoy de Doris,
con ser
dama fingida.
HERODES: ¿Por
qué, si no es Orontes
quien
idolatra en ti?
MARIADNES: ¿Pues
quién eres?
HERODES: Herodes.
Vanse. Sale HIRCANO
HIRCANO: No
ha el sol de destrenzar cabellos
rojos
tras el aurora fría
en el
purpúreo Oriente
sin ver
salir dos mares de mis ojos
que
aneguen cada día
memorias de tu pérdida inclemente;
ni con
pincel valiente
podrá
la primavera
juntar alegres prados
que alivien mis cuidados,
por más que esmalte flores lisonjeras,
sin darles mis congojas
más lágrimas que brota en abril
hojas.
Sale ANTIPATRO
ANTIPATRO: No
agostará los campos el estío
con
pálida guadaña
cuando
a abrasarlos llegue,
sin que
el prolijo y caudaloso río
que mis
mejillas baña,
hijo
querido, aquestas canas riegue,
ni
porque rico llegue
otoño generoso
de
frutos adornado,
que
sabio ha sazonado,
y
ofrece al hortelano codicioso,
de mí
tendrá otro fruto
que
lágrimas, mi Herodes, en tu luto.
Sale ARISTÓBALO
ARISTÓBALO: No
de plata escarchada hará el diciembre
al
suelo bordaduras
y
alfombras al invierno,
que
impida, hermosa hermana, que no siembre
entre
lágrimas puras
penas que
den por fruto llanto tierno,
mi
desconsuelo eterno,
Mariadnes querida,
mientras que me faltares
y
viviere sin ti con media vida,
convirtiendo mis gustos en pesares
cada vez que se acuerde
obsequias llorará del bien que pierde.
Sale FASELO
FASELO:
Viudo antes que casado, quiso el cielo,
mi
Mariadnes bella,
que tu
pérdida llore,
no
merecía tu hermosura el suelo,
sino
que vuelta estrella
tu
belleza en su zona el sol decore,
porque
en ella te adore
a
esfera que te abraza;
maldiga
el hado fiero
al
inventor primero
que a
riesgo puso en la silvestre caza
la
vida, de quien pierde
por un
liviano gusto su edad verde.
Sale SALOMÉ
SALOMÉ: Si
blasonas ser dios, ¿por qué maltratas,
Amor, a quien sujeto
te da
el alma en tributo?
Si te
precia, de dar, ¿por qué dilatas
el
premio que el discreto
es
árbol que en dar luego dobla el fruto?
Galas
truecas en luto,
y
faltando mi hermano
con la Infanta, haces vano
con
deseo que alienta mi esperanza;
pero en
el mar de amar siempre hay mudanza.
HIRCANO:
Cubrid de jerga negra mi palacio,
fúnebres instrumentos
imiten
mi tristeza,
dad muerte a esos traidores tan
despacio
que duren sus tormentos
lo que
mi mal, que cuando acaba empieza;
adornad
mi cabeza
en vez de la diadema
y tïara
suprema,
que tal
caída ha dado a mi grandeza,
de
ceniza, y mi vida acabe en ella,
pues faltan Herodes y Mariadnes
bella.
Salen MARIADNES y HERODES, éste se
retira
MARIADNES: Si
las muestras de dolor
con que
se enluta tu corte
son por mí, padre y señor,
mi vista su mal reporte,
mis
brazos paguen tu amor.
HIRCANO: Hija
mía, al pecho llega
esa luz
sin la cual muerto
en
desconsuelos se anega;
que no
alegra tanto el puerto
al que
sin velas navega;
el
perdón al sentenciado,
el tesoro
al avariento,
los
despojos al soldado,
la
fuente fresca al sediento
y el
tálamo al desposado,
como
tu alegre venida,
cuanto
menos esperada,
tanto
más agradecida,
pues da
a mi vejez cansada
prolongación de su vida.
ARISTÓBALO:
Quien por muerta os ha llorado,
bella
hermana, ¡qué consuelo
sentirá
cuando os ha hallado!
FASELO:
Albricias pida a Faselo
su amor
ya desesperado
y
mis brazos galardón
de su
pasada tristeza.
SALOMÉ: Lloraba
la dilación
que
daba vuestra belleza
a mi
amante corazón;
mas ya que con vos se ve,
en su
esperanza primera
mi gozo
restauraré.
HIRCANO: Mirad,
infanta, que espera
vuestros brazos Salomé
y el
rey Antipatro, a quien
debe
tanto mi corona
y es
vuestro padre también,
dándoos
su hijo, pregona
triunfos a Jerusalén.
Agradeced su venida.
MARIADNES: Con más
extremo sintiera,
señor,
que el perder la vida
el que
la dicha perdiera
siendo
vuestra hija querida,
quien interesa tener
por mi
dueño, prenda vuestra
y el dejar de conocer,
señora, en la corte
vuestra
lo que
no sé encarecer,
y en
vos ha cifrado el cielo.
SALOMÉ: Respondan por mí los ojos
a cuyas lenguas apelo.
FASELO: Para
que destierre enojos,
dad al
príncipe Faselo
las
nuevas de su ventura;
que si
entre luto y dolor
hacer
obsequias procura
a su
mal logrado amor,
fénix
es vuestra hermosura
que
de sí misma renace.
HIRCANO: ¿Qué
suceso, hija querida,
con
tantos extremos hace
que el
peligro de tu vida
las de
tantos amenace?
¿Qué
te sucedió cazando?
MARIADNES:
Desgracias que venturosas
temo y estoy deseando;
pérdidas que gananciosas
libre
me están cautivando.
En
fin, con una caída
que
tras una garza di
hasta
el sol desvanecida,
a un tiempo
gané y perdí
la
libertad y la vida.
Opuestos contrarios son,
padre,
los que necesitan
imprudencia y discreción.
¿Hay
razones que compitan
con
amor y obligación?
Si a
los umbrales me vieras
de la
muerte desmayada,
y a
elección de hambrientas fieras,
que era
presa mal lograda
de su
crüeldad supieras,
y un
hombre entonces llegara
que,
cortés y piadoso,
segunda
vez animara
el
cuerpo, que temeroso
la
muerte copió en su cara,
con
cuya ayuda volviese
al
cuerpo el alma constante,
y mi
honra defendiese,
¿tuvieras premio bastante
que
igual a esta deuda fuese?
HIRCANO: Si
aprecia el alma el amor
que te
tengo, mi corona
no
igualara su valor.
MARIADNES: Y si
acaso esta persona;
entre
la ausencia y rigor
de
los celos me adorara,
y en
aquella soledad
con la
ocasión consultara
lances
de la voluntad,
que en estorbos no repara,
y
contra apremios de amor
la
voluntad lisonjera
reconociera al valor,
y sin
mi ofensa saliera
de sí
mismo vencedor,
al
favor, padre, primero,
¿qué
pudieras añadir?
HIRCANO:
Estatuas que el tiempo fiero
no
bastara a consumir,
por más
que vuele ligero.
MARIADNES: ¿Y
si éste fuera pastor
y se
sintiera injuriado
que en
premio de su favor,
habiéndome así obligado,
otro
usurpara su amor?
HIRCANO: Ése
descubriera el pecho
que
procuró honrar en vano,
pues
mostrara sin provecho
que era
en la ambición villano,
si bien
nacido en el hecho.
Y
pues premios apetece
fuera
de su natural,
nada
darle me parece,
que es
bien a quien pide mal
le
quiten lo que merece.
MARIADNES:
Alegara, aunque villano,
que le
ofreció la ocasión
tiempo,
a no ser cortesano,
en que
a su satisfacción
se
pagara de su mano.
HIRCANO: No
importara su porfía,
pues
con tan loco interés
le
quitó en un mismo día,
lo que
mereció cortés,
su
misma descortesía.
Y
tú, que por él alegas,
si es verdadero el enima
y por
un rústico ruegas,
¿cómo a
un pastor sin estima
las
prendas del alma entregas?
¿Quiéresle bien?
MARIADNES: La ocasión
en que
guardó mi honra y vida,
¿no es
digna de obligación?
HIRCANO: La que
a su ser tosco mida
la
prudencia y la razón.
MARIADNES:
¿Pagaréle con desdén
su
socorro liberal,
princesa en Jerusalén?
HIRCANO: Eso no.
MARIADNES:
¿Querréle mal?
HIRCANO:
Tampoco.
MARIADNES:
¿Querréle bien?
HIRCANO: Eso
sí.
MARIADNES:
¿Y el bien querer
no es
amar?
HIRCANO:
Casi es amor.
MARIADNES: Luego casi he de tener
voluntad a este pastor,
que
casi me vino a ver
muerta, si no me ayudara.
Pues un
"casi" no es rigor
que su
fortuna haga avara;
ni mira
en puntos Amor,
ni
nunca en "casis" repara,
honra y vida me dio nueva
honra y
vida le he de dar,
pues
cuando a pedir se atreva
lo que
no puedo negar,
¿qué le
doy que no le deba?
HIRCANO: De
tu mucha discreción,
hija,
has ya degenerado
con tan
indigna afición.
MARIADNES: [Pues, no hay ningún mal crïado]
ni en el noble ejecución
de
socorro recebido
que no
pague liberal.
Los
réditos que han corrido
igualan
al principal,
y a
ejecutar me han venido.
Mas
dime, si el acreedor
en
nobleza me igualase,
¿mereciera que el deudor
con la
deuda le negase
la
obligación de su honor?
HIRCANO:
Entonces por justo empleo
de su
valor te entregara,
si tan lícito deseo
la
palabra no estorbara
que he
dado al rey idumeo.
MARIADNES: ¿No
estriba la que me has dado
en que
me case con su hijo?
HIRCANO: En ésa
me ha ejecutado.
MARIADNES: Y si es padre del que elijo,
¿no la
habrás desempeñado?
HIRCANO: No
hay duda.
MARIADNES:
Pues dale al cielo
gracias, padre, que no ha sido
pastor
de rústico suelo
el que,
noble y comedido,
quitó a
mi honor el recelo,
como
el peligro a mi vida,
sino un
príncipe que aquí
pide
paga agradecida
de que,
venciéndose a sí
me
restituya vencida.
Y
Amor que estatuas le labra
quiere, en fe de sus blasones,
que templos la fama le
abra,
que
pague yo obligaciones
y tú
cumplas tu palabra.
HERODES:
Fortuna, que siempre ha sido
juego
de Amor de importancia,
de
quien sale con ganancia
a veces
el más perdido,
cuando más lo estaba yo,
celoso
y desesperado,
volvió
en mi favor el dado
y en
suerte su azar trocó,
pues
habiendo el caudal
puesto
de mi vida en esta mano,
Dale la mano
envidó
su amor mi hermano
y
ganéle todo el resto.
Un destierro fue el tablero,
y
jugador de ventaja
Amor,
que el dado baraja
con
sospechas de fullero.
Si
su pérdida llorare,
seguro
estoy de perder,
porque no pienso querer
aunque
envide y se repare.
Cuando levantarme trato,
dando
barato a mi amor,
en fe
de que el jugador
no
juega en dando barato,
ni será,
padre, cordura
impedir
nuestro sosiego
sabiendo que amor y juego
consisten sólo en ventura.
Mariadnes es mi esposa,
si
alguno intenta, tirano,
barajarme aquesta mano,
y esta
suerte quitarme osa,
no
me juzgare arrogancia
castigar su desatino,
como
quien sale al camino
a
robarme la ganancia.
Porque estoy determinado
contra
cualquiera poder
a morir
y defender
el
caudal que hoy he ganado.
ANTIPATRO: Si
es en tu favor el cielo
y esa
ganancia permite,
no es
bien que yo a Herodes quite
lo que
ha perdido Faselo.
Hijos míos sois los dos,
en un mismo grado estáis,
si en
competencia jugáis
y
perdéis, príncipe, vos,
o
esotro, cosa es que pasa,
y yo en
mi provecho alego
la
ganancia de este juego,
pues,
en fin, se queda en casa.
La
infanta escoja, que es cuerda,
y
juzque esto el rey Hircano.
HIRCANO: Si Herodes ganó por mano,
Faselo
por postre pierda;
que
en amor la diligencia
gana de
quien se levanta.
Dadle
la vuestra a la infanta;
tenga
quien pierde paciencia
y salgamos a alegrar
mi
corte; que os llora muerta
de
llanto y luto cubierta.
MARIADNES: Sí,
albricias tengo de dar
de
que el alma esposo os cobre,
en fe
que adeudada queda,
dadme abrazos que dar pueda,
que sin
ellos estoy pobre.
Van a
abrazarse, alborótase FASELO y
llégase a detener a HERODES
HERODES: Hermano: ya llegáis tarde;
de la infanta soy esposo,
pierde
amando el perezoso
como en
la guerra el cobarde.
La
ocasión y coyuntura
mis
bodas y dichas traza,
que el
amor, el juego y caza
sólo
consiste en ventura.
Vanse HERODES y MARIADNES de las
manos
FASELO: ¿Qué
es esto, padre crüel?
Riguroso rey, ¿qué es esto?
ANTIPATRO: En la
voluntad ha puesto
su
imperio Amor. Quejaos de él.
Si
contra vos ejecuta,
hijo, su gusto la infanta,
porque
en resolución tanta
sobre
gustos no hay disputa.
Vase ANTIPATRO
FASELO:
Hircano, en el nombre fiero
como en
las obras, ¿ansí
se
cumplen palabras?
HIRCANO: Di,
la que
si cumpliros quiero
halla mil dificultades,
porque
la infanta hace ley
de su
gusto y sólo es rey
Amor de
las voluntades.
La de mi hija es absoluta,
su
gusto es fuerza seguir,
que a
intentarle resistir
sobre
gustos no hay disputa.
Vase
FASELO:
Hermana, decidme vos
si esto
es sueño o es verdad.
SALOMÉ:
Violencias en voluntad
no las
sufre Amor, que es dios;
pues
que su gusto ejecuta,
desbaratarle es en vano,
pues,
como sabes, hermano,
sobre
gustos no hay disputa.
Vase
FASELO:
¿Sois vos, príncipe, también
de esta
tirana opinión?
ARISTÓBALO: Amor es
obligación
y su
paga el querer bien.
La
ocasión, tercera astuta,
y el
gusto, rey que soberbio
dice,
conforme al proverbio,
"sobre gustos no hay disputa."
Vase
FASELO: La
ley que no las admite
no es
hija de la razón,
pues la
ciencia y la opinión
más probable las admite.
Cuando ciego Amor las quite
y la acción que tengo
tuerza
su
agravio, a vengarme es fuerza.
¡Tiranas resoluciones!
Que
quien no admite razones
da permisión a la fuerza.
Leyes la justicia escribe
que
llama el mundo derechos,
y
contra tiranos pechos
armas
la fuerza apercibe.
Cuando
mi hermano derribe
mi esperanza, y con desvelos
me
ofenda a mí y a los cielos,
si
mientras los ejecuta
sobre
gustos no hay disputa,
tampoco
hay templanza en celos.
Marco Antonio en Asia rige
la
monarquía romana,
y a la
célebre gitana
su
idólatra amor dirige.
Ser su
emperador colige
y
oprimir la libertad
de
Roma, por tanta edad
conservada en su senado,
conmigo
noble ha guardado
las
leyes de la amistad.
Con
César Augusto tiene
guerras
por la monarquía,
que no
admite compañía
quien a
amar o a reinar viene.
Su
opinión mi fe mantiene
contra
su enemigo Augusto,
y pues
Herodes injusto
a Marco
Antonio se opone,
hoy mi
venganza dispone
tragedias
contra su gusto.
Referiré a Marco Antonio
mi
agravio con su delito
sacando
gente de Egito,
de su
amistad testimonio;
y
afrentando el matrimonio
que
goza y tirano alcanza,
verá
con justa mudanza,
pues
ciego mi amor disfruta,
que, si
en gustos no hay disputa,
hay en
agravios mudanza.
Salen dos
ROMANOS
ROMANO 1:
Marco Antonio, mi señor,
que en
prueba de tu amistad
quiere
en la necesidad
hacerla
de tu favor,
antes que a la guerra parta
que
sobre el imperio apresta
contra
Augusto la respuesta
aguarda
de aquesta carta.
Dale una carta
FASELO: A
medida del deseo
que
tengo viene. (Esperanza, Aparte
dad
filos a mi venganza
mientras su ejecución leo.)
Lee la carta
"A embarcarme parto a la isla de Samos,
para
reducir al trance de una batalla naval
la
pérdida o imperio del mundo contra
Augusto, mi competidor. Llevo ochocientas
naves y
ciento y cincuenta mil hombres.
Todos los reyes, mis amigos,
muestran serlo
en mi ayuda, y no espero
yo menos de vuestra
alteza,
estando en el primer lugar.
Aventajaráse a todos si, trayéndome preso
a su
hermano el infante Herodes, parcial de
mi
contrario, aseguramos un enemigo poderoso,
y será
dichoso pronóstico de mi vitoria si
para
premio de ella viene en su compañía la
infanta de Jerusalén Mariadnes, cuya
hermosura en relación me tiene sin libertad
para
uno y otro. Envio provisiones bastantes
y
aguardo la ejecución por ellas de entrambas
cosas.
Los dioses me den vitoria y a vuestra
alteza
guarden. De Bizancio a las calendas
de
junio, año de la fundación de Roma 754.
Yo el emperador."
ROMANO
2: Éstas son las provisiones
que Marco Antonio te
envía.
FASELO: Di que
de la dicha mía
son
felices comisiones.
Si
la amistad se antepone
al
deudo que hay más cercano,
y me ha
ofendido mi hermano,
su
deudo y sangre perdone.
¡Ay
amorosos desvelos,
lo que
estas cartas preciara
si sus
letras no borrara
la
sospecha de mis celos!
A
Mariadnes quiere ver
en
muestras de su hermosura
Marco
Antonio, y si procura
juntar
a amor su poder,
¿qué
hará en viendo sus despojos
quien
de oídas la celebra,
si
amistad y leyes quiebra
amor que asiste en los ojos?
Que se la lleve me
pide,
y
aunque en la Egipcia
idolatra,
¿qué mucho deje a Cleopatra
y obligaciones olvide
de nuestra amistad
pasada,
que aunque la gitana es bella,
al fin
para aborrecella
basta
ser mujer gozada?
Perdonará su amistad,
que no
llega su valor
a las
aras del Amor
ni ley
de la voluntad.
Porque mis sospechas claras,
aunque
su amistad admiten,
sólo
que llegue permiten
el
amigo hasta las aras.
El
tentar a la Fortuna
no es cordura
en tal demanda,
ni de
dos cosas que manda
será
poco hacer la una.
Prender a mi hermano quiero,
que es
lo que le está mejor
a mi
venganza y amor,
porque
de su muerte espero
resucitar mi esperanza,
aumentar mi patrimonio
y
granjear de Marco Antonio
la
amistad y la privanza.
Vanse FASELO y
los ROMANOS. Salen PACHÓN, FENISA y
un VERDUGO
VERDUGO: Ya
está el potro aparejado,
paciencia, hermano, ¿qué espera?
Acabemos. Ropa afuera.
PACHÓN:
Quedaréme en verdugado
cuando me quede con él,
que es
verdugo sin ser dama.
Fenisa,
si el potro es cama
de
nuestra boda crüel,
a
gentil boda, por Dios,
nos
convida el casamiento.
¿No
bastaba por tormento
el
casarnos a los dos?
Supuesto que hay suegra
en casa
¿hay potro que más afrija
que una
suegra que, prolija
rezongando al que se casa,
gruñe más que una lechona?
FENISA: ¿En
fin, que también a mí
me
empotran?
VERDUGO:
Hermana, sí.
FENISA: El que
a nadie no perdona
es
un potro, ¡ay mi Pachón!
PACHÓN: Aunque
el ánima me arrancas,
tú
irás, Fenisa, a las ancas,
y yo me
tendré al arzón.
FENISA: ¡Oh
huego de Dios en potro
que sin
albarda ni cincha
ni
camina ni relincha!
PACHÓN: Ese
potro, dómele otro,
pues, no comiendo cebada,
sin menearse de un puesto
al
rollo llega tan presto
que es
su ordinaria jornada.
VERDUGO:
Acaben.
FENISA:
No se dé prisa.
VERDUGO: ¿No se
desnudan?
FENISA:
¡Ay cielo!
PACHÓN: Potro
de palo y en pelo
a
caballo y en camisa,
corcovos sin caminar,
medroso
en él, el más diestro
al de
encima con cabestro
y al de
abajo sin herrar.
Atados el uno al otro,
descoyuntando medulas,
verdugo
el mozo de mulas,
¡válgate el diablo por potro!
FENISA: ¿Y
qué tormento, si sabe,
mos
tienen de dar?
VERDUGO: De toca.
FENISA: ¿Qué es
de toca?
VERDUGO: Abrir la boca,
y toda
el agua que cabe
en
un cántaro tragar
con
veinte varas de lino.
PACHÓN: ¿No
huera mijor de vino?
¿Agua
es la que os han de echar?
VERDUGO: Agua
que aun no sufren peñas.
PACHÓN: ¿Con
tocas un hombre honrado?
¿Han
mis tripas enviudado,
o son
por ventura dueñas?
VERDUGO: Así sacarse procura
la pura
verdad.
PACHÓN: Pues ¿cómo,
si un
cántaro de agua tomo,
sacarán
la verdad pura?
VERDUGO: Todo
esto se excusará
si
confesáis este robo
y estas
muertes.
PACHÓN:
No es mal bobo
su
mercé. Pues venga acá.
Si
Fenisa algo supiera,
¿luego
no lo desbuchara?
¿No
sabe que no la para
secreto
que no eche fuera?
¿Para qué eran menester
potro,
cordel ni testigos?
¿No hay
mayores enemigos
que el
secreto y la mujer?
¿No
ve que en las más calladas,
cuando se ven en aprieto,
es mal
de madre el secreto
que las
hace dar arcadas?
Ahora acabe de saber
que
meten por no guardarle
los
dedos para sacarle.
Mas
¿qué es esto?
VERDUGO: Deben ser
los
jueces.
PACHÓN:
Fenisa, el miedo
dentro
el alma me da voces.
FENISA: ¡Huego
en potro que da coces
que
matan y se está quedo!
Salen FASELO,
HERBEL y otros
FASELO: Mi
padre y el rey Hircano
tengan,
Herbel, por prisión
el
alcázar de Sïón;
y del
presidio romano
quinientos hombres los guarden,
porque de esta suerte trato
que no
estorben el mandato
de
Marco Antonio, ni aguarden
que
ruegos ni persuasiones,
al
tirano de mi amor
han de poder dar favor
ni aliviarle las prisiones.
Esté también detenida
la
infanta en su mismo cuarto,
mientras a Grecia no parto
a
quitarle con la vida
de
su esposo la esperanza
de gozar su libertad,
mientras que mi voluntad
lo que
le usurpó no alcanza.
Guardas la poned también.
HERBEL: Así,
gran señor, se hará.
FASELO: Y por sus bodas verá
tragedias Jerusalén.
Salgan libres esos dos,
pues inocentes están.
PACHÓN: Mas,
¿no nada?
VERDUGO:
¿No se van?
PACHÓN: ¿Dónde?
VERDUGO:
Libres.
PACHÓN:
Mas, ¿por Dios?
FENISA: ¿Sin
tormentos ni quillotros?
HERBEL: Ya los Infantes perdidos
parecieron.
PACHÓN: ¿Sin rüidos
de tocas, aguas y potros?
HERBEL: Acabad.
PACHÓN:
Adiós, rabel,
por
quien paga la garganta
en el
aire lo que canta
bamboleos a un cordel.
Cama
mal encordelada,
que en vez de chinches y pulgas
verdades buscas y espulgas.
Arpa siempre destemplada,
donde con voces prolijas
en vez
del Orfeo sutil
te tañe
un verdugo vil
y son piernas las clavijas,
y brazos del desdichado
a quien tus cuerdas dan vueltas
do las culpas van absueltas
cuando no se han
confesado.
Que
si a nueso rey profeta
las
suyas Dios perdonó,
cuando
aquél pecó, cantó
al arpa con voz perfeta.
Al
que en ti cantó sus penas,
porque
otra arpa en ti se ve,
apenas
dice "pequé"
cuando
a muerte le condenas.
Potro que, sin coyunturas,
te
quedas sano y entero,
y el
que llevas caballero
sale
con las mataduras.
Corra tus carreras otro
que,
pues de ti me libré,
más
vale salir a pie
que a
la jineta en tal potro.
Vanse PACHÓN y
FENISA. Sale EFRAÍM
EFRAÍM: A tu
hermano, gran señor,
traen a
tu presencia preso.
FASELO: Que
temo verle os confieso,
que,
aunque a mi sangre es traidor,
es mi hermano, y mis enojos
su presencia ablandará,
que es
mi sangre, y se entrará
al
corazón por los ojos.
Pluguiera a Dios que no fuera
tan a
costa de mi vida
la
injuria de él recebida,
que si
yo vivir pudiera
sin
la prenda que me ha hurtado,
viera
en mí la diferencia
que le
hace la clemencia
de que
noble me he preciado.
Sin
la infanta será en vano
adorándola vivir,
y si el
uno ha de morir,
viva yo
y muera mi hermano,
vengándose mis enojos
sin
verle, que en tal demanda
Amor,
como es niño, ablanda
niñas
que están en los ojos.
Llevadle preso conmigo,
que, si
a la infanta renuncia,
la
muerte que ya pronuncia
Marco
Antonio, su enemigo,
contra él, vuelta en amistad,
celebraré en su favor
los
quilates de mi amor
y la
ley de mi piedad.
Vanse todos. Salen HERODES, preso, y JOSEFO
HERODES: ¿Por
qué sin verme te vas,
tirano?
¿Por qué razón
temes
mostrarme la cara,
si es
de infames el temor?
Las
espaldas me volviste;
mas,
haces bien, que al fin hoy
echas,
vendiendo tu sangre,
a las espaldas tu honor.
Vuélvelas y podrás verme
por
ellas, que ya sé yo,
villano, que las espaldas
son la
cara del traidor.
Medrando vas en oficios.
Ayer
príncipe te vió
Idumea;
hoy, mercader;
creciendo va tu opinión.
A feria
de afrentas vas,
caudal
llevas de valor,
abre
tiendas a tu infamia,
venda en ellas tu traición
tu
misma sangre, que de ella
sacarás
caudal mayor,
que
fratricida primero
materia
de tu lición.
Si te
sentiste agraviado
de que
me pusiese Amor,
siendo
juez la voluntad,
en la
hermosa posesión
de la
infanta, armas
tenías,
desafíos aplacó
la
venganza y el agravio
donde
pudieras mejor
vengar
injurias del alma,
que no
vil pesquisidor,
cifrar
armas en procesos,
civil
juez de comisión.
Agraviarte de que goce
despojos que la ocasión,
el tiempo, la soledad
y hasta
un desmayo ofreció
al
deseo, que cortés
de sí
mismo vencedor,
obligando comedido
generoso conquistó.
¿Y no
te agravias
de ser afrentoso ejecutor
de
quien, torpe, solicitas
menosprecios de tu amor?
¿No te
pide Marco Antonio
la
infanta? ¿No te escribió
que,
preso de su belleza,
intenta ser su opresor?
Pues,
dime, amante tercero:
¿parécete que es mejor,
en
ofensa de tu dama,
ser
mercader de su honor
que,
gozándola tu hermano,
obligarnos
a los dos,
cortesano liberal,
a darte
inmortal blasón?
¿Tú eres príncipe? ¿Tú hermano?
¿Tú amante? ¿Tú?
JOSEFO: Gran señor:
¿de qué sirven esas quejas?
HERODES: De aliviar el corazón.
¡Ay, Josefo! ¿Cómo puedo,
cuando
sé que a morir voy,
dejar en Jerusalén
el alma en tal confusión?
¿Podré yo tener descanso,
cuando en un infierno estoy
de
celos, si mi enemigo
de mi
infanta es sucesor?
Hoy a
mi esposa he alcanzado,
pues
¿será justo que hoy
llame
dueño con mi muerte
a mi ingrato matador?
Ya a
Faselo llame esposo,
ya al
crüel emperador,
siendo
un preso de su gusto
de
afrentosa posesión,
¿qué
gloria en el otro mundo
tendrá
el alma que la amó,
si
despojos que ha ganado
premio
de otro dueño son?
¿Quieres tú darme remedio?
JOSEFO:
Pluguiera, príncipe, a Dios,
que hallaran en mí tus penas
segura satisfación.
HERODES: Sí la
hallarán, si eres fiel.
JOSEFO: Siempre
te tuve afición.
HERODES: En Jerusalén te deja
por sabio Gobernador
mi tirano fratricida;
a los
muertos es razón
satisfacer los amigos
dando
muestras de su amor;
no
túmulos de Artemisa,
no
aromas que exhala el sol,
no pirámides de Menfis
han de hacer ostentación
de la lealtad que me
debes,
sino
una resolución,
quilate
de tu amistad,
descanso de mi pasión.
JOSEFO: Cuanto
más difícil fuere
dándome
fama mayor,
ilustrará más mi nombre
y
honrará mi sucesión.
La vida
y el ser te debo;
hechura, príncipe, soy
de tus
manos; deshacerme
puedes,
seguro dispón
de mí y
de ella a tu servicio.
HERODES: Júrame, pues, si no son
lisonjeras tus promesas,
de ser fiel ejecutor
de lo que aquí te
mandare.
JOSEFO:
Niégueme su amparo Dios,
su
sepultura la tierra
y el
mundo su habitación
cuando
no lo ejecutare,
y con
nombre de traidor,
como
quien su patria vende,
me
aborrezca mi nación.
HERODES: Mira lo
que me has jurado.
JOSEFO: Lo que
me mandas propón.
HERODES: Ley fuerte es la voluntad
última del testador.
Supuesto que has de cumplirla,
y que
yo a la muerte estoy,
lo que
de jurarme acabas
es -- ¡ay terrible rigor! --
que al
punto mismo que sepas
que la
muerte ejecutó
en mí
el natural poder
que no
permite excepción,
se la
des a Mariadnes.
JOSEFO: ¿Qué dices?
HERODES: Será menor
mi pena mortal sabiendo
que en
su compañía voy.
Quitaréle a mi homicida,
con su
muerte, la ocasión
del
oprobio de mi fama
y
desprecios de mi amor.
JOSEFO: Mira...
HERODES: Esto me has prometido;
cualquiera ponderación
disminuirá tu lealtad
y el
crédito que te doy.
JOSEFO:
Cumpliré mi juramento
aunque
si supiera yo
que a tal crueldad se obligara...
Sale EFRAÍM
EFRAÍM: Ya se
parte, gran señor,
tu
hermano.
HERODES:
Y yo consolado
parto a
morir. Tu valor
muestra
en esto.
JOSEFO: Harélo así.
¿Hay
tal determinación?
FIN DEL ACTO SEGUNDO
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