ACTO TERCERO
Salen HERODES preso, HERBEL, ZAFIRO
y JAREL
HERODES: En
fin, Faselo me condena a muerte.
HERBEL: Murió
Hircano, blasón del Macabeo,
y Marco
Antonio, que en Faselo advierte
la
amistad y valor, aunque idumeo,
antes
que pruebe la dudosa suerte
que
contra Augusto le dará el trofeo,
o el
imperio del mundo o fin tirano,
rey de
Jerusalén nombró a tu hermano;
mandóle que en venganza de que sigas
de
Augusto la opinión, con tu cabeza
mengüe
parcialidades enemigas
asegurando
en Asia su grandeza;
mas él,
tu sangre, en fin, si es que te obligas
a
repudiar la infanta y su belleza
permites, que autorice su corona
y a
Marco Antonio sigues, te perdona;
de manera, que está tu muerte o vida
en tu
mano.
HERODES:
Mi muerte bien dijeras
si
repararas por cuán bien perdida
la dan
leyes de amigo verdaderas.
La
amistad a la vida es preferida;
la
honra da al valor nobles banderas,
contra
la infamia del vivir sin ella
el amor, vida y reinos atropella.
Amigo soy de Augusto,
que inmutable
en el
peligro mi firmeza pruebo;
la
honra es mi blasón incontrastable
y
eternamente conservarla debo;
mi
esposa es Mariadnes, que agradable
como
carácter dentro el alma llevo;
¿qué
importa, pues, la muerte que aperciben,
si mi
amistad, mi honra y amor viven?
¿Permitiré por una vida infame
-- del mundo oprobio, injuria de los cielos --
que a
mi consorte bella esposa llame
otro que yo? La sombra de los
celos
me
abrasa sola; pues cuando derrame
de
golpe su ponzoña y en desvelos
se
reduzca la afrenta que me asombra,
¿qué
hará si me atormenta sólo en sombra?
¿Faselo, usurpador, esposa mía,
viviendo yo, de tus hermosos brazos?
Ni
muerto; pues el cielo no sería
descanso para mí de eternos lazos,
si
desde allá te viese en compañía
de otro
que yo, le arrojaría pedazos,
por ser azules, de los mismos
cielos,
para vengar así celos con
celos.
Díle
que bañe, infame fratricida,
en
sangre de su mano, acero y ojos;
será la
infanta oprobio de su vida,
de
Marco Antonio ilícitos despojos,
que yo
más noble que él mientras que pida
el
mundo al sol su luz de rayos rojos,
esposo
he de llamarme a su disgusto
de la
infanta, y amigo fiel de Augusto.
Sale FASELO
FASELO: Pues
morirás, para mayor afrenta
bárbaro, a vista de tu amada infanta,
dentro
en Jerusalén, porque mi afrenta
su sed
mitigar pueda en tu garganta.
Llevadle allá, pues que morir intenta,
y en la
plaza del templo antigua y santa,
un
cadahalso haced que cubra el luto
de sus
amores merecido fruto.
HERODES: No
le tendrá, tirano, tu esperanza,
que
Mariadnes, que gozar pretendes,
en mi
satisfacción y su venganza,
conmigo
ha de ir, aunque su honra vendes;
juntos
al reino libre de mudanza
partiremos, crüel; y pues ofendes
su
inocencia, mi amor y al cielo justo...
FASELO: ¿Qué es
esto?
Dentro
VOCES:
¡Emperador de Roma, Augusto!
Música dentro y
voces. Sale AUGUSTO
César como
emperador a lo antiguo, laurel en la cabeza,
bastón y
acompañamiento
AUGUSTO:
Gracias al cielo que ya
no
tendré competidor
que
contradiga el favor
que la Fortuna me da.
Marco Antonio huyó vencido;
ampárele la gitana
tan
bella como liviana,
y
recójale en el nido
de
Menfis, que si procura
defenderle, y allí están
sus pirámides, podrán
servirles de sepultura,
si los pasos no les
toma
mi
valor y la presteza
con que
la egipcia belleza
triunfos me previene en Roma.
Marchad a Egipto, soldados,
muera
Marco Antonio en él,
Cleopatra dé a mi laurel
triunfos de fama doblados.
Mas
¿qué miro? ¿Éste no es
Herodes, mi fiel amigo?
Pues
¿qué delito y castigo
cadenas
ciñe a sus pies?
¿Faselo no es éste? ¡Cielo!
Pues
¿cómo será razón
que
Herodes esté en prisión
y
coronado Faselo?
¡Bárbaro! ¿A tu hermano prendes?
FASELO: Vueltas
son de la Fortuna,
mudable
como la luna.
No me
espanto si te ofendes
de
que de Jerusalén
la
corona me autorice.
Las
partes contra ti hice
de
Marco Antonio, prevén
rigores que a mi lealtad
den la
pena, que te ofrece
tu
dicha, si la merece
una
segura amistad.
Que
el valor da testimonio
con que sus leyes guardé;
que yo
honrado moriré
amigo
de Marco Antonio;
porque no ha querido sello
mi
hermano, está como ves
con
cadenas a los pies
y con el cuchillo al cuello.
Su
prisión será testigo
de lo
que por leal gano,
pues
tengo en menos mi hermano
que la
opinión de mi amigo.
Si
no te parece mal,
venga en mí tu pecho airado,
moriré
por desdichado,
pero no
por desleal.
HERODES: Y
yo, invictísimo Augusto,
gozoso
que al mundo des
leyes, humilde a tus pies
en albricias de este gusto
la vida doy, que
ofrecía
al
templo de tu amistad,
y en fe
de aquesta verdad,
si una
nueva cada día
me
diera el cielo, y pudiera
comprarte
de la Fortuna
un
mundo con cada una,
tantos mundos adquiriera
a tus hazañas cumplidas,
que con blasones
profundos,
por
darte infinitos mundos,
perdiera
infinitas vidas.
AUGUSTO: La
tuya estimo yo en tanto,
que el
que acabo de adquirir
diera
yo por redimir
amigo
que vale tanto.
Mas, pues los dioses de suerte
favorecen mi vitoria
que no
han querido su gloria
disminüír con tu muerte,
y a
tal tiempo te socorren
con mi
venida oportuna,
pues
una misma fortuna
los
buenos amigos corren,
la
adversa llore Faselo
que a
Marco Antonio postró,
mientras la próspera yo
gozo y
agradezco al cielo,
haciéndote a ti también
partícipe del provecho
como del peligro he hecho.
Llámete Jerusalén
su rey. Tributaria
acuda a
obedecer tu persona.
Mude
sienes la corona,
pues el
cielo reyes muda.
Quítale a
FASELO la corona de laurel y
pónesela a
HERODES
Y la
que en las de éste ves,
con que
tu amor satisfago
goza;
pero dale en pago
las que
atormentan tus pies;
que
cuando Fortuna empieza
a
habitar a quien ultraja,
la
corona en hierro abaja
a los
pies de la cabeza.
En poder suyo te hallé,
en poder tuyo le dejo;
haz de
él según tu consejo.
Dale
muerte o suéltale.
Y
quédate, rey, con Dios;
que yo
al Egipto encamino
mi
gente, que no imagino,
mientras vivieren los dos,
Antonio y Cleopatra bella,
que
estará mi imperio firme.
Su
monarca ha de aplaudirme
Roma
triunfante con ella.
Nuevas armas aperciben
y así
prenderlos procuro,
que no
hay monarca seguro
mientras sus contrarios viven.
Vase AUGUSTO
César
HERODES:
César generoso, espera.
Iré, si
gustas, contigo
liberal
y cuerdo amigo.
No
solamente la esfera
del mundo que has conquistado
es
digno de tu valor;
la del
sol fuera mejor
que
confirmara tu estado.
En sus orbes celestiales
merece triunfar tu fama,
la zona que honra su
llama
con sus
signos inmortales.
Te
ofrezca entre luces bellas
su Vía
láctea, que autorices
por alfombras y tapices,
cielos goza y pisa estrellas.
Y pues eres maravilla
del valor más inmortal,
quítale
al sol su sitial
si no
te asienta en su silla.
Y
tú, cuya confïanza,
frágil
hiedra de Jonás,
cuando
iba creciendo más
y
alentara su esperanza,
en
llanto tu ambición trueca,
porque
el humano favor
es una
hierba que en flor
luego
que nace se seca.
En
un día juez y reo,
libre y
preso, esclavo y rey,
de la Fortuna sin ley
oprobio
y juego te veo.
Escarmienta en la grandeza
que hoy
en ti abatida ves,
pues son hierros de tus pies
el oro de mi cabeza.
Que
no importa que bizarro,
cuando
a ser monarca vengas,
la
cabeza de oro tengas
si al
fin son los pies de barro.
En
este castillo preso
te
servirán de lición
los
consejos de Solón
y el
desengaño de Creso;
que,
para poder vengar
mi
injuria y tu tiranía,
por
matarte cada día
nunca
te pienso matar.
Llevadle.
FASELO:
Dióme el poder
la mano
subiendo yo;
si la
escala se quebró
¿qué
mucho venga a caer?
Haga
la suerte inclemente
prueba
en mí, que hasta morir,
a lo
menos en sufrir
seré
más que tú prudente;
que
no irritaré tu furia
hablando en tu menosprecio,
porque
sé que el preso es necio
que al juez con la lengua injuria.
Llévanle. Sale EFRAÍM con una
carta
EFRAÍM:
Aquésta trujo un correo
para
Faselo tu hermano,
y
siendo el fin inhumano
que
tuvo su reino hebreo,
huyó de ti, que ignorante
no le
aseguró el temor
las
leyes de embajador.
Mira si
es algo importante.
Toma la carta y
lee
HERODES:
"Si acaso a tu hermano has muerto
por
casarte con su esposa,
por ser
la honra peligrosa,
lo que
hay en ello te advierto.
En mujer ausente es cierto
ser mudable la mejor.
Josefo, el gobernador
que diste a Jerusalén,
a la
infanta guarda bien,
mas no
con ella tu honor."
¡Cielos! ¡Oh celos! ¿Creeré
lo que
este papel afirma?
No;
porque carta sin firma
si no
miente no hace fe.
Pues
¿cómo satisfaré
sospechas que hace al temor?
Lee
"Josefo, el gobernador,
que
diste a Jerusalén,
a la
infanta guarda bien
mas no
con ella tu honor."
Agora, alma, ¿os acobarda
un
papel sin más consejo?
¡Josefo, cielos, Josefo!
¿La
infanta y no mi honor guarda?
Vuestra
venganza, ¿qué aguarda,
deshonra,
pues os han muerto?
Lee
"En mujer ausente es cierto
que es mudable la
mejor."
¡Ah,
peligros del honor
que os
anegáis junto al puerto!
¿De
qué, corona, servís,
si ya
con afrenta tanta
sois
cordel de mi garganta
que a
darme muerte venís?
Pisaréos, pues sufrís
agravios de una mujer
sin que
os ose más traer
mi cabeza deshonrada,
porque
afrenta coronada
echaráse más de ver.
¡Válgame Dios! ¡Que se
guarde
con
tanta industria la vida
de
acero y hierro vestida
tras la muralla cobarde!
¡Que no
osando hacer alarde
del oro
naturaleza
guarde
tanto su riqueza,
que le
sirven las montañas
de
cofres, cuyas entrañas
aseguran su aspereza!
¡Con
naves de nácar cierra
las
perlas que esconde el mar,
y aun
no las puede guardar
del
avaro y de su guerra!
¡Con
armas la fértil tierra
a sus
plantas satisfizo,
archeros de espinas hizo
contra
el interés sutil,
y hasta
la fruta más vil
vistió
el arnés de un erizo!
¡Y
que la honra que es suma
de todo
el valor y ser,
la fíe
de una mujer
que es
viento, sombra y espuma!
¿Del
humo vil, de la pluma,
confïanza se ha de hacer?
¿Cómo
ha de poder tener
cargas
del honor molestas
una
mujer flaca a cuestas,
sin que
le deje caer?
¡Ah,
vil papel, en quien pinta
la
deshonra mis desvelos!
¡Si son
veneno los celos,
veneno
es también tu tinta!
La
muerte, en suma, sucinta
me has
dado, pero castigos.
¡Ay, renglones enemigos!
En mis manos mas deshonra
es, rasgándoos, contra mi
honra
multiplicar
los testigos.
Rasga el papel
y vuelve a coger los fragmentos
Vuelva a cogeros mi afrenta,
que
seré, si roto os dejo,
como
quien rompe el espejo
y en
pedazos le acrecienta.
En vano mi agravio intenta
vengarse en vos; pero rabio,
y
aunque no es mi furor sabio,
soy
toro, a quien se le escapa
el
dueño y hace en la capa
demostración de su agravio.
Honra, flor sois que se agosta
con
vientos de una sospecha.
Celos
os da la cosecha
del
amor a vuestra costa.
¡Hola! Ensilladme una posta.
A
Jerusalén, engaños,
que son los instantes años.
¡Averigüemos, desvelos,
si son
infiernos los celos,
lo que
serán desengaños!
Vanse. Salen SALOMÉ y ARISTÓBALO
ARISTÓBALO:
Bella esposa, ten sosiego.
SALOMÉ:
Menosprecios de la infanta
a mi
enojo añaden fuego;
no ha
de ser su altivez tanta
como la
que a ver hoy llego
en
su ánimo levantado.
Bastara
el ser yo tu esposa,
cuando
no fuera mi estado
de
estirpe tan generosa
como la
que ella ha heredado.
ARISTÓBALO: ¿En
qué tu valor afrenta,
Salomé
hermosa, la infanta?
SALOMÉ: En
mejor lugar se asienta;
ni
cuando entro se levanta,
ni
cortesana hace cuenta
de
mí. Fui a verla a su casa
que la
sirve de prisión,
hallándola tan escasa
que su
loca presunción
aun las altezas me tasa.
Una vez sola me dio
este
título en un hora
que
conmigo conversó,
porque
soberbia y señora
tantos
rodeos buscó
y
términos desiguales
para
mostrar la grandeza
de sus humos más que reales
que por ahorrar de otra
alteza
me
habló por impersonales.
Yo
colérica, "Ya sobras,"
le dije, "de descortés.
Y
ambiciosa fama cobras;
que
quien en palabras es
avara,
¿qué hará en las obras?
No
hayas miedo que destruyas
bien
crïada tus grandezas,
pues cuanto más serlo arguyas
y me dieres más altezas,
aumentarán más las tuyas.
Infanta como tú soy,
con tu
hermano desposada,
no en
menor estado estoy
ni tú tan entronizada
que así
me desprecies hoy.
¿Qué
imperio romano alcanza
tu
ambición, que crece al doble,
y te
obliga a tal mudanza,
no
campea en el más noble
mucho más la buena crïanza?"
Respondióme, "Sí, campea,
mas no
con su desigual,
y
aunque real tu sangre sea
no
iguala a mi estado real,
que
eres, en fin, idumea.
Yo, que de Abraham desciendo
y de
David he tenido
la
corona, que pretendo
por mil
años he traído
la
sangre real que estás viendo,
y si
a tu padre hizo el cielo
rey,
dispensando en las leyes
que
hace el poder en el suelo,
¿qué sé
yo, si guardó bueyes
en
Palestina tu abuelo?"
Levantóse airada y loca
yendo a
responderle yo
por lo
que a su honra toca,
y
descortés me dejó
con la
palabra en la boca.
Mas
no importa que si alcanza
la
carta que hoy a Faselo
le
despachó mi venganza,
satisfacerme recelo
quitando a la esperanza
que
siendo su esposa tiene
del
solo y real posesión
que
Judea le previene,
y su
loca presunción
verá en lo que a parar viene.
ARISTÓBALO:
Anda, no mires, mi bien,
en
aquesas liviandades.
Antes,
si me quieres bien,
a
renovar amistades
conmigo
a su cuarto ven.
SALOMÉ: ¿Qué
dices? ¿Yo, tal bajeza?
ARISTÓBALO: Oye,
que ella sale acá.
SALOMÉ:
Excusemos su grandeza,
que el
palacio rodeará
por no
intitularme alteza.
Vanse. Salen MARIADNES y JOSEFO
JOSEFO:
Tanto te adora como esto.
MARIADNES: Muerte
mandó que me dieses
cuando
la suya supieses.
JOSEFO: No le
es el morir molesto
tanto como el ver que quedas
A la
tirana elección
de
Faselo, en ocasión
que
persuadida de él puedas,
olvidando la venganza
de su
muerte, ser su esposa;
que en las mujeres es cosa
ordinaria la mudanza
y
más en muerte o en ausencia.
MARIADNES: Mal de
mí se satisface
quien
tan poco caudal hace
de mi
amor.
JOSEFO:
¿Con qué paciencia
morirá quien te dio el alma,
si para
mayor castigo
te casas con su enemigo?
MARIADNES: Nunca
dio fruto la palma
si
su consorte la quitan.
Anque otro planten por él
palma soy de Herodes fiel.
Cuando matarle permitan
sus
enemigos, ¿qué importa
si no
tengo de dar fruto,
menos
que en llanto y en luto,
a quien
mi palma me corta?
De
mi esposo no me quejo,
puesto
que de mi opinión
no tiene satisfacción,
antes
estimo, Josefo,
que
me mande dar la muerte,
y
cuando él no la mandara
yo
mismo la ejecutara,
que no
es mi amor menos fuerte
que el de Porcia para hacer
lo que
sus hechos declaran,
pues
cuando dagas faltaran
brasas
supiera comer.
JOSEFO: A tu
esposo guarde el cielo,
que es
lo que importa, señora;
porque, aunque tanto te adora,
no es
tan bárbaro Faselo
que
en su sangre misma bañe
sus manos.
MARIADNES: Hacen los celos
mil crueldades.
JOSEFO:
Tus recelos
la
cuerda prudencia engañe.
Faselo no es rigoroso
ni de
manera terrible
que el
natural apacible
de su
valor generoso
trueque en hazaña tan fiera.
Ya ves cuán opuestos son
los dos en la condición,
y que
quien los considera
tiene por menos tratable
a tu
Herodes que a Faselo.
MARIADNES: Su
muerte es la que recelo;
mas, haga el hado inmutable
lo
que quisiere, que yo,
viva o
muera, determino
seguir
el mismo camino
que el
cielo a mi esposo dio.
JOSEFO:
Divierte esos pensamientos,
no siempre en eso imagines.
MARIADNES: Cuando
a eso me determines,
¿cómo
si mis pensamientos,
ya
duerma, ya esté despierta,
siguiendo a mi esposo van,
entretenerse podrán,
ni qué habrá que los divierta?
JOSEFO: Con
ellos mismos podrás
consolarte y divertirte.
No
llegues a persuadirte
que es
muerto tu esposo; mas
imagínate que viene
por rey de Jerusalén,
y por
que se haga más bien,
si es
que aquesto te entretiene,
finjamos que Herodes soy,
que
habiendo vencido Augusto
a Marco
Antonio con gusto
de su
vitoria vengo hoy
a
transformar tu tristeza
en abrazos y alegría,
que ya suceder podría
salir mi ficción certeza.
MARIADNES: ¡Ay,
que no soy yo, Josefo,
tan dichosa!
JOSEFO:
Deja ahora
de
agorar tu bien, señora,
y haz
esto que te aconsejo.
Veamos con qué blasones
sabes
darle el parabién
cuando
entre en Jerusalén.
MARIADNES: No sé
lo que en tus razones
hallo que me pronostican
algún
dichoso suceso;
que me
consuelas confieso.
JOSEFO: ¡Así
remedios se aplican
a la
tristeza!
MARIADNES: Ahora bien,
aunque
por ser tan pequeños
como
tesoro entre sueños
después
más pena me den,
por
buen presagio he tenido
tu
propuesto pasatiempo;
ocupemos así el tiempo,
que en
mi esposo no es perdido.
JOSEFO:
Salgo, pues, esposa mía.
MARIADNES: ¡Ay, príncipe de mis ojos!
No con sus reflejos rojos
alegra
el sol tanto el día
como
tu amada presencia,
en
tanto más estimada
cuanto
menos esperada,
como de
la crüel sentencia
del
bárbaro fratricida.
¿Libre,
caro esposo, vienes?
JOSEFO: Porque
si tú mi alma tienes,
mal
puede ofender mi vida
quien quitármela pretende,
siendo
tú mi esposa bella
el fiel
depósito de ella.
MARIADNES: Bueno
es, que mi mal suspende,
Josefo, el entretenido
engaño
que has inventado.
¡Ay
Dios si en ti transformado
mi
esposo hubiese venido!
JOSEFO:
Podrá ser que profetice
su
libertad mi invención.
Sale HERODES
acechando
HERODES:
(Averiguad, confusión,
Aparte
si lo
que la carta dice
es verdad, por vuestros ojos,
y satisfaceos de espacio.
Por la
huerta de palacio
me han
traído mis enojos
a
este cuarto, donde espero
apurar
mi pena crüel,
aunque
si me ofende en él
no es
cuarto, sino tercero.
Mas -- ¡ay, cielos! -- no me quejo
sin
causa, ni mentís vos,
papel;
aquí están los dos
solos,
la infanta y Josefo.
Mirad, honra, desde aquí
sustanciar la información
que,
puesta en ejecución,
ha de
salir contra mí.)
MARIADNES: Pasa, Josefo, adelante;
asegundemos favores,
presagios de mis amores;
que haces muy bien un amante.
HERODES: (¿Qué es esto, cuerdo temor? Aparte
Si favores asegundan,
en los primeros se fundan
mis injurias, ¡ay, honor!
Vuestra muerte llorar
quiero;
papel,
en creeros me fundo,
si este
agravio es el segundo,
¿luego
vistes el primero?
¿Luego ya me han ofendido?
¿Luego habláis por evidencias?
Luego ¡ay, ciegas consecuencias,
mi muerte habéis
conseguido!
"¡Que haces muy bien un
amante,"
dijo! Y
un traidor también,
diré
yo, y diré más bien.
¿Hay
desdicha semejante?)
JOSEFO:
Digo, pues, esposa mía,
que ya
bien puedo gozar
tal
nombre, sin recelar
del que
usurparme quería
el
título con que Amor
hace de sus gustos ley,
que hoy ha de verme su
rey
Jerusalén.
HERODES: (¡Oh, traidor! Aparte
¿El reino me tiranizas?
¿Esposa a la infanta
llamas?
¿Ausente mi boda infamas?
¿Torpes
bodas solemnizas?
¿Esto escucho y tengo seso?)
MARIADNES: ¿Cómo has vencido imposibles,
dueño amado, tan
terribles?
JOSEFO: Dejando
al infante preso,
que
tu esposo se llamaba.
HERODES: (Preso
imagina que estoy.) Aparte
JOSEFO: Trocó la Fortuna hoy,
que de
mudable se alaba
su
prosperidad, de suerte,
derribando su ambición,
que a
su reino y pretensión
dará
triste fin su muerte.
HERODES: (Ya
imagina que Faselo Aparte
dio a
mi vida fin crüel.)
JOSEFO: Muerto,
pues, y libre de él
no hay
de quién tener recelo.
MARIADNES: ¡Qué
bárbaro!
JOSEFO: ¡Qué arrogante!
MARIADNES: ¡Qué
indiscreto!
JOSEFO: ¡Qué atrevido!
¡Llamóse, en fin, tu marido!
MARIADNES: ¿Cómo
siendo tú mi amante
tienes celos?
JOSEFO: Es forzoso.
MARIADNES: ¿Por
qué?
JOSEFO: Amor es desconcierto.
MARIADNES: Pues
¿quién los tiene de un muerto?
JOSEFO: ¡Ay mi
bien¡
MARIADNES:
¡Y ay dulce esposo!
JOSEFO: ¿No
celebras mi venida?
MARIADNES: ¿Cómo?
JOSEFO: Dándome los brazos.
Descúbrese HERODES
HERODES:
Primero, haciéndoos pedazos,
aunque
en quitaros la vida
no
satisfaga mi afrenta,
mitigaré mi furor.
¡Vivo
está Herodes, traidor,
aunque
por muerto le cuenta
el honor que me has quitadol
¡Torpe Flora, Herodes
vive,
que hoy
en tu sangre apercibe
lavar
la honra que has manchado!
MARIADNES: ¡Ay
mi bien, que vivo vienes,
que
vuelves con libertad!
Burlas
en veras trocad,
abrazos
y parabienes.
HERODES:
¡Aparta, adúltera crüel,
que ya
engaños llegan tarde
contra
el afrentoso alarde
que he
visto, y este papel
en
oprobío tuyo afirma,
que
aunque sin firma se ha escrito,
mis
ojos, que tu delito
han
visto, sirven de firma.
JOSEFO: ¡Señor!
HERODES: ¡Ah, infame sin ley!
¿Señor nombras al que
infamas?
¿Mujer
a mi esposa llamas?
¿De mi
reino te haces rey?
Salen EFRAÍM y HERBEL
EFRAÍM: Gran señor: ya sabe
Jerusalén tu venida;
y
alegre y agradecida
de que
sobre el trono grave
de
su silla te autorice
Augusto
César, previene
triunfos, y a besarte viene
los
pies.
HERODES: ¡Ay suerte infelice!
Prended a aqueste traidor,
no me
entre ninguno a ver,
que mal
puedo su rey ser
sin seso, vida y honor.
Cerrad esas puertas todas,
llevadme de aquí esta
infame,
ninguno
reina la llame,
que el
tálamo de sus bodas
será
un mortal cadahalso.
Esté en
el castillo presa.
¿Qué
hacéis villanos? Daos priesa.
JOSEFO: Mira, gran señor.
HERODES: ¡Ah falso!
¡Ah tirana de mi honor,
qué de engaños viles sabes!
Llevadla y dadme las llaves.
MARIADNES: ¿Hay tal crueldad, tal rigor?
Llévanlos, quedándose HERODES
solo
HERODES: ¿Quién creyera, honra mía, que
perdida
por un vasallo, su
amistad borrara
y que
una mujer fácil derribara
la
fortaleza vuestra ya abatida?
El
interés de una corona olvida
obligaciones, la belleza rara
postra
amistades, y en la ausencia avara
el loco
a la mujer firmeza pida.
Si
el amor y el reinar es tiranía
que
derriba el honor del más prudente,
y el
fuego del amor la ausencia enfría,
no
es mucho que él me agravie y ella afrente.
¡Malhaya, amén, el hombre que confía
de
amigo avaro y de mujer ausente!
Sale otra vez
EFRAÍM
EFRAÍM: Sal,
gran señor, si pretendes
sosegar
la plebe loca
que se
alborota y provoca
cuando
ser su rey entiendes.
Jerusalén, conmovida
de una
nueva extraordinaria,
a tu
corona contraria
en
riesgo pone tu vida.
Tres reyes que en el oriente
diademas Arabia
da,
y de Tarsis y Sabá
ciñen nobles cada frente,
con
soberbia ostentación
y variedad de vasallos,
dromedarios y caballos
traen tu corte en
confusión.
Reposteros de brocado
de su
recámara real,
ofrecen al sol sitial
mejor
que el suyo dorado.
Las cargas debajo de ellos,
aunque cubiertas están,
en la
fragancia que dan
desde los corvos camellos
odoríferos aromas,
muestran ser de más
estima
que el
bálsamo que sublima
en Gadir y ofrece en pomas.
Atan el sabeo aroma,
porque
ir más süave pueda,
cordones
de fina seda,
garrotes de plata y oro.
Y
los penachos sin suma
que al
aire adulan sutiles,
son
portátiles pensiles
que
llevan montes de pluma.
Venerable
majestad
representa el rey primero,
pagando
en plata el enero
los tres tercios de su edad.
El segundo, que
retrata
de
abril el joven decoro,
censos
toma al tiempo en oro,
que
después trocará en plata.
Y el
tercero más robusto
con el
enano se atreve,
bruñido
a hacer que la nieve
su
color envidie adusto,
pues la bella perfección
de su
negra compostura
enseña,
con la hermosura
de sus
partes, trabazón.
Con
esta presencia bella
han
entrado todos tres
en tu
corte, y dicen que es
su paje
de hacha una estrella
que
a vista de esta ciudad
se les
ha desparecido,
sin que
el sol haya podido
suplirles su claridad.
Y
así perdido su norte
contra
la ambición, concluyen
que
hasta las estrellas huyen
los
peligros de la corte.
Síguelos Jerusalén,
miran las damas sus talles,
y ellos por plazas y calles
preguntan a cuantos ven
adónde está el que ha nacido
rey de los judíos.
HERODES: Tente.
EFRAÍM:
"Vimos su estrella en oriente
y a
adorarle hemos venido."
HERODES: ¿A
adorar vienen al rey
que ha
nacido a los judíos?
¿Qué aguardáis temores míos,
celes sin orden ni ley?
No ha un hora apenas
que reino,
y cuando
acaba un traidor
de
quitarme el ser y honor,
¿me
quita un muchacho el reino?
¿Cuándo hubo persona alguna,
cielos,
que nacer rey pueda?
El
reino que no se hereda
le conquista la Fortuna.
Pues
¿quién es éste que ahora
nace
rey y me atropella?
¿Quién
es éste que a una estrella
manda
ser su embajadora?
¿Éste que con ella avisa
tres reyes y cortes hace,
éste que al punto que
nace
coronas
de oriente pisa?
Si
le viene de derecho
a la
sangre de Judá
y a mi,
idumeo, me da
Roma el
reino sin provecho,
¿para qué Augusto me elige?
De
David la descendencia
hereda
esta preeminencia;
mas la
ambición que me aflige
no
tiene de permitir
agravio
tan evidente,
el que
fuere descendiente
de
David ha de morir.
A
Aristóbulo prended,
que por
ser hijo de Hircano
su
derecho tiene llano.
¿No
vais?
EFRAÍM:
Sí, señor.
Vase uno
HERODES: Poned'
nuevas guardas a la infanta.
Dad un
garrote a Josefo.
No
quede mozo ni viejo
de la
estirpe real y santa
del rey profeta con vida.
Ponga
esto en ejecución
esa
romana legión
en mi
guarda apercebida.
Mi
vida importa su fin;
muera
también el senado
de los
setenta que han dado
tanta
fama al sanhedrín.
No
quede hombre en Israel
que
sangre de David tenga.
Aunque
fama a alcanzar venga
a
Herodes del más crüel
que
vio el mundo, no haya hombre
que en
el siglo venidero
si un
rey quiere pintar fiero
no le
atribuya mi nombre.
Sangre mi rabia derrame,
que en
ella mi reino fundo.
Quien
crüel fuere en el mundo
Herodes desde hoy se llame.
Esos tres Reyes de
oriente
a mi
presencia llamad,
los
escribas convocad,
no
quede escriba o prudente
en
los libros de la ley
y
profeta que no acuda
a
sacarme de esta duda.
Sepamos
quién es el rey
que
encubriéndose de mí
recién
nacido me asombra,
rey en
mi agravio se nombra
y trae
de oriente hasta aquí
los reyes de tres en tres
y predominando estrellas
en
todos nace sobre ellas;
que si
acaso Dios no es,
a
pesar de la Fortuna,
si una
vez sé donde está
túmulo
suyo será
en vez
de trono su cuna.
Vanse. Salen TIRSO, BATO, PACHÓN y
FENISA
TIRSO:
¡Válgate Dios por chicote,
por
pesebre y por portal!
Bato,
¿vistes tal zagal?
BATO: Lindo
es, ¡voto a mi capote!
PACHÓN: No
nace el blanco cordero
mientras que la oveja bala
que
vista el vellón por gala,
más
nevado que un enero.
No
regocija el cabrito
recién
nacido al pastor
por las peñas trepador
de rojas pintas escrito;
ni el corzo, o simple
ternera,
mientras que los pechos goza
cuando
a la madre retoza
en el
soto o la ribera,
dan
tanto gusto, pardiez,
como el
chicotillo bello.
FENISA: No hago
sino ir a vello
y
apenas, Pachón, hay vez
que me aparte de él, que luego
me
aquillotro por volver
a
verle.
TIRSO:
Debe de ser
el dios
de amor.
PACHÓN: Ése es ciego.
Mas
estotro sus dos ojos
como
dos candelas tien,
par
Dios, dichosa es Belén
en
gozar tales despojos.
TIRSO: ¡Y
que un pesebre sea cuna
de
quien lleva al sol ventaja!
Cuando
le vi entre la paja,
Pachón,
voto a mi fortuna,
que
quitándome el pellico
en somo
de él se le eché,
sólo
entonces envidié
del rey
el toldo más rico.
BATO: ¿En
el heno estaba echado?
TIRSO: ¿No has
visto cuando conservas
entre
la paja las servas
o el
níspero coronado,
la
camuesa con su flor,
que trae en ambas mejillas
cual dama las salserillas
a pares de la color?
Pues
la competencia es baja,
porque
no hay camuesa o serba
entre
la atocha o la hierba
como el
chico entre la paja.
PACHÓN: Yo
cuando vi su hermosura
le
dije, "¡Pardiez, garzón,
que
quien en la paja os pon
para
comer vos madura,
y
pues en Belén os dan
a
cuantos os quieren bien,
si es
casa de pan Belén
creo que sois el Dios pan
que
para que mos hartéis
de la
troj del cielo abaja,
pues
como pan en la paja
hermoso
grano nacéis!"
Debió entender mi simpleza
el tamaño.
FENISA:
¿Cómo así?
PACHÓN: Porque
se rió de mí,
meneando la cabeza
que
los rayos del sol dora.
BATO: Qué,
¿se rió?
PACHÓN:
Y juntamente
llorara
creo agua ardiente,
pues me
abrasa y enamora.
FENISA: ¿Y
la madre?
PACHÓN: Ésa es la luna,
el sol,
el alba, el ciprés,
la
flor, la palma en Cadés,
la Fénix que sola es
una.
TIRSO: ¿Y
el padre?
PACHÓN: El Jusepe es
esposo
de niña tal,
padre
del bello zagal.
TIRSO: Para en
uno son los tres.
PACHÓN: ¡Y
el buey, Bato, y el borrico!
FENISA: En eso
habías de parar.
PACHÓN: ¡Par
Dios! que le quise dar
mil besos en el hocico.
¿Pues el mancebete
hermoso
que de
alas y plumas lleno
el
cielo volvió sereno
y más que el sol relumbroso
que
en aquella noche o día,
alegró
nuesa majada
con la
divina embajada?
BATO:
¡Pardiobre, que parecía
un
ángel!
FENISA:
Si era ángel,
¿qué
mucho lo pareciese?
PACHÓN:
¡Ahao! ¿Mas que no se cayese
volando?
TIRSO:
¿No era Luzbel,
el
otro que por roín
le
echoren?
BATO:
¡Desdicha brava!
FENISA:
Garridamente volaba.
PACHÓN: Era de
Dios volatín;
mas
¿qué hué lo que cantó?
Porque
yo, por San Mingollo,
que
tengo fraco el meollo
y no me
acuerdo.
BATO: Ni yo.
TIRSO:
"Gloria a Dios en las alturas,"
nos
cantó el bello rapaz;
y
luego, "en la tierra paz
a las
humanas criaturas."
PACHÓN:
Gloria a Dios, paz a la tierra
nos cantó; decís verdad.
TIRSO: Y de huena voluntad.
BATO: ¿Luego
ya no ha de haber guerra?
TIRSO: Si
es el Mesías el chico,
según
Josef le da el nombre,
her
cuenta entre Dios y el hombre
paz
perpetua.
PACHÓN:
Del borrico,
Bato, yo estó enamorado.
¡Oh,
quién en él se volviera
y en el
pesebre estuviera
junto
del zagal atado!
Pardiez, porque no llorara,
que le
había de arrullar,
y en
vez, Bato, de cantar,
sospecho que rebuznara.
De
parto estaba Fenisa,
que el
día que me casé
como
huevo la dejé
de dos
yemas, dando prisa
por
las torrijas, y yo
que
goloso me comía,
Bato,
más que la freía;
luego
que el ángel cantó
la
gloria y paz de aquel modo,
enamorado del son,
sin
alzar el cucharón
salí
con sartén y todo,
y
alegróme de manera
en la
voz, plumas y cara,
que
cro, si entonces bajara,
que las
torrijas le diera.
Sale LISENO
LISENO:
Pastores: si queréis ver
lo que
no sé encareceros,
ni es
bien por no deteneros,
volvé
al portal que ha de ser
más
que el templo celebrado
que a Dios labró Salomón.
Venid, veréis el garzón
de tres reyes adorado,
que piden que los
despache
para
sus reinos con gozo:
prata
el buen viejo, oro el mozo,
y el tercero es azabache.
Perdióseles una estrella
que les
mostrara el camino,
cuando
a ver la corte vino,
y
ellos, a escuras sin ella,
a Herodes hueron a hablar,
preguntando por un reye
que ha
nacido y nuesa leye
diz que
viene a mejorar.
Lleno el crüel de alboroto,
pidió
que a adorarle fuesen
y por
allí se volviesen,
porque él humilde y devoto
quería adorarle también;
pero lo
que de esto saco...
-- ¡Que Herodes es un
bellaco! --
Salió
de Jerusalén
de
los tres la trinca bella,
y apenas el campo pisan,
cuando
contentos divisan
otra
vez la hermosa estrella.
Y
guïados al portal
venturoso de Belén,
aquel
brinco de Dios ven
de oro,
nácar y cristal,
en
los brazos del aurora
que tal
bello sol encierra.
Cada
cual postrado en tierra,
los pies le besa y adora,
y de oro, mirra y
encienso,
tributo le van a dar.
Mas
¿cómo oso yo contar
ni
medir lo que es inmenso?
El
portal que reverencio
es éste
del Dios de amor,
vedle y callad, que es mejor
que la lengua aquí el silencio.
Descúbrese un
portal de heno, romero y paja,
lleno de copos
de nieve, y en él la adoración de los
REYES como se
pinta
FENISA:
¡Hermosa apariencia a fe
y de fe
a lo que imagino,
que este aparador divino
por
misterio le tendré!
TIRSO:
Postrado el rey viejo está
a los
pies del Dios de amor.
BATO: Es del
cielo emperador,
por eso
los pies le da.
PACHÓN: ¡Dichoso
el que en tales leyes
emplea
alma y corazón!
FENISA: No vi
en mi vida, Pachón,
igual
cuatrinca de reyes.
PACHÓN: Como
es de amor la baraja,
gana el
cielo el que aquí envida
el corazón y la vida.
TIRSO: ¿Cuatro reyes sobre paja?
¿Ay tal cuatrinca? ¿Ay tal
juego?
BATO: Y son los reyes presentes
de manjares diferentes.
PACHÓN: Es verdad, porque a ver llego
que el uno, que en negros pastos
y
toscos reina, será
el rey
de bastos.
TIRSO: ¡Verá
qué
gallardo rey de bastos!
PACHÓN: El
viejo de reales ropas
que en
la copa al niño ofrece
el
incienso, me parece
que se
llame el rey de copas,
y el
mozo que sus tesoros
rinde
al chico y oro abate,
de
eterna ley y quilate,
llamarse
puede rey de oros.
TIRSO: Pues
el niño, si a vencer
viene
al mundo y el pecado
de
nuesa flaqueza armado,
rey de
espadas vendrá a ser.
PACHÓN:
Antes lo viene a ser todo,
que Dios que el alma me abranda,
hoy
profetizar nos manda,
y así
digo de este modo,
que
si la divinidad
que
encubre es el oro rico
que
disfraza en el pellico
de
nuesa mortalidad,
y es
infinita la ley
del oro
de su riqueza,
según
su naturaleza,
de oros
el niño es rey.
FENISA:
Después, cuando se desangre
en el
huerto, y el temor
de la
muerte y su rigor
le
obligue a que se dé en sangre,
bañando flores y ropas
y el
cáliz de mi ventura
beba en
copa de amargura,
será entonces rey de copas.
TIRSO: Otro
manjar le señalo
cuando
se eclipse la luz
del sol
y sobre la cruz
el
triunfo le entre del palo.
Que
si allá su reino muda,
y con
tal basto deshace
las culpas, contra quien nace
rey de
bastos es, sin duda.
BATO:
Mísero quien le provoca
y en
desgracia suya caiga,
cuando
de dos filos traiga
la
espada puesta en la boca,
que las almas condenadas
eternamente al volcán,
por su
desdicha sabrán
que
este niño es rey de espadas.
Sale NISO
NISO:
Pastores: el que tuviere
hijo al
pecho de su madre,
para
que el vivir le cuadre
escóndale, si no quiere
que
el furor de un rey tirano,
lobo de
tiernos corderos,
bañe en
leche los aceros
de su
cuchillo inhumano.
Degollar los niños manda
que de
dos años abajo
paguen
en risa el trabajo
de sus
madres, y en demanda
de
la inocencia pueril,
andan
verdugos crüeles
cortando tiernos claveles
que
apenas sacó el abril.
Sin
que con él aproveche
el
llanto que los socorre;
por las calles sangre corre,
y entre ellas cándida
leche.
Poco los ruegos importan
de las madres, que en sus brazos
los lloran hechos pedazos,
porque los pechos los cortan
para quitárselos de
ellos,
y sus
gargantas segando
la
leche que están mamando
vuelve a salir por sus cuellos.
De este milano crüel
esconded vuestros polluelos,
que sin
admitir consuelos
sus
hijos llora Raquel.
FENISA: ¡Ay
desdichada de mi!
Un niño
de trece días
tengo,
y de las penas mías
consuelo. Amigos vení
y en
las peñas le escondamos
que en
estos montes están,
que, en
fin, más blandas serán
que
aqueste tirano.
PACHÓN: Vamos.
TIRSO: No
es bien que en pámpanos podes
el
majuelo de Israel,
tirano
rey.
FENISA: ¡Huego en él!
PACHÓN: Es un
tigre.
FENISA: Es un Herodes.
Vanse. Salen HERODES, HERBEL, JABEL y OTROS
JABEL:
Sosiégate, gran señor.
HERODES: ¿Cómo
queréis que sosiegue
quien
la vida, el reino y honra
a un
tiempo y a un punto pierde?
¡La
vida un traidor me quita,
la
honra una mujer leve;
el
reino, que aún no he gozado,
un niño
que me atormente!
Hidrópico estoy de sangre,
más sed
tiene quien más bebe.
Dejad
que me harte en ellas
y
aplaque este fuego ardiente.
Mueran
todos, pues que muero,
y
traspase en mí la muerte
toda la
jurisdicción
que
sobre los hombres tiene.
No ha
de quedar de David
hombre
o niño en quien conserve
la
esperanza que ha fundado
el
reino sobre su especie.
La
parca soy de las vidas,
cortaré
en pámpanos verdes
los
sarmientos que en Judá
para
atormentarme crecen.
Prometiéronme volver
en hallando los tres reyes
a este niño portentoso
que han
adorado sin verle;
mas, pues que me han engañado,
y mi propósito aleve
conocen, pues temerosos
a
avisarme de él no vuelven,
paguen en él mis agravios
todos cuantos inocentes
a los pechos de sus madres
su amor alimenta en
leche.
Podrá
ser que muera entre ellos
el
triunfador del oriente
que, naciendo coronado,
cetros pisa y reyes vence.
Bañe en su sangre el
cuchillo
el que
mi vasallo fuere,
porque
el fuego en que me abraso
puedan
mitigar sus fuentes.
De dos
años tengo un hijo
que,
engendrado en Mitilene,
de la
sangre de Judá
derecho
a este reino tiene,
mas
degolladle también
para
que ninguno quede
exento de mi furor,
pues él
pasa por sus leyes.
JABEL: Catorce
mil y más niños
degollados enternecen
las
piedras, que con su sangre,
no
piedras, cera parecen.
¿Un
niño te hace temblar?
Monarcas rindes, ¿y temes
la
inocencia de un infante?
HERODES: Niño
no, gigante fuerte
es
quien gigantes conquista;
si
recién nacido puede
postrar
reyes a sus plantas,
¿qué
hará, vasallos, si crece?
Dejadme
morir matando,
nadie
me hable ni aconseje;
rey
soy, púrpura de sangre
es la
que mi rabia quiere.
Sale MITILENE
con un niño en los brazos
vestida a lo
bizarro, de judía
MITILENE: ¿Cómo es posible, señor,
que a tu mismo hijo
sentencies
al
riguroso cuchillo
de los
verdugos crüeles?
¿Tu
misma imagen deshaces?
Llega
en este espejo a verte,
que de
tu misma sustancia
con mis
brazos se guarnece.
La
amada vida le diste,
¿qué
dirá de ti el que viere
que lo
que una vez has dado
avariento a quitar vuelves?
Tu
misma sangre derramas,
sangra,
médico imprudente,
la vena
del corazón
que en
fuego de mi amor hierve.
Sale otra JUDÍA
con otra criatura en los
brazos
JUDÍA: Cielos,
¿cómo permitís,
si es
que os preciáis de clementes,
tan
bárbara crueldad?
¿Qué
Falaris, qué Diomedes
hizo
tal? Tirano rey,
¿qué
hazañas a honrarte vienen?
¿Qué
triunfos te inmortalizan?
¿Qué
injurias te hacen que vengues?
¿Posible es que los balidos
de este
cordero inocente
no enternecen tus entrañas
y tus ojos humedecen?
Mátame a mí, deja un niño
que
apenas en el oriente
de su
vida ve la luz
cuando
se pone en la muerte.
Quitalas los niños de los brazos
HERODES: Soltad, enfadosas madres,
los amorosos joyeles
que vuestros pechos
adornan
y a más
venganza me mueven;
retratos de aquel infante
que a
usurpar mi reino viene.
Lobo
soy, corderos busco,
vuestra
sangre me sustente.
Espigas
sois de David,
en
berza es razón que os siegue.
Racimos
sois de Judá,
vendimia ros quiero en ciernes.
¿Lloráis? Pero ¿qué me espanta?
También
los sarmientos verdes
lloran antes de dar fruto.
Flores sois de almendro fértil,
yo cierzo que por
tempranos
me
manda el rigor que os seque,
mi rabia que os despedace,
mi pena
que os atormente.
¡Ojalá
que entre vosotros
aquel
infante estuviese,
de mi
frenesí la furia
causa y
principio inclemente!
Satisficiera mi hambre
con las
manos, con los dientes,
porque
con su corazón
mi
enojo hiciera un banquete.
Pero
supliréis por él,
y
serviréis en mi muerte
de ofrenda, como corderos;
morid, pues Herodes muere.
Vase
MITILENE: Pedid
venganza, hijo mío,
al
cielo.
JABEL:
Tiernos claveles,
a Dios
vuestra sangre clama.
Hijos, pedidle
que os vengue.
Sale EFRAÍM y
descúbrese muerto HERODBS con
dos niños
desnudos y ensangrentados en las
manos
EFRAÍM: Murió
el bárbaro rabiando
y ahogando los dos Abeles.
Se libró Jerusalén
de sus tiránicas leyes.
Sirva su vista de
espanto,
y demos
fin con su muerte
a su
inaudita crueldad
y
lástima a los presentes.
FIN DE LA
COMEDIA
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