Salen doña
PETRONILA y TOMASA, de
hombres
PETRONILA: Por
muerta, Vargas, me cuenta.
No
tengo seso, no estoy
en mí.
TOMASA: ¿Qué has visto?
PETRONILA: Vi hoy
otra
segunda tormenta
mayor que la de Sevilla.
TOMASA: ¿Mayor?
PETRONILA:
Para mis desvelos,
porque
es tormenta de celos.
TOMASA: No se
usan en esta villa.
Todo
lo que no es dinero
en la
corte, no es amor.
PETRONILA: Vargas, de tu buen humor,
más penas sacar espero
que
alivios. Déjame agora.
TOMASA: Pues
¿qué has visto?
PETRONILA: ¡Ay cielos! Vi
lo que
dudosa temí,
lo que
mi desdicha llora.
Llevóme el conde consigo
a esa
huerta, infierno ya,
a quien
Juan Fernández da
nombre
y fama. Yo te digo
que
aunque al principio su vista
mis
sentidos recreó,
porque
en ella se cifró
Chipre,
en que Venus asista,
después que hallé entre sus flores
un áspid que disfrazado
ponzoña
a mi pecho ha dado
y aumentos a mis temores,
Volcanes son sus planteles,
incendios sus fuentes son,
tormentos su recreación,
penas su rosa
y claveles.
¡Ay, Vargas! Quien las
cultiva
es don Hernando Cortés.
TOMASA: ¡Jesús! ¿Qué dices? No des
crédito a engaños.
PETRONILA: Ni viva
quien para desdichas nace.
Conocile jardinero;
que con
el traje grosero
le
manda Amor que disfrace
el
fuego de mis querellas.
¿Quién creerá -- ¡ay fieros rigores!
--
que llamas cultiven flores
y que estén verdes con
ellas?
Rogóme el conde que
fuese
con él, y sin declararse,
quiso
primero informarse,
antes
que quién es supiese,
de
la belleza de Laura
con
quien amante pleitea
y si el
pincel de su idea
en su original restaura
la
hermosura que usurpó
lisonjas a los colores;
porque en cohechos pintores
siempre el interés
mintió.
Vióla en el dicho jardín,
que entre unos cuadros, abeja,
agravia
flores que deja
y
obliga las de un jazmín
a
que fundamento den
a un
ramillete que aliña,
porque un hilo juntos ciña
celos, amor y desdén.
Estaba de jardinero
mi don
Hernando Cortés
-- mío no, que de Laura es --
y
aunque en disfraz tan grosero,
le
conocieron mis males;
que aunque le vi de aquel modo,
Amor,
espíritu todo,
penetra
hasta los sayales.
Escogíala las flores
que su
amor le aconsejaba.
Las
amorosas le daba
para
obligarla a favores;
las
azules le escondía
por no
ocasionar desvelos;
y si
flores tienen celos,
yo, su
amante ¿qué tendría?
Con
doméstica llaneza
vi que
Laura le trataba,
cuando
las flores le daba;
y Amor,
todo sutileza,
todo
industria, todo enredos,
terceras guiso obligarlas
ella
risueña al tomarlas
y él lisonjero
en los dedos.
Que
la debió de cohechar
si la
adora, ¿qué lo dudo,
pues
cuando Amor está mudo
por los
dedos suele hablar?
Preguntó el conde quién era
--
miéntras yo me atormentaba --
la dama
que se humanaba
de
aquel jardín primavera.
"La condesa de Valencia
del
Po," le respondió un paje,
"Que en Milán con su linaje
pleitea
sobre su herencia."
No
se atrevió a descubrirse,
puesto
que si a enamorarse,
que
Amor que sabe arriesgarse
es
cobarde al resistirse.
Juzgó en ella de los cielos
un sol
que le deslumbró.
¿Qué
juzgara, Vargas, yo
que la
miraba con celos?
Volvímonos, él perdido
de
amor, y yo rematada;
él sin
alma allá usurpada,
yo allá
y aquí sin sentido.
Hame
cobrado amistad
de
suerte, que no permite
que de
su lado me quite;
ni yo
tengo voluntad
de
perder su compañía,
porque siempre amigos son
los que
de una profesión
llama
el sabio simpatía.
Amamos en un lugar
y una
misma competencia
nos
iguala en la experiencia
del
querer y el envidiar.
Impórtame que le asista,
pues si
Laura, cual sospecho,
tiene a
mi amante en su pecho
y él no
la pierde de vista,
El
conde y yo, que nos vemos
parientes en los cuidados,
amantes y desdeñados,
mejor nos consolaremos.
TOMASA: Pues no te aflijas ansí.
¡Cuerpo de tal! Ten valor
que sin
competencia Amor,
él mismo se apaga en sí.
Si
nunca te vio tu amante,
si lo
que le amas ignora,
y
vienes a hallarle agora
con
desvelo semejante,
ensayándose a quererte
en
ajena voluntad
porque
le halle tu lealtad
diestro, cuando llegue a verte,
¿qué
temes? ¿O qué querías?
¿Que ya
en Madrid, cortesano
su
amor, mano sobre mano,
gastase
ocioso los días?
Déle
al gusto puerta franca;
quiera
bien, que eso me alegra;
ensaye
en la espada negra
tretas
que logre en la blanca;
que
pues el conde te cobra
voluntad, y aquí ha venido
a
título de marido
de
Laura, bástate y sobra
que
al principio del camino
vida a
tu esperanza des.
¿No somos tres? Pues los tres
serémos tres al mohíno.
Calla, y animosa alienta
el fin
de tu pretensión.
PETRONILA: El
conde es éste.
TOMASA: Chitón,
y corra
esto por mi cuenta.
Sale el CONDE
CONDE: Don
Gómez, yo te he elegido
por
amigo verdadero,
y en fe
de serlo, no quiero
que
tenga el pecho escondido
secreto para ocultarte.
Ya dije
ayer la ocasión
de que en esta confusión
siga a
Amor y olvide a Marte;
que
mi padre aquí me envía
para que pleitos cansados
truequen derechos letrados
en amor; que es prima mía
Laura, y que intente con ella,
casándome, asegurar
lo que
ya dudo alcanzar,
por los
que vuelven por ella.
Mal
su justicia asegura
quien
en sus pleitos ignora
que mujer competidora
se
ampara de su hermosura;
porque si en mí verlo quieres,
más
efeto he visto hacer
de su
cara el parecer
que mil
sabios pareceres.
Llora,
encarece e intima;
halla
en tribunales gracia;
la
belleza es eficacia
que
enamorando lastima;
y,
en fin, como nacen de ellas,
los jueces templan cuidados;
que no hay tales abogados
como son lágrimas bellas.
Laura en la corte amparada,
por
huérfana socorrida,
por
hermosa pretendida,
por
discreta celebrada,
casi
espera en su favor
la
sentencia contra mí.
Pues
¿para qué vine aquí,
don
Gómez, si su rigor
dos
veces me ha de querer
mal? ¿Por pobre y por contrario?
La
soberbia es de ordinario
con
riqueza en la mujer.
Volverme quiero sin verla
o, a lo
menos, sin hablarla;
que en
vano pretendo amarla
si no
espero poseerla.
Hacienda en Italia heredo
cuando
me quiten su estado
si no
igual a un potentado,
a lo
menos con que puedo
vivir, sin necesitar
de
parientes caudalosos
que,
vengando aquí envidiosos,
duplicaré mi pesar.
Vénte, don Gómez, conmigo
a
Italia, y verás en ella
la
provincia que mas bella
honra a
Europa. Por amigo
te
tengo; si obligaciones
no te
empeñan, sal de España.
Confiado me acompaña
de que
en todas ocasiones,
como
si fueras mi hermano,
en fe
de nuestra amistad,
entrarás en la mitad
de mi
hacienda.
PETRONILA:
Fuera en vano
satisfacer las mercedes
que me
obligan tu deudor
con
palabras, si es mejor
el silencio. Desde hoy puedes
hacer experiencia en mí
de obligaciones de
esclavo;
pero ni
tu intento alabo,
ni te has de ausentar de aquí.
Prueba tu dicha
primero,
informa
de tu justicia;
que ni
pasión ni malicia
en los
jueces considero
de
esta corte. ¿Qué escarmientos
tu
derecho han desmayado?
TOMASA: Muera,
pues pierde su estado
con
todos sus sacramentos
-- ¡pesia a tal! -- vueseñoría.
¿Qué
mal nos ha de venir
mayor,
señor, que salir
vencidos a sangre fría?
Ame,
informe, solicite,
y venga
lo que viniere.
CONDE: Quien
mal en Madrid me quiere,
que
esté en él no me permite.
Asiste el marqués Octavio
en esta
corte, enemigo
de mi
padre, que en castigo
años ha
de cierto agravio,
mató
al suyo, y le quitó
los
estados que tenía.
El
marqués, que pretendía
vengarse, aunque lo intentó,
no
pudo, desamparado
de
amigos y de caudal;
y
viéndose desigual,
de su
patria desterrado,
en
esta corte pretende
casar
con Laura; y si sabe
que
aquí estoy, querrá que acabe
el hijo
de quien le ofende,
y a
ser su competidor
viene
agora. No me ha visto
jamás;
pero si aquí asisto
y
publicando mi amor
a
Laura, quién soy declaro,
por
fuerza he de despertar
venganzas que ha de intentar
como
pudiere.
PETRONILA:
Eso es claro.
CONDE: Pues
arriesgarme a perder
adonde
ganar no puedo
no es
cordura. Si aquí quedo,
por fuerza tengo de ver
sentencias que me den penas,
celos de competidores,
y desdenes vencedores
de quien oye norabuenas
ya
del pretendido estado.
Don Gómez, no hay tal remedio
como poner tierra en
medio.
Yo
estoy ya determinado.
Sígueme, y fía de mí
cuanto
agora te he ofrecido.
PETRONILA: Yo soy
tan agradecido....
Vargas,
déjanos aquí.
TOMASA:
Déjote; allá dentro espero.
Vase TOMASA
PETRONILA: Que os
he, Conde, de pagar
el
darme tanto lugar
en
vuestras cosas, primero
que
nuestra corte dejéis.
CONDE: ¿De qué
suerte?
PETRONILA: Oidmé agora.
Laura,
aunque os vea, ¿no ignora
quién
sois, puesto que aquí estéis?
CONDE: Sí,
don Gómez; que en Milán
desde
niña se crïó,
y yo en
Valencia del Po,
cuyo
derecho le dan.
PETRONILA: Del
mesmo modo, ese Octavio,
por
vuestro padre ofendido,
¿no os
conoce?
CONDE:
En eso he sido
venturoso.
PETRONILA:
Un medio sabio,
siendo eso así, os asegura
el
pleito desesperado
que
amenaza vuestro estado.
Si en
manos de la ventura
y mías dejáis poneros,
no hay aquí que recelar.
CONDE: Ya
vuelve a resucitar
mi
esperanza sólo en veros;
que
no sé qué inclinación
oculta
me pronostica
dichas
que me certifica
vuestra
mucha discreción.
Desde que os vi, os quiero bien.
PETRONILA: Pues
Laura, conde, se emplea
en
amarme, y no desea
sino
que en su favor den
esta
sentencia enfadosa
para atropellar amantes
en su
pleito negociantes
y darme
mano de esposa.
CONDE: ¿Qué
decís?
PETRONILA: Por orden suya
estoy
en Madrid cual veis.
Como
secreto guardéis,
yo haré
que esto se concluya
a
vuestra satisfacción.
CONDE: ¿Que
por orden suya estáis
aquí?
PETRONILA:
¿Pues eso dudáis?
CONDE: De
vuestra disposición
y talle no es maravilla
que
Laura esté aficíonada.
PETRONILA: Al cabo
de su jornada,
hizo
noche en esa villa,
que
siendo española Atenas,
al
Henares nombre da.
Cursaba yo en Alcalá,
más sus riberas amenas
que sus escuelas famosas.
Vi, la noche que llegó,
un Alba
que se apeó
entre
jazmines y rosas,
de
una litera, al ocaso
del más
nombrado mesón.
Mi
estudiosa profesión
le
salió cortés al paso.
Acompañéla a una sala
con
otros que de mi edad
honraban mi facultad.
Iba vestido de gala;
supe
quién era, a qué iba
a la
corte; regaléla,
y
tomando una vihuela,
ya mi
libertad cautiva,
la
entretuve hasta cenar.
Convidóme, y acepté;
que
estudiantes, ya se ve
que no
se hacen de rogar.
Despedíme ya bien tarde
y ella,
toda cortesía,
mientras que me agradecía
cumplimientos hizo alarde
de
vislumbres de afición.
Madrugué por la mañana,
no el
alma de todo sana,
y, en
fin, hasta Torrejón
que
quiso o no fui con ella
en un
caballo prestado.
Dióme
la litera lado
y
hallé, caminando, en ella
agrados sobre que hacer
amorosos edificios;
que
amor empieza en indicios
fáciles
de conocer.
Despedíme allí, y tornéme,
echando
a la vuelta menos
el
alma, los ojos llenos
de
sentimiento. No teme
el
Amor que es estudiante.
Como
sin alma quedé,
cartapacios arrimé,
graduándome de amante.
Vine
a Madrid, visitéla
en la
huerta donde vive;
y amor,
que alegre recibe
el
huésped que le desvela,
me
ofreció apacible entrada.
Díjela
mi calidad,
ponderé
mi voluntad
a
servirla dedicada.
Mostró severo el semblante,
reprendióme rigurosa
y
alterada -- común cosa
en todo amor principiante --
fuése fulminando enojos;
puesto
que aunque se ofendía,
lo que
la lengua decía,
iban
negando los ojos.
Escribíla de Alcalá;
no me quiso responder;
volvíla
otra vez a ver
y más
apacible ya,
me
permitió visitarla
como
mis atrevimientos
no
explicasen pensamientos.
Prometí
de no enojarla
y
callé; que en la más casta
-- como es la experiencia juez --
si ha
de querer, una vez
que
amor se lo diga hasta.
De
Alcalá a Madrid partidas
y vueltas daban alientos
a amor;
que como los cientos,
todo es
idas y venidas;
pero
nunca la decía
cosa
que en mi amor tocase,
con
que, aunque disimulase,
sentí
yo que lo sentía;
hasta que una vez pedí
licencia para partirme
a Jaen,
por escrirme
mi
padre esperarme allí
mil
de renta, y una dama
para
esposa. ¡Aquí fue Troya!
Que
amor que el secreto apoya
con
celos revienta en llama.
No
pudo disimular.
Llenóme
de descortés,
aleve,
ingrato; y después
de
media hora de llorar,
me
amenazó, si la mano
a otra
que Laura no fuese
daba,
que me apercibiese
a que
la de algún villano
me
había de quitar la vida.
Con
esto, y asegurarla
que no
más que por probarla,
fingí
mi falsa partida,
quedé en su gracia de suerte
que,
amado y favorecido,
al
punto que haya salido
en
favor suyo la suerte
de
la sentencia que espera,
nos
hemos de desposar
y por
Italia trocar
patria
y profesión primera.
Mándame andar recatado
porque
ocasiones desmienta
de quien, amándola, intenta
gozar
en dote su estado.
Llegué, como suelo, ayer
a
verla, y mudé posada
por
temer que en la pasada
han
alcanzado a saber
algo de lo que pretendo.
Apeástesos en ella
y quiso
mi buena estrella
que
vuestros méritos viendo
y la
merced que me hacéis,
amigo y
no opositor,
apadriné
vuestro amor.
Si
celos de mí tenéis,
perdedlos; que yo os prometo,
a fe de
hidalgo, de dar
trazas
que os han de ablandar
a
Laura, por mi respeto.
Y si
con ella os desposo,
que sí
haré -- fiáos de mí --
veréis,
conde, que hay aquí
español
tan generoso
como
el monarca que a Apeles
obligó,
y más a la Fama,
que afirma le dio su dama
en
premio de sus pinceles.
CONDE: Don
Gómez, no quiera Dios
que os
haga yo tal agravio;
no goce
de Laura Octavio
y
lográos con ella vos.
Vuestra gentileza es digna
de su
discreta elección.
Pagad
su justa afición
pues la
suerte os es benigna.
PETRONILA:
Conde, o los dos nos partamos
a
Italia, o si sois mi amigo,
callad y haced lo que os digo
y pues
ya comunicamos
las
almas, sabed que aquí
tengo
prenda a quien le debo
cierta
obligación de nuevo
que
imposibilita en mí
casarme con Laura.
CONDE: Elijo
lo que
me ha de estar tan bien.
¿Que
aquí tenéis dama?
PETRONILA: En quién
por lo
menos tengo un hijo.
CONDE:
¡Jesus! ¿Tan niño?
PETRONILA: Ya están
examinados de padres
niños, por conocer madres
que fruto a los trece
dan.
Como
la vida es tan corta,
suple la naturaleza
defetos
de su flaqueza,
y
plazas el tiempo acorta.
Yo
os he de casar en breve
con
Laura.
CONDE:
Mucho intentáis.
No podréis.
PETRONILA:
Porque veáis
mi
ingenio a lo que se atreve,
escuchad esto que trazo.
A Laura
hemos de ir a ver
agora,
y ha de saber
que
está el conde Galeazo
con
ella y que no sois vos,
porque
Octavio no os ofenda
cuando
vengarse pretenda.
CONDE: Cosas
proponéis, por Dios,
extrañas.
PETRONILA:
Soy estudiante.
CONDE: ¿Quién
ha de hacer a ese conde?
PETRONILA: En la
posada se esconde.
CONDE: ¿Hay
don Gómez semejante?
PETRONILA: No
digáis a la condesa,
la vez
que a hablarla lleguéis,
que de
nuestro amor tenéis
noticia.
CONDE:
Advertencia es ésa
excusada.
PETRONILA:
Pues venid,
y echad
a un lado recelos.
CONDE: ¡Ay,
don Gómez de los cielos!
Dios te
me trujo a Madrid.
Vanse. Salen don HERNANDO, de villano, y
MANSILLA
MANSILLA: Fui
a Málaga a lo soldado,
con las
galas que me diste,
a ver
tu madre que, triste,
por
muerto te había llorado.
Pasé por Yepes y Ocaña,
dos villas de donde el
vino
hace
perder el camino,
bodegas
nobes de España.
Hice
noche en una aldea
donde
un mesón labrador
-que
pudiera ser mejor --
me
alojó a la chimenea
en
un escaño del Cid.
Sobre
cena me pregunta
la
familia que allí junta
estaba,
si iba a Madrid.
Dije
que sí, y que de Italia
soldado
viejo venía
a la
corte y pretendía
una
conduta. La algalia
que
daba olor al vestido
-- porque esto se le pegó
del ser
tuyo -- me abonó,
y yo en él desvanecido
hazañas cuento sin cuento
que
escuchaban abobados;
porque
yo, a fuer de soldados
no vivo
mientras no miento.
Díjeles, entre otras cosas,
que saliendo a pecorea
a la
vista de una aldea
-- que las de allí son famosas --
entré en una casería,
y
hallando el horno encendido,
porque
no fui recibido
con
amor y cortesía
al
huésped y a su mujer
metí
dentro, donde asados,
vengaron a mis soldados,
y nos
dieron de comer;
que
saliendo al alboroto
los
vecinos del lugar,
cuando
me iba a acostar
hallé
mi eseuadrón que roto
a
huír echaba, y que yo
la
cabeza derribé
al
primero, y ésta fue
a dar a
otra, y ésta dio
en otra, y fue de manera
la
cabezada española,
que sin
más golpe ella sola
derribó
toda una hilera.
Creyeron esta aventura,
y
otras, que es nunca acabar,
mas que
cuando en el altar
las fiestas les echa el cura;
porque chanzas de habladores,
comedias de tramoyón,
ensalmos y coplas, son
evangelios labradores.
Estaba una villaneja
oyendo
entre los demás,
tan
carihermosa que atrás
las
amarilis se deja.
Fuéronse a acostar al cabo
los
viejos, y entre la loza
fregatizando la moza
con tal gracia -- no la alabo
cual
merece -- se quedó,
que si
el sol verla pudiera,
para
estropajo la diera
su
dorado moño. Yo,
que
la vi ensuciando espumas,
llego por detrás quedito
y el
sombrero que me quito
la
pongo con banda y plumas;
y
ella entonces, no peñasco
pero
algo requesón ya,
respondiéndome, "Arre allí"
en un espejo, ya casco,
se
fue a mirar al candil
y
arrimando la sartén,
dijo,
"A ver si me está bien."
El
dimuño que es sotil,
hizo entónces de las suyas.
Si Pedro yo de Urdemalas,
y como extranjeras galas
en bobas san aleluyas,
tanto pudieron con
ella,
que a
los ecos de un "Marido
tuyo
soy" -- hechizo ha sido
que encanta
toda doncella --
siendo tálamo el escaño,
la
chimenea madrina,
a vista
de la cocina,
hubimos
año, buen año.
Dueña, aunque no de su casa
la
moza, y ya yo su dueño,
entró
el sol antes que el sueño,
y
caricuerda Tomasa,
-- que este apellido la dan --
me
conjuró que cumpliese
mi
promesa y que volviese,
en
saliendo capitán,
por
ella; y a fe de hidalgo,
que he
de hacerla mi mujer,
si bien
esto no ha de ser
mieéntras capitán no salgo.
HERNANDO: Sí
harás; que si yo, Mansilla,
esposo
de Laura soy,
y dote
honrado te doy,
tu
palabra has de cumplilla.
En
fin, ¿llegaste a mi casa?
MANCILLA: ¡Ah! Sí.
Olvidábame ya;
pero ¿qué mucho, si está
cosquillándome Tomasa?
Guardéte el mejor bocado
para la
postre. Este pliego
te traigo, y en él te llego
a dar plácemes de grado,
puesto que pesares tiene.
Siete
mil de renta heredas
con que
consolarte puedas.
HERNANDO: ¿Qué
dices? Mas Laura viene.
Retirate.
MANSILLA:
¿Para qué,
si te
has de partir al punto
y la
hermana del difunto
te
adora?
HERNANDO:
Retiraté.
MANSILLA: ¿No
sabe que soy tu paje?
HERNANDO: Sí;
pero maliciarán
los que
aquí vienen y van
si
contigo en este traje
me
ven hablar; y no quiero
dar ocasion a malicias.
MANSILLA: Pues prevénme las albricias
que cuando anochezca
espero.
Vase
MANSILLA. Don HERNANDO lee la
carta
HERNANDO: "Llevó
el cielo a vuestro primo Don
Jerónimo,
con lastimoso sentimiento
de
cuantos conocieron su agradable y
malograda juventud, sucediendo vos
en
su mayorazgo, por cláusula que
excluye a las mujeres y llama al varón
más propincuo. Quisiera pagarle
el
amor que me tuvo y consolar su
hermana, haciéndola esposa vuestra.
Su
hermosura y mi gusto pienso que
os
dispondrán a lo que os está tan
bien. Ella y yo os esperamos; y cuanto
más
os detuviéredes, más sentiremos
la
falta suya y vuestra ausencia.
El
cielo os traiga con bien.
Málaga, y abril 14 de 1626 años.
-- Vuestra madre, doña Ana de Zúñiga."
Sale LAURA,
acabando de leer otra
carta
LAURA: "El
cielo os me deje ver... y os prospere
muchos años. Vinaroz y marzo 29 de 1626.
-- El conde Pompeyo, vuestro tio."
¡Don Hernando!
HERNANDO: ¡Laura mía!
LAURA:
¿Jardinero y con papeles?
HERNANDO: El
jardín, filosofía
de
Amor, en estos planteles
me da
lición cada día.
Letras estas flores son,
donde
mi asistencia alcanza
paciencia en la dilación,
en el
temor esperanza,
y paz
en la confusión.
Este
jardin es mi escuela
donde
cursando desvela
el miedo imaginaciones;
sus lazos son mis renglones,
y en sus cláusulas revela
misterios mi amor. Sus hojas
dan materia a mis
cuidados,
encendidos con las rojas,
si
moradas, aliviados,
si
leonadas son congojas.
Ya
con las verdes espero;
con las
azules me abraso,
con las
amarillas muero,
casto
con las blancas paso
y con
las pardas me altero.
En las clicies me mejoro,
con las venus me enamoro,
presumo
con los narcisos,
y hallando en todas avisos,
sufro, espero, temo y
lloro.
LAURA:
Voluntad contemplativa
a sí
misma se hará guerra.
Pero
¿cúya es la misiva?
HERNANDO: Carta
es, Laura, de mi tierra,
que
quiere Amor que reciba
cuando vos del mismo modo
leyendo
salís, en muestra
de que
con vos me acomodo;
pues
siendo, en fin, [maestra,]
manda
que os imite en todo.
Pero
en esa, prenda mía,
según
mostráis alegría
repasando sus concetos,
os
ponderarán discretos
al
autor que los envía.
¿Mas
que su ingenio aplaudís?
¿Mas
que a su dueño estimáis?
¿Mas que su amor admitís?
¿Mas que por él me olvidáis?
¿A desdeñarme venís?
LAURA: ¿Mas
que me habéis agraviado
en
pedirme adelantado
los
celos que estoy temiendo?
Que no
entra en casa riñendo
quien
no se siente culpado.
HERNANDO:
Troquémoslas pues.
LAURA: En ésta
mostrar
lo que os amo puedo,
pues no
ha de tener respuesta.
Truécanlas
HERNANDO: Y en
ésta, que aunque heredo
por
ella, me es tan molesta
esa
cláusula postrera
que a
trueco de no cumplilla
por no
perderos, perdiera
la
corona de Castilla
cuando la del mundo fuera.
HERNANDO lee
recio, y LAURA para
sí
HERNANDO: "La
perezosa tardanza de las galeras
de
Nápoles, sobrina y señora mía me
ha
detenido en Valencia dos meses y
medio. Ya, gracias a Dios, están
en
Vinaroz, y yo embarcado en su Almiranta.
Llegó en ellas el conde Galeazo Malatesta,
primogénito de vuestro opositor, y
violento conde de vuestra Valencia del
Po.
Visitóme, dándome parte de sus deseos,
que son reducir a paces amorosas
pleitos
prolijos. Su presencia,
edad, discreción,
y
cortesia, además de ser vos prima hermana
suya, si he de hablar desapasionadamente,
le
hacen más merecedor de esposo, que de
litigante vuestro. Propongo mi parecer; pero
subordinado a la discreta elección de vuestra
prudencia. El parte a veros con merecidas
esperanzas, y yo a mi gobierno.
El cielo,
sobrina mía, os me deje ver sin pleitos y
con
sosiego en vuestro estado; que si tomáis
mi
consejo y es Galeazo vuestro esposo, no
tardará mucho, etc. -- El conde Pompeyo,
vuestro tío."
LAURA: De
aquí, Hernando, por la cuenta
plácemes podré sacar,
que
envidiosa os llegue a dar
de esta
esposa y de esta renta.
Vuestra madre cuerda os llama;
ya os
espera vuestra prima;
el
mayorazgo es de estima,
y
obligatoria la dama
por
ser hermana del muerto,
madre
la casamentera,
vos su
deudo, y yo extranjera.
Aceptaréis el concierto.
Gocéisos, señor, mil años.
HERNANDO: Para
matarme, uno sobra.
Poned
vos, Laura, por obra
consejos,
cuando no engaños
de
Pompeyo vuestro tío,
pues ya
vuestro primo viene;
que
quien tal padrino tiene,
vencerá el derecho mío.
Pleitos que son embarazo
de la hacienda y la quietud,
atajarlos es virtud;
y más,
siendo Galeazo,
mozo
gallardo, leído,
ilustre, discreto, amante,
vos su
sangre, yo ignorante,
desdichado
y presumido;
que
quien jardines cultiva
donde
malogra sudores
en yerbas que aunque dan flores,
de fruto el tiempo las
priva,
cuando en estéril tributo
pague desvelos de amor,
llorará
esperanza, flor
que
nunca llegó a dar fruto.
¡Qué
mal el gozo se esconde
que el
corazón manifiesta!
Sale un CRIADO
CRIADO: Galeazo
Malatesta,
señora, a quien llama conde
la
gente que le acompaña
entra a
hablaros.
Vase el CRIADO
HERNANDO: Caminó
con
alas que Amor le dio
y si
vuela, no se engaña.
El
mismo sería el correo
de esa
carta precursora.
LAURA:
Retírate, Herrando, agora;
que
pues con celos te veo.
Yo
te confirmo en mi amante;
que los
comprara te juro
por
abonarte seguro,
temerosa no há un instante.
No
receles, vuelve a verme;
que yo
le despediré
brevemente.
HERNANDO:
Pues ¿podré,
hermosa
Laura, atreverme
a
ausentarme, si experiencia
qengo
que ausencia y mujer...?
LAURA: De un
rato ¿qué hay que temer
HERNANDO: Mucho;
que, en fin, es ausencia.
LAURA: Pues
estáte aquí.
HERNANDO: Sí haré;
que
hermosura combatida,
a poca
distancia olvida
y
apetece lo que ve.
Salen TOMASA,
de conde a lo gracioso, y como criados
suyos, el CONDE y PETRONILA
TOMASA: 'Selencia
sea bien llegada.
Mande
cubrirse 'selencia;
que ya
milencia lo está.
Echóme
el conde a galeras,
mi
padre, porque llegase
a
casarme con la priesa
que
requiere esa hermosura,
porque
es muy linda 'selencia.
De
Génova me sacó
la
capitana o sargenta...
¿Fue
sargenta o capitana?
Hola,
don Gómez, ¿cuál era?
PETRONILA:
Sosiéguese vuesiría;
que
esta turbado.
TOMASA: Me prueba
la
tierra; pero ya caigo.
Tengo
la memoria tierna.
Vine en
una galeaza,
que
sería mi parienta
por lo
Galeazo, en fin,
y
pasando el golfo en ella,
comimos
muy mal bizcocho.
Yo le
prometo a 'selencia
que en
esto del bizcochar,
son
malas monjas galeras.
Desembarqué
en Vino-arroz.
PETRONILA: Vinaroz
se llama.
TOMASA: Bestia,
Vinaroz
o Bindarraez,
¿qué
importa mudar dos letras?
Tomamos
postas allí;
que fue
la invención máas fiera.
'Selencia ¿ha corrido postas?
Hablan aparte
el CONDE y doña
PETRONILA
CONDE: Don
Gómez, ¿mas que nos echa
a
perder este ignorante?
PETRONILA: Dejalde
decir simplezas;
que
todo esto importa al caso.
vos
veréis lo que aprovecha.
LAURA: (¿Qué
conde o qué bernardina Aparte
es
éste? ¡Cielos!)
HERNANDO: (Ya alegran Aparte
desmayos mis esperanzas,
casi con recelos muertas.
¡Discreto competidor
nos
viene!)
TOMASA:
Cincuenta leguas
en tres
dias y a la posta,
postillas aposta engendran
en las partes posteriores;
que unas con otras
apuestan
a hacer
pistos o ser pastas
según
blandas se me apestan.
En fin,
ambos acerillos,
si no
papandujas, brevas,
anoche
al cantar los gallos,
llegaron cual digan dueñas;
y yo
con la intercesión
del
buen tío de 'selencia,
que se
embarcó en mi lugar,
y con
cartas me encomienda
a 'selencia,
madrugamos
esta
tarde; y no viniera
en
verdad hasta mañana,
a no soñar en 'selencia
porque ya las dichas postas
pienso que anuncian
viruelas
y están
malas hacia abajo
con
llamarme Malatesta.
LAURA: Hiciera
vueseñoria
una
cosa muy discreta
en
tardarse allá dos años...
digo,
dos días. (Me pega Aparte
el mal
de sus necedades,
y por
necio, le hablo necia.
No sé
lo que le responda.)
TOMASA: Mis baules, que ya llegan,
a 'selencia le darán
dos
celemines de perlas
medidas
por estas manos.
LAURA: La
medida es como vuestra,
señor
conde.
TOMASA:
Y pienso yo
que si
se miran y piensan,
darán
mucho que pensar
a
pensamientos.
LAURA:
(¡Qué bestia! Aparte
¡Piensos todo y celemines!
Miren
con quién me desea
casar
el conde mi tío!
En
verdad que salen ciertas
las
partes de que le abona,
discreción,
cara y presencia!
Debió
de ser ironía.)
TOMASA:
Tráigola más una piedra,
para
todo mal de hijada.
¡Cosa
admirable! 'Selencia
¿es
tocada de este achaque?
Hablan aparte
el CONDE y doña
PETRONILA
CONDE: Don
Gómez, vuestra condesa
está
con razón corrida;
y
puesto que os mira tierna,
señal
de lo bien que os quiere,
siento
mucho el ofenderla.
Saquemos
de aquí este loco.
PETRONILA: Callad,
conde, y no os dé pena.
A don HERNANDO
TOMASA: ¿Sois
vos el que legumbriza
lo
crítico de esta huerta?
HERNANDO: Yo su
jardinero soy.
TOMASA: ¿Hay
noria?
HERNANDO: Sin macho en ella;
mas ya
no nos hace falta.
TOMASA: Pues
mirad. Aunque más vueltas
deis al
rededor vos y él,
sabed
que tengo experiencia;
que es
necedad, porque saca
agua que para otros riega
y él, a
escuras y sediento,
acaba
donde comienza.
No
seáis macho, no seáis macho.
Cogedme
unas berengenas
que en
Italia no se comen,
y vengo muerto por ellas.
Daréiselas a este paje.
Señalando a
doña
PETRONILA
Miralde
bien, y haced cuenta
Que es
mi paje, y que mi paje
Basta
que mi paje sea.
LAURA: (Este
hombre es loco, señores.) Aparte
Sale MANSILLA
MANSILLA: El
marqués Octavio espera
que
vuexcelencia le dé
lugar
para entrar a verla.
TOMASA: (¡Ah, traidor! Ya te cogí.) Aparte
A MANSILLA
Esperáos; hola. ¿'Selencia
tiene
este hombre en su servicio?
LAURA: A casa
acude.
TOMASA:
Pues venga
muchas
veces a la mía.
Tomad
aquesta cadena;
Dásela
que os
la doy porque sois cosa
de
'selencia la condesa.
MANSILLA: Y déme
a mí a pies juntillas
vuesiría, vuesa alteza,
'celsitud, paternidad,
tú,
vos, él, o reverencia,
el par
sin par de esas patas.
TOMASA:
¿Llamáisos?
MANSILLA:
Mansilla.
TOMASA: Oveja
golosa,
y mansa, Mansilla,
mama a
su madre y la ajena.
Algo me
oleis a mamón.
Idme a
ver cuando anochezca;
y vos,
jardinero hermano,
siempre
que mi paje os vea,
dadle
gusto y regaladle,
y corra
esto por mi cuenta.
Y pues
la aguardan visitas,
quédese
con Dios 'selencia
qe yo
la veré mañana,
o
esotro, o cuando Dios quiera.
Vanse doña
PETRONILA, el CONDE y
TOMASA
LAURA: ¿Qué os
parece el desposado,
Hernando?
Con ironía
HERNANDO:
Que en competencia
de tal
gracia y discreción
ya los
celos me hacen guerra.
LAURA: ¡No me
la hicieran a mí
más los
que de vuestra tierra,
con
mayorazgos y primas,
os
sacan de mi obediencia!
HERNANDO: El alma
sí, mi amor no.
Id, que
el marqués os espera
y,
ojalá, condesa mía,
que
como el conde os parezca!
Vase LAURA
MANSILLA: ¿Conde es éste?
HERNANDO: Y condenado.
MANSILLA: Dirás a
bobuna eterna.
HERNANDO: ¿En qué
lo echaste de ver?
MANSILLA: En que
me dio la cadena.
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