Sale el DUQUE
DUQUE:
Honor, si dais licencia a que fabrique
sospechas el temor que os desvanece,
a
Enrique la duquesa favorece
¿osaréis afirmar que quiere a Enrique?
Por ella es mayordomo; multiplique
nobles cargos en él, pues los
merece;
las consulta le alcanza.
Bien parece
que a
un sabio mis despachos comunique.
Hízole conde; ya, sospechas, pasa
de lo justo el favor que manifiesta
quien
con tanta eficacia a honrarle acude.
Yo,
honor, no afirmo que por él se abrasa;
mas
para deslucir su fama honesta,
basta
dar osasión a que se dude.
Sale LEONORA
LEONORA:
Dícenme que vuestra alteza
me
llama.
DUQUE:
Hoy te has de casar.
El
marqués, que á tu belleza
adora,
no da lugar
a tu
espaciosa tibieza.
LEONORA: ¿Con
tanta aceleración
sin
estar apercebida?
DUQUE: Amor
todo es prevención.
LEONORA: Ansí
alargue Dios tu vida
y te dé real sucesión,
que el plazo dilates
más.
DUQUE: Causa a sospechar me das
mil
desatinos, Leonora.
Si el
marqués tu luto adora,
si por
él tan ciega estás
que
los papeles le escribes
que tu
liviandad señalan,
si en Belpaís le recibes,
si a
atrevimientos que escalan
honras,
rejas le apercibes,
¿por
qué con vanas excusas
lo que
apeteces rehusas?
LEONORA: Temo
causar a Isabela,
que ya estas cosas recela,
la
muerte.
DUQUE:
De engaños usas
más
que de piedad con ella.
Ya no
tienes que temer
ni
casarte, ni ofendella.
Del
marqués te quiere hacer
gracia. Aprovéchate de ella.
Todo
tu amor ha sabido,
y más
que tú recatada,
pone su
amor en olvido.
LEONORA:
(Sospecha, ya averiguada,
Aparte
si mi hermana ha aborrecido
a
Ludovico, ¿quién duda
que en
Enrique su amor muda?)
DUQUE:
Determínate, Leonora;
que has
de estar dentro de un hora
casada,
si fuiste viuda.
LEONORA:
Señor, en caso tan grave
darme
mas plazo es razón.
DUQUE:
¿Quieres que tu vida acabe?
LEONORA: Importa
la dilación.
DUQUE: ¿Di por
qué?
LEONORA:
Enrique lo sabe.
Comunícalo
con él;
que es
discreto, sabio y fiel
y si no
te disuadiere
de tu
intento, y persuadiere
a que
en eso eres crüel,
yo
me casare al momento.
DUQUE: Si en
eso está tu cuidado,
aunque
ignoro el fundamento,
Enrique
me ha aconsejado
que
abrevie tu casamiento.
LEONORA:
¿Quién, señor?
DUQUE: Enrique.
LEONORA: ¿Cómo?
¿Quién
dices?
DUQUE:
Enrique el fiel,
cuyos
pareceres tomo;
el
conde de Moncastel,
secretario y mayordomo.
LEONORA: ¿Ése
es posible que diga,
contra la fe que le obliga
a cosas
que le he fïado,
que me
cases? ¿Él te ha dado
tal
consejo?
DUQUE:
No prosiga
tu
torpe lengua adelante;
que ya de
Isabela sé
que ese
vil hombre es tu amante
y tu
engaño averigüé
con
industria semejante.
Isabela, que mejor
que tú
guarda los respetos
de su calidad y honor,
penetrando los secretos
de tu
descompuesto amor,
tus
desvelos ha advertido,
y
remedio me ha pedido
del
honor que tiranizas,
con que
agravias las cenizas
de tu
difunto marido.
Que
estás perdida me dijo
por ese
Enrique villano,
de un
pobre soldado hijo;
y no
afirmándolo en vano,
dos
cosas de aquí colijo
o que éste fue el que admitiste
a que
celase tu fama
y el
vil papel escribiste,
por
quien la amorosa llama
de
Ludovico fingiste;
o
que si el marqués ha sido
hasta aquí de ti querido,
con
afrentosas mudanzas
a
Enrique das esperanzas,
y a
esotro desdén y olvido.
Mas
como quiera que sea,
yo haré
que en ese traidor
severos castigos vea
Alemania, del rigor
que en
mi justicia se emplea.
El
tálamo que esperaba
cuando
tu amor escalaba,
hoy un
cadalso ha de ser,
donde
Cleves pueda ver
la
deslealtad cómo acaba.
Hace que se va
el DUQUE
LEONORA:
Señor, señor, oye, espera.
(¡Ay,
Enrique desdichado!) Aparte
Que te
engaña considera
quien
celosa te ha informado
contra
mí de esa manera.
Cuando a ese hombre des la muerte,
yo sé
que la llorará
más que
yo la que te advierte
que mi
amor causa te da
a tratarme
de esa suerte.
Si
yo te hubiera mentido,
o el
marqués no hubiera sido
el
blanco de mi cuidado,
¿confesárase él culpado,
preso
por ti y ofendido?
¿Niega ser la escala suya
de
tanto daño ocasión?
¿No
viste la espada tuya
en su
cinta? ¿Qué razón
hay que
en contra de esto arguya?
Quien te pidió para él
tantas
cosas en un día,
tanta
consulta y papel,
la
mayor mayordomía,
la
villa de Moncastel,
cuando contra mí publique
falsedades que fabrique
de sus
celos la eficacia,
¿está
confirmada en gracia
que no
puede amar a Enrique?
DUQUE: (¡Ay
cielos! Cierra la boca Aparte
contra
mi honor, atrevida.)
Que a
no mirar que estás loca...
LEONORA: A lo
menos ofendida
de
quien a esto me provoca;
pero
ya determinada
de dar
la mano al marqués,
hazle
llamar, pues te agrada
y
advierte que de Enrique es
en palacio...
DUQUE:
¿Qué?
LEONORA: No es nada.
Vase LEONORA
DUQUE:
Alto. Mi imaginación
salió,
cielos, verdadera.
No son
mis celos quimera.
Certidumbres
sí que son.
Buena
anda ya mi opinión,
pues
Leonora me declara
lo que
a no saber, no osara.
Honra,
ya os lloro por muerta;
que si
la injuria no es cierta,
no se da con ella en cara.
Quien me pidió para él
tantas
casas en un día,
la
mayor mayordomía,
la
villa de Moncastel,
tanta
consulta y papel...
¿Qué
bien arguyó Leonora!
La
duquesa a Enrique adora,
y el mayordomo traidor,
por ser en todo mayor,
mayor mi injuria hace
agora.
Mas
¿si la sospecha ciega
mi
hermana engañó también?
Eso no;
que los que ven
más
alcanzan que el que juega.
Lo
afirma el temor, niega
la fe
que es bien que dedique
a mi
esposa, aunque fabrique
culpas;
pero en tal desgracia,
no está
confirmada en gracia,
que
bien puede amar a Enrique. b
Gobernadme vos, prudencia.
No deis
lugar a la ira
que
cuando con pasión mira,
hace al engaño evidencia.
Nunca
el cuerdo juez sentencia
por
indicios los castigos,
Aún de
los más enemigos;
y si
mis celos la acusan,
sus
virtudes la recusan,
pues no
valen por testigos.
Sale LUDOVICO,
hablando para sí al
salir
LUDOVICO: Todo
soy confusiones,
celos, penas, congojas y pasiones.
Leonora me desvela;
desdenes me atormentan de Isabela.
Si entre las dos navego,
por Scila y por Caríbdis, de amor
ciego,
dará al traste conmigo
niño
piloto, cuyo rumbo sigo.
DUQUE:
Ludovico, ¿qué es eso?
LUDOVICO: Cárceles,
gran señor, que libre preso
padezco, y cuando ordeno
desenlazarlas más, más me encadeno.
DUQUE:
Culparéisme de ingrato
porque
palabras dadas os dilato
y no os
doy a Leonora;
pero casándoos hoy, si plazos
llora
Amor
que todo es prisa,
convertiréis, marqués, llantos en risa.
Hoy
quiero desposaros;
hoy mi
hermana su dueño ha de llamaros.
LUDOVICO: ¿Quién,
gran señor?
DUQUE: Leonora,
por
quien mudanzas vuestras siente y llora
Isabela
olvidada.
LUDOVICO: Ya
Leonora, señor, tiene ocupada
la
voluntad, que apenas
el alma
rescato, cuando en agenas
prisiones la cautiva.
¡No
quiera Dios que por mi causa viva
sin
gusto su belleza,
siendo
tirano de ella vuestra alteza!
DUQUE: ¿Qué
decís?
LUDOVICO: Que resuelto
a no
ofenderla, la palabra os suelto,
pues si
a otro el alma ha dado,
y con
ella me casa mi cuidado,
¿de qué
sirve que en calma
su cuerpo
goce yo, y Enrique el alma?
DUQUE:
¡Enrique! ¿Cómo es eso?
LUDOVICO: Empresa
es de Leonora, y él su preso.
DUQUE: ¿Quién
dijo tal mentira?
LUDOVICO: El alma
que Argos toda a Enrique mira,
y para
darme enojos,
Enrique
es todo lenguas, si ella es ojos.
Yo oí,
señor, llamalla
du
bien, su cielo...
DUQUE: Calla, marqués,
calla;
que no
es bien que desdores
de esa
suerte a mi hermana. Tus
amores,
por ser cual tú mudables,
te obligaran a que en su
ofensa hablas
tan
libre y sin consejo,
cuando
es mi hermana de Alemania espejo.
Habráste reducido
al amor de Isabela, agradecido
a lo
que su firmeza
merece,
que es igual a su belleza.
Bien,
marqués, me parece.
Si tú
la quieres bien, ella padece.
No
intento violentaros.
Al
punto habéis los dos de desposaros.
Perdonará Leonora;
que es
más antigua, en fin, su opositora.
LUDOVICO: ¿Yo,
señor, e Isabela
desposarnos?
DUQUE:
Si la amas, ¿qué recela
tu
confusión dudosa?
¿No
merece mi hermana ser tu esposa?
LUDOVICO: Yo,
gran señor, he sido
quien
llora por no haberla merecido.
Ya ella
te ha excusado
con cuerda prevención de ese cuidado.
Casada
es ya Isabela.
DUQUE: ¿Qué
dices? ¿Estás loco?
LUDOVICO: Amor que vuela,
ligeramente alcanza
la
posesión, que sigue a la esperanza.
Belpaís
sea testigo,
pues su
tercero fue, de esto que digo.
DUQUE:
¿Isabela casada,
y yo
ignorante de eso?
LUDOVICO: Retirada,
en
Belpaís, sus flores
ocasionaron tiernas sus amores.
DUQUE: No es
posible que crea,
sino
que tu mudanza que desea
varïar
cada instante
objetos
amorosos, la levante
mentiras que no creo.
Servístela primero, y el deseo
que
cuantas ve apetece,
por
Leonora después se desvanece.
Despertaste en su luto
difuntos pensamientos que sin fruto
permitieron escalas,
con que tu culpa a tu mudanza
igualas.
Cogióte
mi cuidado
asaltando su honor, y habiendo estado
tan
justamente preso,
me
confesaste tu liviano exceso.
Yo
entónces deseoso
de
soldar este daño, hacerte esposo
prometí
de Leonora,
y
afírmasme que quiere a Enrique agora.
Creí
que reducido
al amor
de Isabela, habías fingido
contra
ella aquese engaño;
doyte a
Isabela, y para mayor daño
de su
fama injuriada,
me
dices que con otro está casada.
¿Qué es
esto, Ludovico?
Mil
cosas en tu daño verifico.
Mientras
no me dijeres
el
autor de este insulto, creeré que eres
tú solo
el que desdora
la fama
de Isabela y de Leonora
y
vuelta en aspereza
sin
piedad, no aseguro tu cabeza
mientras no me revela
quién
es quien me agravió con Isabela.
¡El
cielo eterno vive,
que el
agravio y deshonra que recibe
Leonora
despreciada
por ti,
después de fe y palabra dada
de
casarte con ella,
y la
que en Isabela se querella
del
agravio que la haces,
si
dándole el amor no satisfaces
a lo
que no es creíble,
en Cleves has de ser ejemplo horrible
de ingratos y de aleves,
que
escarmiente con tu muerte Cleves.
LUDOVICO: Señor,
ya es el secreto
dañoso
en mí. Perdone su respeto
y
advierte que el que puso
en tu
palacio escalas, y dispuso
profanar atrevido
el real
honor que tanto has ofendido,
no ha
sido yo.
DUQUE:
¡Otro engaño!
LUDOVICO: Isabela
fue causa de ese daño.
Ella al
amor rendida
de un
hombre desigual en sangre y vida
a su
augusta nobleza,
escalas
permitió que tu grandeza
abatiesen, no en vano,
pues de
esposa le dio palabra y mano.
Éste
llevó tu espada
la
noche para mí tan desdichada,
víspera
de aquel día
en que
cayendo yo, quebré la mía.
Pedísela, ignorante
que sucediese
caso semejante;
pues si
yo te ofendiera,
claro
está que con ella no viniera
a
provocar tu furia,
y
hacerme delincuente de tu injuria.
Prendísteme por ella,
formando
mi prisión de ti querella.
Contóme
temeroso
todo
este caso el encubierto esposo
de
Isabela, engendrando
celos
mi amor en que me esté abrasando.
Conjuróme, en efeto,
a que guardase contra mí el secreto
de tan
ciego accidente,
haciéndome, cual viste, delincuente
del
insulto que digo.
Soy
bien nacldo, en fin, y él es mi amigo
y, así
contra mis celos,
a costa
de pesares y desvelos,
culpado
me confieso,
y a
Leonora atribuyo este suceso,
porque
mudando en ella
el amor
de su hermana ingrata y bella,
mejor te
dispusiese
a que
de esposa mano y fe me diese;
mas
viendo que ama a Enrique,
puesto
que es bien que celos multiplique,
no
querrá Dios que tuerza
su gusto,
y que casándose por fuerza
sus
lágrimas permita.
Leonora
a Enrique en su favor admita
porque
yo desde agora
a
lsabela renuncio y a Leonora.
DUQUE: ¡Qué
de engaños que os ha hecho
el
amigo que ocultáis!
Mal de
Isabela pensáis;
mal de
Leonora sospecho;
No
debéis callar quién es
el que
os ha sido traidor.
LUDOVICO: Di mi
palabra, señor,
de no decirlo.
DUQUE:
Marqués,
no
ocasionéis más mi enojo.
Decidme
cómo se llama
el
violador de mi fama.
LUDOVICO: Por
mejor la muerte escojo
que
ir contra el juramento
y
palabra que le di.
Basta
lo que he dicho aquí.
DUQUE: Pues si
en ese fundamento
corre riesgo la opinión
que
sospechoso os desvela,
porque no
deis a Isabela
culpas
que suyas no son,
y
podéis saber cuán fiel
amigo
el tiempo os señala,
ved por
quién puso la escala,
en ese
roto papel.
Dale el DUQUE
los pedazos de papel que recogió
en el primer acto, y vase
LUDOVICO: ¿Qué
es esto, cielo? En pedazos
letras
de Leonora veo.
¡Oh
amor, confuso Teseo!
¿Cuándo
saldré de estos lazos?
Lee
"Duque
a caza," en éste dice.
Nada
colijo de aquí.
Lee
"Noche
la escala," ¡Ay de mí!
¡Qué
presto me satisfice
de
engaños que Enrique pinta!
Por
Leonora fue la escala,
que, en este papel señala.
Lee
"La
respuesta en esta cinta..."
Ya
me dijo que tercera
fue una
cinta de su amor.
Basta,
que Enrique es traidor.
¿Hay
mas confusa quimera?
¡Válgame el cielo! ¿A qué efeto,
si
Leonora fue su dama,
ofendió
Enrique la fama
de
Isabela? A ser discreto,
como
tiene la opinión,
¿más
acertado no fuera,
que la verdad me dijera,
sin que
la reputación
de
Isabela peligrara,
ni dar
materia a mis celos?
Sospechas, viven los cielos,
que he
visto la traición clara
con que Enrique al duque ofende,
a
Leonora, a Diós y a mí.
Al
duque, pues ama ansí
a su
hermana y la pretende;
a
Leonora, pues la olvida
por
Isabela, después
que su
esposa dice que es;
y a mí
la fama ofendida
de Isabela, pues me jura,
que, mi amor
menospreciado,
mano de
esposo le ha dado.
¿Gozaría la hermosura
de
Leonora, y viendo luego
a
Isabela, mudaría
en ella
su amor? Sí haría;
que por
eso pintan ciego
a
este dios, pues no repara
en
leyes ni inconvenientes.
Por
atajar los presentes
de mi
amor, es cosa clara
que
me persuadió a querer
a
Leonora -- ¡arbitrio extraño! --
para
que con este engaño
no le
pudiese ofender
mi
amorosa competencia,
quedando su pretensión
libre y
sin oposición.
No hay
duda; esto es evidencia.
Pero
-- ¡cielo! -- a dos hermanas
osa
pretender un hombre
sin que
el peligro le asombre?
¿Sin
temer leyes cristianas?
Áunque para tanto agravio
salida
hallará su ciencia;
que la
mas ancha conciencia,
dice el
vulgo, es la del sabio.
El viene
aquí. Honrosa muerte
es
dársela por mi mano.
La de
un verdugo villano
el
duque darle concierte;
que
declarándole ya
toda la
verdad que ignora
a Dios,
a mí y a Leonora
juntamente vengará.
Sale ENRIQUE
hablando aparte al
salir
ENRIQUE: (Por
haber Leonora dado
en que
a Isabela pretenda,
me ha
de perder, sin que entienda
su
cíega razón de estado.
¿Cuándo en tu jurisdicción,
Amor,
que en vano resisto,
razón
de estado se ha visto,
si
nunca amas por razón?
Pero
el marqués está aquí.
LUDOVICO: A estar
vos menos culpado,
y yo no tan injuriado,
satisficiera por mí
la
venganza merecida
de
tanto engaño y enredo;
pero
como no lo quedo
con
privaros de la vida,
remito a otro ejecutor,
digno
de vuestras traiciones,
las
justas satisfacciones
que
suelen dar a un traidor.
ENRIQUE:
Ludovico, ¿habláis conmigo?
LUDOVICO: ¿Pues
con quién tengo de hablar
de esta
suerte?
ENRIQUE: Doy lugar,
por
haber sido mi amigo,
a
vuestro enojo y mi agravio.
LUDOVICO: ¿Con
cuántas almas vivís,
que en tantas las repartís?
¿Vos sois noble? ¿Vos sois
sabio?
¿Pueden dar
dispensación
las
letras de que os preciáis,
para
que a un tiempo queráis
dos
hermanas? ¿Hay razón
para
injuriar a Leonora,
y amar después a Isabela?
Poned en África escuela,
pues
tenéis el alma moro
si
es que sus leyes tiranas
vuestro
desatino admiten,
y en su
Alcorán os permiten
casaros
con dos hermanas.
ENRIQUE: ¿Qué
decís, marqués? ¿Qué es eso?
De mi
templanza aprended
a
enfrenar enojos.
LUDOVICO: Ved
de vuestro
insulto el proceso
en
este papel agora.
Dale los
pedazos de papel
¿Conocéisle?
ENRIQUE:
En sus renglones
de
Isabela leo razones,
y la
letra es de Leonora.
LUDOVICO: ¡Qué
decís? Pues ¿a qué efeto
Isabela
necesita
de
ajena pluma, e incita
a que
peligre el secreto
con
que me afirmáis que os quiso?
ENRIQUE: ¿Pues agora ignoráis vos
que no hay secreto en las dos
de que no se den aviso?
¿Cómo lograrse pudiera
tan
dificultoso amor,
si de
Leonora el favor
de mi
parte no estuviera?
Ella en la amorosa quinta
fue
nuestra tercera fiel.
LUDOVICO: Pues
¿de qué sirvió el papel
cada
noche de una cinta
con
tanta industria colgado,
si fue
su hermana Leonora,
de vuestro amor sabidora?
ENRIQUE: Por no
fïar de un crïado
negocios de tanto peso;
pues
mal Leonora podía
dármelos, cuando vivía
en su
mismo cuarto.
LUDOVICO:
En eso
decís bien; pero ¿por qué
es la
letra de Leonora,
pues
Isabela no ignora
el
escribir?
ENRIQUE:
Eso fue
un
día que estuvo mala;
que quien el alma le fía,
también
fïarle podía
un
papel.
LUDOVICO:
En fin, ¿la escala
fue
para Isabela?
ENRIQUE: Pues
¿podéis vos dudar en eso,
si os lo dije estando
preso?
Dadme
crédito, marqués.
LUDOVICO:
Hiciéralo, a no pensar
que me engañáis. Sabéis mucho;
convencéisme, si os
escucho.
Mis
celos me hacen dudar
de
que olvidando a Isabela,
queréis
ya bien a Leonora.
ENRIQUE: Ella
saldrá por fiadora
de que
no hay en mi cautela;
preguntadla si escribió
ella
misma ese papel,
y si
las palabras de él
Isabela
las notó,
y
perderéis el recelo
que
tenéis, marqués, de mí.
LUDOVICO: Si yo
llamarla te oí,
"Leonora, mi bien, mi cielo"
Cuando de ti se apartó,
¿no he
de juzgar que la adoras?
ENRIQUE: Como la
ocasión ignoras
que tu
mudanza la dio,
tuerces, marqués, el sentido.
Publicaste por su amante,
y cuando me ves delante,
honrado
y favorecido
de
Isabela, a hablar con ella
vas, y
dejando a Leonora,
causas
celos que hasta agora
agravian tu vida bella.
Viendo el desprecio, a sus ojos,
juró
venjarse de mí
que
ocasión de amarte fui,
y agora de sus enojos.
Amenazóme por esto
que al
duque había de decir
nuestro
amor, y descubrir
cuanto
la hizo manifiesto
nuestra necia confianza;
y ansí,
lleno de recelo,
la
llamé "mi bien, mi cielo,"
por
aplacar su venganza.
Mira
cuán diverso fue
de la
verdad tu sentido!
LUDOVICO: Alto,
yo estoy convencido.
A ver a
Leonora iré,
y si verdaderas son
las disculpas que me bas dado,
y mi amor le da cuidado,
yo le
pediré perdón,
cumpliendo del duque el gusto
que hoy
me quiere desposar
con
ella.
Vase LUDOVICO
ENRIQUE:
¿En qué ha de parar
tanto
enredo, Amor injusto?
Sacadme ya de cuidado.
¡Mal
haya el amante, amén,
que a
quien jamás quiso bien,
ama por
razón de estado!
Sale LEONORA
LEONORA: Gran
peligro, Enrique, corre
tu
vida, si no te ausentas;
y en ausentándote tú,
me puedes llorar por muerta.
El duque lo sabe todo;
vendido
nos ha Isabela;
mis
desdichas y su aviso
aumentaron sus sospechas.
Véte,
Enrique de mis ojos,
que
peligra tu cabeza.
Mas
¡ay, de Leonora triste,
si te
partes y la dejas!
Estas
razones de estado,
que en
el del amor violentas,
engañan
tanto estadista,
nuestro
amor vuelven tragedia.
Por
asegurar al duque,
te
dije, que no debiera,
que
amar fingieses mi hermana;
hechizóle tu presencia.
Si de burlas la serviste,
encendiéronse de veras
rayos
de su voluntad,
y
abrásanla sus centellas.
Celos,
mi Enrique, la obligan,
creyendo que la desprecias,
a mujeriles venganzas.
¿Quién
podrá librarte de ellas?
¡Mal
haya la dama, amén
que
ocasiona con su prenda
voluntades tornadizas,
a toda
ocasión dispuestas!
Véte,
esposo; amores, véte
antes
que el duque te prenda.
No te
despidas, excusa
palabras en llanto envueltas;
que si
por verte partir
mudo,
mi bien, me atormentas,
¿qué
han de hacer ponderaciones
animadas con ternezas?
¿Qué
aguardas?
ENRIQUE:
¡Ay prenda cara!
¡Y qué
caro que me cuesta
amar
por razón de estado.
No
dilates con mi ausencia
mi
tormento; aquí es mejor
muriendo, mi bien, que tengan
fin mis
males con mi vida.
LEONORA: No,
amores, vive tú y deja
a tu
esposa prolongados
siglos
de llantos y penas;
doblarán ausencias tuyas
con mi
luto mis tristezas.
Pero
llévame contigo...
mas no,
que el honor recela
licenciosas invectivas
del
vulgo, monstruo de lenguas.
Vete, adiós, no aguardes más.
Moriréme si te quedas.
No me
abraces ni repliques.
Vete
antes que el duque venga.
ENRIQUE: Si tú,
amores, de eso gustas,
adiós.
LEONORA: Adios.
Oye, espera.
¿Tan
secamente te partes?
¿No me
abrazarás siquiera?
¡Sin
decirme una palabra,
sin una
mano, una muestra,
un
suspiro, un ay, un voyme,
con que
piense que te pesa!
¡Ah,
ingrato!
ENRIQUE:
Pues, dueño mío,
si me
enmudeces la lengua,
si, sin
despedir, me mandas
partir,
¿de qué formas quejas?
¡Plegue
a Dios, aunque te enojes,
si,
aunque más peligros tema
del
poder, que estando airado
no
halla a furias resistencia,
de este
puesto me ausentare,
donde
inmóvil como piedra,
a
desdichas dé venganzas,
antes
de morir te vea
en los
brazos del marqués.
LEONORA: Tengo
el alma, mi bien, llena
de
ciegas contradicciones;
no te espantes
que esté ciega.
Pero ya
que no te partes,
porque
tu vida entretenga
plazos
que la muerte acorta,
engañemos a Isabela.
Finge,
pues te adora, amarla,
satisface
a sus sospechas,
dila
mil males de mí,
escríbela mil ternezas.
Anda,
nótala un papel;
que yo
quiero ser tercera
esta
vez contra mí misma.
Yo te
traeré la respuesta.
Yo la
diré, Enrique mío,
qe como
por bien lo tenga,
seré
del marqués esposa,
porque
tú suyo lo seas.
Podrá
ser que de esta suerte
reducir
al duque vuelva,
diciendo que se engañó.
¡Buena
traza, Enrique, es ésta!
Anda, y
trae el papel luego.
ENRIQUE: Mi
bien, ¿por qué me encomiendas
cosas
de que ha de pesarte,
si me has de reñir por ellas?
LEONORA: No
hayas miedo, date prisa.
Yo
gusto de ello. ¿Qué esperas?
De mí
le escribe mil males.
ENRIQUE: Mira
bien, esposa bella,
lo que
me mandas.
LEONORA: Acaba.
ENRIQUE: Yo voy,
pero ¿si te pesa,
y lo
que dije de burlas,
me lo
atribuyes a veras?
LEONORA: No
tengas temor.
ENRIQUE: Voy, pues
LEONORA: Oye.
¿Es posible que llevas
ánimo de decir mal
de mí?
ENRIQUE: ¿No me lo aconsejas?
LEONORA: Pues
¿sabráslo tú decir?
ENRIQUE: No sé.
Extraña estás.
LEONORA: Ve, y deja
para
necios mis temores;
que toda celosa es necia.
Mira
que te espero aquí.
ENRIQUE: Luego
vuelvo.
LEONORA:
Oye. No seas
criminal contra tu esposa;
cuando
digas faltas de ella,
blanda
la mano, mi Enrique.
ENRIQUE: Ya no
quiero escribir letra.
LEONORA: Sí ,
sí, escribe, que es forzoso;
pero,
Enrique, no quisiera
que te
saborearas tanto
escribiéndola finezas,
que las
que al papel hurtares,
guardes
a la cabecera.
ENRIQUE: ¡Oh,
qué extraña que estás hoy!
LEONORA: Son
dulces palabras tiernas,
y a
quien anda entre lo dulce,
mi
bien, algo se le pega.
ENRIQUE: Pues dejémoslo.
LEONORA: Eso no.
Ya te
digo que estoy necia
vé, no
me digas palabra;
que te
diré mil simplezas.
Vase
ENRIQUE. Sale ISABELA
ISABELA: Poco
la sangre te obliga
para que seas humana
conmigo; llámasme hermana,
y
hácesme obras de enemiga.
Túvome el marqués amor,
y
usurpásteme al marqués;
persuadísteme después
que a Enrique hiciese favor
porque ansí le diese
celos,
y tus
consejos seguí;
Celos
al marqués le dí,
a
Enrique di el alma. ¡Ay
cielos!
¡Qué mal hice! ¡Y qué
mal haces,
pues mi
muerte solícitas!
Al uno
y otro me quitas,
y a ninguno satisfaces.
Leonora, acabemos pues,
y sepamos a quien amas
si
Enrique aumenta tus llamas,
déjame libre al marqués;
si
el marqués te está mejor,
desocúpame a mi Enrique.
LEONORA: ¡Tuyo!
¿Cómo?
ISABELA:
No fabrique
nuevos
enojos tu amor.
El
duque intenta casarte
con
Ludovico, Leonora.
Celosa
de que te adora,
quise
desacreditarte
diciéndole que admitías
de
Enrique nuevos deseos,
y con
iguales empleos
a su
amor satisfacías.
Indignado el duque está
contra
Enrique y contra ti,
y como
no sea por mí,
su vida
peligrará.
Haz
por mí y por él, Leonora,
una
cosa solamente.
Ser mi
esposo le consiente;
da al
marqués la mano agora;
que
siendo Enrique mi esposo,
y
haciéndole desterrar,
daré al
enojo lugar
del duque que está furioso;
y
estando ausente, podrémos
hacer
este estorbo llano,
y
apaciguando a mi hermano,
a
Cleves le volverémos.
Nada
arriesgas, si al marqués
quieres
tanto como dices;
que sus
bodas solenices
y
apoyes la mía después.
Mira, hermana de mi vida,
que
estoy por Enrique loca.
LEONORA: Pues no
te cabe en la boca,
bien
muestras que estás perdida.
Por mí, hermana, más que luego
os caseis. ¿Mas sabes tú
que querrá Enrique?
ISABELA: ¡Jesú!
Téngole
de amores ciego.
Júrame tú de callar
a mi
hermano lo que pasa,
verás
cuán presto se casa
conmigo.
LEONORA:
¿Y él da lugar
a
eso?
ISABELA:
¿Pues no te digo
que á
no recelar de tí,
ya me
hubiera dado el sí?
La
duquesa sea testigo,
que
por la merced que me hace,
nuestros amores alienta.
(Amor,
haced, aunque mienta, Aparte
pues
Enrique os satisface,
que
me le deje Leonora.)
LEONORA: En fin,
¿Enrique te quiere?
ISABELA: Ya te
digo que se muere,
si no
me ve de hora en hora.
¿Qué
papeles no me ha escrito?
¿Qué
noches no me ha rondado?
¿Qué
versos no me ha enviado?
Quiéreme, hermana, infinito;
sólo
dice que te debe
más
antigua obligación,
y que
por esta razón
está
dudoso.
LEONORA:
(¡Oh aleve!) Aparte
ISABELA:
Leonora, haz lo que te digo.
LEONORA: Ese
Enrique es todo engaño,
hermana; más ha de un año
que
está casado conmigo.
Vase LEONORA
ISABELA: ¿Un
año? ¡Buen desatino!
pero --
¡ay cielos! -- que sí hará,
pues de
Belpaís está
su
quinta y monte vecino,
donde el crüel se retiró.
Mudemos, alma, deseos;
dejemos
locos empleos.
Leonora
se declaró.
Si
su esposo ha un año que es
Enrique, de su mudanza
ya el
marqués me da venganza.
Perdonad, alma, al marqués.
Volvedle otra vez a amar;
que si,
en fe de que esto ignora,
hasta
aquí sirvió a Leonora,
viendo
ocupado el lugar
que creyó adquirir en vano,
por
fuerza me ha de querer.
¡Ay
Leonara! ¡Al fin, mujer!
¡Ay
Enrique! ¡Al fin, villano!
Sale LUDOVICO
LUDOVICO: Ya
que el cielo determina
mi
vida, Isabela hermosa,
y no
podéis ser mi esposa,
sed
siquiera mi madrina.
El
duque con vuestra hermana
me
casa; ella lo ha pedido.
Lo que
con vos ha perdido,
con Leonora
mi amor gana.
Ni
me desposa una quinta,
donde
su flor os regala,
ni mi
amor rejas escala,
ni es
mi tercera una cinta,
de
papeles estafeta
que el
ingenio y el temor
cuelgan, pagando el honor
los portes. Vos sois discreta,
discreto esposo
escogistes,
puesto
que no vuestro igual.
Amor de sí es liberal;
por eso el alma le
distes.
Pues
mi suerte se mejora,
la
vuestra se multiplique,
siendo
vos dueño de Enrique,
y yo
esposo de Leonora.
ISABELA: Marqués, ¿qué escalas son éstas
que dos veces os he oído?
¿Qué quinta tercera ha
sido
de
aficiones descompuestas?
¿Estáis en vos? ¿Qué decís?
LUDOVICO: Estoy
yo muy obligado
a
Enrique, que me ha fïado
secretos de Belpaís;
de
quien hace él confïanza,
bien la
podéis vos hacer.
Ya sé
que sois su mujer;
que
esto en fortuna se alcanza.
Razones de carta rota
he visto ya, donde en suma
Leonora
aplicó la pluma
y vos
pusistes la nota.
Si
ya Enrique me contó
el modo
con que os hablaba
cuando
en Belpaís entraba:
la escala que malogró,
el
duque, y todo el suceso,
hasta
darle vos la mano
de
esposa, si cortesano,
por
librarle estuve preso.
¿Qué
intentáis con encubrir
lo que sabe el duque ya?
A
vuestra hermana me da;
baste,
Isabela, el fingir;
que
yo ni puedo ni quiero
desazonar vuestro amor,
sino
ser más servidor
vuestro
desde hoy, que primero.
ISABELA:
Marqués, marqués, sí estáis loco.
Echad
la culpa al jüicio
y no
deis villano indicio
de que
me estimáis en poco;
que
si, como no lo creo,
Enrique
alevoso y vil,
tan
traidor como sutil,
agravia
ni aun el deseo
que
jamás contra mi honor
dio
torpe licencia al gusto,
duque hay en Cleves que justo
dé castigo a ese traidor;
y si
por Leonora bella
a
Enrique hacéis ese engaño,
andad,
que más ha de un año
que
está casado con ella.
Vase ISABELA
LUDOVICO: ¿Con
Leonora? ¡Otra maraña!
Pero
¿por qué dudo de esto,
si es
testigo manifiesto
su
papel de que me engaña?
¡Notable embelecador,
en enredos gradüado!
Cuantas ciencias ha
estudiado
emplea contra mi amor.
Ya
no hay callar, ¡vive el cielo!
Yo he
de decirle quién es
al
duque, porque después
muera
con él mi recelo.
¡Casado de en hora en hora!
¿Hay
más confusa cautela?
¡Ya
marido de Isabela,
y ya
esposo de Leonora!
No
osaré ya querer bien
a otra
dama, aunque sea bella;
que
temeré que con ella
se me ha de casar también.
Vase
LUDOVICO. Sale el DUQUE
DUQUE:
¿Persuadiréme a creer
que la
duquesa me agravia?
No; que
es la duquesa sabia;
sí; que
si es sabia, es mujer.
No se había de ofrecer
a decir
lo que no vio
Leonora. ¡Confuso yo,
cuyas
imaginaciones,
entre
las contradicciones,
padecen
de un sí y un no!
El
marqúes a Enrique acusa
de que
es de Leonora amante,
con
cargo semejante,
cuando
él le culpa, le excusa.
Dar a
Isabela rehusa
la mano
por entender
que es,
en su ofensa, mujer
de
quien escaló su honor;
y
aunque me encubre el autor,
pienso
que Enrique ha de ser.
Pues
siendo Enrique, si adora
a
Leonora, y se averigua
del papel
que lo atestigua,
¿qué
teméis, honor, agora?
¿Tiene
de amar a Leonora,
y a mi
esposa juntamente?
No os
posible; Leonor miente.
¡Caso
extraño! ¡Que la culpa
sirva a Enrique de disculpa,
y yo
defenderle intente!
¿No
es mejor matarle en duda
que no
averiguar agravios?
No,
temores, sed mas sabios
mientras mi afrenta esté muda.
La verdad anda desnuda;
mal se
me podrá ocultar.
Prudencia, hacer y callar;
que
honor que averigua enojos,
orejas es todo y ojos,
mas no lenguas con que
hablar.
Sale ENRIQUE,
sin ver al DUQUE, con una carta en la
mano
ENRIQUE: Si
Leonora aguarda aquí,
como
dijo, este papel,
a
Isabela engaño en él.
Lo que
me dijo escribí.
Pero
el duque es éste. ¡Ay cielos!
Si ve
lo que aquí la escribo,
a su
rigor me apercibo.
DUQUE: (¡Qué
filósofos sois, celos! Aparte
Mil
cosas conjeturáis,
todas
contra mi sosiego.)
Enrique.
ENRIQUE:
Gran señor...
DUQUE: Ciego,
pues
que no me veis, estáis.
¿A
qué venís? ¿Qué papel
es ése?
ENRIQUE:
Es cierta consulta
que en beneficio resulta
de
vuestra alteza.
DUQUE: Si en él
hay
cosas de mi servicio,
dadle,
secretario, acá.
Turbado
ENRIQUE:
Señor...
DUQUE: ¿Qué
dudáis?
ENRIQUE: No está
sacado
en limpio.
DUQUE: (Otro indicio. Aparte
Sospecha, ¡qué poco a poco
verdades vais descubriendo!)
Dadle acá,
que ver pretendo
lo que
contiene.
ENRIQUE:
(¡Amor loco,
con
mi vida acabáis hoy.
Dale el papel.
El DUQUE lo lee
DUQUE: "El
veros, señora mía...
¿Hay
consultas en poesía?
ENRIQUE: Si la
edad verde en que estoy,
pide
a la amorosa llama
que a
su fuego dé motivo,
no se
indigne en ver que escribo
disparates a mi dama,
ni
pase más adelante
vuestra
alteza. Rasguelé.
DUQUE: ¿Que le
rasgue? ¿Para qué?
Yo
también he sido amante.
Lee
"El
veros, señora mía
favorecer mi bajeza,
pues
por vos me dío su alteza
tantos cargos en un día,
ocasiona mi osadía,
puesto que no a mereceros..."
(¡Ay recelos verdaderos! Aparte
Ya ¿de qué sirve encubriros?)
Lee
"...a lo menos a
escribiros,
la
vez que dejo de veros.
Sospechoso el duque está
con
razón, de que os adoro.
Ni
amor le pierde el decoro;
mas
si es ciego, ¿qué no hará?
Por
vos se asegurará
si
sospechas desmentís
y
segura os persuadís
de
que a pesar de Leonora,
en
vos sola mi alma adora
desde que os vio en Belpaís."
Saca la espada
De
tu castigo, villano,
he de
ser ejecutor;
que no
se venga el honor
sino
con su propia mano.
¡Tú,
atrevido, tú, tirano,
tú a la
duquesa papeles?
ENRIQUE: ¡Señor! ¡Señor! (¡Ay crüeles Aparte
peligros de un
desdichado!
¡Oh,
amar por razón de estado
¡Qué de
males causar sueles!)
¿Papeles yo a la duquesa?
DUQUE: Pues tú, desleal, ¿a quién...
ENRIQUE: Que me
des la muerte es bien;
pero mi
culpa no es ésa.
Oye,
mientras te confiesa
mi
atrevimiento mi insulto;
que
puesto que dificulto
mis amores declararte,
cuando
importa asegurarte,
no ha
de haber secreto oculto.
Yo
ha un año que de Leonora
soy
esposo, yo llevé
la
escala, yo te quité
la espada al nacer la aurora.
Esto es
verdad.
DUQUE:
No lo ignora
el
marqués; que aunque calló
tu
nombre, eso me contó.
Mas
¿por qué, si es verdad ésa,
finges amar la duquesa?
ENRIQUE: ¿Yo la
duquesa? ¡Eso no!
DUQUE:
¿Pues...?
ENRIQUE:
Isabela.
DUQUE: ¿A qué efeto?
ENRIQUE: Leonora
me lo ha mandado;
que en esta
razón de estado
estribó
nuestro secreto.
Por
este medio indiscreto
fingió
que amaba al marqués.
DUQUE: Dime,
pues, ¿para quién es
este
papel?
ENRIQUE:
A Isabela
se le
escribe mi cautela,
porque
creyendo después
que
a Leonora ahorrecía,
de
quien ha estado celosa,
tu
sospecha rigurosa
aplacase.
DUQUE:
(¡Ay honra mía! Aparte
La
verdad ha sido el día,
que
deshaciendo el nublado
de
tanto engaño y cuidado,
mi
quietud descansa en vos.)
En fin,
Enrique, ¿los dos
amáis por razón de estado?
ENRIQUE: Pues
su alteza me habla ansí,
no está
indignado conmigo.
DUQUE:
Enrique, si te castigo,
vendré
a castigarme a mí.
Desde
el punto que te ví,
por oculta simpatía
te
quiero bien. Tu osadía
te ha
dado en favorecer.
Hoy mi
cuñado has de ser;
dicha
es tuya, piedad mía.
ENRIQUE:
Sellen tus pies estos labios,
que no hallan ponderaciones
a tantas obligaciones,
y a más callar, son mas sabios.
DUQUE: Ansí
castigo yo agravios.
Salen la
DUQUESA y RICARDO
DUQUESA:
Participad, gran señor,
de mi
dicha. Un sucesor
el
duque mi padre tiene
en Cleves, y por él viene
a vernos.
DUQUE:
¡Tanto favor!
DUQUESA: A mi
padre sucedía,
por excluír las mujeres
Lotoringia, el de Niveres;
mas muerta la madre mía,
a un
hijo que Cleves cría,
y por
no causarla celos
encubren aquí los cielos,
es el
que ahora viene a ver.
DUQUE: ¡En Cleves! ¿Quién puede ser?
RICARDO: No
multipliquéis desvelos;
que
ése es Enrique, señor,
que por
padre me ha tenido.
ENRIQUE: ¿Quién?
¿Yo?
DUQUESA:
¡Ay hermano querido!
No en
vano te tuve amor.
DUQUE: Vuestra
presencia y valor
no
menos me prometía.
ENRIQUE: ¡Tantas
dichas en un día!
DUQUE:
Disculpada está Leonora
pues
tales prendas adora,
y
aumentada mi alegría.
Salen LEUNORA,
lSABELA, y LUDOVICO
LUDOVICO:
Señor, si Enrique no muere,
no
aseguráis vuestro honor.
ISABELA: Poco me
estimáis, señor,
mientras Enrique viviere.
LEONORA: Amante
que a tantas quiere,
digno es, señor, de castigo.
Dale
muerte, si os obligo.
ISABELA: De
Enrique estoy ofendida.
LUDOVICO: Enrique
pierda la vida.
LEONORA:
Vengadme de ese enemigo.
DUQUE: ¿De
vuestro esposo, Leonora?
DUQUESA:
Isabela, ¿de mi hermano?
¿Vos,
marqués, tan inhumano,
con
quien Lotoringia adora?
LUDOVICO: ¿Cómo
es eso, gran señora?
DUQUE: Todo
vuestro enojo cesa
por la
más dichosa empresa,
que a Cleves pudo venir.
Salgamos a recebir
a
vuestro padre, Duquesa;
que después sabréis el cómo
de estas enigmas los tres.
DUQUESA: Duque
Lotoringio es
Enrique mi mayordomo.
ENRIQUE: Y vos
ya mi esposa.
LEONORA: ¿Cómo?
ENRIQUE: Este
fin el cielo ha dado,
después
de tanto cuidado
al amor
nuestro, mi bien
y aquí
le tiene también
amar
por razón de estado.
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