ACTO PRIMERO
En lo alto de
unos riscos PASCUAL, villano, muy a lo
grosero con un
bastón y una honda. Por la mitad de los
riscos el Rey
don FERNANDO, de caza
PASCUAL:
¡Hao! Que espantáis el cabrío.
¡Verá
por dó se metió!
¡Valga
el diablo al que os parió!
Echá
por acá, jodío.
Teneos el abigarrado.
FERNANDO:
Enriscado me perdí;
Pastor,
acércate aquí.
PASCUAL: Sí,
acercáosle, que espetado;
pues
yo os juro a non de san
que si
avisaros no bonda
y
escopetina la honda
tres libras de mazapán,
mijor diré mazapiedra
¡Hao! Que se mos
descarría
el
hato.
FERNANDO:
Escucha.
PASCUAL: Aún sería
el
diablo; verá la medra
con
que mos vino; arre allá
hombre
del diabro, ¿estás loco?
Ve
bajando poco a poco,
no por
ahí, ancia acá.
¡Voto a san, si te deslizas...
FERNANDO: Acerca,
dame la mano.
PASCUAL: Que has
de llegar a lo llano,
bueno
para longanizas.
Alárgale el
bastón para que se tenga a
él
Agarraos a este garrote.
¿Quién diabros, por aquí os
trujo?
Teneos bien, que si os
rempujo,
no doy
por vueso cogote
un
pito.
FERNANDO:
¿Qué tierra es ésta?
PASCUAL: La Bureba de Castilla.
FERNANDO:
¡Notables riscos!
PASCUAL: Mancilla
vos
tengo.
FERNANDO:
¡Qué extraña cuesta!
PASCUAL:
Llámase Espanta roínes.
FERNANDO: No sé
yo que haya en España
tan
escabrosa montaña.
PASCUAL: Mala es
para con chapines.
Van bajando
Dad
acá la mano.
Con guante
FERNANDO: Toma.
PASCUAL: ¿Hay
mano con tal brandura?
O sois
vagamundo o cura.
Echad
por aquesta loma.
Con tiento, hao, que caeréis.
FERNANDO: ¿Hay
peñas más enriscadas?
PASCUAL: Manos de lana y peinadas
guedejas: hao, no me oléis
a poleo. Pregue a Dios
que no
encarezcáis la leña.
FERNANDO: No
malicies.
PASCUAL:
Pues hay dueña
que las
tenga como vos?
FERNANDO:
¿Nunca viste guantes?
PASCUAL: ¿Qué?
FERNANDO:
Éstos. (¡Simple es el
villano!) Aparte
Vase descalzando
el guante
PASCUAL: Hao,
que os desolláis la mano.
¿Estáis
borracho?, a la he,
que
debéis ser hechicero.
E
pellejo se ha quitado
y la
mano le ha quedado
sana, apartada
del cuero.
Las
mías el azadón
les ha
enforrado de callos;
pues
que sabéis desollallos
hedme
alguna encantación,
o
endilgadme vos el cómo
se
quitan, que Mari Pabros
se
suele dar a los diabros
cuando
la barba la tomo.
FERNANDO:
¡Sazonada rustiqueza!
PASCUAL: Por
aquí, que poco falta
de la
sierra.
FERNANDO:
Ella es bien alta
y
asombrosa su aspereza.
PASCUAL: Y
decid, por vuesa vida,
qué,
¿se puede desollar,
la mano
sin desangrar
quedando entera y guarrida?
FERNANDO:
Anda, necio; la que ves
es una piel de cabrito
o
cordobán.
PASCUAL:
Sí; bonito
soy yo.
FERNANDO:
Adóbanla después
y
ajustándola a la mano
del
aire y sol la defiende.
PASCUAL: ¡Qué
bueno! O sois brujo o duende.
¿Pensáis, aunque só serrano
burlarme? ¿No está apegada
con la
carne esotra?
FERNANDO: No.
PASCUAL: ¿No os
la vi desollar yo?
FERNANDO: Estaba
en ella encerrada
como
tu pie en esta abarca.
PASCUAL: Si las atáis por traviesas
dejáradeslas vos presas
o metidas en el arca.
Mari
Pabros me pedía
la mía de matrimeño,
y yo,
como amor la enseño,
dándola
aquesta vacía,
burlada se quedará
si por
Olalla la dejo;
que hay
mano que da el pellejo
pero no
la voluntá.
Y
porque ya estáis abajo
adiós,
que al hato me vó.
FERNANDO: Quiero
desempeñar yo
las
deudas de tu trabajo.
Toma
este anillo.
PASCUAL: ¿Este qué?
FERNANDO: Anillo
es de oro.
PASCUAL: Verá,
de
prata los hay acá
mijores; se le daré
a
Mari Pabros, señor.
¿Qué es
esto que relumbrina?
FERNANDO: Un
diamante, piedra fina.
PASCUAL: ¿Lo que
llaman esprendor
el
ruta y el boticario?
FERNANDO: ¿Quién?
PASCUAL:
Un par de entendimientos
que, a
falta de pensamientos,
nos
habran tras ordinario
y hay en nueso puebro quien
mos
avisa; estos que oís
echan
al pan negro anís
para
que oros sepa bien.
Sale don TELLO,
desnuda la espada y en cuerpo
TELLO:
Quien no cumple obligaciones
de
valor y de amistad
pague
así su deslealtad
y
vengue sus sinrazones.
FERNANDO:
Tened, don Tello, ¿qué es esto?
¿Vos
con la espada desnuda?
TELLO: Señor,
un agravio muda
leyes que amor había puesto.
Cazando os habéis perdido,
pero
podréis os hallar
a vos
mismo, si excusar
sentimientos sois servido
de
quien valor interesa
y busca satisfacción.
Cazad,
Fernando, el blasón
de
igual, que es sabrosa presa
digna de las majestades
en que
se retrata Dios.
Verdades huyen de vos;
seguid, señor, las verdades.
FERNANDO: Pues
¿a qué fin es todo eso?
TELLO: Don
Diego, favorecido
de vos,
muchos ha ofendido,
que el
privar ofusca el seso;
y yo
que de él confié
prendas de la voluntad,
quejoso
de su amistad
en esta
sierra saqué
con
su sangre el sentimiento
de mi
agravio. No sé yo
si
vive. Sé que quedó
herido
y con escarmiento.
Temo
el poder coronado
de un
Rey que se subordina
a leyes
que amor inclina
contra
la razón de estado.
Siento seguirme su gente
y el
riesgo no da lugar
a
poderos declarar
la
ocasión que tuve urgente.
Si
vos la verdad seguís,
que os
suplico que busquéis,
en los
yermos la hallaréis,
y si
templado la oís
sabréis el agravio mío;
mas si
os tiene el favor ciego
de doña
Blanca y don Diego,
aunque
enemigo, os la fío.
FERNANDO: Don
Tello, esperad.
TELLO: No puedo,
gran
señor, aunque os adoro,
que os
he ofendido; al Rey moro
voy a servir de Toledo.
Vase don
TELLO. Sale doña BLANCA
BLANCA:
Fernando generoso,
a quien
debe Castilla
el
título de reino
si el
de condado olvida,
y en hermandad eterna
acuartelados pintas
castillos y leones
en unas armas mismas,
escucha agravios tuyos,
porque
entre injurias mías
a ti te
satisfagas,
a mí me
des justicia.
Mi
nombre es doña Blanca,
ya
blanco de desdichas,
a quien
airados cielos
con triste aspecto miran.
Señora
de estos montes,
de
estas sierras altivas,
mis
padres castigaron
por
heredarlos hija.
Unica
fui en Briviesca,
solar y
casa antigua
de mis
antepasados;
notoria
fue su estima.
Mis
años eran pocos
y menos
la noticia
forzosa
a una doncella
ya
madre de familias.
Don Tello
de Velasco,
cuyas
tierras vecinas
le
hicieron, si no deudo,
doméstico en mi villa,
multiplicaba en ella
frecuencias compasivas
a que
le ocasionaban
el verme sola y rica.
Menesterosa entonces
de
quien con manos limpias
mi
hacienda administrase,
que en
huérfanos peligra,
tomóla
por su cuenta,
y al paso
que crecían
mis
réditos y censos,
crecieron sus visitas.
Menguó
en vulgares lenguas
la
fama, que lastiman
con
sombras de verdades
hipócritas mentiras.
Llegaron estas nuevas
despacio a mi noticia,
puesto
que siendo malas
suelen
llegar de prisa.
Y como
la advertencia
después
de la puericia
en juventudes nobles
lo lícito limita,
en lo que no lo era,
por
refrenar malicias,
quise,
si no atajarlas,
honrada, reprimirlas.
Para
esto, vergonzosa,
llamé a
don Tello un día
y entre
vislumbres arduas
examinando cifras,
le
dije, "Diligencias
que
alientan cortesías
y
desinteresadas,
si no
empeñan, obligan,
han dado al ocio infame
sospechas y premisas
que a
mi opinión se atreven,
que
vuestra fama eclipsan.
Ya
suele juzgar verde
la
nieve quien la vista
por
verdes vidrieras
socorre, cuando mira.
¿Qué
mucho, si villanos
ociosos
nos registran
con
maliciosos ojos,
que
juzguen a malicia
desvelos de nobleza,
queriendo que se midan
con sus
intentos torpes
acciones comedidas?
El veros tan afecto
diligenciar prolijas
agencias de mi hacienda
por vos
restitüida,
remiso en vuestra casa,
solícito en la mía,
cuidando mis aumentos
y
frecuentar venidas,
no
siendo nuestra sangre
por
vínculos propincua,
la edad
ocasionada
en vos y en mí florida;
vos hombre, mujer yo,
y en
ellas perseguida
la
fama, si nos notan
no os
cause maravilla,
que yo
os juro, don Tello,
que a no ser presumida
aventurara aciertos
de este
confuso enigma.
Porque
oficiosas muestras
después
de tantos días,
con tal
perseverancia
aunque
el silencio oprima,
señales acreedoras
por sí mismas me avisan,
que agencias sin retornos
o
mueren o se entibian.
Ya yo me he declarado.
Quien debe, y noble libra
hidalgos desempeños,
no
quiere trampear ditas.
Los
vuestros reconozco
y sé
que se acreditan
con el
cortés silencio,
que
cuando beneficia
el bien
nacido, calla;
porque
ajustar partidas
de
amantes pretensiones
serán
mercadurías.
Mirad
en este caso
lo que
la vuestra arbitra,
y sea
desmintiendo
los que
nos fiscalizan,
o
limitando el verme
y de mi
casa y vida,
si
administrador, dueño
creciendo a mi amor dichas."
Dije, y
él, cortesano,
con
lengua agradecida
no osó
afirmar con alma,
que tal
vez son distintas
palabras de intenciones,
encareció la estima
de mis
ofrecimientos,
y con
respuesta ambigua
enmarañó
esperanzas,
puesto
qué ya yo veía
que
amante que no otorga
es
fuerza que despida.
Partióse a vuestra corte,
y en
ella comunica
secretos a don Diego,
cuya amistad antigua
abrió
puertas al alma,
si es
licito el abrirla
en daño
de tercero
quien
guarda cortesías.
Dijo,
que si me hallase,
volviendo, maravilla
de
ausentes con firmeza,
entonces dispondría
su amor
y mis deseos;
porque
aunque se edifica
de
piedras una casa,
se cae
si no se habita.
Partió Tello a la guerra,
y
mientras se ejercita
en
merecer laureles,
acá le
descaminan
la paz,
curiosidades
que
siempre patrocinan
amores,
cuando el ocio
a la
ocasión prohija.
Habíame
alabado
don
Tello por la cifra
de
hermosas y discretas;
estaba
yo ofendida
de
necias dilaciones
que
plazos diferían,
pecando
de groseras
por
sobra de advertidas.
Vino
don Diego a verme
cuando
esta monarquía
por
descansar sus hombros
en él
su peso alivia;
su amigo
fue don Tello;
mas
siendo, como afirman,
en
ellos sola un alma,
gobierno de dos vidas,
debió
tener por cierto
que le
pertenecía
la
acción de pretenderme;
y para proseguirla
ocasionó frecuencias,
sirvióme algunos días,
correspondíle grata,
sus
prendas conocidas,
y el
interés de verle,
que con
tu alteza priva
me
hicieron estimarle
con fe
tan excesiva,
que
cohechando al sueño
gozaba
en él su vista.
Pasáronse dos meses,
volvió, ya reducida
Galicia a tu obediencia,
don
Tello a esta provincia;
hallóme ya prendada,
y supo que admitía,
en fe de sus tibiezas,
al dueño de su envidia.
Disimuló pesares
hasta que, vengativa,
su
espada en esta caza
le
hiere y me lastima.
A tu
favor se atreve,
contra
mi amor conspira,
y
huyendo tus venganzas
las
imposibilita.
Despacha, rey, enojos
que
vuelen y le sigan,
alas de
fuego lleva
la
espada de justicia.
Todo el
poder lo alcanza;
a Dios,
Fernando, imita
la furia de los reyes
que
igualmente castigan
agravios coronados,
privanzas ofendidas,
sin
reservar lugares
los
rayos de su ira.
FERNANDO: Más
siento vuestro pesar
que el
que mi enojo interesa;
alzad,
alzad.
PASCUAL:
Pulla es ésa;
¿qué
diablos tiene de alzar?
Estése quedo: ¿no veye
que es
nuesa ama?
BLANCA: Sois rey vos,
sol de
España.
PASCUAL:
Mas, por Dios,
¿y que
era su merced el reye?
Somos bestias los villanos.
No en balde trae otro par
de manos, que para dar
todo el
reye ha de ser manos;
deme
una pata a besar.
Salen don GARCÍA y don
GUTIERRE
GARCÍA: Aunque
fue grande la herida
no
corre riesgo su vida.
FERNANDO: Todo
hoy ha sido azar;
¿adónde don Diego está?
GUTIERRE: En esta
quinta procura
la
piedad y la hermosura
de
quien hospicio le da
que
el regalo y la caricia
disminuyan su dolor.
FERNANDO: Cura
por ensalmo amor.
Ya,
Blanca, tengo noticia
de
que os conocen por dueño
esta
quinta y su lugar;
con una
acción he de dar
dos
saludes al empeño
de voluntad
con que os llama
el
herido su acreedora,
y al
mal, que siempre mejora
viendo
a su prenda quien ama.
Yo
quiero, siendo el doctor,
que de
una vez convalezcan:
méritos suyos merezcan
el mío y vuestro favor.
Hoy le habéis de dar
la mano,
que es
la más justa venganza
que
apetece su esperanza
y
vuestro amor.
BLANCA:
Mucho gano
en
que esté tan por tu cuenta,
gran
señor, nuestra ventura,
porque
la envidie segura
quien
sus principios violenta.
Pero
¿a quién tengo de dar
la mano
que disponéis?
FERNANDO: ¿Cómo a
quién? ¿Vos no queréis
a don
Diego?
BLANCA:
¿Yo? Obligar
me
supo poco don Tello;
pero en
efecto, señor...
FERNANDO: ¿Tenéis
á don Tello amor?
BLANCA: En los
ojos puede vello
vuestra alteza. Si le pido
venganza de él, ¿de qué suerte
le
tendré amor? Caso fuerte
es que
a don Diego haya herido,
y
que ofendiéndoos a vos
se
ausente y huya seguro.
FERNANDO: Aunque
entenderos procuro,
no os
doy alcance, por Dios.
Si
don Diego os ha obligado
y vos
le correspondéis,
¿qué
más venganza queréis
que á
don Tello desterrado
y a
su enemigo mayor
dueño
vuestro?
BLANCA:
Ya yo sé
que
cuando en posesión ve
quien
ama al competidor,
se abrasa; y sé que don Tello
por
extremo ha de sentirlo,
mas no
atormenta el oírlo
tanto,
señor, como el vello.
Venga y muera entre desvelos
quien
nos ofende a los dos.
FERNANDO: ¿No
queréis, Blanca, mal vos
a quien
pretendéis dar celos?
BLANCA: Con
tormentos más extraños
satisfaré mi rigor;
que
estos no son, gran señor,
celos.
FERNANDO: ¿Pues qué?
BLANCA: Desengaños.
FERNANDO:
Decís bien; y según eso
ninguno
cual yo podrá
ejecutarlos; ya está
quien
os ha ofendido preso.
BLANCA:
¿Quién, señor?
FERNANDO: Don Tello.
BLANCA: ¿Dónde?
FERNANDO: No está
la pena distinta
del
delito; vuestra quinta
al uno
y al otro esconde.
Llegó, la espada desnuda,
a mi
presencia don Tello;
humilló
a mis pies su cuello,
que
siempre la ofensa es muda,
y
yo, si no vengativo,
justiciero, le mandé
prender
aquí mientras dé
don
Diego, puesto que vivo,
miedo al peligro. Cortarle
pienso,
cuando os desposéis,
la
cabeza.
BLANCA:
No querréis,
señor,
ese premio darle
a quien os ha reducido
casi un
reino amotinado.
FERNANDO: Su
fiscal sois y abogado;
justicia me habéis pedido;
pues
¿cómo alegáis ahora
servicios suyos?
BLANCA: No son
indignos de compasión
los
agravios.
FERNANDO:
Pues, señora,
o
vos le habéis de llorar
hoy sin
vida a vuestros ojos,
o para
atajar enojos
con vos se ha de desposar.
BLANCA: Como
perdón se le dé
los pies mil veces os beso.
FERNANDO:
Sosegaos, que no está preso
ni
aquí.
BLANCA:
¿Pues dónde?
FERNANDO:
No sé.
BLANCA: ¿Ya
engañan las majestades?
FERNANDO: Siempre
que engañan bellezas
importa
que sutilezas
desembocen voluntades.
De
la vuestra he colegido
que a
título de ofenderle
procurábades tenerle
antes
preso que perdido.
BLANCA:
Confieso aquesa verdad.
FERNANDO: Pues
para desagraviarla
si
intentases disfrazarla,
y es
bien premiar voluntad
de
quien arriesgó su vida
por
lograr en vos su amor,
y es
digno de este favor
mi
intercesión y su herida,
hoy
habéis de ser esposa
de don
Diego, y yo el padrino;
destierre su desatino
a quien
con ira alevosa
aguarda que yo me pierda
en
estas sierras cazando,
y a
quien estimo engañando
ofende;
así, vos sois cuerda
y en
vuestra discreción funda
su
salud quien os adora.
BLANCA: ¡Gran
señor!...
FERNANDO:
Más acreedora
es la
voluntad segunda,
que
a don Diego confesáis,
que la que don Tello os debe,
pues a
amaros no se atreve
mientras celos no le dais.
BLANCA: No
es bastante razón ésa
para
que...
FERNANDO:
Ved a don Diego.
BLANCA: No
violente mi sosiego
vuestra
alteza.
PASCUAL:
¿Reye artesa?
FERNANDO: Yo
gusto de esto.
BLANCA: Alma mía,
contra
vos no hay majestad.
PASCUAL: ¿Reye
artesa?
FERNANDO:
Entrad, entrad.
PASCUAL: Entre
vuesa artesería.
Vanse
todos. Salen tres MOROS peleando con don
TELLO, y
deteniéndolo ALÍ PETRÁN,
también moro
ALÍ:
Dejadle, deteneos,
que
para tal Alcides sois pigmeos;
por Alá
soberano
que
vibra Jove rayos en su mano.
¿Hay valor semejante?
¡Bárbaros, retiraos, quitaos
delante.
LOS TRES: ¡Muera!
ALÍ:
¿Cómo que muera?
A vuestras manos, desdichado fuera.
¿Hay
más bizarro ALÍento?
MORO 1: Cuatro
alcaides ha muerto.
ALÍ: Fueran
ciento,
fueran
mil y aún son pocos
para el
esfuerzo suyo. Apartad, locos,
retiraos, o a su lado
haréis
por fuerza lo que no de grado.
¿De
cuándo acá, atrevidos,
me
desobececéis?
MORO 2: Muertos y heridos
piden justa venganza.
ALÍ: ¡Oh,
infames! por Mahoma, si os alcanza
la
cimitarra mía,
que
habéis de llorar trágico este día.
MORO 1: Eres
príncipe nuestro.
Obedecerte es fuerza.
Vanse los MOROS
ALÍ: Envidia
muestro
a tu valor; sosiega,
recóbrate, descansa, que no ciega
la
emulación honrosa,
pues
también hay envidia generosa.
TELLO: Mayor
me la ha causado
tu
noble proceder; ya he respirado
del
riesgo que corría,
descanso en brazos de tu cortesía;
porque
en el bien nacido
lo
mismo es obligado que rendido.
Logra victorias, toma.
Vale a dar la
espada
ALÍ: No has
de vencerme en todo, por Mahoma;
basta
que en lo hazañoso
salgas,
Marte cristiano, victorioso.
Envaina
el noble acero
y págale mejor, que más te quiero,
cuando
obligarte trato,
conmigo
armado que con él ingrato.
¿Adónde
ibas? ¿Quién eres?
TELLO: Yo soy
un escarmiento de mujeres;
juego
de sus mudanzas;
verdugo
de mis mismas esperanzas.
Por una
que me quiso
me
destierra el amor del paraíso
de su
hermosura ingrata;
una
inconstancia ausente me maltrata;
una
amistad aleve
paga en
traiciones la lealtad que debe.
Un rey
a quien hechiza,
ciego,
sus desaciertos autoriza;
y
porque satisfago
injurias, me destierra y llevo el pago
que dan pasiones reales;
mas
¿cuándo se premiaron los leales?
Yo,
moro generoso,
huyo,
en efecto, amando por celoso,
por
noble vengativo,
por
vasallo de un rey ponderativo.
De
quejas de privados
que
injurian amistades, destemplados,
determiné en Toledo
dar
lugar al rigor, sagrado al miedo,
lástima
a su rey moro,
contento ausente a la beldad que adoro,
pesar a
mis amigos,
venganza a envidias, al amor castigos,
al
olvido licencia
y el
alma a los peligros de la ausencia.
Partí
desesperado,
pues todo es uno, loco y desdeñado;
asaltóme esta tarde
sin
oirme, tu campo e hizo alarde
no el
valor, la locura,
de
enojos que juzgara por ventura.
Pues
siendo el morir cierto
más
honroso blasón es quedar muerto
a manos
de escuadrones
que de
olvidos, agravios y traiciones.
ALÍ: Mucho a
tu rey le debo
por el
agravio que me avisas nuevo;
mucho a tu falso amigo,
pues mi
dicha estribaba en su castigo;
mucho
más a tu dama,
pues te
conozco porque te desama,
aunque
será excelente
si es
tan hermosa, como tú vALÍente.
Si el
rigor coronado
vienes
huyendo que irritó un privado
y en el rey de Toledo
libras tu amparo,
príncipe le heredo.
Alí
Petrán me llamo,
Almenón
es mi padre, nobles amo,
y a ti,
que sobre todos
resucitas blasones de los godos,
la inclinación de Marte
con mi
amparo me trajo hacia esta parte;
que no
es la vez primera
que me recibe el Tajo en su ribera,
y en
sus márgenes rojos
ovación, si no triunfos de despojos,
con
risueñas señales
me sale
a hacer aplausos de cristales.
Ya han
visto mis hazañas
de la
ulterior Castilla las montañas,
ya han
llorado su estrago
los
elevados cerros de Buitrago.
Pero
ninguna presa
la fama
de mis armas interesa
como la
que hoy consigo
en
merecer ganarte por amigo.
Marchemos a Toledo,
sino es
que amante persuadirte puedo,
a que
con diez mil hombres
tu
reino asaltes, tu enemigo asombres.
Tu misma patria tema,
Burgos
te dé en su silla su diadema,
y
asombrando tu fama
te
adore por reinar tu fácil dama.
TELLO:
Príncipe generoso,
de puro
desdichado soy dichoso,
dame
esos pies.
ALÍ:
La mano
¿no es
mejor? Por Mahoma soberano
que me
inclinas a amarte,
de
suerte que me atrevo a entronizarte
en la
cristiana villa
del reino, antes condado, de
Castilla.
¿Quieres hacer hoy. prueba
de mi
amistad?
TELLO:
Mi lauro es que tan nueva
contigo
pueda tanto.
La
lealtad es blasón ilustre y santo;
nobleza
me acompaña,
no ha
de infamar segunda vez a España
otro
Julián segundo,
oprobio
del Bautismo, asombro al mundo.
Reine
infinitos años
Fernando,
y denle luz los desengaños
que
eclipsa un lisonjero;
de
cuantos me prometes sólo quiero
un
favor que me llama
a nueva
dicha.
ALÍ:
¿Y es?
TELLO:
Robar mi dama,
que
será fácil cosa;
porque
cerca de aquí, ni recelosa
de
asalto semejante,
ni con
pesar de que olvidó a su amante,
al pie
de la Bureva
mora una quinta, donde Flora nueva,
los
planteles que pisa
rosas
la sirven y la adulan risa.
La
soledad ociosa
y la
sierra de suyo tan fragosa,
que al
cielo besar piensa,
de sí misma presidio es su
defensa.
Si de
sus sierras altas
franqueamos estorbos, y la asaltas
en el
silencio obscuro,
de
agravios y de celos me aseguro;
mis
pesares mitigo,
venganza cobro, injurio a mi enemigo,
y
viendo que pudiera
destrüirle este reino si quisiera,
dejándole sin daño,
obligo
al rey, si no le degengaño;
con que
ofrecerte puedo
perpetua esclavitud, vuelto a Toledo.
ALÍ: No digas más; mis moros,
mi voluntad, mis armas,
mis tesoros
son
tuyos; la Fortuna
patrocine tu amor; cubra la luna
presunciones de plata
aquesta
noche a tus intentos grata.
TELLO: Pon tus
pies en mi cuello.
ALÍ: Alza y
marchemos. ¿Llamaste?...
TELLO: Don
Tello.
Vanse. Salen CASILDA, de mora bizarram y AXA
mora
CASILDA: Mira
si alguno nos vio.
AXA: ¿No
basta que Alá nos vea
si
Mahoma, que desea
que
seas reina, se ofendió
de
que lleves cada día
de
comer a los cristianos
y que
por tus mismas manos
los
regales?
CASILDA:
No sería
él
tan santo y tan profeta
si
mostrase indignación
porque
tengo compasión
de estos míseros; respeta
el
que es fiel todo retrato
de su
príncipe y en él,
ya esté
en lienzo, ya en papel,
pena de
ofenderle ingrato.
Mostrar su lealtad procura,
y cuando en él ve su cara,
no en
el lienzo vil repara,
sino
sólo en su figura.
De Alá semejanza son
los cautivos, Axa mía;
él los conserva y los cría,
y en esto no hay
distinción
de
nosotros; poco va
para
que yo los estime,
si en
ellos su copia imprime
y son retratos de Alá,
que la materia sea o
no
de
valor, pues le retrata,
que no
al lienzo ni a la plata,
la
imagen respeto yo.
AXA:
Siendo tú princesa
CASILDA: ¡Ay Axa!
¡quién
te pudiera decir
cosas
que intento encubrir
y no
puedo! Juzga baja
y
extraña mi inclinación,
que una
vez que no piedad,
sino la
curiosidad,
me
llevó a ver su prisión,
aprendí cosas en ella
con que infinitas me obliga,
a que los ame y los siga.
¿Podréme yo, prima bella,
fïar
de tí?
AXA:
Si me amaras
pudieras no me agraviar
con
tener y recelar
secretos en que reparas.
¿Tan
poco te estimo yo
que
cuando, lo que no creo,
te
arrojara tu deseo
a amar
a un cautivo?
CASILDA: No;
no, prima, cierra la boca;
a todos juntos los amo;
pero no por esto infamo
mi
opinión, liviana o loca.
AXA: Pues
¿qué tienes que fïarme?
CASILDA: Mira,
después que frecuento
el calabozo violento
que
compasión pudo darme,
y
curiosa de saber
los
misterios en que estriba
de
tanta gente cautiva
la
profesión, llego a ver,
no sé
si te diga engaños
de la
nuestra.
AXA:
¿Estás en tí?
CASILDA: Será,
prima, frenesí
que
quiere eclipsar mis años.
Mas
nadie ya me persuada
después
que en su escuela asisto,
que si
es falsa la de Cristo
no es
su ley más concertada.
Hallo mil contradicciones
en la
de nuestro Alcorán,
y que sus preceptos dan
licencias y no razones.
Si le pregunto a un
cristiano
¿cómo
puede ser que Dios
con
naturalezas dos,
siendo
divino y humano,
sola
una persona sea?
con
discursos y sentencias,
ejemplos y congruencias
me
ocasiona a que lo crea.
No
hay tan difícil secreto
en su
ley que no permita
disputas con que acredita
su fe
el cristiano discreto.
Pregunta tú a un alfaquí,
o al
morabito mayor,
¿por
qué causa, siendo amor
unidad que enlaza en sí
dos almas, es bien conceda
Alá, contra su decoro,
ley
para casarse el moro
con
cuantas sustentar pueda?
Si
le replicas diciendo
que el
amor pide igualdad
y dando
mi voluntad
al
esposo que pretendo
es justo me satisfaga
con un
alma toda unida,
entera
y no repartida,
que
amor con amor se paga,
responderá, "No hay cuestiones
para
eso en mi ley sagrada;
sólo consiste
en la espada
su
verdad, y no en razones."
Yo
defiendo y no disputo.
Pues si
no hay más fundamento,
Axa,
nuestro entendimiento,
¿en qué
difiere del bruto?
Según aquesta quimera
que
discursos no consiente,
el que
fuere más valiente
tendrá
ley más verdadera.
De
donde, porque te asombres,
saco
que es, en conclusión,
mejor
ley la del león
que
despedaza a los hombres.
AXA:
Suplícote que no trates
en eso,
que me das pena.
CASILDA: Su ley,
Axa, será buena
mas
huéleme a disparates.
AXA: Ésa
es blasfemia.
CASILDA: Oye ahora.
¿Persuadiráste a creer
que
Mahoma, para ver
los
palacios que Alá mora,
suba
por una escalera
a los
siete paraísos
que nos vende; y que divisos
unos de
otros, cada esfera
conforme afirma en la Suna
y en el
Alcorán, dilata
por
ellos tanto oro y plata
que
empobrece la Fortuna?
¿Tanto diamante y topacio,
tanta
multitud de perlas
que no
hay ojos para verlas;
tanto
jardín y palacio,
tanto arroyo cristalino,
que
siete cielos regando
están
perennes brotando
néctar,
leche, miel y vino?
¿Aquel árbol que se nombra
Tubba,
tan grande y frondoso,
que
descansa deleitoso
el
cielo todo a su sombra;
de tanta
felicidad
que
cada hoja es un tesoro
y
siendo la mitad de oro
es
plata la otra mitad;
donde el nombre de Alá santo
y de
Mahoma está escrito,
sin
juzgarle por delito
que un
hombre merezca tanto?
¿Para qué tapicerías
de
púrpura y seda en redes
adornando sus paredes,
donde
sin noches los días
no
necesitan de abrigo?
¿Para qué alcatifas tantas,
si
estrellas pisan las plantas
de Alá
y de quien es su amigo?
¿Para qué, si la sed falta,
aquellas dos fuentes bellas
que con
cada gota de ellas
de
plata, Apolo se esmalta?
¿Cómo podré yo creer,
sin que
el seso se desmande,
que
cada fuente es tan grande
que
llega, prima, a tener
sesenta mil y más leguas?
¿Hay disparate mayor?
¿Y que ofrece en derredor,
por dar al cansancio
treguas,
más
tazas y vasos, prima,
que
tiene estrellas el cielo,
donde
bebe sin recelo
quien
sus deleites estima?
¿Donde la torpeza goze
vírgenes, si es que lo son,
las que
en lasciva afición
el
vicio torpe conoce;
donde comiendo de modo
que nunca el manjar enfada,
para el
alma no haya nada
siendo
para el cuerpo todo?
¿Persuadiráse el discreto
que es
felicidad tener
necesidad de comer
siendo
en los vicios defeto?
¿Que
necesite escalera
para
subir a gozar
la
gloria que le han de dar
el moro
que en Alá espera?
Anda, prima.
AXA:
No disputo
en lo
que manda Mahoma.
CASILDA:
Consiste en que beba y coma
la
gloria torpe del bruto,
no
del alma, cuyo ser
es
substancia inmaterial
que
estriba intelectual
en amar y en entender.
Ríete de aquel banquete,
donde
coronando al vicio,
desde
el día del jüicio
nuestro
Alcorán nos promete
tanto manjar sazonado,
tanto
vino generoso,
tanto
vestido curioso,
tanto
joyel esmaltado,
dando por postre un limón
a cada
moro que huela
y abriéndose --
¿hay tal novela? --
salga de él, con
perfección
extraña, una dama hermosa
que con
su moro se enlace
y en fe
que le satisface,
con
vida torpe y ociosa,
sin
dividirse los dos,
estén
así cincuenta años;
¿son
dignos estos engaños
de la
pureza de Dios?
AXA:
Señora, tú estás perdida.
CASILDA: Yo,
prima, me ganaré.
AXA: ¿Que
mucho que Alá te dé,
siendo
a su ley atrevida,
la enfermedad que padeces?
CASILDA: Antes
por favor la estimo,
pues
los intentos reprimo
de mi
padre, cuantas veces
me
pretende dar empleo,
que es
intolerable pena
llorarme después ajena
si a mí
misma me poseo.
Vete
y déjame gozar
a solas
mis pensamientos;
para el
triste no hay contentos
como el
no comunicar
discursos si no es consigo.
AXA: Voime,
pues tú me lo mandas.
(Amor,
que riscos ablandas, Aparte
si
sospechas tuyas sigo,
la
princesa se enamora
de
algún cristiano que preso
le ha mudado, como el seso,
el
alma, pues ya no es mora.
Yo
averiguaré verdades,
puesto
que bastantes son
para su
averiguación
tristezas y soledades.)
Vase AXA
CASILDA: Pura
esfera de cristal,
cómuniquemos las dos
a
solas; un solo Dios
sé que
hay, por luz natural.
Píntamelo corporal
la ley
de nuestro profeta,
que a deleites
se sujeta,
que
come y bebe entre flores,
que en
materiales amores
almas y
cuerpos inquieta.
Enséñame la razón
que si
amor se comunica
aquí es
porque fructifica
la
humana propagación;
no hay
allá generación
de
individuos, porque estriba
su
gloria en que eterno viva
quien
el alma le dirige,
pues
¿por qué lo torpe elige
y de lo
casto nos priva?
Díceme la ley cristiana
que en
estos cautivos miro,
misterios de que me admiro
y casi
a su fe me allana.
Una
deidad soberana,
pura,
limpia y absoluta
me
enseña con qué refuta
del
moro los fundamentos,
un
cielo sin elementos
que el
tiempo jamás disfruta.
Una
inmaterial limpieza
que el
alma llega a tener
ocupada
siempre en ver
de Dios
la naturaleza;
la
beatífica pureza
en que
su gloria se funda;
una
claridad que inunda
potencias,
que deja en calma,
sobrándole tanto al alma
que
hasta en los cuerpos redunda.
No
se come, no se bebe,
que
allá fuera imperfección,
en
fogosa suspensión
sólo a ver su Dios se mueve.
Lo
eterno juzga por breve
sin que
se canse en mirar
de Dios
el inmenso mar
donde
fin no se conoce,
porque
por mucho que goce
le queda
más que gozar.
Todo
esto está bien fundado;
todo
parece seguro,
porque
lo casto y lo puro
me
causan notable agrado.
Sólo
inquieta mi cuidado
el
persuadirme a entender
que un
solo Dios pueda ser
uno y
tres, sin que ninguno
de
aquestos tres sea del uno
distinto. ¡Extraño creer!
Un
Dios simple y no compuesto
en tres
personas me pinta
su ley,
cada cual distinta
y cada
cual un supuesto.
¿De qué
suerte ha de ser esto
para
que su fe ine cuadre?
Una
persona que es padre
y origen
de todo el bien,
con un
hijo, pues ¿en quién
le
engendra, no habiendo madre? ¿
Un
hijo de luz sagrada
que
siempre engendra este abismo
siempre
se queda el mismo
sin añadírsele nada?
¿Habrá quien me persüada
no ser el engendrador
en tiempo y edad mayor
que el hijo y cuando le
hereda,
que de
uno y otro proceda
otro
que todo es amor?
¡Tres con una voluntad!
¡Tres
con un entendimiento!
¡Tres
de un solo pensamiento
y en
tres sola una deidad!
¿Quién
me dará claridad
para no
dudar después?
Cielo,
que mis ansias ves,
enséñame de estos dos
cuál es
verdadero Dios.
Salen dos
CAUTIVOS con azadones
CAUTIVO 1: Digo
que es uno y son tres
y que
he acertado el enigma.
CASILDA:
¡Válgame el cielo! ¿Quién da
respuesta a mis dudas? Ya
haré de
vos más estima
ley
santa.
CAUTIVO 2:
Ganáis en fin,
y que
os premien es razón
por
sabio.
CASILDA:
Cautivos son
que
están regando el jardín,
sus
palabras son apoyos
de esta
verdad evidente.
CAUTIVO 1: ¿No
salen de aquella fuente
distintos los tres arroyos
que
dan a estos cuadros vida?
CAUTIVO 2: Negarlo
fuera ignorancia.
CAUTIVO 1: ¿No es
de una misma substancia
el agua
en ellos unida
aunque distintos los ves?
Luego siendo su pureza
una, en
la naturaleza
serán
uno siendo tres.
CASILDA: En
este ejemplo se fragua
mi
certidumbre, ay mi Dios,
¿quién
podrá unirme con vos
para gozaros?
CAUTIVO 1:
El agua
fue
del enigma sujeto.
CAUTIVO 2: Venid,
que entra Alí Petrán
victorioso capitán.
Verémosle.
CAUTIVO 1:
Yo os prometo
que aunque a Castilla destruye
y
tantos ha cautivado,
su
piadoso y noble agrado
valor
de príncipe arguye.
CAUTIVO 2:
Vamos, verémosle entrar.
Vanse los
CAUTIVOS. Música. Todo el monte,
desde la mitad
arriba se abre y queda como chapitel de una torre,
levantado;
descúbrese en su centro una sala adornada por
arriba y por
abajo de sedas, y en medio, sobre unas parrillas,
desnudo, San
VICENTE, mártir,
abrasándose
CASILDA: Agua
que tiene eficacia
de
alcanzarme vuestra gracia,
¿dónde
la tengo de hallar?
VICENTE:
Aquí.
CASILDA:
¡Ay, cielos! una sierra
abierta
por la mitad,
da a
mis dudas claridad
y mis
errores destierra.
¡Qué
majestüoso centro!
¿Quién
es aquél que se abrasa
y
tantos incendios pasa
fénix
de paciencia dentro?
¿Hay
más deleitoso espacio?
El risco que ya es dosel
le
sirve de chapitel
y su
interior de palacio.
¿Podré yo saber de vos
quién
sois, y tener sosiego?
VICENTE:
Casilda, por agua y fuego
se alcanza
el reino de Dios.
CASILDA: Ya a
su doctrina obediente
la
ceguedad no me ofusca.
VICENTE: Vicente
soy. Hija, busca
los
Lagos de San Vicente,
porque si en ellos te bañas
de la enfermedad que tienes
sanarás.
Cúbrese
CASILDA:
¡Qué extraños bienes
escondéis, bellas montañas!
Muerta por buscaros quedo;
mis
dichas os hallarán.
Dentro
VOCES: ¡Viva nuestro Alí Petrán
por
príncipe de Toledo.
Música y cajas
de dentro
CASILDA:
Vivid Señor, reinad vos.
¡Ay
Lagos! Si a veros llego
sabré
que por agua y fuego
se
alcanza el reino de Dios.
FIN DEL ACTO PRIMERO
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