Tocan dentro
chirimías y trompetas como en
la plaza cuando hay toros, silvos
y grita, y salen OBREGÓN
y CAÑIZARES
OBREGÓN:
Acogerse, que el toril
está abierto, y las trompetas
hacen señal.
CAÑIZARES: A recetas
tan vïudas, lo civil
de la fuga es más
seuro
que una
muerte criminal.
OBREGÓN: Otra
vez hacen señal.
CAÑIZARES: Aquel
andamio es mi muro.
OBREGÓN: ¿Hay
bota?
CAÑIZARES:
Con munición
de
Alaejos.
OBREGÓN:
Esa afrenta
tome
Medina a su cuenta,
pues solos sus vinos son
los monarcas de Castilla.
CAÑIZARES: Y a fe
que en fe de su vino
dicen
que Baco es vecino
de esta
populosa villa;
más
todo lo forastero
suele
ser más estimado.
OBREGÓN: ¿Qué
hay más?
CAÑIZARES:
Conejo empanado
y una pierna de carnero,
tan
tachonada de clavos,
y para
que en mas se precie,
ojalada
con la especie
villana
por todos cabos
que
se juntan las Molucas
en ella con Alcalá
di
Henares.
OBREGÓN:
Cógense allá
robustos ajos.
CAÑIZARES:
Caducas
suspensiones de la taza
que
tiemblan de puro añejas,
con un jamón, que en guedejas
se
deshile, harán la plaza
que
se te ande alrededor.
Grita como que
sueltan al toro
UNO: Bravo
toro. Dentro
OTROS:
Guárdate, hombre. Dentro
OBREGÓN: Pedidle
a la oreja el nombre
si os preciáis de toreador;
dos rayos lleva en los huesos
y cuatro alas en los pies.
CAÑIZARES:
Barrendero valiente es.
¡Por
Dios, que los más traviesos
le
van despejando el coso!
OBREGÓN: A todos
tiembla la barba.
CAÑIZARES: ¡Fuego
de Dios, cómo escarba
y cómo
bufa el barroso!
UNO:
¡Jesús, Jesús, que le mata! Dentro
OBREGÓN:
¿Cogióle?
UNO:
¡Válgate Dios! Dentro
CAÑIZARES: ¿Otra
vez? De dos en dos
cita,
ejecuta y remata
a
pares las cabezadas.
¡Oh
Minotauro español!
OBREGÓN: ¿Hirióle?
CAÑIZARES:
No; pero el sol
le
alumbra las dos lunadas.
OBREGÓN:
Descortesmente se paga
toro
que hace tal castigo.
CAÑIZARES: Debe de
ser enemigo
del
Arzobispo de Braga.
OBREGÓN: No
experimento sus tretas.
CAÑIZARES: Alto al
tablado, Obregón,
que
éste, sin ser postillón,
condena
en las agujetas.
UNO:
¡Corre, corre, que te alcanza! Dentro
OBREGÓN: ¡Qué
bien la capa le echó
el que
se le atravesó!
CAÑIZARES: En ella
toma venganza;
¡Oh! Cómo ojala y pespunta.
¡Dalle,
dalle! ¿Hay tal porfía?
OBREGÓN: ¡Fïadle
una ropería!
CAÑIZARES: No
tiene de punta a punta
palmo y medio su armazón.
OBREGÓN: Más de
algún culto dijera
que se
pone bigotera.
CAÑIZARES:
Aguardemos, que hay rejón.
Dentro suenan
pasos de caballo con pretal
OBREGÓN:
Alentado, caballero,
¡qué buen aire, qué bizarro¡
CAÑIZARES: Éste es
Fernando Pizarro.
OBREGÓN: ¿Quién?
CAÑIZARES:
El Marte perulero.
El
que ha dado a Carlos Quinto
un
nuevo orbe, que dilata,
y de
mil leguas de plata
le trae
al César su quinto.
El
más airoso soldado
que
Italia y que Flandes vió.
OBREGÓN: ¿Éste
es a quien hospedó
don
Alonso de Mercado?
¿El
que en la justa y torneo
hizo
tan festivo estrago?
CAÑIZARES: El
lagarto de Santiago,
en fe de tan noble empleo
tiene en su pecho el
lugar
que es
su centro y propia esfera.
OBREGÓN: Extremadura
te espera
en
estatuas venerar.
Éste
dicen que prendió
al
monarca Atabaliba,
y de
una suma excesiva
de
indios triunfante salió.
CAÑIZARES:
Cuatro hermanos son, que igualo
a los
nueve héroes que dan
renombre a la fama; Juan,
Francisco, Hernando y Gonzalo;
pero
el que ves sobre todos.
OBREGÓN: Su
presencia, lo asegura,
venturosa
Extremadura.
Suena el pretal
como que se pasea
CAÑIZARES: Es
sangre, en fin, de los godos,
OBREGÓN: Ya
ha dado a la plaza vuelta
y hacia
el toro se encamina.
CAÑIZARES: ¡Qué
bien al bruto examina!
¡Qué
airoso que el brazo suelta
caído con el rejón!
OBREGÓN: El
caballo es extremado.
CAÑIZARES:
¡Hermoso rucio rodado!
OBREGÓN: Su piel
en oposición
mezcla la nieve y la tinta;
bellas manchas la hermosean.
CAÑIZARES: Más las colores campean
si la enemistad las
pinta,
en
éste solo se enseña
si
quieres examinallo
la
perfección de un caballo:
cabeza
airosa y pequeña,
viva, alegre y descarnada,
los ojos grandes, abiertas
las narices, por ser puertas
del aliento; bien poblada
la
crin que el talle hace bello,
de
plata, espesa y prolija,
que se
escarcha y ensortija;
ancho
el pecho, corto el cuello,
las dos caderas partidas,
al pisar firmes y llanos
los pies, echando las manos
afuera, y tan presumidas,
que
a los estribos se atreven,
tan
sujeto al freno y fiel,
que
parece que con él
le
habla el dueño.
OBREGÓN: Lición lleven
los
más diestros de lo airoso
con que
el gallardo extremeño
quiere
salir de este empeño.
CAÑIZARES: ¡Qué
atento le mira el coso!
OBREGÓN:
Aguardernos esta acción,
que no
es bien mientras subamos
al tablado que perdamos
tan
vistosa ostentación.
Suena el pretal
como que se pasea
CAÑIZARES:
Repara con el aseo
que
paso a paso se va
al
toro.
OBREGÓN:
¡Qué atenta está
la plaza!
CAÑIZARES:
El común deseo
le
favorece.
OBREGÓN:
Ya el bruto
le
encara, escarbando el suelo,
y hacia
atrás tomado el vuelo,
airado,
diestro y astuto
reviene la ejecución
del
golpe.
CAÑIZARES:
Y el don Fernando
la nuca
le va buscando
con el
hierro del rejón.
Ruido del
caballo y pretil, como que acomete
OBREGÓN: ¡Oh,
quiera Dios que le acierte!
CAÑIZARES: Ya le
embiste.
OBREGÓN:
Con él cierra.
UNO:
¡Válgate Dios!
Dentro
CAÑIZARES:
Cayó en tierra
el
toro.
UNO: ¡Extremada suerte! Dentro
Chirimías
OBREGÓN: Tan
dichosa como cuerda.
CAÑIZARES: Pienso
que al caballo hirió.
OBREGÓN: No
pudo, que le sacó
veloz
por la mano izquierda
y la
presa hizo en vacío
la
bestia.
CAÑIZARES:
Patas arriba
aplaude
a quien le derriba.
OBREGÓN: Todos
celebran su brío.
CAÑIZARES:
Dejóle dentro una braza
desde
la nuca hasta el cuello.
OBREGÓN: ¡Lance
airoso, golpe bello!
CAÑIZARES: Vítores
le da la plaza.
OBREGÓN: Y
con razón, que su gala
mayor
aplauso merece.
CAÑIZARES: ¿En qué
el toro se parece
a la
comedia que es mala?
OBREGÓN: Buen
enigma; alto al tablado.
CAÑIZARES: ¿En qué
se parecen, digo,
el toro
y comedia?
OBREGÓN: Amigom
parecense en lo silbado.
Vanse OBREGÓN y
CAÑIZARES. Salen don
Alonso de QUINTANILLA y don
FERNANDO, como que se apea de dar el
rejón, y con hábito de Santiago,
y CASTILLO, su criado
QUINTANILLA: Don
Fernando, estos abrazos
os doy
por dos parabienes,
y entrambos son tan solemnes,
que a transformarse sus lazos
en
laureles, consiguieran
la
dicha de coronaros;
dedícooslos por hallaros
en España. No pudieran
darme nuevas de igual gusto.
Los
míos también os doy
por la
acción con que honráis hoy
estas fiestas, pues fue justo,
cuando Medina del
Campo,
católica, las ordena
a la
Cruz, que fue de Elena
tesoro
que halló en el campo,
como
el Evangelio dice,
oculto
y del orbe luz
que
honrando vos con la cruz
el
pecho noble y felice,
hallase en vos igual pago,
pues
una y otra divina
festeja
a la de Medina
hoy en
vos la de Santiago.
Bizarra demostración,
tan
dichosa como diestra,
acaba
de darnos muestra
de que
vuestros hechos son
dignos de infinitas famas.
Con
razón podrán teneros,
sí,
envidia los caballeros,
en su
protección las damas.
¡Sazonada y feliz suerte!
FERNANDO: La de
hallaros lo será,
dejad
de encarecer ya
el dar
a un bruto la muerte,
que los de toros y dados
consisten en la ventura.
QUINTANILLA:
Juzgábala yo segura
mientras que fuimos soldados
y camaradas los dos
en
Italia.
FERNANDO:
¡Oh, capitán,
qué
vida aquella!
QUINTANILLA: Ya están,
desde
que faltasteis vos
las
cosas tan diferentes
que no las conoceréis.
FERNANDO:
Múdanse, como sabéis,
los
sucesos con las gentes,
pero
el César -- Dios le guarde --
en Nápoles y en Milán
reina; huyóle Solimán,
sólo con Carlos cobarde.
Túnez le paga tributo,
a pesar
de Barbarroja,
al
ciego sajón despoja,
cubrió
el Lansgrave de luto
presunciones que Lutero
llenó
de torpe arrogancia;
preso
en Madrid, lloró Francia
a su
Francisco primero.
Roma
le dió la obediencia,
bien
que a costa de Borbón;
Duques los Médicis son
con su favor en Florencia.
Capitanes y soldados
tiene
de inmensos valores.
¿Qué le
falta?
QUINTANILLA:
El ser mejores
siempre
los tiempos pasados.
¿Acordaisos de aquel día,
que nos
hallamos los dos,
alférez
entonces vos,
Fernando, en la de Pavía;
cuando el marqués de Pescara
al rey
Francisco prendió,
que
porque la honra nego
al
marqués, de acción tan rara,
un
capitán italiano,
le
desafïasteis?
FERNANDO: Fué
en las
hazañas y fe
prodigio algo más que humano
el marqués. ¿Qué maravilla,
si se
llamó don Fernando
de
Ávalos, ilustrando
sangre
que le dio Castilla,
que
un don Fernando volviese
por
otro? Él lo mereció;,
mas también me acuerdo yo,
porque
el crédito, os confiese
en
que el César siempre os tuvo,
que
cuando su majestad,
después
que dió libertad
al
dicho rey, y él no estuvo
firme en la correspondencia
a tanta
piedad debida,
su
ingratitud conocida,
e
irritada su paciencia,
que
de persona a persona
le
envió a desafïar,
y a vos os hizo avisar,
que
partiendo a Barcelona,
le
hiciésedes compañía,
por si
fuese dos a dos
el
combate, que de vos
valor
tanto el César fía.
QUINTANILLA: Excusóse el Francés de eso
y
quedóse mi alabanza
no más,
que en esa esperanza,
pesóme,
yo os lo confieso.
Dichoso vos, don Fernando,
que no
cabiendo en el mundo,
buscasteis otro segundo
nuevos
polos conquistando,
que
el Non plus ultra dilata,
y al
César su globo humilla.
FERNANDO: Don
Alonso Quintanilla,
fama
pretendo, no plata.
QUINTANILLA: Con
una y otra se adquieren
blasones y estados grandes;
ricos de fama hay en Flandes,
que pobres de plata
mueren.
Yo
vengo ahora de allá
tan
cargado de papeles,
como el
honor de laureles,
pero
juzgaréme ya
por
dichoso y bien premiado,
pues
veros he merecido.
FERNANDO: Todo lo
que he adquirido
es
vuestro.
QUINTANILLA: No interesado,
amigo sí, me estimad,
que son
más firmes tesoros.
Gocemos
ahora los toros,
y
aquella ventana honrad,
oíreis aplausos desde ella,
que la
plaza os apercibe.
Gritos y ruído,
dentro, de fuego
FERNANDO: Quien
de adulaciones vive
poco le
debe a su estrella.
Pero
escuchad, ¿qué rüido
es
éste?
UNO:
¡Agua, que esta casa Dentro
se
quema!
OTRO:
¡Agua, que se abrasa Dentro
esta
acera!
OTRO:
Ya ha cogido
las puertas el fuego.
OTRO: Ayuda,
que me abraso.
OTRO:
¡Que me quemo!
OTRO: ¡Que me
ahogan!
QUINTANILLA:
¡Triste extremo!
FERNANDO: ¡Qué
brevemente se muda
el
regocijo en cuidados!
QUINTANILLA: Confusa
con la congoja
toda la
gente se arroja
sin sentido a los tablados
desde los balcones.
FERNANDO: ¡Llamas
terribles; incendio extraño!
QUINTANILLA: El
sobresalto hace el daño
mayor. ¡Qué de hermosas damas
sin reparar en recatos
se arrojan y precipitan!
FERNANDO: ¡Y qué
poco solicitan
su
remedio los ingratos
pretendientes de su amor!
QUINTANILLA: ¿Pues
qué ayuda pueden darlas,
si
aunque intenten ampararlas
contra
el fuego no hay valor?
FERNANDO: No
desamparar su lado
en
peligro tan urgente.
Gritos de
dentro y ruido como que se ha hundido un
tablado
QUINTANILLA: La
multitud de la gente
con todos hundió el tablado.
UNOS:
¡Jesús, Jesús! Dentro
OTRO: ¡Que me matan! Dentro
OTRO: ¡Que me
ahogan, confesión!
FFRNANDO: ¿Hay
más triste confusión?
OTRO:
¡Agua!
Dentro
OTRO:
¡Favor! Dentro
FERNANDO:
Se retratan
sus
congojas en mi pecho.
¡Ah, cielos, que no haya traza
de
socorrerlos!
QUINTANILLA: La plaza
va toda
allá sin provecho,
porque antes la multitud
estorba
que favorece.
FERNANDO: Voraz
el incendio, crece
el
espanto y la inquietud.
QUINTANILLA: En
una silla han sacado
del
riesgo una dama bella.
FERNANDO:
¡Válgame Dios! ¿No es aquélla
doña
Isabel de Mercado?
¿Qué
espero aquí, si la adoro?
UNO: Hüir,
que el toril se ha abierto. Dentro
UNOS:
¡Agua!
Dentro
OTROS:
¡Favor!
OTRO:
¡Qué me han muerto!
OTROS:
¡Confesión!
QUINTANILLA: ¡Soltóse un toro!
FERNANDO: Y
hacia el tablado caído
se
encara contra la gente.
QUINTANILLA:
¡Extraña ocasión!
FERNANDO: Presente
mi
dama, desaire ha sido,
cuando tanto la he querido,
el no
irla yo asegurar.
¿Yo
tengo fe? ¿Yo sé amar?
QUINTANILLA: A la
silla ha acometido
el
bruto fiero, y los mozos
huyen,
dejándola en ella.
Embraza la capa
y saca la espada
FERNANDO: Aquí
valor, aquí estrella!
No ha
de malograr mis gozos
la
Fortuna, no la suerte;
amor,
ésta e mi ocasión.
Vase don
FERNANDO
QUINTANILLA:
¡Gallarda resolución!
Téngale
envidia la muerte;
contra el bruto cara a cara
se
arroja, y puesto delante
de la
silla, acción de amante,
airoso
a su prenda ampara.
¡Qué
valientes cuchilladas;
qué diestro que sale y entra,
que
animoso que le encuentra
qué
atentas y qué aseadas
acciones! Ni descompuesto,
ni con
el riesgo turbado.
UNO: ¡Bravo
golpe! Dentro
QUINTANILLA:
Cercenado
le ha
la cabeza. Echó el resto
su
valor; aprenda de él
el
ánimo y la destreza.
Dejádole ha la cabeza
al
cuello, como joyel,
y dividido en pedazos
el
cuerpo, la arena tiñe,
el
acero heroico ciñe
y a su
dama saca en brazos.
Saca don
FERNANDO desmayada en brazos a doña
ISABEL
FERNANDO: ¡Tal
desgracia y en tal día!
Su
mejor flor secó el mayo;
dos
almas cortó un desmayo,
la de
Isabel y la mia.
Sale CASTILLO
Esta
casa es principal.
Castillo, a esas puertas llama,
prevén
en ella una cama.
Vase CASTILLO
Si
fuese, amigo, mortal
este
trágico accidente,
las
suertes se malograron,
que
envidiosos ahogaron
los
aplausos de la gente.
QUINTANILLA: No hay que temer este extremo,
que un
desmayo ocasionado
de
riesgo tan apretado,
es
común.
FERNANDO:
Su muerte temo.
QUINTANILLA: Las
delicadas bellezas
son
flores que se marchitan,
pero
luego resucitan;
porque
sustos y tristezas
desmayan, mas nunca matan.
Salen CASTILLO
y CHACÓN
CASTILLO: Sube,
señor, que ya abrieron.
FERNANDO: Nueva
esperanza me dieron
las perlas que se desatan
bordando cada mejilla.
QUINTANILLA: Pues
que llora, viva está.
FERNANDO: ¡Oh,
amanezca este sol ya!
Don
Alonso Quintanilla,
esperadme aquí; Chacón,
a don Alonso Mercado
corre a
avisar del estado
en que
tanta confusión
nos
ha puesto; di que asisto
a su
hermana mientras viene.
Éntrase don
FERNANDO con la dama y
también CHACÓN
QUINTANILLA: ¿Pues
de fiesta tan solemne
ha
faltado?
CASTILLO:
No la ha visto.
Poco
a estas cosas se inclina,
después
que alcaide le ha hecho
el César, de él satisfecho,
de la Mota de Medina.
QUINTANILLA: Es
notable fortaleza,
y en
Castilla de importancia.
CASTILLO: Los
hijos del rey de Francia
humillaron su grandeza
teniéndola por prisión.
QUINTANILLA: ¿Y es
don Alonso casado?
CASTILLO: Hasta
poner en estado
dos
hermanas, perfección
de
la hermosura y nobleza,
la
desmayada Isabel
y
Francisca, pienso de él,
que juzga
a poca fineza
darlas cuñada, que son
casi
suegras.
QUINTANILLA:
Vuestro dueño
de la
mitad deste empeño
le
sacara.
CASTILLO:
Inclinación
muestra
don Fernando extraña
a doña
Isabel.
QUINTANILLA:
Merece
todo el
amor que la ofrece
su
beldad.
CASTILLO:
Puede en España
ser
espejo de doncellas
en virtud, honestidad,
recato,
afabilidad
y
discreción.
QUINTANILLA:
Partes bellas
para
hacer que don Fernando
olvide
al Perú.
CASTILLO: Sería
a lo menos feliz día
para
aquel orbe, si entrando
en
él con tan bella esposa
don
Fernando, mi señor,
diese a
las Indias valor
su
prosapia generosa.
Huésped
suyo agasajado
ocho
días ha en la Mota,
amor,
que esperanzas brota,
bien
puede de este Mercado
feriar dulce compañía.
QUINTANILLA:
¿Correspóndele la dama?
CASTILLO: No sé
que pase su llama
extremos de cortesía;
pues
para que en más se estime
el
valor, que en ella adora,
si
afable y bella enamora,
grave y
honesta reprime.
Salen don
ALONSO de Mercado, don FERNANDO Y
CHACÓN
MERCADO: Ya
mi Isabel, recobrada,
volvió en sí, gracias a Dios,
porque os debamos a vos
fineza
tan sazonada.
Pagáis,
en fin, la posada,
que en
mi casa honrado habéis
de
suerte, que igual hacéis
mientras que de ella os sirváis
al
placer, que la asistáis,
al
pesar, que os ausentéis:
Medina os queda deudora;
porque
sin vos, ¿que valieran
fiestas, qué tragedias fueran
si sólo
el temor las llora?
Con vos
en gozos mejora
pesares, que amenazaron
desgracias; pero no osaron
competiros cuando os vieron,
pues
dado que acometieron
cobardes, no ejecutaron.
El fuego os tuvo temor,
pues vengando nuestra
injuria,
sólo
hizo alarde su furia
de
vuestro invicto valor.
Para
que fuese mayor
creció
peligros la llama
y
cuando más se derrama,
más la
suerte os engrandece,
que al
paso que el riesgo crece,
crece
en el noble la fama.
Ésta, en una y otra acción,
parece
que duplicada
tuvo
envidia vuestra espada
a
vuestro airoso rejón.
Un toro
a su ejecución
rindió
la rebelde vida,
logrando en otra lucida
vuestra
espada su destreza,
que a
dejarle la cabeza
pudiera
quedar corrida.
Muerto, en fin, a vuestros pies
confesó, añadiéndoos famas,
que aun un bruto con las damas
es
razón que sea cortés.
Débeos
mi hermana después
nueva
vida y ser segundo,
y así
en vuestro valor fundo
que
sólo, ensalzando a España,
pudiera hacer tanta hazaña
un
hombre del otro mundo.
FERNANDO: Soy
yo, don Alonso, amigo,
todo
vuestro, y no es razón,
que
prendas que vuestras son
alabéis, parte y testigo.
Mas si con ello os obligo,
creedme, a fe de soldado,
que del
Perú conquistado
no
estimo en tanto el laurel
como
ver vuestra Isabel
libre
del riesgo pasado.
La desgracia repentina
estas
fiestas lastimara,
si la
beldad malograra
que
vale más que Medina.
Cesó su
fatal rüina,
pasó el
rigor como el rayo,
que
ocasionando al desmayo
sobresaltos y temores,
si
congojó nuestras flores,
volvio
a alentarlas el mayo.
Doña
Isabel, mi señora,
vuelve
a casa, y asegura,
cómo
tras la noche oscura,
con más
belleza el aurora.
Venid y
démosla agora
parabienes, pues no debe
sufrirse que el premio lleve
de una
suerte bien lograda,
el
brazo solo y la espada,
sino el
alma que los mueve.
MERCADO:
Airosa es la bizarría
que
sabe para obligar,
del
modo que en vos, juntar
al
valor, la cortesía.
Si
fuera la hermana mía
alma
que el brazo os rigiera,
dichas
mi casa tuviera,
que en
vos estoy envidiando,
vamos.
Vase don Alonso
MERCADO. Sale don Gonzalo de VIVERO
VIVERO:
Señor don Fernando,
aparte
hablaros quisiera.
FERNANDO: Don
Alonso, al punto os sigo;
Quintanilla valeroso,
vernos
después es forzoso.
QUINTANILLA: Adiós,
don Fernando, amigo.
Vanse don
Gonzalo de VIVERO y QUINTANILLA
CASTILLO: ¿He de quedarme contigo?
FERNANDO: No,
Castillo; con Chacón
en casa
espera.
CASTILLO:
A cuestión
me
huele tanto recato.
CHACÓN: Horma
topó su zapato
que le
apretará el talón.
Vanse CASTILLO
y CHACÓN
FERNANDO: Ved
en qué serviros puedo,
pues solos nos han dejado.
VIVERO: De
vuestro cortés agrado
con
nuevas envidias quedo,
pero
no habéis de enojaros
si apasionado y celoso
me
advirtiéredes curioso
en lo
que he de preguntaros.
FERNANDO:
Excusad esa advertencia;
por que
yo ya ha muchos años,
que
entre peligros y daños
aprendí a tener paciencia;
mas,
celoso, sentiría
haberos
yo ocasionado
a mal
tan desesperado.
VIVERO: Vos
causáis la pena mía.
¿A
cuál de las dos hermanas
que os
hospedan, queréis bien?
FERNANDO: A
entrambas, porque no estén
quejosas, que en cortesanas
obligaciones no hay tasa
que
reprima al liberal,
ni
fuera bien querer mal
a quien
me admite en su casa.
VIVERO: No
os déis por desentendido
si
sabéis la diferencia,
que
hace la benevolencia
al amor
correspondido.
¿De
cuál de estas sois amante?
¿Quien
vuestro cuidado obliga?
FERNANDO: No sé,
por Dios, lo que os diga
a
pregunta semejante.
Pero
podréos afirmar,
que
cuando hiciera el deseo
en una
o en otra empleo,
oso tan
poco fïar
a
ninguno mis afectos,
que
aunque dentro el alma moran
mis
pensamientos, ignoran
unos de
otros los secretos.
Ved
si será desvarío,
no
siendo amigos los dos
que os
fíe el secreto a vos,
que al
pensamiento no fío.
VIVERO:
Comunicando cuidados
Amor su
alivio procura.
FERNANDO: Si más
los de Extremadura
somos en todo extremados,
y en semejantes desvelos
hay quien afirma, y no mal,
que Amor nació en Portugal,
y en nuestra patria los celos.
Éstos, huyendo ocasiones,
que con sospechas
maltratan,
son tales que se recatan
de sus
imaginaciones.
VIVERO: Los
que traigo ejecutivos,
puesto
que no tan avaros,
me
obligan a provocaros,
entre
otros, por dos motivos.
La envidia de vuestra fama
es el
uno, porque temo
que
siendo con tanto extremo,
me
olvide por vos mi dama;
el
otro, la enemistad
que
causa la competencia.
Hablan de vuestra experiencia,
esfuerzo y capacidad,
con
tanta ponderación,
cuentan de vuestras hazañas
tan inauditas y extrañas
cosas, que fábulas son.
Dicen que en el occidente
vuestro
ánimo varonil
mataba
de mil en mil
los
indios, y que su gente,
temblando el nombre español,
por
deidad os adoraban,
y que
en fe de esto os llamaban
primogénito del sol;
que
un ejército vencisteis
vos
solo, sería de estopa,
pero
sin armas, ni aun ropa,
a poco
riesgo os pusisteis;
que
en la hazañosa prisión
del
bastardo Atabaliba,
sobre
las andas en que iba
hallasteis de oro un tablón
que
pesaba dos quintales,
y que
el rey por redimir
su prisión,
hizo venir
cargados de los metales,
que
han hecho tantos delitos,
sumas
de indios, que llenaron
el
salón, que señalaron,
de
tesoros infinitos,
y
puesto que sin provecho,
obligaros pretendió,
desde
el suelo se atrevió
el oro
y plata hasta el techo.
Que
en el Cuzco despojasteis
un
templo al sol, cuyo muro
de
tablones de oro puro
guarnecido, aún no apagasteis
la
sed, que avarienta hechiza,
y que
en otro de la luna
os
concedió la Fortuna
vigas
de plata maciza,
tan grande, que las menores
de
cuarenta pies pasaban,
que
unos huertos le adornaban,
cuyas plantas, yerbas, flores,
con propiedad prodigiosa,
troncos, ramos, hojas, frutos,
peces, pájaros y brutos,
imitando en cada cosa
la
misma naturaleza
era
todo de oro y plata.
Sume el
que en números trata
si
puede, tanta riqueza,
o vos, que fuisteis testigo,
con los
demás castellanos,
que
hasta las trojes y granos
del
maíz, que es vuestro trigo,
de
ciento en ciento arrimadas,
oro
afirma, quien las sueña,
hacinas
había de leña
al
natural imitadas;
que
siendo de este metal,
sólo
para ostentación
de su
vana religión,
agotaron el caudal
al sol que produce el oro,
esmeraldas se quebraron,
que
doce libras pesaron;
atrévense a tal tesoro
las
novelas de estos días,
con que
la verdad se infama.
¿Leyó la crédula dama
libros
de caballerías,
que
osasen contar quimeras
tan
indignas de creer?
Pues
como cada mujer
juzga
estas burlas por veras,
y agrada
todo lo nuevo
y a
cada dama en Medina,
que
tiene en vos imagina
un
caballero del Febo,
un
Artús, un Amadís,
y que
si os llega a obligar,
en dote
le habéis de dar
tres o
cuatro Potosís;
aumentáis este deseo
con las
suertes que lograsteis
en los
toros que matasteis,
y en lo
airado del torneo.
La
dama que socorristeis
os
confiesa obligación,
su
hermana os muestra afición;
de toda
la plaza oísteis
aplausos, que hasta los cielos
vuestra
alabanza subliman,
y sólo a
mí me lastiman
penas,
envidias y celos.
Yo
adoro a una de las dos,
que me
obligó a preguntaros
cuál de
ellas bastó a prendaros;
y pues
no alcanzo de vos
noticias, que me encubrís,
tampoco
quiero deciros
su
nombre, que intento heriros
por los
filos que me herís;
mas
aseguraros puedo
que,
puesto que no admitido,
no me quejo aborrecido.
Entre
Medina y Olmedo,
mi
patria, la vecindad
y
frecuencia de sus nobles
suele
hacer con lazos dobles
parentesco la amistad.
Ésta, y amor que me abrasa,
me ha
obligado a que recele
el
riesgo que causar suele
un
competidor, y en casa,
a
esperanzas que de fuera;
marchitándolas en flor,
como es frecuencia el amor
distante se desespera.
Sólo
un reparo procura
mi
resolución honrada,
que es
por medio de la espada,
probar
con vos mi ventura;
pues
muriendo a vuestras manos
gano en
lugar de perder,
con
quien supo merecer
tantos
laueles indianos;
y si
os doy, por dicha, muerte,
que estos lances son acaso,
toda vuestra fama paso
a mi
venturosa suerte;
pues
dando nuevo valor
al
esfuerzo, siempre han sido
las
hazañas del vencido
despojos del vencedor.
FERNANDO:
Desacertados desvelos
mi cólera han provocado.
puesto
que quedo vengado
con
haberos dado celos;
mas porque advirtáis cuán lejos
me tenéis de castigaros,
quiero en lugar de
enojaros,
serviros con dos consejos.
El
uno es, que en ocasiones
semejantes, procuréis ser,
antes que os empeñéis,
señor de vuestras
acciones,
pues
si contra el ofendido
os arrojáis destemplado,
el
reñir desbaratado
es lo
mismo que vencido.
El
segundo, que primero
que
toméis resolución,
averigüéis la ocasión
con que
sacáis el acero;
porque arriesgar vida y fama
sin
certeza del agravio,
ni es
acción de pecho sabio
ni
medrará vuestra dama,
sino
es la publicidad
que con
desdoro indiscreto
en
ofensa del secreto
eclipse
su honestidad.
Respetos de la hermosura
piden
atento el cuidado,
que
honor y vidrio quebrado
nunca
admiten soldadura,
y
las de quien huesped fui,
que de
hoy más no lo seré,
conservan el suyo en pie
de
suerte, que es frenesí
imaginar, que conmigo
den
átomos de ocasión
a
vuestra imaginación;
porque
es el cielo testigo,
que puesto que he examinado
por lo exterior los afectos,
que dentro el alma
secretos
no
siempre encierra el cuidado,
jamás en la que es mi dueño
pudo un
descuido o mudanza
dar
alas a mi esperanza;
porque
el agrado risueño
que
una mujer principal
muestra
al huésped de valor,
si es
el regalo mayor,
no por
eso da señal
con
que, pasando de raya,
su amor
intimarle pueda;
que
quien sin agrado hospeda
dice al
huésped que se vaya.
Ya
os constará, según esto,
cuán
poco seguro estoy
de que
preferido soy
a
vuestro amor; mas supuesto,
que
con empeños mayores
se
agravian vuestros recelos,
que el
cuerdo no pide celos
si
antes no adquirió favores,
porque yo éstos no os impida,
os doy
mi fe de buscar
color
con que despejar
la
casa, si agradecida
no
profanada por mí,
o
ausentándome mañana
a
vuestra sospecha vana
satisfacer. Mas si así
aun
no basto a aseguraros,
ya veis
que el puesto y la hora,
de
vuestra dama desdora
la
opinión que ha de obligaros.
Volved cuando enmudeciendo
la
noche lenguas al día,
honeste
vuestra porfía
con
valor y sin estruendo,
que
a las doce, sin dar nota
la
gente que nos ve,
en el
terrero estaré
del
Castillo de la Mota.
Vase don
FERNANDO
VIVERO: Este
hombre juntó al valor
la
prudencia y el respeto;
obligando en lo discreto
da en
lo valiente temor;
mas yo
con celos y amor,
¿cómo
podré en su alabanza
desbaratar mi venganza
mientras no supiere de él
que no
es mi doña Isabel
el
blanco de su esperanza?
Colijo por conjeturas,
que
quiere bien donde vive,
pero
ignoro a quien recibe
por
dueño de sus venturas,
si de
las dos hermosuras
me
encubre la qué me toca,
lo que
me niega su boca,
mi
industria averiguará,
que con
celos mal podrá
ser
muda la deidad loca.
Esta
noche ha de aguardarme
como
ofrece en el terrero;
buscar
un amigo quiero,
que en
esto pueda ayudarme.
¿Qué
mucho, que atormentarme
llegue
el dudar y el temer?
mi
opuesto rico, mujer
la
causa de mi cuidado,
él todo
oro, ella Mercado,
y Amor
comprar y vender.
Vase
VIVERO. Salen doña ISABEL y
doña FRANCISCA
ISABEL: Aquí
entre la amenidad
de
estos álamos, que son
del
castillo guarnición,
que
vivimos, si es verdad
que
Amor gobierna tu seso,
y yo
merezco saber
quien
te llega a merecer,
me vuelve a referir eso;
que
estuve poco advertida
en casa
a tu relación,
en fe
de la turbación
que
puso a riesgo mi vida.
Parece que el huésped nuestro
te ha dado en que desvelar;
vuélveme, hermana, a contar
estas
novedades.
FRANCISCA: Muestro
en
declararte, Isabel,
mi
pecho, el último afeto
que te
tengo.
ISABEL:
Amor secreto,
aunque
seguro, es crüel.
FRANCISCA:
Digo, pues, que desde el día,
que
este hechicero Pizarro
me
deleitó en lo bizarro
y
obligó en la cortesía,
di lugar a pensamientos
que
hasta entonces sosegados
ya
quieren amotinados
ser
causa de mis tormentos.
Consideré su valor,
y que,
Alejandro segundo,
conquistando un nuevo mundo
se le
dió a su emperador.
Bastaba esto para hacerle
señor
de mi voluntad.
¿Qué
hará pues mi libertad
si esta
tarde llego a verle
aplaudido de las damas,
envidiado de los nobles,
añadir con suertes dobles
dicha a
dichas, fama a famas?
De
todo el pueblo querido,
de la
Fortuna amparado,
de la
plaza celebrado,
de los
cobardes temido,
y,
en fin, de tu vida dueño,
pues
sola amparada de él,
nos
hizo, doña Isabel,
deudoras de tanto empeño.
¿Qué
más quieres que te diga?
Saca tú
por consecuencias,
si
discurres, evidencias,
que no
quiere que prosiga
la
lengua, corta en hablar,
si
larga el alma en querer.
ISABEL: Mucho te llego a deber,
pues quieres por mí pagar
deudas que yo sola debo;
pues si
bien nuestros cuidados,
si
obligan mancomunados,
yo que
el mayor logro llevo
de
esta usura, era razón,
que
este empeño asegurase,
y
liberal te sacase
de tan
nueva obligación.
FRANCISCA:
¿Pues amas a don Fernando?
ISABEL: No;
pero si es acreedor,
y tú le
tienes amor
por eso, ya estoy culpando
mi
remiso natural,
y que
en deudas semejantes
a la
paga te adelantes
siendo
yo la principal,
FRANCISCA:
¡Ay!, hermana, esos desvelos
si no
envidia, celos son.
ISABEL: Primero
entra la afición
y ésta
abre puerta a los celos.
Don
Fernando ocupa agora,
más que
en nuestros galanteos,
en la
guerra sus deseos,
que
Marte no se enamora
mientras que no se desnuda
el
arnés todo rigor;
mándale
el emperador
que
otra vez al Perú acuda,
y si
se ha de partir luego
y aquí
de prestado está,
¿quién
duda que apagará
tanto
mar tan poco fuego?
FRANCISCA: No
sé que el mar le consuma;
que si
en Chipre se crió
Amor,
su madre nació,
perla
en nácar, de su espuma.
Pero, ¿qué te importa a ti
que yo
me exponga a su olvido?
ISABEL: Ver,
Francisca, que has querido
pagar finezas por mí;
y desearte empleada
en seguras profesiones,
sin que
llores dilaciones,
antes
viuda, que casada.
Que
gozos que no aseguran
no se
deben pretender
y hay
rosas que al parecer,
deleitan pero no duran;
luz de relámpago breve,
sol y flores por febrero,
amistad de pasajero,
bebida
en julio, de nieve,
y
presunción de belleza
que al
espejo se ha mirado,
son como amor de soldado
que se
acaba cuando empieza.
FRANCISCA:
Nunca tan moral te vi;
mas celos, Isabel mía,
son todos filosofía
y leen cátedra por ti.
Pero
mi hermano y el dueño
de
nuestra conversación,
están
aquí.
Salen don
Alonso MERCADO y don FERNANDO
FERNANDO:
La ocasión
insta, y el plazo es pequeño;
mándame el César que
al punto
me parta, amigo, a embarcar,
mañana
pienso marchar.
MERCADO: Daisnos
don Fernando junto
el
gozo y los sentimientos;
menos
mal hubiera sido
el no
haberos merecido
nuestro huésped.
FERNANDO: Son violentos
los
preceptos de la corte.
MERCADO: ¿Pues
por qué dan tantas prisas?
FERNANDO: Reinan
agora las brisas
en los
piélagos del norte;
y, si esperamos las calmas
de
julio, es flema penosa.
MERCADO: Con
prisa tan rigurosa
nos
lleváis tras vos las almas.
Góceos, Medina, siquiera
esta
semana.
FERNANDO:
Han llegado
camaradas, que he obligado
a este
viaje, y quisiera
que
con cuatro compañías
que
llevo a esta embarcación
no
hiciese la dilación,
como
suele, demasías.
Ya
sabéis cuán fácilmente
la
gente se desbarata,
y cuán mal los pueblos trata
en que se alojan.
MERCADO: Urgente
causa dais. ¿Qué hemos de hacer?
Hablad a mis dos hermanas.
FERNANDO: Las
perfecciones humanas
que en
ellas merecí ver,
han
de hacerme mal pasaje
con su
memoria.
MERCADO:
Ojalá
la prisa que el César da,
amigo,
a vuestro viaje,
fuera menos que mi intento
imaginaba obligaros,
si
alguna pudo inclinaros,
a que
fuésedes de asiento
dueño, y no huésped de casa.
FERNANDO: ¿Qué
más dicha, a haber en mí
méritos
que no adquirí
y la
fortuna me tasa?
Empleos más generosos,
don Alonso, las buscad,
que merece su beldad
dos
Césares por esposos.
FRANCISCA: ¿No
nos daréis permisión,
hermano, para llegar
a
agradecer y pagar
tan
precisa obligación
como
al señor don Fernando
Isabel y yo tenemos?
ISABEL: Avaro
de suerte os vemos
en esta
parte, ocupando
el
tiempo todo con él,
que
estoy por pediros celos.
MERCADO:
Pedídselos a los cielos,
que envidiosos,
mi Isabel,
nos
le ausentan.
ISABEL: ¿Cómo? ¿Cuándo?
MERCADO: Mañana
si a resistillo
no
bastáis.
ISABEL:
Este castillo,
si fue,
señor don Fernando,
limitada habitación
que os
regaló cortamente,
ya, desde hoy, por delincuente,
os servirá de prisión;
porque obligar dando vida
y sin
que se satisfaga
rehusar admitir la paga,
si no
igual agradecida,
ni
dar término al aprecio
que
pide tanta importancia,
o es
género de arrogancia,
o
especie de menosprecio.
FRANCISCA: No
es posible que queráis
deslucir tan razonado
favor,
como ha interesado
mi
hermana, si os ausentáis.
FERNANDO:
Antes, señoras, pretendo
no
añadir obligaciones
que os
confieso en ocasiones
que os
estoy tantas debiendo;
porque el servicio pequeño
que
esta tarde os satisfaga
favor
fue, que se me haga,
y yo el
deudor de su empeño,
que,
a no animarme el temeros
en el
peligro en que os vi,
¿qué
dicha o suerte hubo en mí
que no
confiese deberos?
Vos
guiasteis el acierto
de mi
espada agradecida,
porque a quedar vos sin vida
el
perderla yo era cierto;
y
pues con aquel favor
mi
dicha aplausos mejora
y
siendo vos mi acreedora
me
empeñéis vuestro deudor,
no
me culpéis si adelanto
mi
ausencia por no aumentar
deudas,
sin poder pagar.
ISABEL:
Quedándoos por el tanto
nos
contentará la prenda.
FRANCISCA: Preso
estáis y ejecutado.
FERNANDO:
Soltádme, pues, en fïado,
que
donde falta la hacienda
es
bien que se le permita
irla a
buscar al deudor.
ISABEL:
Conforme fuere el fiador
que nos
deis.
FERNANDO:
Si se acredita
mi
palabra, yo os la empeño
de
volver de aquí a dos años.
ISABEL: Largo
plazo, pero extraños
los
intereses del dueño.
MERCADO: La
paciencia hará por él
lo que
en Jacob por su dama.
ISABEL: Por que
no ilustra la fama
lo que
padeció Raquel.
¿Por
ventura era menor
el
tormento que sufría?
Jacob
engañó con Lía
dilaciones de su amor;
Raquel sola con más fieles
finezas
dilató engaños.
MERCADO: No son
catorce dos años,
puesto
que sí dos Raqueles
mis
hermanas, que fïadas
en
vuestra palabra y fe,
os aguardarán.
FERNANDO:
Tendré
hasta
entonces represadas
esperanzas, que después
cumpláis, don Alonso, vos.
MERCADO: Sí, ¿más en cuál de las dos
fundáis las vuestras?
FERNANDO: Cortés,
la
modestia siempre cuerda,
teme mi
feliz fortuna
que por
señalar la una
la
gracia de la otra pierda;
y
así, guardando el decoro
que debo, afectos mitigo
pues --
¡oh don Alonso amigo! --
que al
paso que la una adoro
tengo a la otra respeto.
Mis camaradas están
aguardándome y tendrán
quejas justas, que, en efecto
dejan su patria por
mí,
si a
visitarlos no voy,
permitidme que por hoy
los
acompañe, que así
cumplir finezas podré
con que
el noble amigos gana.
Volveré
por la mañana,
y en
prendas os dejaré,
de
la palabra que he dado,
un alma
que en compañía
del
favor y cortesía
que en
vos he experimentado
estará en su natural,
pues
dando, señoras, muestra,
que
empeñada es prenda vuestra
no
habréis de tratarla mal.
Vase don
FERNANDO
ISABEL: ¡Qué
apacible!
FRANCISCA: ¡Qué discreto!
MERCADO: Soledad
nos ha de hacer;
pero,
en fin, si ha de volver,
dichoso
dueño os prometo
a la
una de las dos.
Vase MERCADO
ISABEL:
Tráigale el cielo con bien.
FRANCISCA: Si los
efectos se ven
del
alma, y Amor que es Dios
penetra los corazones,
perdido
se va por mí.
ISABEL: Nunca
yo crédito di,
Francisca, a equivocaciones;
y si bien no me ha debido
finezas
de bien querer,
no por
eso he de perder
la
parte que me ha cabido
en
el amor que confiesa;
que de
ingrata me notara
si su
amor menospreciara.
FRANCISCA: Será
por lo que te pesa
de
ver que de mí se agrada.
ISABEI Antes
quedo persuadida.
que al
paso que presumida
has de
correrte burlada.
Vanse las dos.
Salen don Gonzalo de VIVERO y
PADILLA
VIVERO: ¿Ya
vienes enterado
en lo
que has de decirle?
PADILLA: Ya he estudiado
tu
pensamiento todo.
Yo he
de llegar a hablarle, mas de modo,
que
crea que imagino,
que te
hablo a ti.
VIVERO: Sacarle determino,
Padilla, de esta suerte,
si a mi
Isabel adora, o con su muerte
asegurar desvelos.
PADILLA:
Valiente es, pero más lo son los celos;
daréle
de tu dama
el
fingido recado, pues si la ama
fuerza
es que sentimientos
manifiesten ocultos pensamientos,
que
gatos y celosos desatinos
despiertan con sus quejas los vecinos.
Sale don
FERNANDO
VIVERO: Éste es
sin duda.
PADILLA: Sea.
VIVERO: Aquí me
aparto, porque no me vea.
Padilla, sé discreto
y
averigua, ingenioso, este secreto;
que si
sirve a la dama de mi prenda,
señor
puedes llamarte de mi hacienda.
Retírase VIVERO
FERNANDO: Las
once el reloj ha dado;
ya
vendrá mi opositor;
qué
poco duerme el Amor
con
sospechas desvelado.
Llégase PADILLA
embozado y habla a don
FERNANDO
PADILLA: Don
Gonzalo de Vivero,
doña
Isabel, mi señora,
como
los celos no ignora
que os
ha dado el forastero,
me
previno a que saliese
a este
sitio a aseguraros.
¡Harto
se holgára de hablaros!
Mas si
su huésped viniese,
que
aguardan para cenar,
ocasionará malicias;
mándame
que os pida albricias,
y bien me las podéis dar,
porque se parte mañana
el
estorbo que teméis.
Si de
su boca queréis
informaros, la ventana
frecuentada os dará audiencia,
volviendo antes que se ría
la
Aurora, madre del día.
Añadid
a la paciencia
que
hasta agora habéis tenido
la que
os pide hasta este plazo,
que
harto siente el embarado
que
estas noches ha impedido
el
hablaros, pues sin vos
no hay
cosa que la consuele.
Ya sabéis por donde suele
hablaros; volved y adiós.
Vase PADILLA
FERNANDO: De
inadvertido tercero
se fió
esta vez el Amor;
basta,
que mi opositor
es don
Gonzalo Vivero.
¡Ah, cielos! No tan severo
quisiera yo el desengaño;
pues
aunque cure este engaño
mi
perdida libertad,
tal vez
en la enfermedad
hace el
remedio más daño.
¡Amor! ¿Celos al partirme?
¿Desengaños por la posta?
¡Qué
mala ayuda de costa
para
poder divertirme!
¡Qué
bien hice en resistirme!
¡Qué
mejor en recelarme!
¡Qué
cuerdo en no declararme!
¡Qué
sin prudencia en perderme!
¡Qué
ignorante en detenerme!
¡Qué
infeliz en ausentarme!
Privilegiada creía
de Amor
la honesta beldad
que amé, pero en esta edad
con
ellas nace y se cría.
Creer
que hay plaza vacía
en
bellezas con sazón,
es
ignorante opinión.
Pretendan amantes tiernos
en damas, como en gobiernos,
la futura sucesión.
Yo
dejaré malograda
mi
memoria inadvertida
como
prenda que se olvida
al
salir de la posada.
Doña
Isabel obligada
a don
Gonzalo, ha deshecho
maquinas que, sin provecho
ni
locura edificó,
que
amándola antes que yo,
no he
de usurparle el derecho.
Sale VIVERO
VIVERO: Con
mis intentos salí,
mis dudas certifiqué,
sus querellas escuché,
su discreción advertí.
Sntenciado ha contra sí
la
razón me favorezca
sola
esta vez.
Llégase a don
FERNANDO
No os parezca
que
descuidado o cobarde
os
vengo a buscar tan tarde.
FERNANDO: No lo
es mentras no amanezca,
si
bien primero que vos
cierto
desengaño vino,
que siendo nuestro padrino
en paz
nos puso a los dos.
Don
Gonzalo de Vivero,
de
cierto aviso he sabido
que
quereis y sois querido;
y en
esta parte prefiero
la justa acción que tenéis,
porque
yo, puesto que amante
de
vuestra dama, ignorante
del
favor que poseéis,
aunque os fui competidor
hasta
este punto, no he dado
indicios de mi cuidado,
ni he
merecido favor
de
que poderme alabar
que me
haya a vos antepuesto.
Pero
tengo, fuera de esto,
algunas
quejas que os dar;
que el noble favorecido
de su
prenda, tan sin tasa,
que a
las rejas de su casa
cada
noche es admitido,
con
damas de jerarquía
como la
que vos servís,
mientras que ni veis ni oís
desdoros, no es cortesía
ni
fineza de discreto
arrojaros a creer
de ella
lo que pudo ser,
ni aún
lo que es, si está secreto;
pues mientras tuvisteis de ella
imaginación tan vana
la
sospechasteis liviana
que
sobró para ofendella;
y la
mujer principal
que
recatada y honesta
su voluntad
manifiesta
a quien
se la muestra igual,
es,
la vez que se declara,
tan a
fuerza de rigores,
como
afirman los colores
que
amanecen en su cara.
Esta
ofensa es suya y mía
porque
contra la elección
que
hizo en ella mi afición,
sospechasteis que podía
inconsiderado amar,
llevado
de su hermosura,
dama
tan poco segura
que se
pudiese mudar.
Ofenderla y ofenderme
son dos
delitos en uno,
pero no
es tiempo oportuno
este de
satisfacerme;
que
quiere ya amanecer
y os espera vuestra dama
donde
otras veces mi llama,
que no
llegó a merecer
lo
mucho que envidio en vos,
quiere
servirla hasta en esto,
habladla, que en este puesto,
en vez de reñir los dos,
he de alcanzar con su
hermano,
puesto
que hoy he de partirme,
que
vuestras dichas con irme
y os dé
de esposa la mano.
VIVERO:
Puesto que en todo bizarro,
don
Fernando generoso,
intentéis salir airoso,
celos
del valor, Pizarro,
mas
que de doña Isabel
mudaron
los de mi amor,
ya yo os soy competidor,
no en la dama sino en él.
Ni
doña Isabel me espera,
ni el
recado, que en mi nombre
os
dieron suyo, os asombre;
que
todo esto fue quimera
de
mi sospecha inventada
para
averiguar la prenda
que
adoráis, ni esto os ofenda,
ni la
victoriosa espada
enmiende temeridades
ya reformadas en mí,
los hidalgos brazos sí
que eternicen amistades.
Restauraos a la esperanza
que mi
envidia os malogró;
que no he de competir yo
con quien en todo me
alcanza;
vos
siipisteis merecerla,
en las
fiestas obligarla,
en los
peligros librarla,
en la
opinión defenderla;
vos reprimís mis pasiones,
yo me doy por convencido,
que más fama han adquirido
que las
armas, las razones.
Al
Perú he de acompañaros,
ésto
habéis de concederme.
FERNANDO: Si
cortés queréis vencerme,
amigo,
intento imitaros.
¡Hoy
habéis de ser esposo
de doña
Isabel, por Dios!
VIVERO: ¡Vive
el cielo, que si en vos,
con los
demás generoso,
falta esta virtud conmigo;
que
aquí me habéis de quitar
la
vida. Ya no sé amar;
ya en
vuestra milicia sigo
las
armas; que el ocio infama.
¡O
darme muerte o seguiros!
FERNANDO: Con la
vida he de serviros,
y...
VIVERO: No
digáis con la dama,
que esa os toca de derecho.
FERNANDO: Ya mi
camarada os nombro.
VIVERO: Con tal
blasón seré asombro
del
nuevo mundo. Esto es hecho.
Amaneció con el día
la
dicha que apetecí.
¿Qué es esto?
Tocan a marchar
FERNANDO:
Vendrán por mí
marchando la compañía,
que,
con otras, por mandado
del
César, mandé alistar.
VIVERO: ¿Luego,
hoy habéis de marchar?
FERNANDO: Tengo
el tiempo tan tsado,
que
es fuerza que de esta villa
salga
al punto. Preveniros
podéis
despacio, y partiros
a la
posta, que en Sevilla
os
aguardaré, si acaso
no
mudáis de parecer.
VIVERO: Ni a
Olmedo tengo de ver,
ni
apartarme un solo paso
de
vos. Joyas y dineros
traigo,
que es la prevención
de más
provecho y sazón.
FERNANDO: Siendo
los dos compañeros,
todo
cuanto yo poseo
por
dueño propio os tendrá.
Tocan, y sale
CASTILLO
CASTILLO: Deseosa
la gente está
de
marchar.
FERNANDO:
Pues su deseo
cumplamos; mas despedirme
de don
Alonso, es precisa
obligación.
Sale don Alonso
de MERCADO
MERCADO:
¿Tan de prisa,
don
Fernando, sin decirme
el
cuándo? Este disfavor
las
leyes de agravio excede.
FERNANDO: Deudor
que pagar no puede,
la cara
huye al acreedor.
Ansí, excuso sentimientos
de
partirme y de dejaros.
Salen a una
ventana doña ISABEL y
doña FRANCISCA
MERCADO: Mis
hermanas han de daros
quejas
justas, y escarmientos
al
amor que os han tenido.
A la
ventana os están
culpando.
Don FERNANDO
les hace cortesías
FERNANDO:
Disminuirán
querellas, si han advertido
que
volviéndolas a ver,
la
jornada han de estorbarme;
porque
hablarlas y ausentarme
¿cómo,
amigo, podrá ser?
MERCADO: Para
todo halláis salida;
no sé
qué regalo os hacen,
si los
cortos satisfacen,
de ropa
blanca, en partida
tan
breve, nunca se labra
lo que
la obligación pide,
pero como no se olvide
su amor
y vuestra palabra,
desvelaránse las dos
por
gozar vuestra venida.
FERNANDO: Quien
bien quiere tarde olvida;
adiós,
caro amigo.
MERCADO: Adiós.
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