Salen don
Gonzalo de VIVERO y doña
ISABEL
ISABEL: ¡Que
pueda tanto el exceso
de la
envidia y sus engaños!
¡A cabo de tantos años
en este
castillo preso
quién díó a España, al rey y a Dios,
un
mundo!
VIVERO:
Isabel hermosa;
fuera
su prisión penosa
a no
ser su alcaide vos.
Don
Fernando volvió a España
a
desmentir enemigos
que,
huyendo de sus castigos
en
vano, de tanta hazaña
eclipsan el resplandor.
Hánle puesto muchos cargos;
que siempre en servicios
largos
se
alarga, ingrato, el rigor,
los
que en el Perú siguieron
a
Almagro, a aquel desleal
contra
la corona real
y los
que le ennoblecieron.
Ayudó Dios la justicia,
prevaleció la prudencia,
conoció
la inobediencia
de
quien, con ciega codicia
al
Cuzco tiranizaba;
y, viéndole
éstos perdido,
preso,
confuso y vencido,
cuando
esperanzas les daba
de
poner infame yugo
a aquel
orbe conquistado
y que
murió sentenciado
a manos
de un vil verdugo,
persiguen a don Fernando,
que,
como gobernador
del
Cuzco fue ejecutor
de su
muerte, y adulando
al
César -- ¡ciegos engaños! --
le puso
en la Mota preso
y
formándole proceso
crece
el rigor con los anos.
Renunció Carlos invicto
a
España en su sucesor,
que a
estar el emperador
vivo,
de tanto delito
como a Fernando levantan,
averiguara verdades
castgando falsedades
que,
lisonjeras, encantan.
ISABEL:
Quísole el César muy bien.
VIVERO:
Debióselo a sus servicios,
como pueden dar indicios
los que
sin pasión lo ven,
y
saben cuantas riquezas
en el
Perú recogió
con que
al César acudió,
sufriendo las asperezas
de
los que le murmuraban,
cuando
para él les pedía
y a su
augusta monarquía
tantas
guerras apretaban.
Reina en su lugar, agora,
el gran
Filipo segundo,
que del
uno y otro mundo
es
monarca; y como ignora
quién es don Fernando y quién
el que
enemigo le acusa,
rigores
severos usa
hasta
que se informe bien.
Yo
espero en Dios que, postrados
sus
émulos, saldrá el sol
de tan
leal español
libre,
a pesar de nublados,
y
que vos, señora mía,
alegréis, siendo su esposa,
esta
noche tenebrosa,
como el alba alegra al día.
ISABEL:
Cuando yo la esperara,
más dé
para que os pudiese
pagar,
lo que es bien confiese
a
amistad tan firme y rara.
Sumamente lo deseo,
pues podéis atribüiros
los Orestes, los Zopiros,
que con más lucido empleo
en
vos honran nuestra edad,
cuando
todos le han dejado,
inseparable a su lado
y
asombro de la amistad.
VIVERO: No
tengo yo otro blasón
que se
iguale al que consigo,
de
merecer tal amigo.
Pero,
decidme, ¿quién son
estos que bajan agora
de
visitar nuestro preso?
ISABEL: Dos
cortesanos; que en eso
la
mentira aduladora
satisface obligaciones
y
afectando sentimientos
disfraza con cumplimientos,
estoy
por decir traiciones,
pasaron por aquí acaso
y
entráronle a visitar.
Creeréis que esto es maliciar;
mas yo
que al discurso paso
tal vez los ojos y oídos
no sé que los escuché
a solas, que causa fué
de que imaginé fingidos
sus ponderados extremos;
y porque advirtáis cuan vana
es la amistad cortesana,
desde
aquí los escuchemos,
que,
sin vernos nos darán
de sus
intentos noticia.
VIVERO: Si ansí
doran su malicia
cualquiera vileza harán.
Retíranse los
dos y salen de camino, don
PEDRO y don RODRIGO
PEDRO:
Compadecíme en los ojos
y holguéme en el corazón.
RODRIGO: Más
rigurosa prisión
merecían los enojos
que
estos Pizarros han dado
a
nuestros deudos y amigos
en el
Perú.
PEDRO:
Los castigos
que en
el pobre adelantado
hizo
este hombre, no se pagan
con
sólo tenerle preso.
RODRIGO:
Sustanciárase el proceso,
que
porque se satisfagan
los
muchos que allá ofendió
sabrá
Filipo el prudente
vengar
a Almagro inocente.
PEDRO: Bueno
es, que quien despojó
aquel reino de riquezas,
y le
llenó de crueldades,
alegre
ahora lealtades
y
afirme, fueron finezas
dignas de premio y favor
haber dado aleve muerte
al varón mis claro y
fuerte
que
tuvo el emperador.
RODRIGO: Con
las alas de su hermano,
¿a qué no se atreverá?
PEDRO: Murió
Carlos quinto ya,
con los
Pizarros humano.
Rey
tenemos que, severo,
volverá
por la inocencia.
VIVERO: ¿Esto
sufre mi paciencia?
ISABEL: Don
Gonzalo de Vivero
reportaos ¿a dónde váis?
VIVERO: A
poner, si puedo, seso
a estos
locos.
ISABEL:
Ved que de eso
se
seguirá...
VIVERO:
No temáis.
Llégase a ellos
Grandes amigos serán
vuesas
mercedes, sin duda,
del
preso, pues no les muda
su
peligro, cuando están
algunos más obligados
a
compadecerse de él,
que en el olvido crüel
y
ingratitud sepultados
huyendo las tempestades
las bonanzas lisonjean.
PEDRO: Los bien nacidos desean
desempeñar amistades
en los peligros lucidas
si en los gustos granjeadas.
RODRIGO: Correspondencias pasadas,
y, agora reconocidas,
nos traen a Madrid a ver
a don Fernando.
VIVERO:
Es fineza
digna de tanta nobleza;
y a mí
me llega a caber
parte de la obligación
en que
a don Fernando ha puesto
su
proceder, y en fe de esto,
si se
ofreciere ocasión
en que se sirvan de mí,
no será
favor pequeño
acudir
al desempeño
de un
amigo que adquirí
a
costa de mi lealtad
sin
perder jamás su lado.
Dos
años fui su soldado
pasando
la inmensidad
del
mar del sur y del norte
y en el
Perú fui testigo
de
hazañas que, si las digo,
a
envidiosos de la corte,
podrán causar confusión
y
desbaratar procesos.
Mas ya sabrán sus sucesos
vuestras mercedes.
PEDRO: No son
para
ignorarse estas cosas.
VIVERO: ¿Saben
que el marqués, su hermano,
aquel Hércules indiano,
en las
conquistas gloriosas
que
han rendido al occidente
fue de
los hombres milagro;
y que
don Diego de Almagro
puso en
ellas solamente
la industria y la granjería
de una
parte del dinero
que,
como su compañero
entre
otros dos le cabía;
y
que mientras arriesgaba
don
Francisco fama y vida,
en tantos trances perdida,
en
Panamá descansaba
don
Diego? ¿Y que es bien se entienda,
por quien fe a sus hechos da
la diferencia que va
de las
vidas a la hacienda?
Pues
sume el que fuere fiel
si,
cuando ajuste partidas,
sacó el
marqués más heridas
que
maravedises él.
Y si
cuando Almagro entró
en el
Perú, ya sin guerra,
preso el Inca, en paz la tierra,
del
tesoro se llevó
la
mitad, y en tal empresa
como
absoluto señor,
con el
ajeno sudor
se
halló el manjar en la mesa.
RODRIGO: Todo eso es indubitable.
VIVERO: Cuando
don Fernando vino
a
España de su camino,
¿qué
premio considerable
medró, sino el adquirirle
título
de adelantado
de
Chile, con que elevado
quiso,
después, destruirle?
Don
Fernando, ¿no tenía
en el
Cuzco justa acción
a
aquella gobernación?
Don
Francisco, ¿no le había
nombrado en ella? ¿No saben
que con
su valor y acero
la
defendió un año entero,
para
que envidias le alaben,
de
cuatrocientos mil hombres?
¿No
saben que, codicioso,
desleal, ciego, ambicioso,
y digno
de infames nombres,
se
concertó con el Inca
contra
su patria, su ley,
su
amistad, nación y rey,
para
que no se distinga
de
un conde don Julián,
de un
Bellido, un Galalón
y que,
prendiendo a traición,
mientras que treguas se dan,
a
don Fernando, le quiso
dar
garrote, y que, después
que vió
en el Cuzco al marqués
puso el
pleito en compromiso
de
jueces doctos y santos;
pasando
por la sentencia,
y que
si él, en la apariencia,
después de debates tantos,
confesó que no tenía
al Cuzco acción ni
derecho,
y
quedando satisfecho,
partiendo la hostia un día,
que
el marqués y él comulgaron,
juró
Almagro, "Este Señor
por perjuro, por traidor,
como
los que le negaron,
me
condene, si intentare
contravenir al sosiego
de
estas paces?" Si don Diego,
aunque
la pasión le ampare,
contra tanto juramento
convocó
campo después,
y,
vuelto a Lima el marqués,
en
bárbaro atrevimiento,
quebró las leyes divinas,
y a don
Fernando siguió
y la batalla perdió
que
llaman de las Salinas,
quedando confuso y preso.
¿No
merecio su malicia
que,
sin pasión, la justicia
le
fulminase proceso
y
como traidor muriese?
PEDRO: ¿Pues
quién dice lo contrario?
VIVERO: El
ingrato, el temerario,
el
desleal.
PEDRO:
¿Quién es ése?
VIVERO: El
que agora fiscaliza
en la
corte sus acciones
y por dorar sus pasiones
testimonios autoriza,
con que su muerte
procura;
el que
para consolarle
a la
Mota a visitarle
viene,
y después le murmura;
pero, si ignoran quien es,
el que
así su opinión mengua,
esta
espada será lengua,
si no
se me van por pies,
que
con honrosos alardes
para
poder convencellos,
les mostrará que son ellos
los ingratos, los cobardes,
los viles, los para poco...
Echa mano
Saquen
el intacto acero...
ISABEL: ¡Oh,
valeroso Vivero!
Éntrase doña
ISABEL y mete VIVERO a
los otros a cuchilladas
RODRIGO: ¡Huye,
don Pedro, este loco!
Salen don
FERNANDO, preso, y doña FRANCISCA
FRANCISCA:
Dicen, Fernando, que amor,
en fe
de ser tan guerrero,
usó las
flechaS primero
que otro
ningun vencedor.
Estaba
yo en este error
y
viéndoos tan gran soldado
animaba
mi cuidado,
porque
juzgaba imprudente
que al
paso que sois valiente
érades
enamorado.
Crédula, pues mi esperanza,
dos años merecí ser,
vos ausente y yo mujer,
de la firmeza alabanza.
Fundóse
mi confïanza
en una
equivocación,
que os escuchó mi afición,
estando
ya de partida,
necia,
por mal entendida,
que
Amor todo es presunción.
Volvistes con más laureles
que al
mar burlastes espumas
que a escribir se atreven plumas,
que en
lienzos osan pinceles;
persecuciones crüeles,
de envidiosos conjurados,
cobardes y apasionados,
preso
os tienen; querrá Dios
que la
verdad triunfe en vos
contra
mal intencionados.
Pero
si entre las prisiones
suele
Amor causar alivio,
¿cómo,
Fernando, tan tibio
dilatáis obligaciones?
Decir
que persecuciones
hielan
vuestro incendio amante
será
disculpa ignorante,
pues
sois vos tan dueño de ellas
que aún
no alcanza a conocellas
la
vista en vuestro semblante;
más,
porque me satisfaga
diréis,
que en moneda igual
quien
cobra sus deudas mal
peor
las que debe paga.
¿Querréis que una cuenta se haga
en vos
y en mí, y que perdidos
estemos, no agradecidos,
a costa
de disfavores,
si os
paga el rey en rigores
me paguéis vos en olvidos?
FERNANDO:
Nunca en tan viles libranzas
satisfizo la nobleza,
ni es
bien que de tal bajeza
me
arguyan desconfïanzas;
pero
empeñ:os de esperanzas,
¿cuando
hacen ejecucion
en el
gusto y la afición
si
falta, Francisca, el gusto?
Aunque pagarlas sea justo
libranzas fallidas son.
Preso yo, y en
contingencia
mi fama
por tribunales
donde
envidias son fiscales
y la
pasión quien sentencia;
¿qué
mucho que no dé audiencia,
entre
pleitos y cuidados
a
efectos enamorados,
si Amor
en tales empleos
pide
ociosos los deseos
y huye
los embarazados?
Querrá el cielo que comience
mi
inocencia a hacer alarde
de mi
lealtad, que aunque tarde
la
verdad mentiras vence;
esperad
que se avergüence
el engaño, en mi favor,
que para entonces Amor
con
seguro desempeño,
os hará
de un alma dueño
digna
de vuestro valor.
Yo
sé, si el cielo me libra,
que no
tendréis de mí queja.
Vase doña
FRANCISCA. Sale don Alonso MERCADO
MERCADO:
Cobardes son las desgracias.
No es
posible que se atrevan
a
acometer una a una;
juntas
como alarbes llegan,
y
eslabonando infortunios,
tarde acaban cuando empiezan.
Colegid
en mi semblante,
Fernando amigo, las nuevas
que es
forzoso que os intime,
aunque
se excuse la lengua.
¡Ojalá
nunca esta casa
vuestro valor conociera!
Casa
que esta medra tuvo,
nunca
de vuestra promesa
se
hubiera cumplido el plazo,
pues
cuando os juzgaba en ella
hermano, deudo y señor,
me obligó la suerte adversa
el rey,
mi corta fortuna,
a que
vuestro alcaide fuera,
y al
cabo de tantos años
preso
en esta fortaleza
quiere
ahora... -- ¡Ah, suerte ingrata!
FERNANDO: ¿Qué es
lo que quiere? ¿Qué ordena?
¿Mándaos, don Alonso amigo,
que me
corten la cabeza?
¿Salió
la envidia triunfante?
¿Logró
ya la pasión ciega,
con
mentiras disfrazadas
maliciosas diligencias?
No os
congojéis, declaráos;
que
cuando ese premio tengan
mis lealtades y servicios
las historias están llenas
de ejemplos, que pueden darme,
si no consuelos,
paciencias.
Escipiones tuvo Roma,
Belisarios lloró Grecia,
y un
gran capitán España
con
quien compararme pueda.
Todos
murieron a manos
del disfavor y aspereza,
y el
ser único en desgracias
es la
más civil miseria.
MERCADO: Propias
de vuestro valor
son
prevenciones tan cuerdas;
porque
el vencerse a sí mismo
es divina fortaleza.
En fe,
pues, de lo que alabo
en vos, sabed que ya trueca
caducas felicidades
por
posesiones eternas.
El gran
marqués don Francisco
la
ambición y la soberbia
de un
mestizo, de un bastardo,
que a
su padre Almagro hereda
las
locuras y la envidia
de
otros traidores cabeza
le ha
dado, sobre seguro,
en
Lima, muerte violenta;
y como
en los desatinos,
los
insultos se encadenan,
contra
su rey y lealtad,
amotinando la tierra
tiranizaba aquel orbe,
hasta
que los parches templa
el
héroe Vaca de Castro,
para
que en él resplandezcan,
a un
tiempo Marte y Apolo;
en las armas y en las letras,
pues, venciéndole con
unas,
con las
otras le sentencia,
sobre
un funesto cadalso
a
muerte que así escarmienta
el
cielo temeridades
que la
juventud despeñan.
FERNANDO: Llore
tal pérdida España;
que mi
hermano no cumpliera
con su
valor a morir
de otra
suerte. Su tragedia
eternizará su nombre.
Amaneció en él apenas
el uso
de la razon,
cuando
siguió las banderas
del
católico Fernando;
y en
Nápoles, dando muestras
de la
luz de sus hazañas,
fama
añadió a su nobleza.
Contra
el rebelde alemán
sirvió
al siempre invicto César,
oprimiendo
victorioso
desatinos y blasfemias;
pasó después a las Indias
donde sacó verdaderas
las fábulas que de Alcides
hipérboles griegas cuentan;
pues si a los doce trabajos,
que
ensalzan tantos poetas,
Hércules quedó divino,
para
que los obscurezca
mi
hermano, en aquellos orbes
no
doce, infinitos prueba,
que
crédito harán dudoso
cuando historias los refieran.
Con
solo trece soldados,
imitación verdadera
de
Cristo y sus doce alumnos,
rindió
a su rey, a la iglesia
la
infinidad de gentiles,
que por naciones diversas
oprimidos del engano
habitan
más de mil leguas.
Rebeldes venció en Italia;
rindió luteranos belgas;
idólatras en las Indias
por él nuestra ley confiesan.
Faltaba oponerse agora
a la
traidora insolencia
del
padre y del hijo Almagros,
matáronle en la defensa
de su
rey, sus asechanzas,
porque
faltando en la tierra
nuevos
mundos que conquiste
juzgó
su vida superflua
el
cielo, entre los mortales,
por esa
ocasión le lleva
a los
triunfos que le aguardan
pisando
glorioso estrellas.
Su
muerte la fama envidie,
porque
es de algún modo afrenta
que
quien vivió entre las armas,
viejo
ya, en la cama muera.
MERCADO: Decís
bien; si a su lealtad
agora no se opusieran,
para
eclipsar sus blasones,
descaminadas tinieblas.
Gonzalo
Pizarro dicen
que
aquellos reinos altera,
y que
saliendo en campaña
mató a
Blasco Núñez Vela,
primer
virrey del Perú.
Duda el
rey inteligencias
que
tendréis como su hermano;
y
aunque de la lealtad vuestra
consta
a todos y despacha
a
aquellas parte su alteza
al de
la Gasca, varón
................. [ -e-a]
de
admirable industria.
FERNANDO: Ya con
esas cosas cesa,
que me
lastiman el alma,
que el
corazón me atraviesan;
me despedazan la vida,
los
rigores de tu lengua
¿Contra
su rey, don Gonzalo?
¿Mi
sangre, aleve en sus venas?
¡No es
posible que sea mía!
¡Mintió
la Naturaleza!
¿Pizarro y traidor? Alcaide,
mas
fácil será que crea
que el
sol retrocede líneas,
que el
cielo desclava estrellas,
que el
mar permite pisarse,
que su
inmensidad se seca,
que sus profundos se habitan,
que son flores sus arenas.
MERCADO: Esto
publica la fama;
si bien
hay quien por él vuelva
y al
virrey eche la culpa,
cuya
condición severa
en las Indias ha imitado
no sé
qué ordenanzas nuevas,
que en
general perjüicio
mandó
ejecutar el César.
Nombróle el reino del Cuzco
procurador, en defensa
de cuantos conquistadores
temen
quedar sin la hacienda
que
adquirieron sus hazañas,
si
estas leyes, de que apelan,
en su
agravio se ejecutan
y su
valor no se premia;
suplicábale en su nombre
don
Gonzalo, que a su alteza
representase los daños
que
teme se sigan de ellas,
y que
hasta la sobrecarta
suspendiese con prudencia,
protector, amparo y padre,
resolución tan molesta.
Alteróse Blasco Nüñez,
y
añadiendo fuerza a fuerza
contra
don Gonzalo se arma
y por
traidor le condena;
él entonces, en virtud
de una
cédula que alega,
de
Carlos Quinto en que le hace
merced
que al marqués suceda
en todo
el gobierno indiano,
al
virrey se la presenta
intimándole, que en tanto
que en
la corte se resuelva
cuál
gobierna de los dos,
si
jurisdicción suspenda
y deje
el dominio libre
a aquel
imperio, a la audiencia.
Quiso prender los oidores
Blasco
Núñez, y ellos templan
los
ánimos alterados
de la
plebe y la nobleza,
y,
viendo que es imposible,
si al
virrey gobernar dejan,
que el rigor de sus pasiones
aquellos orbes no pierda,
a una
nave le retiran,
porque
en España dé cuenta
al
consejo, de los cargos
que
ofendidos le procesan.
A don Gonzalo
tras esto,
la
audiencia el gobierno entrega
hasta
que, lo que el rey mande
sobre
este punto, se sepa.
Pero el
virrey, obligando
a los
que preso le llevan,
en Trujillo
desembarca,
forma
ejército y presenta
la
batalla a don Gonzalo
que,
junto a Quito, en defensa
de su
gobierno y su vida
al
virrey despojó de ella.
Si esto
es ansí no es tan grave
su
delito.
FERNANDO:
La nobleza,
amigo
Alonso, a la sombra
de su
príncipe venera,
a sus
ministros se humilla,
al
nombre de su rey tiembla,
a sus órdenes adora.
Tenga
disculpa o no tenga
mi
hermano el marqués, que en todo
mereció
alabanza eterna,
siempre
que en las fundiciones
del
oro, la real hacienda
de sus quintos acendraba,
si por
descuido, en la tierra
algún
grano se caía,
con los
labios, con la lengua
del
suelo le levantaba
diciendo, "De esta manera
se han
de venerar migajas
qué
pertenecen al César."
¿Contra
el virrey, don Gonzalo?
¿Contra
las reales banderas?
¿Contra
su nombre y milicia?
¡Ah,
cielo! ¡Ah, Fortuna! ¡Ah, estrellas!
Permítame el rey venganzas,
déme a
castigos licencia;
haréle
pleito homenaje
de dar
a esta cárcel vuelta
dentro
un año, que yo solo
ocasionaré materias
al espanto, a las crueldades,
a la
fama, a la experiencia,
de que
si un Pizarro ha habido,
uno
solo, entre la inmensa
propagación de mi sangre,
que a
su príncipe se atreva,
hay otro que, derramando
la que
envilece sus venas,
miembros bastardos castiga,
manchas
limpia, infamias venga.
¿Agora
yo detenido?
¿Preso
yo agora? ¡Quién viera
a aquel bárbaro!
MERCADO: Fernando,
¿que es
de la cordura vuestra?
FERNANDO: ¿Sin
honra, buscáis cordura?
¿Sin
fama, queréis prudencia?
¿Sin
crédito, áurea templanza?
¿Sin opinión, hay paciencia?
Acrecentará desdichas
la Fortuna, siempre
adversa;
añadiera el rey prisiones,
quitárame la cabeza,
y no el
honor, don Gonzalo,
que la
verdad e inocencia
en el
leal, no da fruto
si
primero no se entierra.
Mas ya,
Alonso, ¿con qué alivio
morirá
quien tal bajeza
de su
sangre participa?
No,
cielos, ninguno crea
que de
ese desatinado
los
espíritus alienta.
Pizarra
sangre es la mía,
engaño
la continencia
de
quien le parió a mi padre
pues da
causa a la sospecha,
la que con unos liviana
que con
otros no es honesta.
MERCADO: Agora,
amigo, aprovecháos
de
vuestra templanza cuerda
en la
presente desdicha
y
advertid, que el rey me ordena
que apriete vuestras prisiones,
y que a
ninguno consienta
que os
escriba, ni os visite;
como la
fe se atraviesa
que
debe al rey mi confïanza,
ya
juzgaréis si me pesa
el haber de hacer alarde
la
lealtad de mi obediencia.
Prevenid vuestro valor,
porque
según lo que aprietan
émulos,
temo que está
vuestra
vida en contingencia.
Vase MERCADO
FERNANDO:
Estuviéralo la vida
y no la
reputación.
¡Ah,
cielos! ¡Qué de pensión
paga la
fama oprimida!
Felicidad conocida
gozara
el hombre, si fuera
como el ángel, y pudiera
de los
otros distinguirse
en
especie, y atribuirse
a sí
solo el mal que hiciera.
En
aquel segundo instante
que el
ángel de su albedrío
usó, cuando el desvarío
derribó
al querub gigante;
su
castigo el arrogante
y su
premio el obediente
se
granjeó solamente
sin
tocar en otro alguno,
porque,
en fin, era cada uno
de los
otros diferente.
¿Pues por qué el rigor humano
querrá,
con desdoro igual,
que
participe el leal
los
insultos de su hermano?
¿Gonzalo
-- ¡cielos! -- tirano;
y que
eclipse su vileza
tanto
servicio y nobleza,
tanta
lealtad española?
Mas sí,
que una mancha sola
destruye toda una pieza.
Sale doña
ISABEL
ISABEL: A
despedirme de vos
me
traen forzosos extremos;
pues
dicen que nos veremos
esta
sola vez los dos.
No
quiere, Fernando, Dios,
dar a
mi amor más reparos,
ni me
vende menos caros
los
gozos del mereceros,
pues,
instantes de poseeros
compro
a siglos de lloraros.
No
sin ocasión temía,
al cabo
de tantos años,
la
ejecución de estos daños,
Fernando, la suerte mía;
lo
mismo que apetecía
os
rehusaba tantas veces,
no
desprecios, ni altiveces,
sino el
cuerdo recelar,
que en
mí se habían de juntar
el tálamo y las viudeces.
Un año ha que os
admití
al
nombre de esposo y dueño,
pero
muchos que el empeño
de
estas desgracias temí;
adivinaba -- ¡ay de mí! --
la cortedad de mi suerte,
el daño
que agora advierte,
y que
era lance forzoso
el
llamaros vos mi esposo
y el
llorar yo vuestra muerte.
No
anunciaban mejor fruto,
a
advertirlo mi razón,
desposorios en prisión
que
solemnidad de luto;
un año
ha que os da tributo
la fe
que medré en quereros,
porque en mis hados severos
los infortunios y males
son los bienes
gananciales
que en
dote pude ofreceros.
FERNANDO: Dos
muertes me dió el rigor
con
solo un golpe crüel,
vos en
el alma, Isabel,
y mi hermano en el honor.
Vos mi
esposa, él agresor
contra
la fe que he heredado.
Sin la
fama, el desdichado
que
afrentas cual yo recibe,
de
balde en el mundo vive,
mejor parece enterrado.
Un
año guardó el secreto
gozos,
que sin merecer
mi
amor, llegó a poseer
y a
ocultar vuestro respeto;
si
consiguieran su efeto
dichas,
que ya adversidades
aumentan riguridades,
esperábamos los dos
libre
yo y mi esposa vos
festejar solemnidades.
Uno
y otro nos ha negado
mi
estrella, en todo fatal,
que a
ser yo menos leal
no
fuera tan desdichado.
Todo el
aprieto pasado,
con
vos, dulce esposa mía,
tan
gozoso me tenía,
que en
mi prisión el juzgar
que se
había de acabar,
me daba
melancolía.
Desleal el mundo llama
a mi
sangre, y fuera error
tener
vos, mi bien, amor
a quien
ya no tiene fama;
pega su
vicio la rama
a
cuanto se le avecina,
sola
una piedra arrüina
el
templo más soberano;
¿qué
mucho, pues, si mi hermano
mi
crédito ciescamina?
Máteme el rey, que un consuelo
llevaré en rigor tan grave,
y, es
el ver que sólo sabe
nuestros amores, el cielo.
Viviréis vos sin recelo
de
perder vuestra opinión,
y yo
daré a la pasión
piedades, porque la muerte
dicen
que tal vez convierte
la
venganza en compasión.
ISABEL: Yo
sé de mi pena fiera
que
antes que llegue esa hora
os
prevendré precursora
el
sepulcro que os espera.
Seré en
morir la primera
y en
vuestra patria querida
a donde
estoy de partida,
nos
enlazará una suerte
los
cuerpos, allí la muerte;
las
almas, allá la vida.
Reliquias de vuestro amor
aposentan mis entrañas,
traslado de las hazañas
que en vos malogra el
rigor.
Ojalá
suerte mejor
que a
vos el ciclo la ofrezca,
y en él
vuestra fama crezca,
porque a pesar de desdichas,
en el valor, no en las dichas
a su padre se parezca.
Pero, ¿por qué aumenta enojos
mi pena
en vuestros agravios?
Enmudezca el dolor labios
y hablen mis ansias los ojos;
los brazos, para despojos
últimos, llegad a darme.
FERNANDO: ¡Ay, mi
Isabel! Si al dejarme
solo,
en tan triste partida
con vos
os lleváis mi vida;
no
tiene el Rey qué quitarme.
Pero, ¿acabará consigo
que os
ausentéis vuestro hermano?
ISABEL: Ya a
mis ruegos está llano
en fe
de ser vuestro amigo;
una
novena le digo
que a
Guadalupe ofrecí
por
vos, y estando de allí
Trujillo cerca, un convento
podrá
honestar el tormento
que es
fuerza acabarme aquí;
si,
en tan rigurosa empresa,
preso,
el rey manda mataros,
¿qué
más dicha que imitaros
muriendo, como vos, presa?
FERNANDO: ¿Tanto
rigor, tanta priesa
al
dividirnos los dos?
ISABEL: El alma
queda con vos,
partir
sin ella es forzoso.
FERNANDO: ¡Ay,
luz mía!
ISABEL:
¡Ay, caro esposo!
FERNANDO: ¡Adiós,
mi bien!
ISABEL: ¡Dueño, adiós!
Vanse los dos. Salen doña FRANCISCA y
CASTILLO
FRANCISCA: En
fin, ¿va a Guadalupe
doña
Isabel, mi hermana?
CASTILLO: Ahora
supe
que en devotas novenas
de don
Fernando intenta aliviar penas.
FRANCISCA: Piadoso
es su camino
y el
medio soberano;
mas mientras el favor busco, divino,
pretendo yo, Castillo,
que el humano
de la
industria se valga
porque
tu dueño de este trance salga.
CASTILLO: Las
llaves que en la cera
imprimiste, coecharon
de
suerte la codicia cerrajera
que,
cuando se ensayaron,
adúlteras hicieron
las cerraduras
que lugar les dieron.
Pero es
tal la entereza
del
preso, que tu amor, todo fineza
ver
libre solicita,
que
dudo que permita
lograr
esta agudeza,
porque
dirá, que si huye verifica
lo que
la envidia falsa de él publica.
Yo a lo
menos, señora, no me atrevo
a
aconsejarle que su muerte excuse;
pues si
las llaves que me des le llevo,
y sabe que a este engaño te dispuse,
mientras que a tus consejos le apercibo,
dudo
que de sus manos salga vivo.
FRANCISCA: No
creas que la vida,
del
hombre sobre todo, apetecida,
cuando
en tal riesgo está, tenga en tan poco,
que
Fernando esta vez sola sea loco.
No es
deslealtad huir persecuciones
de
mentiras, enganos y traiciones;
pues
vivo tu señor y estando ausente
podrá desengañar al rey, que agora
como
empieza a reinar, aunque prudente,
lo
mucho que a Fernando debe, ignora,
que el
tiempo contra engaños y malicias
es padre de verdades y noticias,
y si la vida cara agora pierde
de los
muertos, después, no hay quien se acuerde.
Mas
ven, que ya procura
mi
amor, Castillo, traza más segura,
con que
escusarte quiero
del ímpetu
primero
de su
enojo.
CASTILLO:
Celebre en tu hermosura,
igual a
tu cordura,
España
tu valor, para que imites,
del
orbe maravillas
cuando
a tu amante las prisiones quites
a la
que al primer conde de Castilla
sacó
libre de riesgo semejante,
fiel a
su esposo, como tú a tu amante.
Vanse los
dos. Sale don FERNANDO
FERNANDO:
Tarde, cielos, a ver llego
que ha
fundado la virtud
en las
honras, la inquietud,
en el
trabajo, el sosiego.
Ya con
vista, si antes ciego,
puesto
que el tiempo perdí,
conoceré desde aquí
que quien vanidades deja
cuanto
más de ellás se aleja
más se
va acercando a sí.
Nunca el alma tan cautiva
como
cuando, toda sueño,
de
otros se imagina dueño
pues de sí propia se priva;
nunca
menos discursiva
que
cuando en más dignidad,
porque
la prosperidad
es
madre de la torpeza,
como de
la sutileza
la
ingeniosa adversidad.
Esta
prisión es mi escuela;
aquí
enseña el escarmiento
materias al sufrimiento
que el
necio estudiar recela;
aquí el
peligro consuela,
la injuria enfrena sus labios,
vence
la paciencia agravios
y
atropella,sin razones,
que
solas persecuciones
sacan
discípulos sabios.
¡Venturoso aquel que sabe
convertir lo malo en bueno
y
transformar el veneno
en
antidoto süave!
Arrójale doña
FRANCISCCO desde arriba
un papel y una llave de loba
FRANCISCA: En ese
papel y llave,
Fernando, hallarás salida,
tu reputación y vida;
si es
que estimas estas dos,
sé
cuerdo.
FERNANDO:
¡Válgame Dios!
¿Honra
hasta aquí combatida?
¿Llave y papel?
Cógelo
Dos asaltos
son del honor más crüeles.
¿Cuándo no dieron papeles
a la
opinión sobresaltos?
¿qué
importan los muros altos
si un
poco de hierro sabe
abrir
la cerca más grave
la
traición falseó?
Ni,
¿qué puedo esperar yo
de un
papel y de una llave?
Doña
Francisca pretende,
en fe
de lo mucho que ama,
que
huyendo eclipse su fama,
pues su
amor lealtades vende.
Ignorante el que la enciende
de que
es mi esposa Isabel,
la
llave me ofrece infiel
que a
mi fuga dé lugar;
mas ni
ella me la ha de dar
ni
aconsejarme el papel.
Rásgale y
arrójale
Lea
en pedazos el viento
sospechosas persuasiones,
que
quien escucha razones
ya las
da consentimiento.
No
parezca el instrumento
de esta
traición, pues le arrojo.
Arroja la llave
al vestuario
Satisfaga el rey su enojo
y sepa
que, por no dar
a las
malicias lugar,
morir
inocente escojo.
¿Qué
más la envidia quisiera,
sino
que huyendo rigores
acreditara a traidores
y verdad su engaño hiciera?
Muriendo, mi fama espera
lo que
vivo dificulta;
si mi
inocencia está oculta,
resucite mi lealtad
que,
aunque entierren la verdad,
la
virtud no se sepulta.
Tocan dentro
chirimías y tiran cohetes
MERCADO: No
quede en la fortaleza Dentro
almena
que no se vista
de
luces; que, innumerables,
con las
del cielo compitan,
artiflciales cometas
que,
inquietando, regocijan,
tinieblas obscuras borden
de
impresiones peregrinas;
músicas
al vulgo alegren
que
puesto que tanta dicha
agüen
pesares caseros
lo más
a lo menos priva.
FERNANDO:
¡Válgame el cielo! ¿Qué nuevas
son las
que al alcaide obligan
a tales
demostraciones?
¿De qué
será esta alegría?
Siente,
como amigo caro,
que
envidiosos me persigan,
teme
que el rey me dé muerte,
mi
inocencia patrocina;
¿y, en
medio de estos desaires,
ostentaciones festivas
truecan recelos en gozos
y contentos solemniza?
No sin
causa los celebra.
MERCADO: Los
contentos de esta, vida Dentro
para
que no den la muerte
con el
pesar se limitan.
Celebraremos mañana
las
obsequias compasivas
de la
malograda prenda
que la Fortuna nos quita.
Córtense lutos groseros
que
muestren en mi familia,
con
demostración llorosa
mi
justa melancolía;
vayan
por mí a convidar
la nobleza de Medina,
porque mañana en las honras
deudos y amigos asistan;
prevénganse, para
entonces,
órdenes
y cofradías;
cubran
el templo bayetas;
cera y
pobres se aperciban;
el
túmulo se levante;
no
quede en toda la villa
campana
que no se doble.
FERNANDO:
¡Válgame Dios! ¡Qué distintas
diligencias entretejen
acciones que aterriorizan
¿fiestas a un tiempo y clamores?
¿Luto y
galas? ¿Llanto y risa?
¿Si
acaso ha dado la reina
algún
infante a Castilla,
de
Carlos, príncipe, hermano,
que
asegure con su vista
la
sucesión de estos reinos?
¿Si las
flamencas provincias,
a
Filipo rebeladas
le
reconocen vencidas?
¡Oh,
quiera Dios que algo de esto
suceda,
aunque pronostican
las
tristezas que previene
trágico
fin a mi vida!
Lutos,
obsequias, campanas,
una
prenda que lastima
a mi
amigo don Alonso
con
muestras tan compasivas,
¿quién duda de que se ordenan
por mí,
y que el rey determina
que
esta noche me den muerte
y se
vengue la malicia?
"Celebraremos mañana
las obsequias merecidas,
dijo mi amigo el alcaide,
al bien
que el cielo nos quita."
De su
amistad me prometo
las
finezas, que le obligan
a lo
que en estas razones,
su
pesar me significa.
Si es ansí esta noche muero,
quien
con el papel me avisa
y con
la llave me alienta,
¡bien
mis riesgos adivina!
Pude y
no quise librarme;
permanezca mi honra limpia
que al
morir, tarde o temprano,
es en
todos común dita.
¡Ojalá
salgamos ya
de las
manos de la envidia
y libre
de aduladores
vuelva
a nacer mi justicia.
Ella
ampare mi inocencia
que
siempre, de las cenizas
de
leales mal premiados,
las
verdades resucitan!
Salen de luto
don Alonso MERCADO, Doña
FRANCISCA, don Gonzalo VIVERO y
CASTILLO
MERCADO: Amigo,
dispuso el cielo
con providencia divina,
como
las fábulas cuentan;
que, en
efecto moralizan
los
sucesos de los hombres,
que
imitase nuestra vida
a una
tela, que las parcas
de varios colores hilan.
Si todo
fuera dichoso,
como
siempre desatinan
al
hombre felicidades
y al
soberbio precipitan,
¿qúién
con él se averiguara?
Si todas
fueran desdichas,
más
valiera nacer bruto,
peñasco, o planta sin vida.
Tejió
de lanas opuestas
nuestra
duración fallida
el
influjo de los cielos
que en
lo mortal predominan;
ya los males, ya los bienes
mezclan diferentes listas
mas,
como aquellos son tantos
poco
estotros se divisan.
Fernando, empezar intento
a contar
vuestras desdichas,
guardándoos para la postre
nuevas
que os den alegría.
Murió
Gonzalo Pizarro,
con
lástima de las Indias,
a las
manos del rigor
que
ciego, tal vez castiga,
lo que
amigos le engolfaron
en
acciones, que peligran
cuando
a los jueces se oponen
que el
nombre real apellidan,
dejándole al mejor tiempo
imitaron
las hormigas
que
huyendo las tempestades
la
prosperidad esquilman.
Degollóle la entereza
que,
atada a la ley, no mira
que el
sumo celo en los cargos
sella
la suma injusticia.
No
pocos son en su abono
que,
disculpándole afirman
la
lealtad con que a sus plantas
el
cetro ofrecido pisa.
Gobernador de aquel reino
era por
cédula y firma
del
César, y de la audiencia
que
vino entonces a Lima.
Si es
ansí, ¿qué deslealtades
los
envidiosos le intiman,
cuando,
en nombre de su rey,
defiende
lo que conquista?
En
efecto, en opiniones
la suya
está dividida,
si sus
émulos le cargan
los
benévolos le libran.
No ha
dejado descendencia
y así
esta mancha no eclipsa
la
sangre que de él nos toca.
¡Fenezca en él su mancilla!
Murió
-- ¡ay cielos! -- Isabel
de
congojas oprimida
que
vuestros riesgos causaron,
porque
el amor homicida
cuando
aquilata finezas
a Roma
las Porcias quita,
para
que celebre España
como
Caria otra Artemisa;
encerróse en un convento
de
Trujillo, en que cautiva
por su
propia voluntad
dio
renombre a sus cenizas;
esposa
vuestra se nombra,
yo os
la ofrecí, aunque creía
que
para tiempos mas claros
el
valor que os acredita
los tálamos reservar;
mas, como amor todo es prisa,
no me espanto que en
prisiones
congojas su fuego alivia.
La
herencia que me ha dejado
es un
ángel, en una hija,
perla
del nácar honesto
que mi
casa ha de hacer rica;
criaréla como vuestra,
pues la
carta en que me avisa
que en
secreto, os desposó
su
calidad legítima.
Yo
espero en Dios que por ella
con
estrella más propicia
goce
España descendencias
que
ilustren muchas familias.
Todo
esto hasta aquí, Fernando,
es pesar,
son compasivas
nuevas,
que el alma os congojen,
penas
que el pecho os aflijan.
Pero,
ya en las tempestades
que os
persiguieron prolijas
en San
Telmo se aparece
que bonanzas certifica.
Filipo,
prudente, santo,
a pesar
de las malicias
de
vuestros perseguidores,
cuando
más os fiscalizan,
conoce
vuestras lealtades,
lo que
os debe en las conquistas
prodigiosas, que a sus plantas
le
postra coronas Incas;
la
fidelidad, prudencia
y valor
que os eterniza
tanto,
que contra los tiempos,
aras la fama os fabrica,
libertad noble os concede,
la
hacienda, que detenida
por su fisco y sus embargos
creyó el engaño
oprimirla,
que os
restituyan ordena,
y la Fortuna corrida,
confiesa que a vuestras plantas
es bien
que su rueda os rinda.
A esta
causa son las fiestas
que
estas comarcas convidan,
si
bien, funestos malogros
que de mi hermana nos privan,
mezclan
los gozos con llantos,
demostraciones festivas
con
lutos que, lastimosos,
compasiones solicitan.
Débeos
alardes alegres
mi amistad, ya convertida
en
nobles afinidades;
debo a
mi Isabel querida
el
sentimiento presente.
Llorad
pérdida tan digna
de
lástimas amorosas,
y alégreos
la conseguida
libertad; saldrán a un tiempo
lágrimas, Fernando, ambiguas,
que,
afirmando lo que niegan,
derramen pesar y risa.
FERNANDO: Tan
costosa libertad
Alfonso, no es conseguirla,
es
perderla. ¡Ojalá el cielo
trocara
suertes y viva
mi cara
esposa acabaran
con mi
muerte apetecida!
Desgracias que agora empiezan
mas
fieras y ejecutivas
sin mi
Isabel, sin mi esposa.
¿De qué
valor, de qué estima
será el
vivir?
MERCADO:
Don Fernando,
ya Isabel en las delicias,
estrellas pisando, entre
ellas
riesgos
caducos olvida;
su
virtud nos lo promete,
y vuestro amor os obliga
a celebrar las mejoras
que goza en más quietas
Indias.
El de
la Gasca ha envïado
a España a vuestra sobrina,
del
marqués, hermano vuestro,
única
heredera e hija;
su
retrato hasta en el nombre
pues
llamándose Francisca,
mezcla,
para nuevas famas,
los Pizarros con los Incas.
El rey
casarla pretende
con un
grande de Castilla,
y para
hacerlo, en su corte
la
aguarda desde Sevilla.
Licencia trae para veros,
y hoy
he tenido noticia
que, en
fe de lo que desea,
mañana
entrará en Medina.
Amígo,
pues que los hados
quieren
en una hora misma
lloréis
bodas y viudeces
de
vuestra Isabel querida,
juntad
segunda vez sangre,
añudad
quebradas líneas,
dad a
vuestro hermano nietos
porque
eterno en ellos viva.
Dispensaciones remedian
estorbos, cuando encaminan
los
cielos felicidades
que a
tanto blasón aspiran.
Consolará su belleza
los
pesares que os lastiman
con
pérdidas restauradas
en
vuestra hermosa sobrina.
FERNANDO: Tal
fineza de amistades
sólo es
de un Mercado digna,
que, por mis dichas y medras,
las suyas propias olvida.
Consultaréme a mí mismo;
pero,
entre tanto que elija
lo que mejor pueda estarme,
sabed
que a doña Francisca,
vuestra
hermana y mi señora,
está la
palabra mía
empeñada, y que he de darla
prenda
ilustre que la sirva.
Ya sabéis vos lo que debo
a la fe
y amistad limpia
de don
Gonzalo Vivero,
y que
desde el primer día
que los
dos la profesamos,
las almas juntas y unidas
a pesar de adversidades,
puesto que éstas examinan
los
amigos, le han mudado;
su
nobleza es conocida,
su
valor sin semejante.
Vivero,
porque yo viva
contento, su esposo sea,
que
como esto se consiga,
imposible de pagaros
obligaciones antiguas,
añadís otras mayores.
MERCADO: Esta
será nueva dicha
para mi
honor y mi casa.
A ella
VIVERO: Vuestra
mano me permita
honrar mis labios en ella.
FRANCISCA: Mi
voluntad reducida
al
imperio de mi hermano,
por
dueño es bien que os reciba.
MERCADO: Vamos,
pues, y celebremos
las obsequias en Medina,
de
aquel ángel malogrado
que
eternas luces habita;
y
aprenda el prudente, cuando
envidiosos le persigan,
en don
Fernando, pues vence
la lealtad
siempre a la envidia.
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