Sale ENRICO,
emperador, y SOLDADOS con escalas y
espadas desnudas
ENRICO: ¡Ea,
nobles alemanes,
hecha
está la batería!
Muestren hoy mis capitanes
que en
galas y bizarría
son
fuertes, como galanes.
No
os asombre el muro alto,
de
valor y esfuerzo falto,
pues
cuando no hubiera escalas,
la fama
os diera sus alas.
TODOS: ¡Ea!
¡Al asalto! ¡Al asalto!
ENRICO:
¡Arriba, amigos, arriba,
que ya
la gente tirana
de
esfuerzo y valor se priva!
¡Viva
la fama alemana!
UNO: ¡Viva
Enrique cuarto!
TODOS: ¡Viva!
Sale MARCIÓN, armado a lo
gracioso
MARCIÓN:
¡Viva lo que Dios quisiere,
y viva Marción también,
que es
un borracho el que muere!
ENRICO: ¡Ea,
soldados!
MARCIÓN:
¿No ven
que
quedo se está? Si quiere
que
el soldado fuerte sea,
justo es
que a su dueño vea
que la
bandera enarbola.
Todo
amo manda con "hola,"
todo
emperador con "ea."
¡Cuerpo de Cristo! consejos
deje, y
hazañas celebre
quien honra
soldados viejos,
que si
el capitán es liebre,
los soldados son conejos.
A MARCIÓN
ENRICO: ¿Qué
vos, soldado, aquí?
¿cómo
no subís?
MARCIÓN: Subí,
y siendo,
señor, soldado,
ya
pienso que soy quebrado,
y busco
un braguero. Fui
al
asalto y confusión,
y
huyendo de su apretura,
no
quise hacer la razón,
que
brindan con confitura
de
bellaca digestión.
Manteles puestos consuelan
mesas,
que el manjar revelan
sobre
bufetes seguros,
pero no
lienzos de muros,
que
golpes se desmantelan.
"Brindis," dijo un artillero;
"Caraus," respondí, "patrón,"
y el
maldito tabernero,
diciendo, "haced la razón,"
desató
en lugar de cuero
un esmeril,
que reparo
pecho
por tierra al amparo
de un
foso en el campo nuevo;
y
respondile, "No bebo
en
ayunas de lo caro."
"Pues vaya este perdigón,"
replicó, y al punto arruga
un
mosquete el bellacón.
Yo
dije, "Está sin pechuga,
y hoy hago yo colación."
Dile lugar por la
yerba,
y él
replicó, "Pues reserva
su vida;
mientras que ayuna,
allá va
aquesta aceituna
y esta
naranja en conserva."
Arrojóme de repente
dos
pellotas enramadas,
y
respondíle, "Pariente,
aquesas
nueces moscadas
vendedlas con aguardiénte."
"Que me place," dijo luego,
y como
el caballo griego,
un
infierno junto arroja;
mas
diciendo, "El diablo coja
letuario
envuelto en fuego."
Retiréme a las barreras,
que no
es poca valentía,
porque
si entre tus banderas
hoy
juega la artillería,
yo soy
hombre muy de veras.
ENRICO: Vos
sois un cobarde.
MARCIÓN: Y tal,
que no
hallaréis igual;
pero
todo hombre de bien
come lo
que le está bien,
y no lo
que le hace mal.
Sale al muro BRUNO, y enarbola una
bandera con las
armas del imperio
ENRICO:
¡Bravo valor! ¿Quién ha sido
aquel
soldado valiente,
el
primero que ha subido
al
muro, para que afrente
al
enemigo vencido?
Las águilas que enarbola,
blasón
de la augusta bola,
por su
alférez le tendrán.
MARCIÓN: ¡Vitor
Bruno, capitán!
Y a
quien le pesare, cola.
ENRICO:
¿Bruno se llama?
MARCIÓN:
Y mi dueño
que la
pluma por la lanza
trocó,
y en tiempo pequeño,
si en
escuelas fama alcanza,
aquí es
un Marte aguileño.
No
fue Hércules con Caco
tan
valiente, ni de Baco
tan
grande valor publico.
UNOS:
¡Victoria! ¡Victoria!
OTROS: Enrico.
TODOS: ¡Viva
Enrico!
OTROS:
¡Al saco, al saco!
Salen MILARDO y SOLDADOS
MILARDO: Si tu augusta majestad
pretende gozar despojos,
de esta
rendida ciudad,
yo he visto dos soles rojos
de más divina beldad.
No
es digno su resplandor
sino de
un emperador;
mas si
no los goza Enrico,
premia
hazañas, te suplico,
de
Milardo con mi amor.
Cuando el oro a todos sobre,
merezca
yo que posea
belleza
que mi fe cobre,
que no
es bien que presa sea
de un
soldado humilde y pobre.
Por
sólo aqueste interés,
pídeme
hazañas después
a
medida de tu gusto.
Salen BRUNO y VISORA
BRUNO: Un
soldado, invicto augusto,
sus labios honra a tus pies.
ENRICO: No
están, Bruno, bien premiados
ansí,
ni su fama abonas,
que yo
los vi levantados
hacer
de muros coronas,
por tu esfuerzo conquistados.
Brazos tengo con que honrarte,
si a
falta de los de Marte,
los de un emperador son
bastantes.
BRUNO: Por tal blasón,
otra vez quiero besarte
tus
sacros pies; pero ¿quien
te dijo
mi nombre?
ENRICO: Den,
a pesar de olvidos viles,
los pinceles y buriles
fama y nombre a cuantos
ven
las
hazañas que este día
te
ilustran, y no te asombres
que
sepa tu nombre; fía
de mí,
que inmortales nombres
te ha
de dar tu valentía.
Reparando en VISORA
¡Qué belleza celestial!
BRUNO: De tu
valor imperial
es sólo
merecedora.
ENRICO: ¿Cómo
te llamas?
VISORA: Visora.
ENRICO: Dí,
serafin celestial.
Cuando sólo conquistaras,
Bruno,
esta sin par belleza,
hazañas
aventajaras
de
cuantas la fortaleza
celebra en bronces y en aras.
Di quién eres pues que
das
mientras que triunfando estás
la fama que noble adquieres,
porque
cuanto menos fueres,
yo
pienso ensalzarte más.
BRUNO:
Colonia, augusta ciudad,
César y
monarca invicto,
tan
ilustre entre modernos,
tan
celebrada de antiguos,
es mi
patria, y tengo en ella
un
padre prudente y rico,
de
sangre calificada
entre
ilustres y patricios.
Nací
solo, vinculando
el amor, que repartido
suele
ser en otros padres
menos,
siendo más los hijos.
Estudié
felicemente,
dando
muestra en mis principios
de
fertilizar con letras
la fama que adquieren libros.
Graduéme de maestro;
llevé
entre ingenios divinos,
cátedras que autorizaron
mis
años entretenidos.
Gustara
mi viejo padre
que
echara por el camino
de la
iglesia, por tener
algunos
deudos obispos;
pero,
Amor, más poderoso,
rayo
dios, gigante niño,
para
cuya resistencia
suelen
ser diamantes vidros,
sujetó
mis verdes años
al más
hermoso prodigio
que
encareció la belleza
entre
sus dulces hechizos.
Evandra, ilustre, si pobre,
destruición de mi albedrio,
prisión
de mi libertad
y
cárcel de mis sentidos
enamorándome honesta,
multiplicó desvaríos,
tiranizó libertades,
y dió
materia a suspiros.
Quíseme casar con ella;
pero mi
padre, ofendido
de ver
malograr mis letras,
ya con
consejos prolijos,
ya con
ruegos paternales,
ya con
enojos fingidos
y maldiciones
de veras,
impedir
mi intento quiso.
Entre
amenazas y miedos
en su
presencia me dijo,
"Plegue a Dios te sea traidor,
Bruno ingrato, el más
amigo,
la
prenda por quien me dejas
te quite a tus ojos mismo;
ella te desprecie,
odiosa,
pagando
amor con olvido."
¡Ay,
Diosl ¡qué bien se cumplió!
No pasaron, señor, siglos,
años y horas, que los cielos,
con desdeñoso castigo,
en fe
de estas maldiciones,
el
conde Próspero, indigno
de la
amistad profanada,
que le
llamaba Zopira,
enamorado
de Evandra
y ella
del estado rico,
que
interesó con quererle,
dando a
sus quejas oídos,
juntáronse en yugo ciego,
dejando
desvanecidos
deseos,
entre esperanzas
de seis
años de servicios.
Casáronse al fin los dos,
y
viéndome aborrecido
de mi
padre, de mis deudos,
y lo
que es más, de mí mismo,
salí a
buscar muerte honrosa,
creyendo hallar el olvido,
de
celos desesperados,
entre
armados enemigos.
Supe
que aquesta ciudad,
rebelde
al valor invicto
de tu
majestad cesárea,
temor del planeta quinto,
te
negaba la obediencia,
y sus
infieles vecinos,
armándose contra ti,
despreciaban tus edictos;
que con
tu campo imperial
la ponías cerco y sitio,
honrando con tu presencia
tus
alemanes presidios.
Alistéme por soldado,
batióle
el muro prolijo,
postrando montes de piedra,
abortos
del fuego en tiros.
Hízose
la batería,
y
publicaron los bríos
de tu
venganza el asalto,
de los rebeldes castigo.
Celos y amor con desprecio
pudieron tanto conmigo,
que
desesperado y loco,
alentado de los gritos
con que
animabas cobardes,
no
hazañas, mas desatinos,
me
subieron el primero
sobre
los muros altivos
de la rebelde ciudad,
y sobre
el mayor castillo
las
águilas imperiales
puse,
si amante, atrevido.
Bajé al
saco, codicioso,
y
mientras despojos ricos
robaba
el atrevimiento,
llorando viejos y niños,
en el
más noble palacio
que
ilustra con edificios
la ya
rendida ciudad,
entro,
y de rodillas miro
a los
pies de un vil soldado
el
asombro peregrino
de esta
belleza hechicera,
si
hermosuras son hechizos.
Determinaba forzarla
sin
refrenar sus suspiros
torpezas que en pechos viles
se
rinden al apetito.
Impedíselo, piadoso,
pedísela, comedido,
a
rescate, y respondióme
soberbio y desvanecido.
Pero
yo, que de ordinario
al noble
acero remito
lo que
la lengua no alcanza,
de amor
y vida le privo.
La
noble presa consuelo,
su
honor precioso redimo;
pagado
en perlas que llora
y
ensartan preciosos hilos.
Supe
que era única prenda
del más
ilustre vecino
de esta
ciudad, que a tus armas
muerto,
pagó sus delitos;
y
juzgando su belleza
por
intercesor, benigno,
contra
tu enojo severo,
a tus pies, augusto invicto,
la presento, confïado
que
premiando este servicio,
y
consolando estos ojos,
perdonarás los rendidos.
ENRICO: Con muchas obligaciones,
Bruno, noble, has adquirido
el favor que hacerte
pienso,
de tus nobles partes digno.
Hidalga sangre te
ilustra,
letras
te han engrandecido,
hazañas te dan valor,
despojos me has ofrecido
merecedores de premios,
no sé
si diga divinos,
pues me
confieso, aunque César,
de tu
cautiva, cautivo.
Siendo,
pues, Bruno famoso,
cuerdo,
sabio, bien nacido,
valeroso y liberal,
justo
es ser agradecido,
y
honrar mi paz y mi guerra
desde
este punto contigo.
Acreditando privanzas,
que en
ti ilustrar determino,
gobierna mi augusto estado,
y entre
las armas y libros,
da
consejos y haz hazañas,
reparte
cargos y oficios.
Esa divina hermosura
en tu
lealtad deposito;
sé
alcaide de ese tesoro
y ángel
de ese paraíso.
Celos
de la emperatriz
temo
que han de ser castigo
del
amor con que me abrasa.
No la
vea, que imagino
que la
vida han de quitarla
mis
forzosos desatinos,
puesto
que a quererlo el cielo,
le
agradeciera propicio.
Si en
las sienes de Visora
pudiera
el laurel invicto
de mi
corona ufanarse,
o la
que al sol dora signos.
Mi
esposa, Bruno, es aquésta
que a
recibirme ha venido
desde
mi corte imperial.
Mientras que favores finjo
con que
a los suyos engañe,
sirve a
quien el alma humillo;
guárdamela cuidadoso,
y haz
que tenga amor a Enrico.
Vase el emperador
ENRICO
BRUNO: ¡Oh, maldiciones dichosas!
¡Oh, amorosos laberintos,
en los fines provechosos,
si fieros en los principios!
¡Oh, desdenes bien premiados!
¡Desengaños no entendidos!
¡Amistades mal pagadas!
Ya os adoro, ya os estimo.
Por vosotras honra adquiero,
a privanzas me sublimo,
cargos intereso honrosos,
mi sangre noble autorizo.
Si a logro pérdidas dan
tal ganancia, desde hoy digo
con César, que me perdiera
si no me hubiera perdido.
VISORA: Añade a esas dichas todas,
si a mi amor, Bruno, te
obligo,
la voluntad que te tengo,
y en vano honesta resisto.
Bruno, tu cautiva soy,
de atrévimientos lascivos
de un soldado me libraste,
de mi honor defensa has sido;
agora, pues, que deudora
la fama que has ofendido,
premios te ofrece del alma
que en medio del pecho cifro,
¿será razón que violentes
tan generosos principios,
y consientas que profane
lo que defendiste, Enrico?
No lo permitan los cielos,
ni el valor que he conocido
en tu invencible nobleza,
a quien mi esperanza rindo.
Padres ilustres me han dado,
si no dicha, nobles bríos
para defender mi fama,
que ya por tuya la estimo;
del soldado me libraste,
líbrame también de Enrico,
que no mudan la deshonra,
Bruno, sujetos distintos.
Mi dueño eres, sé mi esposo;
tesoros tengo infinitos
de la fuerza de la guerra
seguramente escondidos.
En la calidad te igualo,
y en el amor excesivo
te llevo tantas ventajas
como es el tuyo testigo.
Con honra, Bruno, me hallaste;
con ella también te pido
me dejes, o no te nombres
de honor y nobleza digno.
BRUNO: Visora, los desengaños
sonaron locos hechizos
en mí de promesas vanas,
que ya sepulta el olvido.
No más crédito engañoso,
no llantos de cocodrilos,
pues escapé, gloria al cielo,
seguro de sus peligros.
El emperador te adora;
es mi señor, yo le sirvo;
tú eres suya de derecho,
por despojo le has cabido.
No afrentan deshonras
reales;
pues tu fortuna lo quiso,
ama al César, y perdona.
MARCIÓN: (A eso voy y aqueso digo.) Aparte
VISORA: ¡Oh, avariento mercader!
¡Que el interés ha podido
tu valor poner en venta,
y la fama que te fío!
Pues mira bien lo que haces,
que si pierdo el honor mío
por tu causa, he de trocar
en rigores vengativos
el amor que te he mostrado.
BRUNO: Anda, y deja desatinos.
Vase
VISORA
MARCIÓN: ¿Y yo podréme volver
a mi lacayil oficio
y servirte?
BRUNO: Si, Marción;
que puesto que ingrato has sido,
quiero perdonar tus faltas.
MARCIÓN: Ya son chazas, señor mío;
pelota rasgada soy,
pero si medro un vestido,
vuelto a tu casa dirás.
vuelve a casa pan perdido.
Vanse
los dos. Salen la EMPERATRIZ, MILARDO y
acompañamiento
EMPERATRIZ: ¿Que es tan bella, Milardo, la cautiva?
MILARDO: Ojos deslumbra y ánimos derriba,
vencida vencedora,
a mí me hechiza, al César
enamora.
Si no ataja con tiempo sus
desvelos,
en el infierno de la envidia y
celos
llorará vuestra alteza
competencias de amor en su
belleza.
EMPERATRIZ: No
tendrá Enrico, a quien el alma he dado,
el gusto de su amor tan
estragado,
que puesto que en ausencia
cualquier belleza me haga
competencia,
ya que le he visto alegre, me
prometo
las ventajas de amor, siendo su objeto.
Pero ¿quién fue el soldado
que, atrevido, tal presa ha
presentado
al César, dando causa a mis
enojos,
materia a celos y a su amor
despojos?
MILARDO: Bruno, extranjero y ppbre,
porque soberbia la bajeza cobre,
más loco que valiente y animoso,
subió el primero al muro
temeroso,
enarbolando al viento,
águilas del imperio, en cuyo
asiento
fijando el estandarte, dio
materia
a su ventura y fin a su miseria,
pues obligado Enrico
a su esfuerzo o locura,
certifico
a vuestra majestad que le ha
entregado
en guerra y paz vuestro imperial
estado.
É:ste, rendido el muro,
a la ciudad bajó, donde seguro
de la muerte, que a míseros
perdona,
mientras el campo el saco real
pregona,
despreciando riquezas,
despojos busca sólo de bellezas;
y salióle dichosa su fortuna
aun hasta en esto, pues hallando
una
ostentación hermosa
de la naturaleza prodigiosa,
a Enrico la presenta,
con que su fama y su favor
aumenta,
pues rendido el Augusto a sus
amores,
de cargos carga a Bruno y de
favores.
Los despachos le entrega
de este imperio; que en fin, es
pasión ciega
la voluntad enamorada y loca,
y no es el alma a resistencias
roca.
En fin, Bruno, señora,
es el depositario de Visora,
y porque guarda al César la cautiva,
el imperio gobierna, y con él
priva.
EMPERATRIZ: Subió el villano presto;
presto caerá del encumbrado
puesto.
Medios ruines no son escalones
que iustentan privanzas y
ambiciones
y más si los derriban
celos y agraviós que en furor
estriban.
Mujer soy agraviada y poderosa;
para su muerte basta estar
celosa.
Mas ¿qué es esto?
Salen
LEIDA, dama, con guitarra, y dos SOLDADOS que
la
conducen prisionera
SOLDADO
1: A tu alteza
prisionera presento esta
belleza,
que huyendo de la furia
que a esta ciudad castiga por su
injuria,
estos montes vagaba
y sus penas cantando disfrazaba,
pues con su melodía
orbes paraba y vientos
suspendía.
EMPERATRIZ: ¿Eres música?
LEIDA: Templo
males con la paciencia, y al
ejemplo
de los trabajos míos,
suspendo con acentos desvaríos;
y como es propio efeto
de la música obrar en el sujeto
según sus calidades,
aumentando a tristezas
soledades,
y al contento alegría,
penas, cantando, a penas añadía;
que el triste, gran señora,
mejor entonces canta cuando
llora.
EMPERATRIZ: Si la música aumenta
la pasión del sujeto en quien se asienta,
canta envidia y desvelos,
porque celos aumentes a mis
celos;
crecerá la esperanza
que tengo, en mis agravios, de
venganza.
Canta
LEIDA: "El que buscare ponzoñas
de tal virtud y poder
que maten a sangre fría,
busque celos en mujer.
El que venganza desea
contra el olvido y desdén,
gue dan la muerte viviendo,
busque celos en mujer.
Quien basiliscos buscare,
áspides quisiere ver,
y onzas, hurtados sus hijos,
busque celos en mujer."
EMPERATRIZ: Basta, no prosigas más;
todo aqueso vengo a ser,
ponzoña, venganza, tigre,
basilisco y áspid fue
contra Bruno mi sospecha.
De mi venganza crüel
verá efectos, pues que loco
buscó celos en mujer.
Vase
la EMPERATRIZ
SOLDADO
1: ¿Qué esto? La Emperatriz
arrojando rayos fue
por los ojos; si sus perlas,
llamarlos rayos es bien.
MILARDO: Celos la abrasan el alma,
y de su infierno crüel
siento penas inmortales
en que me abraso también.
Envidia de la privanza
en que encumbrado se ve
este Bruno venturoso,
en mí muestra su poder.
Pero canta, Leida hermosa,
que si la música es
suspensión de penas tristes,
las que siento suspendré.
Canta
LEIDA: "El que en los príncipes fía,
y a la cumbre del poder
por el favor va subiendo,
mire cómo asienta el pie.
Por escaleras de vidro
sube el privado más fiel,
y es fácil cuando descienda
o deslizar o romper."
Sale
BRUNO, lleno de memoriales que le van dando, y
MARCIÓN,
con él suspéndense oyendo cantar
"Aun en el cielo no tuvo
seguridad Lucifer,
pues no hubo más de un instante
desde el privar al caer.
Efímera es la privanza,
mudable el más firme rey.
Hoy derriban disfavores
al que ensalzaron ayer."
Vanse
todos cantando, y quedan BRUNO y MARCIÓN
BRUNO: ¡Que mal pronóstico anuncia
la música que he escuchado.
Del augusto soy privado.
¿Si mi caida pronuncia
el acento temeroso
que agora acabo de oír?
Hoy que comencé a subir,
¿el caer será forzoso?
Fui desdichado en amores;
por la guerra los dejé,
a Enrico el cuarto obligué;
mas mujeres y señores
son fábricas sobre el viento
porqqe el amor y, privanza
ponen silla en la mudanza,
y es peligroso su asiento.
MARCIÓN: ¡Qué lleno de peticiones
te ha ocupado la ambición!
Ayer dabas petición
al poder, hoy las dispones.
A tal subir y privar
presto ser monarca esperas.
BRUNO: Acertáras si dijeras,
a tal subir, tal bajar.
MARCIÓN: ¿Pues qué tienes que temer?
¿Qué recelo hay que te espante?
BRUNO: ¿Que no hubo más que un instante
desde el subir al caer?
¡Oh, riesgo de la ambición!
¡Oh, peligros de un vasalio!
MARCIÓN: No hay hombre cuerdo a caballo,
pero tente tú al arzón,
pues con la carrera arrancas,
y luego no tengas miedo,
aunque también yo caer puedo,
porque en fin voy a las ancas.
Sale
ENRICO
ENRICO: Bruno, como es niño Amor,
no sabe tener sosiego;
atormenta, como es fuego;
da priesa, como es furor.
Al hermoso resplandor
de Visora cera he sido;
Ícaro soy, que he caído
del cielo de mi grandeza;
las plumas de la firmeza
a su sol se han derretido.
¿Parécete que pretenda,
mis tormentos dilatando,
sus favores obligando,
y que entretanto me encienda,
o que enamorado ofenda
leyes de la cortesía,
y gozándola este día,
aunque obligaciones tuerza,
muestre al mundo que no hay
fuerza,
en poder ni en monarquía?
BRUNO: Gran señor, el dar consejos
es de la privanza oficio,
y el estar en tu servicio
puede suplir años viejos.
Los príncipes son espejos
del mundo, y tú en el
sagrado
solio imperial asentado,
es razón que alumbres más.
¿Y qué luz después darás
si eres espejo quebrado?
Visora al fin es mujer,
que, aunque cautiverios llora,
y su muerto padre agora,
después te vendrá a querer.
La justicia en el poder
su conservación confía;
ampara la monarquía
la nobleza y opinión,
porque el poder sin razón
más parece tiranía.
Aunque eres emperador,
no has de usar, en cuanto
amante,
del poder siempre arrogante;
que ruegos vencen a Amor.
Sirve, no en cuanto señor,
sino como enamorado;
ruega y regala humillado,
si al desdén quieres vencer,
que no es árbol la mujer
que ofrece el fruto forzado.
ENRICO: Si no fueras más valiente
que eres sabio consejero,
no debieras al acero
mi privanza.
MARCIÓN: Bruno, tente.
ENRICO: Persüádesme elocuente
que no pretenda a Visora
por fuerza cuando la adora
el alma que la entregué;
pero ya, villano, sé
que en mi ofensa te enamora.
Suelta la llave que ha sido
guarda suya, y la ocasión
de tu privanza.
MARCIÓN: (Al arcón, Aparte
¡cuerpo de Dios!)
BRUNO: Si ofendido
estás porque persuadido
de mi lealtad te aconsejo,
perdóname, que ya dejo
desde aquí de aconsejar,
porque te puedo quebrar
siendo, gran senor, mi espejo.
Como la verdad es dura,
quiebra tal vez el cristal.
Yo, gran señor, hablé mal;
la lisonjeada ventura
es blanda, y así asegura
vidrios siempre delicados.
Lisonjeros sean criados
y pastores lisonjeros,
por humildes, verdaderos,
y por serlo, despreciados.
Yo estoy tan lejos, señor,
de ofenderte, siendo amante,
cuanto desde aquí adelante
con recelo y con temor
de caer de tu favor.
Goza a Visora y procura
tu esperanza hacer segura,
que cuando a tus plantas ven
el mundo, no será bien
resistirte una hermosura.
MARCIÓN: (Eso sí -- ¡cuerpo de Dios! -- Aparte
vístete del mismo paño;
viva y venza aquí el engaño,
y medraremos los dos.)
BRUNO: (Padre, si os creyera a vos, Aparte
mis estudios prosiguiera,
y en riesgos no me metiera
del favor y la privanza.
Vuestra maldición me alcanza,
cuanto justa, verdadera.)
ENRICO: Hoy, Bruno, a privar empiezas.
Si te quieres conservar,
sombra has de ser y imitar
en palacio las grandezas.
Vuelve a consolar tristezas,
que si tu discreción sabe
agradarme, el cargo grave
gozarás que te di agora.
Sácame, Bruno, a Visora;
tráela aquí; toma la llave.
Pero, detente, que viene
la emperatriz.
BRUNO: (¡Ay, de mi! Aparte
¿Que el palacio trata así
a quien con honras mantiene?
¿Que tan flaco asiento tiene
en él el sublime puesto?
¡Subir y bajar tan presto!)
Sale
la EMPERATRIZ
EMPERATRIZ: ¡Gran señor!
ENRICO: Esposa mía.
EMPERATRIZ: ¿Qué nueva melancolía
os entristece? ¿Qué es esto?
ENRICO
habla aparte a BRUNO
ENRICO: Si tú obediente cumplieras
lo que te mandó mi amor,
y necio aconsejador,
mis deseos no impidieras,
ni mis tormentos crecieras,
ni a mi esposa alborotaras,
haciendo sospechas claras
que ha visto en mi turbación...
EMPERATRIZ; ¿No merece mi afición
que me hables? ¿No te declaras?
ENRICO: Entronizar un villano,
necio y desagradecido,
causa de mi enojo ha sido.
Díle indiscreto la mano,
subió por el viento vano,
y al mismo paso ha de ser
fuerza que vuelva a caer:
pregúntale lo demás.
Vase
ENRICO
EMPERATRIZ: ¿De aquesa suerte te vas?
Celos tengo, y soy mujer.
Satisfacerlos
conviene.
Ven acá. ¿Por qué ocasión,
con tan grande indignación,
contra ti enojos previene?
BRUNO: La culpa esta llave tiene,
en que me premia y castiga
quien al silencio me obliga,
que ha de eslabonar mis daños
por no creer desengaños.
Ella la verdad te diga.
Da
la llave a la EMPERATRIZ y vase BRUNO.
MARCIÓN
se finge mudo
EMPERATRIZ: ¿Hay
tal descomedimiento?
Sin
responderme se fue.
Yo,
villano, humillaré
vuestro
desvanecimiento.
Presto
seréis escarmiento
de lo
que el favor se muda.
Satisfaced vos mi duda,
llave,
pues que la sabéis;
pero
cuerda me diréis
que
sois secretaria muda.
É:ste debe ser crïado
del
arrogante extranjero;
saber
de él la causa quiero
por qué
Enrico va indignado.
MARCIÓN: (¿No es
bueno, que me he quedado Aparte
en el
potro, donde dudo
decir,
aunque no desnudo,
la
maraña de esta danza?
Todo
este mundo es mudanza.
¡Por Dios que he de hacerme mudo!)
EMPERATRIZ:
¡Hola!
MARCIÓN:
(Ya empieza a olearme. Aparte
Desahuciado debo estar.
EMPERATRIZ: ¿Quién
sois?
MARCIÓN:
(Oír y callar, Aparte
si es
que pretendo escaparme.)
EMPERATRIZ: No
temáis; llegad a hablarme
¿Servís
a Bruno?
MARCIÓN: (Diré Aparte
por
senas que no lo sé,
ni lo
que me dice entiendo.
EMPERATRIZ: ¿No me
respondéis?
MARCIÓN: (Pretendo Aparte
de mi lealtad
dar hoy fe.)
EMPERATRIZ: ¿Qué
tiene el emperador?
¿Por
qué se partió severo?
¿Qué
llave es esta?
MARCIÓN: (El primero Aparte
que sirve y no es hablador,
he sido.)
EMPERATRIZ: Acaso es traidor
con el César vuestro
dueño;
¿No me
respondes si sueño?
¿Sois
mudo? Dice que sí.
Mas mudo en tal traje aquí,
¿es o no?
MARCIÓN: (Cielo risueño, Aparte
lleva mi engaño adelante,
y
sácame de este aprieto.
EMPERATRIZ: É:ste
me encubre el secreto
con
engaño semejante;
mas no
pasará adelante
su cautelosa afición.
¡Hola!
MARCIÓN:
(Tres con ésta son Aparte
las
oleadas. ¿Qué mar
te
pudiera hacer tragar
tantas
olas, dí, Marción?)
Sale MILARDO
con algunos SOLDADOS
MILARDO:
¿Llama vuestra Majestad?
EMPERATRIZ: Sí,
Milardo. Aqueste mudo,
de
cuyas cautelas dudo,
de un
pino al punto colgad.
MARCIÓN:
(¡Cuerpo de Dios! Lengua, hablad
Aparte
y
molamos de represa.)
Gran
señora, a mí me pesa
de no
haberte respondido.
Imágen
conmigo has sido
de
milagros. Digo...
SOLDADO 1: Apríesa.
MARCIÓN:
...que yo me llamo Marción,
sirvo
de lacayo a Bruno.
Fuéle
el amor importuno,
y por
aquesta razón
dejó
estudios, aunque sabio;
dejó
amores, aunque ciego;
dejó padres, galas, juego,
celos, desdenes y agravio.
Vino a la guerra,
seguíle;
subió
el muro, y ayudéle;
venció
la ciudad, loéle;
honróle
Enrico, y servíle.
Presentéle cierta dama,
enamoróse de vella,
hízole
custodio de ella,
fue
mariposa en su llama.
Quisola agora forzar,
fuéle a
la mano mi dueño;
esto
del privar es sueño;
comenzóse a desgraciar.
Quitóle el César la llave,
temió
Bruno el tropezón
mudó
cuerdo de opinión,
que
quien miente, privar sabe.
Díjole que hacía muy bien,
que
pues era emperador,
aprétase con su amor.
Ayudéle
yo también;
réstituyóle a su gracia;
iba a
sacar a la moza,
pero
todo lo destroza
si se
emperra una desgracia.
Salió entonces vuestra alteza,
fue
perro del hortelano,
vio su
amor, Enrico, en vano,
dióle
su estorbo tristeza,
trocó el favor en desdén;
fuése,
acabóse la historia.
Aquí gracia y después gloria
por
siempre jamás, amén.
SOLDADO 1: Mudo
que habla de ese modo,
¡fuego en él! Callar y huír.
MARCIÓN:
Reventaba por parir
y eché
las parias y todo.
EMPERATRIZ: Yo
he quedado satisfecha,
celosa
y desengañada,
si con
la verdad airada
libre
de amor en sospecha.
No
gozará su esperanza
el
mudable emperador,
ni el
villano intercescor
de sus
gustos, su privanza.
Toma, Milardo, esta llave,
goza la
ocasión, discreto;
saca
esa mujer, efeto
de mi
agravio y pena grave.
Llévala de aquí, no viva
donde
pueda darme enojos,
ni
hechizar con torpes ojos
al
César, loca y lasciva.
Su
jurisdicción te entrego;
goza su
amor entretanto
que yo
entre penas y llanto
de
menosprecios me anego.
Vase el
EMPERATRIZ
MILARDO: ¡Oh,
llave de mi esperanza,
remedio
de mi temor,
premio
justo de mi amor,
y de mi
envidia venganza!
Perdone el emperador,
que si
su vasallo fui.
Amor,
que es dios, puede en mí
más;
así obedezco a Amor.
Sacaré la prenda hermosa
que mi
lealtad atropella;
desterraréme
con ella,
que si
la patria amorosa
menosprecio por Visora,
patria,
riqueza y ventura
llevaré
con su hermosura,
y
serviré a mi señora.
Vase MILARDO
SOLDADO 1:
¡Lindamente desbucháis!
MARCIÓN: El
temor causarlo pudo.
Hacéos
vos media hora mudo,
veréis
después lo que habláis.
SOLDADO 1:
¿Hácenlo así los discretos?
MARCIÓN: Para
hinchazón tan odiosa
es medicina famosa
una
gaita de secretos.
Vanse
todos. Sale VISORA
VISORA: ¿Qué
es esto, soberbia mía?
¿Quién
os humilló tan presto
a las
leyes del Amor
y
injurias del menosprecio?
¿Vos de
Bruno desdeñada,
cuando
pagaban deseos
de espíritus generosos
el ver mis ojos risueños?
¿Yo, ayer de amor simulacro,
que a idólatras pensamientos
pagaba
en desdenes locos,
siendo
adorada por ellos,
de un
pobre soldado agora
menospreciada y a riesgo
de que
mi fama profane
Enrico,
amante soberbio?
Eso no, imaginaciones;
prevenga mi amor primero
brasas
con Porcia y con Dido
espadas
que aliente el fuego.
Sale MILARDO
MILARDO: A
daros, Visora hermosa,
la
libertad que no tengo
me
envía la emperatriz
abrasada en vuestros celos.
Hale
declarado Bruno
el amor
que Enrico, ciego,
os
tiene, y que determina
forzaros torpe y violento.
Dióle
la llave que veis,
y
juntamente consejo
que os
quite la hermosa vida,
digna
de siglos eternos.
Hanme
hecho su ejecutor,
pero
yo, que en solo véros,
vivo adorándoos, Visora,
si es
vida vivir muriendo;
si
admitís servicios nobles
y un
alma que humilde ofrezco,
leal a
vuestro servicio;
si
agradecéis mis deseos,
huír con vos determino
con
voluntario destierro,
y
mejorar amoroso
la
corte por el destierro.
Casarémonos los dos,
y con
el traje grosero
disfrazaremos las almas,
de nobles, villanos vueltos.
No respondáis desdeñosa
a los
nobles pensamientos,
que en
vez de daros la muerte
os
eligen por mi dueño.
VISORA: ¿Bruno
aconseja a la Augusta
que me
dé muerte?
MILARDO: Esto es cierto.
VISORA: ¡Oh,
bárbaro, mal nacido!
¿Ya añades a tus desprecios
nuevos agravios y enojos?
Satisfaréme, y con ellos
verás
lo que es un amor
vuelto
en aborrecimiento.
Como a
ese ingrato enemigo
mates,
Milardo, primero,
en
satisfacción dichosa
el alma
y vida te entrego.
MILARDO: Pues
hoy daré muerte a Bruno.
Sale BRUNO
BRUNO: ¿A
Bruno matan; qué es esto?
VISORA:
¡Traidor, ingrato, villano,
alma
vil en noble cuerpo!
Venganzas son contra injurias;
castigos contra consejos.
Si mi
muerte deseabas,
permitieras al acero
del
soldado violador
cumplir
su bárbaro intento.
¿Porque
te quise me matas?
¿Porque
mi opinión defiendo?
¿Porque desprecio al augusto?
¿Porque
insultos aborrezco?
BRUNO: ¿Qué
dices, Visora bella?
MILARDO: Las
traiciones con que has hecho
agravio
a aquesta hermosura,
que
agora vengar pretendo.
BRUNO: ¡Oh,
bárbaro! ¿Tú te atreves
a injuriarme?
MILARDO:
En este acero
hallarán satisfacciones
sus agravios y mis celos.
Meten mano y
sale ENRICO por una parte y la
EMPERATRIZ y
MARCIÓ por otra
ENRICO:
¡Traidores! ¿En mi palacio
desnudáis armas? Prendeldos.
EMPERATRIZ: ¿Qué voces, señor, son ésas?
ENRICO: Dos
locos y descompuestos
a la
inmunidad sagrada
de mi
casa...
MILARDO:
Yo confieso
cuan mal, gran señor, he andado;
mas si castigar excesos
contra
tu fama, merecen
perdón de mayores yerros,
Bruno, a quien has confïado
los despachos del
imperio,
encumbrado en tu privanza,
y con
tu favor, soberbio,
dentro
tu mismo palacio
con
torpes atrevimientos
quiso
gozar a Visora;
y
hubiera llegado a efecto,
si con
la espada en la mano,
de
justa cólera ciego,
no
impidiera desatinos
traidores y deshonestos.
Si no
basta esta disculpa,
divide
de aquesté cuello
la
cabeza que te ofende.
BRUNO: ¡Qué
escucho, piadosos cielos!
¿Yo
intenté tan gran delito?
VISORA: Gran
señor, mi honor le debo
a
Milardo, defensor
de la
joya de más precio.
Verdad
es cuanto te ha dicho.
EMPERATRIZ: ¿Éste es, señor, el sujeto
tan digno de vuestra
gracia,
célebre
con tanto extremo?
Quien
deja vasallos fieles
por
encargar el gobierno
a un
humilde advenedizo,
la
culpa se eche a sí mesmo.
Justas quejas habéis dado
a mis inocentes celos,
que satisfacéis confuso
con
vergüenza y con silencio.
Si en
vos, que sois la cabeza,
tiene
el mundo tal ejemplo,
¿qué
espera la cristiandad?
¿qué
harán en ella los miembros?
Volved, gran señor, en vos,
y a apetitos deshonestos,
resistencias generosas
pongan victoriosos
frenos.
Visora
le dé a Milardo
la
mano, en fe que agradezco
la
defensa de su honor,
como
salga de aquí luego;
y quien
a vuestra privanza
subió
con tan malos medios,
derribad, pues que es indigno
del
favor que le habéis hecho.
Vase la
EMPERATRIZ
ENRICO:
Desnudad este villano
de las insignias, que han hecho,
cuanto más nobles en él,
más indignos sus empleos.
Bástele
esto por castigo,
que si
matarle no quiero,
es por
pagar, aunque ingrato,
su mal empleado esfuerzo.
Yo os
perdono a vos Milardo,
éste
honrado atrevimiento,
y a
Visora por esposa
liberalmente os concedo.
Llevadla a vuestros estados,
y sírvame de escarmiento
para no
fïar de hazañas,
lo que
agora experimento.
Salid
de mi corte, vos,
que
quien, su padre ofendiendo,
fue
contra sus canas malo,
no será
para mí bueno.
Vase ENRICO
VISORA: Así
castiga desdenes,
descortés, ingrato, el cielo.
Escarmentad en vos mismo,
si
escarmienta nunca el necio.
Vase VISORA
MILARDO: En tres
días de privanza,
Bruno,
serviréis de ejemplo
al
mundo. Presto subísteis;
no es
mucho que caigáis presto.
Revolved otra vez libros,
y
estudiad, Bruno, de nuevo
derechos que os hagan sabio,
que en
privanzas no hay derechos.
Vase MILARDO
MARCIÓN: ¿Qué
privanza tercianaria
es
esta, señor? Tornemos,
pues a
tres va la vencida,
desde
el principio este juego.
Privado eres de alquitar;
quien
te vió dando gobiernos
en
aqueste triunvirato,
y agora
quedarte en pelo,
dirá que eres rey de gallos,
que en los tres días de antruejo
triunfaste, y ya te desnuda
el
miércoles ceniciento.
Triangulada es tu ventura,
para
bonete eres bueno,
de tres esquinas. Señor,
voyme a buscar amo nuevo.
Adiós, señor tres en raya,
que pues contigo no
medro,
quien
se muda, Dios le ayuda.
Él me
ayude, pues te dejo.
Vase MARCIÓN
BRUNO: ¡Oh,
sagrados desengaños!
Pues no
me curáis el seso,
curad
mi ciega inquietud,
alumbrad mi entendimiento.
¡En
tres días de privanza
tanta
confusión! ¿Qué es esto?
Fié en
hombres. ¿Qué me espanto?
Si crió
Dios al primero,
y de un
soplo le infundió
el
alma, animando el cuerpo,
por
fuerza se ha de mudar
si fue
su principio el viento.
¡Qué
confïado dormía
Jonás, a
la sombra puesto
de una
hiedra, que secó
un
gusanillo pequeño!
Hiedra
es la privanza humana;
royóla
la envidia, y luego
faltóle
al favor la sombra,
quedé a
la inclemencia puesto.
Dichoso
soy; sin razón,
piadosa
deidad, me quejo;
embosquéme en laberintos
de
lazos y penas llenos.
Si
anduve tres días perdido,
dichoso
llamarme puedo,
pues la
salida he hallado
de su
confusión tan presto.
No más engaños de amor,
no más favores soberbios,
no más príncipes mudables,
no más cargos y gobiernos.
Peregrino he de vivir,
y
pregonar escarmientos
por el
mundo a los mortales;
conmigo
el ejemplo llevo.
Quien
desengaños buscare,
mercader soy que los vendo,
pues el
mayor desengaño
puede en mí servir de ejemplo.
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