Salen LEONISA y
FIRELA, pastoras, con líos
de ropa en las
cabezas, y CARLÍN, pastor
FIRELA:
Carlín, déjanos aquí;
no seas
siempre pelmazo.
CARLÍN: Pues
¿qué importaba un abrazo,
si ves
cuál ando tras ti?
FIRELA:
¿Cuál andas?
CARLÍN: Cual te dé Dios
la
salud. Ando cual ves.
FIRELA: ¿Cuál andas?
CARLÍN: Ando en dos pies,
porque andas tú en otros dos.
FIRELA: En
cuatro fuera mejor,
que
eres un asno
CARLÍN: Si tratas
de que
ande, Firela, a gatas
a gatas
anda el Amor,
que
es niño, aunque canas tién.
LEONISA: Déjanos
ir a lavar,
que es tarde.
CARLÍN: Pues no han de hablar.
LEONISA. Déjale,
Firela, y ven.
CARLIN:
¡Válgame Dios! ¿También lla
rezonga? Pues venga acá.
¿Qué
cuenta al cura dará
después, mi pastora bella,
si
por no amarme me mata?
FIRELA: ¡Oh,
qué pesado que estás!
CARLÍN: El
quinto, no matarás.
No
matéis, Firela ingrata,
con
desdén a las criaturas,
que
tenéis, aunque gallarda,
mucho,
Firela, de albarda
en esto
de her mataduras.
FIRELA: Mira
que estamos cargadas
con los
líos de la ropa.
CARLÍN: Si no
más de en eso topa,
¿hay son soltarlo, y sentadas
escuchar la arenga larga
de mi
amor? Soltaldos -- ¡ea! --
que lo
que el amor desea
es
echarse con la carga.
Lejos está el lavadero
escuchad mis desvaríos,
y yo os
llevaré los líos.
LEONISA: Oye
aqueste majadero,
porque la ropa nos lleve
y acabe
ya de cansarte,
que
tengo a solas que hablarte.
FIRELA: Vaya.
CARLÍN:
Vaya.
FIRELA:
En breve.
CARLÍN: En breve.
Mi
burro y, yo...; no va bien,
que el
burro no ha de ir delante.
Yo y mi
burro...; ¡qué ignorante!
Cuantos
a un borrico ven
cargado ¿no es cosa clara
que
lleva al dueño tras sí
dándole
de palos?
FIRELA: Sí.
CARLÍN: Pues
llevando yo la vara
con que darle, cuesta arriba
y
cuesta abajo, a compás,
llevándome a mí detrás,
el
burro delante iba.
LEONISA: ¿Y
eso importa para el cuento?
CARLÍN:
¡Válgame Dios! De aquí arguyo
que es bien darle lo que es suyo
también
al pobre jumento.
FIRELA: Pasa
adelante.
CARLÍN: ¿Quién? ¡Yo!
Si
adelante he de pasar,
no
querrá el borrico andar
porque si detrás no vo
se
me aleva al primer paso,
que es
bestia de mucho tiento.
FIRELA: Que
pase adelante el cuento,
te
digo.
CARLÍN:
Vamos al caso.
La
borrica del barbero,
que
venía del molino,
luego
que a mi pollino,
-- no sé yo quien vio primero
a
quién -- mi burro bajaba,
y, la
borrica sobía;
la
vista el burro ponía
en cada
paso que daba.
La
burra, al sobir la cuesta,
no le
debió de mirar,
porque
nunca suele alzar
los
ojos, que es muy honesta.
LEONISA:
Acaba ya.
CARLÍN: No se aburra;
mas
diga, cuando se ven,
¿quién
mira primero a quién,
amándose, el burro o burra?
FIRELA:
Ambos a dos, si en tal caso
es
igual la voluntad.
CARLÍN: ¡Por Dios
que decís verdad!
Así
hué. vamos al caso.
El
burro, como se pica
de
cortesano, al pasar,
a la
burra hizo lugar;
mas
díjole la borrica,
"No pasaré, ciertamente;
pase
vuesa borriquencia."
Dijo
él, "No haré en mi conciencia."
Yo, que
estaba ya impaciente,
alzando la vara y voz,
le di
un palo entre las cejas;
y ella
alzando las orejas,
le dio
al borrico una coz
tal,
que ha menester braguero,
porque
está el pobre quebrado.
El
alcalde ha sentenciado
que la
burra del barbero,
si
mi burro lo consiente,
con él
tién de desposarse,
porque
el dar coz es casarse
por
palabras de presente.
Mas
yo por eso no paso.
FIRELA: Pues
eso ¿qué tién que ver,
bestia,
con darme a entender
el tu
amor?
CARLÍN:
Vamos al caso.
El
dar coces, ¿no es, Firela,
querer
desposarse dos?
Dadme,
pues, una coz vos,
con
botín o con chinela;
cuésteme una quebradura,
aunque
os estará a vos mal,
que con
esto no habrá tal
como
ahorrar de baile y cura;
pues
si por plieto se saca,
venirnos los dos a ser
tan
marido y, tan mujer
como
Adán y doña Urraca.
Y
porque no es para más
y voy a
buscar amigos,
de este
concierto testigos,
porque no os volváis atrás,
los líos que os prometí
llevo a
la huente veloz;
mas mirad dó dais la coz,
no os quejéis después de mí.
Vase CARLÍN con los líos
LEONISA: Es
un tonto; déjale;
no
hagas caso de él, Firela,
que
cosas de más caudal
te
quieren decir mis quejas.
Ese
Rogerio, aquese hombre
que
tiene el alma de piedra
en
cuerpo de hueso y carne,
descuidado me desvela.
Ése,
que todo lo sabe,
y
haciendo del campo escuelas,
le llaman Fénix los sabios
en las armas y en las letras,
desdeñoso, presumido,
con
saber todas las ciencias,
ignora
las del amor,
que son
las que el alma precia.
Bien
sabes tú, mi pastor,
que me
da nombre esta sierra
verdadero, de crüel,
si
mentiroso, de bella.
Aunque entre frisa y sayal
nací,
serrana grosera,
en
cuerpo humilde y villano
aposento un alma reina.
Caudalosos ganaderos
juran
-- podrá ser que mientan --
que el
alma les tiranizo
cautiva
de sus potencias.
¿Qué
abril de la juventud
no me
ofrece, si no pecha
entre
esquilmos de intereses
tributos de gentilezas?
¿Qué
tálamos de deseos
no son
túmulos que enseñan
de
desdenes homicidas
esperanzas ya funestas?
¿Qué
tronco no es ya letrado
a puras
cifras y empresas,
libros
de la voluntad,
del
sencillo amor imprentas?
¿Hay
fuente que no murmure
mi
rigurosa aspereza?
¿Prado
que no me retrate?
¿Eco
que no me dé quejas?
Pues a
todos soy ingrata.
Sólo agradecida, necia
a un
hombre sabio, ignorante,
que
enamorando atormenta.
FIRELA:
Rogerio, Leonisa mía,
que en
tantas cosas diversas
se
ocupa, no da al Amor,
ociosa deidad, licencia.
Es
padre suyo Pinardo,
y
sucede en la herencia
de
estas fértiles montañas,
que
rústicos pueblos cercan.
Tenémosle por señor,
y como
tal le respetan
los
frutos de aquestos valles,
que
siempre le pagan renta.
No
querrá humillar el alma
a
pastoriles bellezas,
que
entre sayales vasallos
se ensoberbece
la seda.
Hale
enseñado su padre
todas
sus armas y ciencias
porque
le herede su ingenio
como el
estado le hereda.
Las
letras, según el cura,
causan
al sabio soberbia.
Sabio
es Rogerio; ¿qué mucho,
si lo
es, que se ensoberbezca?
Tú, si
bien la más hermosa,
eres
hija de una aldea,
pajiza
choza tu casa
y tu
dote cien ovejas.
A la
sombra de las canas
que obediente reverencias,
mil aldeanas te envidian,
mil zagales te desean.
¿Qué abril hay que en flor y en
rama
no te entapice la puerta?
¿Qué
Mayo en gigantes mayos
que a
tu puerta no amanezca?
Quiere
a quien te quiere bien,
e
imposibles locos deja,
que del
brocado y sayal
nunca
se hizo buena mezcla.
LEONISA: Eso
díselo tú al alma;
verás,
amiga Firela,
qué de
cosas te responde
en mi
abono y su defensa.
¿Él amor no es fuego?
FIRELA: Sí.
LEONISA: ¿Y
éste, por naturaleza,
no sube
lo más arriba
que es
posible hasta su esfera?
FIRELA: Así
será , pues que tu
lo
afirmas que eres discreta.
LEONISA: ¿Pues
qué importa que esté el fuego
cebado
en la tosca leña
o en la
despreciada paja?
¿Por
eso es razón que pierda
su
inclinación generosa
y que
el subir no apetezca?
Pues
¿qué importa que mi amor
cebado
en alma grosera,
humilde
sujeto abrace,
si
experimento en mí mesma
que a
pesar de mi ser tosco,
subir
al valor intenta
de
Rogerio, noble y rico,
que es centro donde sosiega?
Todas las almas, amiga,
son iguales. La materia
de los
cuerpos solamente
hacen
esa diferencia.
Alma
noble me dio el cielo.
No te
espantes si con ella
el
amor, fuego con alas,
intenta
subir y vuela.
A Rogerio he de adorar.
FIRELA: Basta,
que estás bachillera,
después
que en Rogerio sabio
tus
esperanzas alientas.
Vamos a
lavar agora,
por ver
si en la fuente templas
ardores
tan desiguales.
LEONISA: No
hayas tú miedo que pueda,
que es
poca el agua del mar.
FIRELA: Los
serranos que desdeñas,
¿qué
han de hacer, si no los amas?
LEONISA: Que
pues padezco, padezcan.
Vanse. Salen ROGERIO, galán, y PINARDO
PINARDO: Ya
no tengo qué enseñarte.
En la
esgrima tu destreza,
junto
con tu fortaleza,
retratan en ti otro Marte;
la
pintura verá su arte
eternizada por ti;
las
liciones que te di
en la
música, maestro
te han
de llamar del más diestro,
cifrándole Apolo en ti.
Sútil dialéctico estás;
docto
en la filosofía;
sabes
de la astrología
lo que
es lícito y no más.
Metafísica podrás
enseñar a quien la enseña;
y
aunque una parte pequeña
sabes
de la arquitectura,
por ti
Vitrubio asegura
el
renombre que en ti empeña.
Versos haces extremados,
los que para un cuerdo bastan;
que los que a resmas los gastan
no están ya bien
opinados.
Los
términos no excusados
de la
corte, en que publiques,
cuando
al palacio te apliques,
lisonjas, estudiado has.
No
falta, Rogerio, más
de que
cuerdo los platiques.
ROGERIO: Si
al padre se debe el ser,
y al
maestro el ser de hombre,
y en ti
de uno y otro el nombre,
señor,
te llego a deber,
¿cómo
podré agradecer
el
doble ser que te debo?
Por
padre, a darte me atrevo
gracias de eternos loores,
mas por maestro, mayores,
pues que me engendras de
nuevo.
Dichoso yo, que traslado
vengo a
ser de original
como el
sol universal
de
tanta ciencia adornado.
Mil
cosas me has enseñado,
que,
como dices, quisiera
que
alarde de ellas hiciera
mi
estudio, y tu nombre claro;
que
encierra el oro el avaro,
y el
noble le ostenta fuera.
¿Qué
aguardas, padre, en llevarme
a la
corte?
PINARDO:
Aun falta más;
que
puesto que docto estás
en todo, y puedes honrarme,
temo desacreditarme
por
otra parte.
ROGERIO:
¿En qué modo,
si a tu
gusto me acomodo?
PINARDO: Aunque
tan sabio te siento,
voluntad y entendimiento
componen un hombre todo.
Y
puesto que sea verdad
que al entendimiento debes
las
letras con que te atreves
a
cualquiera facultad,
no sé
que la voluntad
en
hombre te constituya,
pues es
tan seca la tuya,
que
muestras por experiencia
que te
falta esta potencia
porque
tu ser te destruya
tu
juventud tan florida.
Cuando
estímulos de amor,
desde
el rey hasta el pastor,
dan a sus incendios vida,
tú, que imagen esculpida
de bronce debes de ser,
¿has podido defender
de apacibles tiranías
el alma, si en piedras
frías
se
puede amor encender?
¡No
te viera yo siquiera
-- no digo amar -- mas gustar
de ser
visto y de mirar
alguna
cara hechicera!
¡Alguna
vez no te viera
hurtar
del estudio ratos,
y en los hermosos retratos,
del cielo de amor
despojos,
tal vez
descuidar los ojos,
que ya
blasonan de ingratos!
¿Cómo podré yo atreverme
que
vaya a la corte un hombre
-- si es que merece este nombre --
quien
entre las llamas duerme?
Voluntad que allá no enferme,
no es
cortés, esto es verdad;
ni es
bien que en tu sequedad
lleves, por hacerme agravio,
un
entendimiento sabio
y una
idiota voluntad.
ROGERIO: Aquí, señor, no hay sujeto
en que lograr esperanzas,
ni entre groseras labranzas
mi amor halla igual objeto.
Si me tienes por discreto,
y amor es similitud
¿por qué culpas la quietud
que en mi libertad desprecias?
¿Es bien que serranas necias
malogren mi juventud?
Viva el alma libre y franca,
pues en su estudio me alegra.
PINARDO: Ensayar la espada negra
suele hacer diestra a la blanca.
Nunca tras el toro arranca
quien no ensayó su valor
en el novillo menor;
y un discreto, si lo ignoras,
llamaba a las labradoras,
espadas negras de amor.
Si el filósofo
admirable
llamó animal racional
al hombre, Platón, su igual,
le llama animal sociable.
El que no es comunicable
no es hombre, según Platón,
y siguiendo su opinión,
te hará tanta sequedad
bruto por la voluntad,
aunque hombre por la razón.
Si ver la corte pretendes,
como aprendiste a saber,
también aprende a querer,
que en verte un mármol me
ofendes.
Ama del modo que entiendes
más apacible y humano,
porque en el palacio, es llano
que gradúa el menosprecio
al más docto por más necio,
si es sabio y y es cortesano.
Vase
PINARDO
ROGERIO: Entre el amor y el desdén,
mal la ciencia se conserva,
porque Venus y Minerva
jamás se llevaron bien.
Ojos que hermosuras ven
contra pasiones confusas,
no hallan a su daño
excusas,
pues su ocupación distinta,
deshonesta a Venus pinta
y vírgenes a las Musas
Sale CARLÍN, que aparece mojado y
lleno de
jabonaduras
CARLÍN: ¡Ay, cuál vengo! Amor, no más.
¡Huego de Dios en tal dios!
Yo me acordaré de vos.
ROGERIO: Pues Carlín ¿a dónde vas?
CARLÍN: ¡Ay, nuesamo el mozo! A echarme
catorce bizmas.
ROGERIO: ¿Caíste?
CARLÍN: En la cuenta o en el chiste.
¿De Amor, podréis escucharme
cuatro gruesas de razones?
ROGERIO: ¡Qué tales ellas serán!
CARLÍN: Y dichas. Pues fama os dan
que sabéis por
seis salmones,
¿una traza no podréis
darme, con que de Firela,
que es tramposa y me desvela
si no me ama, me venguéis?
ROGERIO: ¿Yo?
CARLÍN: Porque no me reproche.
ROGERIO: De Amor no sé jugar treta.
CARLÍN: Pues yo conozco poeta
que compra trazas de noche.
ROGERIO: ¿Qué te ha sucedido?
CARLÍN: Estaba
en la huente, gorda y lucia
lavando, que lo que ensucia
mi amor, Firela lo lava.
Parlaban las compañeras,
-- que todas nuestras serranas,
por lo que tienen de
ranas,
en el agua son parleras --
y dábanle con los mazos
en la ropa, que el regalo
que dan es jabón de palo,
arremangados los brazos.
Yo, que topé la ocasión,
lleguéme a Firela y dije,
"Mi amor, que es
niño y me afrige,
debe de ser pañalón,
porque tal vez huele mal
cuando triste a casa vuelvo,
y el alma donde le envuelvo
hace oficio de pañal.
Cerapez tién, ¿qué os
espanta?
lavádmela si os molesta,
que quien con niños se acuesta,
ya vos veis cual se
levanta."
"Que mos prace,"
respondieron
todas, asiendo los mazos...
¡Pardiós! que a puros porrazos
las costillas me molieron.
Pegaban con tanta acucia,
que de miedo el alma helada
creyendo salir lavada,
o suda, o vuelve más sucia.
y a no llegar cortesanos
con el duque en compañía,
llenas de volatería
como los cascos, las manos,
cazando, daban los mazos
en la huesa con Carlín;
que ropa de mazo, en fin,
muere moza hecha pedazos.
Dadme algún remedio vos
ROGERIO: ¿El Duque ha salido a caza?
CARLÍN: A volar una picaza.
ROGERIO: ¿Aquí cerca?
CARLÍN: Sí, por Dios;
y si no se me trabuca
el meollo, una mujer
machorra, que debe ser,
pues va a caballo, la duca.
ROGERIO: No hay tal entretenimiento
cual la caza para mí.
Voile a ver.
CARLÍN: Y yo, que ahí
batanada el alma siento,
echarme cien bizmas trazo.
Para el enfermo de amor,
Firela es lindo doctor,
que le cura con un mazo.
Vanse los dos. Salen el Conde ENRIQUE y CLEMENCIA,
ambos
bizarros, de caza
ENRIQUE: Mientras el duque caza,
y en ejercicios nobles se embaraza,
oye, Clemencia mía,
desvelos de mi ciega fantasía.
Darás, árbitro juez, en ellos
traza
de mi vida o mi muerte.
Veniste de Borgoña
a darle a él la mano, a mí
ponzoña,
y siendo su sobrina,
hacerte esposa suya determina;
mas la llama por tierna, en mí
bisoña,
hechizo de mis ojos,
si en él engendra gustos, en mí
enojos.
Sobrino y heredero
soy suyo, y de sus deudos el
primero.
Su vida es imposible
que dilate más tiempo el
infalible
censo fatal, que en vasallaje
fiero,
a la tirana ingrata
tributa el mozo en oro, el viejo
en plata.
CLEMENCIA: ¿Qué
sacas de todo eso?
Sale
el DUQUE, oculto
DUQUE: (Es vieja la sospecha, Amor sin
seso, Aparte
y Enrique con Clemencia,
creciendo celos, menguan mi
paciencia.
Yo soy viejo, ella moza, y él travieso;
tras ellos mi sospecha
me trae, que amor con celos,
siempre acecha.)
ENRIQUE: Si al duque al fin heredo,
y en verde mocedad, Clemencia,
puedo
en tálamos iguales
amarte esposo y remediar mis
males,
¿cuánto mejor te está gozar sin
miedo
de caducos engaños,
florida juventud que helados años?
No ofendas tal tesoro,
ni con fallida plata mezcles oro
de preciosos quilates,
pues cuando al ciego Amor
coyundas ates,
si bien te quiere el duque, yo
te adoro,
ni tan hermoso espejo
niegue objetos a un mozo por un
viejo.
DUQUE: (¡Oh, amante lisonjero!, Aparte
no serás, si yo puedo, mi
heredero;
que no es bien me suceda
deudo que en vida lo mejor me
hereda.
Hijo tengo, retrato verdadero,
que a quien es corresponde.
Pero veamos lo que dice al
conde.)
CLEMENCIA: Enrique, en la tutela
del duque, que en amarme se
desvela,
quedé desde la cuna,
muertos mis padres; y en igual
fortuna,
el tiempo de mi edad, que joven
vuela,
conoce satisfecho
la poca falta que con él me han
hecho.
Duquesa me obedece
Orliens estado real; si me
apetece
mi tío, el de Bretaña;
y el fuego de mi amor la nieve
engaña,
que este hechicero amor
rejuvenece,
no sé que el gusto mío
admita ver esposo a quien ve
tío.
Ataja tú esos daños
y persüade sus nestóreos años;
que yo que le obedezco,
no amante, padre sí, la mano
ofrezco,
a quien, cuando consulte
desengaños,
el Duque me dedique.
ENRIQUE: Espera.
CLEMENCIA: Harto os he dicho, conde Enrique.
Vase
CLEMENCIA
ENRIQUE: Harto, y tanto, que dudo
si estoy despierto o sueño. Dios
desnudo,
pues que rapaz te llamas,
destierren canas tus sabrosas llamas,
que tu reino jamás
sufrirlas pudo.
Al Duque desengaña.
Dame a Clemencia, Amor, dame a
Bretaña.
Vase
ENRIQUE
DUQUE: Ni a Bretaña, ni a Clemencia,
que tengo ya sucesor.
¡Menos impulsos, mi amor;
y mis canas, más prudencia!
La Duquesa ha dicho bien;
no dice mi senectud
con la verde juventud
que en su edad mis ojos ven.
Sucesores deseaba
que legítimos en ella
me heredasen, mas la estrella
que en Rogerio Francia alaba,
me inclina a que de Bretaña
el ducado ilustre herede,
y el conde Enrique se quede
con la opinión que le engaña.
Hijo es mío natural
mi Rogerio, y la prudencia
que hace a mi amor resistencia
le dará mujer igual.
Vase
el DUQUE. Salen PINARDO y ROGERIO
ROGERIO: Ya he vuelto por la opinión
que perdió mi voluntad
por seca y sin afición;
ya, señor, la autoridad
y sentencia de Platón
puede definirme en hombre;
pues si es animal sociable,
porque en ti el amor te asombre,
una belleza agradable
me ha honrado con este nombre.
Ya estoy tan enamorado
que no sé si vivo en mí.
PINARDO: ¿Tan presto?
ROGERIO: Es precipitado
amor. Vine, vi y perdí
la libertad, no el cuidado.
Ya juzgaré por mejor
potencia la voluntad
que el entendimiento. Amor,
de su noble facultad,
hoy me ha hecho profesor.
Desde hoy cursaré su escuela.
PINARDO: Rogerio, perdido estás.
ROGERIO: Amor, como es ave y vuela,
llegó presto. Oye, y sabrás
la causa que me desvela.
La caza, ocupación que al
noble muestra
del trato militar cifras y
sumas,
al duque trajo a la comarca
nuestra,
que yo solía gozar, porque
presumas
que el ver servir al viento de
palestra
a escaramuzas de enemigas sumas,
mi natural inclina
venturoso,
en ser símil del tuyo generoso.
Emboscóse, perdíle, y a la
fuente
del arrayán, guïando amor mi
paso,
la humildad contemplaba de su
oriente,
la soberbia, ya río, de su
ocaso,
cuando vagando Amor por su
corriente,
corrida su deidad del poco caso
que hacía de sus llamas mi
sosiego,
rayos de agua forjó, si antes de
fuego.
Una serrana, entre otras
lavanderas,
cristales con cristales
afrentaba
lavando linos y aumentando
esferas
en círculos de plata, que
acendraba.
Espejos eran todos, donde
vieras,
que el sol con sus reflejos
retrataba,
no ciego, lince sí, bellos
despojos,
dando ojos a la ropa y a Amor
ojos.
Ésta es vasalla nuestra, ésta
es Leonísa
de libres presunciones
vengadora,
que flores crece cuando flores
pisa,
perlas produce cuando perlas
llora.
Pagaba el agua en sucesiva risa
contactos suyos, más murmuradora
que otras veces, que en ver que
no podía
cursos parar, corriendo se
corría.
Presas madejas, no de las que a Febo
peina el Aurora, que ésas son de
oro,
e ébano sí, que estima el uso
nuevo,
cabellos negros, no rubio
tesoro,
en un jardín de red, cárcel que
apruebo,
si es bien tener en la prisión
que adoro
grillos de voluntades, que
traviesos,
más almas prenden, cuando están
más presos.
Blanca gorguera, abierta
lechuguilla,
guarnecida de puntas, mejor
flechas
que entre limpia camisa,
maravilla
será si ves sus pechos, y no
pechas.
Ribeteado sayuelo de palmilla
verde en color, azul en mis
sospechas,
mangas presas al hombro, cuyo
lino
humano fue esta vez con lo
divino.
Gozaba el agua lo demás que
callo,
puesto que bien pudiera por
viriles,
cuando no distinguirlo,
penetrallo.
Los ojos del amor, Argos sutiles
de mi vasalla, en fin, siendo
vasallo,
criminales deseos, en civiles
ejercicios, de estudios
ocupados,
a nuevo amor dan ya nuevos
cuidados.
No sé lo que le dije,
divertido;
mas sé que respondiéndome
agradable,
mudó palabras al mayor sentido,
si Amor ciego, por ojos es bien que hable.
Tus consejos, señor, he ya
cumplido;
hombre soy con Platón
comunicable.
No dirás, si intratable daba
nota,
que ya me agravia voluntad
idiota.
PINARDO: Ni
tanto, hijo, ni tan poco;
ni en
amar tan descuidado,
ni de
suerte enamorado,
que de
libre des en loco.
De
dos extremos contrarios
un
medio se perficiona;
la
sequedad te ocasiona
a
efectos extraordinarios,
y el
amor que ahora adquieres
en cosa
tan desigual,
de tu
noble natural
te ha
de hacer que degeneres,
a
todo pondrás remedio
si ves,
que para querer,
el
cuerdo no ha de escoger
por fin
lo que sólo es medio.
Quita tú de aquese amor
lo
supérfluo, y quedará
en buen
punto.
ROGERIO:
No será
posible
eso ya, señor.
La
memoria, que por tarda,
con dificultad
aprehende,
lo que
difícil entiende,
sin
olvidarlo lo guarda.
Yo,
que en la memoria tengo
esta
vez la voluntad,
si puse
dificultad
en
amar, y ya prevengo,
prenda, en que mi gusto viva,
al
ángel he de imitar
en no
saber olvidar,
porque
eterno en ella viva.
PINARDO: ¿Hay
mudanza semejante?
Sale CARLÍN
CARLÍN:
Nuesamo, los dos duquesos,
con
pájaros y sabuesos,
están
en casa.
PINARDO:
¡Ignorante!
CARLÍN: ¿qué
dices? Que en casa están
los dos
ducos, hembra y macho.
¿Pensará que esto borracho?
Pues ya
llegan al zaguán.
PINARDO:
¡Válgame el cielo! salgamos
a
recebirlos.
CARLÍN:
¡Verá!
De
rondón se entran acá.
Boda
hay hoy. Cena esperamos.
Salen por una
puerta el DUQUE, CLEMENCIA y ENRIQUE.
Por otra,
LEONISA y FIRELA, con líos llenos de flores y
MÚSICOS, con
vestimenta de labradores
MÚSICOS: Que
el clavel y la rosa
¿cuál era más hermosa?
UNO: El
clavel, lindo en color,
y la
rosa toda amor;
el
jazmín de honesto, olor,
la
azucena religiosa.
MÚSICOS: ¿Cuál
es la más hermosa?
UNO: La
violeta enamorada,
la
retama encaramada,
la madreselva mezclada,
la
flor de lino celosa.
MÚSICOS: ¿Cuál
es más hermosa?
Que
el clavel y la rosa,
¿cuál era más hermosa?
PINARDO:
Mucho debe, gran señor,
a
vuestra casa esta quinta,
pues
por ella aquesta vez
para
honrarnos, la visita.
DUQUE: ¡Oh,
Pinardo! Ya que a vos
de
nuestra corte os retira,
la
quietud de aquestos campos,
envidiando vuestra vida,
pues no
me veis, vengo a veros.
LEONISA:
Rogerio, Firela mía,
a pesar
de resistencias,
a mi
amor añade dichas.
Como te
digo, es mi amante.
¿No ves
el alma en su vista
con más
ojos que pestañas,
porque
sus penas me digan?
FIRELA: ¡Qué no
podrán los hechizos
de tu
gracia, Leonisa!
Pues las llamas de tu amor
has cebado en agua fría.
DUQUE: Si
tenéis tales serranas,
Pinardo, no es maravilla
que
olvidéis telas de corte
por
aldeanas palmilias.
¡Qué
curiosas lavanderas!
LEONISA: A lo
menos, señor, limpias,
libres de los badulaques
que allá a las damas empringan.
ROGERIO: (¡Ay,
serrana de mis ojos! Aparte
¡Qué
bien dices! ¡Qué bien pintas
la
diferencia que al arte
hacen
bellezas sencillas!)
CARLÍN: Lavan
la ropa de casa,
señor,
Firela y Leonisa,
y hay
pastor que les da a vueltas
el alma
de las camisas.
Pero
hay mazo lavandero
que
desmenuza costillas
y
batana enamorados
mis
espaldas se lo digan.
DUQUE: ¿Qué os
parece, mi Clemencia,
las
lavanderas?
CLEMENCIA: Que obligan
a su
alabanza los ojos
y las
almas a su envidia.
CARLÍN: ¡Oh!
pues si lavar las viera
un
menudo con sus tripas
y
henchir de sangre y cebolla
un
obispillo sin mitra,
yo sé,
por más que es duqueso,
que, sin buscar gollorías,
a la
comida y la cena
no
pidiera sin morcillas.
PINARDO:
Rústico, apártate allá.
DUQUE:
Dejalde, por vida mía,
que
tiene donaire extraño.
CARLÍN:
Principalmente esta niña,
que
ahorra de suerte el agua,
que
hizo un vientre el otro día
sin
gastar más de un caldero.
¡Mirad
si es barata y limpia!
DUQUE: ¿Este
mancebo quién es?
PINARDO: Mi
hijo, y en quien se cifra,
gran
señor mi sangre y casa.
CARLÍN:
Perdiósele el otro día,
señor,
la escofieta al cura;
que hay
quien dice que tién tiña,
y con
Firela cenando,
la halló dentro una morcilla.
ROGERIO: Deme
los pies, vuestra alteza.
DUQUE:
(¡Cielos! ¿No fuera injusticia
Aparte
a tal
presencia negarle
mi
sucesión, siendo digna
de la
corona de Francia?
Mi hijo es, y imagen misma
de la prenda milagrosa
que en
el cielo estrellas pisa.
Alzad.
¿Cómo es vuestro nombre?
ROGERIO: Gran
señor, Rogerio.
DUQUE: (Admita Aparte
Bretaña
por su señor
tan
heroica gallardía,
que
Enrique no lo ha de ser.)
ROGERIO:
(Suspenso el Duque me mira.)
Aparte
DUQUE: (Pues
no ha de heredarme en muerte Aparte
quien piensa heredarme en vida.)
Pinardo, ya que las canas
lícitamente os jubilan
de la
asistencia en mi corte,
Rogerio
es bien que la siga.
Conmigo
quiero llevarle.
ROGERIO: ¡Ay,
cielos!
LEONISA:
¿Qué es esto, amiga?
¿Hoy amada y hoy ausente?
FIRELA: Quien
bien ama tarde olvida.
PINARDO: Ha
cumplido vuestra alteza
en esa
acción con distintas
esperanzas y deseos.
Lo
primero con las mías,
viendo
que en Rogerio puede
daros
mi vejez prolija
traslado de original,
que mi
fe y lealtad imita.
Y con las suyas, señor,
porque de suerte se
inclina
a
serviros en la corte,
que
importuno cada día
mi
tibieza reprehende.
ROGERIO: (¡Ay,
serrana de mi vida! Aparte
¡Ojalá
que estas verdades
no
fueran por ti mentiras!
Pretendí ser cortesano
antes
de verte. Ya vista,
la
corte será desierto
que
ausente de mí me aflija.)
DUQUE: Hoy,
Rogerio, según esto,
vuestra
esperanza es cumplida.
Trocáis
por la corte, campos,
y por
palacios las quintas.
ROGERIO:
Honrándome vuestra alteza
por tan
clara mejoría,
¿qué
interés es despreciar
lo que
en sí no tiene estima?
El DUQUE y
PINARDO a una parte; CLEMENCIA y ENRIQUE
a otra; LEONISA con ROGERIO
también en otra parte, y un
poco apartados de estos grupos
CARLÍN y
FIRELA
DUQUE:
Escuchad, Pinardo, aparte,
ENRIQUE: Creed
de mí, hermosa prima
que si
no le persuado,
y el
duque viejo porfia
he de
perder a Bretaña.
CLEMENCIA: Téngole
amor de sobrina,
y
aunque le desdeño amante,
no será bien que permita
desacatos licenciosos.
ROGERIO: No merecen mis desdichas,
dulce hechizo de mi alma,
duración en su alegría.
Hoy os
amé y hoy me parto.
¡Amor y
ausencia en un día!
¡Pena y
gloria en un instante!
Si no
acaban con la vida,
no son efectos de Amor.
LEONISA: Sin
vos, Rogerio, la mía,
que ha
tanto que sustentaba
su esperanza
en vuestra vista,
peor lo
habré de pasar;
que
vos, en fin, cuya herida,
por
nueva no es penetrante,
presto
hallaréis medicina.
¿A qué
desierto os partís
sino a la
corte, en que habitan
entre hermosuras y engaños,
amorosas tiranías?
¡Pobre de quien sola
queda!
ROGERIO: ¿Borran
años, prenda mía,
señales
que en un instante
el rayo
en bronce eterniza?
¿Pueden injurias del tiempo,
memorias de las rüinas
que a Troya han dado tragedias,
aniquilar, ni aun cenizas?
¿Pues por qué rayos de amor
no quieres que eternos
vivan
en una
voluntad bronce,
que
victoriosa conquistas?
Inmóvil
soy a mudanzas.
LEONISA: Que se
cumpla y no se diga
es,
Rogerio, lo que importa.
ROGERIO: ¿Qué temes?
LEONISA: Circes que hechizan.
ROGERIO: Ulises soy.
LEONISA:
Todo engaños.
ROGERIO: Tú me
agravias.
LEONISA:
Tú me olvidas.
ROGERIO: ¡Yo!
¿Cómo?
LEONISA:
Como te ausentas.
ROGERIO: En tí
me quedo.
LEONISA:
¿En mí misma?
ROGERIO: Sí, mi
bien.
LEONISA:
¡Ay, que eres hombre!
ROGERIO: Hombre
y firme.
LEONISA:
¿Quién lo afirma?
ROGERIO: Quien
te adora.
LEONISA:
Jura.
ROGERIO: Juro.
CARLÍN: ¡Arre
allá! que el duco os mira.
DUQUE: ¿Que es
tan sabio? ¿Que es tan diestro?
PINARDO: Es,
gran señor, copia y cifra
de tus hazañas y letras.
ENRIQUE: No
querrá el Amor que viva
para
dilatar mi gloria,
y dar a
tu edad florida
el
enero de sus años,
que la
tuya esterilizan.
CLEMENCIA: Dele
DioS, Enrique, al duque
salud
con tan larga vida,
como en
mí crecen deseos.
de que
en su amor no prosiga.
LEONISA: En fin,
Rogerio, ¿os partís?
ROGERIO: Luego
que yo vi, Leonisa
mi
primero amor en agua,
pronostiqué su rüina.
¡Qué
fácilmente se enturbian
sus
esferas cristalinas!
¡Qué
fácil desaparecen,
dando a
sus corrientes prisa!
LEONISA: No
dista mucho la corte
de estas soledades.
ROGERIO: Dista
lo que
basta para estorbo
de
verte yo cada día.
LEONISA: Cazas
hay que Amor inventa,
garzas nuestros montes crían;
Amor es todo ocasión
si la ausencia no la
entibia.
Si vos
la buscáis, Rogerio,
yo haré
también de las mías
para
iros a ver allá.
ROGERIO: Cumple
tú eso, Leonisa;
volverás el alma a un muerto
y veras
que resucitan,
las
veces que a verme fueres,
mis
esperanzas marchitas.
LEONISA: Ya
querréis otra.
ROGERIO: ¿Yo, a quién?
LEONISA: Hay
allá damas que pisan
plata en corcho coronados.
ROGERIO: De su
mudanza me avisan.
LEONISA:
Arrastran telas.
ROGERIO:
¿Qué importa?
LEONISA: ¿Pues
qué estimáis vos?
ROGERIO: Tu frisa.
LEONISA: ¿Más que
el brocado?
ROGERIO: ¿Pues no?
LEONISA: ¿Por
qué, si es tosca?
ROGERIO: Es sencilla.
LEONISA: Traen
cadenas.
ROGERIO:
Son prisiones.
LEONISA: Traen
firmezas.
ROGERIO:
Son postizas.
LEONISA: Traen
diamantes.
ROGERIO: Son engaños.
CARLÍN: ¡Arre
allá! Que el duco os mira.
DUQUE:
Casaréle con Clemencia
si el
Papa le legitima,
y sucederá en mi estado.
PINARDO: Sola su
hermosura es digna
del
esposo que la ofreces.
ROGERIO:
¿Permitirás que te escriba?
LEONISA: Si las
cartas son la sal
que
conserva Amor, ¿quién quita
que no escribáis por instantes?
ROGERIO: ¿Sabes
leer?
LEONISA:
La cartilla
de tu
amor, donde comienzo
el ABC
de mis dichas;
ROGERIO: ¿Y
escribir sabrás?
LEONISA: También;
pues
siendo de Amor pupila,
plumas
serán pensamientos
y
lágrimas darán tinta.
ROGERIO: ¿De
quién podremos fïarnos?
LEONISA: De
Carlín, cuyas malicias
son en
toda aquesta sierra
sin
perjüicio y de risa.
ROGERIO: En fin,
¿no me olvidarás?
LEONISA: Amor
labrador no olvida.
ROGERIO: ¿Serás
firme?
LEONISA:
Seré bronce.
CARLÍN: ¡Arre
allá! Que el duco os mira.
DUQUE: Ya me parece que es hora
que nos
partamos, sobrina.
Traigan, conde, los caballos.
CARLÍN: Boca
abajo el zaguán pisan.
DUQUE: Venga
conmigo Rogerio.
PINARDO: Gracias
a Dios que cumplidas,
hijo, ves tus esperanzas.
Letras, armas, cortesía
te he enseñado. Si con
ellas,
entre
enredos y mentiras,
te
conservas, bien logradas
serán
las liciones mías.
Hágate
dichoso el cielo.
ROGERIO: Adiós,
señor. Mi Leonisa,
esto es
partir.
CARLÍN:
Con dolores,
porque
es parto una partida.
ROGERIO: No me
olvides.
LEONISA:
¿Cómo puedo?
ROGERIO: ¿Irásme
a ver?
LEONISA:
Cada día.
ROGERIO: Adiós.
LEONISA:
Adiós.
ROGERIO:
¡Ay, mi bien!
CARLÍN: ¡Arre
allá! Que el duco os mira.
|