Salen el DUQUE, ROGERIO, CLEMENCIA y
otros
DUQUE: Ya estás legitimado,
y por sucesor mío declarado
en Bretaña, que estima
las
partes con que el cielo te sublima.
Ya yo, cansado y viejo,
seguro de tus, letras y consejo,
en tus hombros alivio
el peso del gobierno que
no envidio,
sino
ociosos descansos
de
cazas leves y de libros mansos,
porque en viejez lograda
me
manda el tiempo jubilar la espada.
Clemencia es mi sobrina,
en
hermosura y discreción divina,
del de
Borgoña hermana,
de
Orliens duquesa, que apacible y llana,
mientras Roma dispensa,
sólo en
amarte, como a dueño piensa,
juzgando a gloria inmensa el bien que gana.
Rogerio, ¿pues qué es esto?
¿Tú,
triste agora, cuando manifiesto
secretos que ha tenido
el
tiempo en las entrañas del olvido?
Cuando sólo creías
heredar las groseras alquerías
que viste el sayal pardo,
hijo de
un duque ya, no de Pinardo,
en
posesión segura
del
estado bretón, donde te jura
por
señor la nobleza,
¿melancólico tú? ¿Tú con tristeza?
Pudiera
hacerte agravio,
a no
llamarte tus estudios sabio,
creyendo que echas menos
montes
de riscos y de encinas llenos,
rústico
por costumbre,
y que
te da la corte pesadumbre,
el
palacio tristeza,
y bárbaro
disgusto esta belleza;
que
aunque ilustre has nacido,
podrás,
como entre montes has vivido,
de la
costumbre hacer naturaleza.
ROGERIO: Las
razones que alegas
contra
el tropel de mis pasiones ciegas,
a mi
tristeza añaden
grados,
señor, que más me persüaden
a la
melancolía
que
ocupa mi confusa fantasía.
Estaba
yo contento
con un
mediano estado, fundamento
de la
alegre esperanza
que
intenta malograr esta mudanza;
ni
pobre jornalero,
ni
privado en la corte lisonjero,
mas con
la medianía
que
Salomón, prudente, a Dios pedía;
porque
ni la pobreza
deja
volar ingenios, ni la alteza
que
estriba en la abundancia,
se
escapa de soberbia e ignorancia;
pues
sólo hallan remedio
estos
extremos en el justo medio
que
forman la bajeza y la arrogancia.
Era mi
pasatiempo
los
libros y las armas, contra el tiempo
que el
ocio necio pierde.
Ya el
agua, el viento, y ya el campo verde,
midiendo auroras frescas
con
envidiosas cazas y con pescas;
y
mientras estudiaba,
agradecido al cielo, me preciaba,
que a
pesar de la herencia
en que
en el mundo estriba la potencia
de
necios opulentos,
que
llamo sabios yo por testamentos;
yo con
la industria mía,
lo que
no a la Fortuna, le debía
a la
Naturaleza,
ambicioso de fama y de grandeza
no
heredada, adquirida
con
noble ingenio y estudiosa vida,
que
ilustra más la personal nobleza.
Agora,
pues, que veo
frustrados mis estudios y deseo,
y que en fe de esta herencia
no hay
entre mí y el necio diferencia,
pues
Fortuna inconstante
con
riquezas me iguala al ignorante,
¿no te
parece justo
que
cuando adquiero estado, pierda el gusto,
viendo,
como soldado
en la
paz el ingenio reformado?
A pocos
poderosos
he oído
celebrar por ingeniosos,
que en
ellos, de honras llenos,
es el ingenio lo que vale menos.
Y así
siento, ofendido,
tener
en menos lo que más ha sido,
pues
creerá quien me jura
que no
es sabio quien tiene tal ventura;
y si es
así ¿en qué precio
tendré
este estado, en opinión de necio,
contra
el ingenio que volar procura?
DUQUE: Toda
melancolía
ingeniosa, es un ramo de manía,
y no
hay sabio que un poco,
si a
Platón damos fe, no toque en loco.
En ti
lo verificas,
sintiéndolo del modo que lo explicas.
Felíz
Platón llamaba
el
reino donde el rey filosofaba.
¡Mira
tú cuán opuesta
es la opinión que triste te molesta!
Probarás cuán süave
es el
gobierno para aquél que sabe,
y en
medio la experiencia,
la
divina hermosura de Clemencia
será
como instrumento
que
divierta tu triste pensamiento.
Sus
discursos reprime,
que
suele hacer más mal el más sublime,
pues
tal vez daña el mucho pensamiento.
Vase el DUQUE
CLEMENCIA: Si
como yo os tengo amor,
ventura
también tuviera
para
alegraros, señor
contento Bretaña os viera
y a mi
con gusto mayor.
Mas
si para divertiros
os
pueden ser de provecho
propósitos de serviros,
deseos
de un firme pecho,
y de un
alma fiel, suspiros,
toda
yo en vos empleada
os me
ofrezco, dedicada
al
templo de vuestra fe.
Vos sois
mi sol, yo seré
nube
por vos ayudada.
Si
estáis triste, en la tristeza
se
entretendrá el alma mía,
que ya
a imitaros empieza;
si
alegre, hará mi alegría
alarde
de esa belleza.
Seré, en fin, espejo fiel
que en
todas las ocasiones,
sin
colores ni pincel,
retrate
hasta las acciones
vuestras, mirándoos en él.
ROGERIO: Perdóneme
vuestra alteza,
que
merece su belleza
un
gusto más sazonado
que el
mío, agora asaltado
de esta
enfadosa tristeza.
Para
mejor ocasión
guardo
el agradecimiento
que
debo a tanta afición,
cuándo
el amor y el contento
pongan
el gusto en sazón.
Y
entretanto dé lugar
a que
sin más compañía
que mi
descortés pesar
ceda a
la melancolía
el
derecho del amar.
CLEMENCIA: No
tengo más gusto yo
que el
vuestro. (Ahí mi amor llegó Aparte
de la
esfera de mi cielo
la
llama, que envuelta en yelo,
abrasándome me heló.
Esta
sequedad adoro,
este
entendimiento estimo,
de este
mármol me enamoro,
y
amando me desatino,
porque
si sospecho, ignoro.
Discreto que tanto sabe,
triste
sin más ocasión
de la
que alega, no cabe
en buen
discurso y razón.
Celos,
falsead la llave
de
su escondido secreto,
y
aunque perdáis el respeto
al
recato y al temor,
sabed
si es la causa amor,
porque llore yo el efecto.
Mi sospecha temerosa
sacara
a sus desvelos,
pues son, pasión amorosa,
inquisidores los celos
que no se les pierde
cosa.)
Vase CLEMENCIA
ROGERIO: Todo
esto es, Leonisa mía,
con
sofísticas razones,
buscar
necias ocasiones
para mi
melancolía.
Si yo
no te viera el día
que
perdí mi libertad,
fuera
esta prosperidad
el
colmo de mi contento.
Ya sin
ti, será tormento
la más
regia voluntad.
Perdíte; ya no es posible,
en desiguales estados,
dar
alivio a mis cuidados,
ni ver
tu rostro apacible;
pues
amar un imposible
será
eterno padecer.
No amarte,
no puede ser;
pues,
amarte, y no esperar,
padecer, y no olvidar,
es
morir y no poder.
Si
yo de Pinardo fuera
hijo,
cual pensé, y te amara,
cuando
a mi ser te igualara,
poco tu
suerte subiera.
Soy
duque. ¡Ay, Fortuna fiera!
Tormentos con honras das.
Ya yo
sé que igualado has
midiendo amorosas leyes,
los pastores a los reyes;
mas yo soy sabio, que es
mas.
En
cuanto rey, no era mucho
llevarme de mi pasión;
en
cuanto sabio, es acción
en que
mi deshonra escucho.
¡Con qué
de contrarios lucho!
Amando,
he de aborrecer;
príncipe, tengo poder;
sabio,
ocasiono mi agravio,
y
amante, príncipe y sabio,
queriendo, he de no querer.
Pues
dar alivio a mi amor
por
medio menos que honesto,
ni aun
pensarlo; porque he puesto
todo mi
honor en tu honor.
Morir,
Leonisa, es mejor.
Batalle
en mi fantasía
esta contraria porfía,
mientras la vida haga pausa,
como se
ignore la causa
de
tanta melancolía.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Que
el duque me haya quitado
por
vos, bastardo y espurio,
a
Bretaña, no me injurio,
que mi
nobleza me ha dado
la
sucesión suficiente
que mi
sangre ha merecido;
legitime a un mal nacido
el
Papa, estando yo ausente,
que
de su elección aguardo
el
suceso que merece
la
provincia que obedece
por
duque suyo a un bastardo.
Pero
que con esta herencia
el
duque a Clemencia os dé,
eso no,
que os sacaré
el alma
yo con Clemencia.
Si
fuérades sabio vos,
y por
consiguiente, cuerdo,
entrárades en acuerdo,
y comparándoos los dos,
vos y Clemencia, mi prima,
temiérades su nobleza,
porque
en la naturaleza
el Papa
no legitima;
ni
por más que os habilite
para el
estado que os da,
posible al Papa será
que
mancha de sangre os quite.
Al
aguja más limpia y clara,
como a
otro cualquier licor,
se le
pega el mal sabor
del
vaso vil donde para;
y aunque de reyes franceses
sangre
el duque os haya dado,
el vaso
en que habéis estado
por lo
menos nueve meses,
que
os habrá pegado,
es
llano, el bajo ser que tenéis,
pues sois duque, y no perdéis
los resabios de villano;
que
no es más que villanía
el
soberbio pretender
a
Clemencia por mujer
legítima, y sangre mía.
¿Conmigo competís vos,
sin
honra, ser, ni consejo.
ROGERIO: Conde,
miráos a un espejo,
y
vengaréisme de vos.
Vase ROGERIO
ENRIQUE: ¿Que
yo a un espejo me mire,
y de mí
le vengaré?
Extraña
respuesta fue.
Causa
me da que me admire.
¡Cuando le injurio y espero
que
usando de su poder,
o ha de
mandarme prender,
o
vengar en mí su acero,
sin
airarse contra mí,
sin
hacer de injurias caso,
sin
descomponer el paso
se
parte y me deja así.
Suceso es digno -- ¡por Dios! --
de admiración y consejo.
"Conde, miráos a un
espejo,
y
vengaréisme de vos."
¿Si
quiso decir por esto
lo que
Séneca, adivino
que la
cólera y el vino
en un
mismo grado ha puesto,
cuya furia y frenesí,
si la
razón no la aplaca,
al
hombre más cuerdo saca,
para
afrentarle, de sí?
"Si el airado se mirase."
dijo
Séneca, "a un cristal,
yo sé que viéndose tal,
de si
mismo se afrentase."
Ya
mi cólera se mira
a
vuestro espejo, razón
y ya mi
loca pasión
afrentada se retira.
Justamente os llaman sabio,
pues
por tal es bien se estime
quien
sus pasiones reprime
y
disimula su agravio.
No
haya más entre los dos,
que me
diréis, si me quejo,
"Conde,
miráos a un espejo,
y
vengaréisme de vos."
Vase ENRIQUE.
Salen CLEMENCIA y CARLÍN
CLEMENCIA: Yo
gusto de esto. Dejalde.
CARLÍN: ¿Pues
por qué no habían de entrar?
CLEMENCIA: Cuando
yo salí a cazar
te conocí.
CARLÍN:
Ni ell alcalde,
ni
el cura, me quita a mí
que no
entre, si se me antoja,
en la
igreja.
CLEMENCIA:
¿Quién te enoja?
CARLÍN: Un
vicio, porque entro aquí.
CLEMENCIA: Es
aquése el guardadamas.
CARLÍN:
¡Válganos Dios! ¡que hay quien deba
guardar
damas, y se atreva
a que
no quemen las llamas!
Pues
aun no puede un marido
guardar
sólo a su mujer,
¿y
habrá quien pueda tener
tanto
pájaro en un nido?
Él
tiene gentil tempero.
CLEMENCIA: ¿A qué
has venido a palacio?
CARLÍN: En el
campo hay más espacio
que
acá. Mas diga, ¿es de vero
que
Rogerio es duco?
CLEMENCIA: Sí.
¿Vendrásle a pedir mercedes?
CARLÍN: Si
viniere o no...
CLEMENCIA: Bien puedes,
que yo
rogaré por ti.
CARLÍN: Y
qué, ¿el duco viejo es ya
su
padre?
CLEMENCIA:
Él le ha dado el ser.
CARLÍN: ¿Y ella
diz que es su mujer?
CLEMENCIA: Mi
esposo ha de ser.
CARLÍN: ¡Verá!
Hombre hué siempre de chapa;
desde
mochacho lo tuvo.
Cura en
nuso lugar hubo
que
adivinó el verle papa.
CLEMENCIA:
¿Cómo?
CARLÍN:
Desde el primer día
que empezó de gorgear,
a todos los del lugar
taita y papa les decía;
y como no se le escapa
nada al
cura al punto dijo,
"¿Papa sabéis decir, hijo?
pues yo
espero veros papa."
CLEMENCIA: ¡Graciosa rusticidad!
Pues le vais, serrano, a ver,
procuradle entretener,
y su tristeza aliviad,
que después que es duque,
vive
melancólico en extremo,
y al paso que le amo, temo
su salud.
CARLÍN: ¡Oh! si recibe
cierto envoltorio que aquí
le traigo, yo le aseguro
que ella vea cual le curo.
CLEMENCIA: ¿Es regalo?
CARLÍN:
Creo que sí.
CLEMENCIA: Mostralde acá.
CARLÍN: Viene oculto.
CLEMENCIA: ¿Es de Pinardo?
CARLÍN: No es de él.
CLEMENCIA: ¿Pues cuyo?
CARLÍN: Es cierto papel.
CLEMENCIA: Regalo que no hace bulto,
¿qué será?
CARLÍN: ¿No lo penetra?
CLEMENCIA: Son unos polvos. ¿De qué?
CARLÍN: De carta, que si los ve,
también podrá ver la letra.
CLEMENCIA: ¿Es billete?
CARLÍN: Sí por Dios.
CLEMENCIA: ¿Quién le escribe?
CARLÍN: No hay decirlo.
CLEMENCIA: ¿Por qué?
CARLÍN: Mándanme encubrirlo,
principalmente de vos.
CLEMENCIA: ¡Ay, cielos! ¿Y es quien le avisa
en él alguna serrana?
CLARÍN: Más fresca que la mañana.
CLEMENCIA: Bueno; ¿y llámase?
CARLÍN: Leonisa.
CLEMENCIA: Según eso, no me espanto,
si es su amante, y no la ve,
que triste Rogerio esté.
¿Quiérense mucho?
CARLÍN: Tanto cuanto.
CLEMENCIA: ¿Y cuál de aquellas dos era,
que cuando a caza salí
con Regerio hablando vi?
CARLÍN: Picando os va la celera.
La que me ha dado esta carta,
cuyo porte pagáis vos,
es, señora, de las dos,
barbinegra y cariharta.
CLEMENCIA: ¿Ésa es Leonisa?
CARLÍN: ¿No bonda
decir que sí? En muesa villa
la llaman "la
albondiguilla"
por ser tan carirredonda.
CLEMENCIA: ¿Y a ésa quiere?
CARLÍN: Es bella moza
CLEMENCIA: Mostrad el papel acá.
CARLÍN: Mas no nada.
CLEMENCIA: Acabad ya,
villano.
CARLÍN: ¡Ay, que me retoza!
CLEMENCIA: ¿Vos sabéis aquestas tretas,
rústico, zafio, villano?
CARLÍN: ¡Aquí del rey, que la mano
quiere meterme en las tetas!
Sale
ROGERIO
ROGERIO: ¿Qué es aquesto?
CLEMENCIA: La ocasión
de vuestra melancolía,
si de la desdicha mía
presagios ciertos no son,
Triste estáis; tenéis razón,
que el mudar naturaleza,
¿a quién no causa tristeza?
Y mas a vos, que trocado
habéis un ilustre estado
por esta vil rustiqueza.
Será para vos destierro
la corte que os recibe,
porque donde el gusto vive,
que vive la corte es cierto.
Cambio os da el Amor, abierto
en letras que os ha librado,
cobrad, quedaréis pagado,
si aceptáis de mejor gana
una morada villana
que un generoso ducado.
Y alegraos, que ya os avisa
de que en
vuestra triste ausencia
no ha de malograr Clemencia
esperanzas de Leonisa.
Guardad para ella la risa,
y para mí los enojos
que si villanos despojos
el alma os tiranizaron,
yo, porque a vos os miraron,
sabré castigar mis ojos.
Vase
CLEMENCIA
ROGERIO: ¡Bárbaro! ¿que has hecho?
CARLÍN: ¿Yo?
no me sé. ¿Qué quiere que haga?
Aquésta será la paga
del parabién que le dó.
ROGERIO: ¿Envióte acá Leonisa?
CARLÍN: ¿Pues quién me había de enviar?
ROGERIO: ¿Y escribe?
CARLÍN: Todo un plenar,
por más que la daba prisa.
ROGERIO: Y le habrás dicho a Clemencia
todo cuanto en mi amor pasa.
CARLÍN: Pues si con ella se casa,
¿no era encubrirlo conciencia.
ROGERIO: ¿Hay disparate mayor?
CARLÍN: El marido y la mujer,
¿una carne no han de ser
y un alma? El sermonador
mos lo dijo el otro día.
ROGERIO: ¿Qué querrás decir por eso?
CARLÍN: Pues si es su carne y su hueso,
el papel que a él le traía,
y yo le negué importuno,
cuando a su mujer le diera,
¿qué importa que le leyera?
ROGERIO: ¡Hay tal necio!
CARLÍN: ¿No es todo uno?
ROGERIO: ¿Dístesele al fin?
CARLÍN: ¡Mal año!
ROGERIO: ¿Qué es dél?
CARLÍN: Aquí está metido.
ROGERIO: Discreto tercero has sido.
CARLÍN: No hay ya discretos hogaño.
ROGERIO: Muestra acá.
CARLÍN: ¡Qué mala cuca
la duca debe de ser!
ROGERIO: ¡Ay, mi bien!
CARLÍN: Un Lucifer
es si enoja la duca.
Lee
ROGERIO la carta
"Del pláceme que os
envío
volvedme el pésame a mí,
pues lo que siempre temí
llora ya mi desvarío.
Duque sois, y no sois mío.
Gocéis en gusto mayor
mejoras de vuestro amor,
que si en esta triste ausencia
fuere allá todo clemencia
todo acá sera rigor.
Entre celosas mudanzas
mis deseos faetones,
envidiando posesiones
sepulturán esperanzas.
Dad, sin injuriar, venganzas
a quien me ha de suceder;
que yo que os supe querer,
y nunca sabré olvidar,
siempre, duque, os sabré amar
si no os supe merecer."
ROGERIO: ¡Ay, imposible querido!
Tus parabienes son tales,
que mas serán para males
del bien que sin ti he perdido.
Quejas, Leonisa, me das,
cuando en tus valles amenos
quisiera yo valer menos
que aquí, por gozarte más.
Sin ti ¿que vale la corte,
si lo es por ti el monte? En fin
perdonándote, Carlin,
te vengo a pagar el porte
de este papel. Ven acá;
¿llora por mi mi Leonisa?
CARLÍN: Todo es llanto, si era risa,
suspiros de a legua da.
ROGERIO: ¿Tanto llora?
CARLÍN: Ojos y cholla
tién, que es verla compasión,
y más si hace salpicón
y es picante la cebolla,
no embargante que haya quien
ocupando el lugar vueso,
ande por ella sin seso
y la quillotre también.
ROGERIO: Será algún pastor
CARLÍN: ¡Mal año!
Es caballero, que hereda
dos castillos, cruje seda,
y guarnece de oro el paño.
ROGERIO: ¿Quién es?
CARLÍN: Filipo, el señor
de Castel y Fuen-Molino.
ROGERIO: ¿Filipo, nuestro vecino?
CARLÍN: Ése la tién tal amor,
que a dó quiera que la ve
la pestilencia le toma.
No hay desde París a Roma
quien tales musquinas dé.
Anoche cantó a su puerta
con otros dos una trova,
y por Dios que no era boba;
pero no estaba despierta
la moza, y quedóse en seco.
ROGERIO: ¿Y qué dice a eso Leonisa?
CARLÍN: Aunque hace de su amor risa
-- perdóneme Dios si peco --
que ella es hembra, y él es
tal,
que temo ha de derriballa
a la postre.
ROGERIO: Torpe, calla.
CARLÍN: Hurtáronmos del corral
el gallo el lunes pasado
no sé cual de las vecinas,
y viüdas las gallinas
no atravesaban bocado.
Llevélas otro mejor,
y él todo plumas y gala,
ya quillotrando él una
ala
hasta el suelo alrededor,
ya escarbando, apenas toca
el muladar con la mano,
cuando por darlas el grano
se le quita de la boca.
Ellas con los gustos nuevos,
menospreciando el
ausente,
que dó no hay gallo presente
diz que no se ponen güevos,
darán a Leonisa olvido,
y hará en la memoria callos,
que de galanes y gallos,
uno ido, otro venido.
Mas no sé quien entra acá.
ROGERIO: Espérame afuera un rato,
mientras que responder trato
a Leonisa.
CARLÍN: ¿Escribirá?
ROGERIO: ¿Pues no?
CARLÍN: Acabe, que es tarde.
Al puebro, par Dios, me acojo,
que me miró de mal ojo
la duca, y el diabro aguarde.
Vase
CARLÍN. Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Primo sabio, en el espejo
me he visto de la razón,
donde para confusión
de mí mismo, faltas dejo.
Vuestro prudente consejo
a pedir perdón me obliga,
y a que respetándoos diga,
que no hay más cuerda venganza
que aquella que con templanza
aconsejando castiga.
Pues sois sabio, perdonad
mi necia descompostura.
ROGERIO: Conde, amor todo es locura,
ciega es toda voluntad.
Yo estimo vuestra amistad
sin haceros competencia.
Remitildo a la paciencia,
y tendréis presto noticia
que hay para todos justicia,
pero para vos clemencia.
Vase
ROGERIO
ENRIQUE: ¿Para mí Clemencia? Enigma
es, que mi ventura entabla.
Rogerio es sabio y no habla
sino sentencias de estima.
Esta esperanza me anima.
Haced mi duda, obediencia,
amor, y tened paciencia,
pues Rogerio os da noticia
que hay para todos justicia,
pero para mí clemencia.
Vase
ENRIQUE. Salen PINARDO y FILIPO,
caballero;
los
dos en traje de campo
PINARDO: Es Leonisa una hermosa labradora,
Filipo, que si bien se
considera,
es en belleza y discreción señora,
aunque la humilla calidad
grosera.
Su padre, mozo entonces, viejo
ahora,
en los principios de su edad
primera,
extranjero la trujo a esta
montaña
para ilustrar sayales, de Bretaña.
Rentero ha sido mío muchos
años,
y aunque pobre, os afirmo que
parece
que desmintiendo su prudencia
engaños,
algún valor oculto le ennoblece.
Vaivenes causa la Fortuna extraños;
mas sea humilde o noble, ella
merece
ser excepción entre esta
rustiqueza
de tosca sangre y de común
belleza.
No porque vos la améis,
pierde conmigo
la elección que habéis hecho en
su hermosura
FILIPO: Si tal abono en mi favor consigo,
¿por qué recela estorbos mi
ventura?
Estoy sin padres, y, aunque
noble, sigo
la inclinación, Pinardo, que
procura
de mi oro noble y de su lana
escasa
telas tejer con que adornar mi
casa.
Desdéñame Leonisa; no me
espanto,
que no creerá promesas generosas
en donde amor promete tanto
y paga al cabo en ditas
mentirosas.
Si vos la persuadís que al yugo
santo
conmigo ate coyundas amorosas,
pues siempre os tuvo obedencial
respeto,
la vida os deberé.
PINARDO: Yo os lo prometo.
Sale
FIRELA con unos corales en la mano
FIRELA: Cuando los corales pierde
Leonisa, perdida está;
pero quien perdido ha
su esperanza, un tiempo verde,
y ya marchita, ¿qué mucho
que de cuentas no haga cuenta?
Amor, suspensión violenta,
¡qué de males de ti escucho!
PINARDO: ¿Qué hay, Firela, por acá?
FIRELA: Perdió en la fuente Leonisa,
lágrimas dando a su risa,
estos corales. Si está
en casa, mande, señor,
que los salga a recibir.
FILIPO: ¿Suyos son?
FIRELA: Y ha de sentir.
pena el perderlos.
FILIPO: Mejor
será, dándoos el hallazgo,
que me los deis a mí.
FIRELA: ¿A fe?
FILIPO: Y en cabeza los pondré
de mi noble mayorazgo.
FIRELA: ¿Para qué quiere él corales?
FILIPO: Para aliviar mi pasión,
que en el mal de corazón
me afirman que son cordiales.
FIRELA: Desear bienes ajenos
es pecado.
FILIPO: Restituye
en ellos quien me destruye
cuando no lo más, lo menos.
Tomad vos esta sortija.
FIRELA: ¿Puedo yo ser liberal
de hacienda agena?
FILIPO: Mi mal
me manda que los elija.
FIRELA: Si lo sabe, ¿qué dirá?
FILIPO: Dadle vos esta cadena
por ellos.
FIRELA: Enhorabuena;
mas no la recibirá,
ni habrá quien dársela ose.
Dale
FIRELA los corales a FILIPO y toma de
él
la cadena y sortija
PINARDO: Soy yo su casamentero,
y darla a Filipo quiero.
FIRELA: Como ella acepte, acabóse.
PINARDO: Vos habéis de interceder;
que, en fin, más podremos dos.
FIRELA: Como se lo mandéis vos,
¿qué hay que dudar ni temer?
PINARDO: Decís bien, que es mi vasalla.
(Bien Rogerio la ha
querido; Aparte
si es Filipo su marido,
y él sabio, vendrá a olvidalla.)
Vamos.
FILIPO: Convertíos en risa,
lágrimas de amor leales
den esperanza a mis males
y corales de Leonisa.
Vanse
FILIPO y PINARDO. Sale LEONISA
LEONISA:
Anticipóse el invierno,
valles,
si hasta aquí floridos,
ya
secos, mi bien ausente,
ageno
sí, que no mío,
ya no
esperéis coronar
de verbenas
y de lirios
las márgenes de sus fuentes,
los límites de estos ríos.
Sin Rogerio todo es
falta.
FIRELA:
Leonisa, de los suspiros
que
das, si no son de amor,
lo que
buscas adivino.
Si
lloras por tus corales,
halládolos ha un perdido,
que tu
has ganado en perderlos.
LEONISA: Todo lo
que causa olvido
lo
pierdo yo, mi Firela.
Más
¿quién los tiene?
FIRELA: Filipo.
LEONISA: ¿Quién
se los dio?
FIRELA: Su ventura.
LEONISA: ¡Qué
mal dueño han escogido!
Cóbramelos mi serrana,
así
poblando tus hijos
todos estos despoblados,
cortes vuelvan sus cortijos.
FIRELA:
Levántasete con ellos
y alega
en tu perjüicio
que le
tienes acá el alma,
y así,
que le es permitido
cobrar
de donde pudiere;
fuera
de que, como es rico,
lo que
te usurpa en corales,
en oro
pagarte quiso.
Esta
cadena me dió
para
ti.
LEONISA:
¿Qué desvaríos,
Firela, te descomponen
o la
lealtad, o el juicio?
¿Tú
eres mi amiga?
FIRELA: Por serlo
esposo
te solicito
igual,
ya que no a tu estado,
a tu
pensamiento altivo.
LEONISA: ¿Pues
en quién puede emplearse
si
subir ha merecido
hasta
adorar a Rogerio,
que ya
no caiga abatido?
FIRELA: Rogerio
es duque.
LEONISA: ¿Qué importa?
FIRELA: Cásanle.
LEONISA:
Puesto que envidio
venturas de mi contraria,
no por
eso desconfío.
Mi amor
es sólo potencia
del
alma, que no apetito;
y el amor por sólo amar,
es perfección, si es
martirio.
Que se
case o no Rogerio,
ni con
Clemencia compito,
ni se
amortiguan las llamas
de mi
amor perfecto y limpio.
Tú eres apasionada;
cohechos has recibido;
para amiga no eres buena;
ni sé
si hasta aquí lo has sido.
Quédate
a Dios con tu oro,
cómplice de tus delitos,
que
según hace traiciones,
no es mucho que ande amarillo
FIRELA: Oye,
espera, vuelve acá;
que es
Rogerio, y no es Filipo,
quien
con prisiones doradas
encadena tus sentidos.
LEONISA: ¿Qué
dices?
FIRELA: Que en tu amistad
la poca
firmeza he visto,
con que
a la prueba primera,
en vez de bronce, eres vidrio.
¿Así obligaciones rompes?
LEONISA: Nunca
el verdadero amigo,
en riesgo
de su lealtad,
usa de
ardides fingidos.
Mas
¿vienes tú de la corte?
¿has
hallado al dueño mío?
¿dióte
para mí esa prenda?
¿qué ha
pasado? ¿qué te ha dicho?
FIRELA: ¿Tan andariega
me hallaste?
Si con
Carlín le has escrito,
y ha
vuelto con la respuesta,
¿qué
preguntas?
LEONISA:
¿Carlín vino?
Sale CARLÍN
CARLÍN: ¿Quién
hurta a Carl1n el nombre?
LEONISA: ¡Oh,
leal y fiel ministro
de mi
amor! dame esos brazos.
CÁRLÍN:
Estése queda. ¡Oh, qué lindo!
Por
Dios, que piense Firela
que se
los pongo. ¡Bonito
soy yo
para dar celera!
LEONISA: En fin,
¿Rogerio no ha sido
hombre
en mudarse? En fin, ¿es
de la
firmeza prodigio?
En fin,
¿no sabe olvidar?
CARLÍN: ¿Pues
quién diabros se lo dijo?
¿Ha
habido berros y artesa?
LEONISA: En esta
cadena estimo,
no el
oro, que es lo de menos,
el
dueño sí, que ha tenido.
Al
dártela para mi,
despidióte enternecido?
¿Encargóte mi constancia?
¿Comparó a su metal fino
los
quilates de mi fe?
¿Qué
dices?
CARLÍN:
¿Habla conmigo?
LEONISA: Dirás
que te pague el porte.
Escoje
el mejor cabrito
de mi
manada.
CARLÍN: ¿Por qué?
FIRELA: Carlín,
todo lo que finjo
aquí me
importa que otorgues,
o de mi
amor te despido.
CARLÍN: ¿Hay son callar y otorgar?
LEONISA: ¿Qué
dices?
CARLÍN:
Lo que yo digo
es, que
en cuanto a la cadena,
a
Firela me remito.
LEONISA: ¿Cómo
es ello?
CARLÍN: ¿Qué sé yo?
FIRELA: Éste es
un asno. Hame dicho
cuanto
con él ha pasado.
Como viene de camino
cansado, y yo lo sé ¿quieres
que te
lo cuente?
CARLÍN: Eso pido.
LEONISA: ¿No me
responde el papel?
CARLÍN: Así
leyó el vueso y vino
la
duca, que es una suegra,
y el
duco, de quien es hijo,
tuvo
celera la duca;
hubo
llanto y suspirito;
temí
alguna empalizada;
mandóme
el duque novicio
que
aguardase el responsorio,
y yo
entonces, adivino
de
cualque paloteado,
acogíme
de improviso,
y
véngome sin la carta.
Ya la
debe haber escrito.
LEONISA: Pues
cuándo te pudo dar
la
cadena que recibo,
si hubo
luego tanto estorbo?
CARLÍN: A
Firela me remito.
FIRELA: ¿Hay
bárbaro semejante?
Mentecato, ¿no me has dicho
que en
viendo el duque el papel,
amante
y tierno te dijo
que en
fe del constante amor,
con que
a pesar del olvido,
ausente
a Leonisa tiene,
este
oro hacía testigo
de su
invencible firmeza,
y que,
como su cautivo,
lo que
enviarle podía
eran
prisiones?
CARLÍN:
Sí, dijo.
LEONISA:
¿Entrarían todos luego,
y con
ellos divertido
te
mandó que le esperases?
CARLÍN: A
Firela me remito.
LEONISA: En fin,
¿se acuerda de mí?
CARLÍN: Como la
olla del tocino;
como el
rocín de la yegua,
y como
la sed del vino.
Mas yo
vengo tan cansado
de la
corte y del camino,
que si hay más que pescudar,
a
Firela me remito.
Vase CARLÍN
LEONISA: ¿Ves
ahora cuán constante
es
Rogerio, y que el olvido
no
tiene jurisdicción
en él?
FIRELA: Tu ventura he visto
de que
te doy parabienes.
LEONISA: ¡Qué
contenta los recibo!
FIRELA: Déte amor fines tan buenos
como gozas los
principios.
Vase FIRELA y
LEONISA se echa al cuello la cadena
LEONISA: ¡Ay, bienvenida cadena!
Mal te
pago, pues te envidio
al
cuello donde has estado,
de
amorosos brazos digno.
Tú
adornarás desde agora
el
pecho que te dedico.
Mi gala
eterna ha de ser
las fiestas y los domingos.
Sale FILIPO,
con los corales al cuello, revueltos
en una banda
FILIPO:
(¡Que busque yo intercesores Aparte
para
que mi esposa sea
una
pastora, y se vea
mi
esperanza entre temores;
mas
-- ¡ay, cielos! -- aquí está,
y con
mi cadena al cuello.
Alma,
si podréis creello;
viento
en popa amor os da.
¡Oh,
solícita Firela!)
LEONISA: (Si
vuestros quilates toca Aparte
mi fe,
que os bese mi boca,
cuando
el alma se desvela
por
el dueño que os envía,
no hago
a mi honor agravios.)
FILIPO: (¿En mi cadena los labios? Aparte
¿Qué
esperáis ventura mía?
Seguro puedo llegar,
pues de
mi parte está Amor.)
Si
ausente hacéis tal favor
a quien
le viene a adorar,
y ya
le tenéis presente,
no
ocasionéis mis desvelos,
que
tengo de ese oro celos,
pues en
mi agravio consiente
labios de inmenso tesoro,
dignos
que amor los asalte,
pues
vale más ese esmalte
que los
quilates de ese oro;
que
aunque ya son celestiales,
pues tal ciclo los tocó,
más justo es que bese yo
por vuestros estos corales,
LEONISA: ¡Ay,
mis corales perdidos!
Agora
sí que lo estáis.
FILIPO: Hallélos yo, y vos halláis
más perdidos mis
sentidos.
Al
Amor, Leonisa mía
le
rogaba yo me diese
retrato vuestro, que fuese
apoyo
de mi alegría.
Mas como excedéis al arte,
favorecióme de modo,
que no
atreviéndose en todo
vino a
copiaros en parte;
y dando alivio a mis males,
me
dijo, "Suspende agravios,
pues el
coral de sus labios
retratan esos corales."
Hallélos en ocasión,
y en fe
de lo que intereso,
lo que
significan beso,
Bésalos
no,
Leonisa, lo que son.
Mas si vos besáis también,
por ser mía, esta cadena,
¿qué
más dicha?
LEONISA:
¿Qué más pena
que la
que mis ojos ven?
¿Esta cadena era vuestra?
FILIPO: Y
vuestros estos corales.
LEONISA:
(Firela, con desleales
Aparte
industrias su pecho muestra.)
¡Fiad de amistad dorada!
Filipo, engañada he sido;
que
destroquemos os pido
prendas
que han de hacer culpada
la
opinión de mi decoro,
pues
dan sospechas iguales
caballeros con corales
y labradores con oro.
Lo
que es vuestro os restituyo.
Haced
otro tanto vos.
Quítase la cadena y ase los corales. Sale ROGERIO
ROGERIO: Amor,
en fe de que es Dios,
en mí
muestra el poder suyo.
Con color que salgo a caza
mi
Leonisa vengo a ver.
LEONISA: Los
favores han de ser
voluntarios, no de traza;
que
causen pena a su dueño.
Soltad.
FILIPO:
¡Leonisa!
ROGERIO: ¡Ay de mí!
¿Filipo
y Leonisa aquí?
Bien se
quieren, o yo sueño.
LEONISA:
¡Rogerio!
FILIPO:
¡Señor!
ROGERIO: Extrañas
suertes halla un cazador.
LEONISA: (¿Qué
habéis hecho, ciego Amor?) Aparte
ROGERIO: (¡Ocasionadas montañas!) Aparte
Bien os están los corales,
y el oro os está a vos bien.
¡Qué de cosas nuevas ven
cada
día los mortales!
FILIPO: ¿Qué
diré, que estoy confuso?
ROGERIO:
¿Queréis que se use el coral
entre
gente principal?
No me
parece mal uso,
que habiendo
hombres con gorgueras,
guedejas, faldas, anillos,
y ojalá
no con zarcillos,
si ya
no son orejeras,
para
que queden iguales
con la
dama más curiosa,
no faltaba
ya otra cosa
que
chapines y corales.
Quitáoslos, que no debéis
dar
gusto a quien os los puso.
FILIPO: Gran
señor...
ROGERIO:
Vestíos al uso,
pero no
los inventéis.
Sale CARLÍN
CARLÍN:
Estos ducos no mos dejan.
¿Acá
también estáis vos?
ROGERIO: ¿Qué
dices?
CARLÍN:
Que esotros dos
nuesos
ganados aquejan.
El
viejo y la duca nuera
helos aquí donde están.
ROGERIO: A
aumentar mi mal vendrán.
LEONISA: Perdida
soy.
CARLÍN:
Plaza, afuera.
Salen el DUQUE,
PINARDO, CLEMENCIA y FIRELA
PINARDO: No
aguardaba yo, señores,
tan impensada ventura.
DUQUE: La
ociosidad apresura,
Pinardo, a los cazadores.
Rogerio, ¿sin darnos cuenta,
os
salís a caza así?
ROGERIO: Criéme,
señor, aquí,
y así
mi tristeza intenta
buscar en mi natural
alivios
que allá no tengo.
¡Gran
señora!
CLEMENCIA:
Por vos vengo
a cazar
también.
ROGERIO: Mi mal
me obliga
a divertimientos
del
campo.
CLEMENCIA:
Tenéis razón,
y más
en esta prisión,
cifra
de vuestros contentos.
ROGERIO:
Pinardo, también os cabe
parte a
vos de mi venida.
PINARDO: Los pies os beso.
ROGERIO: ¡Qué vida
pasé
aquí, quieta y süave!
PINARDO:
Diviértase y no imagine
vuestra
alteza, gran señor,
en eso.
ROGERIO:
Aun estoy peor
después, Pinardo, que vine.
PINARDO: ¿De
qué procede este mal
tan
lastimero?
ROGERIO: Yo creo
que es,
conforme a lo que veo,
ramo de
gota coral.
Habla LEONISA
aparte a FIRELA y CARLÍN
LEONISA: Por
mis corales lo dice. Aparte
¡Ay, Firela! ¡qué de daños
han causado tus engaños!
FIRELA: Pues yo
por tu bien lo hice.
LEONISA: Tú
también, villano, fuiste.
....................... [ -ena.]
CARLÍN: ¿Pues
yo, por qué?
LEONISA: La cadena
que ser
del duque fingiste
hace
cierto tu delito.
Si es
Filipo, su señor,
¿porqué
burlaste mi amor?
CARLÍN: A
Firela me remito.
CLEMENCIA:
Envidia tengo, serrana,
al
donaire que tenéis.
Tras
vos la corte os traéis,
dícenme
que en viéndoos sana
cualquier tristeza que os mira.
LEONISA: Pues
vos triste me miráis,
y
viéndome, no sanáis;
creed,
señora, que es mentira.
ROGERIO: Yo
imaginé divertirme
por
estos montes agora,
pero mi mal empeora,
todo ha
dado en afligirme.
Volvámonos, si es servido
vuestra
alteza, gran señor,
que
como está en lo interior,
mi mal
disparate ha sido.
.................. [ era.]
CLEMENCIA: No los halléis vos aquí,
duque, y hallaréis en mí
medicina y enfermera.
Démosle, gran señor, gusto,
aunque
la caza perdamos.
DUQUE: Pues que vos le tenéis, vamos.
ROGERIO: Filipo,
no fuera justo,
habiendo sido los dos
amigos
y comarcanos,
dejaros
entre villanos
sin
acordarme de vos.
Sed
mi secretario.
FILIPO: Beso
a
vuestra alteza los pies.
ROGERIO:
Seguidme, Filipo, pues.
FILIPO: (¿Hay
más infeliz suceso?) Aparte
ROGERIO: Que
miro muchos respetos
en vos
de satisfacción,
secretario, y más si son
parientes nuestros secretos.
CARLÍN:
¿Tengo de ir por el cabrito
que en
albricias me mandó?
LEONISA:
Traidor, tú me has muerto.
CARLÍN:
¿Yo?
A
Firela me remito.
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