Salen ROBERTO y
CARLOS de caza
ROBERTO:
Dirás que no es necedad
la
caza, en que el tiempo pierdes
y lo
mejor de tu edad,
pues pasas los años verdes,
Carlos, en la
soledad.
Un
filósofo decía
que
sólo un bruto podía
vivir
en ella contento;
que al
humano entendimiento
agrada
la compañía.
Tú,
entre robles y entre tejos,
gustas
de andar todo el año,
siempre
de la corte lejos,
sin que
te escarmiente en daño
ni te
enfrenen los consejos.
Donde vas tras un halcón
que,
remontado y perdido,
imita tu
inclinación.
CARLOS: Los
criados siempre han sido,
Roberto, de una opinión.
¿Cuándo el gusto en el servicio
pareció
del dueño bien?
Porque
es murmurar su oficio,
y estar
quejosos también
de poca
lealtad indicio.
Nuestros altos pensamientos
desdicen de los intentos
que
tenéis siempre vosotros,
y nunca
estáis de nosotros
satisfechos
ni contentos.
Somos, cuando no gastamos,
miserables; cuando hacemos
grandezas, locos estamos,
si
callamos, no sabemos;
si
somos graves, cansamos;
la
llaneza nos estraga,
nada
intentamos sin paga;
no hay
cuando más les obliga
hombre
que verdad nos diga
ni bien
de balde nos haga;
nunca tenemos amigos,
porque son
nuestros criados
necesarios enemigos.
ROBERTO: Serán
los poco obligados;
que los
fieles son testigos
que
te sirvo como un perro
en el
cuidado y lealtad,
siguiendo de cerro en cerro
tu caza
o tu necedad,
siempre
en perpetuo destierro;
que
de esto no he murmurado
por
costumbre de criado,
de
quien no hay señor seguro;
como hombre
humano murmuro
por tu
gusto desterrado.
A ser las garzas, señor,
que venimos a volar
mozas,
no fuera rigor
de un
marqués de Mantua andar
hecho
siempre cazador;
pero
una garza que al cielo
sube,
¿qué me importa a mí
que un
neblí la abata al suelo
si mi
apetito es neblí
de más
ordinario vuelo?
Toda
mi volatería
es
conquistar a Lucía
o a
Marina, que jamás
se
resistieron, y es más
descansada cetrería,
comer bien, cenar mejor,
haciendo después, señor,
de la gala y del paseo
alfaneques del deseo
y
tagarotes de amor;
y no
andar de sierra en sierra
con
oficio que embaraza
y a
tantos nobles destierra.
Responderás
que la caza
es
imagen de la guerra,
que
es de todos opinión
para
que gusto no atajen
a los
que de aquéste son;
y yo
digo que a esta imagen
tengo
poca devoción.
Siempre que siendo aprendiz
del
mar, que es danés Urgel,
me
pongo el guante infeliz
y luego
el halcón en él,
me
considero tapiz
y
pienso que estoy colgado
en la
sala de un letrado
entre
David y Sansón.
CARLOS:
¡Extraña imaginación!
ROBERTO: Estoy
como halcón templado
y
pueden cantar en mí.
CARLOS: ¿Dónde
dejaste, Roberto,
nuestros caballos?
ROBERTO: Allí
los
dejé arrendados.
CARLOS: Muerto,
por
socorrer al neblí,
traigo el bayo.
ROBERTO: Mi alazán
quiso
correr por los vientos,
y
pienso que quedarán
aguados
como contentos,
según
cansados están.
CARLOS: No
hay que tener del halcón
por
esta noche esperanza.
ROBERTO: Ni aun
de cenar, que es razón;
de
quien hace confianza
en
viento, castigos son,
que
como camaleones
hemos
de gastar del viento
donde
tu esperanza pones,
que son torres sin cimiento
las alas de tus halcones.
CARLOS: Ningún cazador parece
de los míos; y anochece
a más priesa, ¿qué
haremos?
ROBERTO: Buscar
adonde cenemos,
que
fortuna nos ofrece
aquí
una hermosa alquería,
aunque
en edificios creo
poco de
la suerte mía
hipócritas del deseo,
todo
vista y fantasía.
CARLOS: No
es bien la desautorices,
que del
dueño nos ofrece
esperanzas más felices.
ROBERTO: Todo es
ventanas; parece
edificio de narices.
Más
que dormir me remedia
a mí el
comer, y habra sido,
como
dicen, vida media,
ya que
nos hemos perdido
como
reyes de comedia.
Dentro
relinchos y alegría
CARLOS:
Gente suena.
ROBERTO: Labradores
deben
de ser que de flores
dulcemente coronados
son
ladrones de estos prados
y
cantando, ruiseñores.
CARLOS: El
trabajo y la labor
deben
de acabar.
ROBERTO: Es cierto,
y se irán a Valdeflor.
CARLOS: ¡Alegre
vida, Roberto!
ROBERTO: Para un
jabalí, señor.
Salen los
LAURA, ERGASTO y los MÚSICOS y la
MÚSICA, todos de villano con
guirnaldas, y cantando esta
letra
MÚSICOS: "Que
si viene la noche
presto saldrá el sole,
que
si viene la noche,
con
la luna alegre
presto saldrá el sole,
de
estos campos verdes
el
día y la noche
presto saldrá el sole."
ROBERTO:
Buenas noches, gente honrada.
MÚSICO 2: Vengan
muy enhorabuena,
que
aliñada está la cena.
ROBERTO: Más el
embite me agrada
que
la música, ¡par diós!
MÚSICO 3: Debemos
de cantar mal.
ROBERTO: Traigo
una hambre cerval,
aquí
para entre los dos,
y
ésa es la causa.
MÚSICO 2: No habéis
llegado
a casa vacía.
CARLOS: ¿De
quién es esta alquería?
MÚSICO 2: ¿Sois
noble y no lo sabéis?
CARLOS: No
estuve otra vez aquí,
porque
esta vez que he venido
ocasión
la caza ha sido
por
socorrer un neblí
que
ha que seguimos tres leguas
con este mismo cuidado,
hasta
que la noche ha entrado
pidiendo al cansancio treguas,
que
los caballos están
de
cansados y rendidos
sobre
la hierba tendidos.
LAURA: Ergasto, ¿no es muy galán?
ERGASTO: ¿Ya
le has mirado?
LAURA: ¡Pues no!
¿Estoy
yo ciega?
ERGASTO: Ojalá
quedes.
Pues Laura, lo está
la que
antes. Loca, miró.
Así
fuerais las mujeres
ciegas
como la Fortuna,
porque
no hubiera ninguna
de tan
varios pareceres;
la
vista os echa a perder,
que
para nuestros enojos
son
basiliscos los ojos
de la
más bella mujer.
No
habéis menester oídos
ni
lengua, que si son bellos
y libres, tenéis en ellos
todos los cinco sentidos;
que fuerais -- no
son antojos
sino experiencia de males --
bellísimos animales
a haber nacido sin ojos.
LAURA: Pues yo me los sacaré
por no darte pesadumbre.
ERGASTO: Y verás
por la costumbre
que
tienes de ver.
LAURA: A fe
que
no imaginé jamás
darte
celos.
ERGASTO:
No son celos,
sino
unos nobles recelos
de
estimarte, Laura, en más.
CARLOS: Al
fin, ¿Ninfa, la condesa
de
Valdeflor, vive aquí?
MÚSICO 3: Gusta
del campo, y así
la caza
también profesa,
porque después que heredó
a Valdeflor, esa villa
que
está del mar en la orilla,
aunque
tan moza quedó,
se
retiró a esta alquería,
donde
de esta suerte pasa
que os
he dicho.
CARLOS: ¿No se casa?
MÚSICO 2: ¡Lindo
es aqueso, a fe mía,
para
su condición!
CARLOS: ¿Cómo?
MÚSICO 3: Da en
aborrecerlo en suma.
CARLOS: Mire
que el tiempo es de pluma
para
esperanzas de plomo,
y si
le deja pasar,
pensando verse empleada
en un
rey, vieja y burlada
será
posible quedar
sin
dejarle a Valdeflor
heredero, porque dura
poco la humana hermosura.
MÚSICO 2: No hay
en Nápoles señor
que
no la haya pretendido
para
casarse con ella,
y ella
a todos atropella
porque
no quiere marido.
Su inclinación solamente
es el
campo y ejercicio
de la
caza, y no otro vicio.
ROBERTO: Debe de
ser impotente.
CARLOS:
Calla, loco.
MÚSICO 2:
De los hombres,
en
tratándole, señor,
de
casamiento o amor,
aborrece hasta los nombres;
y
como si un hombre fuera,
hace dos mil maravillas
a caballo en las dos sillas,
y a pie robusta y ligera.
No
hay quien la gane a tirar
todo
cuanto alcanza a ver,
quien
la aventaje a correr
ni
quien la rinda a luchar.
Fatiga al agua y el monte
con los
perros diligentes
y con
aves diferentes
las que
tiene este horizonte,
y
así en el agua, en los vientos
y en la
tierra poder tiene
y a ser
absoluto viene
dueño
de tres elementos.
A
competir con el sol,
a quien
en belleza gana,
salió
al monte esta mañana
en un
caballo español,
sobre cuya piel manchada
mostró
tanta bizarría,
que
acobardó los del día
llenos
de espuma dorada.
Sobre una corta basquiña
un
vaquerillo sacó,
que
pienso que el sol bordó,
porque
de rayos le ciña,
formando crespas espumas
de oro
el cabello en su esfera
con un
sombrero o montera
hecho
una selva de plumas;
espada pendiente al lado,
una
pistola al arzón
y en
esta mano un halcón.
CARLOS:
¡Bellamente la has pintado!
Parte de dicha habrá sido
perderme, aunque puede ser
que de
ver esta mujer,
Roberto, esté más perdido.
ROBERTO: No
hayas miedo, que no tienes
tan
honrada inclinación;
si esta
mujer fuera halcón,
pudiera
ser.
CARLOS:
¡Lindo vienes!
MÚSICO 2:
Estimará la condesa
hospedar vuestra persona
por lo
que el talle os abona
y su
grandeza interesa,
que
a muchos que por aquí
pasan
lo mismo hacer suele.
CARLOS: ¿No es
hora ya de que vuele?
MÚSICO 2: Ya no tardará, que así
a
recibirla salimos
muchos,
cantando y bailando
todas
estas noches cuando
viene
de caza, y venimos
cantando delante de ella
y
bailando, que le agrada
esta
llaneza, cansada
de la
corte.
ROBERTO:
No hay doncella
de
tan extrañas costumbres
desde
un mar al otro mar,
amiga
siempre de andar
entre brutos y legumbres,
siendo mujer tan hermosa.
Tórtola
debió de ser
antes
que fuese mujer;
no
puede ser otra cosa,
porque tanta soledad
sin admitir
compañía
es de
la sospecha mía
prueba.
LAURA:
Tañed y cantad,
que
la condesa nuesa ama
viene.
Sale NINFA, la
condesa, acompañada de muchos
pastores, en un caballo, con
halcón en la mano, como se ha
dicho
CARLOS:
¡Gallardía excelente!
MÚSICO 2: Venga
con bien.
CARLOS:
Justamente,
Roberto, Ninfa se llama.
MÚSICOS: Que
si viene la noche
presto saldrá el sole.
UNO: Que
si viene la noche
con
la alegre luna
presto saldrá el sole
de
nuestra hermosura.
TODOS: El
día y la noche,
presto saldrá el sole.
NINFA: Pasead ese caballo
antes
que al pesebre vais
con él.
MÚSICO 2:
Con salud vengáis;
que no
hay labrador vasallo
vuestro, señora, que en viendo
esa
divina hermosura,
respete
la noche oscura
que
entra estos campos vistiendo.
Agora empieza a nacer
de
vuestros ojos la aurora,
y en estos prados, señora,
el abril a florecer;
agora el sol ha salido
y las aves se han cantado,
el alba aljófar llorado
y estas fuentes se han reído.
NINFA: Guárdeos Dios a todos. Pues,
¿qué se ha hecho todo el día?
LAURA: Desean,
señora mía,
estos
prados, vuestros pies;
vuestros ojos, estas fuentes;
vuestras doradas mejillas,
las alegres maravillas;
los jazmines, vuestros dientes;
que en tanto que estos
favores
aguardan con vuestro aliento,
buenaa
nuevas daba el viento,
mensajero de las flores;
y a
vuestro hermoso arrebol,
haciendo nosotros salva,
como
pájaros al alba,
esperábamos al sol.
NINFA: A
tus ojos, Laura, hacían
esas lisonjas, que son
albas de más perfección
que a las del sol
desafían.
MÚSICO 2:
¿Cómo os fue al fin por allá?
¿Hallastes en la laguna
garzas?
NINFA: Y entre muchas una,
que es cometa pienso ya.
MÚSICO 2: ¿De
qué suerte?
NINFA: Yo llegué
a la
parte que esos cerros
la
cercan, y con los perros
del
agua la levanté,
y
por dar al viento velas,
quité,
luego que la vi,
el
capirote al neblí,
las lonjas a las pigüelas.
Hizo
una punta en el cielo,
y ella
temiendo la punta,
al
mismo cielo se junta
desmintiendo al neblí el vuelo;
revuelve el halcón las alas,
y tan alta punta dio,
que
encima de ella se vio
poniéndole al cielo escalas;
vuelve a bajar como el viento
y el
neblí sobre ella baja,
que
parece que la ataja
por el
mismo pensamiento;
el
pico en ella arrebola
dos
veces y al viento iguala,
y por
debajo del ala
le
descompone la cola;
otra
vez la garza sube
con más furia que bajó,
y junto
al sol pareció
él
átomo y ella nube.
Llegó el neblí a acometella,
y
pienso que en este estado
le dio
en el cielo sagrado
el sol
por alguna estrella,
que
nunca más pareció;
y
deslumbrado el neblí,
hecho
un Ícaro, de allí
a la
laguna bajó;
socorríle, y a la tarde,
adonde
la garza eché,
dos martinetes volé.
MÚSICO
2: Muchos años Dios te guarde
para gloria, para
honor
de
estos campos.
ROBERTO:
¡Bien por cierto!
CARLOS:
Admirado estoy, Roberto;
no vi
gallardía mayor.
NINFA:
¿Quién es este caballero?
ROBERTO: ¿No
dirá -- ¡cuerpo de Dios! --
vueseñoría estos dos?
NINFA: Tenéis
talle de escudero
suyo
más que de su igual.
ROBERTO: De
talle sois entendida;
mucho
sabéis, por mi vida.
CARLOS: Aparta.
ROBERTO:
Trátame mal,
por
que no parezca bien.
¡Oh
envidia, en cualquiera parte
tu
veneno se reparte!
CARLOS: Tiemblo
y ardo a su desdén
con
ser mayor su hermosura.
ROBERTO: Luego
¿estás enamorado?
CARLOS: ¡Y
loco!
ROBERTO:
Aun ese cuidado
es
disculpada locura.
CARLOS:
Quiero gozar la ocasión
de
haberme tan bien perdido.
NINFA: Vos
seáis muy bien venido.
¡Hola¡
guardad ese halcón.
CARLOS:
Téngame vueseñoría
por su
esclavo.
NINFA:
Yo lo soy.
CARLOS: Roberto, temblando estoy.
ROBERTO: ¡Qué
amorosa cobardía¡
CARLOS: Otro
neblí me ha traído,
que
socorrer pretendí,
más de
tres leguas de aquí;
donde
tan dichoso he sido
y espero tanto favor.
NINFA: La
persona y ejercicio
de la
caza dan indicio
de
vuestra sangre y valor.
Cuando os falte ese neblí
y no le
podáis cobrar,
bien
podéis en su lugar
serviros del que está aquí;
que
a fe que no es menos bueno
que el
vuestro, y le estimo en más
que a Valdeflor, pues jamás,
estando el cielo sereno,
se
le escapó, si no es hoy,
en el
viento martinete
o garza
que no sujete.
CARLOS: Puesto
que buscando voy
el
que perdido no está,
no es
razón ni cortesía
quitarle a vueseñoría
lo que estima tanto ya,
antes presentarle entiendo
algunos
que aún tengo alas
con que
servirla.
NINFA: Jamás
cuando
dar algo pretendo
di
lo que menos estimo,
porque
no es dádiva aquella
en que
el dueño no atropella
grande
valor.
CARLOS:
No me animo
a
ofreceros cosa mía,
que
para vuestra grandeza
corto
don es la riqueza
que
toda el Arabia cría.
NINFA:
Conforme a mi condición,
no
tiene cosa ninguna
de
cuantas da la Fortuna
valor.
CARLOS:
Y tenéis razón.
NINFA: Sólo
estimo en el presente
el
valor de quien le da;
mas
cesen ofertas ya,
que es
lisonja impertinente,
y
entrad donde descanséis,
que el
halcón que habéis perdido
puede
ser, si aquí ha caído,
que al
nuevo sol le cobréis,
que
no es mala esta posada
para
una noche.
CARLOS:
El favor
que
ofrece vuestro valor,
de que
estáis acreditada,
y os
rinde esta soledad,
no
puedo dejar, señora,
de
recibir.
NINFA:
Desde agora
será
vuestra la mitad,
y
toda entera también
para
cuando algunos días,
venciendo melancolías
que los
tráfagos os den
de
la corte, andéis cazando
y
lleguéis a esta alquería,
que
honráis.
CARLOS: Si vueseñoría
de esa
suerte me va honrando,
quedaré para servilla
siempre
corto y obligado.
NINFA: Si os
hubiereis bien hallado
mañana
en esta casilla,
y os quisiereis detener
a
divertir algún día
en caza
o pesca, os podría
alguna
lisonja hacer,
porque el duque generoso
de
Calabria, cuyos pies
besan
esos mares, que es
tan
rico y tan poderoso,
no
me podrá aventajar.
ROBERTO: Pienso
que te ha conocido.
CARLOS: ¿Cómo,
estando sin sentido?
NINFA: Estos
campos y este mar
diferentemente arados
rinden feudo a esta alquería
cada
noche y cada día
de
cazas y de pescados
que
me tributa Neptuno
con el
anzuelo y las redes.
CARLOS: Ser
quiero a tantas mercedes
agradecido importuno,
que
por fuerza he de aguardar
algunos
criados míos
que por
mar, valles y ríos
perdidos deben de andar,
y,
no sé si tanto ya
como
yo.
NINFA:
No lo estáis mucho.
CARLOS: ¡Ay
cielo! ¿Qué es lo que escucho?
ROBERTO: Picada
pienso que está
también; déjala poner
en el
anzuelo que mira
y luego
el carrete tira,
que también Ninfa es mujer.
CARLOS:
Roberto, es ninfa del cielo.
ROBERTO: Está en
carne humana agora.
NINFA: (¡Buen
talle de hombre!) Aside
CARLOS: Señora,
que soy
grosero recelo
en
deteneros aquí.
NINFA: Vamos.
CARLOS:
No digas quién soy.
ROBERTO: Ya
sobre el aviso estoy.
CARLOS: Mayor
belleza no vi.
ROBERTO:
Habla, atrévete, importuna,
no
acobardes los sentidos,
pues a
los más atrevidos
favorece la Fortuna.
CARLOS: Temo
el natural desdén.
ROBERTO: Nunca
quien temió venció.
NINFA: Venid.
(No me pareció Aparte
hombre
en mi vida más bien.)
¿Cómo os llamáis?
CARLOS: Yo, señora,
Carlos.
NINFA:
Buen nombre tenéis.
ROBERTO: Y para
lo que mandéis,
yo
Roberto, y seré agora
por
vos Roberto el diablo.
NINFA:
(Carlos, atrevido andáis; Aparte
dentro
del alma os entráis.)
ROBERTO: ¿A
quién digo, con quién hablo?
También soy de carne y güeso;
labradora celestial,
que
estoy herido del mal
de
vuestros ojos confieso,
que
dentro el alma me ha hecho
cosquillas y estoy perdido.
Una
mano sola os pido.
LAURA: Ésa os
hará mal provecho.
ERGASTO:
Hidalgo, apártese un poco,
no se
le llegue tan cerca
a la
labradora.
ROBERTO:
¿Es terca?
¿tira
coces?
CARLOS:
Yo voy loco.
ROBERTO: Y
necio.
NINFA:
(¿En qué ha de parar Aparte
tanto
porfiar, amor,
que me
güeles a traidor?
¡Ay
Carlos!)
LAURA:
Volvé a cantar.
MÚSICOS: "Que
si viene la noche
presto saldrá el sole."
Vanse todos
cantando. Suena ruido dentro de
embarcación
y hablan dentro los MARINEROS
MARINERO 1:
Antes que sople más el viento, amaina.
Tomaremos el faro de Mesina
con más próspero tiempo.
MARINERO 2: Echa el esquife,
tomaremos de tierra algún refresco,
o por
lo menos agua en esta playa.
MARINERO 3: Amaina,
echa las áncoras a tierra.
¡Fondo,
fondo!
Sale ROBERTO
por un lado del tablado o en
alto
ROBERTO: ¡Notable vocería!
MARINERO 1: De aquí
saldremos a la luz del día.
ROBERTO: Nave
llegó a la playa y fondo ha dado,
que
desde estos balcones con la luna
las
blancas velas amainar se han visto;
o viene
de Mesina o pasa el faro
cuyo
estrecho de mar términos pone
a las
Sicilias dos, siendo de Rijoles
el
puerto de Mesina opuesta playa.
¡Qué
calma goza el mar! Dátiles pide;
déselos, pues los tiene,
Berbería.
¡Oh, mala bestia! ¿Quién de ti se fía?
Sale CARLOS
CARLOS:
¡Roberto!
ROBERTO:
¿Qué hay, señor?
CARLOS: Dichosas
nuevas.
ROBERTO: ¿Has heredado a Nápoles acaso,
o el neblí pareció? ¿Qué
traes de nuevo?
CARLOS: La
aventura mayor que el cielo ha dado
a un
tierno, a un loco, a un firme enamorado.
ROBERTO: ¿Tan
presto estás enamorado y tierno,
loco y
firme? ¡Notable viento corre!
Vuelve
a cenar, que estás desvanecido
y yo lo
estoy de haber mejor bebido;
porque
en entrando aquí pregunté luego
del
santo botiller por la posada,
y con
tanto jamón seis veces tuve
del
vino Pusílico las veces,
aunque
para mi sed bastaban heces.
Pero dime
el suceso de tu historia.
CARLOS:
Roberto, Ninfa pienso que me quiere,
o me
engaña mi propio pensamiento.
ROBERTO: A mí me
preguntó si eras casado,
cuando
entraba contigo.
CARLOS: ¿Y qué dijiste?
ROBERTO: Que no,
por no decir verdad en nada.
CARLOS: La
mentira, Roberto, fue acertada.
ROBERTO:
Preguntóme tu estado, y respondíle
que
eras señor de doce mil ducados
de
renta y de los buenos de Sicilia,
aunque
era de Calabria tu familia.
CARLOS: Todo
eso importa para el bien que aguardo.
Gozarla
determino.
ROBERTO: ¿De qué suerte?
CARLOS: Con una
dama suya me ha enviado
a decir
que me quiere hablar a solas;
que en
abriendo la puerta de un retrete
que en
esta parte está, con el recato
que es
necesario llegue; y me apercibe
que
como quien soy haga. Y yo pretendo
engañarla, Roberto, con la mano
de
marido, y gozar la más felice
mujer
que vio Calabria y que dio Grecia
a Troya
para incendio.
ROBERTO: ¿Y si es Lucrecia
en los
intentos castos?
CARLOS: ¡Ah Roberto!
¿Qué
mujer hay en la ocasión tan fuerte
que
salga vencedora y no vencida
de un
hombre tan a solas persuadida?
ROBERTO: ¿Y qué
piensas hacer después?
CARLOS: Estarme
gozando
su hermosura algunos días
alargando las vanas esperanzas
del
casamiento, que te juro, amigo,
que fuera su marido si Dïana
me
faltara esta noche.
ROBERTO: A su excelencia
guarde mil años Dios, pues es tan
justo,
que más vale su vida que
ese gusto.
CARLOS: Están locos y ciegos los amantes,
y yo lo
soy, Roberto, no te espantes.
ROBERTO: Ya han
abierto la puerta, y la condesa
pienso
que está a la puerta.
CARLOS: Pues
retírate.
Asómase al paño
NINFA
NINFA: A
Carlos, mi señora está esperando.
CARLOS: Y yo el
alma en sus ojos abrasando.
Éntranse; queda
solo ROBERTO
ROBERTO:
¡Entróse! ¡Vive Dios, aquesto es
hecho!
hágale
al uno y otro buen provecho!
Obligación me corre de esperalle,
aunque
mejor aquí que no en la calle.
Vase. Salen los MARINEROS
MARINERO 1: Ya
con el alba parece
que
empieza el viento a soplar.
MARINERO 2: Y del
faro estrecho el mar,
alegre
pasaje ofrece.
Antes que otra vez el sol
que
vuela en doradas plumas,
vuelva
a la cama de espumas
por el
ocaso español,
si
este viento por bolina
dura,
en favor está,
fondo
habremos dado ya
en el
puerto de Mesina.
MARINERO 3:
Ninguna señal da el cielo
que
favorable no sea,
donde
la nave desea.
MARINERO 1: De los
vapores del suelo
a la
parte de Levante
unos
celajes están
que
esperanzas ciertas dan
de
viento.
MARINERO 2:
Y en el semblante
de
la luna nos señala
el cerco que os dije yo,
cuando
anoche se escondió
al dar
fondo en esa cala.
MARINERO 3: Y
ayer se vieron delfines
en el
mar; en conclusión,
que
cuando muchos no son
prometen
prósperos fines.
MARINERO 1:
Nunca faltaron jamás
esas
señales, Leumeno,
estando
el cielo sereno.
MARINERO 2: Ya se
ha declarado más
el
viento con la mañana.
MARINERO 1: Pues
las áncoras alcemos
y al
dulce Levante demos
el
trinquete y la mesana.
Salen CARLOS y
ROBERTO
CARLOS: Si
va a Mesina, Roberto,
será
desmentir espías
dudando
en las prendas mías.
MARINERO 1: Gente hay, Leumeno, en el puerto.
MARINERO 2:
Deben de querer pasaje.
CARLOS: En,
ella nos embarquemos
y de
aquí a Sicilia iremos
con
poco matalotaje;
de
allí, volviendo a pasar
el faro
en una tartana,
daré en
Calabria mañana,
que no
hay diez de millas mar;
que
ésta es nave aragonesa,
que a
Sicilia para Malta
viene
por trigo, y sin falta
va a
Mesina.
ROBERTO:
¿Y la condesa?
¿Y
Ninfa?
CARLOS:
No sé, Roberto;
ya sigo
nuevos cuidados.
ROBERTO: ¿No
esperas a tus criados?
CARLOS: Que se
han vuelto es lo más cierto
a la
corte.
ROBERTO:
No te acabo
de
entender.
CARLOS:
Bien fácil es,
si
sabes lo que después,
cuando
el apetito, esclavo
de
sí mismo, se redime
con la
vitoria alcanzada
cansa
una mujer gozada
aunque
el amor más le anime,
y
más si de las promesas
resultan obligaciones.
ROBERTO: Pues ¿no gozan esenciones,
duque, las que son condesas,
tan nobles, tan estimadas
que fueron soles y lunas?
CARLOS:
Roberto, todas son unas
en
llegando a ser gozadas.
ROBERTO: No
ha durado todo un hora.
CARLOS: César
en la impresa fui
que
partí, llegué y vencí,
y
vuelvo la espalda agora,
que
es más triunfo.
ROBERTO: ¿De qué suerte
la
dejas?
CARLOS: Durmiendo queda,
porque
persuadirse pueda
que
soñó cuando despierte.
ROBERTO: Esta
vez, a su despecho,
en su
tragedia crüel,
hará de
Olimpa el papel,
pues tú el de Vireno has hecho;
y a la nave y al mar
cano
dará
voces como loca
subida
en un alta roca,
y será
el quejarse en vano.
CARLOS: Ésta
es la traza mejor;
que por
tierra ser pudiera
que,
ofendida, me siguiera,
y fuera
el daño mayor
si
llegara a los oídos
de la
duquesa.
ROBERTO:
¿El neblí
al fin
dejamos aquí?
CARLOS: ¿No
basta llevar sentidos?
MARINERO 1: El
viento ha picado el mar
favorable al marinaje.
MARINERO 2: ¡Buen
viaje!
MARINERO 1:
¡Buen pasaje!
MARINERO 2: ¡Alto,
a embarcar y a zarparl
ROBERTO: ¿Estos fueron los amores
y finezas?
CARLOS:
Ten por cierto
que
antes de gozar, Roberto,
todos
somos habladores.
Vanse
todos. Sale NINFA como que sale de la
cama,
medio desnuda
NINFA: ¡Hola, hola! ¿No hay ninguno
que me
responda? ¿No vela
sino
solo mi cuidado?
¡Hola!
Mi desdicha es cierta.
¡Hola,
hola! El eco mismo
me da
escasa la respuesta,
que una mujer desdichada
endurece más las piedras.
¡Hola!
Salen los dos
MÚSICOS como salieron al principio, de
villanos y la MÚSICA con ellos,
que es LAURA, pastora, y
ERGASTO
MÚSICO 2:
¿Qué mandas, señora?
MÚSICO 3: Voces
daba la condesa.
NINFA: ¿Sabéis
de Carlos?
MÚSICO 2: ¿Qué Carlos?
NINFA: Uno que
el alma me lleva.
LAURA: ¿Carlos
le ha llevado el alma?
Loca
está.
NINFA:
¿No se os acuerda
del
huésped que encontré anoche
y le di
posada y cena,
y el
alma con la posada
para
partirse con ella?
MÚSICO 2: ¿No
quedó contigo a solas?
NINFA: ¿Por
qué averiguo sospechas
que
están ya tan de su parte?
¡Ah,
ingrato Carlos!
MÚSICO 2: ¿Qué ofensas
te ha
hecho el güésped ingrato
que
lloras y te lamentas,
para que tomando todos
tus labradores sus yeguas,
le sigamos, aunque el
viento
tomar
por sagrado quiera?
NINFA: ¿Qué
mayor ofensa, amigos,
que en el honor, en fuerza
del gusto, en la libertad
del
albedrio, en la prenda
más
respetada del alma,
en la
joya que más precia
la
noble sangre, en la vida,
pues no
se estima sin ella?
Seguidle todos, seguidle,
y si hiciere resistencia,
para no
volver, matadle.
No le
matéis... Pero muera...
No,
esperad
MÚSICO 2:
¿Qué determinas?
NINFA: No sé,
amigos. Dadme apriesa
un caballo
tan veloz
que a
mi pensamiento exceda,
que yo
seguiré su alcance
mejor,
porque en la carrera
venceré
el viento volando,
que
siempre amor alas lleva.
MÚSICO 2: Ya están
por él.
NINFA: Ya se tardan.
LAURA: ¿Qué
novedades son éstas,
de amor y de honor, Ergasto?
NINFA: ¿Qué
esperáis?
LAURA:
Ergasto, vuela.
Sale un
PESCADOR
PESCADOR: Si te
ha ofendido, señora,
el que
anoche en esta mesma
casa
albergaste con tanto
noble
decoro y grandeza,
ya es
imposible vengarte;
que esa
nave aragonesa
que al
mar da velas agora,
soberbia de verse en ella,
burlándose de tus iras,
a tu
ingrato güésped lleva,
no sé
si a España o Sicilia,
a
Francia o a Ingalaterra,
que al
primer reír del alba
le vi
embarcándose en ella,
viniendo de echar un lance
para
que con varia pesca,
tan vil güésped regalases,
y alargándose de tierra
dieron las velas, zarpando
que ya
del viento se empreñan,
a cuya soberbia ayudan
los clarines y trompetas
con la saloma ordinaria,
las
flámulas y banderas;
mas
vuelve, y verás la nave
que ya del puerto se aleja.
NINFA: Calla,
no más, que me matas,
y esos
clarines que suenan
al
viento, son en mi muerte
músicos
de mis obsequias.
Aquí tañen, y
pasa la nave, si la
hubiese
¿Es
verdad esto que miro?
¡Villano güésped, espera,
que te
me vas con la paga,
si no
es la paga mi afrenta!
¿Dónde
me llevas el alma,
que con
tan grandes ofensas
echará
a fondo el navío
que más
que la tierra pesan?
¿Cómo, güésped enemigo,
por dulces abrazos truecas
olas del mar y una casa
que a
tantos vivos encierra.
Monstruo fiero, en quien las jarcias
parecen
nervios y venas,
caballo
del mar con alas
que
para mi daño vuelas.
Cárcel
movediza, arado
de las
olas, que no dejas
acabando de pasar
la
señal del surco apenas;
monte arrojado en las aguas,
cuyas secas arboledas
son mástiles y mesanas,
raíles, cables y cuerdas;
caballo griego preñado
de
traiciones y promesas,
para
fuego de la Troya
que
dentro en mi pecho queda.
¡Plega
a Dios que en un escollo
o en
algún banco de arena
dejes la gavia y las jarcias
y la
quilla en las estrellas!
¡Rayos los cielos airados
en tu plaza de armas lluevan;
el viento te rompa el
árbol,
el agua
las obras muertas;
a la pelota contigo
de la
mar y de la tierra
jueguen
los vientos y falta
hagan
en alguna peña,
y
ese ingrato que llevas,
cuando
todos escapen sólo él muera!
MÚSICO 2: Mira
quién eres, señora.
Vuelve
en ti.
NINFA:
Dejadme, afuera,
que
estoy loca, que me abraso.
LAURA: ¡Hay
desdicha como aquésta!
NINFA: Dejadme
todos, dejadme,
que en
el mar...
MÚSICO 2:
Señora, espera.
NINFA: Dejadme
morir, amigos.
¿Qué
importa que yo perezca?
MÚSICO 2: Mucho
importa a tus vasallos.
NINFA: ¿Para
qué queréis condesa
y una
señora afrentada
con la
culpa de esta pena?
Pero yo
me vengaré
de este
agravio, de esta ofensa,
aborreciendo las vidas
de los
hombres de manera
que
hasta encontrar con mi ingrato
he de
matar cuantos vea;
porque
es bien que paguen todos
lo que
un hombre solo peca,
y
saliendo a los caminos
como
víbora sedienta
de su
sangre, me pregono
por pública bandolera,
y de no
tener, al cielo
juro,
con hombre clemencia
hasta
morir o vengarme.
MÚSICO 2: ¿De
quien eres no te acuerdas,
señora?
NINFA:
Ya de la nave
no se
descubren apenas
los
penoles de las gavias.
¡Mal
haya, amén, la primera
mano
ingrata que esas tablas
con
resina, pez y brea,
juntó
para mi desdicha
y para tantas ofensas!
Pero
¿de qué cosa pudo
en la
mar como en la tierra
ser la
codicia inventora
que no
fuese inorme y fea?
¡Qué
lejos va de los ojos!
Ya parece que al sol llega
tendidas las alas pardas
el águila de madera.
¡Oh, aleve máquina!
Bajes
al centro pedazos hecha,
porque enseñes las entrañas
que tantos males encierran,
¡y ese ingrato que
llevas
cuando
todos escapen, sólo el muera!
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