Sale NINFA sola
NINFA:
Humanos desengaños,
hacedme
solamente compañía,
y vosotros,
engaños
del
mundo, allá os quedad desde este día;
basta
lo que dormidos
a la
verdad tuvistes mis sentidos.
Como
culebra quiero
para
otra nueva vida renovarme,
donde clemencia espero,
si
acierto de una vez a desnudarme
del
hábito que ha hecho
lavil
costumbre de mi ingrato pecho.
Vase quitando
las armas, el ristre y bonete, y valos
colgando de las ramas, de algún
clavo a propósito
Quedad
por estos pobos,
bárbaros instrumentos de la muerte,
de
insultos y de robos,
que con
el dueño de la misma suerte
merecistes castigo
a no
tener el cielo por amigo;
a cuya
hermosa cara
los
vergonzosos ojos alzo apenas,
viendo
que, aunque me ampara,
tantas ofensas de crueldades llenas
contra él he cometido,
a quien piedad de tantas culpas pido.
Valad, plumas, al viento,
galas del loco abril de mis antojos,
y las del pensamiento
sirvan para traer agua a
mis ojos;
y
queden los cabellos
para
esconderse mi vergüenza en ellos.
Monte,
en lo más espeso
de tus
obscuras lóbregas moradas,
a un
huésped nuevo, a un preso
recibe
entre las ramas intrincadas
del
laberinto tuyo,
que en
ti, a Dios me presento y restituyo.
Arrugadas cortezas
sean mis colgaduras de damascos;
sírvanme tus malezas
platos de hierba en mesas
de peñascos,
y
denme, entre esos troncos,
canta
de campo tus silvestres troncos.
Perdóname,entretanto.
que tu
soledad santa reverencio,
si
violare con llanto
y
debidos suspiros tu silencio.
Dentro
CARLOS: ¡Ninfa,
Ninfa!
NINFA: Ya es tarde.
Del
mundo, Carlos, huyo; Dios te guarde.
Vase. Salen CARLOS y ROBERTO
CARLOS:
!Ninfa, Ninfa!
ROBERTO: ¿Dónde vas,
siguiendo, Carlos, el viento?
¿No
miras que es por demás
aunque
así a tu pensamiento
alas sin provecho das?
¿De qué sirve ninfear
por la tierra y por la
mar,
si te
la ha escondido el cielo
o se la
ha tragado el suelo
y no te
la quiere dar?
Toda
una noche y un día
hemos
andado tras ella
llamándola.
CARLOS:
¡Ninfa mía!
¿dónde
estás?
ROBERTO:
Culpa tu estrella,
pues
yendo en tu compañía
supiste tener tan poco
cuidado
que...
CARLOS:
Yo estoy loco;
Roberto. No me des más
pesares.
ROBERTO:
¿No me dirás
el
fin? Si no te provoco
a
enojo también, ¿adónde
vamos hechos caballeros
andantes? Carlos, responde.
CARLOS: Tras los hermosos luceros
de Ninfa.
ROBERTO:
Si los esconde
el
cielo para alumbrar
con
ellos la tierra y dar
al sol
rayos y arrebol,
Carlos, pidelos al sol,
que no
los podrá negar;
que
entre sus rayos dorados
por su
resplandor divino
estarán
aposentados.
CARLOS: ¡Ay,
Roberto, que imagino
que
están sin luz y eclipsados!
ROBERTO: ¿Qué
quieres decir en eso?
Que no
te entiendo, confieso.
CARLOS: Que
Ninfa es muerta.
ROBERTO: Señor:
siempre
recela el amor.
el más
dañoso suceso;
que
el amor todo es recelos
en las sospechas y celos,
en la ausencia, en el
desdén,
hasta
que seguro el bien
corre
al engaño los velos.
CARLOS: Roberto:
espera.
ROBERTO: ¿Qué dices?
CARLOS: ¿Son
antojos del deseo
de mis
venturas felices
lo que
en estas ramas veo?
ROBERTO: Serán hojas y raíces.
CARLOS: No
es sino Ninfa, Roberto,
o el
deseo me ha engañado.
ROBERTO: Eso
será lo más cierto.
CARLOS: ¿No es
aquel ristre bordado
y aquel
bonete cubierto
de
plumas prendas dichosas
de su
beldad celestial?
ROBERTO: Hoy en
tu centro reposas.
CARLOS: ¡Ninfa,
Ninfa!
ROBERTO:
Al viento igual
exceder
sus plantas osas;
que
debe de huír de ti,
pues no
responde a las voces
que le has dado desde aquí.
CARLOS: Mal un
amante conoces.
Mi
bien, aguarda. ¡Ay de mí!
Como
sombra me has burlado
cuando
te toqué engañado.
ROBERTO: Como
delincuente ha sido
que de tus manos ha huido
y la
capa te ha dejado,
porque hacerte toro a ti
fuera
la comparación
más
pesada.
CARLOS:
Estoy sin mí;
ciertas mis sospechas son.
ROBERTO: ¿Cómo?
CARLOS:
A Ninfa han muerto aquí,
o la
está despezando
alguna
fiera. Yo voy
pasos
por su sangre dando.
ROBERTO: A
Píramo y Tisbe estoy
en
Ninfa y en ti mirando.
CARLOS: Su
misma muerte has de ver.
Árboles
que habéis de ser
de mi
desdicha testigos,
a un
triste mudos amigos
si
amigos puede tener;
peñas duras, troncos huecos,
cuevas lóbregas, sombrías,
monte oscuro, prados
secos
a quien
da lenguas tardías
el aire de vuestros ecos;
escasas y turbias fuentes,
arroyos que sois serpientes
de esta
cumbre despeñados,
primero
hielos atados,
ya
desatadas corrientes;
ansí
todos os veáis
con lo
que más deseáis
por la
generosa mano
del sol
rubio y del verano,
que de
Ninfa me digáis
adónde está Ninfa, ¿adónde?
¿Dióle
muerte alguna fiera?
¿Nadie
a mis voces responde?
ROBERTO:
Aguarda, señor, espera,
y a
quien eres corresponde.
CARLOS:
Déjame morir, Roberto.
Sepulten mi cuerpo frío
las
grutas de este desierto;
de
Ninfa soy, no soy mío,
sin
ella mi fin es cierto.
Prendas
queridas y halladas
por mi
mal, de vuestro dueño
dadme nuevas regaladas,
porque me parecen sueño
todas las glorias pasadas.
¿Dónde está Ninfa?
ROBERTO: Señor
¿cómo
te han de responder?
CARLOS: Alma
les dará mi amor;
pero
Ninfa no es mujer,
aunque
nació en Valdeflor,
para
que pueda morir.
Viva
está, yo he de seguir
mis
suspiros y alcanzarla;
y en
las estrellas buscarla
cuando
de mí quiera huír.
ROBERTO:
¡Quién tal de tu amor creyera!
CARLOS: Mi
bien, aguárdame, espera,
que si
al cielo te has subido
alas al
Amor le pido.
ROBERTO: ¡Linda
está la ventolera!
Amadís y Galaor
andamos hechos de amor
sin que la dicha nos
sobre,
hasta
que en la Peña Pobre
estés penando, señor.
CARLOS:
Roberto, Amor lo concierta.
A Ninfa
en tierra o en mar
he de
buscar viva o muerta.
ROBERTO:
Comiénzala a vocear.
CARLOS: ¡Ninfa,
Ninfa!
ROBERTO: A esotra puerta.
Sale un
LABRADOR
LABRADOR: Si
buscáis una mujer
de
hermosura celestial,
diosa o
ninfa, al parecer,
por
este blanco arenal
al aire
intenta vencer.
No sé qué lleva; parece
cierva
herida, según va,
y
ansiosa el agua apetece
de este
río, donde ya
el
névado pecho ofrece.
Ya
dejó la blanca arena
y entre
la nevada espuma
parece
ahora sirena
con
quien no es bien que presuma
ser
hermosa la que suena
en
el mar napolitano
despeñada y enriquece
el
campo de cristal cano.
CARLOS:
Roberto, a Ninfa parece.
ROBERTO: Darle
voces será en vano,
que
no nos podrá escuchar.
CARLOS:
Lleguémonos a la orilla
donde
las podamos dar.
ROBERTO: La
noche podrá encubrilla,
que ya comienza a bajar.
Ya
no se ve.
CARLOS:
¿Qué ocasión
puede
moverla, Roberto?
ROBERTO: No sé.
CARLOS:
¡Extraña confusión!
ROBERTO: El
quererla es lo más cierto;
que ésta es propia condición,
Carlos, de toda mujer
a quien más amor obliga.
CARLOS:
Roberto, ¿no puede ser
que,
enamorada, me siga,
y que
llegase a entender
que fue por darme ocasión
para
dejarla, y que así
huyo de
la obligación?
Sígueme.
ROBERTO:
Ya voy tras ti.
CARLOS: ¡Ninfa,
Ninfa!
Vanse CARLOS y
ROBERTO
LABRADOR.
Locos son.
Ni
al hombre ni a la mujer
entiendo qué podrá sér.
Ahora
se han arrojado
al río
y pasan a nado
entrambos, al parecer;
pero
no es muy seguro el paso.
Voyme,
que la noche empieza,
con mis
cabras paso a paso.
Dicen dentro
CARLOS y ROBERTO
CARLOS:
¿Vienes?
ROBERTO:
San Juan de Cabeza.
CARLOS: ¡Ninfa,
Ninfa!
LABRADOR.
¡Extraño caso!
Vase el
LABRADOR, y sale NINFA, de
pobre
NINFA: No hay
cosa, Señor, que pueda
estorbarme que con tanta
diligencia os busque y siga,
que vos
propio me dais alas,
y como
de amor me habéis
herido,
Señor, el alma,
herida
y llena de fuego
vengo,
como cierva al agua.
Ninfa
soy ya de los ríos,
y la
cabeza bañada
de la
espuma saco a tierra
cortando las líneas plata.
Aquí ha
de estar mi remedio,
conforme la soberana
voz del
cielo me dio aviso
que por
su Ninfa me aguarda.
La
noche obscura se cierra
y las
estrellas más claras
de negras nubes reboza
y tempestad amenaza.
Ya con agua y con granizo
los
lóbregos senos rasgan,
y al
soplo del viento gimen
sacudidas estas ramas,
y
contra mí, al parecer,
agora
con justa causa
se
conjuran noche y nubes,
vientos, peñascos y plantas.
Pero
allí, entre aquellas peñas,
diviso una luz. Sin falta
la
cueva debe de ser
de
Anselmo, cuyas hazañas
heroicas pregona el cielo.
Ésta es
la dichosa entrada
y ésta
es la puerta. ¿Qué bien
a esta pobreza se iguala?
¿Qué
corte a esta soledad?
A este
palacio, ¿qué alcázar?
A esta
humildad, ¿qué grandeza?
¿Qué
ventura a dicha tanta?
Quiero
llamar, aunque rompa
de su
tranquila bonanza
las treguas. ¡Anselmo, Anselmo!
¡Anselmo, Anselmo!
Dentro
ANSELMO: ¿Quién llama?
NINFA: Una
mujer que el rigor
de las nubes besa y baña
con lágrimas tus
umbrales.
Ábreme,
Anselmo, levanta.
ANSELMO:
Perdona, mujer; que yo
no
puedo abrir. Pasa, pasa
delante
y déjame solo
en mi
quietud, que no faltan
adonde ampararte cuevas.
NINFA: Tu
persona es necesaria,
Anselmo, para mí agora,
que he
venido en tu demanda.
Mira
que me envía el cielo.
Sale ANSELMO,
ermitaño, muy viejo y vestido de
palmas, con linterna
ANSELMO: ¿Quién
eres?
NINFA:
Soy una esclava
del
demonio, una mujer
la
mayor y la más mala
pecadora que ha tenido
la
tierra entre todas cuantas
ha sustentado y sustenta.
Soy, al
fin, Ninfa.
ANSELMO: Levanta,
ya te
conozco. ¿Qué quieres?
NINFA: Anselmo, echada a tus plantas
vengo a confesar mis
culpas
y a que me limpies el alma,
que por
la mano piadosa
de
Dios, Anselmo, guïada,
a nado
pasé este río,
adonde
supe que estabas.
Dame,
Anselmo, la más fiera,
la más
dura, la más rara
penitencia que mujer
haya
hecho en carne humana;
que he
ofendido mucho al cielo.
ANSELMO: Esa
contrición bastaba
para
infinidad de culpas.
Levanta, Ninfa, levanta,
y
pluguiera a Dios que yo
en
cuarenta años que pasan
que ha
que vivo en esta cueva
vestido
de secas palmas,
siendo
hierbas mi sustento
y dos
peñascos por cama,
hubiera
medrado, Ninfa,
en la
conciencia, en el alma,
tanto
como tú en un día
no más.
NINFA: ¡Qué humildad tan santa!
ANSELMO: Entra
en esta cueva, adonde
jamás entró humana planta
después
que yo vivo en ella
sino tú
agora, y aguarda
del
cielo largas mercedes,
que la
mano soberana
de Dios
quiere hacerte ninfa
del
cielo.
NINFA:
En las penas largas
del
infierno mis delitos,
Anselmo, apenas se pagan.
Vanse. Salen CARLOS y ROBERTO mojados, que han
pasado a nado
CARLOS: Ya piso
tierra, Roberto.
ROBERTO: ¡Lindamente,
Carlos, nadas!
CARLOS: Gracias
a Dios que la arena
toco; a
pesar de las aguas.
Sale ROBERTO
como nadandoen seco
ROBERTO: Aún
estoy yo todavía
en el
golfo.
CARLOS:
Pára, pára,
que va estás nadando en seco.
ROBERTO:
¡Hablara para mañana!
Nunca
más burlas con ríos;
que
tienen bellacas armas.
Nade un
delfín que lo entiende,
hijo y
vecino del agua,
que de aquí adelante soy,
si el
demonio no me engaña,
de
parte de los mosquitos
que en
pipas de vino nadan.
¡Buenos
estamos, por Dios!
Pasados
de este otra banda
por el agua como huevos.
¡Oh,
cinco veces mal haya
quien
sirve a loco señor,
quien
tras vanos cascos anda,
hecho
fantasma en la tierra
y hecho
labanco en el agua!
Pues la noche nos ayuda,
agua,
Dios, hasta mañana,
agua
abajo, y agua arriba,
ella es
famosa empanada.
Tiempo
pato, tiempo sopa,
tiempo
hongo, tiempo rana,
tiempo muela de barbero,
tiempo
arroz, tiempo linaza.
¿En qué
ha de parar aquesto?
¿Soy
garbanzo, soy patata
soy
abadejo, soy berro?
¿Qué me
quieres?
CARLOS:
Ninfa, aguarda.
¿Adónde estás, dónde huyes?
Roberto.
ROBERTO:
¿Qué es lo que mandas?
CARLOS:
¿Divisas a Ninfa?
ROBERTO: ¡Bueno!
¡La
pregunta está extremada!
Pues no sé si estás ahí
sino
sólo cuando hablas,
¿y
dices si la diviso?
¡Famosamente despachas
mis
servicios!
CARLOS:
Pues, Roberto,
vamos
los dos a buscarla.
ROBERTO: Estoy
aguado, no puedo
y a un
rocín, sin tener alma,
cuando
lo está, no le corren,
o de
corrido descansa,
aunque
si ya los criados
plaza
de rocines pasan,
ya he
cerrado en tu servicio.
Viejo
estoy, échame albarda,
ponme a
una noria, que suelen
al
caballo de más fama
cuando
ya no es de provecho,
en las más prósperas casas,
dar este pago los dueños
y las dueñas o las amas,
y más si sabe estas cosas
la
duquesa de Calabria.
CARLOS: No hay
Calabria ni hay Duquesa;
sola
Ninfa es la que manda
dentro
del alma, Roberto.
ROBERTO: ¡Nunca
yo a verla llegara,
nunca
yo la conociera!
CARLOS: La más
lóbrega y extraña
noche
es que he visto.
Suena dentro
ruido de cadenas
arrastrando
ROBERTO: ¿No escuchas,
si no
es que el miedo lo causa,
Carlos,
un son de cadenas?
CARLOS: Los
sentidos acobarda.
ROBERTO:
¿Nosotros, señor, habremos
venido
a parte que vayan
nuestros nombres solamente
a
Cosencia?
CARLOS:
¡Cosa rara!
ROBERTO: En este
desierto debe
de
andar penando alguna alma
de las
que ha sacado Ninfa
con la
pistola o la espada
sino es
acaso la suya
que a
la violencia del agua
rindió
la tirana vida
que ha
sido
CARLOS:
Roberto, calla,
que la
belleza de Ninfa
es inmortal, y no basta
la
muerte a vencerla.
Suena ruido
ROBERTO: ¿Escuchas?
Ya se
acerca la fantasma.
CARLOS: No temo
nada, Roberto.
ROBERTO: Ya sé,
y mucho más batalla
con
estómagos de viento,
que
pasan las estocadas
por el
aire y queda un hombre
en
brazos de una tarasca
que le
hace harina los huesos,
sin
mirar, ni tocar nada.
Suena ruido
De
veras va esto. Se acerca.
CARLOS: No
temas, que la mañana,
desmentidora de sombras
de la
noche oscura helada,
abre las puertas al sol
y reciben las montañas
en fuentes de peña viva
racimos
de oro y de nácar,
y no
hay temor que amedrente
cuando
a la tierra acompañan
los
rayos del sol.
ROBERTO: Agora
entre aquellas peñas pardas
parece
que un monstruo viene
andando
hacia acá y arrastra,
una
cadena por tierra.
¡Pesada, espantosa carga:
notablemente me asombra!
CARLOS: No es monstruo, cosa es humana
que con
el largo cabello
lleva
cubierta la cara
y el
cuerpo de pardas pieles.
¡Prodigiosa vista!
ROBERTO: Espanta.
CARLOS: Una
calavera lleva
en la
mano izquierda y rasga
con la
derecha y con una
piedra
el pecho.
ROBERTO:
Ella es extraña
penitencia.
Sale NINFA como
se ha dicho por una puerta y
éntrase por otra
CARLOS:
Ya se vuelve
huyendo, que al viento iguala
como
nos ha visto.
ROBERTO: Pienso
que es
mujer.
CARLOS:
Y no te engañas.
El alma me da, Roberto,
que es
Ninfa, y me lleva el alma.
ROBERTO: ¿Ninfa
vestida de pieles
con
cadena y con la amarga
de la
muerte imagen fea,
rompiendo la no tocada
nieve
de su pecho? Es sueño,
es
burla.
CARLOS:
Mujer, aguarda,
si eres
Ninfa o sombra suya
a mi
voluntad ingrata.
Carlos.
soy.
Dentro
NINFA:
No te conozco,
hombre. No me sigas.
CARLOS: Pára,
refrena
el ligero curso.
NINFA: Busca a
Dios.
ROBERTO:
Ése te valga,
y de
esta sombra te libre
que te
sigue y no te alcanza;
y ansí
me da un amo cuerdo,
que no
es pequeña ventaja.
Vanse. Sale NINFA sola como antes, de
penitencia
NINFA: Si
esta persecución, Señor, importa
para
regalo mío, vengan muchas,
que
siendo Vos mi amparo no las temo,
aunque me sigan con mayor extremo.
Anselmo, a cuyos pies mis culpas
dije
y me dio la divina
Eucaristía,
dándome
esta cadena en penitencia,
que fue
cilicio suyo y esta dura
peña
con que mi pecho y mis entrañas
con la
memoria de la muerte fiera
de
acero duro las convierte en cera,
y aquestas pieles de animales fieros,
segunda vez pasar me
manda el río
y que
apartada de él en la otra banda
en la
gruta más áspera procure
adelante llevar mi pensamiento,
porque
vemos ejemplos cada día
del mal que causa nuestra
compañía.
Barca
parece que hay dentro del río
y el
barquero ha saltado en tierra agora,
que con
la lluvia de la noche oscura
soberbio raudal lleva, y la creciente
es
imposible que pasarla intente,
menos
que en puente o barca, y quizá el cielo
por
esta parte me encamina.
Sale un
BARQUERO
BARQUERO: ¿Quieres
pasar,
mujer, el río?
NINFA: Sí, quisiera,
que me
importa pisar la otra ribera.
BARQUERO: Entra
en la barca, pues.
NINFA: No tengo cosa
que
darte.
BARQUERO: Eso no importa, si eres pobre.
Vamos,
camina aprisa.
NINFA: El bien te
sobre.
Vanse. Salen ROBERTO y CARLOS
CARLOS: Sombra
debió de ser, Roberto, aquélla,
que el
viento la llevó.
ROBERTO: Los que han perdido
todo es
antojos cuanto ven. Concluye
imaginando que perdiste a Ninfa
y que
si bien te quiere ha de buscarte,
y que
si no, que es imposible cosa,
aunque
corras la tierra en busca suya,
ni
aunque surques el mar a vela y remo,
que la
mujer olvida con extremo.
Advierte que eres duque de Calabria,
que
tienes por mujer tan gran señora,
que lo
menos que tiene es ser legítima
hija de
un rey de Nápoles, y mira
no te
castigue el cielo.
CARLOS: Como cuerdo,
Roberto, me aconsejas; yo estoy loco.
Dar
vuelta procuremos a Cosencia
ROBERTO: Hace
como quien es vuestra excelencia.
Da voces dentro
NINFA
NINFA: ¡Que me
ahogo! ¡Socorro!
CARLOS: Voces suenan.
ROBERTO: Serán
de ganaderos.
NINFA: ¡Que me ahogo!
CARLOS: Voces
son de mujer; guía, Roberto,
a la
puente.
ROBERTO:
¡Notable desconcierto!
Vanse. Sale el BARQUERO arrastrando a NINFA de los
cabellos por el tablado
NINFA: ¡Que me
ahogo, piedad!
BARQUERO: No saldrás, Ninfa,
con lo
que intentas esta vez, ni el cielo
ha de
poder librarte, ni ese viejo
Anselmo,
mi enemigo. ¡Muere, ingrata,
que el
mismo a quien serviste ése te mata!
No has
de lograr la penitencia. ¡Muere!
Pues
has sido mi esclava en mi servicio,
que no
te has de alabar de la vitoria
del
haberme dejado a tan buen tiempo.
Sale el ÁNGEL
custodio
ÁNGEL: Ya no
es tu esclava, cese tu castigo.
Ninfa
es del cielo. Apártate enemigo.
BARQUERO: ¿Hasta
aquí me persigues? ¿Qué me quieres?
ÁNGEL: Quitarte a Ninfa.
BARQUERO: Vesla ahí.
ÁNGEL: Barquero
infernal, vete agora.
BARQUERO: Yo me parto;
mas yo
me vengaré.
ÁNGEL: Vete, enemigo.
Sígueme, Ninfa.
NINFA:
Ya, mi bien, te sigo.
Vanse. Sale la DUQUESA y todos los que puedan con
ella de casa
UNO: Aquí
vueselencia puede,
si
quisiere, descansar.
DUQUESA: Ya no
hay, Ortensio, lugar
para mi
descanso. Excede
la
pena al mayor descanso,
el
pesar al mayor gusto,
que
puede mucho un disgusto.
Sale un PASTOR
PASTOR: Tienes de pagarme el ganso.
DUQUESA: ¿Qué
tiene ese labrador?
PASTOR: Señora,
pues me ha escuchado,
un
criado mal criado
tuyo
entró por Valdeflor
cuando pasó por allí
agora su
señoría,
con
toda la fantasía
que en
toda mi vida vi;
y al
pasar della laguna
una
pedrada tiró
a un
ganso, y me le mató
sin
helle cosa ninguna,
y no me quiere pagar
lo que
vale.
DUQUESA:
¿Quién ha sido?
PASTOR. A fe,
si hubiera querido
la
señora del lugar
que
estuviéramos mejor
de lo
que estamos tratados,
pues tien vasallos honrados.
DUQUESA: No os aflijáis, labrador.
Hacedle dar lo que
vale,
y
vuélvanle luego el ganso.
PASTOR: Dios le
dé mucho descanso,
porque
la presencia iguale
siempre a tan grande valor
como
muesa aquese pecho.
DUQUESA: Venid
acá: ¿qué se ha hecho
Ninfa?
PASTOR:
Dejó a Valdeflor,
y
por su bellaquería
o poco
recato, en fin,
la gozó
un hombre roín
estando
allá en su alquería,
y
burlada la dejó;
y ella,
loca y agraviada,
por
quedar de éste vengada
bandolera se tornó;
hasta qué enviando el rey
un
tercio de infantería,
su
furia huyó en compañía
de un
caballero sin ley
que
dicen que era casado,
y aun
hay quien ha dicho aquí
que era el duque...
DUQUESA: Acaba, di.
PASTOR: De
Calabria, y que le ha dado
la
palabra de matar
a su
mujer, que diz que es
una
santa, y que los pies
no le
merece él besar.
¿De
qué lloráis?
DUQUESA: Hame dado
compasión esa mujer.
PASTOR: Otra
tal encontré ayer
viniendo tras mi ganado
de
esa montaña al pasar.
Sentíla
que caminaba,
que
atrás el viento dejaba
sin
volver, hasta llegar
al
río, donde se echó,
y un
hombre que la seguía
con
otro en su compañía
dándole
voces, cortó
también el agua tras ella.
DUQUESA: ¿Cómo
la llamaba?'
PASTOR: El nombre
no le
escuché bien.
DUQUESA: ¿Y el hombre?
PASTOR. Era de
presencia bella
y
que moviera a respeto
a
cualquiera su persona.
DUQUESA: (A
fuego y sangre pregona Aparte
en
público y en secreto
la
Fortuna contra mi
guerra
de celos crüel.
El
duque es éste, y si es él
ya el
bien y la paz perdí;
porque, aunque son ilusiones
los celos imaginados,
cuando son averiguados
son
ciencia sin opiniones.
Quiero averiguarlos más.)
¿Conoces a Ninfa?
PASTOR: No;
porque
después que murió
su
padre, nunca jamás
los
de Valdefior la vimos,
hasta que, siendo mayor
por el
campo a Valdeflor
trocó,
aunque todos sentimos
el
faltar de su lugar
en
extremo.
DUQUESA:
¿Esa mujer
que
encontraste, puede ser
de ese
modo?
PASTOR:
Que pensar
con
aqueso me habéis dado;
porque
huyendo del furor
del
rey, con tanto valor
puede
ser se haya escapado
y yo no la conociese;
pero el
galán, ¿quién sería,
que tan
loco la seguía?
DUQUESA: Puede
ser que el duque fuese.
PASTOR: La
presencia era, pardiez,
de
duque o de gran señor.
DUQUESA: Llevad
este labrador;
que he
de salir esta vez,
Ortensio, de mi sospecha.
PASTOR: ¿Dónde
me quieren llevar?
DUQUESA: Guía
hacia el mismo lugar
que
dices.
UNO:
No te aprovecha
querer dar excusas ya.
DUQUESA:
Llevadle.
PASTOR:
¡Señora!
DUQUESA: ¡El coche,
hola!
PASTOR:
¿Vine de allá anoche
y he de volver hoy allá?
UNO: ¿Qué importa, pues interesa
paga,
que mil leguas ande?
¿No
basta que te lo mande
mi
señora la duquesa?
PASTOR:
¡Nunca yo pidiera el ganso!
DUQUESA: (¡Qué
me cuestas de desvelos, Aparte
Carlos! Mas ¿cuándo los celos
dieron
al alma descanso?)
Vanse
todos. Sale NINFA sola
NINFA:
Tente, aguarda, esposo amado.
¿Cómo te vas y me dejas,
y de mis brazos te alejas?
¿Qué nuevo amor te ha
llevado?
¿Tampoco estás satisfecho,
dejándome en triste calma
del que
me enamora el alma
y del
que me abrasa el pecho?
Dormida me habéis dejado
y os
vais, Señor, ¿cómo es esto?
Volved
a casa tan presto.
¿Me
habéis, mi bien, olvidado?
¡Ay,
que me abraso, por vos!
Volved,
gloria de mi vida,
que estoy de amores perdida.
Tomad
el alma, mi Dios.
Volved, no me deis enojos,
porque, entretanto que
voy
tras
vos, mi bien, Ninfa soy
de las fuentes de mis ojos.
Árboles, fuentes y peñas,
al alma
no le escondáis,
que
porque de él me digáis,
yo os daré todas las señas.
Es a la parda avellana
semejante su cabello;
al blanco marfil, su cuello;
sus
mejillas, a la grana;
su
frente es nevada falda,
que de
mil claveles rojos
termina, un valle; sus ojos
son dos soles de esmeralda;
corona las niñas bellas
de celajes carmesíes;
sus labios llueven rubíes;
sus dientes nievan estrellas.
¿Hay quién de él me
diga, hay quién
me le
enseñe? Peñas duras,
arboledas, fuentes puras,
decid,
¿dónde está mi bien?
Se asoma CRISTO
en la fuente
CRISTO:
¡Ninfa!
NINFA:
eñor, ¿dónde estais?
CRISTO: Aquí en
esta fuente estoy.
NINFA: Allá a ser Narciso voy,
si vos,
Señor, me miráis.
CRISTO:
Llega, llega.
NINFA: ¡Esposo mío,
mi
bien, mi Señor, mi Dios!
CRISTO: Presto,
Ninfa, de los dos,
ya que
en tu valor confío,
el
desposorio verás;
que a
las vistas vengo así.
Presto
partirás de aquí
y al
sol belleza darás,
y
para no ser ingrato
amante,
lo que esté ausente,
Ninfa
mía, en esta fuente
te
dejaré mi retrato,
aunque es imposible estar
ausente
de nada yo.
NINFA: ¡Mi
bien, Señor!
Desaparece el
CRISTO. Asómase CARLOS en lo
alto, encima de la misma fuente
CARLOS: No igualó
al
viento vela en el mar,
como
tras Ninfa me lleva
el
pensamiento forzado
de mi
enemigo cuidado
en
demanda de su cueva;
que
mudando el pensamiento
del
amor que me tenía,
en
estos montes porfía
ser
prodigioso portento.
Y así tras sus pasos voy,
celoso y determinado,
que de
ver que me ha olvidado
corrido
en extremo estoy;
y
aun rabio de verla ansí
de otro
dueño enamorada.
Toda
ésta es peña tajada,
no
puedo pasar de aquí.
NINFA: Mi
bien, no os vais tan aprisa,
dadme
un abrazo, Señor,
que
quedo muerta de amor.
CARLOS: Aquélla
que se divisa
sóbre aquella fuente agora
es
Ninfa, si no me engaño.
NINFA: ¿Por la
imagen de mi daño
truecas
la que el alma adora?
Fuente, ¿qué es esto? ¡Ay de mí!
Pues
donde el cielo me honró,
del
perro que me mordió
el
retrato miró en ti.
Alza los ojos
arriba y quiere huír
Allí
está el original:
huír
quiero.
CARLOS:
¡Extraña cosa!
Mi
bien, aguarda, reposa.
NINFA: Causa
de todo mi mal,
déjame.
CARLOS:
Aguarda, o si no
me
despeñaré de aquí.
NINFA: Si se
despeña de allí
vengo a
ser la causa yo
de
perderse un alma, y son
los
peligros que recelo
extraños. Si aguardo...¡ay cielo!...
¿qué
haré en tanta confusión?
CARLOS:
¿Cómo es posible que olvidas
tanto
amor y voluntad?
NINFA: Sigo,
Carlos, la verdad
del
cielo; el bien no me impidas.
Déjame, que ya no soy,
Carlos,
la que conociste;
ya soy
una sombra triste,
ya con
otro dueño estoy.
Dios
ha tenido de mí
lástima, y me ha remediado,
y matrimonio he tratado
con
Él. Carlos, vuelve en ti;
que
ya soy de Dios esposa,
y tuya
no puedo ser;
vuélvete con tu mujer,
que es
honesta y virtuosa.
Ya
yo no estoy de provecho
para el
mundo, que me tira
otro
pensamiento; mira
hecho
pedazos el pecho,
sangriento el cuerpo y llagado,
porque
con, esta cadena
que
arrastro por tierra en pena,
y
prisión de mi pecado,
justamente le castigo
toda la
noche y el día,
que ha
sido del alma mía
mi más mortal enemigo.
Todas las cosas se acaban,
Carlos, y la edad ligera
lleva
nuestra primavera
a la
muerte y no se alaban
los homenajes apenas
que pudieron resistir
a los tiempos sin rendir
a la
tierra sus almenas.
Carlos, tu vida gobierna
en lo
mejor de tus años,
pues ves tantos desengaños,
que hay muerte y hay pena
eterna.
Vase
CARLOS:
Venturosa penitente,
ya que
esa causa te aleja
de mí, que te bese deja
las plantas. Ninfa,
detente.
Vase
también. Salen la DUQUESA, ROBERTO y
toda la compañía con ellos
ROBERTO:
Señora, en esta ocasión
que debes tanto a Roberto,
siguiendo sin seso al duque
como a
tu cuidado pienso
injustas o justas cosas
quien
no obedece sirviendo
a su
dueño, y más en éstas
que no han tenido remedio.
Para el
suyo te ha traído,
sin
duda, señora, el cielo,
porque
en estos montes anda
sombra
y engaños siguiendo.
DUQUESA: Aunque
el duque me aborrece,
Roberto, le adoro y quiero
más que
a mí misma, y ansí
ansiosa
a buscarle vengo.
La
fama, que siempre ha sido
de
todas nuevas correo,
me
avisó de la jornada
del duque y de su suceso.
Sin
poderme resistir
partí
de Cosencia luego,
encaminada a este bosque
de mi
amor y de mis celos,
que con
sola mi persona
reducir
acá los pienso
sin
darle a entender que han sido
causa
mis rabiosos celos.
Pártete
con la mitad
de mis
criados, Roberto,
hasta
que el duque encontréis,
diciéndole
cómo quedo
cazando
en el bosque a causa
de
haber venido a este puerto
en
devota romería
a ver
la ermita de Anselmo,
un
varón santo que dicen
que
vive en este desierto,
y me
entretengo cazando
en
tanto que a verle vuelvo,
encubriendo lo posible
que ha
sido otra causa.
ROBERTO: Hoy veo
en ti
un romano valor.
DUQUESA: Que he
sabido que a lo mesmo
se ha
detenido, y que estoy
loca de
gusto y contento.
ROBERTO: Vamos.
DUQUESA:
Quizás pondré ansí
a mis
desdichas remedio.
ROBERTO: Huélgome, porque salgamos
de ser
amantes del yermo.
Vase
UNO: Puesto
que de tus sospechas
hayas
visto los efetos,
diviértete, si es posible,
que te
matarán los celos.
OTRO: ¿Quieres que echemos un gamo
porque
le mates?
UNO: Yo creo
que uno
corta aquellas ramas
agora.
DUQUESA:
Matarle quiero;
haré
verdad el achaque
y con él lisonja al dueño
que
adoro y huye de mí.
UNO: Tírale
y pásale el pecho
con el
venablo.
DUQUESA:
Camilo,
rayo será de mis celos.
OTRO: Cayó en
tierra.
Tira el venablo
la DUQUESA, y dice NINFA
dentro
NINFA:
¡Muerta soy!
DUQUESA: Voz
humana fue.
Sale NINFA con
el venablo atravesado
NINFA:
Ya el cielo
venganza de tantas vidas
ha
tomado en mí, que en tiempo
ninguno
puede faltar
la
verdad de su evÁNGELio.
Quien a
hierro mata es justo
que
muera también a hierro.
DUQUESA: Llegad
y mirar quién es.
NINFA: ¿Eres
tú la que me has muerto?
DUQUESA: ¿Quién
eres?
NINFA:
Una mujer
que ha
ofendido mucho al cielo
y que
pago mis pecados
de esta
suerte.
DUQUESA:
¡Él es portento
prodigioso!
NINFA:
Ya, señora,
que en
las manos vuestras muero,
decid
quién sois.
DUQUESA: La duquesa
de
Calabria, que entendiendo
que eras
algún animal,
entre
estas ramas he hecho
cosa
que me pesa tanto.
NINFA:
Justamente me habéis muerto,
porque
os he ofendido, mucho.
DUQUESA: ¿Quién
eres?
NINFA:
Un monstruo fiero
de
Calabria, un basilisco,
una
víbora, un incendio.
DUQUESA: ¿Quién
eres, mujer, al fin?
NINFA: Ninfa
soy.
DUQUESA:
¡Válgame el cielo!
¿Tú eres Ninfa?
NINFA: Yo soy Ninfa,
que pago lo que te debo;
perdóname en este trance
las ofensas que te he hecho,
porque morir a tus manos
son soberanos secretos.
DUQUESA:
Admirada estoy. ¿Qué hacías
de tal
suerte?
NINFA:
Estaba haciendo
penitencia de mis culpas.
Sale CARLOS
CARLOS: ¡La
duquesa aquí! ¿Qué es esto?
¿Quién
te ha muerto, Ninfa?
NINFA:
Carlos,
no te
alteres, que es del cielo
en mi
predestinación
inexcrutable rodeo.
Pensando que era animal
tu
esposa misma me ha muerto,
que,
para descanso mío,
es de
mi muerte instrumento.
CARLOS: Déjame besar mil veces
esas heridas.
NINFA:
Al cuerpo
no me
toques. Tente, Carlos.
CARLOS: Haré
locuras y extremos.
NINFA: Carlos, lo que importa más
es
buscar a Dios, que aquesto
es
regalo para mí.
Aparece el
CRISTO bajando en una peana, y va subiendo
NINFA en otra
CRISTO: ¡Ninfa
esposa!
NINFA:
¡Amado dueño!
CRISTO:
Nuestras bodas se han llegado.
Vestido
de boda espero.
Venid,
hermosa paloma,
que ya
ha pasado el invierno,
y en el inmortal abril
las flores
aparecieron.
Llegad a mis brazos, Ninfa,
y Ninfa
sólo del cielo.
NINFA: Mi
bien, mi gloria, mi esposo,
por
vuestro costado quiero
entrarme en Vos.
CRISTO: Ya estáis, Ninfa
y
querida esposa, dentro.
NINFA: Apretadme más los brazos,
mi bien, mi amor, mi
remedio,
que en
ellos...
CRISTO:
Valor, esposa.
NINFA: Mi
espíritu os encomiendo.
Ciérrase la
cortina como se abrió
CARLOS: ¡Oh,
prodigio soberano!
Altos
son vuestros secretos,
DUQUESA: Señor, notables favores
a una mujer habéis hecho.
CARLOS: Esto el
cielo ha permitido,
Dïana,
para bien nuestro.
Perdonad, que yo daré
de mi
vida tal ejemplo
que
admire mi penitencia.
Llevemos el santo cuerpo
para
que dé admiración
la
santidad y el suceso.
DUQUESA: Con la
majestad debida
y
ostentación la llevemos
para
patrona.
CARLOS:
Y aquí
da fin
la Ninfa del Cielo,
cuya
prodigiosa vida,
por
caso admirable y nuevo,
Ludovico Blosio escribe
en sus
morales ejemplos.
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