ACTO PRIMERO
Salen CARMENIO,
CELAURO y TORILDA, cantando y
bailando, y TIRSO y otros PASTORES con ellos
TODOS: "Buenas eran las azucenas;
mas las clavellinas eran mas
buenas."
UNO: "Si
las rosas eran lindas,
lindas son las maravillas,
mejores las clavellinas,
olorosas las mosquelas."
TODOS: "Buenas eran las azucenas;
mas las clavellinas eran mas
buenas."
UNO: "Verde
estaba el toronjil,
el
mastuerzo y perejil,
y
más verde por abril
el poleo y la verbena."
TODOS: "Buenas eran las azucenas;
mas las elavellinas eran mas
buenas."
CARMENIO:
¿Venimos tarde o temprano?
CELAURO: Buena
hora pienso que es;
que
agora raya las tres
del reloj del sol la mano,
y el
cura hisopaba ya,
señal
que acabado había
las
vísperas.
TORILDA:
¡Lindo día!
TIRSO: Es San
Juan. ¿Qué no tendrá?
Poca
gente ha de venir
hoy al
baile.
TORILDA:
Han madrugado,
y
estará el pueblo cansado,
sin
hartarse de dormir;
que
las tardes de San Juan
siempre
son tan dormidoras,
como
son madrugadoras
las
mañanas.
CELAURO:
Aquí están
con
tal silencio en palacio,
que
nadie nos ha sentido.
CARMENIO: Habrán
a las dos comido,
y descansarán despacio.
TIRSO: ¡Mal
hemos hecho en armar
hoy el
baile acostumbrado,
que es,
en fin, día cansado.
CARMENIO: ¡Bueno
es eso! Por bailar
no
comerá una mujer
ni dormirá en todo un año.
TORILDA: Claro
está de cualquier daño
la
culpa hemos de tener.
CARMENIO: ¿Si
saldrá a vernos Sirena
como
acostumbra?
CELAURO: ¿Pues no?
¿Cuándo
de alegrar dejó
nuestra
fiesta, estando buena?
TIRSO: Para
ser tan principal,
y, en
fin, dueño del aldea,
su
conversacián recrea
desde
la seda al sayal.
¿Hay
señora más afable?
CARMENIO: Muestra
al menos que es posible
ser grave y ser apacible,
ser ilustre y
conversable.
CELAURO:
Pardiez, ella es buena moza.
¡Venturoso el desposado
que ha
de comer tal bocado!
TIRSO: Poco el
amor la retoza.
No
se casará tan presto;
que en
fe de su libertad,
ha
dejado la ciudad,
y en el
ejercicio honesto
de
esta aldea, gozar deja
sin
sospechas su edad verde.
CARDENIO: El
tiempo que agora pierde,
llorará
cuando sea vieja.
Pero
volved a cantar,
porque
si duerme la siesta,
despierte, y salga a la fiesta;
que es ya hora de bailar.
Cantan
TODOS: "Buenas eran las azucenas;
mas las elavellinas eran mas
buenas."
Sale SIRENA
SIRENA: Tan
buena es vuesa venida
como la
música es buena.
TIRSO: A ser
la vuesa, Sirena,
pudiera
ser que dormida
la
gente, se descuidara
de los
alegres extremos
que el
día de fiesta hacemos
en vuesa
casa, y tardara
de
venir al baile.
SIRENA: ¡Bueno!
Eso es
decir que he dormido
mucho,
y que tarde he salido.
CELAURO: Por,
San Juan, el campo ameno
dilata a la tarde el sueño
que por
la mañana agrada;
pero no
valemos nada
sin
vos, que sois nueso dueño
y
llama el amor tardanza
a lo
que aun no es dilación.
SIRENA: Merécelo mi afición.
Salen NISO y CLORI
NISO: Por
adónde va la danza
Iba
el otro pescudando
el
Corpus, después que había
día y
medio que dormía;
y yo le
voy imitando,
porque si no me despierta
Clori,
hoy se hace sin mí
la
fiesta.
CARMENIO:
Sentaos aquí,
Niso,
mientras se concierta
el
baile.
CELAURO:
Presto los dos
os pareáis.
CARMENIO:
Siempre quiero
tener
contento al barbero.
Como lo
sois, Niso, vos,
gusto andar a vueso lado,
y
contentaros codicio.
NISO: ¿Por
barbero?
CARMENIO:
Es vueso oficio
peligroso y delicado.
Anda
puesta en vuesa mano
la
vida, y si se os encaja,
al
tumbo de una navaja
podéis
tumbar un cristiano
NINO: Y
aun por aquesa razón
Dionisio, que no fiaba
de
barberos, se quemaba
la
barba con un tizón
a un
espejo, pelo a pelo.
CELAURO: Ése lo
más tenía andado
para puerco chamuscado.
NINO: ¡Ved lo
que puede un recelo!
TORILDA: ¡Y
lo que un barbero sabe!
No
dejará de encajar
su
historia en cada lugar,
por
cuanto hay.
CLORI:
Cuando se alabe
de
leído, hacerlo pudo;
que no
es mucho, quien intenta
aguzar
siempre herramienta,
que de
aguzar quede agudo.
TIRSO: Si
el discreto en cualquier parte
dicen que parte un cabello,
¿qué
mucho que venga a sello
quien
tantos cabellos parte?
TORILDA: Todo
barbero es picudo.
CELAURO: Unos
imposibles vi
ayer, y
entre ellos leí
pedir un barbero mudo.
NISO: No
hablo mucho, pues consiento,
callando, tanto picón.
SIRENA: Niso ha
tenido razón.
Déjenle y muden de intento.
Salen CORBATO
y FENISA
CORBATO:
Salve y guarde.
SIRENA: Bien venido,
alcalde. ¿Cómo tan tarde?
CORBATO: ¡Oh
señora! Dios la guarde,
y dé un
famoso marido.
Pardiez, que hemos arrendado
unos
prados del concejo;
pujólos Antón Bermejo,
y picóse Bras Delgado.
Volvió a pujarlos más;
y emberrinchéddose Antón,
pególes otro empujón.
Pujó
cuatro regles Bras;
y a tal la puja los trujo,
que
aunque los llevó Delgado,
creo,
según han pujado,
que
quedan ambos con pujo.
TIRSO: No
ha gastado el tiempo en balde.
CLORI: Ni se
ha empezado a bailar.
SIRENA: Denle
al alcalde lugar.
CELAURO:
Asiéntese aquí el alcalde.
SIRENA:
Fenisa.
FENISA:
¿Señora mía?
SIRENA: Triste
venís, ¿qué tenéis?
FENISA: Porque
la fiesta no agüéis
ni el
baile de aqueste día,
aunque me afrija y me aburra,
no he
de decir lo que ha habido.
SIRENA: Por
amor de mí, ¿qué ha sido?
FENISA: Movió
habrá un hora mi burra.
Ya
su merced la conoce,
la mohína...
SIRENA:
Bien está.
FENISA: ...que
cuando al molino va,
no hay
burro que no reoce.
Unos
dicen que de ojo,
porque
era linda criatura;
pero yo
me atengo al cura,
que
dice que fue de antojo.
SIRENA: ¿De
antojo?
FENISA:
Como lo pinto.
SIRENA: ¿Y fue
el antojo?
FENISA: Creo yo,
que
porque almorzar me vio
dos
sopas en vino tinto;
porque rebuznó al momento
y sé yo
que come bien
sopas
en vino también.
Ella,
en fin, movió un jumento
con
su cola y con hocico
tan acomodado y bello
que si
se lo cuelga al cuello
su
merced, no habrá borrico
que
tras ella no se vaya.
SIRENA: El
presente es de estimar.
FENISA: Hoy
juré de no bailar.
SIRENA: Jura mala en piedra caya.
FENISA: Y
más en tocando Gil;
que si
va a decir verdá,
a cada
golpe que da,
me
retoza el tamboril.
Sale GUARGUEROS
GUARGUEROS: ¿La
fiesta se hace sin mí?
CORBATO: ¿Qué
fiesta hay sin sacristán?
SIRENA: ¡Y más,
fiesta de San Juan!
GUARGUEROS: ¡Oh
señora! ¿Vos aquí?
Los cielos salud os den,
larga vida, honra y
provecho,
y un
esposo hecho y derecho,
per
omnia secula, amén
SIRENA: Dios
os de lo que deseáis,
Guargueros.
FENISA:
Serán entierros.
TIRSO: Aqueso
no, doyle a perros.
GUARGUEROS: A lo
menos que paráis
de dos en dos los infantes
las mujeres de esta aldea
el sacristán os desea
y os caséis antes con antes
que es desearos lo mismo
porque no hay melancolía
ni pariente pobre el día
que es
de boda o bautismo.
NISO: ¿Que hay de bodigos, Guargueros?
GUARGUEROS: Bueno
ha estado el pie de altar.
SIRENA: ¿Qué
hace el cura?
GUARGUEROS: Repasar
antífonas
y dineros,
con
unos antojos viejos
y un
sombrero con mas grasa
que el
arroz que hacéis en casa.
Ha dado
en crïar conejos,
y va
a verlos al corral,
donde
tal vez, si se enoja,
el
báculo les arroja
y al
que alcanza por su mal,
le
sentencia al asador;
y a un
salmorejo que el ama
hace,
con que la sed brama,
hasta
que aplaque el calor
un
sabroso ojo de gallo
que
saltando con pies rojos,
se
quiere entrar por los ojos.
SIRENA: ¡Qué
bien sabéis alaballo!
GUARGUEROS:
Harto mejor sé beberlo.
CELAURO: ¡Linda
vida rompe un cura!
GUARGUEROS: Es
regalada y segura.
No me
muera yo hasta serlo.
NISO:
¿Hemos de jugar un rato?
GUARGUEROS: Ajedrez no, damas sí.
NISO: Vaya, pues, sentaos aquí,
TORILDA: Juego
donde no hay barato
no
es bueno.
NISO:
Venga el tablero.
SIRENA: ¡Qué
ordinaro es cada vez
jugar
damas o ajedrez
un
sacristán y un barbero!
GUARGUEROS: Un
peón me habéis de dar
y
tablas.
NISO:
Aqueso no,
media
pieza os daré yo.
GUARGUEROS: Las
tablas quiero soltar,
y
dadme la pieza entera.
NISO: Vaya, y
no os quejéis de mí.
CORBATO: ¿Qué hacéis
los demás aquí?
Echemos el pesar fuera.
¿Hay naipes?
CELAURO:
Donde yo estoy,
¿pueden
faltar?
CARMENIO:
Claro es.
CORBATO:
Juguemos los cuatro, pues.
TIRSO: ¿Qué
juego?
CORBATO:
Flor, o rentoy.
CELAURO: Va
al rentoy. Tended la capa.
CARMENIO: Dos
contra dos.
CORBATO:
Claro está.
CELAURO:
Carmenio, pasaos acá.
TIRSO: ¿Juega
bien?
CELAURO:
Mejor que el papa.
Juegan a las damas GUARGUEROS y NISO, y sobre
una
capa en el suelo,
CORBATO, CELAURO, CARMENIO y TIRSO, y A otra
parte, alrededor
de SIRENA que está en una silla, sentadas
en el suelo parlan
TORILDA, CLORI y FENISA
SIRENA:
Clori, ¿cómo va de tela?
CLORI: Ya está
empezada a tejer.
SIRENA: ¿Es
delgada?
CLORI:
¿Qué ha de ser
si,
como murió mi abuela,
no
me ha vagado el hilar
y así saldrá poca y gruesa.
SIRENAL: De
vuestros males me pesa.
Está
bueno el palomar,
Fenisa?
FENISA:
Hay poca alcarceña,
y culebras y estorninos
me comen los palominos.
SIRENA: ¿Qué,
no hay ganancia?
FENISA: Pequeña.
NISO: Coma
vuesarcé esa dama,
comeréle cuatro yo.
GUARGUEROS: ¡Par
Dios que me la pegó!
SIRENA: ¿Y el
niño, Torilda?
TORILDA: A un ama
le
he dado, señora mía;
que yo
crío al de un marqués.
SIRENA: Mal
hacéis.
TORILDA:
El interés,
y el
dar leche a un señoría
de
quien espero favor,
hace
que a mi hijo olvide.
SIRENA: No es
madre aquella que impide
con interés el amor.
Clori, ¿tenéis muchos gansos?
CLORI: Gansos
y pavos, señora,
he dado en crïar agora.
SIRENA: Provechosos son y mansos.
¿Qué tantos tendréis?
CLORI: Tendré
como
obra de dos docenas.
CORBATO: Rentoy.
CELAURO:
¿Tenéis cartas buenas?
CARMENIO: Así,
así.
CORBATO:
Rentoy.
CARMENIO: ¿Querré?
CELAURO: Sí.
CARMENIO:
Pues quiérole...
CORBATO: Perder.
CELAURO: La
malilla.
CORBATO: Rendivuy.
CARMENIO: Non
rendire, permanfuy;
que aun
otro luego ha de haber.
Dentro
CARLOS: Tené
este estribo.
SIRENA: Éste es
Carlos.
FENISA:
Ya yo me espantaba
que
nuestra fiesta olvidaba.
Sale CARLOS y
levántanse
todos
CELAURO: Quédese
para después
el
juego.
CARLOS:
¡Prima, Sirena!
SIRENA: Ya yo,
Carlos, os quería
acusar
la rebeldía.
CARLOS: Sin
culpa fuera esa pena.
SIRENA: ¿Sin
culpa, día de San Juan,
y mi
primo estar sin ver
a quien
por sola y mujer,
los que
en este pueblo están
vienen
a hacer compañía?
CARLOS: Unas
cartas de importancia
que he
despachado al de Francia,
envidiosas, prima mía,
del
gusto que tengo en veros,
el
tiempo me han ocupado.
¡Oh Tirso, oh alcalde honrado!
¡Niso,
Carmenio, Guargueros,
Clori, Torilda, Fenisa!
Donde
vosotros estáis,
¿qué
falta un mi ausencia halláis?
CORBATO: Por
Dios que es cosa de risa
la
fiesta y conversación
do no
está su señoría.
FENISA: Sin él
la mejor es fría.
CARLOS: Todo es
pagar mi afición.
Ea,
vuélvanse a poner
los
bolos en su lugar.
Volveos todos a sentar,
a jugar
y entretener.
Se vuelven á
sentar como estaban primero,
menos las
pastoras, que se apartan de SIRENA, la cual habla con
CARLOS, silla a
silla
TIRSO:
Pardiez, pues nos da licencia,
que hemos de acabar un juego.
CARLOS: Jugad,
y báilese luego.
GUARGUEROS: Yo he
perdido la paciencia,
Y he
de ver si aquesta vez
la
desquito
CARLOS:
¿Qué es, Guargueros?
¿Habéis menester dineros?
GUARGUEROS: Pocos
gasta el ajedrez;
mas
se juega por la honrilla.
Yo
agradezco la merced.
NISO: Entable
vuesa merced.
CARMENIO: Siempre
os entra la malilla.
GUARGUEROS: Yo
abriré el ojo de suerte,
que no
me sopléis más pieza.
CARLOS: Mi
bien, sin vuestra belleza,
todo es
pena, todo es muerte.
Sola
una legua que dista
mi
castillo de Peñalba
de este lugar, donde el alba
amanece
en vuestra vista;
cuando os vengo a ver, se me hace
una
peregrinación
prolija. La dllación
que del
no gozaros nace,
con pinceles
del deseo
pinta
en lienzos del temor
lejos y sombras de amor,
que en cortas distancias
veo.
SIRENA: No
son, mi esposo, diversos
los
pensamientos prolijos,
del amor
que os tengo, hijos.
¡Qué de
lisonjas y versos
digo
al sol porque se vaya,
y en la
noche su luz borre,
dándole
porque no corre,
para
que se corra, vaya!
¡Qué de veces que le riño,
porque
contra mi consejo,
madrugando como viejo,
nace y
llora como niño!
Suelo decirle que guarde
en su
autoridad la ley,
pues es de los cielos rey,
y el rey se levanta
tarde;
que
de su poco amor pienso
que es
mentira lo que de él
publica
Dafne en laurel,
como
Leucóthoe en incienso,
y que si a Clicie quisiera,
y su
amor no le enfadara,
de
madrugar se cansara
y en
sus brazos se durmiera.
En
fin, porque salga menos,
le
ruego que a los caballos
les hurte al aparejallos,
Mercurio sillas y frenos;
y todo es por el deseo
que con
la noche cumplís,
esposo,
cuando venís,
y en
vuestros brazos poseo
gustos que el temor limita,
y el
sol, de envidioso, loco,
para
que los goce poco,
madrugando me los quita.
CARLOS: Ya,
Sirena de mis ojos,
que el
duque se ha desposado,
y mudando de cuidado
nuda
mis penas y enojo;
sin
el peligro y temor
que
hizo mudo al secreto,
tendrá
el esperado efeto
nuestro
venturoso amor.
Un año
ha que a vuestro llanto
pone
fin y a mi fatiga
la
noche, discreta amiga,
pues
calla y encubre tanto,
sin
que hayamos parte dado,
por lo
que el peligro enseña,
ni vos
a doncella o dueña,
ni yo a
amigo o crïado.
Las fuentes de aquel jardín
son solas las que aseguran
nuestro amor que, aunque
murmuran,
es
entre dientes al fin.
Ellas saben solamente
el
temor que en perseguiros
el
duque, dio a mis suspiros
otra
mas copiosa fuente.
¡Qué
de veces les di cuenta
de los
celos y temor
con que mi competidor
nuestros amores violenta;
y
pidiéndoles consejo,
como si
pudieran dalle,
hice
alarde de mi talle,
siendo
sus vidros mi espejo;
porque advirtiendo mis faltas,
pudiese
conjeturar
qué
partes podía envidiar,
en él,
más perfetas y altas!
Y
aunque os parezca arrogancia,
Mas de
una vez al mirarme,
dije,
"¿Quién puede igualarme
en
cuerpo y ingenio en Francia?"
Y si
el temor no me engaña,
más de
dos me pareció
que el
agua me respondió,
"¿Quién? ¡El duque de
Bretaña!
De aquesta suerte he pasado
un año,
Sirena mía,
siempre
aguando mi alegría
el
temor desconfiado,
hasta que cansado ya
de
cansaros, se casó
el
duque, y alientos dio
a mi
esperanza, que está
lozana, alegre y gozosa;
pues
sin estorbo, Sirena,
os
llamará a boca llena
y no
con temor, esposa.
SIRENA: ¡Qué
largo se me ha de hacer,
por
corto que sea, ese plazo!
NISO: Soplo
aquésta.
GUARGUEROS:
Soy un mazo.
CELAURO: Rentoy.
CORBATO:
Hele de querer.
GUARGUEROS: Tablas
son. ¿Qué hay que esperar?
La calle tengo de en
medio
y una
dama. ¿Qué remedio?
NISO: Juegue,
y comience a contar
las
tretas; que tengo yo
tres
damas, y la forzosa
verá a
seis tretas.
GUARGUEROS: ¡Donosa
flema!
CORBATO:
Gran juego ganó.
FENISA:
Torilda, daca el pandero,
que los
quiero despertar,
si es
que habemos de bailar.
TORILDA: Saca al
sacristan primero.
Levántase FENISA,
y cantando al son del
pandero, saca a
GUARGUEROS
FENISA: "¡Ah
mi señor Guargueros! ¡Salga y baile!"
Responde
GUARGUEROS sentado, cantando al son de una
pieza con que toca
el tablero
GUARGUEROS: "Por
vida de Guargueros, que tal no baile."
TODOS:
Salga al baile, salga al baile.
GUARGUEROS: En
entablando otro juego.
CORBATO: No,
Guargueros, salí luego.
GUARGUEROS: No
haré, por vida del fraile.
Cantando
FENISA: "¡Ah
mi señor Guargueros, cuerpo
garrido,
deje
el juego, pues al baile le convido."
GUARGUEROS: "No
puedo, porque he perdido cuatro reales."
FENISA: "¡Ah
mi Guargueros! ¡Salga y baile!"
GUARGUEROS: "Que
por vida de Guarguerico, que tal no baile."
Dentro
DUQUE:
Avisad a la marquesa.
SIRENA: O mi
sospecha me engaña,
o es el
duque de Bretaña.
CARLOS: ¡Apenas
un temor cesa,
cuando entran en su lugar
sin
número los recelos!
¡Oh,
cadenas de los celos,
que os
habéis de eslabonar!
SIRENA: Mi
bien, tu esposa soy, deja
el temor.
CARLOS: Soy desdichado,
mozo el duque, enamorado,
tú mujer, justa mi queja.
¿Qué
he de hacer sino morir?
SIRENA: Sufre y
calla, si eres cuerdo.
CARLOS: Hoy,
Sirena, el seso pierdo,
¿y he de callar y sufrir?
Salen el DUQUE y
FLORO
DUQUE: Ya
que a darme no habéis ido
los
parabienes, Sirena,
si es
bien darlos a la pena
que en
vuestra ausencia he tenido,
y
por verme con estado
y
esposa no os conformáis
con los demás, y os holgáis,
que sí
haréis, que haya cuidado
que
a mi amor pueda obligalle
a que
de vos se divierta;
porque
advirtáis que no es cierta
vuestra
sospecha, a Belvalle
vengo a veros y podré
daros
con más fundamento
de mi
nuevo casamiento
el
parabién, pues que fue
para
bien vuestro el casarme,
conforme a vuestra opinión;
que con
tan poca afición
obligó
a desesperarme.
(Y
para mal de mi amor; Aparte
que
siendo en mí mas terrible,
halla
el remedio imposible
cuando su
fuego es mayor.)
SIRENA:
Vueselencia, pues es sabio,
en mi
podrá disculpar
el no
haberle ido a dar
parabienes, pues no agravio
la
obligación que confieso,
si mi
impedimento ha sido
estar
sin padre y marido.
DUQUE: (Yo sin
esperanza y seso.) Aparte
SIRENA: Goce
un siglo prolongado
de la
duquesa Leonora
la
gracia que en ella mora
vueselencla, y noble estado;
que
de su buena elección
ha
llegado acá la fama.
De muy discreta y muy dama
tiene en Bretaña opinión;
y
según esto, mal hace
en dejar vuestra excelencia,
por
venir acá, presencia
de
quien tanto valor nace;
pues
siendo ya prenda suya,
justamente pedirá,
si en
nuestro poder está,
que yo se la restituya.
DUQUE:
Siempre vos, bella Sirena,
dando a
mis tormentos copia,
por no
tenerme por propia,
me
llamastes prenda ajena.
¡Oh,
Carlos! ¿Acá estáis vos?
CARLOS:
Parentesco y vecindad
en
aquesta soledad,
señor, nos junta a los dos.
El ver tan sola a mi
prima
me
obliga a mirar por ella.
DUQUE: Yo no
sólo vengo a vella,
sino por lo que la estima
mi
persona. Ya que tengo
estado,
en razón juzgué
que a
Sirena se le dé.
Por
esto a Belvalle vengo,
pues
cuando el marqués murió,
su padre dejóle al mío
encargado lo que fío
sabré
por él cumplir yo.
No
está Sirena aquí bien,
sujeta
a agravios y enojos;
mientras que pongo los ojos
y la
voluntad en quien
la
merezca, me parece
que en
la duquesa hallará
más
recreo , y la tendrá
en el
lugar que merece.
Ella
lo desea mucho,
y os está
bien a los dos.
CARLOS:
(¿Estáis contento, Amor dios?
¡Con
qué de sospechas lucho!
Apenas he visto el puerto,
cuando
me vuelvo a engolfar.
Si de
celos es el finar,
y hay tormenta, yo soy muerto.)
DUQUE: Que
siga mi corte quiero
Carlos
también; que se queja
porque
de alegrarla deja
tan notable caballero.
CARLOS: Beso tus pies. Siempre huyo
la corte y su confusión.
DUQUE: No
hacéis bien, porque es razón
darle
al tiempo lo que es suyo.
A
una vejez jubilada
le está
bien tanta quietud,
no a la
noble juventud,
oor cortesana estimada.
El
ver allá a vuestra prima,
pues la
tenéis en lugar
de
hermana, os ha de obligar.
CARLOS: Y el
hacer yo justa estima
de
lo que vos, gran señor,
mandáis.
DUQUE:
Para entreteneros
entre
mozos caballeros,
sois mi
cazador mayor.
CARLOS:
Honrándome de esta traza
pondré
a Peñalba en olvido.
(Cazador soy; si has venido, Aparte
duque, a espantarme la
caza,
no
harás presa en el amor
que en ofensa mía deseas,
oues por cazador que seas,
soy yo cazador mayor.)
DUQUE: ¿Qué me respondéis, señora,
a lo que he determinado?
SIRENA: Puesto
me habéis en cuidado
no sé
lo que os diga agora,
sino
agradecer la estima,
gran
señor, que de mí hacéis.
DUQUE: Ya,
Carlos, la razón veis
que hay
para estar vuestra prima
en
más decente lugar,
y la
voluntad que os muestro.
Hoy he de ser huésped vuestro;
mañana os he de llevar
a la
corte. La duquesa
lo
quiere, Sirena, así.
SIRENA:
Quisiera tener aquí,
por lo
mucho que interesa
con
tal huésped esta casa,
lo que
en vuestra corte sobra;
pero
siempre el deudor cobra
mal de
hacienda que es escasa.
(¡Ay, Carlos, y cómo siento,
Aparte
lo que
aquí sintiendo estás!)
CARLOS: (A mi
enemigo, Amor, das, Aparte
crüel,
casa de aposento.
La
sospecha que me abrasa,
hoy de
mi honor me ha de hacer
perro. Ladrar y morder
sabré
por guardar la casa.)
FENISA: En
fin, ¿el baile se queda...?
CORBATO: Está el
lugar enducado;
todo
con verle ha cesado.
CLORI: ¡Mal
haya el oro y la seda
que
así entristece el sayal!
SIRENA:
Vueselencia, gran señor,
entre
en su casa.
TIRSO: Mijor
será
echar a fuera el mal.
Cantemos.
DUQUE:
Id vos delante;
pues
sois luz, Sirena bella.
Alumbraréisnos con ella.
GUARGUEROS: ¡Bravo
dicho!
NISO:
Es estudiante.
CARLOS:
(Vivid alerta, mi honor;
Aparte
no
sufráis que en la marquesa
haga la deshonra presa,
pues sois cazador mayor.)
Cantan
TODOS: "Buenas eran las azucenas;
mas las clavellinas eran mas
buenas."
Vanse todos. Salen LEONORA, LUDOVICO y un PAJE y una
DAMA, retirados
LEONORA: ¿Tan
presto el duque me engaña?
LUDOVICO: La
primera voluntad
Es la
que siempre acompaña
a alma.
LEONORA:
Si eso es verdad,
¿para
qué vine a Bretaña?
Mejor me estaba en Borgoña.
LUDOVICO: No es
mucho que sintáis tanto
los celos, que sois bisoña,
y suele aplacar el llanto
la
fuerza de su ponzoña.
Es
la marquesa Sirena
mujer
de tanto valor,
que os
puede aplacar la pena,
y agora
mucho mejor
que es
el duque prenda ajena;
pues
cuando libre no pudo
ser
bastante la promesa
del
santo y conyugal nudo,
ni el
esperar ser duquesa
de Bretaña, a que el desnudo
amor
del duque encender
pudiese
en su pecho llama,
ya
menos ha de querer
admitir
nombre de dama
quien
no admitió el de mujer.
LEONORA: No
sé en eso el natural
de su
voluntad incierta.
Una
mujer principal
sé yo
que tuvo una huerta,
y en
ella un bello peral,
cuya
fruta apetecida
hasta
del mismo rey era,
sin que
a ella en toda la vida
se le
antojase una pera,
ni
preñada ni parida.
Las
puertas le desquiciaban
de noche, y por ir a hurtar
la fruta, le desgajaban
el
pobre árbol, que a guardar
los de
casa no bastaban
y,
viendo que cerca y puerta
eran
flaco impedimento
para no
tenerla abierta
de noche
al atrevimiento,
vendió
a un vecino la huerta.
Luego pues que la vio ajena,
la que
peras no comía,
tuvo
por peras tal pena,
que en
su mesa cada día
eran su
comida y cena.
Ved
si con ejemplo igual
en
Sirena podrá hacer
la
privación otro tal,
siendo
en el gusto mujer,
y
viendo ajeno el peral.
LUDOVICO:
Mientras que fuere rogada,
no os
tengáis por ofendida,
porque
la mas recatada
se
enamora aborrecida,
y
aborrece recuestada.
LEONORA:
Ludovico, esa ignorancia
no es
de vuestra discreción.
¿Que
Sagunto o qué Numancia
no
conquistó la Ocasión,
y mas
con perseverancia?
Vence el Amor que porfía,
y el
oro todo lo merca;
y aun
por aqueso quería,
para
gozarla mas cerca,
tenerla
en mi compañía.
LUDOVICO:
¿Eso, señora, os pidió?
LEONORA: Dice
que la tiene a cargo,
porque
se la encomendó
con un
discurso muy largo
su padre cuando murió,
y
que por esta ocasión,
y
porque yo me entretenga,
y goce
su discreción,
gusta
que a la corte venga.
¡Ved lo que los hombres son!
LUDOVICO: Eso os está bien, señora;
porque
si tenéis en casa
a
vuestra competidora,
podréis
saber lo que pasa
y ser
vos su guardadora.
Sed
espía y centinela.
Sirena
en palacio esté;
que
amor que sospecha y vela,
menos
siente el mal que ve,
que el
que dudoso recela.
LEONORA: Ése
es consejo extremado.
En
seguirle me he resuelto;
que un
contrario declarado
más mal
hace estando suelto,
que no
cautivo y atado.
Vamos atajando engaños
a costa
de mis desvelos;
que al
fin viendo yo mis daños,
por no llorar entre celos,
lloraré
entre desengaños.
¿Cuánto está de aquí el lugar
adonde
vive esa dama?
LUDOVICO: Seis
millas debe de estar
de
aquí.
LEONORA:
¿Belvalle se llama?
LUDOVICO: Bello
se puede llamar
porque es bella recreación.
Al PAJE
LEONORA: ¡Hola!
Aderezadme un coche.
Vase el PAJE
LUDOVICO: ¿Qué
es, señora, tu intención?
LEONORA: Traera
a casa esta noche,
que daña la dilación.
Yo
sé que el duque está allá.
Si es
tan cerca, yendo, impido
lo que
amor temiendo está.
A la DAMA
Lorena,
dame un vestido
de
camino.
Vase la DAMA
LUDOVICO:
¿No será
justo pensarlo mejor?
LEONORA: No, que
si no vamos luego
dando
al remedio calor,
por lo
que tiene de fuego
suele
apagarse el amor.
Vanse los
dos. Sale CARLOS, vestido de pastor y
rebozado
CARLOS: Un
año, cielos, ha que Amor me obliga
a la
dicha mayor que darme pudo;
que, en
fin, de puro dar anda desnudo
y por
tener que dar, pide y mendiga.
A
Sirena me dio, porque le siga,
en
amoroso e indisoluble nudo;
mas con
tal condición, que siendo mudo
goce
callando. ¿Vióse tal fatiga?
Callar y poseer sin competencia,
aunque el bien es mayor
comunicado
posible
cosa es, pero terrible;
mas
que tanto aquilaten la paciencia
que
oblliguen, si el honor anda acosado,
a que
calle un celoso, es imposible.
Sale SIRENA, a la
ventana sin ver a
CARLOS
SIRENA: ¡Qué
de mercedes no hubiera hecho
Naturaleza, madre verdadera
si
porque el corazón se descubriera,
rasgara
una ventana en nuestro pecho!
Industria hubiera sido de provecho
pues
mirándola Carlos, descubriera
mi amor
incontrastable, y estuviera
en
lugar de celoso, satisfecho.
¡Qué
de males cesaran, qué de enojos
si no
estuviera el corazon secreto!
Pero
esta condición ya está cumplida;
ventanas son del corazón los ojos
por
donde verá Carlos, si es discreto
que es el duque mi muerte, y él mi
vida.
Sin ver a SIRENA
CARLOS:
Sirena para excusar
la
sospecha que me abrasa,
al
duque dejó su casa,
pues no
la quiere él dejar.
A ésta
se pasa, ¿y quién duda
que en
fe de su lealtad,
por no
mudar voluntad
mi
esposa, la casa muda?
¿Si
dormirá? Pero ¿cómo,
conociendo mis desvelos,
y sabiendo
que los celos
son
pesadilla de plomo?
Mas
sí hará; que es pretendida
del
duque a quien desvanece,
y la
que más aborrece,
se
huelga de ser querida.
Hacedla, si duerme, cielos,
y con
ruegos os obligo,
que no
sueñe en mi enemigo,
que aun
soñado, me da celos.
SIRENA:
Quejas en la calle siento.
Si será
Carlos? ¿Quién duda?
Un año ha que por ser muda,
hago
mayor mi tormento.
No
oso hablar; que estoy agora
en casa
villana, y sé
que
desde que nació, fue
la
malicia labradora.
¡Ay cielos! ¿Si será él?
Desde
aquí quiero escuchalle.
CARLOS: Ya que
me mandan que calle,
medio,
aunque sabio, crüel,
si
quejándose el mal mengua,
oíd,
cielos, mis enojos;
que aunque estéis sembrados de ojos
o
estrellas, no tenéis lengua.
Yo,
ha un año que en posesión
gozo a
un ángel; pero en duda
que se
mude...
SIRENA:
No se muda
la angélica perfección.
CARLOS:
¡Válgame Dios! ¿No es Sirena
la que
mi mal satisface,
y en
ausencia del sol hace
la
noche clara y serena?
¿Sois vos, mi bien?
SIRENA: No lo sé,
pues no
hacéis de mí confianza.
CARLOS: Navego,
temo mudanza;
en el mar de Amor no hay fe;
culpo mi sospecha
loca,
mas no
me oso asegurar.
SIRENA: De que
se alborote el usar,
poco se
le da a la roca.
CARLOS: Ya
yo sé que vence ella
la
firmeza siempre viva;
pero
aunque no la derriba,
suele
en la roca hacer mella,
y basta para perder
la
opinión joya estimada;
que
mellada honra o espada,
¿qué
valor ha de tener?
Que
aunque firme se autoriza,
por más
que el mar la combata,
puesto que nunca la abata,
al
ménos la esteriliza.
¿Dó
hallaréis peña mi amor,
si el
mar furioso la alcanza,
que al
abril de la esperanza
permita
yerba ni flor?
¿Qué importa, esposa querida,
que
inmóvil permanezcáis,
si a la
corte al fin os vais
a ser
siempre combatida,
donde yo en celos eternos
estéril
vuestro amor vea,
pues aunque el alma os posea,
será ya
imposible el vernos?
Mudáis de casa y lugar.
No sin
causa temo y dudo.
SIRENA: Mi
bien, sitio, no amor mudo.
CARLOS: Al fin,
Sirena, es mudar.
En la corte cada día
se muda
todo; el lenguaje,
el
sitio, el estado, el traje,
la
amistad, la cortesía,
la
privanza, el querer bien.
Por eso
el que os vais rehuso;
que vos
por andar al uso,
os
querréis mudar también.
SIRENA:
Antes tendrá más [sustancia]
allá la
firmeza mía;
que
toda mercaduría
baja
donde no hay ganancia,
y
si, en la corte dicho has,
hay tan
poca fortaleza,
claro
está que mi firmeza,
por
sola, ha de valer más.
CARLOS: ¿Ya
habláis del valor? Temer
puedo que
saldréis ingrata,
porque
quien del precio trata,
no está
lejos de vender.
Mas,
¡ay, amores! No trates
de
injuriarte de tu esposo;
que él
loco, amante y celoso
cuanto dice es disparates.
No
puedo más. ¿Qué he de hacer?
Ya no
peleo con Amor,
sino
con celos de honor,
gigantes que harán temer
al
corazón más valiente.
Llévate el duque a su casa,
téngote
de ver por tasa;
sin
ella has de estar presente
a
sus importunos ruegos
¿qué
mucho que tema, pues?
SIRENA: Carlos
mío, poco ves;
que también hay celos ciego.
Para
la seguridad
de mi
fama y de tu honor,
¿puede
haber cosa mejor
que
llevarme a la ciudad?
¿En
qué fortaleza habito,
que pueda hacer resistencia
a la
amorosa violencia
de un
poderoso apetito?
¿Tiene de poder Belvalle
y
cincuenta labradores,
a pesar de sus amores
defenderme y ausentalle?
Dirás que no, claro
está
pues si
a la ciudad me lleva,
donde
la duquesa nueva,
que
debe de saber ya
el
fuego que al duque enciende,
guardarme ha de pretender.
¿Qué
temes, si una mujer
recelosa me defiende?
¿Hay
vida tan cuidadosa
que asegure tus enojos?
¿Hay Argos tan lleno de ojos
como una mujer celosa?
Pues
¿qué temor te acobarda,
si aquí
segura no estoy,
y he de
llevar donde voy
un
ángel el tras mí de guarda?
Yo
le diré a la duquesa
lo que
le conviene estar
cuidadosa, y estorbar
lo que
su amor interesa,
y
andando yo cada día
guardada de una mujer,
es lo
mismo que tener
tu
honor en una alcancía.
CARLOS: ¿Qué
importa, si no he de hablarte,
querida
Sirena, más?
SIRENA: Pues
¿quédaste aquí? ¿No vas,
Carlos,
a la misma parte?
¿Puede haber inconveniente
que al fin
un primo no acabe?
¿Qué
puerta hay jamas con llave
para el
amor que es pariente?
¿No
eres cazador mayor?
Busca,
vela, ronda y traza,
que sin
trabajos no hay caza,
ni sin diligencia amor.
Salen el DUQUE Y
FLORO, de noche
DUQUE: ¿Qué
importa que me aconsejes,
si yo
muriéndome estoy?
FLORO: ¿No
eres duque?
DUQUE:
Amante soy.
FLORO: Por lo
más es bien que dejes
lo
menos.
DUQUE:
¿Cuál es lo más?
FLORO: Ser
duque.
DUQUE:
¿Que ser amante?
FLORO: ¿Pues no?
DUQUE: Eres ignorante;
no he de admitirte jamás
a cosa del gusto mío.
¿Amor
no es Dios?
FLORO: Esa fama
tiene
acerca de quien ama.
DUQUE: Luego
has dicho un desvarío;
que
si Amor en sí trasforma
al
amante, claro está
que
Amor, lo que soy será:
yo la
materia, él la forma.
Y si
de dios tiene nombre,
¿cuál es mejor de los dos?
¿El que amando es con él dios,
o el
duque, que al fin es hombre?
FLORO: Lo
que yo sé es que te engaña
el
frenesí de tu pena.
DUQUE: Dios
soy amando a Sirena,
y no
duque de Bretaña.
Hablan aparte
CARLOS y SIRENA
CARLOS: El
duque es éste.
SIRENA: ¡Ay de mí!
Carlos
mío, vete luego.
CARLOS: ¿Tocan
los celos a fuego,
y he de
partirme de aquí?
No
me está bien esa traza;
que soy cazador mayor,
no es cuerdo cazador
el que huye y deja la
caza.
SIRENA: ¿Si
te conoce?
CARLOS: El disfraz
que traigo,
y la noche oscura,
de ese
temor me asegura.
SIRENA: ¡Ay
esposo! Vete en paz,
o
iréme yo. No me vea.
CARLOS: El huír
es claro indicio,
Sirena,
del maleficio.
También
se ama en el aldea.
Finge que Fenisa eres,
y haré
que Carmenio soy.
SIRENA: Mala
fingidora soy.
CARLOS: Pues
bien fingís las mujeres.
SIRENA: ¿Qué
sacas de que aquí esté?
CARLOS:
Defender pared o puerta,
viendo
que hay gente despierta,
cuando
tan perdido esté
el
duque, que hacer intente
lo que
el amor y el poder
por
obra suelen poner.
Hablan aparte el
DUQUE y FLORO
DUQUE:
Escucha, en la calle hay gente.
FLORO:
También rondan labradores;
que
contra el sueño y trabajo
suele
tomar a destajo
esta
gente sus amores.
DUQUE: ¿No es
la casa del alcalde
ésta en
que Sirena está?
FLORO: Pienso
que sí.
DUQUE:
¿Quién será?
FLORO: Quien
por no pagar de balde
la
ventana, ve la fiesta
de
noche.
DUQUE:
En fin, ni al sayal,
ni a la
seda principal,
ni a
villana o dama honesta
Amor
de noche preserva.
FLORO: No hay
quien no la pague escote,
porque
es la noche un pipote,
señor,
de toda conserva.
DUQUE: ¿Qué
hablarán?
FLORO: Cosas de risa
con que
entretengan su mal;
él requiebros de sayal,
y ella favores de frisa.
DUQUE:
Oigámoslos. Dios tirano,
¿por
qué ha de amar un pastor?
FLORO: Porque
es hombre.
DUQUE: No es amor
bocado
para un villano.
Levantando y
fingiendo la voz hablan CARLOS y SIRENA
CARLOS: En
fin, ¿que no hay quillotrar
a vueso
padre, Fenisa,
para
que un di-santo a misa
Guargueros nos venga a echar
la
tribuna abajo?
SIRENA: No.
CARLOS: Hello
por fuerza.
SIRENA: Eso es malo,
que
tien el mando y el palo.
¿No soy
vuesa mujer yo?
¿De
qué diabros heis querella?
CARLOS: Mas ¿de
qué no la he de her?
De
noche sois mi mujer,
y de
día sois doncella.
A
medias estó casado.
Yo
busco mujer entera,
mi
Fenisa, dentro o fuera.
Aparte con el
DUQUE
FLORO:
¡Labrador determinado!
DUQUE: A
haberlo yo, Floro, sido,
no
tuviera que temer.
FLORO: Habla,
por ser su mujer,
con
libertad de marido.
No
lo es tuya la marquesa.
CARLOS:
¿Entraré?
SIRENA: Lo dicho dicho.
Esta
noche hay entredicho.
Sabe el
Amor que me pesa
¡Mal
haya Sirena, amén!
CARLOS: No la
maldigas, que es linda.
SIRENA: ¿Es
bella?
CARLOS:
¡Como una guinda!
¡Par
Dios que la quiero bien!
SIRENA: No
gusto yo mucho de eso.
CARLOS: Ya que
hayas de maldecir,
sobre
el duque puede ir,
porque
es nuestro sobrehueso,
que
esta noche nos estorba.
SIRENA: Como
ésas nos ha estorbado.
DUQUE: Yo
vengo a ser el culpado.
SIRENA: Mala
landre que le sorba
¿No
tiene ya su mujer?
¿Qué
diabros nos quiere aquí?
CARLOS: Como no
vuelva por sí,
palos
debe de querer.
DUQUE: ¿Yo
palos?
FLORO:
Esto va malo.
Aunque
entre los labradores
las
bubas y los amores
se
sanan tomando el palo.
SIRENA: Palos a un duque es pecado.
CARLOS: En
dando en ser cascabel,
yo le
apalearé á él,
y no
tocaré al ducado.
¡Si
me estuviese escuchando...!
SIRENA: ¿Pues
para qué?
CARLOS:
¿No podía,
viendo
que en casa dormía
Sirena,
andarla rondando?
SIRENA:
Pardiobre, por mas que ronde
no
temas que la trabuque.
CARLOS: ¿No,
Fenisa, siendo un duque?
SIRENA: Ni un
rey, ni un papa, ni un conde.
DUQUE: (Todos son historiadores Aparte
de mi desdicha.)
CARLOS: Sirena,
duerme
sin cuidado y pena.
Amor en
los labradores,
si
se agarra y da en costumbre,
no se
puede soportar
las
tapias quiero saltar
y
aliviar la pesadumbre.
SIRENA:
¿Estás loco?
CARLOS: Loco estó.
Yo soy
vuestro esposo y dueño;
aténgome al matrimeño.
¡O sois
mi mujer, o no!
SIRENA:
Ruido suena, padre llama
la
gente; voyme a acostar.
CARL0S: ¿Y qué he de her yo?
SIRENA: ¿Qué? Esperar,
que es
costumbre de quien ama.
CARLOS:
¿Cuándo habrarémos los dos,
ya que
así mi fuego atizas?
SIRENA: Más
días hay que longanizas.
En
yéndose el duque. Adiós.
Vase SIRENA
DUQUE: Floro, con la ayuda de este,
que, en
fin, es ladrón de casa,
el
fuego que así me abrasa,
podrá
ser no me moleste.
¡Ah
de la calle! ¿Quién va?
CARLOS: ¡Ah de
la calle! ¿Quién viene?
DUQUE: Quien
cerrado el paso tiene.
CARLOS: Pasos
abrimos acá.
Es
el monte más cerrado.
DUQUE: ¿Con
quién hablabais aquí?
CARLOS:
¿Confesáisme vos a mí,
que
pescudáis mi pecado?
DUQUE: Ea,
no repliquéis más.
¿Con
quién hablabais?
CARLOS: ¡Buen cuento!
En los
diez no hay mandamiento
que nos
mande, "No hablarás."
DUQUE: Pues
yo os lo mando.
CARLOS: ¿Sois vos
más que los diez mandmientos?
DUQUE: Ahorremos de fingimientos,
y advertid que somos dos,
y vos uno.
CARLOS:
Uno, y no manco.
DUQUE: Haced
lo que os digo, pues.
CARLOS: Dos sois y conmigo tres.
Aun no hay para pies a un
banco.
¿Qué
queréis?
DUQUE: En casa ajena
y donde
el alcalde vive,
y por huéspeda recibe
a la
marquesa Sirena,
es
notable desacato
que a
su ventana habléis vos.
CARLOS:
Perdonadme, que par Dios,
que
sois lindo mentecato.
DUQUE:
Villano, ¿sabéis quién soy?
CARLOS: Del
duque me parecéis
en el
traje que traéis.
Por él
este nombre os doy.
DUQUE: ¿Por
qué el duque lo merece?
CARLOS: Porque
si fue recuestada
Sirena
para casada,
y aun
con esto le aborrece,
¿qué
tien ya que responder
si se
ha casado con otra?
¿Ha de
gustar ser quillotra
quien
no quiso ser mujer?
DUQUE: ¿Quién
os mete a vos en eso?
CARLOS:
¿Quién? El que a vos os metió
en
reñirme si habro o no.
Los dos estamos sin seso,
y así dándomos por buenos,
irmos es cosa barata;
qe es
un asno quien se mata,
cal vos, por duelos ajenos.
DUQUE: ¿Y
si fuese el duque yo,
a quien
habéis eso dicho?
CARLOS: Si sois
vos, lo dicho dicho.
DUQUE: ¿No os
desdiréis de ello?
CARLOS: No.
Pocas veces me desdigo,
porque
de honrado me precio.
DUQUE: Ni sois
cobarde, ni necio;
yo
quiero ser vuestro amigo.
¿Quereis vos?
CARLOS:
Si me estuviere
bien,
podrá ser que lo sea.
DUQUE: ¿Y
estaráos bien?
CARLOS: Cuando os vea,
y
vuestro estado supiere.
DUQUE:
Decidme pues vuestro nombre.
CARLOS: Vos proponéis
el partido.
Lo que
me pedís os pido.
DUQUE: ¿Has visto, Floro, tal hombre?
Ahora, yo os he menester.
La necesidad me obliga
a que
estado y nombre os diga.
CARLOS: Mal podéis
mi amigo ser,
si
os fuerza necesidad;
que
amistad interesable
jamás
ha sido durable.
DUQUE: ¿No se
obliga una amistad
con
buenas obras?
CARLOS: A veces;
mas
después de recebida,
o se
paga mal u olvida.
DUQUE:
Labrador, más me pareces
filósofo que villano.
CARLOS: Lo uno
y otro puede ser.
DUQUE: ¡Qué de
ello te he de querer,
si me remedia tu mano!
Discrecián tienes extraña,
aficionado te quedo.
Sacarte
del sayal puedo,
que soy
duque de Bretaña.
CARLOS:
¡Válgame Dios! ¿Que el duque es?
Perdone su rabanencia,
que la
noche da licencia,
y deme a besar los pies
desde aquí.
DUQUE: Llégate más.
CARLOS: Hame
dado una lición
la
fábula del león.
Ya tú,
señor, la sabrás.
Estaba viejo una vez
y
tullido; que no es nuevo
quien
anda mucho mancebo
estar
cojo a la vejez.
Como
no podía cazar,
y andaba solo y hambriento,
temitió
al entendimiento
los
pies que solían volar;
y
llamando a cortes reales,
mandó
por edito y ley
que
atendiendo que era rey
de todos los animales,
acudiesen a su cueva.
Fueron todos, y
asentados,
dijo,
"Vasallos honrados,
a mí me
han dado una nueva
extraña, y que me provoca
a
pesadumbre y pasión,
y es
que dicen que al león
le
huele muy mal la boca.
No
es bien que un supuesto real,
de tantos brutos señor,
en vez de dar buen olor,
a todos huela tan mal.
Y
así buscando el remedio,
hallo
que a todos os toca
que
llegándoos a mi boca
veáis
si al principio o medio
alguna muela podrida
huele
mal, porque se saque,
y de
esta suerte se aplaque
afrenta
tan conocida."
Metióse con esto adentro,
y
entrando de en uno en uno,
no
vieron salir ninguno.
La
raposa, que es el centro
de malicias, olió el poste;
y
convidándola a entrar
para
ver y visitar
al
león, respondió, "¡Oste!
Y
asomando la cabeza,
dijo,
"Por no ser tenida
por
tosca y descomedida,
no
entro a ver a vuestra alteza;
que
como paso trabajos,
unos
ajos he almorzado,
y para
un rey no hay enfado
como el olor de los ajos.
Por aquesta cerbatana
vuestra
alteza eche el aliento;
que si
yo por ella siento
el mal
olor, cosa es llana
que
hay muela con agujero,
y el
sacarla está a otra cuenta
que yo estoy sin herramienta
y en mi
vida fui barbero."
Lo
mismo somos los dos,
y en fe
de vuestra amistad,
acercarme es necedad,
porque
he dicho mal de vos
y un
viejo tiene por tema
decir,
cuando a alguien me allego,
"Del rey, del sol y del fuego,
lejos;
que de cerca, quema."
DUQUE: Pues
¿no me habéis de decir
quién
sois, si os lo he dicho yo?
CARLOS: Antes
sí; pero ya no,
por lo
que acabais de oír.
DUQUE: No
habrá amistad en los dos,
si el
nombre encubrís así.
CARLOS: Vos me heis menester a mí,
según decís, yo no a vos.
Si
así amistad no queréis,
tomáosla, señor, allá.
DUQUE: Sabio
simple, ven acá.
Ya he
visto lo que os queréis
tú y
Fenisa, y que ha llegado,
venciendo estorbo y temor,
al fin
dulce vuestro amor
que
espera un enamorado.
Sé
la poca voluntad
que
tiene de que os caséis
el
alcalde, a quien queréis
por
padre de afinidad;
y
que a pesar suyo allanas
tapias,
saltando paredes;
que no
es poco hacer mercedes
paredes que son villanas.
De mí os sentí formar quejas
porque estorbo vuestro
amor.
Para
gozarle mejor,
si a un
lado recelos dejas
que dices tienes de mí,
y al aposento me guías
de
Sirena, ya podrías
quedar,
de villano, aquí
hecho hidalgo y caballero,
y con
Fenisa casado.
CARLOS: (¡Por
alcahuete, privado! Aparte
Pero no
seré el primero.)
Tiene mil dificultades,
señor,
lo que me mandáis,
El oficio que me dais
úsase por las ciudades,
mas no por aldeas ni villas.
Alcahuetes hay allá
señorías; pero acá
sufrimos pocas cosquillas.
Esto
es lo uno; lo otro es
que
Fenisa es tan hermosa
como
Sirena, y mi esposa;
y si
allá os meto, después
cuando Sirena os reproche,
quizá
daréis en Fenisa;
que
suele el diabro dar prisa,
y todo
es pardo de noche.
Hay
en la puerta un cencerro
gruñidor, y en el corral
hay un
pozo sin brocal.
Lo tercero,
tiene un perro
que
si os ve, y desencuaderna
los
dientes dando tras vos,
no
tengo a mucho, par Dios,
que se
os meriende una pierna.
Lo
cuarto, habéis de pasar
por la cama del alcalde,
y no
pasaréis de balde
si al
mastin siente ladrar;
porque si una estaca arranca,
mientras se averigua o no
si es
el duque el que pasó,
sabréis
lo que es una tranca.
Lo
quinto, fuera de aquesto,
no os
quiero her otro regalo.
Lo
sexto, ya veis que es malo
todo lo
que toca al sexto.
DUQUE: Mata
ese villano, Floro.
CARLOS: No
consiento mataduras.
Iguales
somos a escuras.
Sin
luz, no reluce el oro.
Tente, duque; que es de noche.
No te
quedes en Belvalle.
FLORO: ¡Hachas
vienen por la calle!
¡Y detrás de ellas un coche!
DUQUE: ¿Coche y hachas por aquí?
¿Hachas y coche en aldea?
¿Quién será?
CARLOS: Sea quien sea,
señor duque, adiós.
Vase CARLOS
DUQUE: ¡Que así
de
los dos se haya burlado
un
villano!
FLORO:
Está en su villa,
y
villanos en cuadrilla
desharán un campo armado.
Oye,
que el coche atascó,
y no
pudiendo arrancar,
los ha
obligado a apear.
DUQUE: ¡No es
aquélla que salió
la
duquesa?
FLORO:
O sueño, o sí.
DUQUE: Sospechará si nos ve,
Retírate.
FLORO:
¿Para qué,
si está
ya tu esposa aquí?
La
guarnición de la capa,
que con
la luz resplandece,
señor,
a tu esposa ofrece
lo que
la escuridad tapa.
Ya
te ha visto.
DUQUE: Por saber
lo que
es esto, no me voy.
Salen LEONORA, de
camino, LUDOVICO, y dos PAJES, con
hachas
LEONORA: Basta,
que en Belvalle estoy,
hazaña
al fin de mujer
recién casada y celosa.
DUQUE:
Leonora.
LEONORA:
¿Es el duque?
DUQUE: Ya
seré
duque, pues está
aquí mi duquesa hermosa.
Pues, mi bien, ¿qué causa pudo
obligaros a tal hora
venir así?
LEONORA:
Quien no ignora
que
Amor, por andar desnudo,
ni
de noche temor tiene
que le
salgan a robar,
ni
repara en caminar
en fe
que con alas viene.
Como
soy recién casada
y
novicia en el amor,
después
que os quiero, señor,
me
tenéis mal enseñada.
Vi
que la noche venía,
y
estando ausente mi dueño,
lo
había de estar el sueño,
que sin
vuestra compañía
ya será
imposible hallalle
y para
estar desvelada,
más
quise hacer la jornada
que hay
de la corte a Belvalle
que
a sospechas dar lugar.
DUQUE: El
haberme encomendado
mi padre
aumento y estado
de
Sirena, disculpar
me
puede en esta ocasión.
LEONORA: No
tengo yo que os reñir,
antes
vengo por cumplir
esa
justa obligación.
¿Adónde está Marquesa?
DUQUE: Por
aposentarme a mí
en su
casa, vive aquí.
LEONORA:
Cortesía suya es ésa.
Y
vos, porque esté segura,
sueño y
puerta le guardáis.
DUQUE: Cuando
vos, mi bien, estáis
ausente, vuestra hermosura
contemplo, como en retrato,
en la
luna y las estrellas.
LEONORA: Y hallaréis más luz en ellas
a estas puertas cada
rato.
Haced
que la llamen luego
que ha
de ir en mi compañía.
DUQUE: ¿No
aguardaremos al día?
LEONORA: ¿Para
qué es tanto sosiego?
Está
desapercebido
a estas
horas el lugar,
y no
podrá aposentar
los que
conmigo han venido.
La
corte aun no está de aquí
dos
leguas.
DUQUE:
Yendo con vos
doscientas no fueran dos.
LEONORA: Pues si
eso sentís así,
¿que hay que aguardar?
DUQUE: Por mí, nada;
mas
cogemos de repente
a
Sirena, que inocente,
mi
bien, de aquesta jornada,
ha
de juzgar por rigor
lo que,
a venir mas de asiento,
tuviera
a entretenimiento.
LEONORA: Yo sé
que me hará favor
en
pagarla voluntad
y prisa
en venir a vella
con dar
la vuelta con ella
a
nuestra corte y ciudad.
Díganla como aquí estoy.
FLORO: La
puerta han abierto ya.
Salen CORBATO, con
un candil, y
FENISA
CORBATO: ¿Quién
diabro voces nos da?
Arre
allá. ¿Soy, o no soy
alcalde?
FENISA:
¿Toda la noche
a
nuestra puerta roído?
Pero
¡aho! ¿Quién ha venido
acá con
cirios y coche?
¡El
duque, padre, y la duca!
CORBATO: No era
el roído de balde.
¡Señor!
DUQUE:
¿Sois vos el alcalde?
CORBATO: Aunque
la vejez caduca,
y so hogaño el envarado.
DUQUE: ¿Y es
Fenisa esta doncella?
CORBATO: Para
servirle yo y ella.
DUQUE:
Ponedla, alcalde, en estado;
que
es ya grande.
CORBATO: Duerme bien,
almuerza y come mejor,
no la
quillotra el Amor,
ni
hasta agora canas tien.
¿Quién me mete a mí en metella
en
prensa?
FENISA:
¿Casarme? ¡Jo!
DUQUE: Haced
lo que os digo yo,
o si
no, casaráse ella.
Sale SIRENA
SIRENA:
¡Señor! ¿Aquí vueselencia?
Mándeme
dar esos pies.
DUQUE: La
marquesa, mi bien, es.
LEONORA: La fama
de vuestra ausencia,
Sirena, me trae así
de vos
tan enamorada
que no
siento la jornada,
pues por ella os hallo aquí.
No he de partirme sin
vos;
que de
ser vuestro galán
y ya
recelos me dan
que
estando ausentes los dos
me
habéis de quitar el sueño.
SIRENA: Si al principio tal favor,
señora,
hallo en vuestro amor,
aunque
en méritos pequeño,
el
mío, aceta el partido;
pues si
va a decir verdad,
muerta
por vuestra beldad,
de Belvalle me despido.
CORBATO: (De
mujer a mujer va, Aparte
pata
para la traviesa.)
Sale CARLOS, de
galán
CARLOS: ¿En
Belvalle la duquesa?
CORBATO: A
escuras se vino acá.
CARLOS: ¿Tanta
merced, gran señora?
DUQUE: ¡Oh Carlos! Mucho dormís.
CARLOS: Si en
el aldea vivís,
sabréis
que el que en ella mora,
todo
el tiempo, gran señor,
gasta,
si no va a cazar,
sólo en dormir y jugar.
LEONORA:
Habéisme de hacer favor
de
que sin culpar mi prisa,
en el
coche nos entremos,
y por
Belvalle troquemos
la
corte, porque es precisa
la ocasión que de tornarme
esta
misma noche tengo
y pues
solo a veros vengo,
ya sin
vos no podré hallarme.
SIRENA:
Cuenta el duque me había dado
de la
merced que desea
vueselencia hacerme, y crea
que
tengo muy deseado
este
punto; que de estar
sin
padre, y a cargo suyo,
mi
seguridad arguyo.
LEONORA: No
tenemos que esperar;
que
porque mejor lo estéis,
vengo
en persona por vos.
SIRENA: Y
estarémoslo las dos,
si vos
tal merced me hacéis.
LEONORA: Ya
os entiendo. Venga el coche.
Aparte a FLORO
DUQUE: Floro,
cumplió mi deseo
el
Amor.
CARLOS: (¡Que en poder veo Aparte
de mi
enemigo, crüel noche,
mi
honor! ¡Que sufrillo pudo
mi amor
honrado! ¡Sirena
en
poder y casa ajena,
y yo
con celos y mudo!)
DUQUE:
Carlos, mirad que os aguarda
el
oficio que os he dado.
CARLOS: Yo
tengo, señor, cuidado.
CORBATO: Fenisa,
pon el albarda
al
rucio, y alto, al molino,
pues los huéspedes se van.
Echa en las alforjas pan.
LEONORA: Corto
es, marquesa, el camino.
Hablan aparte
CARLOS y SIRENA
SIRENA: Todo
en tu favor se traza.
No tengas,
mi bien, temor.
CARLOS: Pues soy cazador mayor,
Recelos, ojo a la caza.
FIN DEL PRIMER ACTO
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