ACTO PRIMERO
Salen AURORA,
NARCISA, y BRIANDA
AURORA: ¡Qué
necio y qué porfïado!
NARCISA: Por
fuerza ha de ser lo uno
si es
lo otro.
AURORA:
¿Hay tal enfado?
¡Hola! No entre aquí ninguno,
Esté
ese jardín cerrado.
Salid vos también afuera;
guardad
la puerta.
BRIANDA: ¡Portera,
siendo
dueña! ¿Hacerme quiso
ángel
de este paraíso?
En mi
mocead sí fuera;
pero
¡cuando dan despojos
al
tiempo, que no resisto,
mis años, y mis enojos...!
Hasta agora, ¿quién ha
visto
ángel
con tocas y antojos?
Vase BRIANDA
AURORA: ¿Qué
es lo que Carlos pretende
con
tanta embajada, hermana?
NARCISA:
Escribiendo se suspende
de Amor
la llama tirana,
que en
él tu memoria enciende.
Mientras no te ve te escribe,
y en respuestas que recibe,
apoya ausencias crueles;
que la esperanza, en
papeles
tal
vez, como joya vive;
y
fïado en el concierto
y
palabra que le dio
mi padre, tiene por cierto
ser tu
esposo.
AURORA:
Ya murió
mi
padre y con él se ha muerto
cualquier derecho y acción
que
alegue en la pretensión
de mi
amor; pues si le di
esperanzas con el sí,
fue más
por obligación
[a
su paternal prudencia]
que por
gusto y voluntad.
NARCISA: Contra
ti das la sentencia.
AURORA: Por qué
si mi libertad
queda
libre, con la herencia
de
este marquesado absuelta?
NARCISA: Nunca
la palabra suelta
Quien
estima su valor.
AURORA: Dísela
como menor;
Libre
soy, y estoy resuelta
a no
cumplirla; esto es cierto.
Déjame,
hermana, gozar
de mí
misma, pues se ha muerto
mi
padre; que no he de hallar
en
medio del golfo el puerto.
No
cautives mi cuidado
de ese
modo; que no es justo
que
intente el conde, pesado,
oprimir
leyes del gusto,
por
sola razón de estado.
La
voluntad ha de hacer
esta
elección; que a no ser
ella la
casamentera,
la cruz
que hace Amor lijera,
de
plomo, haráme caer.
NARCISA: ¿Tan
mal el conde te está,
mancebo, galán, discreto,
y que
en Borgoña podrá,
si
llega su amor a efeto,
que si
eres cuerda, si hará,
con
este estado y el suyo,
casi un
reino hacer?
AURORA: Concluyo
que en
mí imposibles conquista.
Amor
entra por la vista,
no por
el abono tuyo.
No
le he visto, y así trato
no ser
conmigo crüel,
si mi
libertad maltrato.
NARCISA: Ya
sustituye por él
este gallardo
retrato.
AURORA: Pinturas encarecidas,
y verdades, imagino
que vienen a ser, oídas,
como
nuevas de camino,
mentirosas ó añadidas.
Pintar y escribir es ciencia
de
adular con elocuencia;
porque
en materia de amores,
los poetas y pintores
tienen de mentir licencia.
¡Bueno es que al
pintor pagase
retrato
el conde, que fuese
bastante a que me obligase,
y que
al pincel permitiese
que sus
faltas retratase!
Yo a
lo menos no lo creo,
no
pienso dar fe al traslado,
si el original
no veo;
que es
retrato este pagado,
y no
puede venir feo.
NARCISA: Ya
yo sé que el interés
hace,
cuando Apeles es,
por ser
su pincel de oro,
de un
Polifemo un Medoro;
mas
cuando crédito des
a la
fama, que acrecienta
del
conde alabanzas sumas,
yo sé
que estarás contenta.
AURORA: Es la
fama toda plumas,
¿Y no
quieres tú que mienta?
¿De plumas no es el pincel?
Luego mentiras me ofrece.
NARCISA:
Milagros me cuentan de él.
AURORA: Si a ti
tan bien te parece,
cásate,
hermana, con él.
NARCISA: Si
fuera marquesa yo...
AURORA: ¿Luego
solo en eso estriba
tu
voluntad?
NARCISA:
¿Por qué no?
Lo mas
a lo menos priva.
AURORA:
Heredera te dejó
de
sus tesoros mi padre;
y del
dote de mi madre,
joyas,
riquezas bienes,
tanta
hacienda tener vienes,
que
como el conde te cuadre,
te
igualas casi a mi estado.
NARCISA: No es
bien, siendo yo menor,
casarme antes, ni le ha dado
al
conde pena mi amor
sola tú
le das cuidado.
AURORA: Pues
aunque así de él te avisa,
no me
encarezcas sus quejas,
ni me
cases tan aprisa;
que ese oficio es de muy viejas,
y tú eres niña, Narcisa.
Ayer dejamos el luto
con que
el paternal tributo
pagamos
al fin del año;
gocemos, pasado el daño,
de la libertad el fruto.
Esto
de casarse, hermana,
ha de
tener ocasión,
no como
fruta temprana,
que
cogida sin sazón,
sale
insipida o vana.
NARCISA: Muy
alegórica estás.
No
tratemos de esto más.
El
conde sufra y perdone,
hasta
que amor te sazone;
que
agora ni aun hojas das.
AURORA:
Mudemos plática, hermana,
y no te
acuerdes más de él.
Di,
¿qué te escribe Dïana,
condesa
de Oberisel?
NARCISA: Es la
hermosura alemana.
A un
don Rodrigo Girón,
español
y caballero,
me
encomienda.
AURORA: Su opinión
le ha
dado el lugar primero
entre
los de su nación.
Lo
mismo me pide a mí,
porque
ha de venir aquí,
y de
verle me holgaré;
que ya
sus amores sé.
NARCISA: Cosas
notables oí
de
ese español, si es que son
verdaderas.
AURORA:
La condesa
le tuvo
tanta afición
como la
fama confiesa;
y a
aprovechar la ocasión,
dicen que de Oberisel
fuera
conde, y de Dïana
esposo.
NARCISA:
Para ser él
español, nación que gana
por
atrevida el laurel
de Marte, como el de Amor,
milagro
es que tal valor
haya,
por corto, dejado
perder
tal mujer y estado.
AURORA: ¿Gozóle
el conde? ¡Mejor!
Óyense voces
dentro
VOZ 1:
¡Matadle!
VOZ 2:
Al agua se echó.
VOZ 3: Disparadle las pistolas.
VOZ 4: Venturas son españolas.
La cerca, leve saltó.
VOZ 5: El
jardín de la marquesa
le ha
dado seguro puerto.
VOZ 6: ¡Que no le hubiéramos muerto!
¡Ah,
mal cumplida promesa!
Sale don
RODRIGO, la espada en la mano
AURORA: Qué
es esto? Hombre, ¿dónde vas?
Retírate, hermana mía.
NARCISA: ¿Hay
tan notable osadía?
¿Sabes acaso que estás
en
el jardín, reservado
solo a
la marquesa Aurora?
RODRIGO: Lo que
la ignorancia ignora,
mi
ventura ha declarado.
Damas suyas debéis ser,
ya que las señoras no;
y no
poco feliz yo,
si la
mereciese ver.
AURORA:
¿Cómo venís de esa suerte?
RODRIGO:
Envidiosos lisonjeros
Por
quitarme el bien de veros,
han
querido darme muerte.
Pero
este jardín que en ser
vuestro
da clara señal
de que
es noble y es leal,
me vino
a favorecer
contra la pasión violenta
que
envidiosa me persigue,
de
quien para que os obligue,
será
razón daros cuenta.
Nací
en España noble, no dichoso,
si en
mis desgracias mi fortuna fundo,
de
madre ilustre y padre generoso
Rodrigo en nombre, en sucesión
segundo,
Mi
hermano, mayorazgo caudaloso,
Me
forzó a que buscase por el mundo
correspondiente estado a mis intentos
huyendo
sus escasos alimentos.
Troqué por Flandes mi famosa tierra
donde
hermanos segundos no heredados
su
vejación redimen en la guerra
si
mayorazgos no, siendo soldados.
Entré
en Oberisel, en cuya sierra,
metrópoli Momblán de sus estados,
el
tribunal de su gobierno elige,
corona
muros y flamencos rige.
Varios sucesos, que prolijos dejo,
me dieron
a Dïana por señora,
condesa
suya, de quien es bosquejo
el sol
que montes raya y valles dora.
Con
luto viudo, de cristal espejo,
que el
ébano guarnece, del aurora
emulación hermosa parecía,
noche a
su amor, a sus amantes día.
Pusiérame silencio su respeto,
si ella
misma al partir no me mandara
que os
contase esta historia, y el secreto
la
fama, en fin mujer, no profanara.
Su
secretario me hizo, y en efeto,
quédese
aquí, señora; que repara
su
autoridad mi lengua, si os da aviso.
AURORA: Ya
hemos sabido lo que Dïana os quiso.
Proseguid
vuestra historia, don Rodrigo
pues
ella os lo mandó, decí adelante,
si no
es que en el suceso a que os obligo
sois
relator tan corto como amante.
RODRIGO:
Serviráme el contarla de castigo,
pero en fin, venturoso aunque
ignorante,
Dïana
entre confusos pensamientos,
me dio
favor, si no merecimientos.
Peleaban en ella justamente
vergüenza y afición. Obligaciones
de su
estado y viudez la hacían prudente.
El
deseo animaba persuasiones,
ya
desdeñoso honor, ya amor clemente,
divisas
en contrarias opiniones.
Tal vez
neutral y tal determinada
nave
era de huracanes asaltada.
De
aquestos dos principios tan distantes,
nació
un mixto, a sus causas parecido,
que en
mí influyó contrarios semejantes,
juzgándome ya humilde, ya atrevido.
Méritos
niños admire gigantes,
y
gigante valor lloré abatido,
nube a
su sol que sus colores viste,
si
amante, alegre, si severa, triste.
De
aquesta suerte amándome en confuso
y yo en
confuso acciones imitando,
esfinge, enigmas a mi amor propuso,
intérpretes deseos despeñando.
¡Qué de
veces el alma a ver se puso,
por ser
vista, en los ojos; y mirando
desde
ellos mi inquietud y sus enojos!
¡Edipos
de la lengua eran mis ojos!
Jeroglífico en fin mí amor, vivía,
atrevido cobarde; pues si hablaba
a Dïana
y su amor agradecía,
rayos
de enojo airada fulminaba;
si otra
beldad mi pena entretenía,
celosa
atrevimientos castigaba,
deletreando enigmas mi sentido,
más
desdeñado, cuando más querido.
Vino
a Momblán entonces Casimiro,
palatino del Rin, a ser su esposo.
Si fue
llamado o no, no sé; aunque admiro
natural en mujer tan caviloso.
Resuelto pues la libertad
retiro;
triste,
si alegre; libre, si celoso;
parabienes la doy, y cuando pienso
que
libre estoy, me deja mas suspenso.
Equívocas razones me responde,
con que me desespera en la esperanza.
Preguntole si tiene amor al conde;
dice
que sí y que no. ¿Qué ingenio alcanza
la
paradoja que este caos esconde?
¿O
quién vio tal firmeza en tal mudanza?
En fin
me llama, y amorosa, esquiva,
al
conde manda que un papel escriba.
Lo
que me nota asiento, y sin nombrarle,
su bien
le llama, su esperanza y vida,
y
porque en ella intenta asequrarle,
a su
jardín de noche le convida.
Remátala con esto, y al cerrarle,
me
encarga... -- ¡Ay ocasión, por no entendida,
malograda! -- encargóme que le diese
a quien más que a sí mismo la quisiese.
Fuése con esto. ¡Ved cuál
quedaría
en
tanta confusián mi entendimiento!
"Si a quien la quiere más que a sí," decía,
"viene el papel, mi ardiente pensamiento
le
adora más que el indio al rey del día."
Mas, --
¡ay soberbio y loco atrevimiento! --
si
Casimiro la ama, en tal estrago,
él
recibe el papel, yo el porte pago.
Mil veces
le abro, desenvuelvo y miro,
cerrándole otras tantas. Ya
interpreto
en mi
favor mi enigma; ya suspiro,
de mil
contrarios mísero sujeto.
Celoso
en esto llega Casimiro,
y díceme,
"Español, si sois discreto,
bien
sabéis que en aquesta noble empresa
más que
a mí mismo quiero a la condesa."
"Si mas que a vos la amáis, conde," repito,
"cebad en su hermosura el feliz fuego
de
Amor; que en mí el de celos solicito."
El
papel -- ¡qué ignorancia! -- al conde entrego
diciendo, "A vos os llama el sobre escrito."
Leyóle,
extremos hizo, ofreció abrazos
dando a
larga esperanza cortos plazos.
Entróse en el jardín, y a sus umbrales
lloraba
yo ocasión tan mal perdida,
cuando
los dos salieron en iguales
lazos,
que unieron dos en una vida.
Viome Dïana, y aumentó corales,
no sé
si vergonzosa u ofendida,
diciéndome, "¡El papel al conde distes;
mostrado habéis cuán poco me quisistes."
"Pensé que el conde..." dije; y con desprecio
me
ataja, replicando, "Don Rodrigo,
¿hombre
sois de penséque? Ya no os precio
como
hasta aquí. Perdido habéis conmigo
si os
disculpáis con el `penséque' necio.
Sírvaos
vuestro `penséque' de castigo
y mi
amor en el conde gustos trueque
que
esto merece amante de `penséque.'"
A
Casimiro elige por consorte.
Intentéme casar con una dama
que un tiempo
fue de mi esperanza norte,
pero
celosa, efetos de quien ama,
tal
casamiento impide, y de su corte
salir
me manda, y para vos, madama,
este
pliego os escribe en favor mío,
testigo de mi loco desvarío.
Dáselo
La
dama, que mi esposa creyó en vano
ser en
vez de Dïana, mi partida
culpa
llorosa, llámame tirano,
deshonras finge, quéjase ofendida.
Su persuasión en fin forzó a su hermano
que me
asalte con otros, y la vida
me
quiten, que a esos pies humilde puesta
su
historia y mi desdicha os manifiesta.
AURORA: La
primer vez, don Rodrigo,
que ha perdido la ocasión
con
merecido castigo
hombre
de vuestra nación,
es
ésta. La opinión sigo
que
por acá España tiene.
En mi
casa os estaréis,
donde una plaza os previene
la
encomienda que traéis
de mi
prima. ¡Ojalá enfrene
la
ausencia vuestro pesar!
Llegad,
don Rodrigo; a hablar
a mi
hermana, intercesora
vuestra.
RODRIGO:
Dadme, gran señora,
esos
pies.
NARCISA:
A restaurar
penas de vuestro suceso
id; que
ya dicho lo había
la
fama.
RODRIGO: Los pies os beso.
NARCISA: Ya
Dïana, prima mía,
con
quien nuevo amor profeso,
escrito nos ha a las dos,
intercediendo por vos.
Por
quien sois y por Dïana,
os hará
merced mi hermana.
RODRIGO: Mil
años os guarde Dios.
Vanse. Salen el conde CARLOS y TEODORO, de camino
CARLOS:
Tanto resistir, Teodoro,
Aurora,
¿qué puede ser?
¡Un año
de padecer,
habiendo
dos que la adoro!
No
es posible que no tenga
cautiva
la libertad
en
ajena voluntad.
Esto me
obliga a que venga
a
hacer yo mismo experiencia
de mis
venturas o engaños.
TEODORO: No sé
qué en propios o extraños,
con
tener tanta licencia
la
vulgar murmuración,
haya
hasta agora notado
de
amante a Aurora, ni dado
indicios
a tu opinión.
Antes contra su aspereza
murmuran cuantos la ven
que en
ella corra el desdén
parejas
con su belleza.
CARLOS: Pues
¿por qué ingrata y severa,
mi esperanza
desanima?
TEODORO: Porque
en mucho más se estima,
señor,
lo que más se espera.
Y
siendo así, no es acierto
el que
has hecho, en no querer
darte
agora a conocer.
CARLOS: Yo he de servir encubierto
a la
marquesa, Teodoro,
y
averiguar de esta suerte
si
ajeno amor la divierte.
TEODORO: Yendo
contra tu decoro,
y
sirviendo a quien espera
admitirte por señor,
desdices de tu valor.
CARLOS: Mis
sospechas considera,
y
verás cuán cuerdo fui
en
venir a averiguarlas.
TEODORO: Pues
¿no basta a asegurarlas,
señor,
la palabra, di,
de
Aurora y su padre?
CARLOS: Es viento
la
palabra en la mujer.
TEODORO: ¿De qué
modo no ha de ser
para
ti, si el testamento
del
muerto marqués dispone
que te
desposes con ella?
CARLOS: ¡Qué
bien! Como eso atropella,
Teodoro, un `Dios le perdone.'
Si
no me ama, no intento
pleitear con su desdén
ni a mí
me puede estar bien
casarme
por testamento;
que
el casarme no es herencia.
TEODORO: Es
concierto entre los dos.
CARLOS: Yo he
de saber, vive Dios,
por qué
es tanta resistencia.
Cánsate ya de cansarme.
Cartas
traigo en mi favor
de mí
mismo.
TEODORO:
¡Extraño humor!
CARLOS: Agora
audiencia ha de darme,
que ya las cartas leyó,
y su crïado he de ser.
TEODORO: ¿Pues
no te ha de conocer?
CARLOS: Jamás
Aurora me vio.
TEODORO: Tu
retrato la enviaste.
CARLOS: Si la
doy, cual pienso, enojos,
no
habrá puesto en él los ojos.
TEODORO: ¿Y si
te ama, y te engañaste?
CARLOS:
Entonces podré seguro
descubrirme y desmentir
sospechas, que han de salir
con la
verdad que procuro.
TEODORO:
Alto; pues que das en eso,
sirve a quien has de mandar.
¡Qué difícil es de hallar
sabio
rico, amor con seso!
Salen don
RODRIGO y ASCANIO, hablando con don RODRIGO
cerca de la
puerta y distantes ambos del CONDE y TEODORO
ASCANIO: Días
ha que he deseado,
señor
don Rodrígo, veros,
serviros y conoceros;
que la
fama que os ha dado
la
que habéis vos conseguido
y por
Italia os alaba,
a
estimaros me inclinaba;
y pues
ya se me ha cumplido
este
deseo, desde hoy
os
rindo una voluntad,
sujeta
a vuestra amistad.
RODRIGO: Yo solo
el dichoso soy,
señor secretario; en eso
tanto
más interesado
cuanto
me habéis obligado
con la
merced que confieso,
y la
experiencia hará llana.
ASCANIO: En una
casa vivimos,
y a una
señora servimos,
cuya hermosísima hermana,
ya
que llego a descubriros
secretos... Mas por agora
se
quede, que sale Aurora.
Mucho
tiene que deciros
el
alma.
Salen NARCISA y
AURORA, con una
carta
AURORA:
¿Sois vos por quien
el
conde Carlos me escribe?
CARLOS: Soy,
señora, el que apercibe
un
alma... y no dije bien...
(Que
más hablo como amante Aparte
que como el que a servir viene.)
AURORA: Turbado
estáis.
CARLOS:
¿No conviene
que
quien tiene al sol delante,
a lo
menos al aurora,
no
ciegue cuando la vea?
Soy quien acertar desea
a
serviros, gran señora.
NARCISA habla
aparte con AURORA
NARCISA:
Advierte, hermana, que tienes
a conde
Carlos delante,
al
retrato semejante.
AURORA Con mi
sospecha conviene.
Disimula agora.
A los otros
El conde
me
escribe en vuestro favor;
y como
ha de ser señor
de este
estado, corresponde
con
lo mucho que le quiero
pues me envía adelantado
en vos tan noble crïado.
CARLOS: Mostrar
que lo soy espero,
agradándoos, gran señora.
AURORA: Dispone
mi amor con vos;
que sois
un alma los dos,
según
me avisa; y agora,
aunque el casarme dilato,
Ludovico, he de mostrar
con vos
lo que sé estimar
sus
cosas.
CARLOS:
(No vio el retrato Aparte
me
desconoce.)
AURORA: Yo he puesto
casa
que a mi gusto cuadre.
Los
crïados de mi padre
eran
viejos, y molesto
su
modo de gobernar.
Con
cargos que les he dado
en
lugares este estado,
podrán
todos descansar,
y yo
renovar oficios.
Pues ya
por mi cuenta tomo
vuestro
aumento, mayordomo
de mi casa os hago.
CARLOS: Indicio
dais
de la correspondencia
con qne
paga vuestro amor
el del
conde mi señor.
AURORA: Pues
que vuestra suficiencia
abona, muy bien se emplea
la
plaza en vos que os he dado,
porque
su mayor privado,
mayor
en mi casa sea.
CARLOS:
Bésooslos pies
AURORA: Don Rodrigo,
por lo
mucho que os estima
Dïana,
y por ser mi prima,
cuyo
gusto alabo y sigo,
os
mi maestresala.
RODRIGO: Como a
serviros acierte,
será
dichosa la suerte
que en
ese oficio señala,
gran
señora, mi ventura.
AURORA: El
oficio de trinchar
consiste en saber buscar,
español, la coyuntura.
Curioso es, aunque ordinario.
Veré si
en provecho vuestro,
sois
maestresala más diestro,
que
entendido secretario.
Vase AURORA
NARCISA: Esto
es tocar en la historia
de
vuestro amor, don Rodrigo,
RODRIGO: No
pensé que, en mi castigo,
fuera a todos tan notoria.
NARCISA:
¿`Penséque' otra vez decís?
Dejad
`penséques' avaros,
Que os
han salido muy caros,
si a
restaurarlos venís.
Vase NARCISA
RODRIGO:
(Basta; que a todos ofrezco Aparte
materia
en que satiricen
mi
cortedad; mas no dicen
aun lo
menos que merezco.
Mi
`penséque' se ha extendido
por
todo el mundo.
CARLOS habla
aparte con TEODORO
CARLOS: Teodoro,
más
sospecho lo que ignoro.
¡Que no
me haya conocido
Aurora! No pongas duda
de que
de mí no se acuerda.
TEODORO: Tu industria,
no sé si cuerda,
prosigue; que con su ayuda
podrás salir de este abismo.
CARLOS: Yo
procuraré saber
la
verdad, pues vengo a ser
mayordomo de mí mismo.
Vanse CARLOS y
TEODORO
ASCANIO: ¡Don
Rodrigo, ya el palacio
esfera
de los dos es.
Yo os
vendré a buscar después;
que os
tengo que hablar despacio.
Vase
ASCANIO. Sale CHINCHILLA
CHINCHILLA:
¡Señor de mi corazón!
La
priesa que traigo es tanta,
de
verte, que no hago poco
en no
entrar en esta sala
con
mula, freno y cojín.
¿Es posible que te hallas
sin Chinchilla en el Piamonte?
Pon juntas esas dos patas
en mis labios.
RODRIGO:
¡Mi Chinchilla!
CHINCHILLA: Patea
aquestas quijadas,
o
déjamelas besar.
RODRIGO: Presto
volviste de España.
CHINCHILLA: Si
estaba sin ti, ¿qué mucho?
Al
viento merced y gracias,
que a
la nave en vez de velas,
le
prestó lijeras alas.
¿A qué
veniste a Saluzo,
cuando
entendí que te hallara
en Momblán, y de Clavela
dueño,
con estado y casa?
RODRIGO: Gustos
son de la condesa.
CHINCHILLA: Tiene
por nombre Dïana,
y hasta
en las obras la imita,
si es
que lloras sus mudanzas.
Luego que a Momblán llegué
y supe
que en él no estabas,
sin
aguardar de Clavela
quejas,
ni de amigos cartas
fié al
camino deseos,
la
paciencia a las jornadas,
la bolsa a las hosterías,
y a diez postas las lunadas,
que vienen cual digan
dueñas,
por no decir batanadas,
y mecidas, sin ser niño,
las tripas y las entrañas.
RODRIGO: ¿Viste
en Madrid a mi hermano?
CHINCHILLA: Tan
cercado de mohatras,
cargado
de pretensiones
y
enmarañado de trampas,
que no
le dieron lugar
para
hablarme dos palabras.
RODRIGO: ¿No te
preguntó por mí?
CHINCHILLA: Casi
no.
RODRIGO:
¿Cuál fue le causa?
CHINCHILLA:
Reliquias que habrán quedado
de la
pendencia pasada,
y el
imaginar que iba
por tus
alimentos.
RODRIGO: Basta.
Excusa
tiene, si debe.
CHINCHILLA: Fuera
de que en toda España
tu
crédito está perdido.
La
culpa tiene tu fama;
que el
castigo del `penséque'
y ocasión perdida, pasa
de boca
en boca en la corte.
El
`parapoco' te llama.
RODRIGO: ¿Que
mis amores se saben
allá?
CHINCHILLA:
Saben que a Dïana
perdiste y a Oberisel,
por ser
corto y para nada.
Hizo un
diablo de un poeta
de tu
historia o tu desgracia,
una
comedia en Toledo,
`El
castigo,' intitulada,
`Del penséque',
que ha corrido
por los
teatros de España,
ciudades, villas y aldeas.
Y
aunque ha sido celebrada,
todos
te echan maldiciones,
porque
siendo español hayas
afrentado a tu nación,
y con
ella la prosapia
de los
Girones; que dicen
que
ninguno de esa casa
supo
perder coyuntura
en
amores ni en hazañas,
si no
eres tú.
RODRIGO:
Y dicen bien.
CHINCHILLA: Yo la
vi en Guadalajara
representar a Balvín;
y en
saliendo con sus calzas,
hecho
lacayo Chinchilla,
subióseme la mostaza
a las narices, y estuve
por
darle una cuchillada.
En fin,
no hay pensar volver,
mientras vivas, a tu patria,
si tu
`penséque' no enmiendas,
porque
en ella no te llaman
ya don Rodrigo Girón.
RODRIGO: ¿Pues...?
CHINCHILLA: Caballeros y damas,
don Rodrigo del Penséque.
RODRIGO: ¡Bueno
mi crédito anda!
¿Qué
hay en la corte de nuevo?
CHINCHILLA: Muchas cosas,
que es contarlas
un
proceder infinito;
mas diréte las que bastan.
Hay en la calle Mayor
joyerías en qué se halla
mucha carne de doncella,
y aunque
esta vale barata,
se
vende en cintas.
RODRIGO: Ésa es
color,
por grave, estimada.
CHINCHILLA:
Doncellas que andan en cinta
y se
venden, tripularlas.
Calles que
de puro enfermas,
por los licores que exhalan
sus perfumeras nocturnas,
se han abierto, a fuer de
damas,
fuentes
que aumentan sus lodos;
porque
afrentándose el agua
de vivir en arrabales,
ya se
ha vuelto cortesana
una
plaza generosa.
RODRIGO: Dime
mucho de esa plaza.
CHINCHILLA: Que
está, sin ser despensero,
a puras
sisas medrada.
No hay en
la corte mujer
que
peque ya de liviana,
porque
todas traen firmezas
a
cuello, si no en el alma.
Anda lo
azul tan valido,
que
hubo viejo que esta pascua
sacó,
por vivir al uso,
azul
cabellera y barba.
La
multitud de los coches,
en
Egipto fuera plaga,
si
autoridad en Madrid.
No se
tiene por honrada
mujer
que no se cochea;
y tan
adelante pasa,
que una
pastelera dicen
haber
comprado una caja,
tirada
de dos rocines
que
traen la harina que gasta,
en que
sábados y viernes
se pasea autorizada;
pero en
viniendo el domingo,
hasta
el fin de la semana,
trueca
el coche por el horno,
y el
abano por la pala.
Los
mozos que pastelizan,
son cocheros por su tanda;
con que
nuestra pastelera
va,
aunque gorda, sancochada.
No hay
mal que por bien no venga
dígolo,
porque afrentadas
las
damas de andar a pie,
salen menos de sus casas.
Una
premática nueva
ha
salido de importancia,
en
materia de reforma.
RODRIGO: Eso
será, si se guarda.
CHINCHILLA: Mandan
que todos los hombres
que de
cincuenta no pasan,
cuando
en coches anduvieren,
no
puedan llevar espadas.
RODRIGO: ¿Por
qué?
CHINCHILLA:
Danlos por enfermos,
y
quieren por esta causa,
que se
entienda andar en coches
lo
mismo que andar con bandas.
Han
replicado los mozos
que
como ha tanto que andan
en
coches, no tienen uso
de
caballos -- ¡Qué ignorancia! --
por lo cual se les concede
que por cuatro meses vayan
en sillones o en jamugas,
excusando que no caigan.
Ítem,
que todo dolor
cure a
destajo, y por tasa
concierte
la enfermedad,
sin que
pueda cobrar blanca
miéntras no se levantare
el
enfermo de la cama
sano y
bueno; y si muriere,
que
pague el tal dotor, mandan,
la botica
y sepultura.
RODRIGO: ¡Con
qué cuidado curaran,
a
ejecutarse esta ley!
¡Con
qué tiento recetaran!
CHINCHILLA: Ítem, que los sastres corten
ropas, vestidos y galas
en
presencia de su dueño,
y que
delante de él traigan
los aforros, hilo y seda,
vivos, pasamanos,
franjas,
y todo
junto lo pesen,
porque
después de acabada
de
coser la dicha ropa,
por
peso vuelvan a darla
a su
dueño, y con el doblo
restituyan lo que falta.
RODRIGO: No
fuera mandato injusto.
CHINCHILLA: Al
menos, si no se guarda,
habíase
de guardar.
Esto es lo que en Madrid pasa,
y otras
cosas que no cuento.
Yo te
las diré mañana.
Sale ASCANIO
ASCANIO: ¿Qué
hacéis, don Rodrigo, aquí
cuando
están todas las amas
de la marquesa
en el parque,
por
balcones y ventanas
tirando
a los gentilhombres
de
Aurora pellas que abrasan
de
amores, con ser de nieve?
Dejad
memorias pasadas;
andad
acá por mi vida,
y entre
nieves sepultadlas.
Veréis
a Narcisa hermosa,
que de
una fuente de plata
saca pellas que son negras,
puestas en sus manos blancas.
RODRIGO: Como
son carnestolendas,
y aquí
se usa celebrarlas
con
aplauso y regocijo,
por
limones y naranjas,
de que
el Piamonte es estéril
tiran pelotas nevadas,
esmeriles de hermosuras,
que las libertades matan.
ASCANIO: Huevos hay de azar también.
CHINCHILLA: ¿Qué mas azar ni desgracia,
que tirar pellas de nieve,
que han de resolverse en
agua?
Si
hubiera pellas de vino,
yo las
sorbiera de chaza;
pero
¡de nieve y con huevos
sin
yemas! ¡Algún sin alma!
ASCANIO:
¿Queréis venir, don Rodrigo?
RODRIGO: Vamos;
que entre nieve tanta
templaré
incendios de amor,
ya que
la ausencia no basta.
ASCANIO: Aquí
hallaréis contrayerba,
si fue
veneno Dïana,
que
cure vuestra memoria.
Vanse ASCANIO y
don RODRIGO
CHINCHILLA: Todo es
frío en esta casa;
lo
primero, en cuanto es nieve
su
dueño. Aurora se llama,
que aun
por el verano hiela.
Si son gallinas sus damas,
huevos ponen; mas son hueros,
pues que vienen llenos de
agua.
¡Oh botas de San Martín!
¡Oh espuelas de
Rivadavia!
¿Quién
para pasar el puerto
de
tanta nieve, os calzara?
Que a
falta de tal almilla,
tiritando llevo el alma.
Vase. Salen AURORA y NARCISA
NARCISA: En
fin, ¿te parece bien
el
conde Carlos?
AURORA: Agora
que la
voluntad no ignora
lo que
los ojos ven,
mejor a Carlos recibo.
NARCISA: Era tu
desdén ingrato.
AURORA: Fue
amante muerto el retrato;
más
eficaz es el vivo.
La
fineza del venir
disfrazado, a verme, hermana,
a quererle bien me allana.
NARCISA: Luego
¿podréle decir
que
se descubra?
AURORA: Es muy presto,
pues en
nuestra casa está.
Mejor,
Narcisa, será,
ya que en
él mi gusto he puesto,
fingiendo no conocerle,
examinar su afición,
inquirir su condición,
y entre
tauto eutretenerle.
NARCISA: En
fin, ¿por razón de estado
quieres
amar?
AURORA:
Si ha de ser
mi
esposo, y yo su mujer,
¿no es
mejor que examinado
a
elegir el alma venga
el
dueño que ha de adorar,
que no
por necia llorar,
cuando remedio no tenga?
Prueba un caballo primero
quien
le compra, qué tal sale,
con
costar, el que mas vale,
sólo un
poco de dinero;
y un
marido de por vida,
a precio de mil cuidados,
¿quieres tú que a ojos cerrados
se
entre en casa?
NARCISA: Apercebida
mujer eres.
AURORA:
Y es razón
que cuando
venga a casarme,
no
tenga de quien quejarme,
si no
es ya de mi elección.
Catorce años en Jacob
hizo Raquel experiencia
para casarse.
NARCISA:
Paciencia
fue
mayor que la de Job.
AURORA: Y
cuerdo su sufrimiento
Porque
hay tanto que saber
de un
hombre, que es menester
tan
largo conocimiento.
Yo
sé que en aqueste estado
pocas
mal casadas vieran,
si los
maridos tuvieran
un año
de noviciado.
Pero
¿qué te ha parecido
del
español?
NARCISA:
Elección
tan digna
de la afición
que
Dïana le ha tenido,
que
no mereció el suceso
con que
su amor castigó.
AURORA: Bien la
condesa eligió.
Su buen
gusto te confieso;
pero
no iguala al de Carlos.
NARCISA:
Cualquiera comparación
es
odiosa, y tu afición
no
acertará a compararlos.
Si
va a decir la verdad,
el
haber sabido, hermana,
que le
quiso bien Dïana
la
nobleza y calidad,
que
de su linaje cuentan,
las
hazañas que le abonan,
los
ojos que no perdonan
ocasiones que atormentan;
la
española bizarría
que en
él por mi daño vi,
no sé
lo que han hecho en mí,
que no
soy la que solía.
AURORA: Di
que estás enamorada,
y
acaba.
NARCISA:
Más cuerda soy.
Enamorada
no estoy,
pero...
AURORA:
¿Qué?
NARCISA:
Estoyle inclinada.
AURORA: ¿Tan
presto?
NARCISA: Amor reina, Aurora,
y
llegando hoy de camino,
antes
la fama previno,
que fue
su aposentadora.
AURORA:
¡Buena excusa!
NARCISA: La que has dado
para no
casarte luego
con el
conde, por mí alego.
Él,
hermana, es tu crïado,
y
también lo es don Rodrigo.
Si el
casamiento dilatas
porque
examinarle tratas,
yo
tambien tus pasos sigo.
También le examinaré
con
prudencia y con secreto.
Si es
tan cuerdo y tan discreto
y
cuando tu gusto esté
para
el conde sazonado,
el mío
lo vendrá a estar,
y nos
podemos casar
cada
cual con su crïado.
Vase NARCISA
AURORA:
Narcisa ama a don Rodrigo.
¡Oh
riguroso poder
de la
envidia en la mujer!
¡Qué de
ello puedes conmigo!
Cuando yo le aborreciera,
para
adorarle bastara
que mi
hermana le alabara,
y
conmigo compitiera.
Al
conde empecé a querer,
a pesar
de mi rigor,
siendo
efímera su amor,
pues
que se muere al nacer;
y
este español que ha venido
a
despertar mi cuidado,
ausente
tan alabado,
y ya
presente, querido,
da
materia a mis desvelos,
y los
del conde deshace;
que
amor de la envidia nace,
cuando
es hijo de los celos.
Mas
pues despierta a quien duerme
y
descuidada me avisa
de
aquesta suerte Narcisa,
a su
amor he de oponerme
poniendo en su curso freno,
que sus
principios reprima;
porque,
en fin, en más se estima
lo que
está en poder ajeno.
Sale BRIANDA
BRIANDA: Si
se quiere entretener
agora,
vuestra excelencia,
una
apacible pendencia
en el
parque podrá ver
desde aquestas celosías,
que
entre nuestras damas pasa
y
gentilhombres de casa.
Ellas tiran alcancías
de
nieve, y ellos por dar
aromas a los balcones,
tiran dorados limones,
pomas y huevos de azar.
AURORA: ¿Y
está el maestresala entre ellos?
BRIANDA: Sí,
señora.
AURORA:
(No quisiera Aparte
que
entre tantas damas viera
de
alguna los ojos bellos.
¡Que
pueda la envidia en mí
tanto!
¿Qué es aquesto, cielos?
¿Antes que amor, tengo celos?
Mi
muerte en este hombre vi.)
¿No
podré verlos, Brïanda,
bien
desde mi camarín?
BRIANDA: Su
balcón sale al jardín
donde
están todos.
AURORA: Pues anda,
llévame una fuente allá
de pellas.
BRIANDA: Yo voy por ellas.
AURORA: Sin que
sepan que las pellas
son
para mí.
BRIANDA:
No sabrá
ninguno para quien son.
Vase BRIANDA
AURORA: De allí
los veré encubierta.
Impórtame que divierta
este
hombre; que la ocasión,
en
los ojos poderosa,
puede
en alguna beldad
ocupar
su voluntad,
y
tenerme a mí celosa.
Hombre a quien quiso Dïana,
digno
es de estimación.
Si es
español y Girón,
no le
merece mi hermana.
Ya sea amor, ya frenesí,
ya condición de mujer,
a
ninguna ha de querer,
me ha
de querer a mí.
Vase
AURORA. Salen RODRIGO y CHINCHILLA
RODRIGO:
Chinchilla, ¡qué bellas damas
tiene la marquesa!
CHINCHILLA: Bellas;
mas
hielan con tantas pellas
el
alma.
RODRIGO:
De Amor las llamas
se
aumentan con esta nieve.
CHINCHILLA: Si
fuera el Amor agora
de
gusto de cantimplora,
a fuer
de señor que bebe
nieve en verano e invierno,
el
brindis de tu afición
pudiera
hacer la razón;
que ya
te imagino tierno.
Mas
yo que lo bebo puro,
aborrezco amor nevado;
que ha
de estar por fuerza aguado,
y así
excusarle procuro.
RODRIGO: ¿No
es Narcisa hermosa dama?
CHINCHILLA: Bien te
holgara de pasar
puesto
que ha andado en nevar,
su
puerto de Guadarrama.
¿Hubo pellita?
RODRIGO: Y en ella
fuego
que el alma traspasa;
que
también la nieve abrasa.
De
alquitrán fue aquella pella,
no
de nieve.
CHINCHILLA:
¿Ya tenemos
bobuna?
Pues ¿la condesa?
RODRIGO: Siendo
imposible su empresa,
y la
ausencia toda extremos,
Narcisa ha de ser triaca
del
veneno de su amor.
CHINCHILLA: Bien
dices, porque un dolor
con su
contrario se aplaca.
Si
te abrasó su hermosura,
Narcisa
como discreta,
mientras pellas te receta,
tu
fuego con nieve cura.
RODRIGO: No
hay otra Narcisa en el mundo.
CHINCHILLA: ¿Mas
que habemos de tener,
señor,
por esta mujer,
otro
`penséque' segundo?
Tiran del
palacio una pella que da en el sombrero de
don RODRIGO
¡Ay!
RODRIGO:
¿Qué ha sido?
CHINCHILLA: Pella fue.
RODRIGO:
Derríbame a mí el sombrero,
¡Y
quéjaste, majadero!
CHINCHILLA: De
verla venir me helé.
Abrió esa celosía
una
mano de cristal,
y a fe
que no acierta mal.
RODRIGO: Un
papel dentro venía.
¿Hay
invención semejante?
Ya
tienen alma las pellas.
CHINCHILLA:
Preñadas, como doncellas
al uso,
están. No te espante.
Mas,
por Dios, es maravilla
que
esté, hasta la nieve helada,
en este
tiempo preñada.
RODRIGO: ¿Leeré?
CHINCHILLA:
Pues.
RODRIGO:
Oye, Chinchilla.
Lee
"Cierta
dama de palacio, lisonjeada
por
hermosa, y que quiere fiar de vuestro
buen
gusto la certeza de si lo es ó no,
tiene el suyo puesto en y vos; y por
inconvenientes que al presente instan,
importa por ahora no darse a conocer,
hasta que el tiempo haga alarde de su
vista,
como ahora de su voluntad. No
dispongáis de la vuestra, que como
forastera andará buscando posada, hasta
que
sepáis si es a vuestro propósito la
que
tantos pretenden, y vos solo
merecéis. El cielo os guarde."
¿Hay
mas extraña aventura?
CHINCHILLA: Las
tuyas siempre lo son.
RODRIGO: ¿Ya
empieza otra confusión?
CHINCHILLA: Ésta,
por Dios, que es escura.
RODRIGO: ¿Si
es Narcisa?
CHINCHILLA: Puede ser.
RODRIGO: ¡Ay!
¡Qué dicha, si fuera ella!
CHINCHILLA:
Alcahueta hizo una pella;
mas
¿qué no hará una mujer?
RODRIGO:
Apénas de un laberinto
salgo,
¡y en otro me veo!
CHINCHILLA: Si no
eres mejor Teseo
que en
el otro, aunque distinto,
en
aqueste, vive Dios,
que ha
de haber segunda parte
del
`penséque.' Industria y arte
nos han de hacer a los dos
dichosos. Sirve y pretende,
y date por entendido;
que mujer ilustre ha sido
ésta
nuestra dama duende,
si
crédito hemos de dar
al modo
con que te escribe.
RODRIGO: Si es
Narcisa, ya apercibe
el alma
centro y lugar,
en
que como dueño asista.
A la
condesa he olvidado.
CHINCHILLA:
Libranzas Amor te ha dado;
mas no
son a letra vista,
pues
a tu dama no ves.
RODRIGO: Habré
por fe de querella.
CHINCHILLA:
¡Válgate el diablo por pella!
Amante
eres piamontés.
Aunque no se manifieste,
finge
amarla, si regala.
Sale AURORA, y
quita a don RODRIGO el papel de las
manos
AURORA: ¿Qué
hacéis aquí, maestresala?
RODRIGO:
Estoy...
AURORA:
¿Qué papel es éste?
RODRIGO: No
sé, por Dios. En el suelo
le
hallé, y alzándole acaso...
CHINCHILLA: (¡En la
trampa al primer paso! Aparte
Despedidura recelo.)
AURORA: La
letra conozco bien.
RODRIGO y
CHINCHILLA hablan aparte
RODRIGO: ¿Leele?
CHINCHILLA: ¡Y
cómo! ¡Y muy despacio!
Lee
AURORA: "Cierta
dama de palacio,
lisonjeada..." ¡Oh, qué bien!
¿De
muchos?
CHINCHILLA: Si no te escapas,
que
hay fraterna, es cierta cosa.
Lee
AURORA: "Lisonjeada
por hermosa..."
CHINCHILLA: ¡Al
primer tapón zurrapas!
RODRIGO: ¿Hay
igual desgracia?
Lee
AURORA: "Quiere
fiar
de vuestro buen gusto..."
CHINCHILLA: Amor que
empieza por susto,
bueno
va. Si no se muere,
nos
envía a los dos
a Alón.
RODRIGO:
¿Quieres callar, necio?
CHINCHILLA: Ya lee
paso, ya recio.
Lee
AURORA: "Tiene
el suyo puesto en vos..."
¡Qué
dama tan de repente!
CHINCHILLA: Para
copla no era mala.
¡Por
Dios, señor maestresala,
que se
te arruga la frente!
Algún sin alma que aguarde
lo que
esperamos los dos.
Lee
AURORA: "Tantos pretenden, y vos
merecéis. El cielo os
guarde."
Esta
casa, don Rodrigo,
está
poco acostumbrada
a
libertades, crïada
toda su
gente conmigo.
No
es Saluzo Oberisel.
Escarmentad; que por Dios,
que
otra vez haga de vos
lo que
de aqueste papel.
Rásgale
CHINCHILLA:
(¡Zape!)
Aparte
AURORA: Andad. (Bueno va ansí, Aparte
que si
en ser curioso da,
por lo
menos no sabrá
que soy
yo quien le escribí.)
FIN DEL ACTO PRIMERO
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