ACTO SEGUNDO
Sale LELIO
quitándole a LISARDA, su esposa,
unas joyas, y
BRITÓN
LELIO: Por
vida de los dos, que no las quiero
para
jugar. Lisarda, no me enojes;
he
menester un poco de dinero,
e
importa que esas joyas te despojes
para
empeñarlas, no para venderlas.
LISARDA: En
lindo tiempo, por mi fe, me coges;
deseo debes de tener de verlas
empleadas mejor en otro cuello
más digno que no yo de mi
oro y perlas.
Es
dama al uso, que tendrá el cabello
negro,
que ya no se usan hebras de oro,
y si es
moreno el rostro será bello.
LELIO: ¡Oh,
qué pesada estás¡ Porque te adoro
te
atreves a enojarme.
LISARDA: ¿Es ojizarca?
Pero
ojinegra es, que no lo ignoro;
en
los tiempos del Dante y del Petrarca
los ojos zarcos eran los mejores,
adorados del príncipe y
monarca,
y a los negros rasgados dan favores;
que las bellezas son como
el vestido,
que
mudan con la hechura los colores.
LELIO: Quítate ya esas joyas, que he tenido
mucha paciencia. ¡Ea!
LISARDA: ¿Qué es aquesto?
¿Cuándo, Lelio, el respeto me has perdido?
Dos
años ha que el yugo nos ha puesto
del conyugal amor la iglesia santa,
tirando
a su coyunda el carro honesto,
voluntad me has mostrado siempre tanta,
que a cuantas damas hay envidia
he dado.
Pues ¿qué mudanza mi ventura
espanta?
De
un mes acá te veo tan trocado,
que, si
antes a las nueve te acostabas,
volver
sueles al alba disfrazado.
Apenas, Lelio, de comer acabas
cuando,
antes que levanten los manteles,
tomas
la capa que antes olvidabas.
Jugaste, y aunque pocas veces sueles
gastar
el tiempo en esto, ya has perdido
el
dinero, la plata y los doseles,
y no tan malo, si en el juego ha sido
esta
pérdida sola y no en desvelos
que
sospecho te traen desvanecido;
que
el juego que hay peor es el de celos,
pues
pierden con la vida la paciencia.
LELIO:
¿Quieres, Lisarda, no llorarme duelos?
Ni
el juego ni el amor me da licencia
para quitarte joyas que no he dado,
pues las trajo tu dote por
herencia;
salí fïador, estoy
ejecutado,
no
quiero que entre en casa la justicia
y lo
sepan tu tío y mi cuñado;
otras joyas habrá de más codicia
que
comprarte prometo. Acaba, amores.
LISARDA: Ya esa
fïanza vino a mi noticia,
deuda es que tiene muchos
acreedores,
y aunque su honra es ya
dita quebrada,
se
empeñan más por ella sus deudores.
No
estoy, Lelio, en tu amor tan descuidada,
que aunque callo y consiento, no trasnoche
celosa
con razón, y desvelada.
Bien
piensas tú que del disfraz de anoche
tan
ignorante estoy que no he sabido
la
negra traza de la silla o coche.
Autor de este entremés debe haber sido
aqueste
bienaventurado.
BRITÓN: ¡Bueno!
Yo he
de tener la culpa. Si ha perdido,
Britón le hizo perder; si del sereno
le
duele la cabeza, este bellaco
de
Britón es la causa; si el moreno
se
emborracha con vino o con tabaco,
Britón
le dio a beber; si falta en casa
alguna cosa,
BRITÓNcillo es caco.
No
lo puedo sufrir, de raya pasa,
un año
ha que te sirvo, hagamos cuenta,
diez reales cada mes me das por
tasa,
aquí está el papelillo
en que se asienta
lo que recibo; débesme once reales
menos
tres cuartos, no tengo otra renta,
páguenmelos y adiós, y sean cabales.
LELIO: ¿Estás
sin seso?
BRITÓN: Estoy muy enojado
y harto de llevar ya tus atabales.
A un
hombre como yo bien opinado
no es
razón que le llamen alcahuete.
¿Hanme
visto llevar algún recado?
¿Cuándo te traje yo carta o billete?
Siempre el rosario traigo en cuello
o mano,
dentro mi faltriquera no se mete.
......................... [ -ano]
De fray
Luis, y porque veas si miento,
estas
hojas dirán si soy cristiano.
Va a sacar un
libro de la faltriquera y saca envuelta
al rosario una
baraja de naipes,que se le cae
LISARDA: Muy
bien lo dicen, pues de ciento en ciento
te
salen a abonar descuadernadas
como tu
vida; y quién te da sustento
de ésas y de otras cartas
despachadas;
por el infierno debes ser
correo.
BRITÓN: ¡A
afrentarme salistes desolladas!
¡Volveos al nido, que en mi muerte creo,
que de vosotras, en lugar de tablas,
he de hacer ataúd, según deseo
que andéis conmigo
siempre!
LELIO: En vano
entablas
dilaciones; del cuello el oro quita,
que pierdo tiempo mientras tanto me
hablas.
Quita las perlas.
LISARDA: ¿Qué furor te
incita?
¿No
están mejor al cuello de tu esposa
que no
al cuello...
LELIO: ¿De quién?
LISARDA: De
Margarita?
LELIO: No
digas necedades, si celosa
estás;
que es tan honrada como bella
Margarita, y doncella generosa.
LISARDA: Será
virgen y madre, si es doncella,
que de
Valerio dicen que ha parido.
LELIO:
Mientes, y toma; acordaráste de ella.
Dale un bofetón
LISARDA: ¡Ay,
cielos!
BRITÓN: Más me pesa, que has
rompido
la sarta.
LELIO:
Los anillos le he quitado
y los
zarcillos.
BRITÓN: Su pirata has sido.
LELIO: Coge
las perlas.
BRITÓN: ¿No me ves bajado,
cual fraile en Gloria patri?
Sale ROSELIO
ROSELIO: ¿Qué es
aquesto?
Lisarda, ¿de qué lloras?
LISARDA: He quebrado
la
sarta de las perlas en que he puesto
todo m¡
gusto.
BRITÓN:
(No hay más linda pieza Aparte
que una
mujer para mentir de presto.)
ROSELIO: No
es esa la ocasión de tu tristeza;
que no
eres tú, sobrina, tan liviana
que por
eso des muestras de tristeza.
¿Qué
es eso del carrillo? Mas la grana
en que
se tiñe el daño que recelas
y tu
honrada respuesta me hizo llana.
Lelio,
¿hasla dado?
LELIO: ¿Yo?
ROSELIO: Deja
cautelas.
Britón,
¿qué es esto?
BRITÓN: Es una niñería,
un
dolorcillo que le dio de muelas.
ROSELIO:
¿Calláis los dos? A la sospecha mía
doy
crédito; la cara de Lisarda
es un
papel que a mi venganza envía,
tinta es la sangre que la letra aguarda,
con
cinco plumas la escribió el villano
valiente con mujeres que acobarda.
LISARDA: Por
mi fe que te engañas.
ROSELIO: Jura en
vano,
que ya
en la plana de tu rostro veo
el
renglón riguroso de la mano.
¡Ah
Lelio, Lelio! ¿Es éste el justo empleo
que
hace en ti de Lisarda que te adora?
LISARDA: No ha
reñido conmigo.
ROSELIO: Ya lo veo.
LELIO: Si
la he reñido, ¿qué tenemos ahora?
Quitéla
estos zarcillos y estas perlas
que
llevo, a una mujer; quiso, habladora,
por
resistirme consentir romperlas,
y dile
el bofetón que te ha ofendido;
estas las joyas son, si quieres verlas.
ROSELIO: ¿Por
qué la tratas mal?
LELIO: Soy su
marido.
ROSELIO: Una vez
sola pone el que es honrado
la mano
en su mujer: si infame ha sido.
No le quites el oro que no has dado.
Vuélveselo, o si no...
LELIO: Aparta viejo,
si no
quieres...
ROSELIO: La sangre se me ha
helado;
mas no por eso que me injuries dejo.
Has de darle las perlas.
LELIO: ¡Buen aviso!
Pagarte
a coces quiero ese consejo.
Derríbale y
dale de coces
LISARDA: ¿A
mi tío?
LELIO:
Él se tiene lo que quiso.
ROSELIO: Soy
tierra; en fin, atréveste a la tierra.
LELIO: Pues si
eres tierra con razón te piso.
BRITÓN: Hoy
reina alguna suegra, todo es guerra.
Vanse los dos, LELIO y BRITÓN
ROSELIO: ¿A
mí en el suelo y de coces?
Lisarda, dame una espada.
LISARDA:
Sosiégate, no des voces,
que no
es justo sepan nada
los
vecinos.
ROSELIO:
Mal conoces
mi
condición, ¡vive el cielo!
¿De un
cobarde mal nacido?
LISARDA: Deja
las leyes del duelo,
que tú
la culpa has tenido
de que
te echase en el suelo.
ROSELIO: ¿Yo
la culpa en defender
tu injuria? ¿En mí un mozalbete
las
manos ha de poner?
LISARDA: Eso
tiene quien se mete
entre
marido y mujer.
¿Qué
tengo yo que no sea
de
Lelio?
ROSELIO:
¿A ti un bofetón?
LISARDA: Ni me
afrenta, ni me afea;
afeites
del honor son
con que
el amor se hermosea.
Es
mi esposo, hacerlo pudo.
ROSELIO: Hablas
al fin como honrada;
pero el
acero desnudo,
ya
jubilado en la espada
me
vengará.
LISARDA:
De eso dudo.
Vase. Sale VALERIO
ROSELIO:
¿Aquí estás? ¿Cómo te atreves
salir
en público así,
si por tus
costumbres leves
anda
Cleandro tras ti,
y
antiguos enojos mueves?
VALERIO:
Quiero hoy volverme al aldea
y he
menester que me des
unos
escudos.
ROSELIO:
Granjea
tu hacienda así, que después
no es
mucho que corta sea.
¿Cuántos los escudos son?
VALERIO:
Quinientos.
ROSELIO:
Pues ¿para qué?
VALERIO: Compro
cierta posesión.
ROSELIO: ¿Tú,
posesión? Ya yo sé
de tu
santa inclinación
la
posesión en que estriba
tu
liviana voluntad,
en
torpes vicios cautiva.
VALERIO: ¡Por
Dios que es una heredad!
ROSELIO: Si es
heredad, será viva.
VALERIO: ¡Oh,
que de ello que me cuesta
cualquier cosa que me das!
Digo
que es para una fiesta;
para
jugar. ¿Quieres más?
¡Una
mujer!
ROSELIO:
¡Y honesta!
VALERIO:
¿Tienes otro que te herede
más que
a mí y para que estimes
lo que
es justo, que acá quede?
Ya soy
hombre, no escatimes
lo que
mi edad me concede.
ROSELIO: ¿Tantos
pasos y argumentos
gastas,
si en darte me fundo,
los
reales cientos a cientos?
VALERIO: Más que
un hermano segundo
en
cobrar sus alimentos.
Si
me los tienes de dar,
¿para qué con esa flema
me los
haces desear?
ROSELIO: A ti y
Lelio un mismo tema
os hace locos de atar.
Ea, en mí las manos pon,
como hizo Lelio en tu
prima;
si te
parece razón,
mi cano
rostro lastima,
dame en
él un bofetón.
El oro y joyas me quita
con alborotos y voces,
y en
tierra me precipita,
darásme
otra vez de coces
por
amor de Margarita.
VALERIO:
¿Cómo es eso?
ROSELIO: A su mujer
las
joyas Lelio ha quitado
que no
le supo traer,
y un
bofetón le ha costado
el quererlas defender.
Y
porque yo, como tío,
sus
locuras reprendí,
fue
tanto su desvarío,
que puso los pies en mí.
¡Mira que valiente brío!
A
Margarita pretende;
para
ella las joyas son
con que
su interés entiende.
Si es
ésta la posesión
que tu
deshonra te vende,
cómprala, y cual Lelio yerra.
Echa a
mal mi hacienda
así y
de casa la destierra.
Písala
bien como a mí!
Lelio
me ha pisado en tierra.
Vase
VALERIO:
¿Lelio a mi padre ha injuriado?
¿Lelio
en Margarita -- ¡Cielos! --
emplea hacienda y cuidado?
¿Lelio
afrentas? ¿Lelio celos?
Mas
¿qué mucho si es cuñado?
Voyle a buscar, que mejor
satisfará a mi esperanza
que a
la lengua mi valor.
Daré de
un golpe venganza
a mi
padre y a mi amor.
Vase. Salen LEONELA y MARGARITA
LEONELA:
¡Buena traza!
MARGARITA: No más silla.
LEONELA:
¿Escarmentarás desde hoy?
MARGARITA: Triste
desde anoche estoy;
alcánzame esa almohadilla
que
la labor entretiene,
olvidaré pesadumbres.
Dale vainicas,
y toma LEONELA randas
LEONELA: Cuando
a ella te acostumbres,
si amor
quiere, tan bien viene
a la
labor como al ocio;
pues
tal vez si le aprovecha,
hace de
la aguja flecha
con que
entabla su negocio.
MARGARITA: Como
es la materia blanda,
aunque se suele picar,
huélgase tal vez de andar
entre
la aguja y la holanda.
¿Has
las randas acabado?
LEONELA: No,
porque aunque son ligeros,
cánsanme cien majaderos
que haciendo un manoteado
enmarañan mi labor.
MARGARITA: Si un
majadero no más
da
tanto enfado, ¿qué harás
con
ciento juntos?
LEONELA: Mejor
son
éstos que están atados;
pues
menos tormento dieran
los
necios como estuvieran
del
modo que éstos colgados.
MARGARITA:
Leonela, ¿no es gentilhombre
Lelio?
LEONELA:
Tu pretendiente es
rico,
galán y cortés;
pero
como tiene nombre
de
casado, no me agrada.
Para mí
mucho ha perdido
en
serlo.
MARGARITA:
¿Por qué?
LEONELA: Un marido
que es
con carga tan pesada
ganapán del matrimonio,
sufre
mucho.
MARGARITA:
Bueno está.
LEONELA: Un
marido sufrirá
todo un
falso testimonio.
MARGARITA: ¿Por
qué, que estás importuna?
¿De todo has de mal decir?
LEONELA: Hombre
que puede sufrir
el
rüido de una cuna,
¿qué
diablos no sufrirá
al lado
de una mujer
que por
fuerza ha de tener
las inmundicias que ya
te constan?
MARGARITA:
Eso es sin duda.
LEONELA: ¿No
sufre más que un peñasco
hombre
que no tiene asco
de un
rostro con paño o muda?
MARGARITA:
Galán melindroso hicieras.
Amor
Lelio me ha mostrado,
liberal
me ha regalado
y me
agradan sus quimeras,
pues
Valerio es sospechoso,
y mi
padre de éste está
seguro;
tráemele acá,
que,
aunque el viejo es receloso,
cuando venga y le halle aquí,
no
faltará una mentira
que le
engañe.
LEONELA:
Si él suspira
y tú le
escuchas así,
voy
por él, servirte quiero.
MARGARITA: Que
varíe me has mandado;
sabré a
qué sabe un casado
pues ya
sé lo que es soltero.
LEONELA: A ambos puedes reducillos.
MARGARITA: ¿Dos
juntos? ¡Líbreme Dios!
LEONELA: Lo
bueno es de dos en dos,
que es
comer a dos carrillos.
Vase
MARGARITA: La
inclinación de mi edad
más
gusta oír cada día
sermón en la Compañía
que
misa en la Soledad.
Sola
estoy y no soy santa,
perdone
mi padre viejo
que no
hay gusto con consejo;
mas,
¡Válgame Dios! ¿quién canta?
Canta de dentro
VOZ: "Margarita,
Margarita,
maldita fuera mejor
que
te llamase Florencia,
pues
eres su maldición."
MARGARITA: ¿Quién
puede ser la que canta?
¡Ay
cielos, qué triste voz!
Los
cabellos me ha erizado,
palpítame el corazón.
¡Hola!
¿Quién canta allá dentro?
Pero
¡qué medrosa soy!
Alguna
de mis crïadas
es que
está haciendo labor.
Cante alegre o cante triste,
que el
uno y el otro son,
suspenden y avivan más
sentimientos del amor.
Canta
VOZ: "Margarita
te llamaron,
pero
no conforma, no,
con
tus obras tu apellido
con
tus vicios tu valor.
Libre te crïó tu madre
causando tu perdición,
¡Pobre de ella, cuál lo paga!
¡De
llamas es su prisión!"
MARGARITA: ¿Qué es
esto? ¿A mí se dedican
los
versos de esta canción?
¿Mi
libertad reprehenden?
¿Maldicen mi inclinación?
Éste es
mucho atrevimiento.
¿Cuándo
sufrí burlas yo?
Castigaré
en la crïada
este
agravio, ¡vive Dios!
¡Hola!
Florisa, Marcela,
Faustina, Audronio, León.
¿No me
responde ninguno?
¿Si
estoy soñando? Mas no,
no debe
de ser de casa
la
cantora o el cantor
que mi
vida satiriza.
Algún
vil murmurador
de los
de mi vecindad
me
piensa poner temor.
Digan;
allá se lo hayan.
Libres son y libre soy.
De la más santa murmuran;
del rey
como del pastor;
mas que
digan que mi madre,
porque
libre me crïó,
se
abrasa, esta es desvergüenza.
Sufrirlo será baldón,
castigarle será justo.
¡Hola!
Llamadme a Gascón,
ese
mozo de caballos.
Mas,
¿qué es esto? Loca estoy.
¿No hay
en Florencia mujeres
de mi
nombre y que no son
de más
benditas costumbres
ni más
honestas que yo?
Cantes de ellas y de mí,
que yo les daré desde hoy
materia para sus versos,
porque he de vivir peor.
Canta
VOZ: "No harás, porque antes de
mucho
el infernal cazador
que caza almas, con tus ojos
perderá tu posesión.
Aunque has perdido la cuenta,
de tu vida en un sermón,
por
las cuentas de un rosario,
borrará tus cuentas Dios.
A un
hombre puesto en un palo
has de tener tanto amor,
que has de perder el
juicio
en la vulgar opinión."
MARGARITA: ¿Cómo?
¿Yo a un ajusticiado?
¿A un
hombre en un palo yo?
¿Yo a
difuntos? ¿Yo sin seso?
Desmayos me da el temor.
¿Mujer
de mi calidad
ha de estar sin lo mejor
del
alma, que es el jüicio?
¿Yo
amante de quien perdió
la vida
en un palo vil?
No es
buena satisfacción
de mis
culpas deshonrarme.
Oerdonaráme el sermón.
Si
sermones han de ser
causa
de mi conversión,
no he
de oírlos en mi vida.
Intente
otros medios Dios,
que por
ése no haya miedo
que me coja, pues desde hoy
no he de oir sermón ni
misa.
Vuélvome a hacer mi labor.
¡Ay! Si
Leonela viniese,
si
entrase conversación
y
dejase de cantar
aquesta
agorera voz.
Canta
VOZ: "Margarita,
¿de qué sirve
hacer piernas contra Dios,
ni
tirar, cual dijo a Pablo,
coces contra el aguijón?
Si
de tu libre albedrío
siguieres la inclinación
y
sus vicios no dejares,
daránte mal galardón."
Descúbrese al
son de tristes instrumentos una
escalera de
flores, y al cabo una silla y corona de fuego
"En
el reino del espanto,
entre
fuego y confusión,
aquesta silla te espera
si
no excusas tu rigor.
Aunque por flores se sube,
que
el deleite es torpe flor,
éste
es el fruto que ofrecen
flores que de vicios son.
En
vez de oro tiene fuego,
brasas sus follajes son,
su
corona basiliscos,
azufre y pez es su olor."
MARGARITA: ¡Ay,
cielos; qué horrenda vista!
Leonela, Fabia, señor,
crïados, vecinos, gente,
¿ninguno me da favor?
Pues
que ninguno me ayuda,
matarme
será mejor.
¿No hay
cordel que sea
verdugo
de mi desesperación?
Al son de
música alegre se descubre una
escalera hecha
de rosarios, y sobre ella una silla muy hermosa y
sobre la silla
una corona de oro. Canta
VOZ: "El
cordel que te remedie
las
cuerdas divinas son
de
esta escala, donde sirve
cada
cuenta de escalón
por
ella, para que suba
hasta el cielo el pecador,
da
la mano poderosa
su
admirable devoción.
Silla y corona de rosas
es quien paga el fruto en flor
a
María, flor de gracia,
e
intenta tu conversión.
Teje
del rosal divino
del
rosario y su oración
las rosas de sus misterios,
si alcanzar quieres
perdón."
MARGARITA: ¡Oh,
qué belleza de silla!
El alma
me consoló,
encubrióse su hermosura,
la voz
dió fin a su voz.
Entre
el consuelo y tristeza,
la
esperanza y el temor,
me
tienen entre dos aguas
y me
cubre un frío sudor.
¡Cuánto
va de silla a silla,
válgame
el poder de Dios;
y de
corona a corona,
de reino
a reino! Venció
el
temor aquesta vez.
¡Viva
la virtud! Desde hoy,
salgan
los vicios de casa.
Salid
fuera, torpe amor.
Vase. Salen LELIO y VALERIO acuchillándose,
LEONELA dando
voces
LEONELA:
¡Valerio, envaina, que me causas miedo!
¡Jesús!
Lelio, ¿no ves que estoy preñada?
Palpitaciones tengo, muerta quedo;
no hay
coco para mi como una espada.
VALERIO: Amigo
al uso, no verás si puedo
la traza infame de tu amor
vengada;
que a
castigar en ti me traen los cielos
la
injuria de mi padre y de mis celos.
Lisarda es prima mía, en quien villano
la vil
mano pusiste, que atrevida
muestra
tu infamia, aunque se excuse en vano,
porque
quede tu afrenta conocida,
no pone
el noble en su mujer la mano
si no
es para, quitándola la vida,
mostrar
que, ocasionando su deshonra,
no le
dio menos causa que en la honra.
Y
porque de defender mi padre trata
fe su
sobrina el lícito decoro,
pisaste
vil su venerable plata
cuando
a tu esposa le quitaste el oro.
¡Bravas
hazañas! ¡Tu valor quilata
con
viejos y mujeres. Ya no ignoro
el
esfuerzo que en ti tiene su espejo
hiriendo a una mujer, pisando a un viejo.
LELIO: Con la mano te pienso dar respuesta,
ya que
así te desbordas y desmandas,
pues es
la espada lengua.
VALERIO: En ti molesta
y no
enseñada, pues tan mal la mandas;
que, en fin, como tu mano descompuesta,
rostros tiernos afrenta y canas
blandas,
no podrás de cobarde
delicado
sufrir
el peso del acero honrado.
LELIO:
Habla cuanto quisieres, que no irrita
tu
cólera el valor que en mí conoces.
Sólo
digo que adoro a Margarita
y que
he de procurar que no la goces.
VALERIO: ¡Oh,
infame! Aguarda.
LEONELA: ¡Santa Inés
bendita;
que se matan! ¡San Roque!
LELIO: Si de coces
di a tu
padre, mis pies que le maltratan
te
pisarán la boca.
LEONELA: ¡Que se matan!
Vanse
riñendo. Salen riñendo CLEANDRO
y ROSELIO
ROSELIO: Con
la lengua desnuda de esta espada
digo
otra vez que, mientras tenga vida,
no se
verá tu hija desposada
con
Valerio, aunque más palabras pida.
CLEANDRO: No es
Valerio tan noble.
ROSELIO: Ni ella honrada.
Y sin
honra, ¿qué importa ser nacida
de Augustos y Alejandros excelentes,
como es para injuriarlos
así?
CLEANDRO: ¡Mientes!
ROSELIO: No
puedes afrentarme, que no tienes
honra;
y sin ella un hombre nunca afrenta;
mas,
pues tan loco a despeñarte vienes,
ten de
tu vida, loco viejo, cuenta.
La
lengua que agraviar honras enfrenes
mejor
que de tu hija.
CLEANDRO: Porque intenta
el
botado de acero es esta espada
que en
orden la pondrá si es desbocada.
Vanse
riñendo. Salen ALBERTO y BRITÓN
riñendo
BRITÓN:
Medio lacayo, no lacayo entero;
medio
aún es mucho, cuarterón. ¿Qué digo?
¡Dos
onzas de lacayo! Caballero
ando en
honrarte siendo mi enemigo.
¡Una
onza de lacayo, y aún no quiero
darte
una onza, que seré prodigo.
¡Adarme
del acayo a quien desmayo!
¿Adarme? ¡Escrupulillo de lacayo!
¿Tú con
Leonela, fregatriz divina,
célebre
desde el Ganjes hasta el Tajo,
que
dando censo en agua a su cocina,
de los
rayos del sol hizo estropajo?
¿Tú con
una mujer que Celestina
crió a sus pechos y en sus brazos
trajo,
a quien el orador como el
poeta
llaman
en prosa y verso alcahueta?
¿Tú,
competir conmigo? ¡Vive el vino!
Que he
de hacer un castigo más sonado
que mocos con tabaco.
ALBERTO: No me indino
así, ni
he de reñir si no enojado.
Veme
encendiendo más, habla sin tino;
podrá
ser que de injurias enojado
saque
la espada, en castidad Lucrecia,
que
como a gusarapa te desprecia.
BRITÓN: ¿Yo
gusarapa? ¡Mientes!
ALBERTO: No es nada eso.
Dime
más.
BRITÓN:
Digo que eres un gabacho.
ALBERTO: Fuélo
mi padre, la verdad confieso.
Dime
más.
BRITÓN:
Digo que eres un borracho.
ALBERTO:
Gloríome de serlo.
BRITÓN: Eres confeso.
ALBERTO: Confesor
y no mártir no es despacho
que me
pueda afrentar.
BRITÓN: Eres marido.
ALBERTO: ¿Marido
yo? Mi enojo has encendido.
Mientes hasta la enjundia, y echa afuera
la virginal
espada.
Salen LEONELA y
MARGARITA
LEONELA: Sal, señora,
si no
pretendes que tu padre muera,
que con
Roselio se mataba ahora.
MARGARITA: Cuando
le maten en la edad postrera
no muere mal logrado, ni me azora
ese
temor. Peor será que viva.
ALBERTO: Échese
hacia acá abajo.
BRITÓN: Echo hacia
arriba.
LEONELA:
Valerio que, celoso, está informado
de que
Lelio te sirve, le provoca
hasta
haberse los dos acuchillado.
MARGARITA: Pues
¿eso te da pena? Calla, loca,
que una
mujer que por el mundo ha dado
no gana
fama, o la que gana es poca,
por más
amantes que su garbo inquiete,
si no
han muerto por ella seis o siete.
LEONELA: ¿Ésa
es la santidad que prometías
a la
visión que viste y me has contado?
MARGARITA:
Debieron de ser vanas fantasías;
soy moza, no me pongas en cuidado;
malograré mi edad en breves días
si miro
en disparates que he soñado.
LEONELA: El alma
es de tu madre que te avisa.
MARGARITA: Mañana
daré un real para una misa.
LEONELA: ¿Un
real? ¡Limosna larga!
MARGARITA: Basta y sobra
LEONELA: Quien a
lo humano gasta, a lo divino
es
avarienta.
MARGARITA:
Deja ya esa obra,
que
tanta santidad es desatino;
si
Lelio viene y los cabellos cobra
a la
ocasión, hacerle determino
cacique
de estas Indias.
LEONELA: Es bizarro,
y tú su
Potosí si él tu Pizarro.
Mas
¿qué es esto?
BRITÓN: Desgracia nunca
oída.
Lelio
ha herido a Valerio malamente,
y dos
horas no más le dan de vida,
que está
sin habla y ya ni ve ni siente;
sus
parientes te llaman su homicida.
MARGARITA: No hago
caso de dichos de la gente.
Pésame,
cierto; y Lelio, ¿dónde ha huído?
BRITÓN: Está en
Predicadores retraído.
Pero no es la mayor desgracia ésta,
que tu
padre también...
MARGARITA: ¿Cómo?
BRITÓN: Ha quedado
herido
y preso, y no por causa honesta;
que el
padre de Valerlo le ha afrentado
y está
preso también.
LEONELA: Hagamos fiesta,
pues se
te cumple ya lo deseado.
MARGARITA. ¿Dónde
le tienen preso?
BRITÓN: En el palacio
viejo
del duque, y por su alcaide a Horacio.
MARGARITA: ¿La
herida es algo?
BRITÓN: No, cierto
rasguño
de
oreja a oreja.
MARGARITA: ¿Cómo?
BRITÓN:
Miento,
miento;
hirióle
en la muñeca, junto al puño,
Roselio; mas no es nada.
MARGARITA: Verle intento.
BRITÓN: Aqueste
vuestro amor es el dimuño.
Matáis a uno y engañáis a ciento.
No vais
a ver a vuestro padre ahora
que
está con vos airado, aunque os adora.
MARGARITA: No
importa, que en achaque de ir a verle
quiero ver
a tu amo, el retraído.
BRITÓN:
¿Queréisle bien?
MARGARITA: Pues ¿he de aborrecerle
si por
mi causa para tanto ha sido?
BRITÓN: Pues
ahora hay lugar, si habéis de hacerle
esa
merced; porque al sermón ha ido
toda
Florencia, que su gente aplica,
si fray
Domingo de Guzmán predica;
y
mientras que en la iglesia está ocupada
con el
dicho sermón, a un lado de ella
le hablarás sin que nadie note nada.
MARGARITA: Bien
dices. Todo el gusto lo atropella,
Lelio
me deja tierna y obligada,
y a fe
que enciende más de una centella.
BRITÓN: (Es
yesca la mujer, ¡qué maravilla!) Aparte
MARGARITA: Dame un
manto Florisa. ¡Hola, la silla!
Vase
BRITÓN: Ya
que sola te quedas, di, cerrojo
de
cárcel traqueado, pandillera,
¿con mi
amor es razón que seas chancera,
por
Albertillo manco, zurdo y cojo?
LEONELA: No
hay mujer que no haga trampantojo,
y más
con el remate de escalera.
Váyase
noramala, salga fuera.
Escúpele
BRITÓN: No
escupas más, que me emplastaste un ojo,
tintero de botica.
LEONELA: ¡Ay, cerbatana!
BRITÓN: ¡Ay,
tercerona!
LEONELA: Y ¡ay, alcabalero!
BRITÓN: ¡Ay, trotacalles!
LEONELA: ¡Ay, estriegalodos!
BRITÓN: ¡Ay!
LEONELA: ¡Ay!
BRITÓN: ¡Miz!
LEONELA: ¡Zape!
BRITÓN: ¡Ay, flaqueza
humana!
¡Ay!
LEONELA: ¡Ay!
BRITÓN: ¡Púpú!
LEONELA: ¡Lálá!
BRITÓN: ¡Ay, yo soy,
soy
Duero!
LEONELA: ¡Ay, rascamuelas!
BRITÓN: ¡Ay, los ayes todos!
Vanse. Salen CELIO, PINARDO y LUDOVICO,
galanes
CELIO: Pues ¿de la iglesia os salís?
PINARDO: Tengo
poca devoción.
LUDOVICO: ¿Para
qué, pues, acudís
tanto a
ella?
PINARDO:
No el sermón
me
trae, si lo advertís.
CELIO: Pues
¿qué?
PINARDO: Lo que os trae a vos.
CELIO: Yo a
ver las damas que vienen
acudo
sólo, por Dios.
LUDOVICO: Las
mismas aquí me tienen.
PINARDO:
Confórmome con los dos.
CELIO:
Buena vino la mujer
de Honorato.
LUDOVICO:
Quién, ¿Marfisa?
mejor
suele parecer.
PINARDO: Debióse
afeitar de prisa
y
echábasele de ver.
LUDOVICO: ¿Qué
os pareció de Rosalba?
CELIO: Brava
reverencia os hizo.
PINARDO: Fuera
más bella que el alba
si no
trajera postizo
el
cabello.
LUDOVICO:
Pues ¿qué? ¿Es calva?
PINARDO: Como
un San Pedro.
CELIO: ¿Y Octavia?
LUDOVICO: Es
vieja.
PINARDO:
No lo es Lucrecia.
CELIO: Ésa
tiene mucha labia
y toca
en puntos de necia
porque
despunta de sabia.
LUDOVICO:
¿Casandra es de buena cara?
PINARDO: Sí; pero
dicen que es puerca.
CELIO: ¿La
española doña Clara?
LUDOVICO: No
parece bien de cerca
y para
de treinta es cara.
CELIO: ¿La
del ginovés Marín?
PINARDO: Hanme
dicho que trae ésa
una
torre por chapín,
y para
chica es muy gruesa.
CELIO: No lo
es para el florentín.
PINARDO: Las hermanas Garambelas
me agradan mucho, por Dios.
CELIO: Aféanlas las viruelas,
y no osan dejar las dos
verdugados y arandelas.
LUDOVICO:
Buena es Fabia.
PINARDO: Malas manos.
CELIO: ¿Y la Urbina?
LUDOVICO:
Es muy arisca.
PINARDO: ¿Laura?
CELIO:
Tiene muchos granos.
LUDOVICO:
¿Doriclea?
PINARDO:
Es medio bizca
y habla
a moros y cristianos.
CELIO: Hoy los tres hemos venido
mal contentadizos.
LUDOVICO: Son
lo que
hemos dicho.
PINARDO: Ha traído
fray
Domingo a su sermón
todo el
mundo.
CELIO:
¿Habéisle oído?
PINARDO: Una
vez.
LUDOVICO:
¿Y qué os parece?
PINARDO: Que es
un apóstol San Pablo
que a
darnos luz amanece.
CELIO: No
tendrá ganancia el diablo
con él.
LUDOVICO:
No se desvanece.
PINARDO:
Según recoleta el mundo,
si él prosigue
en predicar,
antes
de mucho me fundo
que al
demonio le han de dar
de
azotes por vagamundo.
Estas cuentas del rosario
píldoras de vicios son.
LUDOVICO:
Concepto de boticario.
CELIO: Dejemos
la devoción,
que
estáis hoy extraordinario,
y
decid si habéis sabido
la
causa de la pendencia
de
Lelio.
PINARDO:
Pues ¿ha reñido?
LUDOVICO: Sábelo
toda Florencia,
¿y con
eso habéis salido?
PINARDO: ¿Con
quién?
CELIO:
Con Valerio.
PINARDO: ¿Siendo
su
cuñado?
LUDOVICO:
¿Eso no basta?
PINARDO: ¿Y hay
sangre?
LUDOVICO:
Estáse muriendo
Valerio.
PINARDO:
Lelio es de casta
de
valientes; pero entiendo
que
celos de Margarita
han puesto
a Valerio así.
CELIO: Como a
ésos el seso quita.
LUDOVICO: Pues
retraído está aquí
Lelio.
PINARDO:
¡Qué honrada y bonita
que
es Lisarda, su mujer!
Sale PINABEL
PINABEL: ¿De
cuándo acá el diablo a misa?
CELIO:
Pinabel: ¿qué hay?
PINABEL: ¿Qué ha de haber?
que el
mundo se acaba aprisa.
LUDOVICO: ¿Cómo?
PINABEL:
Ahora acabo de ver
a
Margarita en sermón.
PINARDO: Hace
una raya en el agua.
LUDOVICO: No la
trae la devoción;
que, si
vino, a fe que fragua
alguna
nueva invención.
CELIO:
¿Habían, ya comenzado
a
predicar?
PINABEL:
Buen rato ha.
PINARDO: ¿Y os salís?
PINABEL: Harto he llorado;
como estábades acá,
salí de voces cansado.
LUDOVICO: En
fin, Margarita escucha
al
padre predicador.
¿Mostrará devoción?
PINABEL: ¡Mucha!
Señales
da de dolor
o
locura con que lucha.
PINARDO: ¿Y
la criadita?
PINABEL: Quemada
y hecha
polvos la vea yo.
LUDOVICO: ¡Qué
relamida y taimada!
CELIO: En ella
el demonio halló
una
gentil camarada.
PINARDO: ¡Qué
bien sabe la bellaca
toda la
girobaldía
del
trato alcahuete!
PINABEL: Saca
jugo de
una piedra fría.
LUDOVICO: Y
guarda más que una urraca.
Salen ANDRONIO
y FELICIO
ANDRONIO:
¡Gran sermón!
FELICIO: Cuando Dios toca
de esta
suerte un corazón,
habla por la misma boca
del que
predica.
ANDRONIO: El sermón
vuelve
a Margarita loca,
o la
vuelve santa.
FELICIO: Todo
puede
ser, que el mundo llama
loco al
santo.
ANDRONIO:
¿De ese modo
ya es
loca y santa esta dama?
FELICIO: Lo
primero la acomodo.
PINARDO: ¿Qué
es esto, señores?
ANDRONIO: Es
milagros que hace el sermón
de fray
Domingo, después
que
vino aquí.
PINARDO:
La ocasión
nos
decid, Andronio, pues.
FELICIO:
Margarita, poco a poco
en el sermón convertida
de
Domingo, a quien invoco,
o muda
de estado y vida,
o la ha
dado un furor loco.
A
cada voz que intimaba
el
padre predicador,
una joya
se quitaba;
y sin
mirar el valor
de su
sangre y dónde estaba,
medio desnuda y llorando,
el
sermón interrumpía
voces y
suspiros dando.
PINABEL: ¿Ella,
santa?
ANDRONIO:
¿No podría?
PINABEL: No
estoy el poder dudando
del
cielo; pero primero
seré yo
fraile que vos
la
veáis santa.
CELIO:
No quiero
dudar
del poder de Dios;
el fin
de este caso espero.
Mas
¿no es ésta?
LUDOVICO: Sí, y tras ella
toda la
gente que sale.
CELIO: Loca
viene.
PINABEL:
Loca y bella.
ANDRONIO: Como su
virtud iguale
a sus
vicios, dichosa ella.
Salen
MARGARITA, medio desnuda, y POBRES tras ella,
y LEONELA
MARGARITA:
Afuera galas dañosas,
joyas
torpes y lascivas,
plumas con
que la corneja
prestada hermosura envidia.
Casa
del demonio he sido,
y
porque al huésped despida,
en fe
de mudarse a ella
mi Dios
la desentapiza.
Tomad,
pobres de mis ojos.
LEONELA: ¡Ah,
señora de mi vida!
¿En la
calle te desnudas?
¿No
adviertes en quién te mira?
MARGARITA:
Leonela: el mundo avariento,
para
quien por él camina,
puerto
es de Arrebatacapas,
y así
las ropas me quita.
Vestidos hizo el pecado
que a
Adán y Eva ensambenitan.
La
verdad anda desnuda,
adornada la mentira.
En la
calle han de ver todos
que la
hermosura fingida
que en
mí los encadenó
prestada fue, que no mía.
Fue
hermosura de alquiler,
pues
claro está que la alquila
quien con
galas es hermosa,
si sin
ellas la abominan.
LEONELA:
Pinabel, Celio, Pinardo,
pues
aquí estáis, reducidla,
que se
le va por la posta
la
medula de la vida.
PINABEL: Señora,
volved en vos,
que no
es bien que Margarita
tan
bella y que tanto vale
la
lloremos hoy perdida.
MARGARITA: ¡Qué
bien en el uso estáis,
idiotas, cuya doctrina
cuando
os rodeabais de sabios,
la
llama Pablo estulticia!
La
parábola ignoráis
de la
mujer afligida
que,
descuidada, perdió
la
preciosa margarita,
y
revolviendo la casa
luz enciende, trastos quita,
cofres
busca, suelos barre,
galas
saca, cajas mira,
hasta
que, habiéndola hallado,
llama a
voces las vecinas;
sale de
sí, fiestas hace,
gasta, festeja, convida.
Pues si
Margarita soy
y,
perdiéndome en mí misma,
estaba
fuera de mí,
sin
valor y sin estima,
y hoy
dentro de mí me busco,
la luz
del sol encendida
de la
palabra de Dios
que
fray Domingo predica,
¿qué
mucho que para hallarme
arroje
galas malditas,
barra
el alma de sus culpas,
y sin mirar
quién me mira,
pues a mí misma me hallé
cuando en mí estaba
perdida,
haga fiestas por las calles
y dé a los pobres albricias?
Margarita soy hallada,
de Dios
sigo la doctrina.
Amigos,
hagamos fiestas,
a
convidar voy amigas.
Baila
Cantadme mil parabienes,
bailemos, que la alegría
aquestos efectos causa;
todos
celebren mi dicha.
LEONELA: Miren
cuál anda el meollo,
señora, mas que nos tiran
pepinazos los muchachos,
y que nos van dando
gritan.
LUDOVICO: ¡Hay
lástima semejante!
MARGARITA: ¿Ésta es
lástima? ¿Y la vida
que yo
tuve y vos tenéis
os
alegra y no os lastima?
Muy
necio sois para alcalde.
LEONELA: ¿Qué
hacéis, señores? Asidla
y a su
casa la volvamos.
¡Malhaya
nuestra venida!
PINARDO: No os
habéis de desnudar;
ni
porque estéis convertida
habéis
de hablar disparates.
MARGARITA: Quien
es loca que los diga,
¿Dónde
me lleváis?
CELIO:
A casa.
Tenedla
y vaya.
MARGARITA:
¡Oh que linda
compañia me llevaba!
¡Afuera
gente lasciva!
Que si
se pagan los vicios
por las
malas compañías
no quiero que me paguéis
los
vuestros, ya que estoy limpia.
¡Fuera,
digo, gigantones
del
mundo! La seda encima
y la
paja por de dentro,
amantes
a la malicia,
que soy
amante de veras.
PINARDO:
Dejadla, que desatina
y está
furiosa.
Vanse. De dentro
VOCES: A la loca.
MARGARITA: Mi
Dios, si hizo el mundo estima
de mi
frágil hermosura,
hoy al menosprecio incita.
Llámenme loca por Vos,
seré la
loca divina.
¡Albricias me pedí, cielos, albricias!
Que si
soy la perdida Margarita,
pues a
la luz de la verdad me hallaron,
venga
mi Dios y le dará su hallazgo.
FIN DEL ACTO SEGUNDO
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