La s quinas de
Portugal
Personas que hablan en
ella:
- Don ALFONSO Enríquez, conde de Portugal
- BRITO, pastor gracioso
- Don EGAS Muñiz
- Don GONZALO
- Una DAMA
- Algunos PORTUGUESES
- Don PEDRO
- GIRALDO, viejo
- ISMAEL, rey moro
- LEONOR, dama
- ZULEMA, moro
- Algunos MOROS
- Un ALFAQUÍ
- Un niño que hace a CRISTO
JORNADA PRIMERA
Toda la fachada
del teatro ha de estar de arriba
abajo llena de
riscos, peñas y espesuras, de matas, lo
más verosímil y
áspero que se pueda, imitando
una sierra muy
difícil, con las circunstancias que se
dirán después. Por
lo más alto de estas
breñas saldrá
BRITO, rústico, con un
bastón largo,
disparando la honda, y por en medio de las
diehas peñas sale
el conde don ALFONSO Enríquez en
hábito de caza, en
cuerpo muy bizarro
BRITO:
¡Hao, que espantáis el cabrío!
¡Verá
por dó se metió!
¡Valga
el diabro al que os parió!
¡Echad por acá, jodío!
¡Teneos el embigotado!
ALFONSO:
Enriscado me perdí,
pastor,
acércate aquí.
BRITO:
¿Acercáosle? ¡Qué espetado!
Pues
yo os juro a non de San
que si
avisaros no bonda
y
escopitina la honda
seis
libras de mazapán
(mejor diré mazapiedra)
¡Hao,
que se mos descarría
ell
hato!
ALFONSO:
Escucha.
BRITO: ¡Aún sería
el
diablo! ¡Verá la medra
con
que mos vino! ¡Arre allá,
hombre
del diabro! ¿Estás loco?
Ve
abajando poco a poco,
no por
ahí, hancia acá,
¡Voto a San, si te deslizas!
ALFONSO: Acerca,
dame la mano.
Acércanse
BRITO: Que has de llegar a lo llano
bueno
para longanizas.
Dale el cabo del
bastón y tiénenle am-
bos
Agarraos a ese garrote.
¿Quién diabros por aquí os
trujo?
Bajando
Teneos
bien, que si os rempujo
no doy
por vueso cogote un pito.
ALFONSO: ¿Qué
sierra es ésta?
Bajando BRITO
hacia ALFONSO, asidos los dos al
palo
BRITO: La de
Braga, hacia Galicia.
ALFONSO:
¡Notables riscos!
BRITO:
Se envicia
hasta
el cielo.
ALFONSO:
¡Extraña cuesta!
BRITO:
Llámase Espantaruínes.
ALFONSO: No sé
yo que haya en España
más
escabrosa montaña.
BRITO: Mala es
para con chapines.
Dad
acá la mano.
ALFONSO: Toma.
Júntanse las manos
y repara BRITO en el
guante
BRITO: ¿Hay
mano con tal blandura?
O sois
vagamundo o cura.
Echad
por aquesta loma
con tiento. ¡Hao! Que caeréis.
Van bajando poco a
poco de las manos
ALFONSO: ¿Hay
peñas más enriscadas?
BRITO: ¡Manos
de lana y peinadas!
¡Qué guedejas, hao! Me oléis
a poleo. ¡Pregue a
Dios
que no
encarezcáis la lleña!
ALFONSO: No
malicies.
BRITO:
Pues ¿hay dueña
que las
traiga como vos?
ALFONSO:
¿Nunca viste guantes?
BRITO: ¿Qué?
ALFONSO: Éstos. (Simple es el villano.) Aparte
Descálzase uno
BRITO: ¡Aho,
que os desolláis la mano!
¿Estáis
borracho? A la hé
que
debéis ser fechicero.
El
pellejo se ha quitado
y la mano
le ha quedado
sana
apartada del cuero.
Las
mías ell azadón
las ha
enforrado de callos.
Pues
que sabéis desollallos,
hacedme
una encantación;
o
endilgadme vos el cómo
se
quitan, que Mari Pabros
se
suele dar a los diabros
cuando
la barba la tomo.
Bajando
ALFONSO:
¡Sazonada rustiqueza!
BRITO: Por
aquí, que poco falta
de la
sierra.
ALFONSO:
Ella es bien alta
y
escabrosa su aspereza.
BRITO: Y
decid, por vuesa vida,
¿qué se
puede desollar
la mano
sin desangrar
quedando entera y garrida?
ALFONSO: Anda, necio. La que ves
es una
piel de cabrito
o
cordobán.
BRITO:
¡Pues bonito
soy yo!
ALFONSO:
Adóbanla después
y
ajustándola a la mano
del polvo y sol la defiende.
BRITO: ¿Sí?
¡Bueno! O sois brujo o duende.
Vos
pensáis por lo serrano
burlarme. ¿No está apegada
con la
carne a esotra?
ALFONSO: No.
BRITO: No os la vi desollar yo?
ALFONSO: Estaba
en ella encerrada
como
tu pie en esa abarca.
BRITO:
Ataréislas por traviesas,
que ya
yo vi manos presas
por
retocar lo dell arca;
Mari Pabros mé pedía
la mía
de matrimeño
y yo,
como amor lo enseño,
dándole
a esotra vacía
burlada se quedaría
Ya están abajo
si por
Olalla la dejo,
que hay
mano que da el pellejo,
pero no
la voluntía,
y
porque ya estáis abajo
adiós, que all hato me vó.
ALFONSO: Quiero
desempeñar yo
las
deudas de tu trabajo.
Toma
este anillo.
BRITO: ¿Este qué?
ALFONSO:
Sortija. Es de oro.
BRITO: Verá;
mijores las hay acá
de prata. Se le daré
a
Mari Pabros. Señor,
¿qué es esto que relumbrina?
ALFONSO: Un
diamante, piedra fina.
BRITO: Lo que
llaman esprendor
el
cura y el boticario.
ALFONSO: ¿Quién?
BRITO:
Un par de entendimientos
que, a
falta de pensamientos,
mos
habran extraordinario;
y
hay en nueso puebro quien
mos
avisa esto que oís,
echan
al centeno anís
para
que mos sepa bien;
habran los dos tan prefundo
que los
doy a Barrabás
y
porque no es para más,
adiós,
hasta el otro mundo.
Vase
ALFONSO: Dudo
que puedan hallarme
en tan
distante espesura
mis
monteros. ¡Oh hermosura!
Tú has
venido a enajenarme
de
mi gente y de mí mismo.
Es doña
Elvira Gualtar
objeto
digno de amar,
pero en
el hermoso abismo
que
mi memoria atropella,
anegadas mis pasiones
falto a mis obligaciones.
Dos ángeles tengo en
ella,
dos
niñas, que de mis ojos
niñas
han venido a ser
para no
dejarme ver
más que
sus bellos despojos.
Soy
conde de Portugal,
y por
la madre y las hijas
ocupaciones prolijas
de un
gobierno casi real
olvido. Pero ¿qué es esto?
Suena música. Ábrese toda la
montaña desde la
mitad abajo, quedañdo descubierta
una cueva capaz,
toda entapizada de hiedra, flores y romeros,
techos, paredes y
suelo. En medio de una mesa de hierbas, y
asentado en un
peñasco, la cara a la gente, GIRALDO, viejo
venerabilísimo,
vestido de estera de palma, con algunos
libros como que
los estudia; a un lado de la puerta de la cueva una
palma, colgando de
ella las armas que aquí se dicen. Las
peñas por donde
bajó el ALFONSO, levantadas agora,
servirán a la
cueva de chapitel y toldo
ALFONSO: Los
peñascos, obeliscos
de esta
sierra, entre sus riscos,
dividiéndose, han compuesto
entre su nevado espacio
un modo
de solio regio
..................... [ -egio]
que de
la aurora es palacio;
las peñas sus capiteles,
con majestad elevados,
techumbres suplen dorados.
Hierbas sirven de doseles
que, entretejidas de flores,
trepan sus ramas inquietas
por jazmines y mosquetas
con brazos escaladores.
Desde el verde
pavimento
hasta
el florido artesón
da
causa a la admiración
que le
juzga encantamento.
Una
senectud se eleva
prodigiosa y venerable
que,
con respeto agradable,
el
centro ocupa a la cueva.
Trofeos son de esta palma
la
espada, yelmo y arnés.
Algún
héroe portugués
por la
milicia del alma
los
materiales olvida.
Libros,
estudioso, hojea.
¡Qué
bien sus ocios émplea!
¡Qué bien retirada vida!
Amagos muestra divinos.
Toda el
alma me ha robado.
Quiere retirarse
asombrado y levántase GIRALDO
y sale deteniéndole
GIRALDO: Detén,
huésped deseado,
el paso
a tus descaminos.
Por dicha, ¿eres portugués?
ALFONSO: Por dicha y mucha lo soy,
pues las dichas que medro hoy
en verte son interés
el
más nuevo que jamás
de mi
discurso el exceso,
apeteció.
GIRALDO:
Según eso
al
conde conocerás
Alfonso Enríquez.
ALFONSO: Criéme
en su
casa y compañía,
y tanto
de mí se fía,
que,
para que más se extreme
la
privanza afectuosa
con que
siempre me estimó,
podré
decir que él y yo
somos
una misma cosa.
GIRALDO: Con
eso ha calificado
dignamente la elección
de su
mucha discreción;
pero
¿quién lo ha derrocado
por
aquestos precipicios?
ALFONSO:
Cazando, al conde perdí
no muy
distante de aquí.
GIRALDO: Son
honestos ejercicios
los
que imitan la milicia,
ensayando entre las fieras
burlas que enseñan las veras
cuando es menos la
codicia
de
esa noble ocupación
y goza
de paz su estado.
Yo sé
que te habrá causado
justamente admiración
el
verme, cuando penetras
soledades enriscadas,
colgar
armas jubiladas
y dar el
ocio a las letras.
ALFONSO:
Dices, padre, la verdad.
GIRALDO: Pues
para que se la cuentes
al
conde, y los accidentes
de la Fortuna en mi edad
última con más consejós
le
hagan volver sobre sí,
siéntate, joven, aquí,
que los líquidos espejos
de esta fuente y lo
habitable
de esta
sombra, los acentos
de las
aguas y los vientos
harán
mi historia agradable.
Siéntanse sobre
dos peñas
GIRALDO: En
la ciudad de Oporto, donde el Duero,
para
que nazca mar, expira río,
flor en
botón, nací del cano enero
de un
tronco generoso, padre mío.
No sé, al nacer, lo que lloré
primero,
o su
muerte o mi vida que rocío
consume
el sol que llora la criatura
el
breve tiempo que su aliento dura.
Huérfano, en fin, en mi inocente infancia,
con
poco amparo y menor herencia,
la
industria supo hacer a la ignorancia
en mis
primeros años resistencia.
Entorpece ociosa la abundancia,
y la
penuria es toda diligencia.
Ésta,
pues, que el valor no desperdicia,
me
llevó, ya mancebo, a la milicia.
Vino
a Castilla el conde don Enrique,
hijo
cuarto del duque de Borgoña,
ramo
del francés lirio a quien dedique
triunfos la flor que en Portugal retoña,
porque
eterno en Alfonso se fabrique
el
regio asilo contra la ponzoña
del
Alcorán, y con mejor fortuna
pise el
sol de su cruz su media luna.
Sirvióse Alfonso el sexto de su espada,
siempre
fiel y a su lado vencedora;
ya en
su fortuna adversa, aunque amparada
del
toledano alarbe, si hay fe mora,
ya en la propicia con la destinada
muerte
del rey, su hermano, que en Zamora
infancias dio a Bellidos y escarmientos
a
monarcas que quiebran juramentos.
A la
sombra, pues, yo de la milicia
del
héroe Enrique, borgoñón famoso,
medré
con su privanza, la noticia
del
marcial ejercicio siempre honroso
rey en
León, Castilla y en Galicia,
Alfonso
el sexto, y para mas honroso
blasón
que siempre el africano tema
imperial en sus sienes la diadema.
A
nuestro Enrique con su gente envía
por
capitán de la conquista santa
que
oprrme la otomana tiranía,
llora
la iglesia y la blasfemia canta.
Partí
con él, y mereció en Suría
por
muestra del valor que le adelanta
del
papa Urbano, que quién es conoce,
que uno
le elija entre sus pares doce,
presuma numerar los que desata
átomos,
esa antorcha de los cielos,
oro en
la arena, en las estrellas plata,
al
viento soplos y a las aves vuelos.
¿Quién
a lo que hizo Enrique en Damiata
y en
Antioquía atreva paralelos?
Que no
hay bastante, cuando afecte suma,
bronces
a estatuas ni a vitorias pluma.
Entró Godofredo, en fin, triunfante
en la ciudad gloriosa en que la
vida
el Dios
de Amor perdió de puro amante,
ingrata, y de su púrpura teñida
de
aquélla que creyéndola diamante
Melquisedec fundó, y ennoblecida
sobre cuantas el sol dora y
conoce,
metrópoli amparó en los tribus doce.
Allí, después que nuestro Enrique alcanza
fama
inmortal, que encarecer no puedo,
único
premio suyo, su alabanza,
le
enriqueció el glorioso Godofredo
con el
divino hierro de la lanza
-- bañado en gozo al referirlo
quedo --
hierro
que abrió de amor todo el abismo,
sangre
a la redención, agua al bautismo.
Dióle más, una parte sacrosanta
de la
diadema regia, la corona
que con
tanta crueldad y espina tanta
a Dios
castiga, porque Dios perdona,
de
aquel árbol un trozo, aquella planta
que la
granada augusta nos sazona,
pechiabierta, purpúrea, coronada,
que en
el altar es pan, si allí granada.
Añadióle con esto una sandalia,
depósito preciso del aliño
que
produjo más flores que Thesalia,
que
vistió más purezas que el armiño,
que el
ámbar, que el almizcle, que la algalia
que el
amor, que el deleite, que el cariño,
de Pafos de Pancaya en flores bebe,
de María sandalia urna de
nieve.
De
Magdalena, como blanca espuma
una
toca de aquella enamorada
pirausta de su Dios, sin que consuma
incendio tanto, tanta fe abrasada
el
brazo de San Lucas que en la pluma
y en el
pincel nos feria trasladada
al oído
la fe, copia a la vista,
su
médico, pintor y evangelista.
Victorioso volvió con tanta
empresa
a los
brazos del rey, que le recibe
en
Toledo, triunfante, y le confiesa
que en
el Asia por él su fama vive.
Premióle yerno suyo, con Teresa,
carísima hija suya, y le apercibe
a que por juro de heredad posea
a Portugal y conde suyo
sea.
Dióle en mi patria a la ciudad de Oporto,
a
Coimbra, a Viseo y las amenas
regiones que en espacio y sitio corto
bañan
de Duero y Miño las arenas,
la Beira y Tras os Montes; y le
exhorto
que
debele las lunas sarracenas,
a cuyos
africanos desleales
diez y siete batallas dio campales.
En
Guimaraes su corte constituye,
desde
ella gana la ciudad de Ulises,
la gran
Lisboa, en quien el Asia incluye
profética opresión de sus países.
¡Oh
Menfis española! El tiempo que huye
con
plumas de sus años, a que pises
te
destina los indios Dulimanes,
de
zamorines, chinos e hildocanes.
Con
católicas mitras las cabezas
ciñó de
Braga, hispana primacía,
de
Oporto y de Coimbra. ¿Qué grandeza
no
adquiriría a quien Dios su culto fía?
En
Viseo, en Lamego, entre asperezas
otras dos catedrales también cría.
Salomón en la paz, cuyos
ejemplos
pontífices colocan, labran templos.
Siempre a su lado yo, siempre valido,
aliento
su valor, sigo su fama;
pero
una vez, por verle divertido
en los amores ciegos de una dama,
de mis fieles consejos ofendido,
mariposa a la luz de
inquieta llama,
de su
corte y condado me destierra;
trueco
su indignación por esta sierra.
Vivido la he su huésped cuarenta años,
colgando de esa palma, entre trofeos,
escarmientos que medran desengaños,
ambiciones que mueren en deseos.
Las encinas robustas, los castaños,
han suplido al sustento
los recreos
de la
gula, que a tanto vivo incita,
dichoso
quien lo menos necesita.
Supe
-- no me preguntes de qué suerte --
que
cumplió el magno Enrique con la paga
fatal,
ejecutora al fin la muerte,
y que
con la condesa yace en Braga;
que
Alfonso Enríquez, cuyo brazo fuerte
del
valor heredero que propaga,
no sólo en sus estados le sucede,
sino
que aventajarle en triunfos puede.
Que
nació lastimando compasiones,
pegadas
con las piernas las rodillas,
que don
Egas Muñiz con oraciones
mereció en su salud ver
maravillas;
que,
joven, se sujeta a sus pasiones,
y en
vez de valeroso reprimillas,
a una
mujer las postra, por que iguale,
haciendo que hile, a Alcides con su Onfale.
Levántanse
¡Oh
joven esclarecido! Tú eres éste,
tu rama
de Borgoña y de las lises
del
sexto Alfonso nieto manifieste
en ti
su sangre, porque alarbes pises;
huye
esa Circe, contagiosa peste;
pues heredas a Ulises, sigue a
Ulises,
y no te canses en hacer
buscarme,
que hasta el mayor
aprieto no has de hallarme.
Éntrase GIRALDO en
la cueva y clérrase
como primero
ALFONSO:
Volvió a cerrarse la roca
del
prodigio pedernal,
y aun
no ha dejado señal
de
adónde tuvo la boca.
Alma es
que a su centro toca
la
senectud venerable
de su huésped; cuanto afable,
digno
tanto de respeto,
ocultómele, en efecto,
su
depósito admirable.
¡Válgame Dios! ¡Que de suerte
me haya
el veneno adormido
de una beldad! ¡Que haya sido
forzoso
que me despierte
un
retrato de la muerte!
¡Que
sea tal el frenesí
que sin
seso apetecí,
que
ocasione de este modo
a que
se abra un monte todo
para
que yo vuelva en mí!
Predicóme un casi muerto
que
este sepulcro escondía,
y
aunque en desierto, alma mía,
no es
predicar en desierto;
túmulo es el que se ha abierto
en este
monte excesivo,
y ya
por él me apercibo
a que,
tirando la rienda,
ni un
mármol me reprehenda
ni un
muerto predique a un vivo.
Salen don EGAS, don GONZALO, don PEDRO, BRITO y
otros
BRITO: Digo
que según las señas
que a sus mercedes oí,
es el mismo que por mí
no dio
desde aquesas peñas
al
valle cogote abajo.
El ha
de ser un garzón
entre
lampiño y barbón,
.................. [ -ajo];
que
tieso lo pisa y huella,
y al
revés de los cristianos,
tiene
dos pares de manos
y sin sangre las desuella;
en
lo demás muy buen hijo,
pues
cuando del puesto abaja,
por
quitarme allá esta paja
no da
menos que un sortijo.
Muéstrasele
GONZALO: Éste
es suyo.
EGAS: Y éste el conde.
ALFONSO: Pues,
amigos.
GONZALO:
Gran señor,
el pozo
tras el temor
mas
alegre corresponde
a la
esperanza y deseos;
los pies pido que nos des.
BRITO: ¿Para
qué querrán los pies?
ALFONSO: Perdíme
entre los rodeos
de
este bosque y selva espesa.
EGAS: Vuestra
alteza, conde, ha dado
un
susto a nuestro cuidado.
BRITO: ¿Que se
llama Cosme Artesa?
Sabrélo de aquí en delante.
GONZALO: Bueno
Portugal quedara,
conde
infante, si os llorara
perdido.
BRITO:
¿Cosme Elefante
es
también y Cosme Artesa?
Tendrán por allá los hombres
como las manos los nombres
a pares. Señor, me pesa
de
no herle mercé enfenito;
un
pastor es ignorante,
pues si
él es Cosme Elefante
y
Artesa, siendo yo Brito,
es
siempre la gente nuesa;
pero su
perdón me dé
que
desde hoy le llamaré
Cosme,
Elefante y Artesa.
ALFONSO:
Cese, don Egas Muñiz,
la caza
que Marte ensaya;
Gonzalo
Méndez de Amaya,
Pedro
Páez, Duarte Ruiz,
logremos las esperanzas
que el
valor busca en las veras;
si hay
moros, ¿para qué fieras?
¿Para
qué bosques, si hay lanzas?
No
cubra el orín arneses
que la
ociosidad infama
cuando
el asombro nos llama
invencibles portugueses.
Sale don GONZALO
con un escudo que tenga en campo de
plata una cruz
azul atravesada, como está
ALFONSO:
Dadme, Gonzalo, ese escudo;
en él
mi progenitor,
por
alentar mi valor,
las
azules bandas pudo
esmaltar
que el blasón franco
a su
ascendencia donó;
pero mi
padre estimó
en más,
dejándolo en blanco,
que con victoriosas pruebas
sus hazañas laureadas,
en vez de las heredadas,
le adquiriesen armas nuevas;
y después que éstas a luz
sacaron de esas proezas
las no imitadas grandezas,
puso la celeste cruz
en
campo de limpia plata,
en fe que Jerusalén
las suyas quiere que den
premio a quien en Damiata
triunfó del egipcio espanto;
cruz
azul, señal del celo
con que
restituyó al cielo
de Dios
el sepulcro santo.
En
esta cruz, pues, divina
jurad
todos, yo el primero,
no
desnudar el acero
Chirimias
mientras la alarbe ruina
a mi
Portugal posea,
mientras la secta lasciva
en
nuestras comarcas viva.
Esto,
vasallos, desea
vuestro conde, vuestro infante,
sucesor
de Enrique y nieto
de
Alfonso rey.
De rodillas, cada
uno la mano sobre la cruz del
escudo
EGAS:
Yo prometo,
mientras adorne el turbante
morisco la media luna,
no
desnudar el arnés.
GONZALO: Valor
tengo portugués;
yo
seguire tu fortuna.
PEDRO: Lo
mismo juro.
ALFONSO: Pues alto,
lusitanos belicosos,
despejad bosques ociosos,
que si los muros asalto
de Santarén, y allí dejo
enarbolada la cruz,
yo haré
que el moro andaluz
nos
desocupe a Alentejo.
BRITO: ¿Y
seré yo si le sigo;
también
valiente, señor?
EGAS: ¿No
eres portugués, pastor?
BRITO: ¡Y
cuómo!
EGAS:
Vente conmigo,
que
el serlo sólo te basta.
BRITO: Mari
Pabros, adiós, pues,
que va
Brito portugués
a her
en Mahoma casta.
PEDRO: ¡Viva nuestro conde infante,
sol de
la luz portuguesa!
BRITO: ¡Viva
nuestro Cosme Artesa,
Cosme
Artesa y Elefante!
Vanse. Salen retirándose de ISMAEL,un moro,
doña LEONOR y una
DAMA suya
DAMA: Retírate,
que se acerca.
LEONOR: ¡Que se
atreviese hasta aquí
este
bárbaro!
Sale ISMAEL
ISMAEL:
Perdí
el
lance. Entróse en la cerca.
LEONOR:
Subamos al homenaje;
veremos
lo que este perro
pretende.
ISMAEL:
Amor, de este encierro
sacad
mi sol, que es ultraje
que,
rayo de pluma vos,
cuando
se subiera al cielo,
no
alcanzárades su vuelo.
¿Para
qué os blasonáis, dios,
si
ni con flechas ni llamas
habéis
podido vencer
el
curso de una mujer?
¡Ah de
mi gente!
Arriba doña LEONOR
LEONOR: ¿A quién llamas?
Alarbe loco, ¿qué intentas?
Este
castillo, ¿no sabes
que fía
su guardia y llaves
a un
portugués que en sangrientas
lides partió más turbantes
que
seca Agosto amapolas,
que el
Tejo se viste de olas,
que al
cielo bordan diamantes?
¿Sabes que es Vasco Cautiño
su
alcaide y que mi padre es?
ISMAEL: Sé que
es el sol portugués
desde que el hermoso aliño
con
que dora sus cabellos
A los
vuestros trasladó,
para
que, abrasado yo,
fénix
me consuma en ellos.
Sé
que, aunque pena no os da
mi
esperanza por vos seca,
sois mi
Mahoma, mi Meca,
mi sol,
mi cielo, mi Alá.
Sé,
en fin, siempre que os diviso,
que a
unirnos el ciego dios
os
preciara más a vos
que a
todo su paraíso.
LEONOR: Pues ¿tus moros qué dirán
contra tu Alcorán
blasfemo?
ISMAEL: ¿Qué
moros, si a Alá no temo?
Vos
sola sois mi Alcorán.
LEONOR:
¿Cómo a pasar te atreviste
de
esotra parte del Tejo?
ISMAEL: Por ver
si todo su espejo
llamas
de mi amor resiste;
mas
son mis incendios tales
que,
después que le pasé,
mi
contagio le pegué,
y en vez de correr cristales
corre llamas, todo ardores;
llamas sus vecinas ramas,
sus peces son todos llamas,
llamas sus riscos y flores.
Cáesele a LEONOR
un guante
LEONOR: ¡Ay cielo! Cayóseme
un
guante. Déjale, moro.
Cógele ISMAEL
ISMAEL: ¿Que le
deje cuando adoro
marfil
de quien funda fue?
Cifraré en él mis venturas,
y ya
que la mano no,
el telllz que la cubrió,
urna de
cinco hermosuras,
plantel de tanta mosqueta,
ocaso
de tanto sol,
nube de
tanto arrebol,
aljaba
a tanta saeta,
mi
esperanza de él vestida
será mi
mayor tesoro.
LEONOR: Déjale,
bárbaro moro,
que te
ha de costar la vida.
¡Ah
del castillo, ah soldados!
ISMAEL: Dile a
tu Vasco Cautiño
que,
mientras que con él ciño
un alma
toda cuidados,
por
ser del alba española,
le
procure restaurar,
que mi
lanza ha de adornar
por
divisa y banderola;
que
junto al Tejo, Ismael,
rey de
toda Extremadura
le
aguarda, que su ventura
pruebe
y que venga por él.
LEONOR: No
es digna suya esa empresa;
yo te
quitaré arrogante,
con la
torpe vida, el guante,
Tocan alarma
que soy
Leonor portuguesa.
Vase. Sale ZULEMA, moro
ZULEMA:
Defiende, rey invicto,
exaltación de lunas sarracenas,
tu
corona y districto,
si
mientras que conquistas las ajenas,
esparciendo tus copias,
no
quieres esta vez perder las propias.
Alfonso
Enríquez, conde lusitano,
infante
de Castilla,
nieto
de Alfonso sexto soberano,
hijo de
Enrique, a quien postrada humilla
la
cerviz arrogante
del
otomano el célebre turbante,
el Tejo
armado pasa
y con
un escuadrón, si en suma breve,
inmenso
en el valor, incendio abrasa
tus tierras, rayos ellos, ellas
nieve;
y por que tu diadema le
corone,
a
Santarén se acerca y sitio pone.
ISMAEL:
¡Cobarde! ¿De eso muestras
el
miedo infame que en tú pecho mides?
¿Anuncias dichas nuestras
y albricias no me pides,
cuando si el Tejo por su
daño pasa
la
dicha de tal bien se me entra en casa?
¿Nó reino en Badajoz? Extremadura,
¿no es noble herencia mía?
¿No tengo en lo mejor de
Andalucía
cuanto
entre valles, riscos y espesura
ciñe
Sierra Morena
con más
vasallos que su falda arena?
Cinco
reyes con parias me tributan,
a
camellos, el ámbar, oro y plata,
las
bengalas, el nácar y escarlata
con que
al gusano tejedor disfrutan
y entre aromas arabios
estiman en mis pies poner sus labios.
Cada cual de éstos tiene
cincuenta mil armígeros alarbes,
que si
ese Alfonso viene,
los fosos, las murallas, los adarbes
cubrirán como a Ceres los manojos
de cimitarras y bonetes rojos.
Llegue ese mozo ciego;
la
presunción se acerque lusitana,
que
presto las orillas del Mondego,
reconociendo a las de Guadiana,
con el
acero que monarca ciño,
al
Tejo, juntarán el Duero y Miño.
Vase. Toquen marcha, y sale el conde ALFONSO
Enríquez, don EGAS, don GONZALO, don PEDRO y
SOLDADOS
ALFONSO:
Lusitanos invencibles,
luz del blasón portugués,
asombro
un tiempo de Roma
y rayos
de su laurel,
siempre
la primera hazaña,
si
llega a lograrse bien,
alienta
con más valor
las que
se siguen después.
Pasado
habemos el Tejo;
al
margen hermoso de él,
sobre
una peña tajada
se
blasona Santarén
inexpugnable al asalto.
Deleitoso, capitel
sirve a ese risco, diademas
donde
el sol asiente el pie.
Su
fundación, que compite
con los
tiempos, corto fue
de Avidis, que agricultor
heredó a Gargoris rey
la corona y las hazañas.
Gargoris heroico, aquel
construidor de los enjambres
repúblicas de la miel,
aquí
alimentando a Avidis
con su
néctar, merecer
pudo a
Santarén el nombre
de
Escalabis, esto es
lo que
en latín esca abidis,
manjar
de Abidis, si bien
le mudó
la virgen mártir
Santa
Inés, en Santarén.
Desde
el infelice godo
hasta
ahora lo posee
la
blasfemia desbocada,
y en
nombre suyo Ismael.
Descuidados tiene el ocio
sus
bárbaros, y ya veis
que la
presteza asegura
más victorias que el poder.
Escalémosla de noche,
por que
cuando el sol nos dé
entre
celajes del alba
perfiles de rosicler,
tremolando en sus almenas
la cruz
que a Jerusalén
restauró mi padre Enrique,
sus lunas postre a los pies.
Pocos somos, si al asalto
cuenta
del número hacéis,
si del
valor infinitos,
porque
cada portugués
es un
ejército, un campo,
un
escuadrón, un tropel
que
eminentemente cifra
más
héroes que Apolo ve.
Pase
del sueño a la muerte
tanto Holofernes cruel;
Judit es nuestra justicia,
su alfanje en mis manos
veis.
Dadme
esta villa, soldados,
y con
César cantaré
desde
hoy, veni, vidi, vici,
vine;
vi y llegué a vencer.
EGAS: No
necesitas, gran conde,
de
alientos para encender
pechos
que ya son volcanes,
valor
que ya es Mongibel.
GONZALO: Morir o
vencer juramos,
o morir
hoy o vencer.
PEDRO: Del pavés sobre sus muros,
o
muertos sobre el pavés.
ALFONSO: Éstas son sus torres altas;
el escalador cordel
nos
facilita el silencio.
EGAS: ¿Qué es
escala o para qué?
Arrimándome
a una pica,
talares
llevo en los pies
para
volar por sus muros,
no,
huyendo para correr.
ALFONSO: ¡Oh,
portugués Viriato!
¡Oh,
escuadrón invicto y fiel!
Viva la
cruz!
Tocan alarma
TODOS:
¡Viva Alfonso!
ALFONSO: ¡Viva,
decid, nuestra ley!
Desnudan las espadas y éntranse, y dicen
dentro, tocando a
guerra
MORO 1: ¡Aquí
de la villa, Alarbes,
las
murallas socorred,
que el cristiano nos la usurpa!
MORO 2: ¡Que
nos entra a Santarén!
Entrando y
saliendo, pelean MOROS y
CRISTIANOS
EGAS: ¡Ah,
perros! En vuestra sangre
pienso
hoy apagar la sed
que ha
tanto que me provoca.
MORO 1: Huye,
Hamete.
Tocan alarma
MORO 2:
Huye, Muley.
Salen dos MOROS
dando de cuchilladas a BRITO, que
sale de soldado
gracioso
BRITO: Estése
quedo, le digo.
¿No hay son pegar y correr?
¡Verá la tema en que han
dado!
Yo, ¿qué le he hecho?
MORO 1: Vengaré,
cristiano vil, en tu vida
tantas
muertes.
Dale en el broquel
BRITO:
¿Otra vez?
¿Han
vido y cómo sacude?
MORO 2: No ha
de quedar portugués
que no
destroce este brazo.
Dale
BRITO: Médico
debe de ser;
compre
mina y traiga guantes,
matará de cien en cien
con los botes de botica,
balas de pugín y hamet,
flechas de un récipe
escrito,
pólvora
en polvos de sen,
espátulas por espadas,
julepes de Locifer,
que yo, señor, no me purgo;
mas si
purgo, acérquese,
que si
el doctor cursos cuenta,
ya
pasan en mí de diez.
MORO 1: Muere,
perro, y no hables tanto.
Dale
BRITO: ¿Perro
yo? Debe querer,
si me
mata, dar conmigo
perro
muerto a la mujer.
Quedo,
¿no ves que soy moro?
MORO 1: ¿Moro
tú?
BRITO:
Pues ¿no lo ves?
MORO 2: ¿De
Santarén?
BRITO:
Sí, señores,
moro
soy de santi-amén.
MORO I: Pues
¿por qué en cristiano traje?.
BRITO: Estuve
al cabo una vez,
y
prometíle a San Roque
o a su
perro de traer
esta
ropa un mes entero.
MORO 2: ¡Oh,
blasfemo!
Dale
BRITO:
Pues un mes
el
hábito no hace al monje.
Salen don EGAS y don ALFONSO
EGAS: Gracias
al cielo se den,
que ya
es Santarén cristiana;
ya Sïón, si fue Babel.
ALFONSO: Ea, don Egas Muñiz,
Vase el un MORO
¡viva
nuestra santa fe!
Vase don ALFONSO
BRITO: Señor
don Agraz Muñoz,
socórrame su mercé,
que
este moro da en pegarme
sin por qué ni para qué.
EGAS: Pues
¿por qué tú no le matas?
BRITO: Nunca
en el quinto pequé
ni he
aprendido a matar galgos,
porque
no son de comer.
EGAS: ¡Ah,
cobarde!
BRITO: ¿Qué quería?
EGAS: ¿Eso
dice un portugés?
BRITO:
Péguelos en caperuza,
quizaves me avezaré.
EGAS: Pues mira, así has de matarlos.
Dale al MORO
MORO 1:
¡Válgame Mahoma!
Cae muerto dentro
BRITO Amén.
EGAS: De este
modo se pelea.
BRITO: ¿Y este
murió?
Tocan alarma
EGAS:
¿No lo ves?
BRITO: Muerte
ha sido sopitaña,
no
hiciera más a traer
el alma
el moro a la posta;
pero,
aguarde, y le daré
al
primero que topare,
como a
esotro, pan y nuez.
Tocan alarma. Salen otros MOROS todos
peleando
MORO 2: ¡Yo
venderé bien mi vida!
BRITO: Pues yo
vos la compraré.
Dale BRITO, y cae
el MORO dentro
MORO 2: ¡Ay,
Alá!
BRITO:
Lo que hay allá,
perrengue, es resina y pez.
Riéndose
Pardiez, que caen como moscas;
si sale
otro volveré
a
asegundar coscorrones.
MORO 3: La vida
llevo a los pies.
BRITO: Si vos
libráis de mis manos.
Dale y cae dentro
MORO 3: ¡Muerto
soy!
BRITO:
¡Zape! ¡Pardiez
que
tras esta matación
las manos me he de comer!
¿Que aquesto era matar
moros?
De
aprendice puedo ser
protomédico de galgos;
pués yo
os juro, a non de diez,
que yo
desemperre a España.
TODOS:
¡Victoria!
GONZALO:
Ciña el laurel
tus sienes, Alfonso invicto.
Éntranse.
Salen tres MOROS contra
BRITO
MORO
2: Rayo es este portugués.
Huir, moros, de su furia.
Huyen
BRITO: De mis manos no podréis,
porque estó engolosinado.
MORO 1: Uno es
solo y somos tres;
pues la
fuga nos impide,
¡a él,
amigos!
Tocan alarma
TODOS:
¡A éll
BRITO: ¿A mí, alcurcuces, a mí?
Pues
agora lo veréis.
Mételos a
cuchilladas y tocan al
arma
FIN DE LA
PRIMERA JORNADA
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