ACTO PRIMERO
Salen marchando
soldados, y detrás de ellos
IRENE, armada
con bastón y corona de emperatriz!
IRENE: Cesen, griegos, las trompetas;
cesen las cajas también;
haced los pífanos rajes
y los clarines romped;
abatid los estandartes
y no los enarboléis,
que el placer de mis victorias
ya es pesar y no placer.
¡Ay, Constantinopla
ingrata,
patria
a tus hijos crüel!
¿Éste
es mi recibimiento?
¿Éste
el triunfo imperial es?
¿Así
mis hazañas pagas,
cuando
entrar en ti pensé
sobre
el victorioso carro
entre
el bélico tropel?
¿Cuando
entendí que el senado,
debajo
el palio y dosel
me
llevara a Santa Sofia
yo a
caballo y él a pie,
y adornando tus paredes
de damasco y brocatel,
tus calles, de flores llenas,
fueran calles de un
vergel?
¿Agora,
cuando aguardaba
recibir
el parabién
de
tantos reinos ganados,
tantos
cetros a mis pies;
ahora,
senado ingrato;
ahora,
griego sin ley,
el
imperio me quitáis
porque
mi hijo goce de él?
Yo le
quiero coronar,
pues
vosotros lo queréis,
descubra su excelso trono
el
imperial sumiller,
y ruego
al cielo que os rija,
vasallos griegos, tan bien,
que
defienda vuestro imperio
sin que me hayáis menester.
Tocan música;
descubren una cortina
detrás de la
cual estará, debajo de un dosel,
COSTANTINO, y a
sus lados, y en pie, LEONCIO,
ANDRONIO,
MACRINO, y otros. A un lado, en una
mesilla,
estará sobre
una fuente de plata la corona, el estoque, y el
mundo
CONSTANTINO: Injustas quejas has dado,
madre, en aquesta ocasión
al
griego imperio y senado
que
muestran el ambición
con que
el mundo has gobernado.
¿Qué mayores quejas dieras
si,
cuando a Grecia vinieras
triunfando con regocijo,
en vez
de imperar tu hijo
un
extraño imperar vieras?
¿Tan
mal, madre, galardona
el imperio tu persona,
si el
día que entras triunfando
a tu
hijo le está dando
del
imperio la corona?
Basta, que tu desatino
-- que
este nombre ha de tener --
a
vituperarme vino;
Semíramis querrás ser
y
hacerme a mí infame Nino.
Porque mientras que atropellas
bárbaros, y cuerpos huellas
con
guerra que el mundo abrasa
me
quede encerrado en casa
hilando
con tus doncellas.
Hijo
tienes que ya alcanza
en la
milicia alabanza;
holandas, madre, dibuja;
que a
la mujer el aguja
le está
bien, mas no la lanza.
IRENE: Si
hombre en el imperio hubiera,
Constantino, que hasta ahora
le
amparara, Irene fuera
Penélope tejedora,
no Semíramis
guerrera.
Mas
si cuando el Persa vino
las
telas del raso y lino
con oro
y perlas bordara,
¿quién
sus escuadras echara
del
imperio, Constantino?
Los hombres no, que en regalos
y femeniles placeres,
por huir sus intervalos
hilaran como mujeres
y fueran Sardanapalos.
Tocan música y
sube a coronarle IRENE;
pónele la
corona en la cabeza
Hágate Dios gran monarca,
y
tanto, que este laurel
ciña lo
que el Sol abarca,
y
triunfes del moro infiel
sin que
lo estorbe la Parca.
Dale el estoque
Toma
aqueste estoque agudo
que hoy te ofrece, emperador,
tu imperio, limpio y
desnudo,
en señal que en su favor
has de acudir como acudo.
Dátele limpio y
derecho
porque en ninguna ocasión,
si has
de ser juez de provecho,
le ha
de manchar la pasión
ni ha
de torcerle el cohecho.
Si
por dádivas le sueltas
vivirás
con mil revueltas,
que el juez que por interés
tuerce
la justicia es
espada
con muchas vueltas.
La
cruz de este estoque mira,
y verás
salir a luz
un
consejo que me admira;
siempre has de mirar la cruz
cuando
estuvieres con ira;
que
su piadosa presencia
amansará tu violencia,
y fue
invención extremada
poner
juntas en la espada
la justicia y la clemencia.
Dale el mundo
Toma
este globo, en quien fundo
tu
imperio, y serás gigante,
o nuevo
Alcides segundo,
pues,
cual si fueras Atlante,
te han
cargado todo el mundo.
Siempre has de vivir así,
la espada desenvainada
junto
al mundo que te di,
porque
en dejando la espada
te
dejará el mundo a ti.
Quiero decir que es en vano
el
librar de algún tirano
tu
imperio si te desarmas,
que el
reino que está sin armas
deslízase de la mano.
Tenlo bien, siendo prudente,
que con la prudencia sola
gobernarás bien tu gente,
porque
como el mundo es bola
rodaráse fácilmente.
La
cruz que ves de ese modo
es la
ley de Dios, y estima
su ley, a que te acomodo,
que por
aqueso está encima,
porque
Dios es sobre todo.
Con
tres cruces galardona
el
imperio tu persona,
y cada
cual es pesada;
púsote cruz en la espada,
en el
mundo y la corona.
Ruego al cielo que no des,
cuando
ruede la Fortuna,
con
tanta Cruz al través,
que si
Dios cayó con una,
¿que harás tú llevando tres?
CONSTANTINO:
Cesa, madre, de agorarme,
si no
quieres enojarme,
que yo
me sabré tener,
y
cuando venga a caer
será
para levantarme.
Constantino
soy, mi nombre
dice
constancia; resiste
tu
temor y no te asombre,
que
pues que tú te tuviste,
yo me
tendré, que soy hombre.
Vamos, amigos, que presto
veréis a mis plantas puesto,
sin
temor de enojos vanos,
el
mundo que está en mis manos.
Mas --
¡válgame Dios! -- ¿qué es esto?
Levántase y al
bajar cae en tierra con el estoque que se le
quiebra, el
mundo y la corona,
Caí
en tierra y la espada
se me
quebró.
IRENE:
Mi recelo
aumenta
la suerte airada.
LEONCIO: La
corona dio en el suelo,
y el
mundo.
CONSTANTINO: No se os dé nada,
que
a tanta soberbia vuelo
que si
con caer no diera,
señal
que me basta el suelo,
guerra
al mismo cielo hiciera
hasta
conquistar el cielo.
IRENE: Diversa interpretación
adivina
el corazón.
Ahora
bien, yo determino
irme a
vivir, Constantino,
a una
aldea y recreación
que
dos leguas de este espacio
está, donde
en su floresta
seré,
viviendo despacio,
si
hasta aquí Belona, Vesta,
que ya
me enfada el palacio;
y
dando a Marte de mano,
imitaré
a Diocleciano,
que
tuvo por vituperio
la
púrpura del imperio
hecho
en Dalmacia hortelano.
CONSTANTINO: Bien
haces, anda con Dios,
que
allí podrá tu viudez
descansar.
IRENE:
Trono, de vos
caí en tierra una vez
y no
quiero caer dos.
En
vos me vi entronizada,
mas caí por ser pesada,
y es milagro asiento
falso
que,
cayendo de tan alto,
no salgo
descalabrada.
CONSTANTINO:
¿Vaste?
IRENE:
Aguardo a que me des
los
brazos.
CONSTANTINO:
Adiós, que es tarde;
acompañadla los tres.
IRENE: Dios,
griego imperio, te guarde,
que vas a dar al través.
Vase. Salen dos CRIADOS
CRIADO 1: Una
flota entra en la barra
y
alegre en el puerto amarra,
dando
al viento los grumetes,
flámulas y gallardetes.
CONSTANTINO: A
ocasión vendrá bizarra,
si
es mi esposa, que ella sola
aguardo.
CRIADO 2:
Griego monarca,
la
bella infanta Carola
en el
puerto desembarca.
CONSTANTINO: ¿Mi
esposa es? ¡Caballos, hola!
Vanse todos si
no es LEONCIO, y quédase el
mundo en tierra
LEONCIO:
Mundo, en tierra os han dejado;
¿cómo
estáis tan despreciado?
Con
honra poca os reciben;
mas no es mucho que os derriben
por los que habéis derribado.
¿Levantaréos, mundo?
Sí,
que
aunque pagáis mal, me fundo
en
levantaros, vení;
mas
pues os levanto, mundo,
levantadme vos a mí.
Pero
si he de caer luego,
dejadme
así, mundo ciego,
que
será el subir trabajo
si me
habéis de echar abajo.
Dentro
VOZ:
Leoncio, emperador griego.
Ábrese el mundo
en cuatro partes, y de en
medio sale una
mano con una corona de laurel
LEONCIO:
¡Cielos! El mundo se ha abierto
y una
mano sale de él
que,
haciendo mi temor cierto,
me da el
imperial laurel.
¿Sueño?
No, que estoy despierto.
Buenas señales son éstas,
si no
se vuelven funestas;
vamos,
que quiero pagaros,
mundo,
este bien con llevaros,
aunque sois pesado, a cuestas.
Vase. Suena ruido de desembarcar. Dicen de
dentro
MARINERO 1:
¡Chipre!
MARINERO 2:
¡Constantinopla!
TODOS: ¡Grecia!
¡Grecia!
MARINERO 3: Echa a
tierra la puente y pasadizo.
............................[ -ecia].
Salen por una
puerta CONSTANTINO, LEONCIO, ANDRONIO
y MACRINO; por
otra parte echan desde la popa de una galera un
pasadizo al
tablado, y bajan por él CAROLA, la infanta;
LIDORA, dama; ROSELIO,
su hermano, y otros
CONSTANTINO:
Palafrenes traed, caballerizo,
para la Infanta y damas.
ROSELIO: ¡Qué bien
precia
esta
ciudad el mundo, y qué bien hizo
el magno
Constantino en ilustrarla
y con
su nombre, imperio y silla honrarla!
CAROLA:
¡Famoso puerto y espaciosa playa!
No es
tal la de mi patria Famagusta.
ROSELIO: Dudo
que igual en toda Europa la haya.
MACRINO: Ya está
en tierra la que ha de ser Augusta.
ROSELIO: El
César viene.
CAROLA:
¡Ay, Dios! Aquella saya
compón,
Lidora, presto; el cuello ajusta.
LIDORA: Todo
está bueno, no llegues a ello.
CAROLA: ¿Y el tocado?
LIDORA:
También.
CAROLA: Mira el cabello.
CONSTANTINO: Deme
su mano vuestra gran belleza.
CAROLA: Más
razón, gran monarca, es que yo pida
la
vuestra.
CONSTANTINO:
¿Cómo viene vuestra alteza?
CAROLA: Para
serviros, vengo agradecida
al mar,
que en paz a ver vuestra grandeza
me
trajo.
CONSTANTINO:
Quedará la mar corrida
de que
la tierra, bella Infanta, os cobre,
pues
sin vuestra belleza queda pobre.
ROSELIO:
Envidiosa a lo menos justamente
puede
estar del favor que con vos gana,
invicto
emperador de todo oriente,
a sus
orillas mi dichosa hermana;
y por
la mucha parte que al presente
me cabe de merced tan soberana,
los pies os beso, emperador
augusto.
CONSTANTINO:
Roselio, Infante, alzad.
ROSELIO:
Aquesto es justo.
CONSTANTINO:
¿Dejaste con salud al rey?
ROSELIO: Con ella
para
serviros queda.
CONSTANTINO: ¿Y a Ariodante?
CAROLA: El
príncipe, mi hermano, se querella
de que
haya coyuntura semejante
para os
servir y ver, y que con ella
.......................... [ -ante]
le
detenga mi padre. Levántale, Lidora.
Cáesele un
guante, levántale LIDORA,
dásele de
rodillas, y túrbase CONSTANTINO en
verla
CONSTANTINO: ¿No hay
criados aquí? Dejad, señora;
del
suelo os levantad, y...
Aparte los dos
LEONCIO: ¿No oyes
esto?
¿No
miras cómo el César se ha quedado?
ANDRONIO. Tiene
la dama garabato y gesto
picante.
LEONCIO:
Y aun el alma me ha picado.
CAROLA: ¿Qué
accidente, señor, ha descompuesto
vuestro
semblante así? ¿Qué os ha turbado?
CONSTANTINO:
(¡Válgame el cielo! ¡Que un mirar süave Aparte
suspenda el alma y sus sentidos trabe!
¿No
es bueno que al momento que me vieron
aquellos ojos cuya luz me abrasa
dió un
vuelco el corazón y suspendieron
sus actos mis suspiros? Lo que pasa
a los que ayuda al
homicida dieron,
que
entrándole a buscar el juez, la casa
trasiega toda, de ese mismo modo
me ha
trasegado amor el pecho todo.)
CAROLA: ¿No
me diréis, señor, qué os ha turbado?
CONSTANTINO: No sé a
fe; un accidente sentí ahora
que me
inquieta, algo que...
CAROLA:
¿Y hase aliviado?
CONSTANTINO: Un poco
estoy mejor; venid, señora,
que
mientras mi imperial corte y senado
estatuas os levanta y arcos dora,
y la
entrada magnífica os previene,
fuera
de la ciudad que estéis conviene.
Mi
palacio de monte es maravilla
de toda Grecia, y sus jardines
bellos
distan de la ciudad sola
una milla;
a los de Chipre olvidaréis en ellos,
sus cercas besan de la mar la
orilla.
(Y yo
tengo de ser, si llego a ellos, Aparte
Tarquino de Lidora, si es Lucrecia,
aunque
se pierda como Roma Grecia.)
CAROLA: Como
yo viva en vuestra compañía,
de
Chipre olvidaré prados y huertos,
que
sois emperador del alma mía,
y así con vos son Chipres los
desiertos.
CONSTANTINO: ¡Ay sol
hermoso de mi obscuro día;
de mi
muerte verás indicios ciertos
si no
te gozo!
CAROLA:
Yo soy desdichada,
a
estáis malo, señor, ¿qué habéis?
CONSTANTINO: No es nada.
Venid, infanta. Apreste Grecia fiestas
en mi
casa del monte, que a mi esposa
festejen.
CAROLA:
Todas me serán molestas
hasta
que de esa suspensión penosa
la
causa sepa.
CONSTANTINO: (Amor, hoy manifiestas Aparte
la
fuerza de tu mano poderosa.)
Hablan los dos aparte
¡Ay Leoncio!
LEONCIO:
¿Qué tienes?
CONSTANTINO: ¿No es Lidora
mejor
para imperar que su señora?
LEONCIO:
Mucha belleza tiene, mas no es tanta
que
merezca, señor, ser preferida
a la
infanta.
CONSTANTINO:
¿Qué dices a la infanta,
al sol
de quien recibe su luz vida?
Emperatriz la haré.
LEONCIO: Si así te encanta,
gozarla
puedes, sin que aqueso impida
el
imperar tu esposa.
CONSTANTINO: ¿Es vituperio,
que a quien el alma doy la dé mi Imperio?
Ya
aborrezco, Leoncio, vive el cielo,
la
hermosura que alabas en Carola.
LEONCIO: (Y a
mí, con ser el corazón de hielo, Aparte
le ha
bastado a encender Lidora sola.)
CONSTANTINO: ¿Qué
dices?
LEONCIO:
Que te dió hechizos recelo.
CONSTANTINO: Dices
verdad; vio el alma y hechizóla.
A ella
Vamos,
señora.
LEONCIO:
(Si esta pasión dura, Aparte
la vida he de perder por su
hermosura.
Vanse. Salen DINAMPO, FLORINO, TARSO y MELISA,
pastores
DINAMPO: Mi
parecer es de viejo.
¿La
emperatriz all aldea?
Que muy
bien venida sea;
haga fiestas
el concejo.
TARSO: ¿Por
qué es la fiesta? ¿Quién viene
al
puebro?
FLORINO:
La emperadora.
TARSO:
¿Cuándo?
FLORINO:
Luego.
TARSO:
¿Agora?
FLORINO: Agora.
TARSO: ¿Que la
emperatriz Irene
viene? Pues ¿a qué?
DINAMPO: A vivir,
en su
casa de pracer.
TARSO: ¿Y el
imperio?
DINAMPO:
Era mujer
y no le pudo sufrir.
TARSO: Pesa
mucho; ¿mas en quién
le
renunció?
DINAMPO:
En Constantino.
MELISA: ¡Oh,
qué grande desatino!
TARSO: Plegue
a Dios que lo haga bien.
FLORINO: Diz que es un disparatado.
TARSO: Dejemos
esto y vení,
que
pues ella viene aquí
he de
ser muy su privado.
DINAMPO:
Luego, ¿conóceos?
TARSO: Sí, a fe.
DINAMPO: Pues haráos
mucho servicio.
FLORINO: Buena
vida.
TARSO:
Será vicio;
con
ella me entretendré.
Vanse. Salen
LIDORA y CONSTANTINO
LIDORA: Tu
Alteza, invicto César, se reprima;
que
aunque es de mucha estima que el augusto
me
tenga amor, no es justo, ni conviene,
que
quien a servir viene, se prefiera
a su
señora.
CONSTANTINO:
Espera, por el cielo,
que de
mi fuego, es hielo su presencia.
LIDORA: Más
muestra la experiencia que le abrasa,
pues
tan presto se casa vuestra alteza;
porque,
si su belleza le enfrïara,
claro
está que aguardara que en la corte,
pues no
hay para qué importe que sea agora
le
diera mi señora como esposa
la mano
generosa. Mas pues veo
que le
obliga el deseo a que en un monte
y
desierto horizonte dé la mano
a mi
señora, es llano que le aflige
la
dilación, y elige lo más breve
por
mejor; que a ser nieve, no se diera
tal
prisa; que el que espera, cuando arde
todo lo
juzga tarde y, si aborrece,
un siglo le parece que es instante.
CONSTANTINO: Cuando
alzastes el guante que me distes,
y viéndoos yo, rendistes mis
suspiros;
por no verse perdidos
previnieron
el
remedio que vieron conveniente;
y como
amor ardiente se repara
con
otro amor, gustara que este medio
sirviera de remedio. Remediarme
quise
con desposarme, porque he oído
que
entre esposa y marido amor desnudo
hace un
sabroso nudo. Desposéme,
aborrecí, y heléme tan helado,
que aunque no la he
gozado, ya me siento
con
arrepentimiento de lo que he hecho.
El
tálamo y el lecho que me espera
esta
noche quisiera se abrasara.
Si yo a
Carola amara, ¿de qué modo
a vos,
Lidora, toda el alma diera?
La
llama verdadera, y el perfeto
amor,
sólo a un objeto se termina,
sólo a
un blanco se inclina su sentido;
que el
amor repartido no merece
nombre de amor, ni ofrece amor sus
leyes
tan capaces...
LIDORA: Los Reyes, griego
augusto,
tienen muy ancho el gusto y
apetito.
Nunca
tiran a un hito solamente;
en su
amor aparente hay la mudanza,
que en
su misma privanza venlo todo,
y el
ver como es de modo, que de él nace
cuando
el objeto aplace el desearlo
y es
fácil alcanzarlo, porque adquieren
los Reyes cuanto quieren; sus
empleos
son como sus deseos: pues ¿qué
mucho,
si a la experiencia
escucho, esta certeza
que
quiera vuestra alteza a mi señora
la
emperatriz y ahora juntamente
a mí
obligarme intente?
CONSTANTINO: Bien arguyes,
pero no
me concluyes; porque entiendas
que tus hermosas prendas sólo han
hecho
tributario mi pecho y a
ti sola,
despreciando a Carola, estimo y quiero,
esta
noche prefiero tu hermosura
a la
suya; procura que entretanto
que con
su negro manto está la noche
del
transparente coche desterrada
goce el
alma abrasada tu belleza;
que tú
serás cabeza de mi imperio,
y en
dulce cautiverio presa el alma
que
tienes puesta en calma, haré que el orbe,
sin que
la envidia estorbe dichas tantas,
se
postre a aquesas plantas; tu señora
te
servirá, Lidora, y aunque sea
emperatriz, no crea ningún hombre
que lo
es más que en el nombre.
LIDORA: ¡Qué
abundante
que
promete un amante pretendiente,
y qué
apocadamente cumple luego
que se aplacó su fuego! No harás nada;
quedaréme crïada, pobre y sola,
y
emperatriz Carola; muy mal labras
tus gustos con palabras, pues son
viento.
En cumpliendo tu intento
seré necia
y fea; la que precia el primer
fruto
es
cuerda y da tributo al yugo tierno
del
sacramento eterno, que al fin dura.
CONSTANTINO: La
perfecta hermosura nunca enfada;
mas
después de gozada, si es perfeto
el amor, más sujeto está el amante,
más firme, más constante y
apacible;
¿no es siempre apetecible
lo que es bueno?
LIDORA: Lo
bueno como bueno, es gran regalo;
pero en
razón de malo mala cosa.
CONSTANTINO: ¡Ay mi
discreta hermosa que me vences
cada
instante y convences! Yo te adoro,
y
aunque el bello tesoro de tus brazos
con
violentos abrazos hoy pudiera
forzarle si quisiera, no me agrada
la
voluntad forzada, y al contrario
el amor
voluntario me combate;
de
remedio se trate que me abraso,
mi sol,
mi luz, mi fe.
LIDORA: Paso,
Constantino.
CONSTANTINO: Si me
amas, determino hacer que Oriente
dé
perlas a tu frente y cuanto abarca;
serás
griega monarca y reina sola;
mandarás a Carola.
LIDORA: (¡Oh interés
loco! Aparte
Venciste poco a poco, mucho puedes;
cazáronme tus redes.)
CONSTANTINO: ¿Correspondes
a mi
amor? ¿Qué respondes?
LIDORA: Que, pues fuerza
no me
has hecho, me fuerza no haberla hecho
a que
dentro del pecho te reciba.
CONSTANTINO: ¡Viva
Lidora, viva tu hermosura!
¡Ya es
cierta mi ventura!
LIDORA: El cómo traza,
y
adiós, que me embaraza la vergüenza.
(¿Qué
habrá en el mundo que interés no venza?) Aparte
Vase
CONSTANTINO:
Sansón, ¿qué vale cuando al campo sale
con las
puertas a cuestas que de Gaza
arranca fiero, si una mujer traza
que en
la tahona, ciego, a un bruto iguale?
¿Qué
vale Alcides con amor; qué vale
cuando
leones vence y despedaza,
si
vuelta rueca su invencible maza
a hilar le obligan el amor y Onfale?
Sardanapalo, no tuvo
vergüenza
cuando
sentado cual mujer le vieron
desceñirse la rueca por regalo.
¿Qué
mucho, pues, que una mujer me venza,
no
siendo yo más fuerte que lo fueron
Sansón,
Alcides y Sardanapalo?
Sale LEONCIO
LEONCIO: ¿Yo
competencia a un César? ¿Yo a su dama
amor?
Cielos, ¿qué es esto? Mas, ¿qué importa
que compita en amar, si en el imperio
compito? ¿Una voz dulce no me ha dado
nombre
de emperador? Pues si pretendo
lo más,
que es el imperio, ¿qué milagro
que
pretenda lo menos, que es Lidora?
Mas --
¡ay! -- vana ambición, déjame un poco,
que
temo que me quieres volver loco.
CONSTANTINO:
¡Leoncio!
LEONCIO:
Gran señor.
CONSTANTINO: Ya dió Lidora
el deseado
sí de mi esperanza;
el
tálamo aprestado aquesta noche
para
Carola, quiero que lo ocupe
la Venus Cipria que me
abrasa el alma.
LEONCIO: (¿Qué
escucho, cielos? Pues, señor, ¿tú esposa? Aparte
CONSTANTINO: No me
la nombres; volveráse a Chipre
con su
padre.
LEONCIO:
¿Qué dices, gran Monarca?
Hoy te
acabas de desposar con ella,
¿y
quieres con afrenta tan notable
que a
su padre se torne?
CONSTANTINO: Pues ¿qué agravio
le
puedo hacer, si antes de gozarla
a su
padre la vuelvo?
LEONCIO: Dirá el mundo
mil
oprobios de ti, y el rey, su padre,
podrá
con justa causa hacerte guerra.
Mira,
señor, que tienes en tu corte
a
Roselio, su hermano, y que en sabiendo
el
agravio que hacerle determinas
incitará
a su padre a la venganza.
CONSTANTINO: Poco
importa, que echándole de Grecia
y
ocupándole lejos en la guerra
no
sabrá mis intentos. El ejército
que
está en Egipto contra el Soldán turco
no
tiene capitán general, quiero
con
este cargo honroso desterrarle
y hacer
que allá le den veneno o muerte,
quitaremos de en medio aqueste estorbo.
Otra dificultad hay mayor que ésa,
que es el estar mi madre viva y
libre,
y temo
que si ve mis desvaríos
ha de
quitarme libertad e imperio;
que la
adoran de suerte los soldados
de toda
Grecia, que me dicen lloran
por verla del imperio retirada.
Pero si
con prenderla quedo libre,
prenderéla.
LEONCIO:
¿Qué dices?
CONSTANTINO: Pues ¿es mucho
que por
asegurar mi gusto, prenda
a mi
padre, mi madre y mi linaje?
De
aquesta suerte viviré seguro.
Tomaré
por achaque de prenderla
que
levantarse quiso. Llama a Andronio
y haz
que a mi madre ponga en una torre,
y toma
aquesta llave de mi cámara,
y
engañando a Carola, haz que a Lidora
en su
lugar aquesta noche goce,
que yo
voy luego a despachar a Egipto
a
Roselio; que importa que se parta
para
quitar estorbos a mi gusto.
Vase
LEONCIO: ¡Ay
ciego Emperador! ¡Ay loco Augusto!
No
querrá el cielo ni mi amor que goces
aquesta
noche a quien el alma he dado.
La llave
de su cámara es aquésta,
yo haré
que entienda ser Lidora hermosa
la que
le aguarda en su lasciva cama,
cuando
a acostarse vaya, y que esté en ella
la
pobre emperatriz que ya aborrece;
que yendo a obscuras con silencio
mudo,
creyendo que es Lidora la que aguarda,
no se
sabrá mi provechoso enredo
y yo a
Lidora gozaré con nombre,
esta
noche, del César Constantino.
Buena
traza es ésta si se logra;
yo voy
a ejecutarla, aunque la vida
pierda,
que por tal prenda es bien perdida.
Salen FLORILO,
DINAMPO, ITALIO y TARSO, pastores, y
MELISA, y
detrás de ellos IRENE, la cual se sienta
TARSO:
Perdone la cortedad
de
vueso pruebo grosero
su
mercé, y mire primero
que al
don a la voluntad.
Que
a ser tan rica como ella
con
tales veras mostrara
su
amor, que se aventajara
a todo
el imperio en ella.
Alcaldes, concejo y gente
del
puebro, a su señoría
un
pobre presente envía;
pero basta
ser presente.
Seis
mozas en delantera
van
compuestas y garridas,
que en
seis fuentes escogidas
de la
más limpia espetera,
llevan cubiertas de flor
rosas y tortas cuajadas
de miel, que fueron
masadas
hoy por
la del herrador.
También llevan confitura
poca,
porque cara cuesta,
que
ayer compró media cesta
en
Constantinopla el cura.
Luego se siguen seis mozos,
los más apuestos y ricos,
todos con nuevos pellicos
y todos
con rubios bozos,
que
andando con pasos graves
llevan de palos pendientes
mil
regalos diferentes
de
conejos, liebres y aves.
Tras
ellos van cien cabritos
de mil
colores y modos,
unos
más que el ampo todos,
otros
de manchas escritos,
que
llevan en medio de ellos
dos terneras señaladas,
con campanillas doradas
de los arrugados cuellos.
Después van doce zagales
con otras tantas doncellas,
cargados ellos y ellas
de requesones, panales,
quesos que el tiempo conserva,
cuajada, natas, mantecas,
y frutas verdes y secas,
hasta el níspero y la
serva.
Todo
aquesto humilde ofrece
el
lugar a su mercé,
pobre
en obras, rico en fe,
que es
lo que más le engrandece;
y yo
un alma le presento,
contenta ahora sin tasa,
tan
ancha como la casa
que le
ha de dar aposento.
MELISA: ¡Qué
bien lo ha despotricado
el
diabro!
DINAMPO:
Como discreto.
FLORITO: Basta
ser poeta.
DINAMPO: Poeto
diréis,
que es hombre y barbado.
IRENE: Yo
estoy muy agradecida
al
lugar por el cuidado
que en
regalarme ha mostrado,
y gusto
de mi venida.
Y en
pago de este presente
que
aqueste lugar me ha hecho,
os hago
francos de pecho
por
veinte años.
DINAMPO:
¿Otros veinte?
¿Veinte
dije? Veinte mil
tenga
de vida y salud
su
merced.
IRENE:
En la quietud
del
campo que viste abril
sí
tendré, que en el palacio,
donde
la ambición se bebe,
la más
larga vida es breve.
TARSO: Acá
vivimos despacio.
IRENE:
Pues, Tarso, ya ha muchos días
que no
nos vemos.
TARSO: Después
que
pisaron vuestros pies
imperios y monarquías
y os ausentásteis de aquí
no os he visto.
IRENE:
Pues ¿por qué?
TARSO: Porque
en la corte pensé
que os olvidárais de mí.
Muda el mandar la
costumbre
y la
púrpura imperial
no hace
caso del sayal;
estábades en la cumbre,
¿quién había de subir
tan
alto a habraros? Acá
más
tiempo y lugar habrá.
MELISA: Agora
la he de pedir
que
me quieras por justicia,
veremos
si esto aprovecha.
TARSO: No,
Melisa; que sos hecha
como
casa a la malicia.
Salen ANDRONIO
y otros, en cuerpo
ANDRONIO: Aquí dicen que ha de estar,
trocando en florido campo
el
campo armado.
FLORILO: ¡Dinampo,
soldados en el lugar!
DINAMPO: ¿Qué
diabros querrán agora?
Que si
nos echan soldados
no hay
mujeres ni ganados.
IRENE: ¿Qué es
esto Andronio?
ANDRONIO: ¡Señora!
IRENE: Ya
comienzo a agradecer
la
lealtad que habéis tenido,
pues el
primero habéis sido
que me
haya venido a ver.
¿Qué tenéis? ¿Qué os entristece
y os hace enjugar los ojos?
¿Qué hay de nuevo?
ANDRONIO: Mil enojos,
señora,
que no merece
vuestra Alteza.
IRENE: ¿A qué os envía
a mi
casa, Constantino?
Que en
veros así adivino
alguna
desgracia mía.
ANDRONIO: Sabe
Dios lo que me pesa
que me
lo mandara a mí.
IRENE: ¿Qué os
ha mandado? Decí.
ANDRONIO: Que
lleve a una torre presa
a
vuestra alteza.
TARSO: ¿Qué dijo?
FLORILO: Presa
parece que oí.
IRENE: ¿Mi hijo me prende a mí?
ANDRONIO: Sí,
señora.
IRENE:
¡Qué buen hijo!
ANDRONIO: En
una torre me manda
que os
ponga guardas.
IRENE: Pues ¿qué
le han
dicho de mí?
ANDRONIO: No sé.
IRENE: Yo sí,
que bueno el mundo anda.
No
es muy difícil saber
que,
pues a Nerón se iguala,
si me
prende, no es por mala,
mas
porque él lo pueda ser.
Que
viva en prisión ordena
porque
no lo esté su antojo,
que la
reprehensión al ojo
mil
liviandades refrena.
Y
pues prenderme ha mandado
cuando sus
vicios refreno,
despedazar quiere el freno
para
correr desbocado.
Corra, que este vituperio
venganza vendrá a tener,
que yo
sé que ha de correr
hasta
atropellar su imperio.
¿Dónde Constantino está?
ANDRONIO: En la
casa de placer
del
monte.
IRENE:
Quiérole ver;
llevadme primero allá.
ANDRONIO: No
puedo en eso serviros,
y de ello el alma se corre;
luego
manda que a una torre
os
lleve, sin consentiros,
señora, que a su presencia
lleguéis.
IRENE:
¿Aqueso os mandó?
ANDRONIO:
Plugiera al cielo que yo
pudiese
hacerlo.
IRENE: Paciencia.
Vamos, pues lo manda así.
Amigos,
adiós, adiós.
TARSO: Yo,
señora, iré con vos;
de mí,
señora, os serví;
yo iré en vuestra compañía.
IRENE: No,
Tarso; ya querrá el cielo
que
vuelva a ver este suelo
con más
contento algún día.
TARSO:
Quedando sin vos me aflijo.
IRENE: Adiós;
vamos de aquí, Andronio.
Llévanla
DINAMPO:
¿Aquéste es hijo o demonio?
TARSO: Demonio
sí, mas no hijo.
Vanse
todos. Sale CAROLA sola
CAROLA:
Blasone el hombre arrogante
que es
un diamante en sus hechos,
que hoy
he visto en un instante
que hay
diamantes contrahechos
y que
se quiebra el diamante.
Bien
puede ser este error,
y el hombre, por varios modos,
ser firme, y más en amor,
mas conmigo pierden todos
hoy por el Emperador;
porque si bien me
quisiera
con más
amor me mirara;
pero,
si me aborreciera,
el
desposorio aguardara
que en
Constantinopla fuera.
Declarad, piadosos cielos,
este caos de mis recelos,
este nuevo laberinto,
aqueste
infierno que os pinto
de
confusión y de celos.
Este
enigma que se ofrece
el alma
confusa aquí,
pues
Constantino parece
que
amándome a mi sin mí,
cuando
me ama me aborrece.
Sale LIDORA
LIDORA: ¿En
qué andáis, travieso Amor?
Mas
¿diréis que no es error
el que
aquesta noche hiciste,
cuando
la fuerza rendiste
de mi
honra al emperador;
y
que si la gente infama
la
mujer con justa ley
que así
mancha su honra y fama
no
pierde nada si un rey
su amor
solicita y ama?
Murmúrese, pues, mi exceso
que
haber dado ser y honor,
.................. [ -eso]
porque
de un Emperador
esposa
ser intereso.
CAROLA:
Lidora, ¿qué suspensión
os trae
confusa y sin calma?
LIDORA: Nuevos
pensamientos son
y pretensiones de un alma
que ya
se juzga Faetón.
CAROLA:
¿Faetón? ¿Tan alta subida
intenta?
LIDORA:
Desvanecida,
quiere
con él competir.
CAROLA: ¿Y no
teme que el subir
espera
mayor caída?
LIDORA: Ella
se sabrá tener.
CAROLA: Tal
seguridad no es buena;
guardaos, no seais Lucifer
en
pretender silla ajena,
que
será cierto el caer.
LIDORA: ¿Ajena? ¿Qué patrimonio
da
señal o testimonio
de que
tiene dueño ajeno?
CAROLA: ¿Qué
patrimonio? ¿No es bueno
el del
santo matrimonio?
LIDORA:
¡Jesús! Aquése hasta ahora
está en cierne, otro mejor
tiene
el alma en quien la adora,
que es
un vínculo de amor
y
mayorazgo.
CAROLA:
¡Ay, Lidora,
mira
lo que haces; mira
que hay
Dios y que si se aíra,
castigará con rigor;
mira
que el emperador
es mi
esposo, y que suspira
por
él mi alma, Lidora.
LIDORA: Miro,
que como no eres
................. [ -ora]
buena
para imperar, quieres
ser
para predicadora;
no
me canses.
CAROLA: Ya comienza
en ti a
campar la falta
de
honor; no habrá quien te venza,
que cuando la honra falta
también
falta la vergüenza.
LIDORA: Si
la lengua no reprimes,
forzaréte a que me estimes,
cortándotela a raíz.
CAROLA:
¡Villana! ¿A tu emperatriz?
LIDORA: ¿Emperatriz? ¡Qué sublimes
pensamientos! El renombre
me
agrada; deja el humillo,
que
eres, para que te asombre,
sólo
emperatriz de anillo,
y no
tienes más que el nombre.
Y no
hagas tanta cuenta
del
título que te afrenta,
pues eres, con tal blasón,
emperatriz a pensión,
y he de
gozar yo la renta.
Que el
cielo, que galardona
contra
la opinión que tienes
y
ennoblece una persona,
podría
ser que a mis sienes
trasladase tu corona.
CAROLA: Como
el mundo anda al revés
no es
mucho que en eso des,
y que
suba tu bajeza
a
coronar tu cabeza
de
descalzarme los pies.
Mas,
cuando estés coronada,
¿no te
parece, Lidora,
que
quedaré más honrada,
pues
tendré, siendo señora,
una
emperatriz crïada?
LIDORA:
Norabuena sea así;
resulte
la honra en tí
y yo
goce tu apellido,
que si
hasta aquí te he servido,
tú me
servirás a mí.
CAROLA: ¿Yo
a ti, soez, baja, loca?
Cuando
el laurel imperial
me
quite mi dicha poca,
¿no soy yo de sangre real?
¿Y tú?
LIDORA:
Refrena la boca,
que
si mi enojo echa el resto,
haréte
arrepentir presto.
CAROLA: ¿A
mí? ¡Ramera de Grecia!
¡Malnacida!
LIDORA:
Toma, necia.
Dale LIDORA a
CAROLA un bofetón
CAROLA: ¡Ay,
Dios! ¿Bofetón?
Salen
CONSTANTINO, LEONCID y ANDRONIO
CONSTANTINO: ¿Qué es esto?
LIDORA:
(Constantino viene aquí;
Aparte
fingiré
que recibí
el
bofetón que di.) ¡Ay, Dios!
CONSTANTINO: ¡Lidora
mía!
LIDORA:
¿Por vos
tienen
de tratarme así?
¿Por vos injuria tan clara?
¿Por vos llamarme ramera?
¿Por
vos la mano en mi cara
la infanta?
CONSTANTINO:
¡La infanta muera!
CAROLA: (¿Vióse
insolencia más rara? Aparte
Mas
para que con razón
todo en
aquesta ocasión
ande al
revés, no me espanto
que
ésta forme queja y llanto
y yo
llevé el bofetón.
Más
vale que pase así;
y
aunque yo sea la injuriada,
que
piense el mundo que di
bofetón
a mi criada,
no que
le recibí.)
A ellos
Es verdad; yo castigué
a quien tan soberbia fue
que se
descomidió agora
contra
su propia señora.
CONSTANTINO: Pues,
¿cómo el cielo, que
ve
su bella luna eclipsada,
con un
castigo ejemplar
no la
ha dejado vengada?
CAROLA: Pues,
¿es nuevo castigar
la
señora a su crïada?
CONSTANTINO:
Calla, asombro de mi gusto.
Llévala
presa.
LEONCIO:
Señora,
tener
paciencia aquí es justo.
(No
sabrá así que a Lidora Aparte
anoche
gocé, el augusto.)
CONSTANTINO: Vamos,
que con palio honroso
vuestro
nombre haré famoso
en
venganza de esta afrenta,
siendo
con fiesta opulenta,
bella
prenda, vuestro esposo.
Ea, pues, que ya es razón
que cese aquesa pasión,
mi
bien. Basta ya, vení.
LIDORA:
¿Suélese olvidar así
la
injuria de un bofetón?
Vanse
CONSTANTINO y LIDORA
CAROLA:
Vamos, pues gusta que presa
padezca, el emperador.
LEONCIO:
Mientras que su enojo cesa,
sufrid
aqueste rigor,
infanta, que de él me pesa.
CAROLA: ¡Qué
bueno anda el mundo ahora!
Despreciada la señora;
antepuesta la crïada;
presa
la que está injuriada,
con
honra la que es traidora.
¡La
que descalzó mis pies,
entronizada en el puesto
del
imperio! Mas poco
es en
la república aquesto,
que es
república al revés.
FIN DEL ACTO PRIMERO
|