ACTO SEGUNDO
Salen LIDORA y
CLODIO vestidos de camino
CLODIO: Tan
lleno de pesares
quedé
cuando partiste,
que con
el menor de ellos
fue
mucho no morirme.
Maldije
el griego imperio
y a la
infanta maldije,
que fue
ocasión, señora,
de
aquella ausencia triste.
En ella
de mi pena
pensaba
divertirme
con
ejercicios varios,
sin tu
presencia viles.
Salí a
cazar mil veces,
y otras
tantas volvíme,
porque
me daban caza
pensamientos terribles.
Perdía
si jugaba,
que
como perdió Chipre
tu
agradable presencia,
perdiéndose él, perdíme.
Quisieron mis amigos
con
pláticas sutiles
entretener mis penas;
mas
como siempre aflige
al que
es discreto el necio,
al
soberbio el humilde,
y al
avariento el pobre,
así al
amante el libre.
Con
otras hermosuras
poner
remedio quise
al
fuego que en el alma,
en
viéndote, encendiste.
Mas era
echar más leña,
porque
es necio el que dice
que el
amor más constante
con
otro amor se rinde.
En fin,
cuantos remedios
en su Ars
amandi escribe
Ovidio,
el desterrado,
tantos
propuse e hice.
Mas
como al que es de muerte
de tormento le sirven
las
medicinas varias
que el
médico apercibe,
empeoré
con ellos;
¡mal
haya amén, quien dice
que es
remedio la ausencia
para que
amor se olvide!
¡Qué de veces rondaba
las paredes felices
que habitación te dieron
cuando
mi mal oíste!
¡Y qué
de veces, loco,
desde tus rejas quise,
llamándote, Anajarte,
representar un Iphis!
Las
sabrosas palabras
y
prendas que me diste
eran de
mi naufragio
la
tabla convenible.
Mas
todo aquesto era,
sin
verte, hermosa Circe,
cual
vela que se acaba,
arder
para morirme.
Vime,
en fin, tan enfermo,
tan
desahuciado vime,
que
hacer una novena
a tu
hermosura quise.
Llegué
a Constantinopla;
y
apenas de un esquife
a
tierra salté, cuando
en un
carro sublime
de
perlas, marfil y oro,
mis ojos hechos linces,
te vi llevar debajo
de un rico palio; ¡ay
triste!
Creí
que me engañaba;
llegué
a un hombre y le dije,
"¿Carola no es aquélla,
hija
del Rey de Chipre?"
Respondió, "No es la Infanta
que esa
dama infelice
trajo
consigo el daño
que su
ventura oprime.
Una
crïada es suya
a quien
el César rinde
la
cerviz de su imperio
porque
es de su amor Circe."
Quedéme
casi muerto,
y vi
que el vulgo libre
te
echaba maldiciones,
y aun
yo ayudarle quise;
y de mi
muerte cierto,
pues miro ya imposible
mi
débil esperanza,
antes
que se marchite,
busqué
ocasión de darte,
crüel
más que Bisiris,
el
parabién del lauro
que en
tu cabeza ciñes.
¿Quién
duda que si antes
amando,
me tuviste
en
Chipre por tu Adonis,
aquí seré Tersites?
Ya pisas oro y perlas,
diamantes y rubíes,
¿quién
duda que con ellos
también mis dichas pises?
Castíguente los cielos;
pero no te castiguen,
sino
que con mi muerte
de
tanto mal me libren.
LIDORA: ¡Qué
extraordinario gusto
me da,
Clodio, el oírte
aquesas
tiernas quejas
que
dentro el alma imprimes!
¡Oh, qué contento causan
los celos apacibles
tras una larga ausencia
de dos amantes firmes!
Muy bien venido seas,
deja temores viles,
que aunque el imperio
gozo,
no es
ocasión que olvide
el
abecé primero
que el
alma estudió en Chipre,
cuando
de esclava tuya
la
argolla le pusiste.
Mi
hermano finge que eres,
que yo
haré, si lo finges,
que
rijas el imperio.
CLODIO: Cesó el
oscuro eclipse
de mis confusos celos;
aquesos brazos ciñe
a mi dichoso cuello,
que hoy
miro un imposible
en ti,
mi bien, pues eres
mujer y
mujer firme.
LIDORA: El césar,
Clodio, viene.
CLODIO: Yo haré
lo que me dices.
Salen
CONSTANTINO, HONORATO, senador viejo, LEONCIO,
MACRINO,
ANDRONIO y otros
CONSTANTINO: ¿Qué
es lo que me pide, pues,
el
senado?
HONORATO:
Cosas justas,
que
diré, señor, si gustas.
CONSTANTINO: Dilas.
HONORATO:
La primera es
suplicarte toda Grecia,
y en
nombre suyo el senado,
en
albricias del estado
que
Dios te dio, si es que precia
tu
alteza su autoridad,
que les
des un día feliz
poniendo a su emperatriz,
y tu
madre, en libertad.
Y
piensa que hacerlo así
como el
senado te exhorta,
aunque
mucho nos importa,
más,
señor, te importa a ti.
Porque las murmuraciones
del
vulgo y de los soldados
que por
ella gobernados
vencieron
tantas naciones,
publican que es vituperio
de
Grecia y de su nación
que
consientan en prisión
a quien
defendió su imperio.
Todas la lloran y, en fin,
como la aman en extremo,
si dura
su prisión, temo
algún
popular motín.
CONSTANTINO:
¿Piden más?
HONORATO:
Sí, que a la infanta
de
Chipre, pues es tu esposa,
tan discreta,
tan hermosa,
tan
prudente, honesta y santa,
el
nombre y estado des
que
goza quien le ha usurpado;
y que pues te has desposado
con ella, es razón que
estés
advertido que no puedes,
mientras viviere, tener
a Lidora por mujer,
pues los límites excedes
de la ley que puso
Dios,
cuando
justamente veda
que
ningún cristiano pueda
vivir
casado con dos.
Éste
es el consejo sabio
que te
suplican que admitas,
gran
monarca. No permitas
el
intolerable agravio
con que
Irene, presa está;
mira
que tu madre Irene
en pie
aqueste imperio tiene,
que ya
cayendo se va.
Si a
clemencia te provoco
no
dejes de ejecutalla;
mira,
invicto césar...
CONSTANTINO: Calla;
no
digas más, viejo loco.
¡Qué
donosa petición
para
gobernar mi estado!
Hoy
verá el griego senado
en mí
un Cómodo, un Nerón.
¿Él ha de regirme a mí?
¿Es
éste el mundo al revés?
HONORATO: Ni
aquese nombre le des
ni te
alborotes así;
que
si envía a suplicarte
lo que
he venido a advertirte,
no es, señor, para regirte,
sino
para aconsejarte.
¿Qué
monarca o rey desprecia
el
consejo, si es prudente?
CONSTANTINO: Yo
basto y soy suficiente
para
gobernar a Grecia.
El senado no ha de dar,
sin
pedirle, parecer,
que él
sólo ha de obedecer
y yo
solo he de mandar.
Sus
livianos pareceres
muestran lo que han estudiado;
yo haré de su vil senado
un
senado de mujeres.
Basta, que es donoso cuento
que con
livianos consejos
me
quieran dar cuatro viejos
mujer a
mi descontento.
Si a mi madre tengo presa
es
porque viva en sosiego
mi
estado e imperio griego,
y si al
senado le pesa
de
que la tenga en prisión,
no
ignora la deslealtad,
que en dándola libertad
ha de
intentar su traición.
Ya
sé que quiere que torne
al
trono imperial que pierde,
y que
con el lauro verde
su
frente otra vez adorne.
HONORATO:
Mira, gran señor...
CONSTANTINO: Ya es tarde;
vuestro
intento es manifiesto.
Yo lo
remediaré presto.
Parte
al senado cobarde
con
los soldados, Macrino,
de mi guarda, y prende luego
todo
ese senado ciego
autor
de tal desatino;
y
con basquiñas y tocas,
para
que el vulgo provoques,
ponles ruecas por estoques,
que sus pretensiones locas
declaren, y de esta
traza,
porque
mejor los convenza
su
locura, a la vergüenza
estén
todo hoy en la plaza;
porque soy de parecer
que
como mujeres vean
los que
el imperio desean
que
gobierne una mujer.
Y a
este loco y vano viejo
en ella
le harás colgar,
que así
le quiero pagar
su
locura o su consejo.
HONORATO:
Señor...
CONSTANTINO:
Llévalos.
HONORATO: Advierte...
CONSTANTINO: Ea,
llévalos de aquí.
HONORATO: Ejecuta
luego en mí
este
castigo, esa muerte,
y
deja libre el senado,
que es
en tu imperio el espejo
de la
prudencia y consejo.
CONSTANTINO: Buenas
muestras de esto han dado.
¿Qué
aguardas?, llévalos pues.
MACRINO: Ya,
gran señor, te obedezco.
HONORATO: Por dar
consejos padezco.
¡Ay
República al revés!
Llévale MACRINO
CONSTANTINO:
Andronio.
ANDRONIO:
¿Gran señor?
CONSTANTINO: Corre
donde
mi madre está presa
y con diligencia y priesa,
dentro
de la misma torre
la
da un garrote.
ANDRONIO: ¿Qué dices?
¿A tu
madre?
CONSTANTINO:
¡Ola! También
a
aquéste muerte le den.
ANDRONIO: ¿A mí?
CONSTANTINO:
No te escandalices;
o a
mi madre mata, o muere.
ANDRONIO: Yo
haré, señor, lo que mandas.
¡Ay
mundo, y qué al revés andas!
Vase
CONSTANTINO: Si el imperio
darle quiere
su
silla, justo es me cuadre
la
seguridad que elijo,
que no
seré el primer hijo
que dé
la muerte a su madre.
Leoncio, ve por Carola.
LEONCIO: Yo
voy.
Vase
CONSTANTINO:
Quiero que a su tierra
se
vuelva, y hágame guerra
su
padre, que si enarbola
el
mundo sus estandartes
contra
mí, poco el mundo es,
que
pues se cayó a mis pies,
no temo
sus cuatro partes.
Sólo
con rigor se doma
este
extraño monstruo griego,
que
estoy por ponerle fuego
como
Nerón hizo a Roma.
LIDORA: ¿Tan
enojado, señor?
CONSTANTINO: La luz
de esos bellos ojos
desterraron mis enojos;
ya se
acabó mi rigor.
LIDORA: ¿Con
quién la cólera ha sido?
CONSTANTINO: Contra
quien privarme gusta
de vos;
mirad si es bien justa.
LIDORA: ¿Cómo?
CONSTANTINO:
Hanme persuadido
a
que, viviendo la infanta,
vos no
podéis ser mi esposa.
LIDORA:
Remediarlo es fácil cosa,
dadla
muerte.
CONSTANTINO:
Crueldad tanta
no
es bien que de mí se piense;
a su
padre la enviaré,
y
ausente una vez, yo haré
que el
patriarca dispense
en
nuestras bodas. ¿Quién es
el que
está con vos, señora?
CLODIO: Hermano
soy de Lidora;
dame a besar estos pies.
CONSTANTINO: ¿Qué
dices?
LIDORA:
Hermano es mío,
que a
asistir en tu servicio
viene de Chipre.
CONSTANTINO: Da indicio
de
serlo su talle y brío;
y
pues es ya mi cuñado,
justo
es honrarle desde hoy;
el
cargo noble le doy
de
secretario de estado,
que
es oficio de valor.
CLODIO: Haga tu
nombre imperial
la fama
y tiempo inmortal.
LIDORA: Danos
esos pies, señor.
CONSTANTINO:
¿Cómo es tu nombre?
CLODIO. Liberio.
(Como
me mudé en otro hombre Aparte
también
quiero mudar nombre.)
CONSTANTINO: Tú
gobernarás mi imperio.
Salen LEONCIO y
CAROLA
LEONCIO: Aquí
está, señor, la infanta.
CONSTANTINO: Seáis,
señora, bien venida.
Sentaos.
Siéntanse los tres
CAROLA. (¡Ay Dios, si la
vida Aparte
feneciese en pena tanta!)
LEONCIO:
(Agora el emperador Aparte
viene a
saber mi delito,
y si el
castigo no evito
mataráme su rigor.
Adiós inútil privanza,
que no
halla otro remedio
como
poner tierra en medio
de mi
vida la esperanza.
Grecia, adiós, que de este modo
librar
mi vida procuro,
pues
mal viviré seguro
donde
anda revuelto todo.)
Vase
CONSTANTINO: Sabe
el cielo el descontento
que me
causa el no poder,
infanta, satisfacer
vuestro
justo sentimiento.
Viniste de Chipre a Grecia
a darme
mano de esposa,
y
fuérades venturosa
si,
como os estima y precia
mi conocimiento, os diera
posesión mi voluntad
y al
peso de la beldad,
que en
vos confiesa, os quisiera.
Sólo
sigue sus antojos
Amor,
cuando un alma exalta,
que por
tener esta falta
le
suelen pintar sin ojos.
Y pues son las calidades
del Amor cierta influencia,
lazada o correspondencia
que
anuda dos voluntades,
y
aquésta el cielo ha querido
que nos
falte a mí y a vos,
habiendo este ciego dios
para mi
esposa escogido
a
Lidora, será fuerza
que
admitiendo mi disculpa,
y
echando al Amor la culpa
que a
la razón vence y fuerza,
a
vuestro reino os tornéis,
que
vuestra mucha hermosura
y
grandeza os asegura,
señora,
que cobraréis
pronto el contento perdido,
siendo
de algún rey esposa
con
quien seáis más dichosa
que
conmigo lo habéis sido.
Yo
he escrito al rey, vuestro padre,
infanta,
el caso presente
que,
siendo como es prudente,
no
dudaré que le cuadre.
Y en
volviendo de la guerra
el
infante, vuestro hermano,
premiándole de mi mano
se volverá a vuestra tierra.
¿Cuándo intentáis de partiros?
CAROLA: Cuando
la vida se parta;
que ya
de desdichas harta
se va
partiendo en suspiros.
Monarca de todo oriente,
querido esposo y señor,
que
este título he de darte
aunque
otra me le usurpó,
la
prueba de mi paciencia,
la
fuerza de mi razón,
las quejas de mis agravios,
la pérdida de mi honor,
todas
tu dureza ablanden
y con
ellas el amor
que va
creciendo en mi pecho
al paso
de tu rigor.
Dicen
que un retrato mío
que miraste
fue ocasión
de
pedirme por esposa
al rey,
mi padre y señor.
¡Mal
haya el pincel, la tabla,
la
idea, mano y color
que
vida a mi imagen dieron,
pues mi
muerte ahora son!
Pudo
ser que en mi belleza
mintiese el sutil pintor
y que,
visto el desengaño,
causase
tu desamor;
mas si
la propia alabanza
es
justa en la oposición
presente porque redima
con
ella mi obligación,
bien
sabe Grecia, y tú sabes,
cuántos
los príncipes son
que por
mi causa han sufrido
más que
por Raquel Jacob.
Y entre
todos te escogí,
no por
ser emperador
de
Grecia, sino por serlo
del
alma que te adoró.
¿Por
qué, pues, con tal crueldad,
ya que
imitas a Absalón
en belleza, quieres serlo
en el
desdén y el rigor?
Mas no
puede persuadirse
mi
afligido corazón
que le
desprecies de veras.
¿Es
así? Yo sé que no.
Si ha
sido para probar
de mi
fineza el valor,
mi
lealtad y sufrimiento,
bien
ves cuán de prueba soy.
¿No doy
ventaja en quererte
a
cuantas mujeres, dió
en el
amor conyugal
nombre
la fama veloz?
Ni
amaron a sus maridos
con más
firmeza que yo
Porcia, Penélope, Julia,
Evadnes, Pantea y Michol.
No permitas, césar, pues,
que volviendo a Chipre yo,
mi
infamia y deshonra
vea el
padre que me engendró.
Abre
primero este pecho,
y en él
verás que estampó
tu imagen, siendo pinceles
sus llamas tiernas, Amor.
Ea, vierte aquesta
sangre;
mas,
¡ay que tengo temor
que
porque morir deseo
suspendes la ejecución!
Mas,
pues, con tan poca dicha
la
Fortuna el ser me dió
que aun
para que me des muerte
quiere que busque favor,
De rodillas
postrada a tus pies,
Lidora,
te
suplico, si es que yo
merezco
algo, porque he sido
de tu
dicha la ocasión,
que de
Constantino alcance
mi
muerte tu intercesión,
siquiera porque os gocéis
con
buen título los dos.
Ves aquí
al revés el mundo.
A tus
pies postrada estoy,
y, pues que pisan el orbe,
sobre mi cara los pon,
que no es mucho que los pies
ponga en ella quien osó
poner las
manos el día
que me
diste un bofetón.
Levántase
¡Cielos! ¿Que aun morir no alcanzo
pero
¿cuándo lo alcanzó
el
perseguido infelice?
Ni
¿quién lo fue más que yo?
Mas ¿qué digo, esposo mío?
Tu
obediente mujer soy;
donde
quisieres me lleva,
contenta a mi patria voy;
que en
medio de las injurias
de tu
desdén y el dolor
de mi padre, estaré alegre
por ver
que el cielo me dió
para
consolar mis males
fruto
de la primer flor
que en
el tálamo cogiste,
con ser
dueño, cual ladrón.
Dentro
en mis entrañas siento
prenda
tuya; quiera Dios
que a
luz salga...
CONSTANTINO: ¿Prenda mía?
¿Cómo
es eso?
CAROLA:
Luego, ¿no?
CONSTANTINO: ¿Estás
fuera de ti, infanta?
¿Cuándo te he gozado yo?
CAROLA:
¿Querrás negarlo también?
No fue
en vano mi temor;
la
obscuridad de la noche
que el
cielo me desposó
contigo
sabe que he dicho
la
verdad.
CONSTANTINO:
Aquí hay traición.
A LIDORA
La
noche del desposorio,
¿no
fuisteis, señora, vos
quien
hizo mi dicha cierta?
LIDORA: Vuestra
esposa fui, señor.
CAROLA: ¿Qué es
esto que escucho, cielos?
¿Qué
oís, triste corazón?
¿Con
tan grande testimonio
os quieren manchar, honor?
Ya no es posible tener
paciencia; tu pretensión
entiendo, monstruo del mundo;
ya sé
que queréis los dos
acusarme de adulterio
para
que podáis mejor
con
aparentes disculpas
gozar
vuestro infame amor.
No en vano con tal recato
me
entraste a engañar, traidor,
la
noche de mi desdicha;
ya he
entendido la ficción
que tan
confusa me tuvo
cuando
aquesa misma voz
me llamaba su Lidora,
su luz,
su cielo, su sol.
Por
engañarme lo hiciste.
CONSTANTINO: ¿Vió el
mundo tal confusión?
¿Qué es
de Leoncio? Llamadle.
SOLDADO 1: A
llamarle, señor, voy.
CAROLA: Querrás
que testigo sea,
aunque
falso, de este error,
y no me
espanto, pues hubo
quien
jurase contra Dios.
Bien
trazado va tu enredo
aunque
para mí no son
estas
marañas bastantes,
que
bien te conocí yo.
Sale quien fue
a buscar a LEONCIO
SOLDADO 1: No hay
quien en toda la casa
halle a
Leoncio, señor.
Sólo un
mozo de caballos
dice
que ensillar mandó
uno de
monte poco ha,
y que,
mudado el color
del
semblante, se fue solo.
CONSTANTINO: Leoncio
me fue traidor.
Despachad postas tras él,
que a
quien tuviese valor
de traerle, vivo o muerto,
le
prometo en galardón
hacerle
mi camarero.
SOLDADO 1: No
habrá en la corte quien hoy
de tal
premio codicioso
no
vaya.
Vase
CONSTANTINO:
Corra esta voz;
que si
en mis manos cae vivo
y la
tierra no tragó
su
infame cuerpo, será
ejemplo
su muerte atroz.
A un
cuarto de mi palacio,
infanta, os retirad vos,
mientras que al ry vuestro padre
de este
caso aviso doy.
En él
quiero que estéis presa.
Guardas, de vista le pon.
Llévanla
CAROLA: ¡Dios,
amparo de inocentes,
descubrid esta traición!
CONSTANTINO: Venid,
Lidora querida;
que el
cielo camino abrió
a
medida de mi gusto
para
gozarnos mejor.
LIDORA: (En
todo soy venturosa, Aparte
mi
secretario mayor
fingido
hermano y amante
de
veras.) Vamos, que hoy
quiero
que sepas cuán firme
en mi
amor primero estoy.
CLODIO:
(¡Cielos! ¿qué mudanza es ésta?
¿Clodio, secretario yo?
Pero
según anda el mundo
no me
espanto.)
LIDORA:
¿Vienes?
CLODIO: Voy.
(¿Yo
secretario del Cesar? Aparte
No caigamos
plegue a Dios.)
Vanse. Salen: TARSO, con una cesta abierta, e
ITALIO,
pastores
TARSO:
Basta.
ITALIO:
Villano, ¿por ti
me ha
de despreciar Melisa?
TARSO: Como la
primer camisa
que en
mi vida me vestí
me
acuerdo de ella.
ITALIO: Pastor,
tan
loco de celos vivo,
que
mientras lo estés, me privo
de
vivir.
TARSO:
Bravo favor.
ITALIO: O te
has de ir de la comarca
o
perder aquí la vida.
TARSO: ¿La
vida? ¿Es barro? Escondida
debe
haber otra en el arca.
Anda
con Dios que estás loco.
Basta
decir que aborrezco,
a
Melisa y que os empezco
en
vuestros amores poco.
Más
sublime el vuelo tiene
mi
amor, pues pica más alto,
que,
aunque de méritos falto,
por lo menos
ama a Irene.
Aquí
un regalo la llevo,
Italio,
quedaos con Dios.
ITALIO: Eso no;
vivos los dos,
crecerá
mi mal de nuevo.
Poco
importa, Tarso esquivo,
que
aborrezcas mi pastora,
si ella
tu presencia adora.
Mientras que estuvieres vivo,
Saca ITALIO una
daga
ha
de morir mi espeperanza.
Muere
tú porque ella viva.
TARSO: De la
paciencia me priva
tu
locura y mi venganza.
Saca TARSO otra
daga y mátale
Toma, pues amas tan poco
la
vida...
ITALIO:
¡Ay!
TARSO:
Tu desconcierto
te
mata; y más vales muerto
que
vivir celoso y loco.
Murió; huir me conviene
antes
que tenga noticia
del
matador la justicia.
Mi
sagrado será Irene.
Vase. Sale LEONCIO
LEONCIO: Pies
perezosos, ¿qué es esto?
¡Huid! ¿Quién os entorpece,
que en
el turbaros parece
que
grillos en vos me han puesto?
¡Mas, ay! Que del malhechor
propio
efecto el temor es,
y para turbar los pies
¿qué
más grillos que el temor?
Tan
atajado me hallo
de los
que tras mí han venido,
que he
tomado por partido
desjarretar el caballo
y esconderme en la espesura
de este
monte, mas ¿qué importa?
Que si
mi dicha es tan corta
y el
emperador procura
matarme, no ha de haber donde,
vida,
estéis segura vos,
porque
un rey es como Dios
que
ninguno se le esconde.
Tropieza con el
muerto
¡Jesús! En medio el camino
o
durmiendo, o muerto está
un
hombre. Agüero será
del mortal fin que imagino.
Quiero hacerle que despierte.
Hombre,
¿duermes? ¿Qué pretendo,
si he
visto que está durmiendo
en la
cama de la muerte?
¡Válgame Dios! Ya adivino
de mi
fin el triste punto,
pues ha
salido un difunto
para
enseñarme el camino.
Porque el salir de esta suerte
un
hombre al paso en tal caso
es para
enseñarme el paso
que hay
de la vida a la muerte.
Mas,
ánimo, corazón,
que
para enseñaros muestra
la
necesidad, maestra
de
enredos, una invención.
Venid, difunto, que en medio
de esta
selva entretejida,
seréis,
aunque estáis sin vida,
hoy de
mi vida el remedio.
Llévale. Salen
los PASTORES y con ellos dos
GUARDAS del
emperador. DAMÓN sale como alcalde
GUARDA
1: Ya os dije el traje y las
señas.
DAMÓN: Bien
las sé, pierda cuidado.
FLORILO: Estar
debe agazapado
como
liebre entre estas peñas.
GUARDA 2: Si
le halláredes, os hace
de su
cámara el augusto.
DAMÓN: ¿De su
cámara? No gusto
de ese
cargo; no me place.
FLORILO:
Ofrezco al diablo el oficio
de
cámaras.
DAMÓN:
Yo os le doy;
si de
su cámara soy,
querrá
que esté a su servicio.
GUARDA
1: Es dignidad noble y grave.
DAMÓN: Sí será; mas huele mal.
GUARDA 1: Tiene
el que es más principal
de su
cámara la llave;
mirad si es gran preeminencia.
DAMÓN: Si de su cámara da
la
llave, nunca podrá
hacerla
sin su licencia.
¡Pardiez! Si no se me escapa,
y camarón me han de hacer,
que he de ir a Roma a ser
de la cámara
del Papa.
Vanse. Saca LEONCIO el muerto ensangrentadas cara y
manos y
trocados los vestidos
LEONCIO: La
cara le he desollado,
y con
mi propio vestido
él es
Leoncio fingido,
y yo un
pastor disfrazado.
Aquí
no importa dejarle,
porque
guardas y justicia
si a
Leoncio hallar codicia,
le
venga a hallar sin hallarle.
Adiós, que en este desierto
los dos
hacemos el vivo;
un
muerto yo que está vivo,
vos un
vivo que está muerto.
Vase. Salen los PASTORES y los GUARDAS
FLORILO: Por
aquí sentí ruído.
DAMÓN: Llegad
paso, no se asombre
y se
nos vaya.
FLORILO:
¡Hola! un hombre
está en
el suelo tendido.
DAMÓN: Pues agarradle los dos
y asidle bien.
FLORILO:
Su malicia
pague.
DAMÓN: ¡Tené a la justicia!
Muerto
está.
GUARDA 1:
¡Válgame Dios!
¿Qué
miro? ¿No es el que veo
Leoncio?
GUARDA 2:
Él es.
GUARDA 1: ¿Quién le ha dado
muerte?
FLORILO:
El rostro desollado
tiene.
DAMÓN:
A fe que está bien feo.
FLORILO: Y
aun las manos, ¡bravo ultraje!
DAMÓN: Pues no
es San Bartolomé
GUARDA 1: ¿Si es
él, o si me engañé?
Mas no,
que aquéste es su traje.
Este
vestido o cadena
conozco.
GUARDA 2:
Pues ¿qué enemigo
pudo
darle tal castigo,
que me
causa verle pena?
GUARDA 1: Aún
dudo mucho si es él.
GUARDA 2: Mírale
las faltriqueras,
satisfaráste de veras.
GUARDA 1: Aquí he
topado un papel.
GUARDA 2: Por
él lo sabrás mejor.
GUARDA 1: Mirar
lo que dice quiero.
"A
Leoncio, camarero
mayor
del Emperador."
DAMÓN: No
me quiero encamarar
si me
han de quitar la vida.
GUARDA 1: Sin
duda que el homicida
debió
partirse a buscar
alguna cabalgadura
para
llevarle a la corte
por
cobrar el premio en porte
de esta
crüel aventura.
DAMÓN: Ten
de ahí que aquesta vez
le
echamos la bendición.
FLORILO: Ya,
alcalde, sois camarón;
¡buen
oficio!
DAMÓN.
Sí, pardiez.
FLORILO: Ya
la gravedad os urga
allá
dentro; camarlengo
sois
del césar.
DAMÓN:
Sí, que tengo
oficio
de día de purga.
Vanse y llevan
al difunto. Salen ANDRONIO y
TARSO
TARSO:
Hazme aquesta merced, señor.
ANDRONIO: Notables
muestras das de leal; yo te concedo,
pastor,
que a Irene comuniques y hables;
entra y despacha luego.
TARSO: Desde hoy
quedo
por tu
esclavo.
ANDRONIO: Sea breve la salida.
vase TARSO
ANDRONIO: ¡Que
persuadirme a tal delito puedo!
¡Que
quiera hacerme bárbaro homicida,
el
césar, de su madre y su señora!
¡La
vida quite a quien le dio la vida!
Pero
buena ocasión se ofrece ahora,
amor, lealtad, temor dentro del pecho,
que a
Irene va a matar y a Irene adora.
¿Es
posible que el breve trato ha hecho
tan
grande efecto en mí que amor de Irene
ponga
mi libertad en tal estrecho?
¿Yo
a Irene amor? ¿a quien el mundo tiene
por
maravilla suya? ¿no es más justo
que
este apetito la razón refrene?
Mas
¿cómo ha de poder, si corre el gusto
a
rienda suelta, y la pasión ha roto
de la
sabia prudencia el freno justo?
Navega mi deseo en mar ignoto,
¿qué
mucho que me anegue siendo ciego
de
aquesta pobre barca el vil piloto?
¿La estopa no se abrasa junto al
fuego?
¿Está
junto al ladrón seguro el oro?
Hacienda por el mar, dinero en juego,
todo
corre peligro, y yo que adoro
de mi
divina presa la hermosura,
perdonen mi deslealtad y su decoro,
gozar quiero primero mi ventura
y luego
darla muerte, pues me ofrece
mi amor
y el césar esta coyuntura.
Atrevimiento extraño me parece,
pero,
si ha de morir, mi desatino
no se
sabrá jamás. Pues ya anochece
yo,
quiero dar contento a Constantino
y a mi
fuego amoroso. De este modo...
¡Mas
ay! Que voy a hacer un desatino;
pero
si así mi amor hoy acomodo,
aunque
sea traidor, alma, buen pecho;
que
andando como anda el mundo todo,
necedad
es andar a lo derecho.
Vase. Salen IRENE y TARSO
TARSO: Yo
sé que el emperador
ha
mandado darte muerte,
y será
fácil ponerte
en
salvo si de pastor
te
vistes, y en mi lugar
sales,
pues la noche obscura
cualquier engaño asegura.
Ea,
vamos a trocar
los
vestidos.
IRENE: Dete Grecia,
Tarso,
la palma y laurel,
por el más leal y fiel
que el siglo presente
precia;
que
yo, aunque te cause espanto,
antes en morir me fundo,
que en sufrir que pierda
el mundo
un
hombre que vale tanto.
Vete
con Dios, que me aflijo
de que
con tal desengaño
me dé
la vida un extraño
cuando
me la quita un hijo.
TARSO: Yo
me tengo de dar muerte
si no
procuras huir;
y pues
tengo de morir,
señora,
de cualquier suerte,
goza
del tiempo oportuno;
salva
la vida, por Dios;
que no
es bien que mueran dos
pudiendo vivir el uno.
Mi
trágico fin ordeno
si pones
más intervalos.
IRENE:
¡Cielos, que entre tantos malos
haya un
hombre que es tan bueno!
Vanse. Salen CONSTANTINO y el REY de Chipre
REY:
Escríbesme que mi liviana hija
mi
honra, gran señor, tiene manchada,
y
espántaste de que el camino elija;
déjame hacer, su infamia averiguada,
y verás
que en su torpe sangre dejo
la
mancha triste de su honor lavada.
Mas
¿es posible que la que era espejo
de las mujeres, poderoso augusto,
la sangre injurie de su
padre viejo?
¿Adúltera, Carola? ¡Cielo injusto!
¿Carola
de un adulterio preñada?
Deja que
dude, que el dudarlo es justo.
Carola en todo el mundo celebrada
por
Vesta en castidad cuando doncella,
¿lasciva Venus es cuando casada?
Mil
imposibles tiene tu querella;
perdóname si ves que dificulto,
que una
pasión por todas atropella.
CONSTANTINO: A no
ser cierto, rey, aqueste insulto,
¿soy
hombre yo, que había de afirmalle?
Grecia
te lo dirá, que no es oculto,
y tuvieras razón para dudalle
si
fuera menos yo y él más secreto,
y no se
murmurara en cualquier calle.
Trata a tu emperador con más respeto,
que
poner en mí duda es desacato,
y te
castigaré.
REY: Vesme sujeto,
y en
fin llegué a tu corte sin recato,
que yo
sé que me hablaras de otra suerte
si me
vieras con bélico aparato.
Mas, Constantino, la razón advierte
que me
fuerza a temer y estar dudoso,
verás
que es grande y mi sospecha fuerte.
El
día mismo que te dió de esposo
nombre
mi hija ( -- nunca te le diera -- ), Aparte
en el
fuego de amor libidinoso
de
una vil mujer, Circe hechicera,
según
vengo informado, te encendiste,
fingiendo esta maraña, esta quimera.
A tu madre en prisión crüel pusiste,
temiendo que a tu amor vano e injusto
pusiera
fin, que, aunque mujer, temiste.
Si
es prenda tuya, pues, invicto augusto,
la que
tiene mi hija en sus entrañas,
¿por
qué deshonra mi vejez tu gusto?
Ella
lo jura así, cesen marañas,
pues
hay de su inocencia mil indicios
que
muestran que te engañan o me engañas.
Pobres, ricos, plebeyos y patricios
a
Carola apellidan por señora,
y aun
no sé si murmuran de tus vicios.
Pues
si tienes tu madre presa ahora,
siendo
de la virtud claro dechado,
y pospones
mi hija por Lidora;
si
has afrentado tu imperial senado,
que era
la basa de tu griego imperio,
por
habértelo justo aconsejado,
¿qué
mucho que quien tiene en cautiverio
su esposa y madre ordene esta maraña
y finja
aquel ilícito adulterio?
CONSTANTINO: Si
el dolor que tus canas acompaña
no me
hicieran creer que estás sin seso,
fueras
motivo de una crüel hazaña.
Si huyó el autor de aqueste
vil suceso,
¿no es
bastante ocasión que fue culpado
Leoncio, pues huyó? Déjate de eso,
y
agradece que no te he castigado.
REY:
Pluguiese a Dios que aquí me dieses muerte
por no
vivir confuso y afrentado;
que
dos hijos me dió mi infeliz suerte
que
vengarán mi vida.
CONSTANTINO: Porque creas,
rey,
que es verdad cuanto te digo, advierte.
Yo
quiero hacer que aquesta noche veas
tu
afrenta y desengaño, y que escondido,
testigo
de tu mismo agravio seas.
No
solamente el vil Leoncio ha sido
quien de Carola mancha el nombre honesto
y es el
Eneas de esa casta Dido;
con
la guarda mayor es manifiesto
que en
la prisión su nombre y fama infama.
Tú propio
puedes ser testigo de esto;
detrás de las cortinas de su cama
te
puedes esconder, y por tus ojos
efectos
ver de su lasciva llama.
Castiga sus ilícitos antojos,
que si
en silencio tuve este suceso
fué por no acrecentar más tus
enojos.
REY: ¡Válgame Dios! ¿Que a tan notable
exceso
llega mi infamia? pues me
dejáis vivo,
quitadme, cielos, con la honra el seso.
A ver este delito me apercibo.
Haz que
no sepa, césar, mi venida;
verás
presto mi enojo vengativo,
y,
adiós, que voy a entretener la vida
porque
no se me acabe hasta que sea
de aquesta infame hija filicida
y mi
venganza con mi muerte vea.
Vase. Salen CLODIO y LIDORA. CONSTANTINO retirado
CONSTANTINO: En
brava confusión quedo.
¿Quién
me ha enseñado a mentir;
y cómo
podré cumplir
con mi
fama y con mi enredo?
LIDORA: Esta
noche gozarás
la
esperanza que entretienes
si,
como te digo, vienes,
Clodio,
solo como estás,
y entras
por la sala donde
guardan
la infanta Carola,
que
tiene una puerta sola
que a
mi cuadra corresponde.
Ves
aquí la llave de ella,
que ya
te ha dado mi amor
la del alma.
CLODIO:
Ese favor
estimo,
Lidora bella.
¡Qué
en tu dichoso retrete
tendrá
fin mi pena?
LIDORA: Sí.
CLODIO: Quedo;
el César está allí.
LIDORA: ¿Hate
visto?
CLODIO:
No.
LIDORA: Pues vete.
CLODIO:
Adiós. (Noche perezosa, Aparte
a
apresurar tu camino
me
parto.)
Vase. Sale
CONSTANTINO; luego UN CRIADO
LIDORA:
¡Mi Constantinol
CONSTANTINO: ¡Dulce
y bellísima esposa!
LIDORA: ¿Qué
pensamiento os divierte
y os
tiene triste y suspenso?
CONSTANTINO: Una
traza, mi bien, pienso
con que
al de Chipre dar muerte,
que
importa a nuestro reposo
Tocan cajas y
sale un CRIADO
¿Qué es
esto?
CRIADO:
César invicto:
Roselio
viene de Egipto
y su
soldán victorioso.
CONSTANTINO: Él
viene a buena ocasión;
premio
su esfuerzo merece.
Un
medio el cielo me ofrece
importante a mi intención.
A
ver su entrada salgamos,
que es
un famoso soldado.
Buena
maraña he forjado;
mataránse los dos, vamos.
Vanse. Salen IRENE, de pastor, y ANDRONIO
IRENE: Tu
lealtad al mundo asombre;
la fama
te inmortalice,
y en
mármoles eternice,
pastor
famoso, tu nombre.
ANDRONIO:
¿Vaste?
IRENE:
Sí, que es largo el trecho
de
nuestro pueblo y es tarde.
ANDRONIO: Anda
con Dios.
IRENE:
Él te guarde
y me
saque de este estrecho.
Vase IRENE
ANDRONIO:
¿Contó jamás la mentirosa Fama
igual
suceso y caso de esta suerte
en cuantas partes de sus plumas
vierte
las nubes portentosas que
derrama?
¿Contó jamás de un hombre que en la
llama
se
abrasa de Amor, dios cobarde y fuerte,
que
pretenda gozar y dar la muerte
a un
mismo tiempo a quien adora y ama?
Rigor es inaudito y sin segundo;
mas,
por vivir, a hacerle me provoco,
pues en
su ejecución mi vida fundo.
Cuente la Fama,
pues, mi intento loco,
que yo
sé que dirá después el mundo
que en
un reino al revés todo esto es poco.
Vase. Salen SOLDADOS y sacan mesa, vela, dados y
juegan
SOLDADO 1:
Sacar dineros, soldados.
SOLDADO 2: ¿No hay
harta noche?
SOLDADO 1: ¿Qué importa,
si la más
larga es más corta
cuando
se juega? Echen dados.
Pasé
a nueve.
SOLDADO 2: Topo y gano,
los tres a once.
SOLDADO
3: Topo aquí y aquí.
¡Voto a Dios, gané!
SOLDADO 4: Perdí.
Venturosa fue esta mano.
Eche.
SOLDADO 2:
A ocho he de parar,
¡esto!
SOLDADO 1:
Pase, no le duela.
SOLDADO 3:
Despabilen esa vela.
SOLDADO 2:
Repárola.
SOLDADO 1:
Topo.
SOLDADO 4: ¡Azar!
SOLDADO 2:
Siete y llevar.
SOLDADO 1: Lléveme
el
diablo si aquésta pierdo.
Salen TARSO,
con el traje de IRENE, y ANDRONIO
ANDRONIO: No hay,
señora, amante cuerdo;
Amor es
ciego y no ve.
Dadme gusto, y vive Dios
que del
fiero matricida
ponga
en salvo vuestra vida
huyendo juntos los dos.
Ea, respondedme, pues
veis a lo que estoy
dispuesto.
TARSO: (¡No
faltaba más que aquesto Aparte
para
andar todo al revés!
Ya
no puede durar nada,
habiendo luz, mi disfraz.
Ánimo,
ciego rapaz,
quitarle quiero la espada.)
Quítale la
espada a ANDRONIO
Hombre no más que en el nombre,
tu
muerte tiene de ser
un hombre
que hecho mujer
dará
muestras de que es hombre.
Irene huyó; mi valor
la dió
libertad.
ANDRONIO: Soldados,
dejad los infames dados,
matad a aqueste traidor.
Echan mano
todos contra TARSO
SOLDADO 1:
¿Traidor? Traidora dirás.
¿No es
mujer?
TARSO:
Cuando lo fuera,
bastante una mujer era
para
vosotros, y aun más.
ANDRONIO:
Muera, que es un vil pastor.
TARSO: (Huid,
que es lo que os conviene, Aparte
que con
el traje de Irene
me ha
vestido su valor.)
Vase
ANDRONIO:
Seguidle, escuadrón cobarde.
SOLDADO 1: Vamos.
Vanse los
SOLDADOS
ANDRONIO:
¡Ay, cielo enemigo!
el
césar me da un castigo
atroz,
no es bien que le aguarde;
huyamos, pues, vida amada,
que estáis en notable estrecho.
¡Qué buena burla me han
hecho
a no
salir tan pesada!
Vase. Salen ROSELIO y CONSTANTINO
ROSELIO: ¿Mi
hermana, cielos, manchó
su
sangre siendo liviana?
¡Jesús! ¿mi hermana? ¿mi hermana?
¿duermo? ¡Mas ay, Dios,
que no!
CONSTANTINO: Yo
os pondré, Roselio, en parte,
donde
del daño que digo,
siendo
vos propio el testigo,
cojáis
a Venus con Marte.
ROSELIO:
Alto, pues, honra perdida.
La
venganza es bien que os cuadre;
vamos,
no sepa mi padre,
señor,
mi triste venida
hasta que de mí colija
que el
cielo le quiso dar
hijo
que sabe vengar
las
infamias de su hija.
Vase
CONSTANTINO: Bien
se traza de esta suerte;
de
noche es; haré, aunque ladre
contra
mí el vulgo, que un padre
y un hijo se den la muerte.
Vase. Sale el REY de Chipre y luego ROSELIO
REY: Éste
es el teatro, honor,
donde
el mundo representa,
anque a
oscuras, nuestra afrenta,
tu
venganza y mi rigor.
El
papel tienes mejor.
Sal, si
decirle procuras,
y si a
mucho te aventuras
a
oscuras, no temas, llega,
que
pues la venganza es ciega
bien
puedes vengarte a oscuras.
Sale ROSELIO
por la otra puerta
ROSELIO: Aquí
me trajo el augusto,
donde a
oscuras he de ser
lince,
que tengo de ver
mis
agravios, ¡mundo injusto!
A
obscuras vengarme gusto;
que si la luz es testigo
de la
deshonra que digo,
saldráse a luz mi despecho,
y
delito a oscuras hecho
a
obscuras pide castigo.
REY:
Parece que las pisadas
del adúltero
me avisan
que sus
plantas viles pisan
de mi
infamia las moradas;
ánimo,
venas heladas,
dad a
la venganza rienda
y no
sufráis que os ofenda
sangre
vil, sin sacar sangre;
que la
afrenta que es de sangre
justo
es que la sangre encienda.
Saca la daga
Salid, vengativa daga,
y
cuando pase, abrid paso
a su
vida, que en tal caso,
sólo así mi honor se paga.
ROSELIO: No sé,
cielos, lo que haga;
temblando voy; mas, honor,
¿dónde
está vuestro valor?
Saca otra daga
ROSELIO
¿De qué
tembláis, brazo flojo?
Mas también
tiembla el enojo
cuando
echa fuera el temor.
Sale CLODIO por
en medio de ellos
CLODIO: Ésta
es la dichosa hora
para mi
ventura cierta,
y este
el cuarto de la puerta
donde me
aguarda Lidora.
Presa
aquí la infanta mora;
gozar
quiero la ocasión
y
abrir.
REY:
Ahora, corazón,
sacad
la flaqueza fuera.
Muera
el vil.
ROSELIO: El traidor muera.
Danle los dos,
uno por las espaldas, otro por el
pecho
CLODIO: ¡Ay,
muerto soy, confesión!
Sale
CONSTANTINO
CONSTANTINO: (Que
se mataron colijo Aparte
los
dos, traza fué excelente.)
¡Ah de mi guarda! ¡Hachas! ¡Gente!
Sacan hachas
¿Qué es aquesto?
ROSELIO: ¡Padre!
REY: ¡Hijo!
CONSTANTINO:
(Trocóse mi regocijo; Aparte
vivos los dos han quedado.
¿Todo al revés, cielo
airado?)
ROSELIO: ¿Señor?
REY:
Infante, ¿en tal parte?
¿a qué
viniste?
ROSELIO:
A vengarte.
REY: Ya yo
propio me he vengado.
¡Ay
invicto emperador!
que a
mi costa salió cierto
lo que
dijiste. Ya he muerto,
no
castigado, al traidor.
Pero,
¿cómo mi rigor,
siendo
la injuria sangrienta,
con tan poco se contenta?
Vamos,
que una muerte sola
no
basta. ¡Muera Carola!
ROSELIO: Muera,
y con ella esta afrenta.
Vanse los dos
CONSTANTINO:
Mátenla y podré gozar
seguro esposa
e imperio.
¡Ah
desdichado Liberio,
tú lo
hubiste de pagar!
¿Quién
te trajo a este lugar
para
morir sin reparo?
Llevadle de aquí. ¡Qué avaro
te fue
el cielo! ¡Ay mi Lidora!
Dirás
que te salió ahora
tu amor
e imperio bien caro.
Vase. Sale CAROLA medio desnuda
CAROLA: Ya
no hay, Fortuna atrevida,
con que
perseguirme más.
¿Estás
contenta? No harás,
porque
aún me ves con la vida.
Sólo el
honor me convida
a
guardarla, que no huyera
si
honrada morir pudiera.
Esta
puerta sale al mar.
Peces,
¿queréisme ayudar
en
persecución tan fiera?
¡Qué
de cosas he perdido
juntas,
mundo burlador!
Imperio, esposo y honor,
padre,
hermano y el vestido;
casi desnuda
he salido
huyendo
mi muerte. Pies
huyamos
a la mar, pues
quizá
en su golfo profundo,
andará
derecho el mundo
pues en
tierra anda al revés.
FIN DEL ACTO SEGUNDO
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