Salen los que
pudieren de acompañamiento, y el
conde don LISUARDO, de camino, y
ORDOÑO:, rey de León, y
doña LINDA, infanta, su hermana,
y siéntanse el rey
ORDOÑO: y la infanta LINDA
ORDOÑO:
¿Conde?
LISUARDO:
¡Señor!
ORDOÑO: Escuchad.
La
memoria de los reyes
hace
asegurar las leyes
del
temor y la lealtad,
con el premio y el castigo
que son
los polos por donde
suelen
navegarse, conde,
estos
dos mares que digo.
Porque la difinición
de la
justicia es igual
medida que cada cual
con la
pena o galardón
da
lo que le toca. Yo
estoy de vos obligado,
y vos no tan bien pagado
como el
valor mereció
de
vuestra heroica persona,
puesto
que para pagallo
es poco
con tal vasallo
partir,
conde, la corona,
y
por ver si corresponde
la paga
al valor igual,
quiero
hacer un memorial
de
vuestros servicios, conde.
Cuando el moro de Navarra,
en
ofensa de León
quiso
hacer ostentación
de su
persona bizarra,
saliendo yo con la mía
del marte alarbe navarro,
al
paso, vos tan bizarro
anduvistes aquel día
que
nos dimos la batalla,
que
cuerpo a cuerpe le distes
muerte
y en fuga pusistes
toda la alarbe canalla;
y
tanta africana luna
metistes de esta ocasión
arrastrando por León,
que
envidié vuestra fortuna
más
que la de haber nacido
rey, en fin, porque es mayor
imperio el que da el
valor
que el
que en la tierra han tenido
los
príncipes que nacieron
con la
dicha de heredallo;
que a
tan valiente vasallo
reyes llegar no pudieron.
Cuando sobre el feudo entró
Garci
Fernández, el conde
de
Castilla, hasta adonde
el Esla
los pies bañó
a
sus soberbios caballos,
sobre la puente del río
no
mostró el romano brío
de
Horacio para estorballos
el
paso más valentía
que
vos, pues a voces dijo
que
erais rayo, que erais hijo
del sol, Castilla, aquel día.
Cuando el moro cordobés
las
cien doncellas pidió
que
Mauregato le dio,
rey
infame, vil leonés,
y le
obligó mi respuesta
a que pusiese en campaña
de la
morisma de España
cuanta
gente al arco apresta,
adarga embraza y empuña,
lanza
jineta aprestando
otro
berberisco bando
por la gallega Coruña
haciendo empeñar el suelo
y que
el África se asombre,
¿no
levantastes el nombre
de
Ordoño segundo al cielo?
Si
estos los servicios son
del conde don Lisuardo,
y
hacerle merced aguardo,
una
Infanta de León,
legítima hermana mía,
sola
los basta a pagar,
y hoy
la mano os he de dar;
de más
de que merecía
vuestra sangre este favor,
que no
será la primera
que
honrar vuestra casa espera.
LISUARDO: A tanta
merced, señor,
ni
sé responder, ni acierto
a
agradecer con razones;
bien
que en tales ocasiones
es
cordura el desacierto.
Considere vuestra alteza
lo que
propone mejor,
porque
le viene el favor
muy
sobrado a mi nobleza.
ORDOÑO: Yo
tengo considerado,
conde,
el favor que os he hecho,
y es justicia y es derecho,
razón y razón de estado;
porque, a granjear los dos,
conde, venimos así.
Tanto
me conviene a mí
como os
está bien a vos.
Linda, mi hermana, ha de ser
vuestra
esposa, y dad la mano
a la
infanta.
LISUARDO:
El soberano
favor me ha de enloquecer.
ORDOÑO:
Levántese, Linda, a dar
la mano
al conde.
LINDA: Ocasión
es, según sus partes son,
que se pudo granjear
a
costa de mis deseos.
LISUARDO: Llegar
a tanto en tan poco
me ha
de hacer que goce loco
tan
soberanos empleos;
traición parece que ha sido
al
gusto y a la ventura.
ORDOÑO: Quien
pagar, conde, procura
lo
mucho que habéis servido,
de
esta suerte lo ha de hacer.
Vuestro
valor os levanta
a la
alteza de una infanta.
LISUARDO: Sólo os
puede responder,
Ordoño, en esta ocasión,
para no
caer en mengua,
el
silencio, que en la lengua
no hay
sentimiento en razón
del
saber encarecer
tan
nunca vistos favores.
ORDOÑO: Si
pudieran ser mayores
no los
dudara de hacer.
Dé
la mano vuestra alteza,
hermana, al conde.
LISUARDO: Dejad
que
imagine que es verdad
tanto
bien, tanta grandeza
primero, Ordoño valiente,
generoso, heroico y justo,
porque
el gusto como el susto
puede
matar de repente.
Con
mil vidas que perdiera
por
vos, con que derramara
de sangre un mar, no bastara
para
que comprar pudiera
lo
menos del bien que aguardo
tan sin
pensarlo.
LINDA: Yo estoy
pagada
en saber que soy
del conde
don Lisuardo.
Ésta
es mi mano y con ella
el alma
os rindo también.
LISUARDO: Si no
es sueño tanto bien,
loco
estoy. Linda, más bella
que
el sol en belleza y nombre,
a tanto cristal, a tanto
del
cielo y de amor espanto,
no hay
alma que no se asombre
y
mil tener estimara
para
ofrecer con la mano
a
vuestro pie soberano,
prodigio
de la más rara
belleza que ha visto el suelo,
de cuya
mano divina
con la
mía el alma indina
mide al
sol rayo de hielo;
puesto que en empresa igual
más lince Amor, que Dios ciego
hoy trueca flechas de fuego
a cometas de cristal.
Pero, señor, ¿con qué
intento
si esta
merced me intentastes
hacer,
ponerme mandastes
de camino? Un casamiento
tan
alto, ¿no requería
galas
cortesanas, antes
que
cosas que tan distantes
son
para tan grande día
como
las botas y espuelas?
Perdonad,
que enigmas son
tan notable prevención
de caminar, tantas velas
de plumas en mis criados,
tremolando al aire ya,
adonde
copiando está
la
primavera los prados
en
las galas de colores
y a
quien el sol hace fiesta,
de cuya
hermosa floresta
son
clarines ruiseñores,
y
tanto apercibimiento
como
León sale a ver,
dando,
Ordoño, en qué entender
al sol,
al abril y al viento,
y
todo tan diferente
que
obliga a esta admiración.
ORDOÑO: No ha
sido sin ocasión;
escuchadme atentamente.
Desde el día que tomé
la
resolución postrera
de
casaros con la infanta,
mi
hermana, con su belleza
premiando vuestros servicios,
quise
que las bodas nuestras
fuesen
en un mismo día,
para
juntar ambas fiestas
y para
mostrar el gusto
que yo
tengo, conde, en ellas,
porque
corramos los dos
en el
estado parejas;
pues para tomarle yo
fue
necesario que hiciera
primero
las de mi hermana,
que es
obligación y endeuda
con que
los varones nacen;
y
aunque Polonia y Bohemia,
Flandes,
Borgoña y Castilla
me la
han pedido, más fuerza
las
obligaciones, conde,
que os
tengo, me han hecho, y éstas
con la
merced de la infanta
aún no
quedan satisfechas.
Ésta es la causa de haberos
mandado
con la grandeza
que
tenéis, conde, aprestada,
que os
pusieseis las espuelas
para
que, luego que a Linda
la mano
dieseis, partiera
vuestra persona a tratar
mis
bodas a Ingalaterra
con
Margarita, segunda
hija de
Enrico, tan bella,
que la
fama pasó el mar
hasta
León con las nuevas,
para
cuyo efecto agora
en la
Coruña os esperan
cuatro
bajeles, redondos
escollos que el mar navegan,
tan
valientes y veloces
caballos en la carrera,
del
campo de las espumas,
que en pocos días las leguas
que hay
desde allí hasta Plemúa
medirán, poniendo en ella
duda al
viento si son hijos
de su
propia ligereza.
En
aqueste pliego, conde,
va la
carta de creencia,
la
instrucción y mi retrato.
Dadme
los brazos y sepa
lngalaterra por vos
de la
Corona leonesa
la
grandeza y el valor.
LISUARDO: Perdonara
a vuestra alteza
la
merced por la pensión
que
viene, Ordoño, con ella.
Si
fuera llevando a Linda
fuera
donde el sol no llega,
adonde
trueca en la Libia
por
átomos las arenas;
pero no
sé con qué vida,
con qué
esperanza sin ella
podré
llegar donde voy.
ORDOÑO: Con el
gusto de la vuelta
la
ausencia puede sufrirse.
LISUARDO: Como el
rigor de la ausencia
primero
se ha de pasar,
es
necesario que sea
el
valor más confiado,
más
valiente la paciencia,
más
sufrida la memoria,
la
esperanza más resuelta;
mas
donde méritos faltan
justo
es que haya en recompensa
tanto
infierno a tanto cielo,
a tal
gloria tanta pena.
ORDOÑO: Esto,
es tan forzoso, conde,
como
veis, que porque fuera
a esta
embajada con más
autoridad y grandeza
vuestra
persona, he querido
honraros de esta manera,
dando
primero la mano
a la
infanta. De su alteza
os despedid, y adiós, conde.
Vase el rey
ORDOÑO
LISUARDO: No
tiene valor ni fuerza
para
tanta empresa el alma.
LINDA: Conde,
Dios os guarde y vuelva
a León
con la salud
que,
como es razón, desea
quien
ha de ser vuestra esclava.
Porque,
si es igual la ausencia,
entre
dos que están amando
del que
parte y del que queda,
partamos los sentimientos
entre
los dos, por que sean,
partidas y acompañadas,
conde,
menores las penas;
que yo
os aseguro, conde,
que
lleváis a Ingalaterra
un alma
que os acompaña,
tan
fina y tan verdadera
amante,
en fe de la mano
que os
di, que podréis con ella
tener
del tiempo al pesar
penas y
gustos a medias.
Y a
Dios que os guarde.
LISUARDO: Esperad,
dejad
que deje en la esfera
de la
nieve de esas manos
con la
boca el alma impresa.
LINDA: En el
alma queda, conde,
donde
con firmeza eterna
ha de
vivir; Dios os guarde.
LISUARDO: Haced,
Oriente, esas rejas
para
verme partir; nazcan
vuestros dos soles en ellas
otra
vez, no se me pongan
tan
presto.
LINDA:
Conde, quien tenga
menos causa de querer,
menos
razón de estar ciega,
atreverse puede a tanto.
Permitidme, pues es fuerza
el
ausentaros, que escuche
el mal,
y que no le vea,
y guárdeos
Dios.
Vase la infanta
LINDA
LISUARDO: Dios os guarde.
Loco
voy, y no me dejan
las mismas ansias partir.
¡Mal haya, enemiga ausencia
quien de amor te llama
olvido
siendo
pasión que te aumentas
en la
misma privación!
Sale RELOJ, de
camino con fieltro
RELOJ: No ha
de ser mi norabuena
la
postrera, ¡vive Dios!
Perdone
la palaciega.
ceremonia
el caminante
traje
de fieltro y librea
que a
pisar indignamente
éntre
estas salas; y luengas
edades
goce vusía,
vueselencia o vuestra alteza
a la
infanta, mi señora,
que se
me ha puesto en la testa
que ha
de heredar a León,
porque
le he visto con muestras
de
impotente al rey notables.
LISUARDO: ¿De qué
suerte?
RELOJ: Es cosa cierta.
Todo
lampiño de barba
y
bigotes no procrea,
porque
son en el varón
señales
de fortaleza,
como en
éstos de templanza,
y si
alguna vez engendran
en sus cluecos desposorios,
son
aves para la iglesia.
LISUARDO: ¿Cómo?
RELOJ:
Capón es no más.
Gente
que trae sin vergüenza
huevos
de avestruz por caras,
que las pestañas y cejas
les han dado de barato,
aunque algunos se
consuelan
cuando
ven los angelitos
pintados, pues con ser esta
gente
más honrada que ellos,
en
cinco mil primaveras
de edad
jamás han barbado.
LISUARDO: Siempre
estás de una manera.
¡Oh lo
que envidio tu humor!
RELOJ: También
tengo mis tristezas;
también
gozo mis pesares;
también
lloro mis ausencias;
también
hay Juana y Lucía,
Marina,
Aldonza y Quiteria
de
quien despedirse el hombre;
que
llevo de una gallega
en el
alma atravesados
trece
puntos de chinela
que, a
estar en un facistol,
pudieran cantar por ellas
un
motete, porque anduvo,
según
la apariencia enseña,
con
esta nación de pies
pródiga
naturaleza; `
y no tres puntos, seis puntos...
¡Jesús! En unas talegas
traigo los pies, y son vainas
donde el juanete profesa
tan
gran clausura, que obliga
con las
meninas tijeras
a la cuchillada en cruz,
y dice
abajo una letra,
"Aquí mataron a un callo,
rueguen
a doña Teresa
que se
calce un punto más,
porque
de esta suerte tenga
su
apretado pie en descanso
de
cordobán y de suela."
LISUARDO: Reírme has hecho sin gana
de tus disparates.
RELOJ: Pecas
mortalmente contra Amor
y no
has de hallar quien te absuelva.
¿Sin
gana? ¡Qué grosería!
¡Qué
ingrata correspondencia!
¡Qué
poca fineza! ¿Cómo
te
puede sufrir la tierra?
¡Jesús,
Jesús, qué notable
delito! Dios te convierta,
despojado Jeremías,
amante
de la ley vieja,
Heráclito de los Condes.
LISUARDO: ¡Ah
borracho!
RELOJ:
¿Quién lo niega?
LISUARDO: Adiós,
Linda; adiós, hermoso
cielo de amor, pues es fuerza
dejaros, que hasta volver
el alma
en rehenes queda,
y
adiós, que parto sin alma.
Vase LISUARDO
RELOJ: ¿Sin
alma? ¡Qué borrachera!
Dóysela
de dos la una
a cualquier difunto. ¡Oh bestias
de Amor! ¡Oh locos amantes,
qué presto que el alma
dejan,
y como
quien no hace nada
se van
por su pie sin ella
trecientas leguas! Bien haya
un
lacayo, que si llega
a
despedirse de Elvira,
de
Catalina o de Menga,
no
trata de almas ni trata
de más
que de dar la vuelta
con
alma y cuerpo y tomar
lo que
le dan por fineza,
si son
cuellos o camisas
y sin
lágrimas ni quejas,
suspiros ni otras embrollas,
se
despide a media rienda
con un
abrazo en aspón
y un
beso de castañeta;
y sin
hacer más misterios
el se
va y ella se queda.
Yo le
sigo. ¡Ah, pobre conde!
¡Cuál
baja las escaleras
de
palacio! No me espanto
de que
la causa merezca
este
enamorado aplauso,
que
Linda, la infanta, es bella,
y es
infanta de León.
Arriba en una
ventana LINDA y BLANCA
BLANCA: Del
conde es esta librea.
LINDA:
Llámale, por vida tuya,
Blanca.
RELOJ:
Adiós, paredes llenas
de
nidos de golondrinas,
mondongas y urracas dueñas.
Adiós,
patios de palacio
donde
tantas y tan necias
pretensiones paseadas
hacen señal en las piedras.
BLANCA:
¡Hola! ¡Ah, lacayo del conde!
RELOJ: ¡Qué
soberana belleza
en
tiple me está oleando!
¿Quién
sin ser cura me olea?
LINDA:
¿Partióse ya el conde?
BLANCA: Mira
que te
está hablando su alteza.
RELOJ: Ya lo
miro con dos ojos
y con
treinta reverencias.
LINDA:
¿Partióse el conde?
RELOJ: Según
su
sentimiento y su flema
pienso
que no.
LINDA:
¿No eres tú
su
criado?
RELOJ:
Y de su alteza
muy
servidor, porque soy,
hablando con reverencia,
a quien tiene el conde muchas
obligaciones y deudas,
de hacer merced por servicios,
que de persona y de
lengua
le he
hecho veinte años ha.
LINDA:
Privarás con él, que muestras
desenfado cortesano.
RELOJ: Tengo
muchas excelencias.
LINDA: ¿Cómo
te llamas?
RELOJ: Reloj.
LINDA:
¡Notable nombre!
RELOJ:
A mi abuela
le
debo, después de Dios,
porque
fui desde la teta
al
reloj tan semejante,
que no
hay cosa que convenga
tanto
conmigo en tener
puntualidad en la eterna
vigilia
de no dormir,
porque
tengo la cabeza
con
notable sequedad;
y no se
halla quien duerma
menos
que el reloj, pues nunca
como
frenético deja
de dar
en su tema a voces,
como yo
doy en mi tema,
en
estar midiendo siempre
el
tiempo en aguar las fiestas,
diciendo, "Las doce son,
las dos darán las primeras,
mañana es viernes,
señores."
Y ya que en dar no
parezca
reloj,
en pedir lo soy;
sólo doy en las tabernas,
que son mis parroquias,
donde
tragos por horas me cuestan
por cuartos y por cuartillos.
LINDA: Pues haz, Reloj, que no sean
del tiempo a pesar las horas
tan largas en esta ausencia;
apresura al sol los pasos,
los siglos al tiempo
abrevia
y te deberá la vida,
aunque
es tan a costa de ella.
Salen GARCI
Fernández y XIMENO,
criado
XIMENO: A gran
cosa te aventuras
si el
mismo dia que llegas
enamorado a León
en
demanda de esta empresa
al
conde don Lisuardo
da el
Rey a Linda, pues quedan
capitulados y dadas
las manos, premisas ciertas
de que su esposo ha de
ser,
luego
que de Ingalaterra
vuelva
el conde.
GARCI: Nunca amor
de lo
más fácil se precia.
Garci
Fernández, el conde
de
Castilla soy, y heredan
más
altas obligaciones
mi valor y mi nobleza.
Y
aunque me niegue su hermana
por
nuestras pasadas guerras
y
diferencias, Ordoño,
pretendo ser dueño de ella,
o en la
empresa he de morir.
RELOJ: Dadme,
señora, licencia,
porque
el conde, mi señor,
a estas
horas galopea
fuera
de León, por dar
más
presto a veros la vuelta,
y soy
de la infantería
y he de
caminar por fuerza
delante
de su caballo
o al
lado de su litera.
LINDA: Dile al
conde...
GARCI:
Damas hay,
don Ximén, en estas rejas
que caen a los corredores.
RELOJ: Guarde
Dios a vuestra alteza.
GARCI: La
infanta es, y éste sin duda
que
despidiéndose de ella
está,
es lacayo del Conde.
LINDA: Dios te
guarde.
RELOJ:
Adiós.
LINDA:
Espera,
y esta
banda que te arroja
Blanca,
al conde, Reloj, lleva
para
que al cuello en mi nombre
le
acompañe en esta ausencia,
a quien
le da mi esperanza
la color
y mi firmeza
el oro,
y vuélvale el cielo
con la
salud que desean
mis
ojos verle en León.
Da la banda a
BLANCA y vase
GARCI: Ximén,
si no pareciera
locura
de amor, matara
al lacayo.
BLANCA:
Reloj, ésta
es la
banda; adiós...
Echa la banda y
vase
RELOJ: Adiós.
Llega GARCI
Fernández y cógela al
vuelo
GARCI: Aparta,
villano, y deja
trofeos de quien tus manos
son tan indignas, y cuenta
a tu dueño cómo un hombre
de más
valor, de más prendas,
enamorado y celoso,
con
esta banda se queda;
que me
la pida del modo
que
quisiere cuando vuelva
de
Ingalaterra, que yo
le
aguardo en León, si fuera
un
Hércules, un Aquiles,
que no
es razón que merezca
favores
tan soberanos
menos que quien dueño sea
del
mundo, como Alejandro,
para
hacer a Linda reina
del
mundo, o Garci Fernández,
conde
de Castilla, esfera
donde
esta banda ha de ser,
a pesar de la tormenta
de mis
celos, arco hermoso
de la
paz que amor desea
Vamos,
Ximén.
RELOJ:
¡Vive Dios!
GARCI: ¿Qué
dices?
RELOJ:
¿Yo? que me tengas
por tu
amigo.
GARCI:
Vete, pues.
RELOJ: Ya me
voy; pero...
GARCI: ¿Qué esperas?
RELOJ: Nada,
por cierto; mas mira,
si es
posible con más flema,
que es de la infanta esa banda
y que
no hay burlar con ella
ni con
el conde, mi amo,
a quien
se dirige, y fuera
razón
tener cortesía;
y
cuando no se la tengan
ausente,
soy hombre yo
que la
banda de su alteza
con
tanta superchería
tiranizada por fuerza,
y en
este lugar, sabré...
GARCI: ¿Qué
sabrás?
RELOJ:
Irme sin ella.
Vase RELOJ
GARCI: Loco
con la banda voy.
XIMENO:
¡Notables cosas intentas!
GARCI: Para
los pechos tan grandes
se
hicieron grandes empresas.
Vanse. Sale LINDA
LINDA:
Cansada ausencia, dolor
en el
alma tan asido,
parece
que habéis nacido
de un
parto con el Amor.
Vuestro
enemigo rigor
a un
mismo tiempo sentí
que del
amor conocí
el
movimiento primero,
tanto que de ausencia muero
desde
que al amor nací.
Cuando yo no conocía
qué era
amor, imaginaba
que
quien a querer llegaba
de
ningún pesar sabía;
mas agora cada día
los
daños de la apariencia
desengañan la paciencia,
que
hallando a su mal testigos
va
descubriendo enemigos
en el
campo de la ausencia.
Pensaba yo que el mayor
era la
ausencia no más;
y vanme enseñando más,
las espías de mi amor,
porque celoso temor,
las sospechas y el olvido
acometen al sentido,
monstruos.de tanto poder
que se
dan a conocer
primero
que hayan nacido.
Sale BLANCA
BLANCA:
Señora.
LINDA:
Blanca.
BLANCA: Tu hermano
manda
avisarte primero
porque
cierto caballero,
embajador castellano,
quiere
besarte la mano,
y él
excusa darle audiencia
con
esto, que en tu prudencia
libra
el desengaño.
LINDA: Ya
entiendo al rey. ¿Dónde está?
BLANCA: Aquí,
aguardando licencia.
LINDA: Dile
que entre, que su intento
justamente de mí fía.
Notablemente porfía
Castilla en mi casamiento;
en pie
recibirle intento,
por que
no quiero obligarme,
que se
siente con sentarme.
Sale GARCI
Fernández con la banda
puesta
BLANCA: Llegad,
que su alteza espera.
GARCI: ¡Qué
hermosamente severa
el
audiencia aguarda a darme!
¡No
he visto mayor valor
con tan
divina belleza!
Deme
los pies vuestra alteza.
LINDA:
Levantaos, Embajador.
GARCI: Como otra deidad de amor
suspende, turba y admira
a quien
su hermosura mira.
LINDA: (O es
deseo o ilusión, Aparte
o hace
la imaginación
casi
verdad la mentira,
o ésta es la banda que di
para el
conde.) Blanca, escucha.
GARCI: Mucha
es su cordura, y mucha
su
beldad; no estoy en mi.
LINDA: ¿No es
ésta mi banda?
BLANCA: Sí,
señora, o tan semejante,
que es
a engañaros bastante.
LINDA: La
semejanza me está
quitando el sentido.
GARCI: (Ya, Aparte
para
poder ser amante
más dichoso y confiado,
en sus divinos despojos
la infanta ha puesto los
ojos
con
particular cuidado;
siempre
la Fortuna ha dado
victoria al que es atrevido.)
LINDA: (Perdiendo
estoy el sentido. Aparte
¡Qué
notable confusión!)
GARCI: De tan
justa suspensión
como
viéndoos he tenido,
puedo valerme, señora,
para
salvar el cuidado
de no
haberos preguntado,
lo que
es tan justo, hasta agora.
¿Cómo
estáis?
LINDA:
Como quien llora
la
ausencia del conde...
GARCI: (¡Ay, cielos! Aparte
Cuanto escucho y miro es celos.)
LINDA: ...que
en bienes tan deseados
es
centro de mis cuidados
y
blanco de mis desvelos.
GARCI: El
de Castilla pudiera,
señora,
formar de vos
quejas,
pues siendo los dos
de un
nacimiento y esfera,
permitís que los prefiera
de
vuestro hermano un vasallo.
LINDA: Ya en
él tantas partes hallo,
después
que le he dado el sí
y que la mano le di
de
esposa, que aun igualallo
quien goza la monarquía
del
imperio no podrá;
y
desengañarse ya
el de
Castilla podría
sabiendo que no soy mía,
y que a
sus cartas molestas
tan
diferentes respuestas
tiene
de Ordoño, mi hermano.
GARCI: Ama
como castellano.
LINDA: Son
necias finezas éstas
cuando me ve en esperanzas
de otro dueño.
GARCI:
No es razón
que
hasta estar en posesión
que
tenga desconfianza;
y hasta
agora prenda alcanza
de esas
manos, que a su amor
da
esperanzas el calor
con que
a dar celos se atreve
al sol,
aunque no le lleve
otro
bien su embajador;
que
está dando afrenta al día
de tus
soles que hurtó al viento;
perdona el atrevimiento
y sus
colores confía,
que una
amorosa osadía
méritos
gana.
LINDA:
Es verdad,
cuando
está la voluntad
de
cobarde recatada;
mas prenda sin gusto hurtada
tiene
poca calidad;
porque tan necia osadía,
y a
persona como yo,
si en
delito no incurrió
no
escapa de grosería;
y no es
bien que prenda mía
nadie
goce a mi pesar,
que no
quiero averiguar
de la
manera que ha sido,
sino
dejarte corrido
con
llegártela a quitar.
Arráncasela del
cuello
De mi
firma y de mi mano
esta
respuesta y no más
a tu
dueño llevarás,
embajador castellano;
y por
vida de mi hermano
y del
conde, si en razón
de esto
has hecho relación
de mi
autoridad ajena,
que te
cuelguen de una almena,
la más
alta de León.
Vase
GARCI:
Esquivos arrojamientos,
varoniles bizarrías
contra
obstinadas porfías
de
imposibles escarmientos;
que
cuando los pensamientos
ciegos
con su error se casan,
más los
límites traspasan
del fin
en que se desvelan
con
desengaños que hielan
y con
desdenes que abrasan.
Vase. Salen el conde don LISUARDO y FRUELA, LAURO,
RAMIRO y RELOJ, criados
LISUARDO: Ya
me parece que es hora
de
caminar, que los rayos
del
sol, licencia a las sombras
por el
ocaso van dando;
que
basta lo que hemos sido,
mientras su fuerza ha durado,
huéspedes de estos laureles
y de estos cristales claros.
RELOJ: El
marqués de Mantua fuiste,
hoy con todos tus criados.
LISUARDO: ¿Cómo,
Reloj?
RELOJ:
Porque a todos,
dando a
la merienda aplauso,
alrededor de una fuente
mandaste sentar.
LISUARDO: El campo
nos
brindó.
RELOJ:
¿Qué te parecen
los de
Galicia?
LISUARDO:
Retratos
de los jardines Hibleos.
LAURO. Los Elíseos los llamaron
muchos antiguos.
LISUARDO: Tuvieron
razón,
que pienso que el mayo
de
estos campos, de estas cumbres,
es
eterno ciudadano,
y que pueden a cristales
hechos en peñas pedazos,
apostar el Sil y el Miño
con
Guadalquivir y el Tajo,
cuyas
fértiles riberas,
para
hacer por abril palio
al sol,
parece que están
flores
a estrellas copiando.
Plata y
verde es la librea
que dan los montes bizarros,
siendo por faldas y
cumbres
los
arroyos pasamanos,
bendiciendo con las lenguas
que
primero murmuraron,
al
zafiro de los cielos,
la
esmeralda de los prados,
que a
no gozarlos tan triste
de
ausente y enamorado,
fuera
pasar por el cielo.
RELOJ:
Alabando estás de espacio
los arroyos y los ríos,
cuando
nos está brindando
Ribadavia, a quien venera
santa
nación, por el santo
licor,
que sobre un magosto
de
castañas, hace raros
milagros.
Perdonen todos
cuantos
hay, tristes y blancos,
que
éste es el rey de los vinos,
o el
monarca.
LAURO:
Eso está claro.
LISUARDO: Fértil
tierra.
RELOJ:
De esa suerte
bien
puede un lacayo honrado
decir
que es gallego agora.
LISUARDO: ¿Por
qué no, si estos peñascos
a
Castilla y a León
tan
honrada sangre han dado,
que
para gloria del mundo
basta
el blasón de los Castros,
en Galicia tan antiguo?
RELOJ: Y los Relojes, ¿es barro
desde que se usaron
horas?
Gente
que siempre está dando,
a
imitación de los condes
y
marqueses.
LISUARDO:
Reloj, paso,
no te
desconciertes.
FRUELA: Siempre,
cuando
está desconcertado
el
reloj, suelen decir,
"el reloj está borracho."
RELOJ: No
quitando lo presente,
señor
escudero, hablando
con
reverencia.
LISUARDO:
En efecto,
¿el
camino de Santiago
es
éste?
RAMIRO: Y en toda Europa
no hay
camino más cosario,
aunque
entre el de Roma y entre
el del
Sepulcro sagrado
de
Jerusalén.
LAURO:
No tiene
el
mundo provincia en cuanto
el
bautismo se predica
que a
este antiguo santuario,
de
nuestro patrón no envíe
peregrinos, ni apartado
mar,
adonde el pasajero
y el
piloto del naufragio
en la pared de su templo
no
cuelgue tabla o milagro,
ni en las mazmorras de Fez
o Argel, cautivo
cristiano
que no
traiga la cadena
de su
libertad, pagando
las
gracias en esto al cielo
y al
Patrón de España.
FRUELA: Es tanto,
que al
camino que en el cielo
por
causa de estar cuajado
de
estrellas llamó el gentil
camino de leche, han dado
en
llamarle vulgarmente
el
camino de Santiago.
RELOJ: Y es de
suerte, que viniendo
cierto
labrador cansado
del
campo a su casa humilde
una noche
de verano,
queriendo hacerle su esposa
lisonja, en medio de un patio
le puso
la cama al fresco;
mas él,
los ojos alzando
al
cielo y mirando encima
el
camino de Santiago,
dio
voces a su mujer,
y dijo,
"¿No habéis mirado
dónde
la cama habéis hecho?
¿Queréis que se caiga acaso
un
bordón de un peregrino
de los
que van caminando,
frasco
lleno o calabaza,
y que
me quiebre los cascos?"
Y
creyéndolo los dos,
a un
aposento, temblando,
con más
miedo que vergüenza,
los
colchones retiraron.
LISUARDO: El
cuento me ha dado sed.
RELOJ: ¿Y risa
no? ¡Caso extraño!
LISUARDO: Basta
la que aquella fuente
entre
cristalinos labios
muestra, brindando a beberla.
LAURO:
¿Quieres agua?
LISUARDO:
Tráela, Lauro,
en un
cristal que compita
con el
hermoso y helado
de esa
fuente.
Va por ella
RELOJ:
¡Infame antojo!
En mi
vida me brindaron
para
beber fuentecicas
ni
arroyuelos despeñados
por
traidores contra el vino.
Siempre
entre dientes hablando,
y si
por desdicha enferma
de
tercianas un cristiano,
no hay
fuente que le socorra,
con
andar por esos campos,
sin
tener que hacer baldias,
y no
puede ser aguado
sino un
rocío.
Sale LAURO con
un vidrio de agua
LAURO:
Aquí está
el agua.
LISUARDO:
Muéstrala, Lauro,
y
partamos.
Salen doña SOL
y URRACA de
peregrinas
SOL:
¿Señor conde?...
LISUARDO:
¡Notable belleza!
SOL: Dadnos
limosna a estas dos romeras
que
vienen de Santiago.
LISUARDO: Del
mismo cielo parece
que las dos habéis bajado.
Merced me haced de correr
a los rostros soberanos
de los volantes dichosos
las
cortinas.
SOL:
No llegamos
haciendo esta ostentación;
si sois
servido de darnos
limosna, hacednos merced,
y si
no, el apóstol santo
en esta jornada os guíe.
LISUARD:
¡Esperad, esperad!
SOL: Vamos
con
diferentes intentos.
LISUARDO: No es
cortés término darnos
con las
espaldas tan presto,
ni
novedad suplicaros
que los
volantes quitéis.
SOL: A quien
es tan cortesano,
tan
caballero y señor,
no será
razón negarlo,
por no
parecer nosotras
descorteses también.
Descúbrense
LISUARDO: ¡Raro
y más que admirable extremo
de hermosura! No me acabo
de persuadir que es verdad
tan peregrino milagro
de honestidad y belleza.
SOL: Bebed, señor, y mandadnos
dar limosna.
LISUARDO:
¿Cómo pide
limosna
quien está dando
pródiga, al mundo hermosura,
rica,
al sol rayos dorados,
poderosa, al cielo envidia,
divina,
al tiempo milagros?
Quien
ha menester pediros,
romera,
¿cómo ha de daros,
ni qué
ha menester pedir
quien
almas viene robando?
SOL: Yo soy,
conde, una mujer
de
Castilla, noble tanto
como su
conde. Hice voto
de
visitar el sagrado
sepulcro de nuestro apóstol;
de esta
suerte caminando
a pie y
pidiendo limosna,
aunque traigo mis criados
detrás
con una litera
para
los forzosos pasos
del
camino, vuelvo agora
después
de haber visitado
su
sepulcro y su patrón,
a Castilla,
publicando
mi
devoción en las conchas,
veneras
y santiagos
de
azabache y de marfil,
que;
como es costumbre, traigo
en
sombrero y esclavina;
y quien
sois, sabiendo acaso
de los
vuestros, a pediros
las dos
limosna llegamos.
Ved si
nos la habéis de dar,
o
guárdeos Dios.
LISUARDO: Alejandro
quedara
corto, señora,
en esta ocasión. No hallo
para
serviros, si no es
esta
cadena que alabo
los
diamantes, cuando estén
en
vuestras hermosas manos,
por los
mejores que ha visto
Ceylán.
SOL:
Nosotras no vamos
sino es
pidiendo limosna
por el
voto de que os hago,
señor conde, relación,
y los diamantes dejadlos
para quien tan bien los
luce,
que allá en Castilla no estamos
las mujeres como yo
tan faltas de ellos, que traigo
algunos con que poder
serviros y regalaros,
que
pueden desafiarse
con más
de una estrella a rayos.
Y el
cielo os guarde con esto,
que me
parece que estamos
los dos
mal de esta manera;
vos, el
tiempo dilatando
de
caminar; yo, con vos
pasando
ya del recato
los
límites que me debo,
y que
por quien soy me guardo,
y es
razón no detenerme,
ni
entreteneros hablando,
caminaréis más aprisa
y
beberéis más despacio.
LISUARDO:
Detente, que, vive Dios,
que es
rigor demasiado
partirte de esa manera.
SOL: Pues
¿qué quieres?
LISUARDO: ¿Qué más claro
te
pueden hablar mis ojos
de lo que te están hablando?
RELOJ: Y vos, dulce motilona,
de este hermoso
castellano
serafín, no os vais; mirad
que hay
también quien os ha dado
más
corazón que a Belerma.
URRACA: ¿Y es
Durandarte el lacayo?
RELOJ: ¡Qué
presto me conociste!
URRACA: No
basta el fieltro por ramo
a el
vinagre que vendéis?
RELOJ: Romera
de los diablos,
poco a
poco, que, por Dios,
que somos de un mismo paño,
y que
te haré una manera,
sin
saber cómo ni cuándo,
en el
alma.
URRACA:
¿De qué suerte?
RELOJ: Con un
beso y dos abrazos.
URRACA: Yo lo
doy por recibido;
pero
sepa que me llamo
Urraca
y soy de Castilla,
y
conmigo, señor ganso,
no hay
zorroclocos.
RELOJ: Vertiendo
estás
por ojos y labios
seis mil ducados de renta.
URRACA:
¡Encarecimiento extraño!
RELOJ: ¿Pues
hay más que encarecer
que con
dinero sepamos?
¿Hay
mayor donaire? ¿Hay cosa
de más
hermosura?
SOL:
Tanto
os
hacéis desentendido
de lo
que soy, que me canso
de
estar cansada con vos
de
advertiros y escucharos;
hacedme
merced de hacer
como
quien sois, y dejarnos
proseguir nuestro camino,
sin que
nos impida el paso
poco
decoro a la sangre
que
tengo, al antiguo y claro
blasón
de algún apellido
que
honra a España y que heredaron
estos
nobles pensamientos
que
veis, y que están brotando
valor y honor por los ojos,
por las palabras, por
cuantos
átomos
de sangre tengo
de ser
mujer; que esto al alto
y al
humilde suele siempre
obligar, y al más bizarro.
Sabed
ser galán cortés,
no
grosero cortesano.
LISUARDO: Dejadme
besar la nieve
de una
mano.
SOL: De mi mano
esperad, conde, más castas
hazañas, y reportaos;
no pasen las groserías
a poder llamarse
agravios,
que
-- ¡vive Dios! -- que
mujer
como
soy, sepa dejaros
con
desengaños de libre,
con
presunciones de ingrato,
con
escarmiento de necio
y
castigos de villano.
Vamos,
Urraca.
Vanse doña SOL
y URRACA
RELOJ: ¡Y por Dios
que
ella no es mal papagayo!
LISUARDO: ¡Mujer
peregrina en todo!
LAURO: ¿Has de
beber?
LISUARDO:
No, me abraso;
para
tan poco remedio,
reparte
a esas flores, Lauro,
ese
cristal para perlas,
y
caminemos, que parto
sin mí,
dejando los ojos
en ese
prodigio helado
de
Amor, en ese desdén
peregrino, en ese mármol
imposible.
RELOJ:
¿Y Linda?
LISUARDO: Linda,
de mi
amoroso cuidado
ha de
ser eterno dueño;
y es en
semejantes casos
mujer
propia, diferente
de la
que ciego idolatro
por invencible y ajena,
RELOJ: ¿Apenas estás casado,
cuando al primer
trascartón
quieres
dar matrimoñazo?
LISUARDO: Déjame,
necio.
RELOJ:
Confieso
que es verdad, que no te hablo
al
gusto, que eres señor
al fin,
y yo un mentecato.
Digo,
que la peregrina
es
querubín soberano,
y que
puede con los ojos
matar a
Poncio Pilato;
y el
contrapeso me deja
perdido
por sus pedazos,
y que
pretendo ser tordo
de tan
dulce Urraca.
LISUARDO: Vamos,
y pase
la gente toda
delante, y sólo un lacayo,
que es
Reloj, quede conmigo,
y
cuatro o cinco criados,
que
quiero ir un poco a solas.
RELOJ: ¡Oh,
mental enamorado!
LISUARDO: Loco
por tus ojos voy
romera de Santiago.
|