Salen don
JORGE, LILLO, y MINGO, CRESPO, y BERRUECO,
labradores
JORGE:
Pegad a todo el lugar
fuego,
sin que dejéis casa
que no
convirtáis en brasa.
Villanos, no ha de quedar
piedra en Cubas sobre piedra.
MINGO: Señor,
por amor de Dios;
por
nuestra hacienda y por vos,
con
cuya presencia medra,
que mandéis a los soldados
que en Cubas habéis metido
salir de él; basta el
roído
los dineros y ganados
que
nos roban, sin que intenten
robar
también nueso honor;
que no
es honra del señor
que sus vasallos afrenten,
claro está.
JORGE: ¿Y es justo
que se opongan los
vasallos
a su
señor?
MINGO:
Si afrentallos
quiere
su travieso gusto,
¿qué
mucho que se defienda
quien
ve que ese honor se pierde?
CRESPO: El
perro con rabia muerde.
¿Salísme a robar la prenda
más
estimada y querida,
sin
poderos abrandar,
y
espantáisos que el lugar
su
agravio y mi afrenta impida?
BERRUECO: Mari
Pasquala es mi hija.
CRESPO: Mi
esposa había de ser.
BERRUECO: ¿Por
qué habéis vos de querer
dar a
mi vejez prolija
tan
mal fin, y que el lugar
me
afrente, y viéndola diga,
"Ésta que veis es la amiga
de don
Jorge?"
LILLO:
Que mirar
tendrán por sí, de manera
que no
se acuerden de vos.
JORGE: Luego,
¿entendisteis los dos
que Mari Pasquala era
solamente en quien mi gusto
pongo,
y a quien amo y quiero?
¡Bueno,
a fe de caballero!
Pues si
eso os daba disgusto,
consolaos, que no seréis
solos los que de hijos míos
seáis abuelos y tíos,
que con todos me veréis
emparentar.
CRESPO:
(Y lo hará Aparte
como lo
dice.)
MINGO:
Buen cargo
ha
tomado.
JORGE:
El tiempo es largo,
Crespo;
todo se andará.
MINGO: ¿Y
eso es justo?
LILLO: ¿Por qué no?
JORGE: Sois muy toscos y groseros,
y pretendo ennobleceros,
pues lo
quedaréis si yo
mezclo con vuestro naval
un
jirón de mi nobleza.
CRESPO: Alto;
¡dióle en la cabeza!
JORGE: ¿Dónde
está Mari Pascual?
Porque esconderla es querer
que
todo el pueblo destruya.
¿No
vais por ella?
CRESPO: Si suya,
así
como así ha de ser,
no
empiece en Mari Pascuala;
que es
como guindas amor,
la
postrera la mejor,
y para
guinda no es mala.
MINGO: Que
destruyas nuesa hacienda
importa
poco, tomadla,
y si os
servís abrasadla,
como el
honor no se ofenda;
que
el lugar consentirá,
como no
le deshonréis,
que la
hacienda le quitéis.
JORGE: Mingo,
todo se andará;
decid adónde llevastes
vuestra
sobrina, o haré
que os
den tormento.
MINGO: Pues ¿sé
yo dó
está?
JORGE:
¿No la quitastes
a
Lillo en ofensa mía
con
ayuda del lugar?
LILLO: Eso
puedes preguntar
a mis
lomos, que a porfía,
haciendo con ellos fiestas,
tantos
palos les pegaron,
que,
sin jugar, me cargaron
un flux
de bastos a cuestas.
Líbrete Dios de una tranca
en
manos de un labrador
si se
enoja y con furor
tras un
desdichado arranca,
que
no dirás sino que es
sota de
bastos con ella.
JORGE: Crespo,
en vano es escondella.
Yo os
la volveré después
y
seréis de su hermosura
legítimo poseedor.
CRESPO: Lo que
otro suda, señor,
diz que
a mí poco me dura.
Eso
es lo que mi honra busca.
No me
falta ya si tiña,
vendimiadme vos la viña
comeré
yo la rebusca.
¡Bueno! Eso no. ¡Juro al soto
que no
es discreto el marido
que
puede comprar vestido
entero
y le compra roto!
¡Malos años; no en mis días!
LILLO: A la
encina y al villano,
si no
es a palos, en vano
pedirles fruto porfías.
JORGE:
Dices, Lillo, la verdad.
¡Hola!
saca un potro aquí.
CRESPO: (¿Potro
aquí? Ya siento en mí Aparte
extraordinaria humedad.)
BERRUECO: Mira
que al emperador
ofendes, y cuando venga
y de
estos agravios tenga
noticia, ha de hacer, señor,
el
castigo que tú sabes,
de su
justicia y enojo.
JORGE: Pocos
consejos escojo,
por más
que al César alabes,
pues
cuando él volviese acá
ya yo
por diversos modos
os
tendré muertos a todos,
y nadie
se quejará.
Dónde está Mari Pascual
declarad, o en el tormento
moriréis.
CRESPO: (A lo que siento, Aparte
lleno
estoy de unto sin sal.)
Yo
diré la verdad llana.
Cuando
a Pascuala os quitamos
al
convento la llevamos
de la
Cruz. La madre Juana
allí guardándola está
de
vueso ciego cuidado.
Si
hasta aquí lo hemos negado
es porque no vais allá
y hagáis de las que soléis
con que el convento se
inquiete.
JORGE: Pues, a
Juana, ¿quién la mete,
por más
que se lo roguéis,
vosotros, sino en rezar?
CRESPO: Es una
santa, señor,
y mira
por nueso honor.
JORGE: Cuando
me llego a enojar
no miro yo en santidades
que,
quizá, fingidas son;
acuda
ella a su oración
y no
intente novedades.
Disciplínese, que es justo;
ayune y
rija su casa;
mas si
los límites pasa
de su
estado y de mi gusto
e
irritan mi libertad,
guárdese, que podrá ser
que
vengamos a saber
qué tal
es su santidad.
Sale un PAJE
PAJE: La
Vicaria del convento
de la
Cruz éste te envía.
Dale un billete
JORGE: Si es
que resistir porfía
mi
amoroso pensamiento,
mal
sus ruegos y lisonjas
mis
gustos resistirán;
conténtese con que están
seguras de mí sus monjas.
Abre el billete
y lee
"La
presunción de la madre Juana
de
la Cruz es tanta, que, no contenta
con
regir su casa, ha pretendido
gobernar las ajenas, de suerte que para
remediar, según dice, la de vuestra
señoría, ha escrito a Madrid a la señora
doña
Ana Manrique, esposa de vuestra
señoría, insultos indignos de tal persona,
y
persuadióla a que, no enmendándose de
ellos, se queje al gobernador de Castilla
don
Juan Tavera para que los remedie, y
con
capa de santidad fingida tiene
banderizada esta casa. Ahora que
la
está
visitando nuestro padre provincial
será
de importancia la autoridad de
vuestra señoría para que se pierda
la
suya y la quiten el oficio que ha
tantos
años ejerce de Abadesa. Las
más
monjas de este monasterio son
de
este parecer; y porque al señor del
lugar conviene procurar la quietud
de
él, y ésta resulta de la de esta casa,
aguardamos a vuestra señoría para la
liberta de ella y de una doncella que,
según he sabido, contra su gusto tiene
en
este convento. Para lo uno y lo otro
importará la presencia de vuestra señoría,
a
quien Nuestro Señor guarde.
La Vicaria"
¡A
doña Ana contra mí
para
que al gobernador
se
queje contra mi honor!
¡Oh
hipócrita falsa! ¿Ansí
tu santidad se acredita?
Al
Provincial hablaré
y el
alma le quitaré
si el
oficio no le quita.
No
en vano por sospechosa
tuve la
virtud fingida
de esta
mujer atrevida,
que,
pues llega a ser odiosa
hasta a sus monjas, ¿quién duda
que,
perturbando su paz,
con el
fingido disfraz
de
santa sus vicios muda?
Su
eterno perseguidor
tengo
de ser desde aquí.
Al
convento voy.
CRESPO: ¿Ansí
nos
quieres dejar, señor,
sin
mandar a los soldados
que se
vavan del lugar?
JORGE:
Villanos, habéis de estar
con su
presencia obligados
a mi
gusto.
CRESPO:
Cuanto quieres
haces. ¿Quién hay que te ofenda?
JORGE: Señor
soy de vuestra hacienda,
vuestras casas y mujeres;
todo
me ha de dar tributo,
pues
que vuestro dueño soy.
Ven,
Lillo.
LILLO:
Contigo voy.
MINGO: ¿Las mujeres? ¡Oste, puto!
¿Qué hemos de her?
CRESPO: Trasponellas
como
puerros.
BERRUECO:
Ése es
mi
voto. Yo a Leganés
pienso
llevar dos doncellas
que
en casa quedan.
MINGO: Si a pares
a las doncellas sacáis,
a las casadas dejáis
a figura.
BERRUECO:
En los lugares
vecinos pueden estar
seguras, hasta que venga
el
emperador y tenga
noticia
de que el lugar
nos
destruye este traidor.
CRESPO: Cuando
Carlos venido haya,
a fe
que no se le vaya
con
ella el comendador.
MINGO: De mi voto no saquéis
las
mujeres del lugar,
que mos
puede resultar
mayor
mal del que teméis.
BERRUECO:
Callad, dejaos de quillotros.
MINGO: Temo,
de esos pareceres,
que en
faltando las mujeres
tiene
de dar tras nosotros.
Vanse. Salen la SANTA y MARI Pascuala
SANTA: Es
la hermosura, María,
niebla
que el sol desvanece,
sombra
que desaparece,
fímera
que vive un día,
vela
que luce lo que arde
la
frágil luz de la vida,
hierba
con el sol florida
que se
marchita a la tarde,
y es
instante cuyo ser
está a
las puertas del nada,
joya
del tiempo prestada,
por
quien luego ha de volver.
Pues
fabricar la esperanza
sobre
el vano fundamento
de la
nieve, sombra y viento,
despojos
de la mudanza,
¿paréceos a vos cordura?
¿Es
bueno tomar a censo
pena
eterna, fuego inmenso,
por el
deleite que dura
lo
que la sombra y la flor?
¡Ay,
María! Mal sabéis
lo que
costado le habéis
a Dios,
con cuyo valor
vino
al mundo a remediaros;
y con
ser tal su poder,
tuvo
por bien el vender
su vida
para compraros.
Joya, pues, que vale tanto,
¿en tan
poco ha de estimarse?
¿En
balde ha de derramarse
sangre
de mi Esposo santo?
No
lo permitáis, María;
estimaos en más a vos;
no os merece sino Dios.
MARI: Basta,
madre, madre mía,
basta, que me derretís
el alma
y el corazón;
palabras de fuego son,
madre,
las que me decís.
Si
me he dejado vencer
de las
promesas y amor
del
fuego, comendador
persiguióme. Soy mujer.
Mi
flaqueza combatió;
mas, pues, por vos valor cobra,
no temáis ponga por obra
lo que,
hablándome, intentó.
Diamante seré a su amor,
jamás vencerme podrán
sus promesas.
SANTA:
Más galán
es Dios
que el comendador.
Si,
porque no le habéis visto,
esotro
os ha satisfecho
porque
trae la cruz al pecho,
más
preciosa cruz trae Cristo
a
las espaldas, cosecha
de mis
vicios desbocados,
que, por no ver mis pecados,
a las
espaldas los echa.
Su
encomienda es de más cuenta,
y si
no, juzgadlo vos,
pues
que llevamos los dos,
él la
cruz y yo la renta.
Cristo el Gran Maestre es
de esta
preciosa encomienda,
rica y
inmortal hacienda,
infalible su interés.
Pues, cuando don Jorge os muestre
amor, ¿no es notable error
amar al comendador
despreciando al Gran
Maestre?
MARI: ¡Ay,
madre! Tan persuadida
a
servir a Dios estoy,
que, si
quisiera, desde hoy,
mudando
de estado y vida,
quedarme
por freila aquí.
SANTA: Ojalá
que yo pudiera,
que
temo, si salís fuera,
vuestra
pérdida.
MARI: ¡Ay de mí!
SANTA: Hay
visita en casa agora
y está
nuestro provincial
en
ella; es poco el caudal
nuestro, y yo gran pecadora.
Todas le piden que os eche
de
casa, que una seglar
su
quietud puede inquietar,
sin que
mi ruego aproveche.
Fuerza es, hija, que os volváis
a casa
de vuestro padre.
MARI: Pues
¿cómo? ¿No veis vos, madre,
que al
lobo la oveja echáis?
SANTA: No
puedo más; la ocasión
suele
dar fama notoria,
y Dios,
por ver la vitoria,
permite
la tentación.
Si
de vos misma salís
vitoriosa, buen padrino
os será
el amor divino,
por cuyo amor combatís.
Yo haré por vos oración
a Dios.
MARI:
¿Hay tal desconsuelo?
Dadme,
pues, la mano.
SANTA: El cielo,
hija,
os dé su bendición.
Vase MARI
Pascuala, Sale el ÁNGEL
ÁNGEL: ¿Juana mia?
SANTA: ¿Mi Laurel?
¿Vuestra Hermosura no sabe
que en el peligro más grave
se ve el amigo más fiel?
Agora que el provincial
admite discursos largos
de las que me ponen cargos
porque las gobierno mal,
¿me escondéis esa belleza?
ÁNGEL: Jamás me aparto de ti.
SANTA: Todo es, mi Laurel, así;
pero, para mi tristeza,
no basta que estéis conmigo,
sino que os me dejéis ver.
Agora os he menester,
que sois mi mayor amigo.
ÁNGEL: Las más, Juana, del convento
son contra ti.
SANTA: ¡Qué bien hacen!
Pues de mis pecados nacen
causas de su descontento;
helas escandalizado,
Ángel, con mi mala vida,
siendo soberbia, atrevida;
y habiendo de ser dechado
de todas, la menor de ellas
pudiera ser mi prelada.
Nunca me han visto enmendada,
viviendo siempre con ellas.
Porque más no las estrague,
es razón, Ángel bendito,
que castiguen mi delito.
Quien tal hace que tal pague.
Llora
ÁNGEL: Mirando está tu humildad
tu Esposo, a quien enamoras
con las lágrimas que lloras,
porque con su Majestad,
sus méritos aventaja
quien pequeño se parece;
tanto más la fuente crece
cuanto el agua suya abaja.
Tú crecerás hasta el cielo,
pues hasta el suelo te abates,
y porque conmigo trates
cosas que te den consuelo,
en pago de las afrentas
que presto has de recibir,
te quiero, Juana, decir
los milagros que tus cuentas
tienen de hacer en España.
SANTA: ¡Qué buena conversación!
ÁNGEL: Sentémonos, que es razón.
SANTA: ¿Yo con vos? ¡Merced extraña!
De rodillas, Ángel, sobra
para mí.
ÁNGEL: Tu familiar
soy.
SANTA: Así tengo de estar.
Sentaos vos.
ÁNGEL: Aunque no cobra
mi angélica agilidad
cansancio del movimiento,
por no ser en mí violento,
con más familiaridad
y amor en esta ocasión,
porque consolarte espero,
sentarme, mi Juana, quiero
contigo a conversación.
Siéntase
Los venturosos rosarios
que la Majestad inmensa
en su soberano Alcázar
tuvo en sus manos eternas,
salieron con tantas gracias
como se esperaba de ellas;
que manos de Dios no saben
hacer mercedes pequeñas.
Las virtudes de los Agnus
que el vice-Dios en la
tierra
concede, esas mismas dió
Cristo, tu Esposo, a tus
cuentas.
Gracia de sacar demonios;
contra tempestades fieras;
contra enfermedades varias;
contra tentaciones ciegas,
y otros muchos privilegios
que son sin número y cuenta;
que cuentas que al cielo suben
el cielo es bien baje en ellas.
Han de ser tan estimadas
como es justo, que son prendas
que en fe de su amor dio Cristo
a Juana, su esposa tierna.
El segundo Salomón,
Filipo, cuya prudencia
hará a la justicia y paz
que otra vez á España vuelvan,
una de estas cuentas santas
tendrá con la reverencia
que promete el que ha de ser
de la cristiandad defensa.
Y luego el tercer Filipo,
con su Margarita bella,
los pacíficos, los santos,
tendrán en otras dos cuentas
sumado el valor y estima
de sus célebres riquezas,
por ser joyas con que el alma
se compone y hermosea.
Clemente octavo vendrá
a esta casa antes que sea
de la barca de San Pedro
patrón y rija la iglesia,
y con una cuenta tuya
a Roma dará la vuelta,
con que adorne la tïara
que ha de ilustrar su cabeza.
El santo fray Julián
de tu Orden, que en herencia
en Alcalá, de Francisco
será ejemplo de inocencia,
y fray Francisco de Torres,
de quien este reino espera
milagros y maravillas
que sus vidas engrandezcan,
estas cuentas soberanas
han de estimar de manera
que con su autoridad pongan
freno a desbocadas lenguas.
Veinticuatro religiosas,
del falso espíritu opresas,
tienen de quedar en Francia
libres y sanas por ellas,
y si a algún endemoniado
una cuenta de estas llega,
apenas la tocará
cuando se libre de penas.
Tres ciegos cobrarán vista,
a dos mudos darán lenguas,
oirán por ellas los sordos,
cobrarán salud perfecta
enfermos de corazón,
de fiebres, de pestilencia,
de costado, de cuartanas,
de garrotillo, de lepra.
Serán único remedio
contra los que desesperan
de Dios, y harán que, contritos,
se arrojen a su clemencia.
Desterrarán tempestades,
amansarán las tormentas,
sin que los rayos furiosos
hagan daño en su presencia.
Contra espantos y visiones
serán medicina cierta;
darán sosiego y quietud
a escrupulosas conciencias,
y entre los muchos milagros
que ha de obrar la fe por
ellas,
los que se comprobarán
tienen de ser más de treinta.
Todas estas maravillas
ha de hacer Dios, porque
entiendas
lo mucho que te ama, Juana.
Mira si es bien que padezcas
por tan liberal esposo.
SANTA: ¡Ay, Ángel divino! ¡Vengan
trabajos y menosprecios,
persecuciones y afrentas,
que si paga a letra vista,
Dios, en tan rica moneda,
y antes que a cuentas lleguemos,
son en mi favor las cuentas.
Sin cuenta quiero
servirle.
ÁNGEL: La vicaria es ya abadesa;
el oficio te ha quitado.
Ya tus trabajos comienzan,
Job de España, ya ha llegado
el tiempo en que ha de hacer
prueba
del oro de tu constancia
el toque de la paciencia.
Contigo quedo, ten firme.
Vase
SANTA: Si mi guarda os encomienda
mi Esposo, ¿qué importan olas
en sufrimientos de piedra?
Sale
la Vicaria, ya ABADESA, y las MONJAS
ABADESA: Ya, hermana, ha querido el cielo
que los embustes se sepan
de su santidad fingida
para que remedio tengan.
Nuestro padre provincial
escandalizado queda
de modo de sus excesos,
que se ha partido sin verla,
y quitándola el oficio
me eligió por abadesa,
contra mi gusto por cierto;
mas obedecer es fuerza.
SANTA: Nuestro padre provincial
en tan justa elección muestra
su cristiandad, su virtud,
su gobierno y su prudencia.
Que sin verme se haya ido
y mis culpas aborrezca
no me espanto, que es un santo,
y yo digna de las penas
del infierno. Aquesos pies,
aunque yo no lo merezca,
ponga, madre, en esta boca.
ABADESA: No me hable de esa manera;
hipócritas humildades
en mí han de hacer poca mella.
Álcese del suelo, acabe.
SANTA: Si todos me conocieran
como ella, madre, ¡en qué poco
me estimaran y tuvieran
los que me juzgan por santa
siendo el mismo vicio! Es cuerda
y conoce mis pecados.
ABADESA: Con fingidas apariencias
no me ha de engañar, hermana;
escuche la penitencia
que me manda que la dé
nuestro padre.
SANTA: ¡Qué pequeña
comparada con mis culpas
será, por grande que sea!
ABADESA: El velo manda quitarla.
Quítasele
SANTA: Hace bien, que quien no vela
con las vírgines prudentes
hasta que el esposo venga
bien merece que la quiten
el velo y que con la puerta
la den. ¡Ay de mí, que soy
una de las cinco necias!
ABADESA: Manda que todas las monjas,
hermana, la den en rueda
una disciplina.
SANTA: Es justo
que a Dios pague en la moneda
que pagó por mis pecados.
Cinco mil azotes fueran
más justos en mí que en Él.
Ya me alivian esas nuevas.
ABADESA: También manda que la encierren
y den por cárcel su celda,
porque le han dicho que está
endemoniada y que intenta
el demonio por su boca
engañar a los que llegan
a escucharla cuando habla
fuera de sí en tantas lenguas.
SANTA: No me espanto, que también
llamaba la envidia hebrea
a mi Esposo endemoniado.
Razón es que le parezca.
Enciérrenme, que es muy justo,
porque mis culpas no
vean,
que por ser tan grandes temo
que ha de tragarme la tierra.
ABADESA: Pena de descomunión
manda que no hable con ella
ninguna monja.
SANTA: ¡Qué sabio
mandato, qué gran prudencia!
A los que están apestados
dicen que nadie se llega
porque su mal no les toque.
Los vicios son pestilencia;
como soy tan pecadora
por apestada me encierran,
y es bien que ninguna me hable
porque de peste no muera.
ABADESA: Sabe Dios lo que he rogado
a nuestro padre por ella;
pero hale dado don Jorge
tan extraordinarias quejas,
que, satisfaciendo a todos,
y aun usando de clemencia,
le da este corto castigo.
SANTA: ¡Y qué corto! El cielo quiera,
madres, que yo no lo pague
allá en las penas eternas.
ABADESA: Deje ya los fingimientos,
hermana, y al coro venga
adonde todas la azoten.
SANTA: Vamos muy en hora buena.
MONJA
1: ¿Es posible que fingida
toda esta santidad sea?
MONJA
2: Pues el provincial lo dice,
que tiene tanta experiencia,
¿quién lo duda? Y más, sabiendo
que el lobo se finge oveja.
Vanse las dos MONJAS. Quédanse Sor
EVÁNGELISTA,
la ABADESA y la SANTA
EVÁNGELISTA: (Hanme mandado callar, Aparte
y el corazón me revienta
viendo padecer mi madre
de pesar y de tristeza;
mas, si son los gustos oro
y sus quilates acendra
la tribulación, ¿quién duda
que Juana ha de salir de ella
con infinitos quilates
para que sirva a la mesa
del infinito Monarca?
Esto sólo me consuela.)
Vase
ABADESA: (Ya se cumplió mi deseo; Aparte
en fin, me han hecho abadesa.
Ya se vengará mi envidia
de esta hipócrita; contenta
voy en extremo. ¡Oh, qué vida
la pienso dar! No habrá afrenta,
castigo ni menosprecio
que no he de probar en ella.)
Vase
SANTA: A fe, Juana, que os conocen;
alegre estoy de que os tengan
por lo que sois. De esta vez
nadie os juzgará por buena.
Quien tal hace, que tal pague.
Pagad, Juana, vuestras deudas,
que, pues todas os persiguen,
a todas hacéis ofensa.
Vase. Salen don JORGE, LILLO, CRESPO, MINGO y
BERRUECO
JORGE: Los
propios del lugar y renta aplico
a mi
hacienda.
CRESPO:
¿No basta su encomienda?
JORGE: No
repliquéis, villano.
CRESPO: No replico;
mas,
¿por qué nos despoja de la hacienda?
JORGE: Estoy
yo pobre y el concejo rico;
no
habrá quien de vosotros me defienda,
que
entre villanos mal podrá enfrenallos
si el
dueño es pobre y ricos los vasallos.
¿Qué
depósito tiene aquí el concejo?
MINGO: Cien
fanegas de pan que da cada año
a
pobres del lugar.
JORGE: ¡Lindo aparejo
para
holgazanes!
MINGO: No teme ese daño;
porque
sólo se da al enfermo viejo
y a la
mísera viuda.
JORGE:
Ése es engaño;
aplícolo a mi renta.
BERRUECO: Pues los pobres,
¿qué
han de comer cuando su pan los cobres?
JORGE:
Remedio habrá para ellos.
BERRUECO: ¿De qué suerte?
JORGE: A los
pobres enfermos desterrallos.
CRESPO: Que
eres cristiano y que lo son advierte.
JORGE: En
Illescas podrán mejor curallos.
BERRUECO: ¿Y a los viejos?
JORGE: ¿Los viejos? Darlos
muerte,
pues no hay limosna igual
como sacallos
de este
mal mundo.
MINGO: ¿Y ése es buen
consejo?
JORGE: ¿Para
qué ha de vivir, si es pobre, un viejo?
MINGO:
¡Plegue a Dios que no llegues a esos días!
JORGE: Las viudas hilen, si de edad no fueren
para casarse.
BERRUECO:
Bien tu intento guías.
JORGE: No ha
de haber pobres; los que aquí lo fueren
hacedlos desterrar, que son harpías
que a
nuestras mesas sustentarse quieren;
y un
poderoso que los desterraba
ratones de los ricos los llamaba.
CRESPO:
Mejor nombre les da el cristiano celo,
de
quien en este mar los llama naves
en que
la caridad despacha al cielo
riquezas de que tiene Dios las llaves.
El
mundo es mar y en él, cierto, recelo
de sus
Caribdis y sus Sirtes graves.
En su golfo se pierde el que
navega;
sola la
caridad al cielo llega.
JORGE:
Predicador villano: ¿tú conmigo
con
ejemplos y réplicas te pones?
Vete,
si no es que aguardes el castigo
digno de tus hipócritas razones.
No es
bien que a pobres se reparta el trigo,
que son
de la república ratones.
Vete.
MINGO:
Si limosnero, señor, fueras,
tus vicios, con ser tantos,
encubrieras.
Vanse los tres labradores. Sale MARI Pascuala
MARI: A no
salir del convento,
de modo
me enamorara
tu
divino entendimiento,
Juana
santa, que dejara
de dar
al cuerpo sustento
por
tus palabras, manjar
que
desterrando el pesar
dejan
el sentido en calma,
pues
con las sobras del alma
me
pudiera sustentar.
Pero,
pues que de él salí
y
palabra en tu presencia
de no
ofender a Dios di,
no
hayas miedo que en tu ausencia
pueda
la pasión en mí
lo
que ha podido hasta agora,
que, en fin, eres mi fiadora,
y Dios
severo acreedor
que
cobrará con rigor
si no
paga la deudora.
A don Jorge quise bien;
pero ya en ceniza fría
sus
torpes brasas se ven.
¡Ay
cielos! éste es.
JORGE: María,
a mi
vista albricias den
mis
deseos, que en tu ausencia
han
mostrado a la experiencia,
en el
potro del amor
los
tormentos que el temor
suele
dar a la paciencia.
¿No
me hablas? ¿Porqué enojos?
Pones
mi esperanza en duda.
Mas ya
sé que son antojos
de
amor, que la lengua muda
suele
pasarse a los ojos.
Mi
María, si no es vano
el amor
que te provoca,
ya que
por temor liviano
me
niega el habla tu boca,
hablar
puedes por la mano,
que
su cristal me enamora.
MARI: (¡Ay
confianza habladora! Aparte
Cuán
lejos suele vivir
el
prometer del cumplir
he
experimentado agora.
Soldado he sido cobarde;
hice en
la paz menosprecio
de la
guerra, y en su alarde
caí;
que es propio del necio
temer
el peligre tarde.
Prometí de no ofender
a Dios;
pero, ¿qué he de hacer,
si la
poca resistencia
me cupo
sólo en herencia
de la
primera mujer?
De
un modo empiezan su nombre
mudanza
y mujer liviana;
mudéme,
nadie se asombre,
si a Eva vence una manzana,
que hoy
a mí me venza un hombre.)
JORGE: ¿Qué
dices?
MARI: Que no quisiera,
por lo
bien que me estuviera,
deciros
que os quiero bien.
JORGE: Pues,
mi labradora, ven
adonde
mi amor te espera.
MARI: (¿Éstas las cenizas son Aparte
frías? Mas dejó una brasa
escondida la afición,
y
quemaráse la casa,
porque sopla la ocasión.)
Vanse don JORGE
y MARI Pascuala. Queda LILLO y sale
CRESPO
CRESPO: Yo,
señor Lillo, quisiera
hablar
al comendador.
LILLO: Por el
Lillo y el señor
le
llamara si estuviera
para
eso; pero está
ocupado.
CRESPO:
Pues ¿qué hace?
LILLO: Una
dueña en quien deshace
lo que
ella otra vez no hará.
CRESPO: Que
es cosa y cosa parece.
LILLO: Cosa
sin cosa podría
ser ya.
CRESPO:
¿Quién será?
LILLO: María
CRESPO: ¿Mari
Pasqual?
LILLO:
Ésa ofrece,
pues
que saberlo codicias,
primicias de su hermosura
a don
Jorge.
CRESPO:
Pues ¿es cura
para
llevar las primicias?
LILLO: Ésta
es la verdad.
CRESPO: ¿No estaba
en la
Cruz?
LILLO: Hízola echar
Juana.
CRESPO:
Yo voy a avisar
a su
padre, que pensaba
que
allí la tenía guardada;
pero
diréle que queda
bellaca
para moneda.
LILLO: ¿Por qué?
CRESPO:
Porque está cercenada.
Vase. Sale don JORGE maltratando a MARI
Pascuala
JORGE:
Echa, con la maldición,
esta
mujer, en quien veo
que es
la esperanza y deseo
mejor
que la posesión.
¡Que
lo que pretendí tanto
tanto
me llegue a enfadar!
LILLO: Amón
eres con Tamar;
gozástela, no me espanto.
Dos
caras el gusto pinta,
señor,
en cualquiera cosa:
si es
ajena, muy hermosa;
pero si
propia, distinta.
Cuando ajena, cosa es clara
que el
sol era su traslado;
pero ya
que la has gozado
verás
la segunda cara.
MARI: ¿Así
se paga el honor
de una
mujer, fementido?
Mas de
honras, ¿cuándo ha sido
el mundo buen pagador?
JORGE: Déjala y ven.
Vase
MARI: Oye, escucha
¡Ah
tirano; ¿así te vas?
Mas la
deuda negarás,
que es
costumbre cuando es mucha.
Paga
como caballero;
pero
dirás, y es verdad,
que
perdió la voluntad
el gusto, que es su dinero.
Que
eres noble considera.
LILIO: Pasito,
Mari Pasqual,
que no
fuera él principal
si
pagara y no debiera;
y si
de palacio el trato
sabes,
ten por negocio hecho
que
eres mía de derecho,
porque
he levantado el plato.
Si
te dejares comer
mi
apetito estimarás.
MARI: Como
imitándole estás,
vendrás
tan infame a ser
como
el señor, de quien eres
torpe
solicitador,
sin
sentir tu vil señor
que te sirvan las mujeres
que él deshonra, de despojos.
Pero, afrentoso alcahuete,
aguárdame, y sacaréte,
porque
no lo seas, los ojos.
LILLO:
¿Porque a mi amo ha servido
tantos
humos ha cobrado?
Advierte que es del crïado
todo el
ropaje traído
y que aunque el rey tenga un bayo
de
notable estimación,
quitado
el caparazón,
le
corre cualquier lacayo.
Vase
MARI:
¿Éstos son pagos del mundo,
en deudas tan merecidas
como son deudas de honor
cuando se acercan sus
ditas?
¿Así se
cumplen palabras
con
lágrimas ofrecidas,
con
promesas intimadas,
con
ansias encarecidas?
¿Aquesto
es ser caballero?
¿En
esta nobleza estriba
el
valor que España ensalza
y
estimaron mis desdichas?
¿Mudables, dicen que son
las mujeres, ofendidas
de tantas lenguas mordaces
tantas plumas enemigas?
¿Esto es ser hombre, de
quienes
tantas
virtudes se afirman,
tantas
hazañas se alaban,
tanta
firmeza publican?
Si
así los hombres son que España cría,
¡mal
haya la mujer que en hombres fía!
¡Ah
ingrato y necio pastor!
¿La
oveja dejas perdida
para
que lobos la coman
después
que la lana esquilmas?
¿Cómo, cielos rigurosos,
si es
verdad que la justicia
desterrada de la tierra
vuestro
tribunal habita,
no
castigáis este ingrato,
pues no
valen allá arriba
las
dádivas ni el poder
que
tantas varas derriban?
Justicia os pide mi agravio
de un
traidor que famas quita,
de un
hombre, en fin, que en ser hombre
será la
mudanza misma.
Mas, pues deudas de honor tan
presto olvidan,
¡mal
haya la mujer que en hombres fía!
Pero, alma, ¿de qué os quejáis
de
promesas no cumplidas,
si la
palabra quebrastes
que a Dios distes este día?
Si os
quitó don Jorge la honra,
por vos
quitaron la vida
a Dios;
si él os ha dejado,
sin
Dios andáis vos perdida.
Yo
prometí no ofender
su Majestad infinita,
Juana
salió mi fiadora;
mas
¿quién de ocasiones fía?
¿Tendrán perdón mis pecados?
No; que
es la ofensa infinita.
¿No
puede Dios perdonarme
si le llamo arrepentida?
Sí
puede, mas no querrá;
pues
¿será razón que viva
mujer
que perdón no aguarda
y de un
hombre fue ofendida?
Eso
será gran deshonra;
pues ¿quitaréme la vida?
Sí; que
ya estoy condenada,
y el
Ángel que en compañía
y
guarda el cielo me dio
me ha
dejado, porque escrita
ha
visto ya la sentencia,
por mi mal, difinitiva.
¿Adónde
un lazo hallaré?
Mas
¿será tal mi desdicha
que aun
le faltará a mi muerte
el
instrumento homicida?
Dadme,
verdugos eternos,
un cordel, que al que castigan
de
balde le da la soga
con que
muera, la justicia.
Échanla un
cordel
¿Qué es
esto? ¡Ay de mí! Una soga
me
arrojaron desde arriba.
¡Que
por tan crüel salario
halle
el mundo quien le sirva!
Dádivas
son del infierno
que
promete oro de Tíbar
y teje
sogas de esparto
que
esperanzas precipitan.
Pero
¿qué mucho, si a Dios,
cuando
con pan le convida,
en vez
de pan le dé piedras
que en
sogas libre sus ditas?
Matad,
pues, cuerda, una loca
desesperada y precita,
que quien
el honor perdió
justo
es que pierda la vida.
El
desprecio de un hombre es mi homicida.
¡Mal
haya la mujer que en hombres fía!
Quiere
ahorcarse, baja de arriba la SANTA, volando y
detiénela
SANTA: Detén la bárbara mano.
¿Por
qué, ingrata, desconfías
de Dios
misericordioso
y
apelas de su justicia?
Quien
perdonó a Magdalena
te
perdonará, María,
pues es
su misericordia,
como
entonces, infinita.
Pide
con ella perdón,
y en
estas cuentas benditas
espera,
que Dios en ellas
tus
cargos y cuentas libra.
Dale un Rosario
y desaparece
MARI: ¡Oh mil
veces santas cuentas;
milagrosa medicina
de
precipitadas almas!
Por
vosotras reducida,
confieso y tengo por fe
que a
un "pequé" del alma, olvida
Dios infinitas ofensas.
Pequé,
Señor, mi alma diga.
En la
Cruz he de ser monja;
vuestra
Majestad permita
que sus
religiosas santas
me lo
otorguen, aunque indigna,
que,
como la Cananea,
las
migajas y reliquias
de su
venturosa mesa
podrán
sustentar mis dichas.
Juana,
por vuestra oración
me ha
dado el cielo dos vidas,
la del alma y la del cuerpo.
Misericordia infinita,
pues
perdonáis ofensas cada día,
¡bienhaya la esperanza que en vos fía!
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