Salen don LUIS
y CÉSAR, como de
noche
LUIS: ¿Hay
más de eso?
CÉSAR: ¿Es esto poco,
don
Luis, para obligaros
a la
razón que os provoco?
¿No
basta para apartaros
de ese
pensamiento loco
el saber cuán adelante
ha
estado mi amor constante
y que
fui favorecido
poco
menos que un marido
y mucho
más que un amante?
¡En
un año que he gozado
el dulce entretenimiento
que ya
niega a mi cuidado,
mil
veces mudé el asiento
desde
la silla a su estrado,
y en
él dando a mis amores
esperanzas en favores
de cintas, guantes, cabellos,
he
alcanzado otros por ellos,
no sé
si diga mayores.
Esto
es cierto; averiguadlo,
y si
veis que vuelve atrás
vuestro
crédito, dejadlo.
LUIS: ¿Tenéis que decirme más?
CÉSAR: Harto os he dicho, miradlo.
LUIS: Ya
lo he visto, y como es
el
amoroso interés
feria
de cambios y trazas,
sabéis mucho en sus trapazas,
que sois, César, ginovés.
Ya
sé que vuestras porfías
por remediar vuestros daños
inquietan las dichas mías;
que son propios los engaños
en guerras y en mercancías,
y como es guerra el amor
y
mercancía la mejor
que
pone el gusto en su tienda,
por
quedaros con la hacienda
dais
hoy en enredador.
Pero
no habéis de tener
mucha ganancia conmigo,
que es
necio, a mi parecer,
quien
fía de su enemigo
o cree
a su mercader.
Doña
Inés es principal
y
discreta, y siendo tal,
cuando algún favor os diese
no
haría cosa que estuviese
a su
reputación mal,
y a
hacerla vos, en efeto,
de
cuatro eses con que han dado
fama al
amante discreto,
la mejor habéis borrado,
que es
la "ese" del secreto;
y a
quien no sabe guardalle
hace
bien en desprecialle
y echar
de la voluntad
a
quien, quizá sin verdad,
sus
faltas echa en la calle.
CÉSAR:
Refrenad la lengua airada,
que en
un caballero es mengua
el no
tenerla enfrenada,
y
contra una libre lengua
suele
ser lengua la espada;
que no sin causa parece
lengua
el acero que ofrece
venganza que a la honra sigue,
porque
una lengua castigue
lo que
otra lengua merece.
Y si
el término os provoca
de mi trato cortesano,
responded por lo que os toca
con la
lengua de la mano
y dejad
la de la boca.
Yo
ha un año que a doña Inés
pretendo y sirvo y después,
puede ser que por
venganza
de
celos o de mudanza,
que es
mujer, y ella lo es,
dicen que da en admitiros
y en
olvidarse de mí.
Yo he
venido a persuadiros
con
término honrado aquí,
mas
pues no basto a advertiros
cosas que pusieran tasa
en el
amor que os abrasa,
a ser
más considerado,
hoy
vengo determinado
a que
no entréis en su casa.
Mi
resolución es ésta,
la
vuestra haced manifiesta
luego,
que de no lo hacer,
la
espada sola ha de ser
quien
me ha de dar la respuesta.
LUIS: A
estar en otro lugar
y no en
la calle y la puerta
de mi
casa, sin hablar,
respuesta os diera tan cierta
como lo
es vuestro pesar;
pero
en otro más capaz
a
vuestro amor pertinaz
responderé por borralle,
que es
el reñir en la calle
llamar
a quien ponga paz.
CÉSAR: Yo
no tengo sufrimiento
para
tanta dilación,
y así,
aquí vengarme intento.
LUIS: Castigara mi razón
vuestro
mucho atrevimiento.
Riñen. Sale don DIEGO, viejo
DIEGO: ¿Qué
es esto? ¿Agora pendencia,
y en la
calle? Don Luis,
ten
respeto a mi presencia.
Señor,
tened, si os servís,
a mi
vejez reverencia.
Loco, sosiégate ya,
mira
que tu padre está
embotando a tu rigor
los
filos. Señor, señor,
sosegaos.
LUIS: Entraos allá,
padre, no deis...
DIEGO: Tente inquieto.
LUIS: Si os
pierdo el respeto.
DIEGO: Impida
mi amor
tu enojo indiscreto.
LUIS: ¡Oh!
DIEGO:
No pierdas tú la vida
y
piérdeme a mí el respeto;
y
vos, señor caballero,
templad
el airado acero;
si a
esto un viejo padre os mueve
en esta
agua, en esta nieve.
LUIS: Ya yo
os advertí primero
que
no hace el valor alarde
cuando
riñe donde acuda
gente
que su vida guarde,
y que
siempre pide ayuda
de
aquesa suerte el cobarde.
Ya veis de eso prueba llana;
yo os
avisaré mañana
donde,
sin impedimento,
nos
veamos.
CÉSAR:
Soy contento.
DIEGO: De su
mocedad liviana
algún mal suceso espero.
LUIS: ¡Oh,
qué importuna vejez!
DIEGO: Tenme
respeto.
LUIS:
No quiero.
Vase don LUIS
DIEGO: ¡Quiera
Dios que alguna vez
no lo
pagues! Caballero,
no
os vais, esperad un poco,
si con
ruegos os provoco.
CÉSAR: Ya yo
os espero admirado
de que
a padre tan honrado
desprecie un hijo.
DIEGO: Es un loco.
CÉSAR:
Quien tan poca reverencia
tiene a
su padre no hay duda
que
morirá en la pendencia
mañana,
pues en mi ayuda
ha de
ser su inobediencia.
¿Qué
es, señor, lo que mandáis?
DIEGO: Que la
causa me digáis
de este enojo. ¿Es por el juego?
CÉSAR: Todo es
uno, luego y fuego,
si una
letra les mudáis;
fuego es amor, y amor es
ocasión de esta
pendencia.
Yo
quiero a una doña Inés,
tan
bella, que en su presencia
el sol
se postra a sus pies;
tan
rica, que su caudal
es a su
belleza igual;
tan noble, como notable
en hacienda, y tan mudable,
como bella y principal;
un
año ha que la he servido
dando
el fuego que me abrasa
tantas
muestras, que he tenido
en su
calle y en su casa
parabienes de marido;
porque, aunque es tal doña Inés,
la
corte sabe quién es
mi
linaje y la nobleza
que se
iguala a mi riqueza.
DIEGO: ¿No
sois César, ginovés?
CÉSAR: Para
serviros.
DIEGO: La fama
que en
Madrid todos os dan
tanto
os celebra, que os llama
rico,
discreto, galán,
y digno
que cualquier dama
de
vuestro amor sea testigo.
CÉSAR: Hacéisme merced.
DIEGO: No digo
sino
sólo lo que sé.
CÉSAR: Estos
favores gocé
un año;
pero, en castigo
de
lo que nunca he pecado,
mudóse
por persuadirme
la
variedad de su estado;
mas, mujer y un año firme,
¿a quién no diera
cuidado?
Supe
que quien eclipsaba
la luz
que mi amor gozaba
era don
Luis; pedíle
me escuchase, persuadíle
cuán
mal a su honor estaba
su
pretensión amorosa,
porque
amar a doña Inés
y no
amarla para esposa
no es posible, y esotro es
empresa más peligrosa.
Fue
la respuesta, en efeto,
no con
el justo respeto
y valor
que merecía
mi
término y cortesía,
mas no
hay enojo discreto;
obligóme a desafialle,
no
reparando en que estaba
a su
mesma puerta y calle;
llegastes, y aunque bastaba
vuestra
vista a sosegalle,
hizo
su cólera prueba
de la
inobediencia nueva
con que ciego os respondió,
y quien
a vos se atrevió,
¿qué
mucho que a mí se atreva?
Éste
es, señor, el suceso
y
ocasión de esta pendencia.
DIEGO: Luis es
mozo y travieso;
y de su poca experiencia
se
arguye su poco seso;
y
pues en vos resplandece
lo uno
y otro, si merece
obligaros mi vejez,
tened a
raya esta vez
la
furia que os embravece,
que
yo haré que don Luis
no
hable con esa dama
por
quien con él competís.
CÉSAR: Mal
reprimiréis su llama,
pues
que tan mal reprimís
la
libertad con que os trata.
DIEGO: No
importa, que amor dilata
las leyes entre hijo y padre,
y en su rostro el de su
madre,
que
esté en el cielo, retrata.
Es
mi único heredero,
y
aunque me pierde el decoro,
no os
espante si le quiero,
que en
su juventud de oro
dora mi
vejez su acero.
Si
esta razón es bastante
no ha
de pasar adelante,
César,
aquesta quistión.
CÉSAR: Como la
reputación,
que a
un hombre es tan importante,
no
pierda en mí su valor,
y él
deje su intento, digo
que,
por serviros, señor,
desde
hoy en nombre de amigo,
trueco
el de competidor.
DIEGO:
Dadme esos brazos por él,
y de
este enojo crüel,
una
amistad nazca nueva.
CÉSAR: Y el
alma en ellos, en prueba
de que
soy su amigo fiel
y
hijo vuestro, si por vos
deja
aquesta competencia.
DIEGO: No la
tendréis más los dos.
CÉSAR: Yo fío
en vuestra prudencia.
DIEGO: Bien
podéis.
CÉSAR:
Adiós.
DIEGO: Adiós.
Vase CÉSAR
DIEGO: Si
la imagen al espejo
causa
amor tan excelente,
como a
la experiencia dejo,
siendo
sólo un accidente
que
pinta el cristal reflejo,
¿qué mucho llegue a querer
un
padre a un hijo en quien ver
pueda,
no como en cristal,
su
retrato accidental,
sino su
sustancia y ser?
No
tengo más de este hijo
y si la
vejez desea
hacer
que en tiempo prolijo
su
memoria eterna sea,
y, como
Séneca dijo,
"Por eso el viejo edifica
para
que en lo que fabrica
viva su memoria quede,"
¡con
cuánta más razón puede
si en
hijos su amor aplica
eternizar su blasón
sin que
el olvido le ultraje,
pues
solos los hijos son
para gloria de un linaje
su
eterna conservación!
Mil
travesuras consiento
a don
Luis, y aunque siento
que lo
hago mal, el amor
de las
manos de el rigor
quita
el castigo violento.
Salen LILLO y
don LUIS
LILLO: No estuviera yo delante
y de carrillo a carrillo
llevara un pasa volante
con que diera al diablo a Lillo
y olvidara el ser amante.
LUIS: ¿Eres valiente?
LILLO: ¿Eso dices?
¿No he hecho yo porque autorices
mis lacayas maravillas
que, como hay adoba sillas,
hay aquí adoba narices?
¿Qué cara no he sobreescrito
cual si fuera sambenito,
donde quien verlo desea
en sus puntadas no lea
Lillo me fecit
escrito?
Vive Dios, si el ginovés
delante de mí te hablara
que de un tajo o de un revés
la cabeza le envïara
rodando hasta doña Inés.
LUIS: ¡Ay, fanfarrón!
LILLO: No profeso
menos que hazañas...
DIEGO: ¿Qué es eso,
Luis? ¿Dónde vos tan tarde?
LUIS: Voy a buscar un cobarde.
DIEGO: Si fueras a buscar seso
no hicieras mal. ¿Qué locuras
son estas que, a mi pesar,
y por matarme procuras?
¿Qué es esto? ¿En qué han de
parar,
Luis, tantas travesuras?
¿Por qué usas mal de mi amor?
¿Por qué malogras la flor
de tu edad desbaratada
para que, en agraz cortada,
me des vejez con dolor?
Trújete de Torrejón,
donde naciste, y mi hacienda
te ha dado su posesión
por verte correr sin rienda
tras una loca afición
de una villana, instrumento
de mi deshonra y tormento,
pues de suerte te ha cegado
que me dicen que la has dado
palabra de casamiento.
Este peligro evidente
remedié, que tu muerte era,
porque en Torrejón su gente
ni libertades espera
ni atrevimientos consiente.
Trújete a Madríd, y apenas
limpié a mis primeras penas
el llanto, cuando ya fundas
mi muerte con las segundas,
que darme la muerte ordenas.
Como sin madre quedaste
en edad tierna y temprana,
casi en brazos te crïaste,
Luis, de la Santa Juana,
en quien mejor madre hallaste.
No te espantes si me
espanta,
hijo, que de virtud tanta
sacases tan poco seso
y salieses tan travieso
de los brázos de una santa;
aunque de esta justa queja
tu contraria inclinación
desengañado me deja,
que no es oveja el león
por darle leche una oveja.
En cuantas cartas me escribe
esta santa me apercibe
el riesgo y peligro en que anda
quien como tú se desmanda
y tan sin prudencia vive.
Dice que no te consienta
tanta libertad, que impida
con tus locuras mi afrenta,
y tema el dar de tu vida
a Dios rigorosa cuenta;
mas mi paterna afición
rompe por todo, razón
es que de tu vida loca
te duelas.
LUIS: Otra vez toca
con tiempo, padre, a sermón,
y predica algo más corto;
¡quizá me convertirás!
DIEGO: Cuando con amor te exhorto
¿esa respuesta me das?
¿Tan poco, Luis, te importo
que verme muerto deseas?
Ruego al cielo que lo veas
presto, pues te canso tanto.
LUIS: ¡No faltaba más de un llanto
agora!
LILLO: Señor, no seas
de esa condición; ya ves
que le enojas si replicas;
llega y bésale los pies.
LUIS: Pues ¿también tú me predicas?
DIEGO: ¿Quién es esta doña Inés
que de nuevo te
enloquece,
y con pendencias te ofrece
la muerte?
LUIS: ¿Quién ha de ser?
¿Querer bien a una mujer
es milagro?
DIEGO: Bien parece,
que eres mozo.
LUIS: Y tú eres viejo.
¿Parécete real consejo
si me casa mi ventura
con la hacienda y la hermosura
de una mujer que es espejo
de toda la corté? Acaba.
DIEGO: En mujer empleas tu gusto
de quien otro hombre se
alaba
más de lo que fuera justo;
ya esto sólo te faltaba.
LUIS: César esa fama ha echado
por verse menospreciado,
que doña Inés no es mujer
que le había de aborrecer,
habiéndole una vez dado
prendas ilícitas.
DIEGO: Muda
de parecer y afición,
pues mi experiencia te ayuda,
don Luis, que no es razón
casarte tú en esa duda.
La honra es luz de la vida
que hace la fama lucida;
mas con tal riesgo se trata,
que un soplo sólo la mata
si no está bien encendida.
César a probar se obliga
lo que no es bien que yo crea;
pero, para que se siga
tu afrenta, cuando no sea,
basta, Luis, que se diga.
Esta vez tu afición ciega,
pues tu padre te lo ruega,
hijo, tienes que dejar.
Damas hay a quien amar;
sirve, ronda, gasta, juega
y desperdicia mi hacienda,
como no arriesgues la vida,
que corre a morir sin rienda.
César me tiene ofrecida
su amistad como no ofenda
tu amor el suyo. Por mí,
¿no harás esto?
Habla
aparte LILLO a don LUIS
LILLO: Di que sí,
y después nunca lo hagas.
DIEGO: ¡Qué mal, Luis, mi amor pagas!
LUIS: Digo, señor, que por ti
ni a doña Inés veré más
ni con César reñiré.
DIEGO: Júralo.
LUIS: En pesado das.
DIEGO: Jura, acaba.
LUIS: En buena fe.
DIEGO: ¿Ahora escrupuloso estás?
LUIS: ¿No juré? Déjame, pues.
DIEGO: Dios te libre de ocasiones.
¿Dónde vas, que la una es?
LUIS: A jugar unos doblones.
(A ver voy a doña Inés.) Aparte
Vase
DIEGO: Quedaos, Lillo, vos.
LILLO: ¿Quién, yo?
DIEGO: Vos, pues.
LILLO: ¿No he de ir con él?
DIEGO: No.
LILLO: Alto, pues, quédome aquí.
DIEGO: En mi casa os recibí
desde el día que murió
don Jorge, vuestro señor;
y aunque sin mi gusto fue,
como os tiene Luis amor,
mi propio gusto troqué
por el suyo; aunque mejor
fuera, según lo que veo,
no ejecutar su deseo
ni recibiros así.
LILLO: ¿Qué he hecho yo, pobre de mí?
DIEGO: Que sois mucha parte creo
en todas las travesuras
de Luis.
LILLO: ¿Soy yo su ayo
que a mí culparme procuras?
¿Soy más de un pobre lacayo?
¿Puédole yo en sus locuras
ir a la mano?
DIEGO: Los dos
os entendéis.
LILLO: ¡Plegue a Dios!
DIEGO: Basta. De las mocedades
de don Jorge y libertades
os echan la culpa a vos;
ya sabéis que esto es verdad.
LILLO: ¡Si en amos soy desdichado!
DIEGO: De la poca voluntad
que en Cubas os han cobrado
vuestros milagros sacad.
LILLO: Mal me quieren sin razón;
mas como villanos son,
dicen que cuando cazaba
don Jorge gangas, andaba
tras ellas yo como hurón;
y alguna causa han
tenido,
que no me quiero hacer
santo;
mas después de convertido
y muerto don Jorge, es tanto
lo que estoy arrepentido,
que, a no importar encubrillo
y ser soberbia el decillo,
pienso, señor, que algún día
verás en la letanía
y calendario un san Lillo.
DIEGO: Págome muy poco yo
de gracias; si no pensáis
mudar de vida, cesó
el salario que ganáis
en mi casa.
LILLO: Aqueso no;
todo lo dicho, señor,
ha sido burlas; mi humor
sabes, yo prometo al cielo
ser desde hoy un san Ciruelo.
DIEGO: Si no ofendiera al amor
que tengo a Luis, de casa
os echara.
LILLO: No ha de ser
tu favor con tanta tasa.
DIEGO: Que vais luego he menester
a Cubas.
LILLO: Señor: repasa
por tu memoria que estoy
tan mal quisto, que si voy
me tienen de mantear
todos los de aquel lugar.
DIEGO: Importa que llevéis hoy,
Lillo, a la beata Juana
un regalo y un papel.
LILLO: Iré, aunque de mala gana.
(Mi sentencia llevo en él. Aparte
¡Oh, qué bellaca mañana,
Lillo, esperáis, si no huís
y a costillas prevenís
las trancas que considero!)
DIEGO: De la santa Juana espero
el remedio de Luis,
que, si cuanto pide alcanza
de Dios, en quien su esperanza
pone, teniendo afición
a Luis, de su oración
se ha de seguir su mudanza.
La carta a escribirle voy.
LILLO: ¡Oh, cuberos enemigos!
temblando de aquí os estoy.
DIEGO: Gran cosa es tener amigos
con Dios.
Vase
LILLO: Afúfolas hoy.
Vase. Tocan chirimías. Arriba se aparece
CRISTO
con una túnicela encarnada, como resucitado, y la
SANTA
Juana junto a él. Música
CRISTO: Ya llegó de mi Asención
el día por ti esperado;
ya las llagas te he quitado
de mi sagrada pasión.
Si por tu importunación,
esposa cara, no fuera,
de por vida te las diera;
mas no las quieres, y ansí
quiero volverlas a mí,
que soy su divina esfera:
SANTA: Eterno Esposo, no están
en mí con vuestra licencia
con la debida decencia
que a su inmenso valor dan.
Francisco, que es capitán
de vuestra iglesia, ése sí
que es digno de el carmesí
de esa amorosa librea,
porque el mundo en ella vea
el fuego que encierra en sí.
En él sus joyas engasta
justamente vuestro amor,
que a mi sentir el dolor
de vuestra pasión me basta.
CRISTO: Juana humilde, esposa casta,
aunque sin llagas estás,
mis dolores sentirás
todos los viernes que vivas.
SANTA: Mercedes son excesivas.
No hay, mi Dios, que pedir más.
CRISTO: Y pues hoy es mi Acensión
y al cielo glorioso vuelo,
quiero dejarte en el suelo
de mi sagrada pasión
las insignias. Éstas son.
Aparécese
la cruz y sobre ella la corona de
espinas
y tres clavos
SANTA: Todo el mundo os engrandezca
CRISTO: Justo es que te las ofrezca.
¿Quiéreslas?
SANTA: Dulce amor, sí.
CRISTO: No hallo fuera de mí
quien como tú las merezca.
Pónele
la corona de espinas en la
cabeza
Esta corona de espinas
sembró en mi cabeza amor.
SANTA: ¡Ay mi Dios, qué gran dolor!
CRISTO: Mayor que el que en ti imaginas,
sintió en mis sienes divinas
mi cabeza delicada.
Dale
la cruz en la mano derecha
Esta cruz, esposa amada,
te doy por más noble prenda.
SANTA: Con tu divina encomienda,
rica quedaré y honrada.
Dale
los tres clavos en la mano izquierda
CRISTO: Los tres clavos, Juana cara,
son éstos que a mis esclavos
libraron.
SANTA: Todos tres clavos
poned, Señor, en mi cara,
que ya mi ventura es clara,
pues para que esté a mis pies
la Fortuna, que al través
da con todo, hacéis que pueda,
mi Dios, poner en su rueda,
en lugar de un clavo, tres.
Para alivio de la pena
que siento ausente de Vos,
buenas memorias, mi Dios,
me dejáis.
CRISTO: Sí, que eres buena.
SANTA: Parezco una Santa Elena.
CRISTO: Darte sus insignias quiero.
SANTA: ¿Váisos, Pastor verdadero?
CRISTO: Sí, Juana.
SANTA: ¡Ay, prenda querida!
CRISTO: ¡Ay mi esposa!
SANTA: ¡Ay, mi vida!
CRISTO: ¡Ay, mi oveja!
SANTA: ¡Ay, mi cordero!
Encúbrese
CRISTO y baja la SANTA con las
insignias,
y aguárdala abajo el ÁNGEL de la guarda.
Toquen
chirimías
ÁNGEL: ¡Juana mía!
SANTA: Mi ángel fiel,
guarda damas de mi casa,
fénix de amor que se abrasa
como salamandra en él.
ÁNGEL: ¿Contenta estás?
SANTA: Mi laurel,
¿no le he de estar si me ha dado
las joyas mi enamorado
que costaron lo que Él vale,
pues porque el precio le
iguale
le han costado su costado?
ÁNGEL: Pues, porque puedas gozar
el bien que en ellos apoyas,
quiero ser tu guardajoyas.
En mi poder han de estar.
SANTA: Pues vos las queréis guardar
mi hacienda estará
segura.
ÁNGEL: Dios regalarte procura.
SANTA: ¿Vaisos, Ángel?
ÁNGEL: Juana, sí.
SANTA: Vamos, que no estoy en mí
no viendo a Vuestra Hermosura.
Vanse. Sale ALDONZA, labradora, con una cesta de
garlamoras,
unos manojos de trébol y poleo y otros de
pajuelas,
y con ella PEINADO, pastor
ALDONZA: Persiguióme don Luis
de la suerte que te cuento,
un año, tiempo bastante
para aun quien sintiera menos;
criámonos casi juntos,
y empezando de pequeño
el amor, dicen, Peinado,
que se vuelve en parentesco.
Refrené mi inclinación
por ver que era caballero
y yo labradora humilde,
puesto que Amor es soberbio;
pero como el resistirse
diz que es echar leña al fuego,
abrasábase don Luis
y amábale yo en extremo.
Dióme un martes en la
noche
palabra de casamiento,
palabras pagué en abrazos;
mas fue en martes -- ¡mal agüero! --
Vino a saber a este.punto
nuestro amor su padre viejo,
y remedió con ausencias
sus daños. ¡Caro remedio!
Cuatro, leguas de distancia
mil en su memoria han puesto,
que es niño Amor y se olvida
con cualquiera tierra en medio.
A una doña Inés, que vive
en esta casa, hace dueño
del alma que ya era mía,
y así por mi hacienda vuelvo.
Ésta es la causa, Peinado,
de mis celosos desvelos;
que han de costarme la vida
como me cuesta el sosiego.
PEINADO: Pardiez, Aldonza, que echastes
vuestro ciego amor a censo
en tan malas hipotecas
que no heis de cobrar a tiento.
Es caballero don Luis,
y pagan los caballeros
tan mal ya deudas de amores
como deudas de dineros;
pero, pues no os ha gozado,
¿qué hay perdido?
ALDONZA: El sufrimiento,
las esperanza, los sentidos,
la vida, el alma, el seso.
A doña Inés haré creer
que es mi esposo.
PEINADO: Mas, ¡qué presto
sabe una mujer forjar
cuatro docenas de enredos!
Mas, pues vive aquí la dama
que le quillotra, entrad dentro
y obrad siquiera en pajas;
que en Santa Cruz os espero.
ALDONZA: Prevénme en ella, Peinado,
si no le obligo, mi entierro.
PEINADO: ¡Qué de ellos mueren de amores,
y qué pocos vemos muertos!
Vanse. Salen don LUIS y doña INÉS
llorando
LUIS: Enjugad, mi bien, los ojos
sin negarme la luz de ellos,
que, pues son soles, no es bien
que lloren soles tan bellos.
Volvedme a mostrar sus niñas,
pues es niño Amor, juguemos,
que no es bien que se
levanten
cuando por ellos me pierdo.
César mintió, ya lo sé,
que alabarse es argumento
de las mentiras, que sabe
fingir el pesar y celos.
¡Ea, no haya más, amores!
INÉS: ¿Cómo, si con vida veo,
don Luis, a un mentiroso
que mi honor y fama ha muerto?
¿Joya es de tan poca estima
la honra, que en detrimento
de su reputación noble
el término que la ha puesto
una lícita afición
había de pasar? ¡Qué presto
os creísteis don Lüís!
Poco amáis y poco os debo.
LUIS: Por la luz de aquesos ojos,
doña Inés, que no lo creo,
y que le desafié
sólo por ese respeto,
y he de matarle esta tarde.
¡Ea, mi bien, acabemos!
¿Somos amigos?
INÉS: No sé.
LUIS: ¿Quién lo sabe?
INÉS: Lo que os quiero.
LUIS: Dadme aquesa hermosa mano,
honraré mis labios.
Asómase
al tablado ALDONZA
ALDONZA: Bueno,
porque, celos, cierto veis
dice el mundo que sois ciegos.
Sale
ALDONZA
ALDONZA: ¡Ay
de mi! ¡Y a las pajuelas!
¿Quieren trébole y poleo,
pajuelas y zarzamoras?
INÉS: ¿Qué es esto?
ALDONZA:
¿Quieren poleo?
INÉS: ¿No hay
zaguán en esta casa
para
que pregonéis eso
sin entrar
aquí?
ALDONZA: ¿Por qué entra,
si
sabe, en la igreja el perro?
Porque
halla la puerta abierta;
pues ¿es mucho haber yo hecho
lo que un perro sabe
hacer?
¿Quieren trébole y poleo?
INÉS: ¡Ola!
salíos allá fuera.
ALDONZA: ¡Ola!
digo que no quiero,
que
también sé yo olear
sin ser
cura ni haber muertos.
INÉS: ¿Quién
os mandó entrar aquí?
ALDONZA: Naide,
que no hay manamiento
de no
entrarás en la casa
de tu
prójimo. ¿Ah, mancebo?
Todos
estamos acá.
LUIS: ¡Oh
Aldonza! Pues ¿qué tenemos?
ALDONZA: ¿Qué sé
yo? Pena de ver
que habléis
con Costanza. ¡Puerros!
A ella
digo. ¿No me compra
zarzamoras?
INÉS:
¡Qué molestos
que son
siempre estos villanos!
Ya os
digo que no las quiero.
ALDONZA: Pues compradlas vos, buen hombre,
que zarzamoras os vendo,
porque
amor en zarzas mora
y ansí
tan picada vengo.
LUIS:
Aldonza, no seas pesada.
INÉS:
¿Conocéisla?
LUIS:
Mucho tiempo
ha que
la vi en Torrejón.
ALDONZA: ¿Mucho
tiempo, caballero?
Más ha
que murió mi agüelo.
Pero
dejémonos de esto
y
compradme zarzamoras;
que en
mi tierra yo me acuerdo
que andabais en busca de ellas,
y entre las zarzas y enredos
de promesas incumplidas
y favores lisonjeros
llegastes a coger una
que el
comerla por lo menos
causó pena y costó gritos.
Súpoos bien y amargóos luego.
LUIS: ¡Oh,
qué bachillera estás!
ALDONZA: Y vos
sois un majadero,
pues a
la corte os venís
por
zarzamoras, sabiendo
que aquí
no las hay con flor
que se
les pierde en naciendo;
y
después de desfloradas
andan a
la flor del remo;
mas
como las zarzamoras
que
comistes en mi puebro
la
voluntad os mancharon,
y
vuestro gusto cumplieron,
y para quitar las manchas
de moras no hay tal remedio
como buscar otras nuevas,
querréis quitarle al deseo
la
mancha con esta verde.
¡Huego
en vos y en ella huego
si os
creyere como yo!
INÉS:
Geroglíficos son éstos,
don
Luis, no de villana.
LUIS: (¡Qué
esto sufro, vive el cielo! Aparte
Loca,
ella me enreda aquí,
si la
escucho y me detengo.
Quiero
ausentarme por ver
si me
sigue, que sospecho
que el
infierno la ha traído
para
fin de mi sosiego.)
Mi
padre me está esperando,
yo
volveré presto a veros;
no
creáis rusticidades
de
villanos.
ALDONZA:
Pagaréislo.
LUIS:
¡Villana, si no calláis!
Vase don LUIS
ALDONZA:
¿Amenazas? ¡Lindo cuento!
¡Hao!
¿no compráis zarzamoras?
INÉS: Si como
zarzas los celos
despedazan las entrañas,
zarzas
están deshaciendo
mi
engañado corazón
con espinas de tormentos.
¿Qué enigmas son los que has dicho?
ALDONZA: ¿Soy yo
tienda de barbero
que de
enigmas se compone?
La
verdad deciros quiero.
Sabed
que a una zarzamora
picó
este tordo en mi pueblo
dándola antes de picarla
palabra
de casamiento.
Si
empalagado procura
con
promesas y embelecos
picar en vos, ¡oje allá!
zarzamora, tened seso,
que
tien ya este tordo torda
y os
quiere burlar aquesto.
Basta,
y ¡á las zarzamoras!
INÉS:
Escucha.
ALDONZA:
¿Quieren poleo?
Vase
INÉS: ¡Oh
engañoso don Lúís!
De tu
natural travieso
y
mudable condición
no te
esperaba sino esto.
Aunque
tanto te he querido
no
viene tarde el remedio;
a César
dejé por ti,
desde hoy por César te dejo.
Hoy daré satisfacción
a mi
venganza y sus celos
y a mi
mudanza disculpa.
¡Ay hombres, plumas al viento!
Vase doña
INÉS. Salen la SANTA y
CRESPO, MINGO y BERRUECO,
pastores
CRESPO:
Madre Juana, esto ha de ser,
que es
amparo de Toledo.
SANTA: Nada
valgo y poco puedo.
CRESPO: No hay
que habrar. Ha de saber
que
si Mari Crespa da
en rezongas y en porfías,
aunque habre veinte días
arreo
no callará
si
todo el pueblo se junta
y con
cura y campanilla
va en
procesión a pedilla
que
calle un poco.
MINGO: Despunta
de habradora, y es gran mengua
que una
mujer habre tanto.
CRESPO: ¡No la
diera el cielo santo
almorranas en la lengua!
Vine
de la arada ayer
cansado, si en ocasiones
cansan
tanto los terrones
como
hablando una mujer,
y
dije, "¿Qué hay que cenar?"
Dijo,
"Olla." "No quiero
olla,"
respondí, "si con cebolla
la vaca
podéis picar
y
her un salpicón." "No
quiero,"
respondió, "si que cenéis
olla." "No me
repriquéis
ni
andemos al retortero,
Crespa de la maldición,"
dije. Y dijo "Heis de cenar
olla,
no hay que porfiar."
"No ha de ser si salpicón,"
respondí. "Pues no hay sino
olla."
"Pues salpicón ha de ser."
"Pues olla habéis de
comer."
Subióse el humo a la cholla
y
levantando las haldas
del
sayo, con un bastón,
haciéndola salpicón
los
güesos en las espaldas,
por
más que anduvo la folla
sin decir "Dios sea conmigo,"
daba
gritos. "Olla digo,
olla
quiero, no hay sino olla."
Y
darle que le darás,
ella
olla, yo salpicón,
hasta
que quebré el bastón
y ella no pudo habrar más.
Pero
aunque no pudo habrar,
por
salir con su interés,
arrastrando cuerpo y pies
se hué
derecha al vasar,
y
aunque no podía gañir,
dijo después que se echó
entre las ollas que halló,
"Entre ollas he de
morir."
Hice matarla una
polla,
por
vella tan mal parada
y
llevándosela asada,
dijo,
"No ha de ser sino olla."
Y
tanto en su tema dura,
que
habiendo el cura venido,
por
decir, "Confisión pido,"
le
dijo, "Olla, señor cura."
Ella
queda, en fin, de suerte
que hoy
se irá, a lo que me fundo,
por
ollas al otro mundo
y a mí
me piden su muerte,
si
no es por vos, madre Juana,
curádmela de tal modo
que,
porque sane del todo,
la
dejéis la lengua sana.
SANTA:
Crespo, el hombre que se casa,
a
sufrir está obligado
los
defectos de su estado
y las
faltas de su casa.
La
cabeza no maltrata
ni
menosprecia los pies;
curadla, y ved que no es
mala la
mujer que trata
bien
su honor y le respeta,
y llevad con más amor
faltas que no son de honor;
que no hay cosa tan
perfeta
que
alguna falta no tenga
en el
mundo; regaladla,
hermano
Crespo, y curadla,
porque
a morirse no os venga.
CRESPO: Si
es la lengua cruel veneno
en la
mujer, madre Juana,
y éste
con otro se sana,
remedio
para harto bueno
por
quitarla este quillotro
que la
hiciéramos comer
la
lengua de otra mujer,
sanara
un veneno al otro;
mas, pues no hay tienda de lenguas
y me puso esta cruz Dios,
pedid
que la sane, vos,
que yo
sofriré mis menguas.
Sale LILLO
LILLO: (La madre Juana está aquí; Aparte
con no
poco temor llego.)
SANTA: ¡Oh,
hermano Lillo!
LILLO: Don Diego,
mi
señor, que sólo en ti
puesta su esperanza tiene,
aquesta
carta te envía
y para
la enfermería,
mientras que a verte no viene,
un
regalo y cien ducados
de
limosna.
SANTA:
Siempre da
con largueza.
¿Cómo está?
LILLO: Con
infinitos cuidados
en
que don Luis le ha puesto.
SANTA: Algún
mal le ha de venir
notable
por consentir
que
viva tan descompuesto.
Y el
hermano, ¿no escarmienta,
en dos
amos que ha tenido,
a quien
tan mal ha servido?
¿No
sabe que ha de dar cuenta
delante el tribunal mismo
de
Dios?
LILLO:
Soy un mal cristiano
que,
pecando en castellano,
he de
dar cuenta en guarismo;
pero
yo juro la enmienda
si el
perdón de Dios me alcanza.
CRESPO: ¡Hao!
¿Ésta es la buena lanza
por
quien nuestro honor y hacienda
don
Jorge habría destruído
a no
morir?
MINGO:
¡Que se atreva
venir
aquí!
BERRUECO:
Si no lleva
el
castigo merecido,
no somos hombres de bien.
CRESPO: Uno
trazo que no es malo.
LILLO: En el
torno está el regalo
y los
dineros también.
SANTA:
Vaya, pues, hermano, al torno,
y
respuesta llevará.
CRESPO: Y en
volviendo por acá
le
daremos el retorno
de
las burlas que nos debe.
SANTA: La
salud pediré a Dios
de
vuestra mujer, y a vos
os
pido, si la ira os mueve
otra
vez, que no deis muestras
de
vuestra necia crueldad;
sus
faltas disimulad,
pues
ella sufre las vuestras.
Vanse la SANTA
y LILLO
CRESPO: Yo
juro no hella más daño
por que
más no nos inquiete;
y nos
pague este alcagüete
lo de
antaño y lo de hogaño,
un
castigo le he de her
con que
se acuerde de mí.
Una
purga compré.
MINGO: ¿Sí?
CRESPO: Para
dar a mi mujer,
que
la recetó el dotor
y ella
recibir no quiso.
MINGO: Hizo
bien.
BERRUECO:
Eso la aviso.
CRESPO: Hagamos
que este hablador
la
tome, y purgue con ella
todas las bellaquerías
que quillotró en tantos días.
BERRUECO: Bien
decís.
CRESPO:
Pues vo por ella.
MINGO:
Andad y buena pro le haga.
CRESPO: En
saliendo he de esperar,
que, pardiez, ha de purgar
las
entrañas por de zaga.
Vase
CRESPO. Sale LILLO
LILLO: (Con
la Santa he despachado Aparte
lindamente. Quiera Dios,
Lillo,
que os escapéis vos
de este pueblo conjurado;
pero, aquí están; ¿qué he de hacer?)
BERRUECO: ¿Qué
hay por acá, señor Lillo?
LILLO: (Hay
harto ungüento amarillo Aparte
si
quieren llegar a oler.)
MINGO: ¿No
mos responde?
LILLO: (No puedo, Aparte
que
cierta prisa me avisa
que me
vaya, y una prisa,
si es
de tripas y con miedo,
no
repara en cortesías.)
BERRUECO: Pues
hoy ha de reparar
en
ellas a su pesar.
Detiénenle
LILLO:
(¡Acerté, desdichas mías!) Aparte
Déjenme ir, que siento en mí
temerario desconcierto.
MINGO: No se
ha de ir, aquesto es cierto.
LILLO: ¡Por
Dios, que me vaya aquí
si
no me dejan, señores!
BERRUECO:
Alléguese, socarrón;
agora
sabrá quién son
de
Cubas los labradores;
que
no hay plazo que no llegue
ni
deuda que no se pague.
LILLO: Ni
mujer que no se estrague,
ni
sarna que no se pegue...
Sale CRESPO con
un vaso
CRESPO:
¡Hao, par Dios, que viene entera!
Buena a
mi mujer hallé,
y callando, que no hué
poco
milagro.
BERRUECO:
Aquí espera
un
amigo vuestro.
CRESPO: ¿Es Lillo?
Beso a
vuesarcé las manos.
LILLO: Líbreme
Dios de villanos.
CRESPO: ¿Qué
tiene, que está amarillo?
LILLO:
Corrimientos a traición.
CRESPO: Deme
ese pulso. ¡Oh qué malo!
LILLO: Mas
¿qué hay receta de palo?
CRESPO: Tenéis
grande opilación...
LILLO: ¿Yo?
CRESPO:
...de socarronería.
LILLO: ¿Y
querréis darme el acero?
CRESPO: Al
menos que purguéis quiero
toda
esa bellaquería.
Haceos la cruz y bebed,
que
seis reales me costó.
LILLO: Veneno
es; mi fin llegó.
BERRUECO: ¿No
bebéis?
LILLO:
No tengo sed.
Beba
vuesarcé primero;
que
siempre fui bien crïado.
CRESPO:
Acabemos.
LILLO:
Ya ha llegado
mi
muerte; bebiendo muero.
Castigos hay menos malos
sin que
la muerte me deis;
riendas
y azotes tenéis,
darme
podéis dos mil palos;
pero
matarme; ¿por qué?
CRESPO: Que no
es veneno, traidor,
sino
purga que el humor
os
cure; yo la compré
por
seis reales con intento
de
vuestro bien y quietud.
LILLO: Tal os
dé Dios la salud
como es vuestro pensamiento.
¡Lástima de mí tened;
mirad
que es crüel castigo
el
darme veneno!
CRESPO: Digo
que no
es sino purga, oled.
LILLO:
¡Puf, qué de ruibarbo
echó el
ladrón del boticario!
BERRUECO: Acabad.
LILLO:
Extraordinario
castigo
el diablo inventó.
Aún
no ha entrado y ya me urga
las tripas.
MINGO: Beba.
LILLO: ¿Hay más graves
burlas? ¿Sin darme
jarabes
quieren
que tome la purga?
MINGO: Ea,
que no es más de un trago.
LILLO: De mi
muerte lo será;
mas, pues de cámaras va,
hoy de mi cámara os hago.
CRESPO:
Acabemos, o si no...
LILLO: Allá
va. ¡Jesús, mil veces!
Bebe
MINGO:
¿Embocólo?
CRESPO:
Hasta las heces.
LILLO: ¡Mal
haya quien te guió
y la
especie que te echaron!
Ea, ya podrán dejarme,
pues me obligan a purgarme
en salud; bien se
vengaron.
¡Ay!
Ya empieza el apretura;
váyanse, porque me voy.
¡Ay,
ay, Dios, qué hinchado estoy!
¿No se
van? Que de madura
se
va cayendo esta fruta.
CRESPO:
Sosiéguese.
LILLO:
¿Hay tal tormento?
MINGO:
Esmpiece a contar un cuento.
LILLO: ¿Qué
cuento? ¡Pese a la puta
que
me parió!
CRESPO: Buenos pagos
nos da.
LILLO:
¿Qué os he de pagar?
CRESPO: La
purga.
LILLO:
Llegá a cobrar.
CRESPO: ¿De
dónde?
LILLO:
De los rezagos.
¡Ay, ay! ¡Señores, señores,
pues que ya se han burlado
harto,
déjenme! ¡Ay!
MINGO:
¿Está de parto?
LILLO: Sí, hermano, y con los dolores.
¿No
basta ya la matraca?
CRESPO: ¿Es
niño o niña?
LILLO: Será
el
diablo, pues sabe ya
antes
de nacer la caca.
¡Ay!
¿Mas que han de hacer que hieda
la
burla? ¡Ay, no hay que esperar!
Vase LILLO
CRESPO: Un
tarugo le he de echar
y
atalle por que no pueda
her nada.
BERRUECO: Acabad, dejalde.
CRESPO: Venid,
veréis lo que pasa.
¡Alcagüetes, alto, a casa,
que yo
os purgaré de balde!
Salen
don LUIS y ALDONZA
LUIS: Segunda vez me persigues?
ALDONZA: Al Amor pongo por juez,
que solamente una vez
te amé porque me castigues;
un amor, una memoria,
un cuidado y un deseo
es siempre el mío, y no veo
una palabra, una gloria
un favor, una esperanza,
un regalo, una afición,
pues en ninguna ocasión
hallo en tu rigor mudanza.
Castiga, pues, mi porfía
pues tu rigor la condena,
que por librarme de pena
quiero hacer tu culpa mía.
LUIS: ¿Qué te debo yo?
ALDONZA: No sé.
LUIS: Pues ¿qué me pides?
ALDONZA: Amor.
LUIS: ¿Sin deberle?
ALDONZA: No, señor.
LUIS: Luego ¿debo?
ALDONZA: Sí, a mi fe.
LUIS: La fe sin obras es muerta.
Mal fundada deuda cobras.
ALDONZA: Si en mi fe faltaron obras
fue por tu culpa, que es cierta.
LUIS: Bien sé yo que en Torrejón,
patria tuya, heredad mía,
como de burlas tenía
y te mostraba afición;
porque el Amor desterrado
del interés, de Madrid,
se fue con discreto ardid
al campo en que fue crïado,
y jugando mano a mano
con los dos junto a una fuente,
sentí un ligero acidente,
que, gloria a Dios, ya está sano.
Cumplió su destierro Amor,
y, al fin, se ha vuelto a la
corte
a pretensión que me importe
de más gusto y más valor.
No puedes llamarme ingrato
siendo aquel amor un juego,
pues si gané, te di luego
mil requiebros de barato.
ALDONZA: No da en barato el avaro
amando de cumplimiento
palabra de casamiento,
que así lo barato es caro;
mas como a todas le das
y sé que juegas agora,
vine a ver a esa señora,
y así si me dieses más.
Pero, pues me has despedido
cuando tan humilde llego,
entenderé que en el juego
con esa dama has perdido,
y más habiéndome dado
ella de barato un gusto,
que es despreciar como es justo
al que a mí me ha despreciado,
pues dio palabra el Amor
de castigar el mal trato
de cualquier amante ingrato
con otro competidor.
Doña Inés y el interés
me vengan de tu inconstancia,
que en ella, por su ganancia,
es ya su amor ginovés.
César, traidor, te usurpó
la dama que juzgas fiel,
que es César, y como él,
al fin vino, vio y venció.
¡En buen cuidado te he
puesto!
LUIS: Solos estamos los dos,
y a los celos, como a Dios,
se les da la fe muy presto.
Dime lo que en eso sabes,
no aumentes más mis enojos,
que en la boca y en los
ojos
no sufre la mujer llaves.
Volverte a amar te prometo
si aquesto vengo a saber.
Di, pues paga una mujer
a quien la escucha un secreto.
ALDONZA: Es verdad; pero no en mí,
que el saberlo me costó
mil penas.
LUIS: Páguelo yo
con tu amor.
ALDONZA: ¿Querrásme?
LUIS: Sí.
ALDONZA: Aunque tu dureza es tal,
con nueva esperanza llego,
pues los golpes sacan fuego
del más duro pedernal.
Digo, pues, escucha.
LUIS: Di.
ALDONZA: Que vine a entrar donde estaba
tu dama.
LUIS: Ya lo sé; acaba.
ALDONZA: ¿Consientes el nombre?
LUIS: Sí.
ALDONZA: Luego ¿es tu dama?
LUIS: ¿Pues no?
ALDONZA: ¡Y a mí que me paren duelos!
LUIS: ¡Oh!
Pues, ¿si repican celos?
ALDONZA: ¡Oh!
Pues, si no he de ser yo
tu dama, cuéntelo ella.
LUIS: Vuelve, espera, que tú eres
entre todas las mujeres.
ALDONZA: ¿Tu esposa?
LUIS: Mi prenda bella.
ALDONZA: Esta dama de ajedrez,
pues se queda con el nombre,
y sin el dueño, aunque es
hombre,
que la pagará otra vez.
LUIS: No haré tal si me ha ofendido.
ALDONZA: Pues no ha ofendido en verdad,
que si muestra voluntad
es el señor su marido;
que en saliendo de la calle
tu persona amartelada,
entró tentando la espada
otro de tan lindo talle;
y apenas tocó en la reja,
cuando la buena señora,
porque esperaba la hora,
puesta a sus hierros la oreja,
le respondió y ordenó
un diálogo que llamas
duo de galanes y damas,
cual le tengamos tú y yo.
"Alma, vida, corazón,
quiero, estimo, adoro, amo,
busco, pido, sigo, llamo;
ventura, tiempo, ocasión;
fe, lealtad, constancia,
gloria;
obras, palabras, deseos,"
y otros gustos y trofeos,
reliquias de su victoria.
LUIS: ¡Ay de mí!
ALDONZA: Mucho más hay
en su venturosa suerte;
pídele, pues, a la muerte,
si tienes celos, un ay,
que aquesta noche los dos
tienen, crüel, de gozarse,
y esotro día casarse
con la bendición de Dios.
LUIS: Basta, calla, que aunque veo
mi desengaño en tu hablar,
la lengua te he de cortar,
que puedo más que Tereo.
Ni me hables ni veas jamás;
vete.
ALDONZA: Harélo; aunque me pesa,
pues el ave que está presa
por librarse se ata más.
Vase
LUIS: ¡Oh, tiempo riguroso! ¡Oh, noche
aleve
encubridora del amor tirano!
¡Oh, quién al ángel que a los
cielos mueve
pudiera detener la diestra mano!
¡Oh, quién al día, cuyo curso
breve
la sucesora noche sigue en vano,
le pudiera aumentar mil horas largas,
por más que á mi temor fueran
amargas!
Extranjero, ladrón, rico
dichoso,
metal de estima lejos de su
origen,
río a larga corriente caudaloso,
pues ondas tuyas mi chalupa
afligen,
dinero con mujeres poderoso,
cuyas arenadas letras vencen,
rigen,
atropellan, subliman, sueltan,
prenden,
dan, quitan, menosprecian y defienden;
atrevido, cobarde, avaro,
franco,
maná que a todo sabes, ¿qué me
quieres?
Dinero en reales blancos cuyo
blanco
es al que miran hombres y
mujeres,
si estás como en galera puesto
en banco,
¿por qué me haces remar? ¿por qué
prefieres
a mi amor el de César
extranjero?
Mas ¿quién es natural como el
dinero?
Salen
don DIEGO, leyendo una carta, y
LILLO
DIEGO: Beso mil veces la amorosa firma
de aquella mano venerable y
santa
cuya memoria tierna me confirma
el bien que espero y mi temor
espanta.
"Juana" no más por
humildad se firma,
que es cifra Juana y la
abundancia es tanta
de gracia en Juana, que a su
letra vista
la puede acreditar San Juan
Bautista.
LUIS: Mi padre viene y por su edad
anciana,
contrario a mi deseo y verdes
años,
favores busca de la Santa Juana;
no sé si diga en mi opinión
engaños.
¡Ay de mí triste! Que a su tiempo vana
produce mi esperanza tantos
daños.
LILLO: ¡Y ay de mi! Que he purgado en pie y
vestido
en verso suelto el alma y el
sentido.
DIEGO: ¿Quién da voces, que en ellas me
parece
mi caro don Luis?
LUIS: Yo soy, que siento
de mi fortuna que en desdichas
crece
la fuerza que ha de hacer mi fin
violento.
Muero rabiando, que morir merece
en tierna edad un loco
pensamiento;
rabiando, pues jamás tendrá
ventura
para gozar del gusto que
procura.
DIEGO: Querido hijo, imagen de mi alma;
calor de mi vejez helada y fría;
de mis trabajos merecida palma,
siempre verde laurel, corona
mía,
cuando parece que en serena calma
navega mi esperanza en quieto
día,
se me obscurece el cielo porque
sienta
cifrada en ese rostro mi
tormenta.
De mis hijos, Luis, fuiste el
postrero;
tomó la muerte en los demás
venganza,
quedaste sólo, y como tal te
quiero,
por no tener de otros esperanza.
Cuando tu atrevimiento considero
como eres tú mi ser y semejanza,
si quiero castigarte, al punto
digo,
no dice bien amor con el
castigo.
Luis, ¿qué tienes? ¿quién te
da disgusto?
No sólo al corazón, al rostro
llega.
Abrázale
¿Hate faltado en ocasión de
gusto
Fortuna aleve, que es mudable y ciega?
Gasta mi hacienda, tu deleite es
justo,
inventa galas, enamora, juega,
mi amor conoces, mi escritorio
sabes,
saca dineros, ves aquí las
llaves;
mas -- ¡ay de mí! -- que en esta
carta leo
otras razones de mayor estado.
La santa Juana culpa mi
deseo
dándome de tu bien mayor
cuidado;
su aviso santo y su prudencia
creo,
que no suele gozarse mal logrado
el hijo libre, si en edad tan
tierna
su padre no le enseña y le
gobierna.
Una cuenta santísima me envía
porque en el nombre de tan alta
cuenta
me acuerde que he de darla cada día
de esa tu edad y libertad
violenta.
Ea, pues, hijo, cara prenda mía,
como pasados tus descuidos
cuenta
y vive de manera que tu vida
no la dejen los vicios mal
perdida.
LUIS: ¡Oh, mal haya mi vida, pues en
ella,
cuando yo rabio tu sermón
escucho!
Quien dio de corta edad larga
querella,
de el mundo y de su ley no sabe
mucho.
¿Tan vicioso soy yo? ¿Tan mala
estrella
me precipita? Con tus quejas
lucho,
y pienso yo cuando me miro y veo
que aquesa monja me pintó más
feo.
¿Qué cosa hay en el mundo tan
cumplida
que no llegue a tener alguna
falta?
El sol hermoso, padre de la
vida,
con un eclipse se obscurece y
falta;
el diamante, en firmeza no
vencida
que con sus rayos los del sol esmalta,
no está de faltas y malicia
ajeno,
porque, deshecho, sirve de
beleno.
La tierra, el agua, el aire,
es bueno y malo,
y ya sirve tal vez un elemento
de gusto, y da al manjar vida y
regalo
y tal vez de castigo y de
tormento.
Humano soy, por serlo los
igualo,
a uno tendré quejoso, a otro
contento;
soy bueno y malo, ajeno de
artificio,
tendré alguna virtud como algún
vicio.
No mida más la monja por su
gusto
los de mi edad, que puede ser
que sea
de esta mi injusta vida el fin
tan justo
que ella le envidie cuando en mí
le vea;
y si no se pretende mi disgusto,
ni se reciba cuenta ni se lea
carta de Santa Juana, que es
lisonja
llamarla santa cuando sobra
monja.
DIEGO: Ya te debo responder
a dos cosas. La primera,
don Luis, porque quisiera
que mudases parecer,
es en la estima y respeto
de Santa Juana, a quien yo
por ver que le mereció,
guardarle siempre prometo;
porque si Naamar me avisa
que tanto estima y respeta
la santidad de un profeta
y aquella tierra que pisa,
que lleva a su patria de ella
por reliquia soberana,
yo estimo a mi Santa Juana
su tierra y sombra por ella.
Ninguna disculpa salva
a quien culpa un religioso,
que suele vengar un oso
el murmurar de una calva;
cuanto y más que si recibes
por su oración y virtud
los consejos, la salud
y hasta la vida que vives,
no la debes murmurar,
porque parecen tiranos
contra José sus hermanos,
pues él les lleva el manjar
y ellos le venden a él;
pasión de envidia inhumana,
y sustenta Santa Juana
a quien le vende crüel.
LILLO: ¡Que tantas letras alcance
y las historias que escucho
un viejo! Pero ¿qué mucho,
si hay sermones en romance?
DIEGO: La segunda cosa es
que, respetando su nombre,
agora vivas como hombre
y como santo después;
que si yo te di el consejo,
no fue por darte pesar,
sino que quise pagar
la deuda de padre y viejo.
Hablan
entretanto padre e hijo
LILLO: Agora llega mi vez,
y convertido en dotor.
si quieres santir, señor,
y dar alegre vejez
a tu padre, está en mis manos
su salud y vida. Espera.
Récipe: una purga
entera
de Cubas y sus villanos,
y verás que en pocos días,
como yo, si a esto te atreves,
serás un santo si bebes
purga de bellaquerías
sin quedar una no más,
porque hice mil seguidillas,
más que la cera amarillas,
y fui poeta por detrás.
LUIS: Padre mío, estoy de suerte
que no me puedo alegrar,
y pienso que has de llorar
por culpa tuya mi muerte
si no me haces un favor
y me cumples un deseo.
DIEGO: Dile, hijo, que no creo
que te le niegue mi amor.
LUIS: César me importa que esté
por esta noche en prisión.
DIEGO: Pues, ¿cómo o por qué razón?
LUIS: (Buena es la que imaginé.) Aparte
Por las cuchilladas que hoy
tuvo conmigo a mi puerta.
DIEGO: Poca razón, aunque cierta.
A darle noticia voy
a un alcalde amigo mío,
que, sin mostrar que es hacer
mi causa, le hará prender
de justicia.
LUIS: Yo confío
de tu amor y diligencia
que me ha de dar este gusto.
DIEGO: Vence, aunque no fuera justo,
el autor a la conciencia.
Yo voy.
LUIS: Vamos, Lillo, pues.
LILLO: Pienso que tu mal gobierno
nos va llevando al infierno
como recua a todos tres.
Vanse. Salen MARÍA, monja, y la
SANTA
MARÍA: Doña Ana Manrique está,
madre, de un mortal dolor
de costado cual dirá
esta carta, y con temor
Dásela
yo de que está muerta ya.
Fue de don Jorge mujer,
y por lo que a los dos
debo,
madre, llego a interceder
por ella. A mucho me atrevo
pero por mí lo ha deshacer.
Escríbele, madre mía,
que ruegue por ella a Dios
que es hoy el séptimo día,
y a mí, por ver que las dos
nos hacemos compañía.
También me escribe le acuerde
esto mismo, madre Juana.
Duélase de la edad verde
de su devota doña Ana
que aprisa la vida pierde.
SANTA: Siempre doña Ana Manrique
con obras y devoción
me ha obligado a que publique
su valor y mi afición
le muestre y le signifique;
y así yo tendré el cuidado
que a su mucho amor le debo,
y Dios será importunado
de mí, pues siempre me atrevo
a su llaga de el costado
en cuya fuente divina
la experiencia y la esperanza
salud y vida imagina,
que aun al dueño de su lanza
le sirvió de medicina.
En su costado pondré
el dolor que en él padece
doña Ana, y Jesús le dé
la salud que ella merece,
si no por mí, por su fe;
que fue mi perseguidor
don Jorge, y por su persona
la debo tener amor,
pues me labró la corona
de tanto precio y valor.
MARÍA: ¡Ay madre del alma mía!
Que renueva la memoria
que de él tengo cada día.
¿Si está don Jorge en la gloria,
cómo de Dios se confía?
Si por ventura padece
en purgatorio por mí,
¿qué más la causa merece
que en este mundo le di?
SANTA: Dios es quien le favorece.
Vaya y tráigame recado
de escribir; responderé
a la carta que me ha dado.
MARÍA: Favor debido a la fe
que doña Ana la ha mostrado.
Vase
sor MARÍA
SANTA: Sabe Dios cuánto deseo,
como la madre María,
saber el dichoso empleo
de don Jorge desde el día
que murió, que aunque sé
y creo
que Dios a mi instancia y
ruego
le perdonó, y es notorio
que ha de gozar su sosiego,
no sé si en el purgatorio
aún da materia a su fuego.
Aparécese
un toro, al parecer de bronce,
echando
llamas
Regalado Esposo mío,
soy, como mujer, curiosa
de saber. Ruego y porfío
que fue el alma venturosa
de don Jorge; en Vos confío.
Sacan
el toro echando fuego
Pero ¿qué monstruo de fuego
de otro Fálaris tirano,
cielos, turba mi sosiego?
Laurel, Ángel soberano,
que os dejéis ver, pido y ruego.
Sale
el ÁNGEL por arriba, después don
JORGE
ÁNGEL: ¿Cuándo fue el enamorado
de la dama que pretende,
si llamado importunado,
pues que viene y condeciende
luego, a su amor y cuidado?
Aunque yo no he merecido,
Juana mía, el ser tu amante,
Dios es por quien he venido,
y en tu amoroso semblante
su paje de guarda he sido.
SANTA: Con la quietud y reposo,
Ángel mío, que estáis vos,
sereno el rostro y hermoso,
bien dice que veis a Dios
y que le gozáis glorioso.
Ábrese
por un costado el toro y esté
dentro
Don Jorge
¡Ay mi Laurel!
ÁNGEL: Muestra aliento;
mira a don Jorge en sus penas.
JORGE: Vuelve, Juana, el pensamiento,
que en penas de penas llenas
excedo al rico avariento;
mas, por lo mucho que alcanza
tu oración, de los favores
de Dios espero bonanza,
que entre las llamas mayores
es céfiro la esperanza.
En el purgatorio estoy
por tu favor y merced;
pues de mí te acuerdas hoy
y es tan terrible mi sed,
piadosas voces te doy
Madre Juana, la ocasión
tienes de pagar agravios
con piadoso galardón;
recrea mis secos labios
con agua de tu oracion.
Encúbrese
SANTA: Alma pacífica, en medio
de tantas penas espera,
que yo por darte remedio
estas penas padeciera.
¡Si hallar pudiera algún medio!
Baja
el ÁNGEL
ÁNGEL: Basta el deseo que tienes
para que a don Jorge valga
la ayuda que le previenes;
por ti querrá Dios que salga
a gozar, Juana, sus bienes.
SANTA: ¡Qué bien conoces quién es
el dueño de aquesa gloria!
Eres nube de sus pies;
por mí no encubrió la
historia
de sus ángeles Moisés;
mas antes que tu hermosura
me deje triste y se
parta,
la salud que aquí procura
doña Ana en aquesta carta,
Laurel divino, asegura.
ÁNGEL: ¿Quisieras tú que yo fuera
y que a doña Ana Manrique,
salud en su nombre diera,
por que de tu amor publique
honra y fama verdadera?
SANTA: Por mí no; mas por la gloria
que ha de resultarle a Dios
de aquesta hazaña notoria.
ÁNGEL: Vamos a verla los dos;
será tuya esa vitoria.
SANTA: ÁNGEL mío, dadme luego
vuestras alas y favor.
Sale
MARÍA con tinta y papel
MARÍA: Madre Juana, tarde llego,
si hay tardanza en el amor;
escriba a Madrid la ruego;
mas ¡ay de mí! que la veo
penetrando el aire puro.
Goce yo de ese trofeo.
Alguna prenda procuro
cual de Elías a Eliseo.
Arroje siquiera el velo,
si Elías arrojó el manto.
SANTA: Hermana, tenga consuelo,
no soy digna, ni levanto
por tanto tiempo mi vuelo;
yo volveré a verla luego,
que voy a ver a doña Ana.
Desaparece
MARÍA: Sin vos no tendré sosiego.
Yo voy a contarlo, Juana,
con doce lenguas de fuego.
Vase. Salen LILLO y don LUIS, como de
noche
LILLO: Si va a decir la verdad,
cosa que no suelo hacer,
yo no acabo de entender
tu enredada voluntad.
LUIS: ¿Qué dudas? Pregunta.
LILLO: Escucha.
Cuando hablé a la madre Juana,
en la cual, con ser humana,
la divinidad es mucha,
me dijo un largo sermón
que te dijese y no digo,
porque pienso que contigo
pudiera más un salmón;
y al fin cifró sus consejos
con que el hombre es vidrio en
todo;
quiébranse del mesmo modo
los vasos nuevos y viejos.
No es el concepto muy grave
a quien no le entiende bien.
LUIS: Yo sí entiendo.
LILLO: Y también
un tabernero lo sabe.
Volví a Madrid con respuesta
esta tarde, en ocasión
que tratabas de prisión
de César. La duda es ésta:
¿para qué has hecho prender
este ginovés, que ha dado
sospechas de que ha quebrado,
y a quién has venido a ver?
LUIS: ¿Dudas más?
LILLO: ¿No son tres dudas
el por qué, cómo y a
quién,
y por ser hombre de bien,
por dudas, no se ahorcó Judas?
LUIS: ¿Prendieron a César?
LILLO: Sí;
que apenas llegó, un soplón
a un alguacil motilón,
no de los graves de aquí.
LUIS: ¿Qué es motilón?
LILLO: Alguacil
de la villa. ¿Esto no sabes?
LUIS: Pues ¿quién son esotros graves?
LILLO: En criminal y en civil
los alguaciles de corte
son como más estimados
.................... [ -ados]
.................... [ -orte]
los de córte, si los pones
en danza los más honrados,
maestros y presentados
y esos son los motilones.
Embolsáronle en la
red;
que una vara pesca ya
ginoveses.
LUIS: Porque está
preso te he de hacer merced
de un vestido.
LILLO: Tal que pueda
parecer tu mayordomo.
Fácil es hacerle.
LUIS: ¿Cómo?
LILLO: De tus marañas de seda.
LUIS: Respondiendo a tu pregunta,
digo que él tiene una dama
hermosa y de mucha fama.
LILLO: Ésa es mucha gracia junta;
pero pregunto, ¿héisla visto
por la mañana en ayunas?
LUIS: ¿Por qué?
LILLO: Porque sé de algunas
que, antes de tomar el pisto,
la unción, el ajo, el betún,
el no sé cómo le llame,
tienen una cara infame
y un frontispicio común;
y después de preparado
de el rostro, alguna mujer
tiene mejor parecer
que puede dar un letrado.
LUIS: Basta decir que es muy bella.
LILLO: No basta.
LUIS: Pues ¿por qué no?
LILLO: Quiero contestarme yo,
si tengo de hablar con ella.
LUIS: Pues por gozar de esta dama
que pretendo y solicito,
al ginovés se la quito,
por más que le quiere y ama,
porque esta noche tenía
aplazado el primer bien.
LILLO: Luego, ¿es doncella también?
LUIS: Doncella, por vida mía.
LILLO: Las doncellas de por vida
se han dado agora en mudar
en doncellas al quitar.
LUIS: Es doncella y bien nacida.
LILLO: ¿Así que nació doncella?
Esó aún se puede creer
de tan honrada mujer
por tu respeto y por ella.
LUIS: Yo vengo, en fin, a gozar
esta cesárea afición.
LILLO: Tú vienes a ser ladrón;
Amor te ha de disculpar.
Dijo un buen entendimiento,
por cortesano lenguaje,
que la ocasión tiene un paje
llamado arrepentimiento;
porque es forzosa razón
que se duela y se arrepienta
cualquier persona que sienta
que se pasó la ocasión;
y tú, que en aqueste ensayo
nadie quieres que te ultraje,
por excusar aquel paje
vienes con este lacayo.
LUIS: Calla, que ya en la ventana
hacen señal.
LILLO: Pues espera,
que si ella te conociera
fuera tu esperanza vana.
Déjame.
Llegaré yo,
y creerá que soy crïado
de César.
LUIS: Bien has pensado.
Sale
a la ventana doña
INÉS
LILLO: ¿He de llegar?
LUIS: ¿Por qué no?
INÉS: ¡Ce!
LILLO: De.
INÉS: ¿Sois vos?
LILLO: ¿Eres tú?
INÉS: ¿Es César?
LILLO: Y caballero
con seis letras de dinero
bien venido del Pirú.
LUIS: ¿Qué dices?
LILLO: Aún no me ha oído.
LUIS: Habla como su crïado
y no como él.
LILLO: Yo he pecado;
que pude ser conocido.
INÉS: ¿Quién es?
LILLO: Soy un servidor
o orinal de César, que
viene con él, y llegué
por él hablarla. ¿Señor?
INÉS: No me hables que le está mal
a mi honor. Entra, que es hora.
LILLO: Ya llega César, señora,
como un reloj puntüal,
como un reloj concertado,
como un reloj cuidadoso,
como un reloj dadivoso
y como un reloj armado.
LUIS: ¡Mi bien!
INÉS: Entrad, gloria mía;
gozad, César, la ocasión.
Vanse
LILLO: Si es César o Cicerón
allá lo veréis de día.
Pero ¡por Dios, que he
quedado
a la luna de Valencia!
El no entrar fue impertinencia,
lacayo soy serenado.
Bien me pudiera yo ir
a acostar, porque mi amo
no puede, si yo le llamo,
socorrerme ni acudir.
No me acuerdo que haya santo
abogado contra el miedo.
El mejor santo es san Credo
y si alguien viene san Canto.
Sale
don DIEGO y habla cada una de por sí
DIEGO:
Preso está César, y temo
alguna
gran travesura
de
Luis, que es quien procura
que
esté preso.
LILLO: Por extremo
tiemblo.
DIEGO:
He venido a rondar
esta
calle, por si acaso
le
hallo.
LILLO:
Ya siento un paso;
Judas
debe de pasar.
DIEGO: La
casa de doña Inés
pienso que es aquélla; sí.
LILLO: Un
bulto negro está allí,
Mauregato pienso que es.
Voyme, que es descortesía
defenderle yo la puerta.
DIEGO: Pues él
se va, cosa es cierta
que no
es su casa. Querría
saber quién es. ¡Hola, hidalgo!
LILLO: No soy
hidalgo.
DIEGO:
¿Galán?
LILLO: No soy
galán.
DIEGO:
¿Sacristán?
LILLO: No soy
sacristán.
DIEGO: ¿Sois algo?
LILLO: No
soy nada; que es mejor
no ser
nada en paz que mucho
en
guerra.
DIEGO:
Escuchad.
LILLO: Escucho.
DIEGO: ¿Es
Lillo?
LILLO:
Yo soy, señor;
y si
no supiera yo
que es
mi amo quien me humilla,
triunfara con la espadilla
que
muchas bazas ganó.
DIEGO:
¿Dónde está Luis?
LILLO: No sé.
DIEGO: Pues,
¿no está aquí?
LILLO: Sí, estará.
DIEGO: Luego,
¿sabes dónde está?
LILLO: No sé
yo si estará en pie,
sentado, acostado o cómo;
porque
el amor y Mahoma
permiten que duerma y coma
sin
decirnos duermo y como.
DIEGO: No
sé si entraré; no es justo
darle
pesadumbre en eso;
pues su
contrario está preso,
huélguese,
siga su gusto.
¡Ay,
Amor, qué mal cumplís,
las leyes de vuestro honor!
Mas soy padre, tengo
amor,
y no
más que a don Lüís.
Huélguese, que aunque no es justo
haberle en esto ayudado,
más
quiero verme culpado
que
verle a él con disgusto.
Quedaos Lillo.
Vase
LILLO: ¡Oh, padre tierno,
amoroso
y tan sufrido
que, de amor desvanecido,
llevas
tu hijo al infierno!
Sale don LUIS
LUIS: ¡Oh, mal haya!
LILLO: ¿Ya lo escupes?
¿Tan
malo es el bodegón?
LUIS: En
gozando la ocasión
nunca más la calle ocupes.
Sale CÉSAR
CÉSAR: El
alcaide, aficionado
de mi
dinero y de mí,
me da
licencia que salga
por
esta noche a dormir
a mi
casa.
LUIS: Gente suena.
LILLO: Si
suena será nariz.
¿Si es
tu padre?
LUIS: Sea quien fuere,
vámonos, Lillo, de aquí.
Vanse don LUIS
y LILLO. Sale a la ventana
doña INÉS
INÉS: Ya
perdido el primer sueño
será
imposible dormir,
y así
quiero ver si César
se fue
ya. ¿No es aquél? Sí.
César,
mi bien...
CÉSAR: Inés mía,
dichoso
he sido en venir
a tal
punto, pues mi amor
a la
reja recebís.
No
sabéis como estoy preso
por un
señor alguacil,
que es
como necesidad
con
cara de hereje al fin.
Prendióme
por causa leve,
que
apenas llegué a reñir,
sino a
mostrar de mi espada
el
toledano buril.
INÉS: ¿Cómo
no me lo habéis dicho
hasta
aquí?
CÉSAR:
Porque no os vi
hasta
agora.
INÉS:
¿Cómo es eso?
César
mío, ¿qué decís?
CÉSAR: Digo,
mi bien, que estoy preso,
y por
dineros salí
esta
noche de la cárcel,
y mi
amor vengo a cumplir.
Mandad,
señora, a una esclava
de
quien fïando os servís,
que,
porque espero a la puerta,
venga
más de prisa a abrir.
INÉS: ¿Qué
decís, César?
CÉSAR: ¿Qué digo?
¿Qué
confusión hay aquí
de
lenguas? Nunca yo os dije
cosas de amor en latín.
Mandadme abrir; no os burléis.
INÉS: Si vos
no os burláis de mí,
no os entiendo.
CÉSAR:
¿Cómo no?
INÉS: Pues
¿agora no salís?
CÉSAR: Sí,
señora, de la cárcel.
INÉS: No,
sino de mi jardín,
donde,
en amorosos lazos,
palabra
de esposa os di;
donde, con atrevimiento
más que
fuera justo en mí,
Venus
matizó las rosas
de mi
mal logrado abril.
CÉSAR: ¿Qué es
lo que decís, Inés?
Yo no
soy, porque no fui
el
venturoso ladrón,
abeja
de ese jazmín,
Otro
Paris ha gozado
lo que
a mí me atribuís,
que no
guarda más sus frutos
el
paraíso de Madrid.
INÉS: Ya,
cortesano extranjero
y desatino gentil,
te
entiendo; ya sé que niegas
las
prendas que yo te di.
No es
este lugar de quejas
ni he
de dar voces aquí;
mujer
soy, si me injuriaste
yo me
vengaré de ti.
Vase doña INÉS
CÉSAR:
Escucha, engañada hermosa;
mira si
fue don Luis
el
ladrón del dulce sueño
que ha
tenido tan mal fin.
Él es, sin duda ninguna.
¡Plegue a Dios, si fuese
ansí,
que
marchite y seque el tiempo
la
verde edad de mi abril!
¡Plegue
a Dios no vuelva
a
Italia sin padecer y sentir,
tormentas donde me anegue
sin darme ayuda el delfín!
¡Plegue
a Dios que Dios me falte
si no
me vengare en ti
o
matándote o muriendo,
pues es
vengarse el morir!
Vase. Sale la SANTA sola
SANTA: ¿No
sabremos, cuerpo bajo,
qué
cansancio o aflicción
os da
pena? Mas no son
ruINÉS
para el trabajo.
¿Diréis que andáis todo el día,
lo que
el coro da lugar,
ocupado,
ya en curar
monjas
en la enfermería,
ya
en los ejercicios santos
del
fregar y del barrer,
ya en
ir al horno a cocer
el pan
para pobres tantos,
ya
en llevar de la obediencia
el
yugo, y querréis decir
que ya
no podéis sufrir
tanto
ayuno y penitencia,
que
os dé descanso de hoy más?
¿Y parecerá muy bien
que, cual los hijos de Efrén,
volváis la cabeza atrás,
cuando la victoria espera
el
premio que merecéis,
y que
cansado os paréis
en
mitad de la carrera?
No,
cuerpo, hasta la vitoria,
si la
queréis alcanzar,
todo ha
de ser pelear,
que al
fin se canta la gloria.
Quien quiere tener caudal
cuando
el alma se despida
en el
día de la vida
ha de
ganar el jornal
que
en la noche de la muerte,
como el
jornalero, cobra;
que no
ha de alzar de la obra
hasta
la noche el que es fuerte.
Caminad, que se apresura
la
noche, y si tenéis cuenta,
a vista
estáis de la venta,
si es
venta la sepultura;
si
viene el cansancio,
echalde, y anímeos el interés
por que no os digan después
que tomáis el pan de balde.
Salen la
VIRGEN, nuestra señora, y el
niño JESÚS, el ANGEL y otro ANGEL
arriba. Toquen
chirimías
VIRGEN:
¡Juana!
SANTA:
Virgen amorosa,
luna, sol, palma en cadés,
plátano, cedro, ciprés,
lirio,
clavellina, rosa.
JESÚS:
¡Dulce esposa!
SANTA: Eterno amante,
David,
Salomón, Asuero,
hombre
Dios, león, cordero,
pastor,
Rey, niño, gigante,
siempre he de subir a veros,
amor,
con santa ventaja.
JESÚS: Ansí
ensalzo al que se abaja.
SANTA: Amores son verdaderos.
JESÚS: ¿Qué haces?
SANTA:
Reprender,
mi
Dios, un cuerpo holgazán
que,
comiendo vuestro pan,
la
carga deja caer
que
la religión encierra;
pero
como fue formado
de tierra y está cansado,
no hay
quien le alce de la tierra.
VIRGEN:
¿Quiéreste, Juana, venir
con
nosotros?
SANTA:
Si ha de ser
el ir
para no volver,
no tengo
que prevenir;
todo, reina soberana,
está a
punto; vamos luego.
JESÚS: A mi
celestial sosiego
irás
brevemente, Juana;
ruegos de tus monjas son
los que hasta aquí han impedido
tu muerte.
SANTA:
Tu amor ha sido,
mi
Dios, larga dilación
de
este destierro pesado;
y
siendo, Señor, ansí,
con
David diré, "¡Ay de mí,
que me le habéis prolongado!"
Pero, amores, ¿dónde bueno
vais,
que así me convidáis?
JESÚS: A
recrearte.
SANTA:
Bien dais,
amoroso
nazareno,
muestras que es vuestro blasón
el amor
que aquí os envía.
JESÚS: Ven.
SANTA:
En vuestra compañía
todo
será recreación.
Dejadme, mi Dios, besar
estos soberanos pies,
porque a los vuestros después,
Virgen, me pueda postrar.
JESÚS: ¡Ay
prenda cara, y qué de ello
te
quiero!
SANTA:
¡Qué tal escucho!
¡Ay mi Dios!
JESÚS: ¿Quiéresme mucho?
SANTA: Mucho.
JESÚS:
¿Cuánto?
SANTA:
Tanto de ello.
JESÚS:
Pídeme mercedes.
SANTA: Pido
dos
cosas no más, mi Dios;
mas
siendo tan largo Vos
corta
en el pedir he sido.
Un
muerto y un vivo son
los que
por intercesora
me han
puesto, y de Vos agora
tienen
de alcanzar perdón.
El
alma, Esposo divino,
de don
Jorge está penando
y entre
llamas apurando,
como
metal rico y fino,
los
quilates de aquel oro
que en
vuestra mesa ha de estar;
yo le
vi, Señor, penar
dentro de un ardiente toro,
con
un tormento excesivo;
alcance
yo de estos pies
que
esté ya libre.
JESÚS: ¿Quién es
el
segundo?
SANTA:
Un muerto vivo;
muerto en vicios vino al mundo.
Es, mi Jesús, don Lüís,
y si Vos le reducís
tendréis un Saulo segundo.
JESÚS: Hijo
que desobedece
a su
padre, Juana mía,
y en sus pecados porfía
obstinado, no merece
mi perdón.
SANTA:
Sí, sí, mi Dios,
que es
mi devoto su padre;
pues
sois su divina Madre,
Virgen,
pedídselo vos.
VIRGEN:
Hijo, a cosa que os suplica
Juana,
no digáis de no.
JESÚS: Madre,
no sea; cesó
mi
enojo.
SANTA:
Ya quedo rica.
JESÚS: Yo
haré que, cual otro Saulo,
si a la
virtud hace guerra,
caiga
don Luis en tierra
y imite
después a Paulo.
SANTA: ¿Y de don Jorge, Señor?
JESÚS: Por ti,
Juana, le perdono.
SANTA: Vuestro
eterno amor pregono.
JESÚS: Hoy a
mi eterno favor
subirá.
SANTA:
¿Qué, por los dos
tal
favor se me concede?
VIRGEN: Sí, que
todo aquesto puede
Juana
de la Cruz con Dios.
Toquen
chirimías, y vanse
todos
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