Salen don
DIEGO, don LUIS y LILLO
DIEGO:
Seguro estás, hijo ingrato,
de que
no culpe y condene
tu
injusto y vicioso trato.
Porque
mi lengua no tiene
palabras, no te maltrato.
Será
tu culpa mayor
no
hallarse castigo igual
en
palabras ni en rigor,
que aun
no sé decir el mal
que sabes tú hacer mejor.
Tus vicios me han retirado
de Madrid, y la prisión
fingida, el amor pasado;
no
estoy como Cipión
con más
honra desterrado,
sino
por vicios ajenos,
por necesidad, jamás
honrosa
para los buenos;
no
sabré decirte más
ni tú
sabes hacer menos.
LUIS: ¡Con
sermones cada día,
sin por
qué ni para qué!
¡Oh,
qué enfadosa porfía!
¿Estoy
yo falto de fe,
o he
venido de Turquía?
¿Qué he hecho yo que no sea
lo que un caballero mozo
si no
es cartujo desea?
¿Qué
quieres? Mis años gozo
como mi
edad los emplea.
¿He
sido yo, cual Nerón,
que
quiso mudar el ser
por
variar el afición?
Querer
bien a una mujer
es
marca de discreción.
LILLO: Y a dos y a tres y a tres mil,
y a
cuantas el mundo abarca;
sea
hermosa, noble, vil,
no es
culpa mayor de marca
y no es
marca de gentil.
LUIS: ¿Tú
predicas?
LILLO:
¿Y te pesa?
¿Qué
motilón no aprendió
a echar
también su traviesa,
y si en
el púlpito no,
predica
sobre una mesa?
DIEGO: Como
todos en mi casa
de tus
daños participan,
y toda
por ti se abrasa,
los que
pueden se anticipan
a
llorar el mal que pasa;
como
has jugado y perdido
la
hacienda, que es sangre y vida,
cualquiera será atrevido
a
culparte de homicida,
pues tu
flaqueza ha sentido.
LUIS: Ya
jugué, ya se perdió;
también
se pudo quemar
la
hacienda.
LILLO:
¿Y no se quemó?
LUIS: La
hacienda es para gastar,
que
para guardarla no.
Ninguna moneda es buena
no más
que para dar peso
a un
arca pesada y llena;
si no
ha de servir más de eso
bien puede
henchirse de arena.
LILLO: Eres
leído; ese ardid
usó con
agüelos míos
o tuyos
mi agüelo el Cid,
mas no
consiente judíos
guardosos nuestro Madrid,
que
el señor Lercio, el pobre,
gasta
más de, lo que tiene
y el
tercio antes que le cobre;
y al
guardoso le conviene
prestar
de lo que le sobre.
DIEGO: No
alabo yo de prudente
a quien
detuviese un río
y
guardase la corriente:
ese
fuera desvarío,
pues
corre continuamente.
Coger la que es menester
y la
demás agua pase,
pues hoy vendrá como ayer.
Quien tiene renta no tase,
guarde
ni estreche el poder,
que los ríos y los juros
corren siempre, están sus
dueños
de la
agua y renta seguros,
y no han de ser más pequeños
sus gastos, ni ellos más duros;
pero es necio el que a
la fuente
del río
y de la hacienda,
deshace
y rompe y no siente
que,
cuando después pretenda
agua y
río, no hay corriente.
Mis
posesiones vendí;
ya no
tengo posesión
ni
buena esperanza en mí;
retiréme a Torrejón,
mi
sepulcro tendré aquí;
éste
has querido dejarme
que no
le vendes jamás,
y no ha
sido por honrarme,
mas
porque no viva más
ni
falte donde enterrarme.
LUIS:
Déjame ir. ¿Qué galera
es
ésta? ¿No basta el remo,
sino atado al banco?
DIEGO: Espera.
LUIS: ¿Cómo
he de esperar, si temo?
Déjame
esconder siquiera;
son
mis costumbres feroces,
mi vida
áspera e inculta;
si por fiera me conoces,
la
fiera luego se oculta
que
siente pasos y voces.
¿No
hay Indias? Italia y Flandes,
¿no
pagan sueldo al soldado?
Que
vuelva, pues, no me mandes,
que en mis males he juzgado
verte y oírte por
grandes.
DIEGO:
Escucha, que ya el temor
de
padre que te castiga
quiere
aplacar el rigor,
aunque
se murmure y diga
que soy vasallo de amor;
que
de mi pasión arguyo
que
alma y vida perderé;
pues
gusto, aunque es malo el tuyo,
no sólo
que digan que
esclavo
soy, pero cúyo.
Si
con honrosas ventajas
siguieras en una impresa
el
ronco son de las cajas,
que el
honor que se interesa
ilustra
personas bajas,
eso,
Luis, ¿por qué no
pudiera
ser? Que soldado
honraras a quien te honró;
mas
irte desesperado
eso
no lo diré yo.
Espera y pretenderé
en
Madrid alguna plaza
honrosa
que el rey te dé,
porque con industria y traza
se
alcanza lo que hoy se ve.
El
rey me la prometió.
cuando
le anduve sirviendo,
y para
ti diré yo
que la
plaza, Luis, pretendo,
que
cuyo soy me mandó.
Cuando, después, victorioso
volvieses y acrecentado
con
algún oficio honroso,
no
pagues lo que te he dado;
gózalo
tú y sé dichoso,
que
aunque es de tu padre y tuyo
el
bien, ni aun correspondencia
de tu
ingrato pecho arguyo,
y así
yo le doy licencia
que
no diga que soy suyo.
LUIS:
Suéltame el brazo, que entiendo
que es del mar y que me anega.
Derríbale
DIEGO: Con
nueva razón me ofendo,
y ya mi
pasión es ciega
si
vengarme no pretendo.
Apartas con tanta ira
de tus
brazos mi flaqueza
que he caído; ¿no te admira
que
está a tus pies tu cabeza,
y que
Dios te escucha y mira?
LUIS: El
viejo es fruta madura,
cáese
ella misma y se pierde.
DIEGO: Es verdad, y más segura
y más dulce que la verde
y más
tan amarga y dura.
La
misma comparación
puso
alabando a los viejos,
aquel
prudente Catón,
que en sus maduros consejos
hay salud, gusto y sazón.
LUIS: Pues
cuando la fruta verde
está en
almíbar süave,
amargura y daño pierde,
y así
hay mancebo que sabe
más de
que algún viejo acuerde.
Más
discreto soy que vos.
Dale con el pie
y vase don LUIS
Levantaos y pasaré,
que no
cabemos los dos
en el
mundo.
DIEGO:
Llega el pie
que
abrasen rayos de Dios.
Por el pie aleve y escala
este ya
violado templo
donde
tu pie se señala.
Dios le
corte para ejemplo
de
quien en culpas te iguala.
Bien haces, traidor; levanta
contra mí, pues yo la he hecho,
esa mal trazada planta,
cuyo
edificio deshecho
deje la
venganza santa.
Salen los
pastores, CRESPO, BERRUECO, y MINGO
CRESPO:
¿Voces, clamores, rüido
y salir echando chispas
don
Lüis? Desgracia ha habido.
BERRUECO: ¡O que
le piquen avispas;
que es
un bárbaro atrevido!
Pero
¿no ves cómo está
levantándole del suelo
Lillo
al viejo?
MINGO:
Entremos ya.
CRESPO: ¡Oh,
malos truenos del cielo,
que
quemen al que se va!
¿Qué
es esto, señor?
DIEGO: No fue,
no
tiene ser el pecado.
BERRUECO: ¿Quién
os derribó y por qué?
Que él
se verá derribado
de Dios
si le asienta el pie.
DIEGO: No
quiero que se alborote
Torrejón.
CRESPO:
Pues ¿de eso dudas?
Es un Judas Iscariote
don Lüis, y mató Judas
al padre con un garrote.
LILLO: No
hay quien a contar acierte
lo que
hoy ha sufrido el cielo.
DIEGO: Ya
fragua un rayo más fuerte.
Voy a quien me dé consuelo,
que es
Juana en mi adversa suerte.
Vanse don DIEGO
y LILLO
CRESPO: No
viniera un ciego aquí,
y otras veces son prolijos,
y rezaran, Mingo, ansí,
"Padres, los que tenéis hijos,
crïadlos bien, porque
sí."
Mas
volvámonos, compadre,
porque
mi niña quedó
muriéndose, y ya sin madre
quedará, y quedaré yo
sin un perro que me ladre.
Sale CÉSAR
CÉSAR: ¿Por
qué, si sabéis, amigos,
le
lleva ansí a los hombros
Lillo a
su amo?
CRESPO:
Hay testigos
que
vieron con mil asombros
de venideros castigos
que
don Luis le derribó
y dio
con el pie al volver
a su
padre, y le dejó;
que es
víbora y quita el ser
al
dueño que se le dió.
CÉSAR: No creo yo de don Luis
esa
nueva mentirosa.
CRESPO: Muy en
su favor venís.
CÉSAR: Don
Lüis no hiciera cosa
tan
buena como decís.
MINGO:
¿Esto es bueno?
CÉSAR: En la ocasión,
porque
maltratar al padre
de tan mal hijo es razón,
y en dar la muerte a su
madre
fue
justísimo Nerón;
que
quien tal monstruo parió
merecido premio fue
morir por él cual murió,
y es
justo poner el pie
en
quien tal monstruo crïó.
CRESPO:
¡Andaos a plomosías!
Vamos,
mi niña veremos,
que son
al fin cosas mías.
Vanse los tres PASTORES
CÉSAR:
Siguiendo al fin tus extremos,
honor,
al campo me envía.
Aquí
dicen que ha venido
mi
enemigo don Lüis;
si os
tiene tanto ofendido,
César,
A tiempo venís
que
todo lo halláis vencido.
A
don Lüis no conviene
temer,
que eso mesmo le ata
las
manos; vencido viene,
que
quien su padre maltrata
cierta
la desdicha tiene.
Y si
pensaba Caín,
muerto
ya su hermano Abel,
con ser
menos culpa, en fin,
que la
tierra iría tras él
hasta
darle un triste fin,
en
don Lüis que dice o piensa
que
está mi espada envainada,
mejor
vengaré mi ofensa
estando
contra él la espada
de Dios
alzada y suspensa.
Sale
la SANTA sola
SANTA: Albricias, alma mía,
que ya de vuestro bien se acerca el
día,
y el destierro cumplido
que ausente de la patria os ha
tenido,
el soberano Esposo
llamándoos a su tálamo amoroso,
con música os convida
a eterna paz, a enamorada vida,
al néctar de su vista deleitoso,
al real palacio, a la tranquila
casa
donde no llega el mal ni el bien
se pasa.
Con el salmista hebreo
cante, cual cisne, amor, vuestro
trofeo;
decí a vuestro querido,
"Alegre estoy, mi Dios, de
lo que he oído,
dichosa habitadora
seré de la ciudad donde el bien
mora;
ya se pasó el invierno
ya se acerca el abril y el mayo
tierno
que el cierzo no marchita ni
desflora.
Jerusalén, tus calles infinitas
veré empedrar de jaspe y
margaritas."
Sale
el ÁNGEL
ÁNGEL: Juana: ¿qué nuevo canto
te iguala al cisne?
SANTA: ¡Ay, mi custodio
santo!
¡Ay mi laurel divino,
mi guarda compañero y mi
padrino!
Del contento que encierro
pedí albricias. Alzáronme el destierro.
Mañana, ángel, mañana,
veré con vos la patria soberana
rotos los grillos del pesado
hierro
que Adán echó a los hombres, de
tal suerte,
que no hay romperlos otro que la
muerte.
ÁNGEL: La invención sacrosanta,
mañana, de la Cruz celebra y
canta
todo el mundo, y en ella
te quiere Dios llevar a su Sión
bella.
En semejante día
naciste al mundo para su
alegría,
el hábito tomaste
y en este santo día profesaste.
Juana eres de la Cruz, pupila
mía,
la Cruz adoras y en su día subes
pasando estrellas y pisando
nubes.
SANTA: Para tan grande fiesta
como me ofrece amor y Dios me
empresta,
cuando mi bien señalas,
laurel divino, vuélveme mis
galas;
mi guardajoyas fuiste,
la púrpura que el mismo Dios se
viste
de la cruz y los clavos
que dieron libertad a sus
esclavos,
y la corona que guardar quisiste
me puedes, Ángel, dar, porque
con todas
pueda subir a celebrar sus
bodas.
ÁNGEL: La cruz de Cristo, dama,
está a la cabecera de tu cama;
los clavos y corona
que el reino de tu Esposo y bien
pregona
por único monarca,
guardadas tengo, Juana mía, en
el arca
de tus joyas divinas,
donde tienes cilicio y
disciplinas,
y otra prenda de amor que en
cuanto abarca
el sol no la hay más rica ni más
bella,
en el arca te espera; corre a
vella.
SANTA: ¿Qué prenda es, Ángel santo,
la que me da mi Esposo y vale
tanto?
ÁNGEL: No vale Dios más que ella.
SANTA: ¡Ay prenda soberana! ¡Ay joya bella!
¿Y en el arca encerrada
la tiene Dios?
ÁNGEL: En ella está guardada.
SANTA: ¿Qué joya es, Ángel bello?
Decidlo, que me muero por
sabello.
ÁNGEL: Para que tu alegría sea doblada
no lo sabrás por más que lo
deseas
hasta que abriendo el arca tu
bien veas.
Vase
el ÁNGEL
SANTA: Albricias, madres mías,
tocad a fiesta; haced mil
alegrías,
venid cantando todas
veréis la joya de mi amor y
bodas.
¡Ah, arca soberana!
¿Por qué no vas a verla, indigna
Juana?
Alegraos, cielo, tierra,
por la joya que Dios en mi arca
encierra,
por lo que en ella mi ventura
gana.
Madres, vengan, verán mi prenda
rica,
pues sólo es bien el que se
comunica.
Salen MARÍA, monja, y otra MONJA
MARÍA: Madre: ¿qué voces son éstas?
SANTA: Si vieran lo que me ha dado
mi divino enamorado,
hicieran conmigo fiestas.
¡Oh, qué prendas manifiestas
tengo, madres, del amor
de mi divino Señor!
¡Oh, qué joya tengo entre ellas
que aventaja a las estrellas
en belleza y resplandor!
MARÍA: ¿Dónde está? Vámosla a ver,
sí nuestro amor lo merece,
que, pues tanto la encarece,
notable debe de ser.
MONJA 1: Pues ¿no podremos saber
qué joya es?
SANTA: No lo sé yo,
madres, que quien me la dió
decírmelo no ha querido,
porque el bien no prevenido
en mucho más se estimó.
Descúbrese
una arquilla curiosa sobre una
mesa
Pero, pues el arca es ésta
o, por mejor decir, zona
de los clavos y corona
que son galas de mi fiesta,
hoy he de hacer manifiesta
a todos la dicha mía,
y la joya que me envía
mi Dios les he de mostrar
por que puedan celebrar
justamente ml alegría.
Hinquen las
rodillas todas.
Híncanse
MONJA 1: ¿Qué será?
MARÍA: Nuevos favores
de Dios, cada vez
mayores.
SANTA: Centro feliz que acomodas
las ventas de nuestras bodas;
velo hermoso,
aunque pequeño;
depósito de el empeño
que el amor ha puesto en ti;
nave, que del Potosí
trae riquezas de mi dueño,
haz manifiesto el tesoro
que apetece mi deseo;
fe tengo, con ella creo
lo que sin ver en ti adoro;
salga de su mina el oro
que a mi ventura prevengo,
que, pues a gozarle vengo
sin saber lo que es diré,
"Tan rica estoy que no sé,
gran Señor, lo que me
tengo."
Ábrese
el arca y sale entre nubes doradas el
Santísimo
Sacramento
Pero ¡ay cielos! ¿Qué ventura
es ésta?
MARÍA: ¡Milagro extraño!
SANTA: Pan que fertiliza el año
Toquen
poco
de la celestial hartura;
maná de eterna dulzura,
blanco que señala Juan,
medalla de amor galán,
pues a mi arca habéis venido,
diré que habéis proveído,
mi Dios, el arca del pan.
Mas, decidme, Esposo amado,
¿a qué a mi arca venís?
¿De qué enemigos huís,
que os acogéis a sagrado?
¿Si porque os he celos dado
os escondéis para prueba
de mi amor? Ya sé que os lleva
a que acechéis almas fieles
por ventanas y canceles,
mas por arca cosa es nueva;
mas como parto mañana
a la patria de la vida
prevenísme la comida,
providencia soberana.
Aparécese
el ÁNGEL junto al arca
detrás
de ella
ÁNGEL: Esta forma, amada Juana,
comulgó un hombre en pecado
que está muerto y condenado,
y saliendo de él se vino
a tu poder.
SANTA: ¡Qué divino
favor! ¡Qué tierno bocado!
Con tan divinos despojos,
¿quién me iguala, laurel santo?
MONJA
1: Llena de amoroso llanto
estoy.
SANTA: Fin de mis enojos,
pan de leche, pan con ojos
vos cumplisteis la esperanza
de mi bienaventuranza;
mañana os comulgaré
y la gloria alcanzaré,
pues llevo en vos la libranza.
Toquen
poco. Encúbrese el Ángel y el
arca
MONJA
1: Llena de confusión santa
voy.
MARÍA: ¡Que tanto Dios regale
un alma! La luz que sale
de su hermoso rostro es tanta
que nos deslumbra y espanta.
MONJA
1: Con tal reverencia quedo,
que no oso hablarla, aunque puedo
MARÍA: ¿Quién su dicha no pregona,
dándote Dios tal patrona,
reino ilustre de Toledo?
Vanse las MONJAS
Salen los pastores, CRESPO, BERRUECO
y
MINGO
CRESPO: Si no me la resocita
yo me ahorco, madre Juana
SANTA: ¡Oh hermanos!
CRESPO: Firmeza hermana;
y mos ama, no permita
tal desgracia.
SANTA: Pues ¿qué ha sido?
CRESPO: Mis pecados deben ser.
Cenó mi Elvirilla ayer
unos berros, que han urdido
mis penas, que tiene tacha
de comerlos. Socedió
-- ¡ay Dios! -- que la dije yo,
"No comas berros, mochacha."
SANTA: ¿Y pues?
CRESPO: Comió un amapelo
entre los berros, y luego
tomó las de Villadiego
y afufólas para el cielo,
que acá mos solos tenía;
era sola y viudo yo,
que Mari Crespa murió
dicen que de hipocresía.
BERRUECO: De hidropesía diréis.
CRESPO: Sea lo que huere, en fin;
ella heredaba un mastín,
seis gallinas y otros seis
pollos, un majuelo, un banco,
un barbecho y un rastrojo;
un buey, aunque tuerto y cojo;
un asno sin cola y manco,
una cama, un arambel
con la historia de Tobías
cuando al gigante Golías
mató junto a Peñafiel,
y otras cosas, que só rico.
¡Mirad vos qué hemos de her
sin hijos y sin mujer
el buey y yo y el
borrico!
Dadle vida, que es
afrenta
que de comer ensalada
muera una mujer honrada
sin estar calenturienta.
Si la matara el dotor
entre los más que ha matado
que, aunque necio, es
licenciado,
diérame menos dolor;
que, en fin, el puebro y
alcalde
le pagamos y hace bien,
en matarmos, que no es bien
que le paguemos de balde;
mas un amapelo crüel
no es bien. Sanad mi dolor,
que se correrá el dotor
de no haberla muerto él.
SANTA: No seáis tan malicioso.
CRESPO:
No es malicia hablar verdad.
Sale
don DIEGO
DIEGO: Madre, estos labios honrad
con esos pies; vergonzoso
vengo y con razón a vos
por no tomar los consejos
que, en ser vuestros, son
espejos
de la claridad de Dios.
SANTA: Señor don Diego: no es
aquese vuestro lugar.
DIEGO: No os oso al rostro mirar,
y así me postro a los pies.
Un hijo que a intercesión
vuestra, madre, Dios me ha dado
y por haberse crïado
con la santa educación
vuestra en su tierna niñez,
imaginé que aprendiera
virtudes, con que me diera
después alegre vejez;
con las alas que mi amor
le ha dado, la libertad
de su loca y moza edad,
el poco freno y temor
que rompe y desprecia ya,
tan en mi daño ha salido
que, si la culpa he tenido,
la pena él mismo me da,
por darle yo larga rienda.
A tal extremo ha llegado,
que habiendo desperdiciado
la honra con el hacienda
que le di como indiscreto
y él no supo disponer,
por no tener que perder
viene a perderme el respeto;
aconsejástesme vos
con tiempo que no le diese
tanta licencia y temiese
la estrecha cuenta de Dios.
Pudo más su amor conmigo;
por su causa a Dios dejé,
y así quiere que me dé
él mismo, madre, el castigo.
SANTA: Y es razón, que a quien el yugo
de Dios por sus gustos trueca
sea el mismo por quien peca,
señor don Diego, el verdugo;
que no por ser don Lüis
vuestra sangre era razón
no enfrenar su inclinación;
que la sangre, si advertís,
con ser la vida y substancia
del cuerpo y más excelente
humor, la saca el prudente
cuando daña su abundancia.
Cuando los límites pasa
un hijo y la ley de Dios,
sacad esa sangre vos
y echadla, señor, de casa,
que, si no es por este medio
y no os permitís sangrar,
mal os podremos curar
agora que no hay remedio.
A mi Esposo he suplicado
que de don Lüis y vos
se duela. Es todo amor Dios;
su real palabra me ha dado
de enfrenar su juventud.
Vos le pudierais sanar,
que no siempre se ha de dar
por milagro la salud;
pero, como escarmentéis,
explicaréselo agora.
DIEGO: Si vos sois mi intercesora,
madre, ¿qué no alcanzaréis?
CRESPO: ¿Y mi hija, madre Juana?
SANTA: A mi Esposo celestial
rogaré.
CRESPO: Ya olerá mal;
ruégueselo presto, hermana.
Sacan
la NIÑA muerta
SANTA: Dos padres piden, mi Dios,
a vuestro amor excesivo
por dos hijos: uno vivo
y otro muerto.
Pues sois Vos
camino, verdad y vida,
dádsela a los dos, que en calma
están, al uno en el alma,
que en vicios muerta y perdida
pide por ella su padre,
y a la otra en el cuerpo. En
esto
haréis, Señor, manifiesto
que me amáis.
NIÑA: ¡Ah Juana madre!
¿Por qué del sosiego eterno
me sacas, si en él me ves,
para que crezca después
y me condene al infierno?
¿Por qué del sacro sosiego
y del lugar celestial
quieres que al mundo mortal
vuelva a tu instancia y tu
ruego?
Posando estoy; adiós, madre;
¿a qué he de volver al suelo
pudiendo siempre en el cielo
encomendarle a mi padre?
TODOS: ¡Gran milagro!
SANTA: Escarmentar
en aqueste ejemplo pueden
todos los padres que exceden
la justa ley en amar
a sus hijos demasiado.
DIEGO: Admirado, madre, voy.
SANTA: Señor don Diego, desde hoy
veréis vuestro hijo enmendado.
DIEGO: ¡Gran santa!
Vanse
la SANTA y don DIEGO
BERRUECO:
Desde este día
mis hijos castigaré;
a azotarlos voy a fe
que si el padre que los cría
con libertad se condena,
que no ha de haber quien me note
en eso.
MINGO: Yo haré un azote
que de docena en docena
los sacuda.
CRESPO: Voy a dar
tierra a Elvira.
BERRUECO: ¡Oh, quién pudiera,
porque mujeres no hubiera,
cuantas viven enterrar!
Vanse. Salen LILLO y don LUIS
LILLO:
Tamañito estoy, que un niño
me
meterá en un zapato.
Yo,
señor, ya no te riño,
que
quien tiene tan mal trato
no ha
menester más aliño;
pero
no quiero que venga,
sobre
ti un rayo de Dios,
y
estando yo cerca tenga
en que
entender con los dos.
Voyme, por
fin de mi arenga;
dos
amos de malos tratos
bastan,
que el temor me amansa;
no
quiero terciar contratos
de
amor, que el diablo se cansa,
dicen,
de romper zapatos.
LUIS: Ya te habías de haber ido.
LILLO: No
pagas; porque me pagues
lo que
debes me despido.
LUIS: Mira,
Lillo, no me estragues
la
paciencia.
LILLO:
¿Hete servido?
LUIS: Sí.
LILLO:
¿Hasme pagado?
LUIS: Sí y no.
LILLO: Dime tú
esa adivinanza,
porque
no la entiendo yo.
LUIS: Ya te
pagué en esperanza,
que
alguno en ellas pagó.
LILLO: ¿Dísteme otra cosa?
LUIS: Sí;
más de dos bellaquerías
que has aprendido de mí,
y valen en estos días
las indias de un Potosí.
Pregúntale a la riqueza
por qué
comunica menos
con los
hombres de nobleza
o
ingenio al fin, con los buenos,
que
ellos tienen más probeza,
y
responderá al momento,
porque
de mentira, engaño
y
maldades me sustento,
y nunca
sabe hacer daño
el de
noble entendimiento.
Luego, si yo te he enseñado
enredos, mentiras mías,
traza de rico te he dado,
y en moneda que estos días
vale y corre té he pagado.
LILLO: Pues
no pasa esa moneda
en
Torrejón.
LUIS:
¿Por qué no?
Bien
hay quien trocarla pueda,
que siempre el engaño halló
quien
sus mentiras hereda.
LILLO: Mis
miembros que están desnudos
no
admiten estas razones,
que
engaños no son escudos.
LUIS: Son con
dos caras doblones.
LILLO: Pues
págame tú en menudos,
o
haré a la justicia alarde
del
tiempo que te he servido.
LUIS: Vete,
villano cobarde,
que
desde aquí te despido.
LILLO: Ya
llegó el despido tarde;
que
yo [ya] me despedí.
¡Que
éste es el blasón que saco!
LUIS: ¡Por
Dios si paras aquí!
LILLO: Más
vale servirme a mí
para
servir a un bellaco.
Vase. Habla la voz de un ALMA
dentro
ALMA:
Hombre.
LUIS:
El paso, la persona,
el
movimiento, la voz,
todo
pienso que pregona
temor
que lengua feroz
el aire
denso inficiona.
Sale un ALMA,
de galán
ALMA:
¡Hombre!
LUIS:
Aunque dices mi nombre,
y tú
pareces lo mismo,
me das
causa que me asombre
y esté
en un confuso abismo,
viendo
que me llamas hombre,
y bien me puedo ofender
porque
hombre sólo es afrenta,
pues no
dice más del ser
y otro
cualquier nombre aumenta
valor,
hacienda y poder.
ALMA: Como
vos no tenéis más
de ser hombre el ser desnudo
sin el
bien que los demás,
hombre
os llamé y temo y dudo
que no
lo fuistes jamás.
Cuando deshecha se ve
y
borrada una pintura,
para dar
noticia y fe
de
ella, escribirse procura
su
nombre y quién ella fue;
y
así, hombre, no os asombre
que
siendo imagen de Dios
borrada, que aun no sois hombre,
porque
os conozcáis en vos
de
hombre os dé sólo el nombre.
LUIS: Como
crecen los agravios
va
creciendo en mí el temor.
Decid,
pensamientos sabios,
¿cómo
no siento valor
en el
pecho ni en los labios?
¿Yo,
cuanto más ofendido,
más
temeroso y turbado?
¿Qué
nueva mudanza ha sido?
¿Quién eres? No te he llamado
hombre, ni lo has
parecido;
porque un hombre igual a mí
solo y
con armas iguales
no le
temiera yo ansí.
ALMA: Aunque
mienten las señales,
no soy
cuerpo, un alma sí;
un
amigo y el más cierto
vuestro
fui.
LUIS:
¿Qué fugitivo
temor
mi rostro ha cubierto?
¿Quién
eres, que entierra el vivo
su
memoria con el muerto?
ALMA: Soy
don Juan, el que en la corte
en
tierna edad y con vos,
hice de
mi gusto el norte.
LUIS: Amigo
caro, -- ¡por Dios! --
que tu
rigor se reporte.
Y
dime: ¿en qué parte estás?
¿entre
almas gloriosas?
ALMA:
Menos.
LUIS: ¿Entre
condenados?
ALMA: Más.
LUIS: ¿En el
purgatorio? Buenos
indicios de fe tendrás.
ALMA: Allí
estoy por atrevido,
por
libre, por descortés
a mi
padre.
LUIS:
¿Y ha tenido
muchas
penas quien lo es,
alma,
porque yo lo he sido?
ALMA:
Tantas tengo, que al momento
me
acordé de vos y quise
daros algún sentimiento,
y
aunque no dejan que avise
su
gente el rico avariento,
yo,
que en más noble lugar
estoy,
por la Santa Juana
os he
venido a avisar,
que
experiencia soberana
y
memoria os pienso dar.
LUIS: ¿Es
tan grande e inhumano,
como el
fuego del infierno
el del
purgatorio?
ALMA: Hermano,
aunque
regalado y tierno,
llegad
la vuestra a mi mano.
Danse las manos
y sale de ellas una llama de
fuego
LUIS: ¡Ay,
que me abraso y me quemo,
no sólo
la mano y palma,
sino el
alma! Morir temo.
ALMA: ¡Hombre,
que os avisa un alma!
Mudad
el vicioso extremo.
Vase
LUIS: Mano
de fuego, esperad,
no os apaguéis; mas por Dios,
que con la luz que dais
vos
descubro yo una verdad,
pero no tanta crueldad,
aunque
es venganza forzosa,
haced
dos luces piadosa;
sed
justa viendo propicia,
misericordia y justicia,
que una
sin otra es dañosa.
Dios mío, este fuego labra
nueva
vida; desde luego
pondré
la mano en un fuego
que he
de cumplir mi palabra.
Vuestro
tesoro se abra
de
gracia, a quien llevó aquellos
pecados
por los cabellos,
que yo
no puedo, mi Dios,
ir con
ellos yendo a Vos,
ni sin
Vos librarme de ellos.
Vayan arrastrando, lleguen,
pues
llevo en la mano luz,
al Rojo
mar de la cruz
donde
se limpien y aneguen.
Ningunos respectos nieguen
el bien
que el alma ganó;
no hay
inconvenientes, no,
que me
estorben mi deseo,
pues
siendo cambio Mateo
con
cielo y tierra se alzó.
Padre de mi alma, espera,
que sí
a mirarte me atrevo,
Dios me
dará un libro nuevo
y el
del cordero quisiera;
ya
entiendo su verdadera
música
y puedo enseñar
en esta
mano a cantar,
que en
esta mano si vive
se ve
lo que no se escribe
sino es
al Rey Baltasar.
Vase. Salen tres PASTORES, don DIEGO, CÉSAR,
doña INÉS y los más que
pudieren
PASTOR 1:
Nuestra madre se nos muere,
nuestro
amparo, nuestra Santa.
Cielos,
¿qué habemos de hacer?
PASTOR 2: No
castiguéis nuestra patria
con tal
azote, mi Dios.
PASTOR 3: Dadnos,
nuestra madre amada,
nuestra
salud, nuestra vida,
y el
amparo de la Sagra.
INÉS: ¡Ay de
mí, triste sin ella!
DIEGO: Si
muere la Santa Juana,
¿qué
aguarda más mi vejez?
CÉSAR:
Mostradnos, madres amadas,
el
cuerpo de nuestra madre,
para
dejar consolada
nuestra
tristeza y pesar.
INÉS: Madres: las puertas se abran
para ver este tesoro.
TODOS:
Mostradnos, madres, la Santa.
Sale una MONJA
MONJA: Por
cumplir vuestros deseos,
antes
que del cuerpo salga
de este
ángel el alma bella,
que ya
apresta su jornada,
es
justo que la veáis.
Descubren una
cortina y aparecerá la SANTA de
rodillas con un Cristo en la mano
y coronada la cabeza como la pin-
tan y las MONJAS a sus lados, y
estén sobre una tarima a
forma de cama
DIEGO: Madre nuestra,
madre Juana,
¿por qué nos dejáis tan tristes?
SANTA: Sosegad, hijos, las ansias.
PASTOR 2: ¿Quién
ha de poder, si vemos
perdida
nuestra esperanza?
Sale don LUIS
LUIS: Juntos
están. Pediré
de mis culpas la venganza.
Humilde
estoy a esos pies,
veis
aquí, César, mi espada
para
vengar los delitos
que la
justa muerte aguardan,
y ansí
digo que gocé
a doña Inés, y palabra
doy, si
gustáis, de su esposo.
Dejad
ofensas pasadas
si
acaso el perdón merece
una
culpa confesada.
Padre
mío, yo os suplico
que, no
mirando a mis faltas,
me
perdonéis como a hijo.
Perdón
pido, madre Juana,
rogad a
los dos por mí,
y a
Dios que sane la llama
de este
fuego riguroso;
rogádselo,
madre santa;
humilde el favor os pido;
por vos el perdón
aguardan
mis
pecados.
SANTA:
Levantad,
hijo;
que mejor alcanzan
esas
lágrimas con Dios
el perdón que mis palabras.
Yo
rogaré de mi parte
que Él
os conserve en su gracia,
y a don
Diego y César pido
que
perdonen vuestras faltas.
DIEGO: Basta
que vos lo pidáis
para quedar perdonadas.
CÉSAR: Perdón
y brazos os doy.
LUIS: Vuestra
nobleza se ensalza
con
este nuevo favor,
y
merced tan señalada,
que
perdón tan liberal
de vos
sólo se esperaba.
DIEGO: Dad a
doña Inés la mano,
LUIS: Mas -- ¡ay de mi, virgen Juana,
ya estoy sano de aquel
fuego
que
tanto me atormentaba!
INÉS: Yo me
tengo por dichosa,
después de tantas desgracias,
pues he venido alcanzar
mis perdidas esperanzas.
Yo soy,
señor, vuestra esposa.
Descúbrese de
rodillas sobre una tarima,
puestas las manos La SANTA
elevada, y a sus lados las MONJAS
hincadas de rodillas
SANTA: Hijos,
adiós, que me llama
mi
Esposo. Allá, en su presencia,
tendrá
eternamente España,
y en
ella este reino ilustre,
una
propicia abogada.
Esposo,
venid por mí.
Dentro
JESÚS: Sube a
gozar, prenda santa,
los premios de tus trabajos.
Toquen poco
DIEGO: ¡Gran
suerte!
TODOS:
¡Visión extraña!
ALDONZA: Madre,
¿que os vais de esa suerte?
SANTA: Quedaos
a Dios, prendas caras.
¡Mi
bien!
Aparece el niño
JESÚS
JESÚS:
¡Mi esposa!
SANTA. ¡Mi Dios!
JESÚS: Con las
joyas soberanas
de mi
cruz, corona y clavos,
te recibo.
SANTA:
Joyas santas.
Cruz
mía, con vos nací,
Juana
de la Cruz me llama
el
mundo, y es justa cosa,
Cruz, pues sois mi joya amada,
que vos me llevéis al
cielo,
y por
que segura vaya,
en
vuestras manos, Señor,
os
encorniendo mi alma.
JESÚS: Ven a
mi palacio eterno.
DIEGO: El
corazón se me arranca.
Suben la
tramoya
ÁNGEL: Aquesta
corona y silla
es para
la Santa Juana.
Tocan
LUIS: ¡Oh,
venturosa mujer!
Si tus
divinas hazañas
se
hubieran de reducir
a
poemas, no bastaran
cuantos
ingenios celebra
con tanta razón España.
Quédese
a la devoción,
pues
que las lenguas no bastan.
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