ACTO SEGUNDO
Sale AMÓN,
vistiéndose, muy
melancólico,
con ropa y montera, y ELIAZER y JONADAB
JONADAB: No
lo aciertas, gran señor,
en levantarte.
AMÓN:
Es la cama
potro
para la paciencia.
ELIAZER: Un
discreto la compara
a los
celos.
AMÓN:
¿De qué modo?
ELIAZER: De la
suerte que regalan
cuando pocos, si son muchos,
o
causan flaqueza o matan.
AMÓN: Bien has dicho. ¡Hola!
JONADAB: Señor.
AMÓN: Dadle cien escudos.
ELIAZER: Pagas
como príncipe, no solo
las obras, más las palabras.
AMÓN: ¿Qué es
esto?
JONADAB:
Darte aguamanos.
AMÓN: Si con
fuego me lavara
pudiera
ser que estuviera
mejor,
pues me abrasa el agua.
Dime
algo que me entretenga.
¿Qué es
la causa de que callas
tanto,
Eliazer?
ELIAZER: No sé cómo
darte
gusto; ya te enfadas
con que
hablando te diviertan,
ya
darte música mandas,
ya a
los que te hablan despides,
y riñes
a quien te canta.
JONADAB: Ésta tu
melancolía
tiene,
señor, lastimada
a toda
Jerusalén.
ELIAZER: No hay
caballero ni dama
que a
costa de alguna parte
de su
salud, no comprara
la
tuya.
AMÓN:
¿Quiérenme mucho?
ELIAZER: Como a
su príncipe.
AMÓN: Basta.
No me
habléis más en mujeres.
¡Pluguiera a Dios que se hallara
medio
con que conservar
la
naturaleza humana
sin
haberlas menester
¿Vino
el médico?
JONADAB: ¿No mandas
que
ninguno te visite?
AMÓN: Si
supieran como parlan,
no
estuviera enfermo yo.
ELIAZER: No
estudian, señor, palabra;
sangrar
y purgar son polos
de su
ciencia.
AMÓN:
Y su ganancia.
JONADAB: Todo es
seda, ámbar y mulas;
si dos
de ellos envïara
a
Egipto o Siria, David,
con
solas plumas, mataran
más que
su ejército todo.
ELIAZER:
Juntáronse ayer en casa
de
Délbora, seis doctores,
que ha
días que está muy mala,
para
consultarse entre ellos
la
enfermedad, y aplicarla
algún
remedio eficaz.
Apartáronse a una sala,
echando
la gente de ella;
dióle
gana a una crïada,
que
bastaba ser mujer,
de
escuchar lo que trataban;
y
cuando tuvo por cierto
que del
mal filosofaban,
de la
enferma, y experiencias
acerca
de él relataran,
oyó
preguntar al uno,
"Señor doctor, ¿qué ganancia
sacará
vuesa merced
una con
otra semana?"
Respondió, "cincuenta escudos,
con que
he comprado una granja,
veinte
aranzadas de viñas,
y un
soto en que tengo vacas;
pero no
me descontenta
el buen
gusto de las casas
que
tuvo vuesa merced."
Dijo
otro, "Son celebradas.
No sé
qué hacer del dinero
que
gano. ¡Cosa extremada
es ver
que, sin ser verdugo
porque
matamos nos pagan!"
"Dejan eso," replicó
otro,
"y decid de qué traza
os fué
en el juego de anoche."
"Perdí, son suertes voltarias,
pero
¿tenéis muchos libros?"
"Doscientos cuerpos no bastan,
con
cuatro dedos de polvo,
que ni
ellos hablan palabra
ni yo
las que encierran miro.
Ostentación e ignorancia
nos han
dado de comer;
más ha
de cuatro semanas
que no
hojeo, si no son
pechugas de pavos, blancas,
lomos de gazapos tiernos
y con pimienta y naranja,
perdiz,
pichón y vaquita,
-- así a la ternera
llaman
los hipócritas
al uso --
Pero lo
parlado basta;
vamos a
ver nuestra enferma,
que
estará muy confïada
en
nuestra consulta." Fueron
y dijo el de mayor barba,
"Lo que se saca de
aquí
es que
al momento se haga
una
fricación de piernas,
y por
todas las espaldas
la
echen catorce ventosas,
las
tres o cuatro sajadas.
Pónganla en el corazón
un
socrocio, y fomentada
con
manteca de azahar,
tenga
en el cielo esperanza
que la
consulta de hoy
la ha
de dar muy presto sana."
Diéronles doscientos reales
y
volviéronse a su casa
bien
medrados de la junta
como te
he contado.
AMÓN: Calla,
relator
impertinente,
que me
atormentas y cansas.
¿Es posible que hables tanto?
ELIAZER: ¿Tú,
señor, no me lo mandas?
Si
callo, te doy pesar;
en
hablando me amenazas.
Dios te
de sosiego y gusto.
AMÓN: ¿Qué es
aquello? ¡Hola! ¿quién canta?
JONADAB: Músicos
que recibistes
para
que sus consonancias
tu
melancólico humor
alivien.
AMÓN:
¡Industria vana!
Cantan desde
adentro
MÚSICOS: "Pajaricos
que hacéis al alba
con lisonjas alegre salva,
cantadle a Amón,
que
tristezas le quitan la vida
y no
sabe si son de amor,
y no
sabe si de amor son."
AMÓN: Hola, Eliazer, Jonadab,
¡echadlos por las ventanas!
¡Dadlos muerte! ¡Sepultadlos!
Haciendo ataúd las tablas
de sus necios
instrumentos
tendrán
sepultura honrada,
como
gusanos de seda
en sus capullos.
JONADAB: ¡Qué extraña
pasión de melancolía!
AMÓN: ¿No
imitan en una casa
a su
señor los crïados?
¿Yo
llorando y ellos cantan?
¿Mi
enfermedad les alegra?
Dichos y sale
un MAESTRO de armas
ELIAZER: Aquí
está el maestro de armas
que
viene a darte lección.
AMÓN: Dadme,
pues, la negra espada,
aunque
pues se queda en blanco
mi
nunca verde esperanza,
mejor
que la espada negra
pudiera
jugar la blanca.
MAESTRO: Vuelva
el cielo, gran señor,
los
colores a tu cara,
que la
tristeza marchita
con la
salud que te falta.
AMÓN: Retórico impertinente,
el que
es diestro jamás habla;
jugad
las armas callando
o no os
preciéis de las armas.
MAESTRO:
Perdóneme vuestra alteza.
Dije en
la lección pasada
que con
estas dos posturas
al
enemigo se ganan
medio
pie de tierra.
AMÓN: Siete,
que son
los que a un cuerpo bastan;
cuando
os haya muerto a vos,
darán quietud á mis ansias.
Da tras el
MAESTRO
MAESTRO: ¿Qué es
que hace vuestra alteza?
AMÓN:
Castigar vuestra arrogancia.
Necios,
el mal que me aflige
siendo
de amor, no se saca
con bélicos instrumentos.
Morid todos, pues me matan
invisibles enemigos.
Corre detrás de todos
MAESTRO:
Huyamos, mientras se amansa
el
frenesí de su furia.
Huyen todos
AMÓN: Si
hubiera armas que mataran
la memoria que me aflige,
¡qué buenas fueran las armas!
Hola, Eliazer, Jonadab,
Josepho, Abiatar, Sisara.
¿No hay
quien venga a dar alivio
al
tormento que me abrasa?
Salen ELIAZER y JONADAB
JONADAB: Gran señor, sosiégate.
AMÓN:
¿Cómo? Si es quimera mi alma
de
contradicciones hecha,
de
imposibles sustentada.
¿No
estaba en la cama yo?
¿Quién
me ha cubierto de galas?
Desnudadme presto, presto.
ELIAZER: Tú te
vistes y levantas
contra
la opinión de todos.
AMÓN: Mentís.
JONADAB:
Desnúdale y calla.
AMÓN: ¿Yo
sedas en vez de luto?
¡Ay, libertad malograda!
¿Muerta
vos y yo de fiestas?
Sayal negro, jerga basta,
os tienen de hacer desde hoy
las obsequias lastimadas.
Suenan cajas dentro
¿Qué es esto?
JONADAB:
Gran señor, viene
tu
padre, rey y monarca
de las
doce ilustres tribus,
entre clarines y cajas,
triunfando a Jerusalén
después que por tierra
iguala
del
idólatra Amonita
las ciudades rebeladas.
Sálenle, con bendiciones,
músicas, himnos y danzas
a recibir a sus puertas,
cubiertas de cedro y
palma,
los cortesanos alegres,
y la
victoria lo cantan
con que
triunfó de Golias
sus
agradecidas damas.
Sal a
darle el parabién,
y con
su célebre entrada
suspenderás tu tristeza.
AMÓN: Al
melancólico agravan
el mal,
contentos ajenos.
Idos
todos de mi casa,
dejadme
a solas en ella,
mientras veis que me acompañan
desesperación, tristeza,
locura,
iniposibles, rabia,
pues
cuando mi padre triunfe
muerte
me darán mis ansias.
Vase AMÓN
JONADAB:
¡Lastimoso frenesí!
ELIAZER: ¿Que no
se sepa la causa
de
tanto mal?
JONADAB:
¿Si es de amor?
ELIAZER: A
serlo, ¿quién rehusara
a quien
hereda este reino?
JONADAB: No sé,
por Dios. Mas, pues, calla
la
ocasión de su tristeza,
o Amón
está loco o ama.
Vanse. Salen,
marchando con mucha
músíca, por una
puerta JOAB, ABSALÓN,
ADONÍAS y tras
ellos, DAVID, viejo coronado; por otra
puerta salen TAMAR, BERSABÉ, MICOL y SALOMÓN. Dan
vuelta y dice..
DAVID: Si
para el triunfo es lícito, adquirido
después
de guerras, levantar trofeos,
premio,
si muchas veces repetido,
aliento
de mis bélicos deseos;
si tras
desenterrar del viejo olvido
de asirios, madianitas, filisteos,
de Get y de Canán victorias
tantas,
inexausta materia a plumas
santas;
si después que en los brazos
guedejudos
del líbico león, fuerzas bizarras
hipérboles venciendo, hicieron
mudos
elogios, que el laurel
convierte en parras,
y en juvenil edad miembros desnudos,
galas haciendo las
robustas garras
del oso
informe entre el crespado vello
como
joyas sus brazos me eché al cuello;
en
fin, si tras hazañas adquiridas
en la
robusta edad, que Amor dilata,
gravada
en su memoria las heridas,
ejecutoria de quien honras trata,
agora a
esta pequeña reducidas,
cuando
a mi edad el tiempo paga en plata
el oro
que le dió juventud leda,
que,
pues se trueca y pasa ya es moneda,
por
solo una corona que he quitado
al Amonita rey de los cabellos;
cuatro
coronas mi valor premiado
en
vuestros ocho brazos gana bellos,
quisiera, con sus círculos honrado,
que brotaran de aqueste otros tres
cuellos,
y hecha Jerusalén de Amor teatro,
viera un amante con
coronas cuatro.
Ya
Rábata, que corte incircuncisa
del
Amonita fue, rüínas solas
ofrece
al tiempo que caduco pisa
montes altivos de cerúleas olas;
ya la tristeza
trasformada en risa,
muerta
Belona, cuatro laureolas
lisonjean mi gozo con sus lazos,
reduciendo mi cuello a vuestros brazos.
Micol querida, que por tantos años
a
indigno poseedor diste trofeos,
da
envidia a la venganza, a Amor engaños,
al
tiempo que contar, y a mí deseos;
dadme
entre esos abrazos desengaños
como yo a vuestras aras filisteos,
sus
prepucios al rey incircuncisos,
plumas
al sabio y a la fama avisos.
Discreta Abigaíl, a quien el cielo
gracia
de aplacar cóleras ha dado
del
bárbaro pastor en el Carmelo,
premio
no merecido ni estimado,
en esos
brazos, polos del consuelo,
en
quien vive mi amor depositado,
descanse mi vejez, que pues los goza
si largos años cuenta ya está moza.
Hermosa Bersabé, ninfa del baño,
que sirviéndoos de espejo en fuentes
frías,
brillando el sol en
ellas, de un engaño
dieron
causa a un pequé, lágrimas mías,
ya se
restaura en vos el mortal daño
del
malogrado por leal Urías,
pues
dais quien edifique templo al Arca,
paz a
los tiempos y a Israel monarca.
Y
vos, mi Salomón, noble sujeto,
en
quien vos ciencia infusa deposite,
de la
fábrica célebre Arquitecto
que la
gloria de Dios en niebla imite,
el
Líbano de Hirau grato y discreto
cedros
os corta donde eterna habite
la
incorrupción que el tiempo no maltrata,
con oro
os sirve Ofir, Tarsis con plata.
Bellísima Tamar, hija querida,
cárcel
del sol, en vuestras hebras preso,
dichosa mi victoria reducida
al
triunfo que con veros intereso,
¿cómo
estáis?
TAMAR:
Dando albricias a la vida
que vos
ausente en contingencia al seso,
gran
señor, puso.
ABIGAÍL: Y yo de mi deseo
pagando
costas, pues que sano os veo.
DAVID:
¿Estáis mi Abigaíl buena?
ABIGAÍL: A
serviros
dispuesta, gran señor, eternamente.
DAVID: ¿Ves
hermosa Micol?
MICOL: Tristes suspiros
en gozo
trueco, pues os veo presente.
DAVID: ¿Y vos,
mi Bersabé?
BERSABÉ: De ver veniros
tierno
en amores, si en valor valiente,
ríndoos
toda el alma por despojos,
que a
gozaros se asoma por los ojos.
DAVID: Ésta
corona, peso de un talento,
o
veinte mil ducados, rica y bella,
lo fue del Amonita, que os presento
alegre
en ver que sois la piedra de ella.
Mi
general Joab, merecimiento
de la
fama, que envidias atropella,
de mi
victoria la ocasión ha sido
valiente capitán, si comedido.
A
Rábata redujo a tanto aprieto,
que
cifrando su sed, asoló un pozo;
dejó su
asalto de llevar a efeto
y ser
ejecución de su destrozo,
por avisarme a lealtad sujeto,
que a
mis victorias aplicase el gozo
de esta
conquista que su fe publica
las
veces que Israel me la dedica.
Dadle las gracias de ella.
JOAB: En esas plantas,
puesta
la boca, quedaré premiado,
pues a mayores glorias me levantas
con
sólo el nombre -- ¡oh rey! -- de tu soldado.
Cuelga
ante el Arca con tus armas santas
trofeos
que a la envidia den cuidado,
y al
arpa dulce, de tu gusto abismo
cántate
las victorias a ti mismo.
DAVID:
Hablad a mi Absalón, a mi Adonías,
diestros en guerra, si en la paz galanes.
ABSALÓN: A tu
lado, señor, ¿qué valentías
podrán dar luz a ilustres capitanes?
SALOMÓN: Dadnos los brazos.
ABIGAÍL: Vieron nuestros días,
al
tremolar hebreos tafetanes,
juntar
en dos sujetos la ventura,
el
esfuerzo abrazando a la hermosura.
DAVID: Mi
Amón; mi mayorazgo; el primer fruto
de mi
amor ¿cómo está?
ABIGAÍL: Dando a tu
corte
tristeza en verle, a su pesar tributo,
priva a
la muerte que sus años corte,
llanto
a sus ojos, y a nosotras luto;
pues
callando su mal, no hay quien reporte
la
pálida tristeza que, enfadosa,
gualdas
siembra en su cara y hurta rosa.
SALOMÓN: No
hay médico tan célebre que acierte
la
causa de tan gran melancolía;
ni con
música o juegos se divierte,
ni va a
cazar, ni admite compañía.
BERSABÉ: A los
umbrales llama de la muerte
para
dar a tu reino un triste día.
ABIGAÍL:
Háblale, y el dolor que le molesta
aliviarás; su cuadra es, señor, ésta.
Corren una
cortina y descubren a AMÓN
sentado en una
silla y muy triste
DAVID: ¿Qué
es esto, amado heredero?
Cuando
tu padre dilata
reinos
que ganarte trata,
por ser
tú el hijo primero,
dejándote consumir
de tus imaginaciones,
¿luto
al triunfo alegre pones
que me
sale a recibir?
Diviértante los despojos
que
toda tu corte ha visto;
todo un
reino te conquisto,
alza a
mirarme los ojos;
llega a enlazar a mi cuello
los
brazos, tu gusto admita
esta
corona, que imita
el oro de tus cabellos.
¡Hijo! ¿No quieres hablarme?
Alza la
triste cabeza
si ya
con esa tristeza
no
pretendes acabarme.
ABSALÓN:
Hermano, ¿la cortesía
cuándo
no tuvo lugar
en
vuestro pecho, a pesar
de
cualquier melancolía?
Mirad que el rey, mi señor
y
padre, hablándoos está.
ADONÍAS: Si
Adonías causa da
a
conservar el amor
que
en vos mostró la experiencia,
por él
os ruego que habléis
a un monarca que tenéis
llorando en vuestra presencia.
SALOMÓN: No
agüéis tan alegre día.
TODOS: Príncipe, volved en vos.
DAVID: ¡Amón!
AMÓN: ¡Oh, válgame Dios,
qué impertinente porfía!
Alza la cabeza
muy triste
DAVID: ¿Qué
tienes, caro traslado
de este
triste original,
que en
alivio de tu mal,
de todo
el hebreo estado
la
mitad darte prometo?
Gózale y no estés así;
pon esos ojos en mí,
de todo mi gusto objeto.
No
se oscurezca el Apolo
de tu
cara; el mal despide.
¿Qué
quieres? ¡Háblame, pide!
AMÓN: Que os
vais y me dejéis solo.
DAVID: Si
en esto tu gusto estriba,
no te
quiero dar pesar;
tu
tristeza ha de causar
que yo
sin consuelo viva.
Aguado has el regocijo
con que
Israel se señala.
Pero
¿qué contento iguala
al
dolor que causa un hijo?
¿Qué
no mereciera yo
aunque
fingiéndolo fuera,
una
palabra siquiera
de
amor? ¿Dirásme que no?
¡Príncipe, un mirarme sólo!
¡Cruel
con mis canas eres!
¿Qué
has? ¿Qué sientes? ¿Qué quieres?
AMÓN: Que os
vais y me dejéis solo.
ABSALÓN: El
dejarle es lo más cuerdo,
pues
persuadirle es en vano.
DAVID: ¿Qué
vale el reino que gano,
hijos,
si al príncipe pierdo?
Vanse; y al
entrarse TAMAR, llámala
AMÓN y
levántase de la silla
AMÓN:
¡Tamar! ¡Ah, Tamar! Señora.
¡Ah, hermana!
TAMAR:
¡Príncipe mío!
AMÓN: Oye de
mi desvarío
la
causa que el rey ignora.
¿Quieres tú darme salud?
TAMAR: A estar
su aumento en mi mano,
sabe
Dios, gallardo hermano,
con
cuánta solicitud
hierbas y piedras buscara,
experiencias aprendiera,
montes
ásperos subiera,
filósofos consultara,
para
volver a Israel
un príncipe, que la muerte
pretende quitarle.
AMÓN: Advierte
que no
siendo tú crüel,
sin
piedras, drogas ni hierbas,
metales, montes o llanos,
está mi vida en tus manos,
y que
en ellas la conservas.
Toma
este pulso; en él pon
Tómale
los
dedos como instrumento,
a cuyo
encendido acento
conceptos del corazón
entiendas.
TAMAR:
Desasosiego
muestra.
AMÓN:
Cáusanle mis penas.
Sangre encierran otras venas;
en las mías todo es fuego
Tómale a TAMAR
las manos
¡Ay, manos que el alma toca,
Bésaselas
pagando
en besos agravios!
¡Quién
se hiciera todo labios
para
gloria de esta boca!
TAMAR: Por
ser tu hermana, consiento
los favores que me haces.
AMÓN: Y
porque ansí satisfaces
la pena
de mi tormento.
TAMAR: Dime
ya tu mal; acaba.
AMÓN: ¡Ay,
hermana, que no puedo!
Es
freno del alma el miedo.
Darte
parte de él pensaba...
pero... vete, que es mejor
morir
mudo. ¿No te vas?
TAMAR: Si
determinado estás
en eso,
sigo tu humor.
Voyme. Adiós.
AMÓN: ¡Crueldad extraña!
TAMAR: Oye,
vuelvo.
AMÓN:
Pero... vete.
TAMAR: Alto.
AMÓN:
Vuelve y contaréte
el
fiero mal que me engaña.
TAMAR: Si
de una hermana no fías
tu secreto, ¿qué he de hacer?
AMÓN: (De ser hermana y mujer, Aparte
nacen mis melancolías.)
¿Posible es que no has sacado
por el pulso mi dolor?
TAMAR: No sé
yo que haya doctor
que tal
gracia haya alcanzado.
Si
hablando no me lo enseñas,
mal tu
enfermedad sabré.
AMÓN: Pues,
yo del pulso bien sé
que es
lengua que habla por señas.
Pero
pues no conociste
por él
tanto desvarío,
en tu
nombre y en el mío,
hermana, mi mal consiste
¿No
te llamas tú Tamar?
TAMAR: Ese
apellido heredé.
AMÓN: Quítale
al Tamar la T,
¿y
dirá, Tamar...?
TAMAR: "Amar."
AMÓN: Ése
es mi mal; yo me llamo
Amón;
quítale la N.
TAMAR. Serás
"amo."
AMÓN:
Porque pene,
mi mal
es amar; yo amo.
Si
esto adviertes, ¿qué preguntas?
¡Ay,
bellísima Tamar,
amo y
es mi mal amar,
si a mi
nombre el tuyo juntas!
TAMAR: Si
como hay similitud
entre
los nombres, la hubiera
en las
personas, yo hiciera
milagros en tu salud.
AMÓN:
Amor, ¿no es correspondencia?
TAMAR: Así le
suelen llamar.
AMÓN: Pues si
entre Amón y Tamar
hay tan
poca diferencia,
que
dos letras solamente
nos
distinguen, ¿por qué callo
mi mal,
cuando medios hallo
que
aplaquen mi fuego ardiente?
Yo,
mi Tamar, cuando fui
contra
el amonita fiero,
y en el
combate primero
del
rey, mi padre, seguí
las
banderas y el valor,
vi
sobre el muro una tarde
un sol
bello haciendo alarde
de sus
hazañas de amor.
Quedé ciego en la conquista
de sus
ojos soberanos
y sin llegar a las manos
me venció sola su vista.
Desde entonces me alistó
Amor
entre sus soldados;
supe lo
que eran cuidados
que hasta aquel instante, no.
Tiré
sueldo de desvelos,
sospechas me acompañaron,
imposibles me animaron,
quilataron mi amor celos;
y
procurando saber
quién era la causa hermosa
de mi
pasión amorosa
en que
me siento encender,
supe
que era la princesa,
hija
del bárbaro rey,
contraria en sangre y en ley,
si una sola amor profesa.
Y,
como imposibilita
la
nuestra el mezclarse, hermana,
sangre
idólatra y pagana
con la
nuestra israelita,
viendo mi amor imposible,
a la ausencia remití
mi
salud, porque creí
que de
su rostro apacible
huyendo, el seso perdido,
a pesar
de tal violencia,
ejecutara la ausencia
los milagros
del olvido.
Volvíme a Jerusalén,
dejé bélicos despojos,
quise divertir los ojos,
que
siempre en su daño ven,
pero, ni conversaciones,
cazas,
juegos o ejercicios,
fueron
remedios, ni indicios
de
aplacarse mis pasiones.
Creció mi mal de día en día
con la
ausencia; que quien ama,
espuelas de amor la llama,
y, en
fin, mi melancolía
ha
llegado a tal extremo
que
aborrezco lo que pido,
lo que
me da gusto olvido,
y me
anima lo que temo.
Aguardé a mi padre el rey
para
que, cuando volviese,
por
esposa me la diese;
que,
aunque de contraria ley
la
nuestra, hermana, dispensa
del
Deuteronomio santo,
con que
cuando amare tanto
como yo, y casarse piensa
con
mujer incircuncisa
ganada
en lícita guerra,
la
traiga a su casa y tierra
donde
en paz sus campos pisa,
le
quite el gentil vestido
y la adorne de otros bellos,
le
corte uñas y cabellos
y pueda
ser su marido.
Esta
esperanza en sosiego
hasta
agora conservé,
pero
ya, infanta, que sé
que mi padre a sangre y fuego
la
ciudad de quien adoro
destruyó, quedando en ella
muerta
mi idólatra bella;
sangre
por lágrimas lloro.
Éste
es mi mal, imposible
de sanar; ésta mi historia.
Consérvala mi memoria
para
hacerla más terrible.
¡Ten
piedad, hermana bella,
de mí!
TAMAR:
Dios, hermano, sabe
si
cuanto es tu mal más grave
me
aflije más tu querella.
Mas
yo ¿cómo puedo Amón
remediarte?
AMÓN:
Bien pudieras,
si tú,
mi Tamar, quisieras.
TAMAR: Ya
espero la conclusión.
AMÓN: Mira, hermana de mi vida,
aunque
es mi pasión extraña
como es
niño Amor, se engaña
con
cualquier cosa fingida.
Llora un niño, y a su ama
pide
leche, y dale el pecho
tal vez otra, sin provecho,
donde,
creyendo que mama
solamente se entretiene.
¿No has visto fingidas flores
que, en apariencia y colores
la vista a engañarse
viene?
Juega con la espada negra
en paz,
quien la guerra estima,
engañando con la esgrima
las
armas con que se alegra;
hambriento he yo conocido
que de
partir y trinchar
suele
más harto quedar
que los
otros que han comido;
pues
mi amor, en fin, rapaz,
si a
engañarle hermana llegas,
si
amorosas tretas juegas,
si
tocas cajas en paz,
si
le das fingidas flores,
si el
pecho toma a un engano,
si
esgrime seguro el daño,
si de
aparentes favores
trincha el gusto que interesa,
podrá
ser, bella Tamar,
que sin
que llegue al manjar
le
satisfaga la mesa.
Mi
princesa malograda
fue imagen de tu hermosura;
suspender mi mal procura
en su
nombre transformada.
Sé tú mi dama fingida;
consiente que te enamore,
que te
ronde, escriba, llore,
cele,
obligue, alabe, pida;
que
el ser mi hermana, asegura
a la
malicia sospechas,
y mis llamas satisfechas
al
plato de tu hermosura,
mientras el tiempo las borre,
serás
fuente artificial,
que
alivia al enfermo el mal,
sin
beber, mientras que corre.
TAMAR: Si
en eso estriba no más,
caro
hermano, tu sosiego,
tu
gusto ejecuta luego,
que en
mí tu dama hallarás,
quizá más correspondiente
que la
que ansí te abrasó.
Ya no
soy tu hermana yo;
preténdeme diligente,
que,
con industrioso engaño,
mientras tu hermana soy,
para
que sanes, te doy
de
término todo este año.
AMÓN: ¡Oh,
lengua medicinal!
¡Oh,
manos de mi ventura!
Besa las manos
de TAMAR
¡Oh,
cielo de la hermosura!
¡Oh,
remedio de mi mal!
Ya
vivo, ya puedo dar
salud a
mi mortal llama.
TAMAR:
¿Dícesme eso como a dama,
o sólo
como a Tamar?
AMÓN: Como
a Tamar hasta agora;
más,
desde aquí, como a espejo
de mi
amor.
TAMAR:
¿Luego ya dejo
de ser Tamar?
AMÓN:
Sí, señora.
TAMAR:
¿Princesa soy amonita?
AMÓN: Finge
que en tu patria estoy,
y que
hablar contigo voy
al
alcázar, donde habita
tu
padre, el rey, que cercado
por el
mío, está afligido;
y yo en
tu amor encendido,
después
de haberte avisado
que
esta noche te he de ver,
entro
atrevido y seguro
por un
portillo del muro,
y tú,
por corresponder
con
mi amor, a recibirme
sales.
TAMAR:
¡Donosa aventura!
Comienzo a hacer mi figura.
(No
haré poco en no reirme.) Aparte
AMÓN:
Entro, pues. Árboles bellos
de este jardín, cuyas hojas
son ojos, que mis congojas
llora amor por todos
ellos,
¿habéis visto a quien adoro?
Pero sí,
visto la habéis,
pues el
ámbar que vertéis
condensado en gotas de oro,
de
su vista le heredáis.
TAMAR: ¿Si
habrá el príncipe venido?
¿Sois vos, mi bien?
AMÓN: ¿Que he adquirido
el blasón con que me
honráis?
¡Dichoso mi amor mil veces!
TAMAR: ¿Venís
solo?
AMÓN:
No es discreto
el amor
que no es secreto.
¿Cómo,
amores, no me ofreces
esos
brazos amorosos
que con
mis suspiros merco?
Pues
que con los míos os cerco,
cielos
de amor luminosos,
zona
soy que se corona
con los
signos de oro bellos
de esos
hermosos cabellos;
estrellas son de esa zona
esos
ojos, esas manos
que al
cristal envidia dan;
la vía
láctea serán
de mis
gustos soberanos.
¡Ay
mis manos, que me abraso
Besa las manos
a TAMAR
si a
los labios no os arrimo
con que
sus llamas reprimo!
Remediadme
TAMAR:
Paso, paso,
que
no os doy tanta licencia.
AMÓN:
¿Dícesme eso como a hermano,
o como
amante, que ufano
está
loco en tu presencia?
TAMAR: Como
a hermano y a galán;
que si
de veras te abrasas,
las leyes de hermano pasas;
y si favores te dan
ocasión de que así estés
la
primera vez que vienes
a ver
tu dama, no tienes
de
medrar por descortés.
Basta, por agora, esto.
¿Cómo
te sientes?
AMÓN: Mejor.
TAMAR:
¡Donosas burlas!
AMÓN: De amor.
TAMAR: Ya es
sospechoso este puesto.
Vete.
AMÓN:
¿No eres tú mi hermana?
TAMAR: El
serio recato pide.
AMÓN: Como a
galán me despide.
TAMAR: Vaya,
pues esto te sana.
AMÓN:
Adiós, dulce prenda.
TAMAR: Adiós.
AMÓN:
¿Queréisme mucho?
TAMAR: Infinito.
AMÓN: ¿Y admitís mi amor?
TAMAR: Sí admito.
AMÓN: ¿Quién
es vuestro esposo?
TAMAR: Vos.
AMÓN:
¿Vendré esta noche?
TAMAR: A las once.
AMÓN: ¿Olvidaréisme?
TAMAR: En mi vida.
AMÓN:
¿Quedáis triste?
TAMAR: Enternecida.
AMÓN:
¿Mudaréisos?
TAMAR:
Seré bronce.
AMÓN:
¿Dormiréis?
TAMAR:
Soñando en vos.
AMÓN: ¡Qué
dicha!
TAMAR:
¡Qué dulce sueño!
AMÓN: ¡Ay mi
bien!
TAMAR:
¡Ay caro dueño!
AMÓN: Adiós, mis ojos.
TAMAR: Adiós.
Vase AMÓN. Sale JOAB, que ha estado
escuchando
escondido
JOAB:
Escuchando de aquí he estado,
aunque
a mi pesar, finezas,
requiebros, gustos, ternezas
de un amor
desatinado.
¿Úsanse entre los hermanos,
aun de
la gente perdida,
esto de
mi bien, mi vida,
ceñir
cuellos, besar manos?
"¡Ay, mi esposa!"
"¡Ay caro dueño!"
¿Mudaráste?" "Seré bronce."
"Vendré esta noche?"
"A las once."
"¿Soñaré en ti?"
"¡Dulce sueño!"
No
sé yo que haya señales
de una
hermanada afición
como
éstas, si ya no son
Tamar,
de hermanos carnales.
En
pago de mis hazañas
pedirte
al rey pretendí,
por
esta causa emprendí
dificultades extrañas.
El
primero que asaltó
a vista del campo hebreo
con
muerte del jebusco
muros
en Sión, fui yo.
Su
capitán general
el rey
profeta me hizo,
con que
en parte satisfizo
mi
pecho noble y leal.
En
muestras de este deseo
siempre
que a la guerra fui,
partí,
llegué, vi y vencí;
y agora
llego, entro y veo
amores abominables,
ofensas de Dios, del
rey,
de tu sangre, de tu ley;
y con efectos mudables,
olvidados mis servicios,
menospreciado mi amor,
mal
pagado mi valor
y de tu
deshonra indicios.
Mas,
gracias a Dios, que ha sido
en
tiempo que queda en pie
mi
honra. Desde hoy haré
altares
al cuerdo olvido;
al
rey diré lo que pasa
como
testigo de vista,
pues,
cuando extraños conquista,
afrentáis propios su casa;
y,
mientras hace el olvido
en mi
pecho habitación,
en el
incestuoso Amón
tendrás
hermano y marido.
TAMAR: Oye,
espera, Joab valiente;
así alargue Dios tus años
que escuches los desengaños
de un amor, sólo
aparente.
Si a
un loco que con furor
rey se
finge, el que es discreto
por
librarle de un aprieto
le va
siguiendo el humor,
le
entitula majestad,
le
habla hincada la rodilla,
cual
vasallo se le humilla,
y teme
su autoridad,
con
que su fuerza sosiega;
a que
adviertas te provoco
que
está Amón de amores loco,
y que
de esta pasión ciega
ha
de morir breveinente
con que
a mi padre ha de dar,
si no
le mata el pesar,
vejez
triste e inclemente.
Quiso a una dama amonita
que con
los demás murió
cuando
a Rábata asaltó
la
venganza israelita.
Tiénela en el alma impresa
y la
ama sin esperanza,
dice
soy su semejanza,
y que
si del mal, me pesa,
que
le abrasa, finja ser
la que
adora, y cuando venga,
con amores le entretenga.
Es mi
hermano, sé el poder
del
ciego amor que le quema,
y para
que poco a poco
aplaque
el tiempo a este loco
seguí,
como ves, su tema.
Mas, pues resulta en tu daño
y en
riesgo de mi opinión,
muérase
mi hermano Amón
y cese
desde hoy tu engaño.
Si
él ama, yo amo también
las
partes de un capitán,
el más valiente y galán
que ha
visto Jerusalén.
Pídeme a mi padre luego,
que
otras hijas ha casado
con
vasallos que no han dado
las
muestras que en ti a ver llego,
y no ofenda esta maraña
el
valor de mi firmeza,
ni un
amor en la corteza
que a
un enfermo amante engaña.
JOAB:
Conozco tu discreción
y tus
virtudes no ignoro;
tu honesta hermosura adoro
y
celebro tu opinión.
No
haya más celos, ni enojos;
perdone
a Joab, Tamar,
que
desde hoy jura no dar
crédito
ni fe a sus ojos.
Si
ser tu esposo intereso,
será
premio de mi amor;
en fe
de aquese favor
la
mano, hermosa, te beso.
Vase JOAB. Sale AMÓN al mismo tiempo que
JOAB besa la
mano a TAMAR
AMÓN:
Besar la mano donde el labio ha puesto
su
príncipe, un vasallo, es hecho aleve;
que el
vaso se reserva donde bebe
el
caballo, el vestido y el real puesto.
Como
hermano, es mi agravio manifiesto;
como
amante, a furor mi pecho mueve.
¡Ídolo
de mi amor, hermana leve!
¿Tan
presto atormentar? ¿Celos tan presto?
Como
amante ofendido y como hermano
a
locura y venganza me provocas.
Daré la muerte a tu Joab villano,
y cuando niegues tus mudanzas locas,
desmentiráte tu besada
mano,
pues
por tener con qué, buscó dos bocas.
TAMAR: Ya
sea, Amón., tu hermana, ya tu dama,
aquella verdadera, ésta fingida,
quimeras deja, tu pasión olvida
que
enferma, porque tú sanes, mi fama.
Si
una difunta en mí busca tu llama,
diré
que estoy para tu amor sin vida;
si
siendo hermana soy de ti oprimida,
razón
es que aborrezca a quien me infama.
No
me hables más palabras disfrazadas,
ni con
engaños tu afición reboces
cuando
Joab honesto amor pretenda;
que
andamos yo y tu dama muy pegadas,
y no sé
yo como tu intento goces,
sin que
la una de las dos se ofenda.
Vase TAMAR
AMÓN: Ansí
te vas, homicida?
¿Con
palabras tan resueltas,
la
venda y la herida sueltas
para
que pierda la vida?
Pues
yo te daré venganza,
crüel,
mudable Tamar;
que, en
fin, acabas en mar
por ser
mar en la mudanza.
¡Que
me abraso, ingratos Cielos,
que me
da muerte mi rigor!
Sale JONADAB
JONADAB: ¿Qué es
aquesto, gran señor?
AMÓN: Mal de
corazón, de celos.
JONADAB:
¿Celos? ¿No sabré yo, acaso,
de
quién?
AMÓN:
Sí, que pues me muero
ni
puedo callar, ni quiero.
Por
Tamar de amor me abraso.
JONADAB: ¿Qué
dices?
AMÓN:
No me aconsejes;
dame
muerte, que es mejor.
JONADAB:
Desatinado es tu amor;
mas,
para que no te quejes
de
mi lealtad conocida,
tu
pasión quiero aliviar.
Pierda
su honra Tamar
y no
pierdas tú la vida.
Fíngete malo en la cama.
AMÓN: No es
mi tormento ficción.
JONADAB:
Disimula tu afición
y al
rey, que te adora, llama.
Pídele que venga a darte
Tamar,
tu hermana, a comer;
y
cuando esté en tu poder,
no
tengo que aconsejarte,
discreto eres. La ocasión
lo que
has de hacer te dirá.
AMÓN: En ese
remedio está
mi vida
o mi perdición.
Ve por mi padre. ¿Qué aguardas?
JONADAB: (Como
andas a tiento, amor Aparte
no
distingues de color,
ni a
hermanos respeto guardas.)
Vase JONADAB
AMÓN: Si
amor consiste sólo en semejanza,
y tanto
los hermanos se parecen,
que en
sangre, en miembros y en valor merecen
igual
correspondencia y alabanza,
¿qué
ley impide lo que Amor alcanza?
De Adán, los mayorazgos nos ofrecen,
siendo hermanos, ejemplos
que apetecen
lo
mismo que apetece mi esperanza.
Perdones, pues, la ley que mi amor priva,
vedando
que entre hermanos se conserve;
que la
ley natural en contra alego.
Amor, que es semejanza, venza y viva;
que, si
la sangre, en fin, sin fuego, hierve,
¿qué
hará sangre que tiene tanto fuego?
Salen DAVID,
JONADAB y ELIAZER
DAVID: De que envíes a llamarme,
hijo,
arrimo de mi vida,
ya mi
tristeza se olvida,
ya
vuelves á consolarme.
Habla, no repares, pide.
AMÓN: Padre,
mi flaqueza es tanta,
que la
muerte se adelanta,
si tu
favor no lo impide.
No
puedo comer bocado,
ni hay
manjar tan exquisito,
que
alentando el apetito,
mi
salud vuelva a su estado.
Como
el mal todo es antojos,
paréceme, padre, a mí
que a
venir Tamar aquí,
con
solo poner los ojos
y
las manos en un pisto,
una
substancia o bebida,
términos diera a la vida,
que ya
de camino has visto.
¿Quiere, señor, vuestra alteza,
concederme este favor?
DAVID: Poco
pides a mi amor:
si ansí
alivias tu tristeza,
Tamar vendrá diligente.
AMÓN: Beso
tus pies.
DAVID:
Eso es justo.
AMÓN: Guisa
Tamar a mi gusto,
y
entiéndele solamente.
DAVID: No
le quiero dilatar;
voy a
llamar a la infanta.
Vase DAVID
AMÓN:
Eliazer, dime algo, canta
si
alivia a amor el cantar.
Canta
ELIAZER: "Cuando
el bien que adoro
los
campos pisa,
madrugando el alba,
llora de risa.
Cuando los pies bellos
de
mi niña hermosa
pisan, juncia y rosa,
ámbar salen de ellos;
va
el campo a prenderlos
con
grillos de flores,
y
muerta de amores,
si el
sol la avisa,
madrugando el alba
llora de risa."
Sale TAMAR con
una toalla al hombro y una escudilla
de plata entre
dos platos de lo mismo
TAMAR:
Mandóme el rey, mi señor,
que a
vuestra alteza trujese
de mi
mano, que comiese,
porque
conozco su humor;
ya no
tendrá buen sabor
si de
gusto no ha mudado,
porque
aunque yo lo he guisado,
si
llaman gracia a la sal,
yo
vendré, príncipe, tal,
que no
estará sazonado.
AMÓN:
Jonadab, salte allá fuera,
cierra
la puerta, Eliazer,
Vanse los dos
que a
solas quiero comer
manjares que el alma espera.
TAMAR: Lo que
haces considera.
AMÓN: No hay
ya que considerar;
tú sola
has de ser manjar
del
alma a quien avarienta
tanto
ha que tienes hambrienta,
pudiéndola sustentar.
TAMAR: Caro
hermano, que harto caro
me
saldrás si eres crüel;
príncipe eres de Israel,
todos
están en tu amparo;
mi
honra es espejo claro
donde
me remiro y precio;
no
sufrirá su desprecio
si le
procuras quebrar,
ni tú
otro nombre ganar
que de
amante torpe y necio.
Retirándose
Tu
sangre soy.
AMÓN: Ansí te amo.
TAMAR:
Sosiega.
AMÓN:
No hay sosegar.
TAMAR: ¿Qué
quieres?
AMÓN:
Tamar, amar.
TAMAR:
¡Detente!
AMÓN:
Soy Amón, amo.
TAMAR: ¿Si
llamo al Rey?
AMÓN: A Amor llamo.
TAMAR: ¿A tu
hermana?
AMÓN: Amores gusto.
TAMAR: ¡Traidor!
AMÓN: No hay amor injusto.
TAMAR: Tu
ley...
AMÓN:
Para Amor no hay ley.
TAMAR: Tu
rey...
AMÓN:
Amor es mi rey.
TAMAR: Tu
honor...
AMÓN:
Mi honor es mi gusto.
FIN DE LA
SEGUNDA JORNADA
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