JORNADA SEGHIDA
Salen GRIMALDO
y OCTAVIA
GRIMALDO: Yo
le haré que tenga seso,
pues no
le puedo hacer sabio.
¿Tras
ignorante, travieso?
OCTAVIA:
¡Grimaldo!
GRIMALDO:
¡Con buen resabio
ha
salido! Estará preso,
-- ¡vive Dios! -- hasta que olvide
las
pasiones que ha trocado
por las
letras que despide.
¡Bueno!
¿Otón enamorado
cuando
en el campo reside?
¿Mujercillas en mi quinta?
OCTAVIA: Ésta es
una labradora,
no cual
vuestro enojo pinta.
GRIMALDO:
Echadla, Octavia, en mal hora,
o la
que traigo en la cinta
dándola de espaldarazos
mi
cólera amansará.
¿Qué
mucho si en tales lazos
gasta
el tiempo cuando da
al amor
torpes abrazos,
que
ni lo que estudia sepa
ni haga
cosa de valor?
No
hallo yo pecho en quien quepa
el estudio y el amor,
que de la virtud
discrepa.
La
torpeza no conserva
letras
con que el sabio viva
de los
vicios contrahierba,
que si
Venus es lasciva,
por eso
es virgen Minerva.
¡Bien en la quinta se emplea!
Con tan
buenos cartapacios
estudiando en el aldea,
olvidará los palacios
que el
ocioso amor pasea.
No
me repliquéis, Octavia;
preso
ha de estar; despedid
esa
mujer si sois sabia.
OCTAVIA:
Desenojáos y advertid
si Otón
con ella os agravia,
y
castigadle después
que lo
hayáis averiguado.
GRIMALDO: ¡Que
siempre en las madres es
el amor
desatinado!
OCTAVIA: Como no
hay otro interés
que
premie lo que nos cuesta
un
hijo, sino el amor,
más sus
fuerzas manifiesta.
GRIMALDO:
¿Queréis indicio mayor
de la
afición deshonesta
que
Otón tiene a esa mujer?
Pues
advertid el cuidado
con que
vive desde ayer
que en
casa se ha acomodado,
que yo
he procurado ver
si a
solas se hablan, y han sido
tantas
las muestras y tales
de
amor, que me han persuadido
a que
en lazos desiguales
se han
de casar, si no impido
este
desatino luego.
OCTAVIA: ¿Vos lo
visteis?
GRIMALDO: Yo, que sé
las
propiedades del fuego,
que
aunque de lejos se ve,
da luz
y es para sí ciego.
Por
eso en el fuego ha puesto
Amor su
esfera; y ansí
despedidla, Octavia, presto,
y dejadme hacer á mí,
que yo me entiendo.
OCTAVIA: ¿Qué es esto?
Salen el CONDE
Enrique, el DUQUE, viejo, CRISELIO,
CLAVELA,
ROSELA, CÉSARO y RAMÓN, todos de camino
DUQUE: Si
con alguna traición
no
provocáis mi paciencia,
mirad,
conde de Placencia,
que
usáis mal de la ocasión
que
el cielo da a nuestras paces.
¿Qué es
de Clemencia, que en ella
mi vida
estriba?
CONDE: A perdella
los
sentimientos que haces,
gran
senor, no son tan grandes
como
los que quien ignora
esta
desdicha y la adora
ha de
padecer. No mandes
impedirme de esa suerte
la
ventura que intereso;
que
habrá de costarme el seso,
si no
me cuesta la muerte
la
pérdida lastimosa
de su
adorada belleza.
CRISELIO: Conde,
en vuestra fortaleza
estuvo
Clemencia hermosa.
Para
la amorosa entrega
de
estas paces la llevé
y en la
cuadra la dejé,
que su
depósito niega.
Hallar la puerta cerrada
y abierto el falso jardín
del
bosque, si no es a fin
de
alguna traición pensada,
no
sé lo que conjeture.
DUQUE: El
alcaide es deudo vuestro;
y como en ardides diestro,
no me espanto que procure
en
mi agravio la venganza
que
posponéis al amor.
RAMÓN: Yo
nunca he sido traidor.
CONDE: Ni mi
burlada esperanza
se
persuadirá jamás
a que de industria no haces,
para deshacer las paces,
que eternas fueran de hoy más,
Duque, aquese
estratagema;
que
estarás arrepentido,
que
siendo yo su marido
peligros
de amor no tema;
y
para que no la goce
la
habrás mandado esconder.
DUQUE: Nunca
se atrevió a ofender
mi
valor quien le conoce.
Y
cuando yo no quisiera
que la
paz llegara a efeto,
no me
puso en tanto aprieto,
Conde,
vuestra guerra fiera
que
me obligue a compromisos
ni a usar de tales engaños.
CONDE: Truecan los maduros años
faltas de esfuerzo en
avisos;
e
intentaréis deshacer
lo
concertado con eso;
pero
esté el alcaide preso,
duque,
y en vuestro poder
mientras se sabe quién es
el que
ocasiona la ausencia
y
pérdida de Clemencia.
Veremos
si mi interés
o el
vuestro queda culpado.
DUQUE: Soy
contento.
RAMÓN:
¡Gran señor!
CRISELIO: (¿Qué
es esto, confuso Amor? Aparte
¿Cómo
os me habéis malogrado?
Mientras por mi gente fui
y con
engaños tracé
la
ganancia que intenté,
mi dama
y dicha perdí.
Pero
un consuelo me queda,
y es
que no la gozará
el
conde, ni Amor querrá
que mal
mi industria suceda.)
CÉSARO: (Mi
dicha se desbarata Aparte
si
Clemencia no parece;
que el duque
que favorece
mis
letras y honrarme trata,
ni
de mi se ha de acordar,
ni el
marqués de mí hará caso.)
ROSELA: (Con mi
desdicha me caso Aparte
si no
me vengo a casar
con el conde imaginado.)
CLAVELA: (Si mi
prima falta, cielos,
aunque
sosieguen los celos
que
ella y Criselio me han dado,
como
el duque no sosiegue
¿qué
gusto podré tener?)
GRIMALDO: ¿Qué
causa ha podido haber
para
que a mi quinta llegue
ansí
el duque alborotado,
con el
conde de Placencia?
OCTAVIA: Si no
parece Clemencia,
bastante ocasión le han dado.
Sale CLEMENCIA
en traje de pastora
CLEMENCIA: Pues los cielos te han traído,
padre invicto, duque
justo,
a esta
quinta, asilo sacro
donde
mi honor aseguro,
no te
espante mi disfraz,
ni con
amoroso yugo
enlazar
cuellos pretendas
que se
aborrecen por uso.
Antiguas enemistades,
desde tus padres augustos,
al marqués de Monferrato
dan tiranos atributos;
que los
odios que se heredan,
cual muestran ejemplos muchos,
han menester Alejandros
que desenlacen sus ñudos.
La
autoridad sacrosanta
del Papa, que se interpuso
entre
el rigor de la guerra,
envainar aceros pudo.
¿Qué no
pudiera el valor
de los enemigos tuyos,
pues tantas veces temblaron
sólo de verlos desnudos?
Pero,
prudente y piadoso,
armas a
libros redujo,
asaltos
a tribunales,
guerras
a pleitos confusos;
criminales competencias
a
civiles estatutos,
y el
derecho de la espada
a las leyes de Licurgo.
Salió por ti la
sentencia,
y lo
que por tantos lustros
la
guerra no pudo hacer,
una
sentencia lo pudo
que estableciendo amistades
pretendió juntar en uno
nuestros estados y casas.
¡Necio
arbitrio, aunque seguro!
Concertadas ya mis bodas
y
reducidos al culto
del amoroso Himeneo,
a
celebrarlas me trujo
Criselio, a una fortaleza
donde
el engaño dispuso
que
saliese a recibirme
el
conde Enrique, perjuro.
Dejáronme
en una cuadra
en que,
obediente a tu gusto
y rebelde el mío, que Amor,
en fe que en los ojos puso
la entrada que hace en el
alma,
si no
ve no da tributo
porque
es más sordo que ciego,
estaba
haciendo discursos,
ya en
pro, ya en contra,
hasta
tanto que venció
el
cansancio, y pudo
rendirme a pesar del miedo
en
brazos del sueño mudo.
Soñando
estaba verdades
que
agora en mi daño apuro,
y
entonces adivinaba
el
alma, profeta oculto,
cuando
entrando por la puerta
de un
jardín, que si da fruto
debe de
ser en traiciones,
el
Conde, Paris segundo,
y
llevándome en los brazos,
con un
lienzo dando un ñudo
a la
boca que intentaba
obligar
al favor justo,
ayudándole traidores,
sobre
las ancas me puso
de un
caballo que sin alas
voló
hasta el bosque confuso.
Púsome,
en fin, en el suelo,
y
díjome, "Ansi procuro
vengar
antiguos agravios
mientras que tu honor injurio.
No
letrados con sobornos
piense
tu padre caduco
que
quieten enemistados
sentenciando en favor suvo.
A la
fuerza de tu honor
violentamente reduzgo
el
tálamo que esperabas,
vuelto
en afrenta su yugo.
Con
deshonrarte me vengo
para
que publíque el mundo
con tu afrenta mi venganza,
que es
la que ha tanto que busco."
Di
voces, pidiendo al cielo
rayos,
que siendo verdugos
contra
tiranas ofensas,
mi
honor dejasen seguro.
Oyólas un labrador,
en
cuerpo y traje robusto,
puesto
que noble en los hechos,
a quien
mi vida atribuyo,
que con
un tosco bastón,
despojo
de un roble duro,
contra el bárbaro atrevido
sirvió
a mis quejas de escudo,
y sin temer los traidores,
cobardes, puesto que muchos,
testigo de sus hazañas,
hizo los montes incultos.
Huyó el tirano afrentado,
siendo
testigo su insulto,
que no
hay valiente traidor;
pues
tantos temblaron de uno,
y el
vencedor cortesano
hasta
esta quinta me trujo,
sagrado de mis ofensas,
restauración de mis gustos,
y asegurando recelos
de
Grimaldo, padre suyo,
me
revistió de labradora,
lenguas
enfrenando al vulgo.
De este modo, gran señor,
desde
ayer ocasión busco
para
darte larga cuenta
de mis
agravios y tuyos.
Si el
torpe disimulado
negarlos intenta astuto,
su
enemistad y mis quejas
serán
testigos seguros.
Escarmienta desde hoy más,
y de
enemigos perjuros
no te
fíes otra vez
cuando
aborrecen por uso;
que ni
al río has de pedir
que
retroceda su curso,
al sol
que engendre tinieblas,
ni que
discurran los brutos.
La
enemistad heredada,
si a
mil ejemplos acudo,
es otra
naturaleza.
Con el
presente te arguyo.
Armas, valor y honra tienes;
vuelva el acero desnudo
a dar
filos a tu agravio,
a
asaltar traidores muros,
que
primero que me obligues
a su
aborrecido yugo,
dándome
muerte violenta
cubriré
a Mántua de luto.
DUQUE:
Bárbaro conde, ¿qué disculpa tienes,
que a
descargarte de este insulto baste?
¿Armado a celebrar tus bodas vienes?
Culpado estás, pues
contra mí te armaste;
que
pues defensa a tu traición previenes,
la
enemistad y bandos que heredaste
intentas proseguir, porque no ignoras
que en
fiestas, armas son siempre traidoras.
¿Lo
que con tantas guerras no has podido,
intentas con traiciones, y blasonas
de
ilustre, de cortés y bien nacido?
A tus
armas añade esas coronas.
Con el
papa y con Dios tengo cumplido.
Tú
mismo, contrario traidor, pregonas
la
guerra en que ha de ser mortal retrato
de Roma
por Nerón tu Monferrato.
¡Viven
los cielos y mi injuria vive,
que no
ha de quedar piedra sobre piedra
en
ella, si obediente te recibe,
y
amparando traidores crece y medra!
Habitarála cuando la derribe,
en vez
de gente, solitaria hiedra,
que
siempre verde en fe de tu castigo,
de mi
justa venganza sea testigo.
Vete
a tu padre, como tú, engañoso,
y
podrásle decir cuando le avises
de tu intento burlado y cauteloso,
que
deje engaños para el griego Ulises,
y que
si sale al campo belicoso,
las
hierbas teñiré que huyendo pises
con más
copia de sangre que dió Italia
a los trágicos campos de Farsalia.
CONDE: A no
saber que con tan vil engano
de
darme a tu Clemencia arrepentido,
tus embustes reduces en mi daño,
con aquesa mentira
prevenido,
fácil pudiera darte el desengaño;
y de mi
amor honesto persuadido,
mostrar
quién causa aquese trato doble,
quién
su sangre envilece y quién es noble.
Mas
el amor con que es razón estime
a
madama Clemencia, cuya mano
pensé
gozar, mi cólera reprime,
que
siempre Amor es cuerdo y cortesano.
Injurie
mi valor, quejas intime
de que
inocente estoy, llámeme en vano
corsario de su honor, que en su
decoro
no
podré decir más de que la adoro;
y
que pues niegas, duque, al juramento
la
obligación y paces ya quebradas,
no
descortés, pero injuriado intento
hacer
que a mi valor te persüadas,
los
tafetanes lisonjeando al viento,
brillando al sol las hojas aceradas,
dando
voces las cajas, mi justicia
publicarán mi amor y tu malicia.
Vase el CONDE
DUQUE:
¿Adónde está el labrador
de
nuestra honra defensa?
CLEMENCIA: Ese
nombre le hace ofensa,
que es
caballero, señor.
El
dueño de aquesta quinta,
noble, aunque pobre, es su padre;
y su
generosa madre
Octavia, que en Otón pinta
como
en imagen el ser
de su
heredada nobleza.
GRIMALDO: Dénos
los pies vuestra alteza.
DUQUE: ¡Oh, Grimaldo! el conocer
quien érades me impidió
del
conde el villano agravio.
Ya sé
que sois noble y sabio;
pero,
¿qué cosa os movió
a
vestir en tosco traje
a Otón, si es vuestro heredero?
GRIMALDO: Tiene
el ingenio grosero
siendo
ilustre su linaje.
Quisiera que se aplicara
a las
letras, y valiera
por
ellas; mas de manera
la Fortuna le fue avara,
que
en un año no ha podido
sus
principios alcanzar,
y
quísele castigar,
de su
ignorancia ofendido,
con
tenerle retirado
aquí donde
oculto asista
y el
traje grosero vista
con su
ingenio conformado,
que
quien no sabe ser hombre
no es
bien que con hombres viva.
DUQUE: No en
sola la ciencia estriba,
Grimaldo, el glorioso nombre
que
ilustra un hidalgo pecho,
que si
todos sabios fueran
poco
las armas valieran
que tantos reyes han hecho.
Providencia es
celestial
que conserva el universo
el dar
natural diverso
y
distinto a cada cual.
Por eso son las estrellas
tantas, porque a los mortales
den distintos naturales,
naciendo
en los climas de ellas.
Y
pues no está en la elección
del
hombre la facultad
que
pretende, a Olón dejad
que
siga su inclinación.
¿Dónde está?
GRIMALDO:
Téngole preso
por lo
que si yo no fuera
crüel,
premio mereciera.
DUQUE:
Imprudente andáis en eso.
Id
por él, que he de premiarle,
pues en
fin le soy deudor
cuando
menos del honor.
Vase GRIMALDO
CÉSARO: Ya yo
comienzo a envidiarle.
ROSELA: Y
yo, hermano, a arrepentirme
de
haberle menospreciado.
CRISELIO: (Los sucesos que he escuchado Aparte
han venido a persuadirme
que
el engaño que fingí
con
Clemencia fue verdad.
¿Si en
fe de la enemistad
del
conde, mientras salí
por
mi gente, al bosque entró
el
conde y robó a madama?
Pero,
pues, ella le infama
y Otón
ayuda le dió,
¿qué
hay que dudar? Suerte mía,
mi
dicha profetizasteis;
ayer
mintiendo acertasteis.
Sosegad, sospecha fría,
que,
pues ya se desbarata
la
amistad y el casamiento
del
conde, a mi honesto intento
no será
Clemencia ingrata.)
CLEMENCIA: (Lo
que Enrique intentó hacer Aparte
dije anticipádamente.
Industria ha sido prudente;
aborrezco, y soy mujer.
Destrúyase Lombardía,
y no
destruya mi honor
quien
se casa sin amor/)
OCTAVIA: (Será
Otón desde este día, Aparte
aunque incapaz de saber,
por
modo extraño dichoso;
que
para ser venturoso
poca
ciencia es menester.)
Salen GRIMALDO
y OTÓN, con gabán
GRIMALDO: Éste es, gran señor, mi hijo.
DUQUE: Otón, mucho os soy a cargo,
De vuestro aumento me
encargo.
Por
capitán os elijo
de
esta guerra, que mi honor
por vos
tan bien defendido
contra el conde fementido
espera
en vuestro valor;
pues
si solo y desarmado
le
hacéis huír y temer,
mejor
le sabréis vencer
de mi
gente acompañado.
OTÓN:
Aunque no tengo experiencia
en el
marcial ejercicio,
el ser
en vuestro servicio
y de
madama Clemencia
suplirá cualquier defeto
que
haya, gran señor, en mí.
Pero
¿yo cuándo vencí
al
Conde?
DUQUE:
Querréis, discreto,
disimular el afrenta
de
quien vencido se ve
por
vos. Todo el caso sé,
y el
prernio queda a mi cuenta.
CLEMENCIA: Lo que en mi ayuda habéis hecho
no es
encubrirlo razón.
Aparte a OTÓN
El
disimularlo, Otón,
os ha
de ser de provecho.
Yo
vuestra dicha procuro;
daos
por entendido ya.
DUQUE: La
guerra otra vez está
declarada, y yo seguro,
pues
vais de mi parte vos,
y el
conde es vuestro vencido.
OTÓN: ¿Qué es
esto, cielo?
DUQUE: Cumplido
tengo con el papa y Dios.
Pues
Enrique desbarata
las
paces que romper quiero
y
haciéndole mi heredero
afrentar mi sangre trata,
nadie culpe mi venganza
si
castigo a un desleal.
Otra
vez sois general,
Criselio.
CRISELIO:
La confïanza,
gran
señor, que de mí hacéis
castigará al conde ingrato
destruyendo a Monferrato.
DUQUE: Con vos
quiero que llevéis,
primo, por acompañado
a
Césaro, que es espejo
de
Italia, y con el consejo
de tan
famoso letrado,
vuestro esfuerzo y su prudencia
juntas harán extremada,
en vos,
primo, con la espada,
y en
Césaro con la ciencia.
CÉSARO: Yo
procuraré, señor,
sacándote verdadero
trocar
libros por acero,
reconociendo
el favor
de
que la lealtad escojas
que en
mi amor tus ojos ven.
DUQUE: Libro
es la guerra también;
las espadas son sus hojas.
Pues sois en las unas sabio,
sed en las otras
valiente.
Tinta
es la sangre caliente,
con
ella escribid mi agravio,
y
pues por mí sentenciasteis
y mi
justicia entendéis,
id y
mostrad que sabéis
defender
lo que estudiasteis;
que
si volvéis con victoria,
por
letrado y capitán
Marte y
Minerva os darán
laurel
de eterna memoria.
CÉSARO:
Beso tus pies.
DUQUE:
Vuestra hermana
queda a
cargo de Clemencia.
Si del
conde de Placencia
la
soberbia humilláis vana,
un
título la dará
mano de
esposo.
ROSELA:
En la vuestra,
gran
señor, mi dicha muestra
que
toda mi dicha está.
DUQUE: A
Otón, Criselio, os encargo;
ya
sabéis lo que le debo.
CRISELIO: Seguro
voy, pues le llevo
en mi
ayuda y con tal cargo.
DUQUE:
Grimaldo, el término es mío
de toda
aquesta comarca.
Cuanto
en dos leguas abarca
esta
sierra, valle y río,
os
doy, para que juntéis
a
vuestra quinta esta hacienda.
GRIMALDO: Jamás
tus canas ofenda
el
tiempo.
DUQUE:
Esto le debéis
a
Otón, y más lo que intento
hacer
por su intercesión
con
vosotros.
CÉSARO: (A este Otón Aparte
temo
ya.)
ROSELA:
(Que medre siento.) Aparte
DUQUE:
Vamos a Mántua, de donde
salgáis armados los tres
para postrar a mis pies
la ingrata cerviz del conde.
CLEMENCIA: Yo
quedo alegre y vengada.
CLAVELA: Yo
celosa y no segura.
OCTAVIA: Hijo,
sigue la ventura
que
Dios te tiene guardada.
Vanse; quédase
OTÓN y sale GILOTE
GILOTE: Diz que vais por capitán
del
duco, Otón.
OTÓN:
¡Oh, Gilote!
es
verdad.
GILOTE:
Si mi capote,
el que
os di cuando en gañán,
de
escolar os hizo ser
vueso padre, no hace al caso,
pues
que vistiéndoos de raso
ya no
le habréis menester,
volvédmele, que no me hallo,
si he de hablar verdad, sin él.
Tres varas tién de buriel;
abrígame, y he de
honrallo
con
mi buena compañía,
o si no
pagadmelé.
OTÓN: Vente
conmigo y te haré
hombre.
GILOTE:
¡Bueno! ¿Eso sería
hombre? ¿Pues soy yo mujer?
OTÓN: No es
hombre quien de su tierra
no
sale. Prueba en la guerra
tu
esfuerzo.
GILOTE: ¿Y qué me heis de her?
OTÓN: Irás
conmigo y si fueres
valiente, cabo serás
de
escuadra.
GILOTE:
¿Cabo y no más?
OTÓN:
Conforme lo que valieres.
Hasta alcanzar la jineta
te
ayudaré.
GILOTE:
El cargo alabo.
Llevadme
por vueso cabo,
seré cabo de agujeta.
¿Y qué hemos de her allá?
OTÓN: Matar á
los enemigos.
GILOTE: Y si
hay proceso y testigos
el
alcalde me ahorcará.
OTÓN:
Anda, necio.
GILOTE:
Vo a mudar
el
traje. Pardiós, que es vicio
ser
médico en el oficio,
Otón. Vamos a matar.
Vase
GILOTE. Sale GRIMALDO
GRIMALDO:
Agora tengo de ver
para lo
que eres, Otón.
Las
armas ventura son,
si
méritos el saber;
pues
para aquestas no has sido,
en las
otras te aventaja.
Gente
humilde, pobre y baja
por las
armas ha subido
hasta la suprema altura
que en
el imperio se encierra.
Verás
siguiendo la guerra
que
todo en ella es ventura.
La
ventura de una escala
cuelga
sin riesgo la vida.
Tal vez
viniendo perdida
pasará
por ti una bala
matándote el compañero
y,
dejándote seguro,
caerá
al foso desde el muro
todo un
escuadrón entero,
y la
ventura podrá,
a pesar
del enemigo,
conservarte por testigo
de la
ayuda que te da.
¿Quién a una posta perdida,
blanco
de tanto cañón,
sino la ventura, Otón,
hace
que vuelva con vida?
Sale OCTAVIA
El
que sin dicha se emplea,
ni el
coselete grabado,
ni el
puesto más retirado,
ni la
militar trinchea
darán defensa segura,
si una
bala se abalanza
que a
todas partes alcanza.
[Todo
te da la ventura.]
Pues
ésta te favorece,
usa de
ella con valor.
El duque te hace favor;
en palacio sólo crece,
del
modo que en la milicia,
la
ventura. En él verás
quedarse el mérito atrás
y
arrinconar la justicia.
Sólo medra el venturoso.
No por
esto te aconsejo
que del
valor, que es espejo
para el
noble y valeroso,
apartes tu juventud;
que si
en él la dicha manda,
mucho
más puede cuando anda
al lado
de la virtud.
Dios
una y otra te dé
para
que no degeneres
en la
ocasión de quien eres.
OCTAVIA: Hijo,
llega y te daré
los
brazos.
OTÓN:
Adiós, señora;
padre, adiós. Vuestros consejos
serán desde hoy mis espejos
en que me mire cada hora.
GILOTE sale de
soldado gracioso
GILOTE:
¿Vengo bueno?
GRIMALDO: ¿Va Gilote
contigo?
OTÓN:
Quiérole bien.
GILOTE: Vo con
Otón, que no tién
con que
pagarme el capote.
Soldado soy ya de casta;
encomiéndoos mi cortijo.
OCTAVIA: Ventura
te dé Dios, hijo,
que el
saber poco te basta.
Vanse
todos. Salen marchando CRISELIO y CÉSARO
CRISELIO:
Decidme otra vez la traza
de ese
estratagema nuevo;
que
aunque mi elección la abraza,
es
extraño y no me atrevo
a
ejecutarle.
CÉSARO:
Esta plaza,
con
las paces descuidada,
mientras que la guerra ignora,
segunda
vez publicada,
no se
ha de guardar agora
con la
prevención pasada.
Lo
más de la guerra estriba
en
ardides e invenciones,
que
aunque el esfuerzo derriba
murallas y torreones,
la
industria el valor aviva.
Por
eso es tan estimada
la
soldadesca de Flandes;
porque
en su región helada
consigue victorias grandes
el
ingenio, y no la espada.
Allí
sus gentes inquietas
con
ardides cada vez
ganan
victorias discretas,
y como
en el ajedrez,
se
suelen vencer a tretas.
Como
vuestra valentía
a mi ingenio se sujete,
fácil,
Criselio, sería
la
victoria que os promete
la
traza y industria mía.
CRISELIO:
Guiarme el duque ha mandado
por vos
en esta ocasión,
y yo estoy
determinado
de ver
si las letras son
hazañas
en el soldado.
Decid lo que hemos de hacer.
CÉSARO: Que se
embosque nuestra gente,
Críselio, al anochecer
en ese
pinar, que enfrente
de
Monferrato ha de ser
su
perdición. Cortarán
de leña
seis u ocho carros,
que a
la ciudad llevarán
cuatro
soldados bizarros
a
sombra de un capitán,
y en villanos transformados,
dándoles franca la puerta
de este
engaño descuidados,
pondrán
en viéndola abierta
dos de
ellos atravesados,
y
harán luego una señal
a la
cual acudiremos
con
dicha y esfuerzo igual,
y sin
sangre ganaremos
la
fuerza más principal;
con
que en llevando en prisión
al
marqués y al conde, puede
mostrar, ganando opinión,
que a
las fuerzas siempre excede
el
ingenio y la ocasión.
CRISELIO:
Alto, yo os he de seguir
como el
duque me ha ordenado.
Si no
hay más que prevenir,
ya el
sol su curso ha acabado;
al
bosque podemos ir.
Veamos si vuestra ciencia
tiene en las armas valor.
CÉSARO:
Mostrarálo la experiencia.
CRISELIO: (Dadme preso
al conde, Amor, Aparte
y gozaréis a Clemencia.)
Vanse todos. Salen el CONDE Enrique y soldados
CONDE:
Llegar Tántalo al árbol avariento
y huír
la fruta cuando el labio toca;
el
líquido cristal besar la boca,
y
burlarle dejándole sediento;
a la
mesa asentarse el rey hambriento,
y
cuando apenas el manjar provoca
al
apetito, ver que el Arpía loca
alza
los platos y convida al viento.
Lo
mismo por mí pasa. No sintiera
Tántalo
el hambre tanto, a no incitarle
del
árbol la presencia apetecible.
Vi a
Clemencia y perdíla. ¡Ay,
suerte fiera! Que ver tan cerca el bien, y no gozarle
es hacer el tormento más terrible.
Sale ALBERTO, soldado
ALBERTO:
Buena ocasión en las manos
te ha
ofrecido la ventura;
hoy te
da la noche escura
a tus
contrarios tiranos.
En
ese pinar están
emboscados y seguros,
que de
tu ciudad los muros
esta
noche asaltarán.
Con
ellos fui por espía;
una salida no más
tienen;
vencerlos podrás
antes
que al sol mire el día.
Pega
fuego al monte espeso,
y
entretanto que le abraso
tus
soldados pon al paso
que aseguren el suceso.
Saldrán sus ardides vanos,
y del fuego vengador
huyendo, el mismo temor
hoy te los pondrá en las manos.
CONDE:
¡Válgame el cielo! ¿Eso es cierto?
ALBERTO: Tu victoria sea testigo
de que
la verdad te digo.
CONDE: Si
salgo con ella, Alberto,
una
jineta te aguarda.
Abrásese el monte luego.
Un
amante todo es fuego;
no es mucho
que el monte se arda
a
imitación de mi pecho.
¡Oh,
quién pudiera abrasar
tu
ciudad, duque, y vengar
los agravios que me has hecho!
Vanse todos. Salen OTÓN, bizarro, y GILOTE
OTÓN: Pesárame haber llegado
tarde.
GILOTE:
¡Buena flema tienes!
¿A qué
fiesta o boda vienes?
¿Qué
mesa te ha convidado?
OTÓN: ¿Hay
mesa de más valor
que la
que la fama envía?
GILOTE: La mesa
de una hostería
es más barata y mejor.
Allí a pasto bebo y
como;
que
aquí en esta mortal venta
dan
pólvora por pimienta
y
albondigillas de plomo.
¡Miren qué conejo o polla!
¡Fuego
de Dios en cocina
donde
es una culebrina
la más
sazonada olla;
alemaniscos manteles
los
lienzos de una muralla,
que
intentan desmantelalla
pajes
de tiros crüeles;
sangre el vino que promete
a quien su brindis admite,
y el postre de su convite
confitura de un mosquete!
¿Qué
pecados te han traído
a la
muerte convidado?
De tu
madre regalado,
en tu
quinta entretenido,
levantándote a las once,
y
aguardándote al hogar
el lomo
para almozar,
no en asadores de bronce,
como los que usa la
guerra;
la
torreznada con huevos
o los
pichones, que nuevos
apenas
pisan la tierra.
Crïado entre miel y natas
sin haber visto desnuda
una
espada, ¿quién te muda
que
ansí malograrte tratas?
OTÓN: El
esfuerzo suplirá
lo que
falta a la experiencia;
pues no
soy para la ciencia,
la guerra me ensalzará.
GILOTE: ¿Qué
guerra -- ¡pese a mi suegra! --
si en
la aldea los disantos
nunca
esgrimiste entre tantos,
una vez
la espada negra?
No
lo echemos a perder;
demos
vuelta a casa, Otón.
OTÓN: Calla,
necio.
Salen el CONDE
y ALBERTO, desnudas las espadas
CONDE:
La razón
de mi
amor vino a vencer.
Lo
que el fuego perdonó
ha consumido la espada.
ALBERTO:
Victoria ha sido extremada.
CONDE:
¿Criselio está preso?
ALBERTO: No.
CONDE:
Dejaríase abrasar.
por no
verse en mi poder.
OTÓN y GILOTE
hablan aparte
OTÓN: ¿Cómo
es esto?
GILOTE:
Esto es temer,
y eso
debe ser temblar.
OTÓN:
Retírate aquí, sabremos
quién
son éstos y qué ha sido
de
Criselio.
ALBERTO:
Yo he venido
a darte
cuenta.
OTÓN: Escuchemos.
CONDE: Deja
que el campo despoje
lo que
el fuego no ha desecho,
pues es
debido derecho
de la
guerra; y mientras coge
el
premio de su victoria
mi
gente, repara, Alberto,
en que
Clemencia me ha muerto
porque
viva su memoria.
Con
esta postrera injuria
cerrado
habrá la venganza
las
puertas a la esperanza.
Ya no
habrá aplacar la furia
del
duque, que por no darme
el
galardón prometido,
si en
las paces fementido,
traiciones vino a imputarme;
¿con
agravios verdaderos,
quién
vencerá su rigor?
¡Ay,
desatinado Amor,
imposible es socorreros!
OTÓN: Oye. El conde de Placencia
es
éste, y he colegido
que Criselio está vencido
y él
adorando a Clemencia.
¡Vive Dios, que he de probar
dónde
llega mi ventura!
GILOTE: ¿Qué
intentas?
OTÓN:
La noche escura
preso
al conde me ha de dar.
GILOTE:
¿Estás loco?
OTÓN:
Solos dos
son
cual nosotros. ¿Qué espero?
GILOTE: Yo,
Otón, no soy más que cero
que
nada valgo. Por Dios,
que
no des triste viudez
a mi
Torilda.
OTÓN:
Importuno,
si eres
cero y yo soy uno,
contigo
valgo por diez.
Al CONDE
Enrique, daos á prisión.
CONDE: ¿Qué es
esto?
GILOTE:
(¡Ay, Torilda mía! Aparte
No hay
Gil desde aqueste día;
tocas
de viuda te pon.)
CONDE:
¿Quién eres tú que arrogante
a tal
locura te atreves?
OTÓN: Después
que mi esfuerzo pruebes
sabrás
quién tienes delante.
CONDE: Eres
Criselio?
OTÓN: No tengo
la
experiencia militar
que le
ha venido a ilustrar;
pero
con más dicha vengo.
Date
a prisión, o prevente
si no
temes mi valor.
ALBERTO: Dale la
muerte, señor,
mientras que llamo tu gente;
que
pues habla confïado,
no
viene solo.
Vase ALBERTO
GILOTE:
¡Buen modo
de
huír! Tras él me acomodo.
CONDE: Si del
duque eres soldado,
déjale y mi campo sigue,
que yo
capitán te haré.
OTÓN: A la
lealtad que heredé
no hay
interés que la obligue,
que
en mi vida fui traidor.
Date.
(Pelean, y
pierde el CONDE la espada
CONDE:
La espada he perdido
y en un
brazo me has herido;
mostrado has bien tu valor.
Esto
basta; no me lleves
al
duque, y pide el rescate
que
gustares.
OTÓN:
Disparate
es que
con el oro pruebes
mi
lealtad. Allá has de ir preso,
o
quedar sin vida aquí.
GILOTE:
Valiente revés le di;
cortéle
el brazo hasta el hüeso.
CONDE: ¿Eres noble?
OTÓN: Y caballero.
CONDE:
¡Cielos! ¡Después de la gloria
de tan
felice victoria,
tal
azar! Tu prisionero
soy;
haz, soldado famoso,
de mí
lo que más gustares.
OTÓN: Todo es
encuentros y azares
la
guerra. Sufre, animoso.
Ata
a la herida este lienzo
y esta
banda aplica al brazo;
que
cortés rendirte trazo,
ya que
en las armas te venzo.
Y en
ese caballo mío
sube;
que en él de éste iré.
GILOTE: Heme
aquí ginete a pie.
Lleve
el diablo el desafío.
CONDE: Tu
noble y hidalgo trato,
aunque
enemigo, me obliga
a que
envidioso te siga.
¡Que a
vista de Monferrato
me
haya preso un hombre solo!
OTÓN: Tu
gente temo que venga
y corro
en que me detenga
peligro
si sale Apolo.
Vamos.
CONDE:
¡Ingrata Clemencia!
Cuando
me quite la vida
tu
padre, por bien perdida
la
juzgaré en tu presencia.
0TÓN: Si
con él soy de provecho,
no
tengas de eso temor.
GILOTE: ¿Qué
dices de mi valor?
¡Bravamente lo hemos hecho!
OTÓN: ¿Tú?
GILOTE: Yo, pues.
OTÓN: ¿Detrás de mí,
cobarde, no te ponías?
GILOTE: Siendo
cero ansí tenías
todo el
valor que te di;
si no,
júzgalo tú mismo.
¿Cuando
el cero va detrás
no vale
el número más?
OTÓN:
Valiente eres.
GILOTE:
En guarismo.
OTÓN: Gran lebrón
eres, Gilote.
CONDE:
¿Victorioso y prisionero,
cielos?
GILOTE:
Llámame tu cero
que a
fe que ha habido cerote.
Vanse
todos. Salen el DUQUE, CLEMENCIA, ROSELA
y CLAVELA
DUQUE: No
temo infeliz suceso
de esta
guerra, pues me ampara
la justicia cierta y clara
del
agravio que confieso.
Buen
general señalé;
vencedor Criselio ha sido
mil
veces del fementido
marqués, y si aseguré
su
valor con la prudencia
de
Césaro, cuerdo y sabio,
¿quién
duda que de mi agravio,
juntando al valor su ciencia,
he
de quedar satisfecho?
GLEMENCIA: Y más
cuando te asegura,
señor,
de Otón la ventura.
CLAVELA: Ya el
conde estará deshecho.
DUQUE: Ésta
es la hora que vienen
triunfando a Mántua los tres,
y,
presos conde y marqués,
por mí
a Monferrato tienen.
ROSELA: De mi hermano no hay dudar
siendo
César, que presuma
juntar
la lanza a la pluma
y
vencer como estudiar.
DUQUE: Si
él con la victoria sale
con
Criselio os casaré.
CLAVELA: (¡Ay, cielo!) Aparte
DUQUE:
Y conde le haré
de
Regio, para que iguale
el
estado a su valor.
ROSELA: Eres
Gonzaga; no puedes
hacer
menores mercedes.
CLAVELA: (Si le
pierdo vencedor, Aparte
haced que vuelva vencido;
no le
deis ayuda, cielos.
Salidle
al encuentro, celos,
pues yo
de seso he salido.)
Salen marchando
destempladas las cajas,
CÉSARO y
CRISELIO, de luto. CRISELIO se pone de rodillas
CRISELIO: Ésta
es, la primera vez,
invicto
duque de Mántua,
que,
vencido, tus pies beso,
que
Enrique pisa tus armas.
No atribuyan a descuidos,
desorden, culpables faltas
o
impericia militar
tu daño
y nuestras desgracias,
sino a
la ciega Fortuna,
que en
las guerras y privanzas
por parecer más hermosa
quiere
mostrarse más varia.
Dísteme
por companero
a
Césaro, con quien mandas
que
estratagemas consulte,
pida
ardidos, siga trazas.
No digo
yo, aunque pudiera,
la
diferencia y distancia
que hay
del arnés a la joya,
de la
borla a la celada,
cuán
mal que se compadecen
hojas
de libros y espadas,
ejércitos
con esquelas
y
cátedras con murallas;
pero
diga la experiencia
lo que
hay de obras a palabras,
de las
plumas a la pluma,
de
argumentos a batallas,
que si
ejemplos testifican,
el
presente, duque, basta,
pues
por seguir a las letras
vuelven
vencidas las armas.
CÉSARO: No
eches la culpa al ingenio,
Criselio, cuyas ventajas
a tu
pesar reconocen
las fuerzas más celebradas.
Cátedras lee la milicia
que universidades pagan,
y s especulación reducen
experiencias practicadas.
Mi parecer fue ingenioso,
y si a ejecución llegara,
Monferrato y su marqués
fueran
proverbio en Italia.
Di tú
que no bastan ciencias,
que
peine el consejo canas,
que
asalte el esfuerzo muros,
que
arroje el enojo balas
si no
asiste la ventura;
porque
la vez que esta falta,
ni
Pompeyo entre legiones,
ni
Marco Antonio entre armadas
a la
fortima de César
se
opondran, que en una barca
del
miedo, asegura a Amiclas
y
atrevido el mar contrasta.
Mandéte
emboscar la gente
para
que al cuarto del alba,
ganando
al marqués las puertas
diesen
al valor entrada.
Dio la Fortuna envidiosa
de este
ardid cuenta a la fama;
contóselo al enemigo,
que el
monte y la genta abrasa,
y por
él peleando el fuego
la
victoria a voces canta,
no el
esfuerzo, la ventura;
no el
valor, sino las llamas.
Si no
fuimos venturosos,
no
culpes las letras sabias
que
ponen Marte y Minerva
sobre
sus cabezas.
DUQUE: Basta.
Vencidos venís los dos;
las letras sin manos hablan,
el valor obra sin lengua,
uno
Ulises y otro Ayax;
pero los dos sin ventura.
La
elocuencia y la arrogancia,
las armas junto a las letras,
decís bien, no valen nada.
Volvéos, Césaro, a los libros;
abogad, sentenciad causas,
que no es bien paséis la pluma
de la
mano a la celada.
De
vuestro centro os saqué,
y fuera
de él pesa el agua,
no traen armas los juristas.
Con, sólo un
"fallamos" matan.
¿Qué es de Otón?
CRISELIO: No sé si afirme
en su
afrenta o alabanza
que el
temor y la ventura
previnieron su tardanza.
DUQUE: No fue
al campo. Yo lo creo,
que si en él Otón se hallara
salieran con la victoria
su
valor y mi venganza.
CÉSARO: ¿La
victoria un ignorante
que en
su vida ciñó espada?
DUQUE: Mejor
sois para fiscal
que para
soldado. Basta.
Tocan cajas, y
sale OTÓN, bizarro, y el
CONDE Enrique,
sin armas y con banda
OTÓN:
Atribuye a mi ventura
y no al
valor que me falta
el
ofrecerte, señor,
a
Enrique preso a tus plantas.
Vencedor, viene vencido.
Yo
tengo pocas palabras.
Tarde
al campo me enviaron
cumplimientos de mi casa;
hallé
al conde que con otros
su
victoria celebraba;
pedí ayuda a mi fortuna,
y de
suerte me acompaña,
que en
fin, vine, vi y vencí.
Por
relación esto basta,
y por
premio de mis dichas
que de
ellas te satisfagas.
Solamente te suplico
que mires que eres Gonzaga,
y que el valor
resplandezca
en ti
más que la venganza.
En tu
poder está el conde.
El que
es generoso paga
agravios con beneficios;
perdónale si te agravia.
DUQUE: A
vuestras cortas razones
y a vuestras hazañas largas,
con largos premios
prometo
juntar
cortas alabanzas.
Mi
honor os debo dos veces.
Vencido
habéis otras tantas
a
Enrique y restituído
a su
ser mi antigua fama.
Pues me
dais un conde preso,
bien
será que conde os haga.
Conde sois de Val Hermoso.
OTÓN: Esclavo
tuyo me llama.
DUQUE:
Criselio, el bastón os vuelvo,
y pues
la dicha acompaña
a Otón,
seguid su ventura,
que
mientras Césaro trata
en mi
tribunal de pleitos,
si al valor la dicha ensalza
valor
tenéis y Otón dicha.
Restaurad vuestras desgracias.
CRISELIO:
Castigando, señor, premias.
Si
avergüenzan tus palabras,
tus
mercedes dan valor;
justamente a Otón levantas.
Con su
feliz compañía,
ni temo
suerte contraria,
ni
enemigo poderoso,
ni
empresa con que no salga.
DUQUE: Conde,
a intercesión de Otón,
debajo vuestra palabra,
la
ciudad tened por cárcel
sin
prisiones y sin guardas.
CONDE: Yo la
doy, y a tu grandeza
rindo
las debidas gracias,
deseoso
que sin ira
de mi amor te satisfagas.
(¡Dichosa prisión, si estoy Aparte
en
presencia de mi dama.
Amor,
más cierto anduvieras
si
libertad la llamaras.)
CLEMENCIA: ¿No me habláis, Otón?
OTÓN: Señora,
poco
agradece quien habla.
La
suspensión siempre mira,
la
obligación siempre calla;
por vos
tengo el bien que tengo.
CLEMENCIA: Ya sois
conde.
OTÓN: Serme basta
esclavo
vuestro.
CLEMENCIA: Yo haré
que
envidien vuestra privanza.
CLAVELA: (Pues
no se casa Rosela Aparte
con mi
Criselio, esperanzas
dadle, pues vuelve vencido,
pésame
no, alegres gracias.)
A OTÓN
CÉSARO: El
nuevo titulo goce
vueseñoría, edad larga.
OTÓN: ¡Oh, señor gobernador!
pésame de sus desgracias.
Si hay
en que pueda servirle,
no
hacer placer, que es hidalga
siempre
en mí la cortesía,
acudiré
con el alma.
ROSELA: No doy
a vuestra excelencia
el
parabién de turbada
con el
encarecimiento
que
debe quien tanto te ama.
OTÓN: ¡Oh,
hermosa Rosela! Ya
llegó
la hora deseada
en que
esté en vuestro servicio;
y a
Otón honre vuestra casa;
pues
sirviéndoos de la mía,
mientras que condesa os llama
un
título, vuestro esposo,
y el
duque, con él os casa,
por
dichoso me tendré,
no en
que si se ofrece, os haga
cualquiera comodidad,
que
fuera poca crïanza,
sino
que como señora,
me
mandéis.
ROSELA:
(Dióme en el alma.) Aparte
CÉSARO: (¡Que
se anteponga a mis letras Aparte
de este
modo la ignorancia
de
hombre que sabe tan poco!)
ROSELA: (La
envidia el pecho me abrasa.) Aparte
CÉSARO: (A
quien le sobra ventura, Aparte
el
saber poco le basta.)
FIN DE LA
SEGUNDA JORNADA
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