Salen FELIPO, leyendo
en voz alta una carta,
CARLOS,
ENRIQUE, BEATRIZ, y don GABRIEL
FELIPO:
"Duque primo; aunque con mi gusto y
permisión se partió mi hermano a
desposarse con Beatriz vuestra hija,
importa
a mi servicio que por agora
se
suspenda ese casamiento o se ejecute
con su
hermana Clemencia. Yo estoy
viudo,
Francia sin heredero, Beatriz
digna
de más alta fortuna, vos propincuo
a
nuestra sangre, y mi corona deseosa
de
sujeto que la merezca. Considera
las
mejoras que de esta acción se os
siguen,
y la obligación que os corre
a
cumplir lo que os ordeno. Yo el
Rey"
Esto el rey nuestro señor
me
escribe.
CARLOS:
Fuerza ha de ser,
por no
irritar su rigor,
sentir,
al obedecer,
los
malogros de mi amor.
No
sin causa mis recelos
mis bodas apresuraban;
pues, profetas mis desvelos,
en calma pronosticaban
la
tormenta de mis celos.
Deme
Clemencia la mano,
si en
tal pérdida merezco
el bien
que con ella gano,
y sepa
que le obedezco
el rey,
mi señor y hermano.
ENRIQUE: Eso
no, duque, eso no;
prendas
que en el alma estimo
no he de enajenarlas yo;
mi sangre es real,
vuestro primo
me
llama Francia; no os dio
más
acción naturaleza
que a
mí, ni las majestades
ofenderán su grandeza;
amor, de las voluntades
es rey, si vos sois alteza;
Clemencia está
agradecida
a mi
voluntad, Clemencia
dirá,
de vos ofendida,
que no
es el amor herencia
que se
ha de usurpar en vida.
CARLOS:
Duque, yo a Beatriz adoro,
y a mi
rey vivo sujeto;
su
padre está aquí...
ENRIQUE: No ignoro
que
pretendéis en secreto
mudanzas contra el decoro
que en su hermosura ofendéis,
y que
al rey, a quien echáis
la
culpa que vos tenéis,
no es mucho que obedezcáis,
si os manda lo que
queréis.
Dueño soy de prometido
de Clemencia; mi fe labra
en ella
amor más que olvido,
su
padre me dio palabra
de su
esposo; ésta le pido,
y
ésta, cuando se me niegue,
buscará
satisfacción
armada.
FELIPO:
Duque, no os ciegue
sin
discurso la pasión
tanto
que a perderos llegue.
A
Clemencia os ofrecí,
subordinando en mi rey
palabras que entonces di.
ENRIQUE: ¿Esa es
nobleza? ¿Esa es ley?
No
tiene dominio en mí
el
rey de Francia; mi estado
sólo al
César reconoce,
de
Francia privilegiado.
Primero
que Carlos goce
la prenda que me ha usurpado,
la
venganza y el rigor
atajará
inconvenientes;
mi
agravio tiene valor,
poder y
armas mis parientes,
celos fuerzas, y yo amor.
Vase
FELIPO: No sin causa está quejoso;
que es
amante y ofendido.
Templarle será forzoso;
que va
con razón sentido,
y es
Enrique poderoso.
Vase
BEATRIZ:
Muestras habéis, duque, dado
en la mudanza presente
de que
sois cuerdo obediente,
pero
poco enamorado.
El
interés coronado
probar
mi firmeza quiso,
pero
ofendida os aviso
que es
tanta la presunción
de mi
altiva inclinación
que a mis pies sus lises piso.
Yo apetezco
rendimientos,
finezas
y voluntades,
no
ambiciosas majestades
que amenazan
escarmientos.
Yo
penetro pensamientos
que
honestáis con la apariencia
de la
hipócrita obediencia
que
conmigo os disculpó.
Yo
conozco al rey, y yo
sé que
adoráis a Clemencia.
Llora mirando a
CARLOS, vuelve luego la cabeza a
don GABRIEL,
ríese y se va
CARLOS:
Gabriel, detenla, repara
que,
corrido de ofenderla,
es un
rayo cada perla
que
contra mi amor dispara.
Cuando
nunca adivinara
las
mudanzas que no ignora,
quien tales hechizos llora
y ansí mis agravios juzga,
¿qué mucho que me
reduzga,
si
castigando enamora?
Mejórese mi cuidado;
alma,
mudemos de estilo;
imagen
soy de Perilo;
mi
tormento me he labrado.
¡Ay
cielos! Si enamorado
mi
hermano ocasiona estremos,
alma,
¿cómo viviremos?
Ciego niño, pues sois dios,
estudiad palabras vos
con que
la desenojemos.
Vase
GABRIEL:
¡Lágrimas a Carlos, cielos,
y al
mesmo tiempo con risa
mirándome
quien me avisa
que hay
gustos entre desvelos!
Beatriz
llora, y me da celos,
Beatriz
con risas provoca
mi
esperanza, o cuerda o loca;
¿a quién creeremos, enojo,
a las perlas de sus ojos
o a la risa de su boca?
Llorando, a Carlos miró,
riyéndose, me asegura;
con
llanto a Carlos conjura,
con
risa mi fe alentó;
nunca
en los ojos mintió
el amor
cuando suspira;
que el
engaño habla y no mira,
y
aposenta la beldad
en los
ojos su verdad,
en los
labios su mentira.
Según esto, a Carlos dijo
verdades en que mostraba
pena
porque la olvidaba;
que
amor de la vista es hijo.
Según
esto, ya colijo
que, en
confusión tan precisa,
quien
me desdeña me avisa;
¿quién vio jamás, ciego encanto,
los
favores en el llanto,
los
desdenes en la risa?
Pero
si Beatriz no fuera
quien
mi esperanza alentara,
ni con
el duque llorara,
ni conmigo se riyera.
Llora
porque considera
muerto
a Carlos; no me espanto
si,
aborreciéndole tanto
que sin
vida desea verle,
las
obsequias quiso hacerle
con el
luto de su llanto.
Llore por él, si es castigo
de su
leve voluntad;
que
siempre es noble piedad
llorar
por el enemigo.
Ríase
Beatriz conmigo,
porque esperanzas
pequeñas
medren
con muestras risueñas
la fe
que conservan viva;
que en
ellas mi amor estriba,
pues
tengo de amar por señas.
Quédase
suspenso y no repara en CLEMENCIA
que sale con un
billete abierto
CLEMENCIA: (¿En
el suelo tal papel? Aparte
Poco le
debe al cuidado
de
quien perderle ha dejado
el
español don Gabriel.
En
el cuarto de mi hermana
le dejó
el descuido en tierra;
si es
ella quien me hace guerra,
saldréis, esperanza, vana.
¡Papel de tanta importancia
y con
tan poca advertencia
que le
olvida la imprudencia,
cuando cada circunstancia
de
las que en él he leído
amenaza
con agravios,
si le
publican los labios,
a
destierros del olvido!
¿Don
Gabriel juramentado
a no partirse, y a amar
por
señas que le han de dar,
mudo
siempre su cuidado?
¿Y
que lo firma, y que ofrece
alcanzar por conjeturas
cuál de las tres hermosuras
en palacio le enloquece?
¿Si
será Beatriz? Mas no;
que
ésta ya, toda arrogancia,
reina
se sueña de Francia.
Pues no
soy su autora yo.
Según esto, nadie ha sido
sino Armesinda quien quiere
que
esperando desespere
el
español. No ha tenido
hasta agora voluntad,
que yo
sepa, a quien desvelos
deba de
amor o de celos;
que éstos piden más edad.
Si es ella, pues,
sutileza
notable
abona su amor;
¿qué ha
de hacer cuando mayor
quien
niña con esto empieza?
Ahora bien, por señas quiere
desmentir
publicidades;
prosigamos novedades
que no
alcance quien las viere.
Aquí
el español está.
¡Qué
suspenso, qué elevado!
El
primer enamorado
sin saber
de quién será,
porque si de tres es una
y no
conoce a quién es,
mientras pretendiere a tres,
no
vendrá a tener ninguna.)
¡Don
Gabriel!
Don GABRIEL
vuelve como de una profunda
suspensión
GABRIEL: ¿Señora mía?
CLEMENCIA:
Retirado os han los ojos
contemplativos enojos
al
alma; mas ¿qué sería
que
mereciese Lorena
ofreceros la ocasión
de tan tierna suspensión?
GABRIEL: Sabrosa
fuera esa pena;
mas ni yo la he merecido
ni, estraño aquí, me
prometo
tanto
bien.
CLEMENCIA:
Siempre el secreto
es blasón
de bien nacido.
Habíanme dicho a mí
que una
hermosa tiranía
blasonaba que os tenía
sin
alma.
GABRIEL:
¿En Lorena?
CLEMENCIA: Sí,
y que, aumentándoos suspiros,
entre apacible y cruel,
os obligó en un papel
a
prometer no partiros
sin
gusto suyo.
GABRIEL: (¡Ay cuidado! Aparte
Si señas
buscando andáis,
ya las tenéis; ¿qué dudáis?)
¿Papel?
CLEMENCIA: Y en él empeñado
el valor que obliga a
un hombre
de
vuestra sangre y talento;
su
fiador, un juramento,
y su
firma vuestro nombre.
GABRIEL:
(Probar quiere de la suerte Aparte
que
cumplo el saber guardar
secretos; yo he de negar
las
señas con que me advierte,
mientras
más no se declara,
y a lo
contrario me obliga.)
No sé,
señora, qué diga
a
mentira que es tan clara.
¿Yo
papel, yo juramentos?
¿Yo
empleo en esta ciudad?
CLEMENCIA: Pues lo
negáis, escuchad;
oíd
encarecimientos
que,
de puro exagerados,
vuestro
crédito recelan.
GABRIEL: Si a
algún celoso desvelan,
gran
señora, mis cuidados,
y intenta
con ese ardid
perseguirme...
CLEMENCIA
muestra el papel que él
escribió
CLEMENCIA:
Don Gabriel,
vuestro
es aqueste papel,
vuestra
aquesta firma. Oíd.
"Ensoberbeciérame la dicha de tan no
esperado bien, si la esperiencia de
mis
pocos méritos no me avisara ser
más
curiosidad de saber a lo que se
estiende el talento de los españoles
que
empleos fuera de los límites de
sujeto
tanto. Mas como quiera que sea,
mi
señora, yo estoy dispuesto a
obedeceros en todo, y ansí desde hoy
viviré muy subordinado a
vuestras
órdenes,
jurando por la fe de caballero
de no
ausentarme de esta corte sin
vuestro
expreso gusto, de desvelar mis
sentidos hasta averiguar -- como mandáis --
por señas cuál de las tres bellezas
superiores de esta casa me
dispone a
tanta
dicha, y de no comunicar con
viviente mercedes tan deudoras del
silencio, sujetándome al castigo
propuesto, si le profanare, y apercibiendo
desde aquí los ojos, en cuyo estudio
haré
alarde de mi suerte. El cielo os guarde
para
felicidades superiores, etc.
Don
Gabriel Manrique."
Decid que no es vuestra ahora
la
carta de obligación
que os
tiene casi en prisión.
GABRIEL: Si
habéis vos sido la autora
del
examen que queréis
hacer
de mi ingenio corto,
y yo la
lengua reporto
con el recato que veis,
¿para qué más confusiones,
equivocando las señas
que
entre esperanzas pequeñas
atormentan mis pasiones?
Vuecelencia ¿qué procura?
¿A qué propósito agora
leerme
el papel, señora,
que os
escribió mi ventura?
¿He
yo acaso delinquido
contra
lo que en él prometo?
¿Comuniqué su secreto,
loco de
favorecido,
con
persona que se alabe
que mi
palabra rompí?
Desde
el punto que seguí
al que
vuecelencia sabe,
favorable robador
de mi
caudal -- ya dichoso
por ser vos su dueño hermoso --
hasta
agora, ¿en qué el valor
que
profeso os ha ofendido?
¿He
dicho yo la ocasión
de mi
agradable prisión,
encerrado y detenido
en el cuarto cuyo adorno
sólo
pudo vuestro ser?
¿Quién
hay que pueda saber
lo de
la sala y el torno,
la
industria ingeniosa y nueva
de
entregarme a mi criado,
el hospicio regalado,
de
quien sois ilustre prueba,
los
dos papeles discretos
al paso
que misteriosos,
que me
intiman amorosos
la
guarda de estos secretos,
la afable serenidad
que,
cuando libre salí,
en
vuestro semblante vi,
y
luego...?
CLEMENCIA: Tened, parad;
que vais confundiendo cosas
de algún frenesí compuestas.
¿Qué
torno o salas son éstas?
¿Qué
prisiones misteriosas?
¿Qué
robador, qué crïado?
Don
Gabriel, ¿estáis en vos?
GABRIEL: No sé,
señora, por Dios;
débolo
de haber soñado.
Si
secretos que sabéis
esos
mismos estrañáis,
si
tantas señas negáis,
y
conmigo os ofendéis
porque con vos me disculpo,
mucho
os debe de importar
el verme desatinar.
Mi
atrevida lengua culpo;
no
se trate más en esto.
CLEMENCIA: ¿Yo a vos dos papeles? Yo
joyas
robadas? ¿Quién vio
frenesí
tan manifiesto?
GABRIEL: Ilusión debió de ser.
CLEMENCIA: ¿Hacia
qué parte de casa
cae el
cuarto donde pasa
tanto
engaño? ¿En qué mujer
sospecháis que pudo haceros
burlas
que fingiendo estáis?
GABRIEL: Si a
vos misma os preguntáis,
podréis
por mí responderos;
que
yo no oso declararlo.
CLEMENCIA: ¿Un
torno decís que había
en la
sala que os tenía
preso?
GABRIEL:
Debí de soñarlo.
CLEMENCIA: Enseñad los dos papeles
que esa dama os escribió.
GABRIEL: Señora...
CLEMENCIA: Mándooslo yo.
GABRIEL: Los bien nacidos son fieles.
Mientras no tenga
evidencia
de que vos la beldad fuistes
que estas cosas dispusistes,
bien podrá vuesa excelencia
con mi muerte en su rigor
experimentar aprietos,
mas no saber los secretos
que hacen prueba en mi
valor.
Morir honrado, eso sí;
manchar mi fama, eso no.
CLEMENCIA: ¿Y os persuadís a que yo
la dama encubierta fui
que quiso experimentar
con traza y modo tan nuevo
vuestro ingenio?
GABRIEL: No me atrevo,
por no ofenderos, a hablar.
CLEMENCIA: Acabad, no me enojéis;
éste es mi gusto; que
intento
saber con qué fundamento
de los discursos que hacéis
la persona adivináis
que os obliga a amar por señas.
GABRIEL: No son, señora, pequeñas
las que en ese papel dais,
aunque me arriesgue a
arrojarme
en tal golfo.
CLEMENCIA: ¿Queréis bien,
en fin, sin saber a quién?
GABRIEL: ¿De qué sirve examinarme
en cosas que vos sabéis,
y yo nunca he de deciros?
CLEMENCIA: ¡Que podáis vos persuadiros
a que yo os amo! ¿No veis
que, siendo Enrique mi
igual,
y vos estraño...?
Sale un PAJE
PAJE: Madama,
a vuestra excelencia llama
el duque mi señor.
Vase
CLEMENCIA: Mal
vuestras señas conjeturan;
examinadlas mejor.
A Carlos le debo amor;
los servicios me aseguran
de Enrique; estad advertido,
ya que os habéis empeñado,
en que no todo llamado
alcanza ser escogido,
y que ardides ingeniosos,
joyas poco defendidas,
prisiones favorecidas,
papeles dificultosos,
torno, salas y ocasiones
son exámenes discretos
de vuestro ingenio y
secretos;
id averiguando acciones,
ya advertid, si imagináis
que de lo que ha sucedido
yo, Gabriel, la autora he sido,
que acertáis y no acertáis.
Vase
GABRIEL: ¿Cómo, si acierto, no acierto?
¡Válgate Dios por mujer!
Otra vez me vuelvo a ver
en el golfo y en el puerto;
otra vez confuso advierto
la paradoja importuna
de mi equívoca fortuna.
No hay que dudar; Clemencia es
la que es una de las tres,
y de las tres no es ninguna.
Acertar y no acertar
¿no es lo mismo? ¿De qué suerte
será posible que acierte
en lo que es forzoso errar?
Si por señas he de amar,
que Clemencia me ama es cierto.
¡Ay cielos! Sueño despierto,
pierdo cuanto estoy ganando,
soy lince y a escuras ando,
y en fin acierto y no acierto.
Sale CARLOS
CARLOS: Gabriel, Beatriz celosa
merece por discreta, por
hermosa,
ocupar mis desvelos
en tierna suspensión, no en
darla celos.
Mas si a Clemencia miro,
olvidando a Beatriz, luego
retiro
el primer pensamiento;
y de no darla el alma me
arrepiento.
Inclíname Clemencia,
móvil de mis sentidos su
presencia,
y, loco en este empleo,
de ella me aparto, y a su
hermana veo,
que, volviendo a rendirme,
culpa mi poca fe de poco firme;
y, entre las dos perdido,
en círculo mi amor desvanecido,
de mis deseos esclavo,
vuelvo ciego a empezar por donde
acabo.
¿Qué haré cuando navego
entre Escila y Caribdis?
GABRIEL: (Mal un
ciego, Aparte
si no es que desvaría,
a otro ciego servirá de guía.)
CARLOS: ¿Qué dices?
GABRIEL: Que si adora
a tu Beatriz el rey y te
enamora,
como dices, Clemencia,
sigas tu inclinación y su
obediencia.
CARLOS: ¡Ay cielos, que te engañan
quimeras que mis penas
enmarañan!
A instancia sólo mía
el desposorio estorba; mi porfía
y el amor que me tiene
hizo escribir la carta que
previene
en mí nuevos desvelos.
¡Pluguiera a Dios que el rey me
diera celos
con Beatriz, que a Clemencia
me obligara a olvidar su
competencia!
Mira, español discreto,
amor sin competir pierde el
afeto
con que se perficiona;
con celos sus quilates
proporciona.
Si a Clemencia ama Enrique,
¿qué mucho que celoso sacrifique
mi gusto a sus deseos?
En lo fácil amor no logra
empleos.
Beatriz no tiene amante
que en su favor feliz se me
adelante;
por esto en su belleza,
con ser tanta, se engendra mi
tibieza.
Pienso yo -- y es sin duda --
que, si de objetos mi esperanza
muda,
es porque en mi deseo,
sin ser difícil, a Beatriz
poseo,
y que en otro empleada
Clemencia, cuanto más
dificultada,
es más apetecida;
que amor con imposibles cobra
vida.
Ven acá; haz una cosa,
y encenderásme tú en Beatriz
hermosa;
dame con ella celos.
GABRIEL: ¿Qué dices, gran señor?
CARLOS: En ti los
cielos
gracias depositaron,
Gabriel, que mis deseos
envidiaron;
digno eres que compitas
con sujeto mayor.
GABRIEL: Desacreditas
tu discreción con eso.
CARLOS: Tú eres mi amigo fiel, yo estoy sin
seso;
finge que, enamorado
de Beatriz, y en España
potentado,
por verla te humillaste
a servirla, y tus prendas disfrazaste.
Si en mi amistad apoyas
la tuya, don Gabriel, daréte
joyas
con que este engaño ostentes
y allanes, dadivoso,
inconvenientes.
Reparte, desperdicia,
gasta Alejandro, colma la
codicia
de avaros medianeros;
que las alas de amor son los
dineros.
Doradas flechas tira;
yo apoyaré industrioso tu
mentira.
GABRIEL: Vaya, pues tú lo quieres;
mas no formes de mí, cuando me
vieres
por tu gusto empeñado,
quejas que den tormento a tu
cuidado.
CARLOS: ¡No has de amarla de veras!
GABRIEL: No, que son mis lealtades verdaderas,
puesto que amor, que es loco,
acaba en mucho, aunque comience
en poco.
CARLOS: Ven, que no me fiara
de ti si en tu lealtad no
edificara
la máquina presente.
Tenga amor yo a Beatriz
perfectamente;
que en tu amistad presumo
que si el azogue se resuelve en
humo
después que el oro afina,
amor que con los celos se
examina
sabrá, apartado de ellos,
en humo como azogue resolvellos.
GABRIEL: El que en azogues trata,
si no la vida, su salud
maltrata;
pues tal vez le sucede
que con temblores del azogue
quede,
y otro se lleve el oro.
Teme el riesgo, señor, que yo no
ignoro;
pues dice un avisado
que es todo uno celoso y
azogado.
Vanse. Sale
ARMESINDA
ARMESINDA: El amor y la sospecha
nacieron en una casa;
ciego aquél, todo lo abrasa;
lince ésta, todo lo acecha.
Después que mal satisfecha
miro acciones
de este español, mis pasiones
conjeturan
que ausentes penas le apuran
la paciencia que retira
el alma. A solas suspira;
suspensiones le procuran
enajenar de beldades
que, usurpando voluntades,
materia dan a desvelos,
porque, sin amor y celos,
nadie busca soledades.
¿Hablando siempre entre sí
quien lances de amor ignora?
No es posible; luego adora.
¿Dónde, pues, si no es aquí?
Será en su patria -- ¡ay de mí! -- .
¡Que entre engaños
lloran mis primeros años
competencias
que disfrazan apariencias
y, en tan riguroso extremo,
temiendo, no sé a quién temo!
Amo aquí y envidio ausencias
que ocultas muerte me den;
¿quién quiso hasta ahora bien
que a comparárseme venga,
ni quién -- ¡cielos! -- hay que tenga
celos sin saber de quién?
Sale MONTOYA
MONTOYA: Cuanto sueño, cuanto miro
desde la noche pasada
se me antoja chimeneas,
guindaletas, tornos, trampas,
aventuras, estantiguas,
monjas, jayanes, fantasmas,
quintas, castillos, quimeras.
¡Válgate el diablo la
casa!
ARMESINDA: (Éste sirve a don Gabriel Aparte
y, trayéndole de España,
sabrá quién es la belleza
que ausente tan mal le trata;
informarme de él pretendo.)
MONTOYA: Alrededor se me anda
cuanto topo, cuanto piso;
garatusas, musarañas
me parece cuanto veo.
ARMESINDA: ¡Hola!
MONTOYA: Vuescelencia añada
dos "eles" y una
"a" al tal "ola",
vendréme a llamar
"Olalla".
ARMESINDA: ¿A quién servís?
MONTOYA: Pues yo ¿sélo?
Cristiano soy por la gracia
de Dios; serviréle a él,
y después de Dios al papa
que en su iglesia vicariza,
y tras éste al rey de España,
hasta tener lamparones
que me cure el rey de Francia.
Luego a don Gabriel Manrique,
a quien en palacio embauca
un duende monjitornero,
que invisible nos regala.
ARMESINDA: Venid acá.
MONTOYA: Estoy venido.
ARMESINDA: ¿Sabréis decirme la causa
que tanto melancoliza
a vuestro dueño?
MONTOYA: ¿No basta
a entristecer cuatro bodas
una noche toledana,
un torno tras un torneo,
una maleta mamada,
una cena por tramoya,
tres billetes y dos camas?
ARMESINDA: ¿Qué decís, estáis en vos?
MONTOYA: Debo estar en Guatemala,
y mi dueño en Guatebuena;
despertadme vos, madama,
tirándome las narices.
ARMESINDA: (Éste es loco.) Aparte
MONTOYA: ¿Sois la infanta
Lindabrides, a lo Febo,
a lo amadisco, Oriana,
Gridonia, a lo Primaleón,
Micomicona, a lo Panza,
o a lo nuevo quijotil,
Dulcinea de la Mancha?
¿Qué desmesura vos puso
en tanta cuita? ¿Qué fadas,
qué Artús encantadero
tal fermosura maltrata?
¿Quién vos fizo tuerto o vizco?
¡Mal haya el torno, malhaya
el sortijo de Brunelo,
si quien vos busca no os halla!
No os le volváis a la boca.
ARMESINDA: Hombre, ¿sabes con quién hablas?
MONTOYA: Con Angélica la bella,
tan bella como bellaca;
si no, dígalo Medoro,
aquel morisco sin barbas,
que diz que la fizo dueña
en una choza de paja.
ARMESINDA: Descortés, descomedido...
MONTOYA: Si se ensuegra, si enmadrastra
porque esta nigromancia
la trampeó lo que pasa,
oiga verdades tan puras
que no tienen pizca de agua,
porque, a tener media gota,
nunca yo se las contara.
¡Vive Dios, que está mi seso
con todas las zarandajas
de cuerdo a prueba de brujos,
que nos hacen garambainas!
Va de cuento; mi señor
-- después de las alabanzas
que en el sarao y torneo
le dieron duques y daifas -- ,
sin comunicar conmigo
secretos -- que me los guarda,
no sé yo con qué conciencia,
siendo toda su privanza -- ,
sin chistárselo a persona,
de noche ensillar me manda
y, dejando estos países,
iba a enfardelar a Holanda.
Brindóle el sueño dos millas
de esta selva encantusada,
que a esta quinta -- o a esta sexta --
sirve de sombra o guirnalda;
y, apeándose en su centro,
mientras convida a ensalada
a nuestro frisón la yerba,
perejil de la cebada,
recostado en el cojín
y yo dormido en estatua,
-- quiero decir, como grullo --
,
la luna entre yema y clara
le hurta un hombre la maleta.
Corre en su alcance, la espada
"en puribus", por el bosque;
y yo, abriendo las pestañas,
oigo cuitas
del rocín,
cuarteado de dos maulas.
Quise desfacer el tuerto,
pero por detrás me agarran
dos Galalones monsiures;
ojos y boca me embargan
y, sin decir chus ni mus,
las manos a las espaldas,
en la silla atado el
cuerpo,
y en Sansueña presa el alma,
a escuras corro la posta,
hasta que después me abajan,
luego a un tejado me suben
y, al cabo de esto, me envainan
por un esmeril de yeso,
guindándome hasta una sala,
sin haberse otra vez visto
lacayo por cerbatana.
Conocímonos a ciegas
mi dueño y yo, y a mi instancia,
desencordelado el cuerpo,
las lumbreras me destapa;
pero entrambos tan a escuras
como antes, porque la cuadra,
avarienta de un candil,
sin luz nos desatinaba.
Alternábamos a versos
él y yo nuestras desgracias,
con temor de otras peores,
y hétele que a un torno llama
no sé quién; fuimos a tiento
y, respondiendo "Deo
gratias",
se nos vuelve el bofetón
y, sin hablarnos palabra,
nos presenta dos bujías
encendidas y una carta,
con papel, pluma y tintero.
Mi dueño de mí se aparta;
leyó para sí el billete;
treinta veces le repasa,
santiguando el frontispicio;
pregúntole el por qué, y calla;
mas, respondiendo con otro,
vuelve la atahona, y halla
tercer billete, y con él
una pródiga canasta
de potable y comestible.
Gozamos de la abundancia
y, acostándonos repletos
en dos magníficas camas,
despertamos a las trece,
hallamos la puerta franca
y, atravesando salones,
dignos todos de un patriarca,
nos hallamos a la vista
de tres duques, tres
madamas
y tres mil
encantamientos.
Esto, en suma, es lo que pasa,
y lo que yo alcanzar pude;
juzgue ahora, siendo alcalda,
si es maravilla que crea
que de Medusas y Urgandas
está este palacio lleno,
y que alguna nigromanta
enmaga con su hermosura
a cuantos viven en casa.
ARMESINDA: A no
teneros por loco
y juzgar
que disparatan
vuestros discursos enfermos,
no sé
lo que maliciara
de
todas esas quimeras.
MONTOYA: Voto a
toda una semana
de
fiestas y de domingos,
aunque
entre en ellos la pascua,
que es
lo que digo tan cierto
como
que hay bellezas calvas
que se
solapan con moños,
que hay
títulos con mohatras,
que hay
doncelleces con hijos,
que hay
tintoreros de barbas,
y que
hay dientes de alquiler
que se
mudan.
ARMESINDA:
Basta, basta.
En fin,
¿a vos os trajeron
a un
cuarto de nuestra casa
y a vuestro
señor también,
por engaño?
MONTOYA: Por fayancas
nocturnas y encantatrices.
ARMESINDA: Pues
¿qué hizo entonces la espada
de
vuestro dueño que, ociosa,
de dos
hombres no os libraba,
siendo
español tan valiente?
MONTOYA: Pues
contra encantos ¿hay armas
que
defiendan a un Golías?
Cuando
se le antoja, saca
un
libro enano del seno
el
nigromanto o la maga
y, en
leyendo dos renglones,
a pares los grifos bajan
que desmayan Palmerines,
y los llevan en volandas
a la
isla de las lechuzas.
Poco
sabe de las chanzas
de un
Fristón encantador
contra
príncipes de Jauja.
ARMESINDA: ¿Torno
la pieza tenía?
MONTOYA: Mantenía y torneaba,
pues a las tres torneaduras
cena nos dio torneada.
ARMESINDA: ¿Y no
sabéis, en efeto,
lo que
contienen las cartas
o
papeles?
MONTOYA:
Pretendílo;
pero,
sacando la daga
contra
mí -- mal le conoce -- ,
me echó
mucho en hora mala;
que
para vuesa excelencia
no hay
secreto de importancia
que le
reserve mi boca.
ARMESINDA: Cosas
me contáis estrañas.
Recibid
esta cadena.
MONTOYA: ¿Para
qué?
ARMESINDA: Para trocarla
por un
secreto que intento
fïaros.
MONTOYA:
¿Cadena? ¡Guarda!
Non
fago yo esas sandeces.
ARMESINDA: ¿Por
qué?
MONTOYA:
Temo, siendo maula,
que en carbón me la conviertan
los
duendes de esta posada.
ARMESINDA: Bueno
está ya de locuras;
acabad.
MONTOYA:
Tómola. Vaya
de
interrogación ahora.
ARMESINDA: ¿A
quién, decid, en España
tuvo
don Gabriel amor?
MONTOYA: Una
ninfa toledana
sospechamos que le puso
tal vez
silla y tal albarda
los que
andábamos con él.
ARMESINDA: ¿Que lo
sospechaste?
MONTOYA: Guarda
mi
señor tanto secreto
que,
con darnos leche un ama
y
fïarme la despensa,
no me
fía una palabra.
Pero
como amor es niño,
y los niños nunca callan,
sacamos por los gorjeos
quién es a quien dice
"mama".
ARMESINDA: Y
¿quién era la dichosa?
MONTOYA: Era y
es una Gerarda,
digna
de todo un cabildo
de
Píramos.
ARMESINDA: ¿Muy bizarra?
MONTOYA: Tan
bizarra y gentil hembra
que, a
no ser desmantelada,
con
guarniciones de fría
entre
desaires de larga
y
presunciones de boba,
pudiera
ser archidama.
ARMESINDA:
Pintámela, si sabéis.
MONTOYA: Va de
pintura en estampa.
Semirubia de cabellos,
frente
desembarazada,
cejas
buenas, ojinegra
-- ya
no se usan ojizarcas -- ,
puesto
que eran más ojetes
que
ojales las luminarias,
por lo
pequeño y redondo,
que en
las fermosas se rasgan.
Las
mejillas, por estremo,
ni bien
mármol ni bien grana,
mezcla
sí de las dos sierras,
la
Bermeja y la Nevada.
En proporción las narices,
ni judaizantes ni chatas,
ni nabo por corpulentas,
ni
alezna por afiladas.
Buenos labios, malos dientes,
porque,
aunque era su tez blanca,
a
caballo unos sobre otros,
tanti-cuanti moriscaban.
La
garganta, cuelli-erguida,
cándida, gruesa, torneada,
y tal
que hiciera yo un Judas,
a haber saúcos gargantas.
Las manos, no hay que pedir
en ellas porque no daban,
puesto que ambas recebían,
y eran muy hermosas ambas.
Privilegiado de cuartos
el
tallazo; más avara
en las
obras que en el cuerpo...
Lo
demás, el argonauta
de tal
golfo que le pinte,
si hay
quien tenga dicha tanta
que mida con la experiencia
los
grados del dicho mapa.
ARMESINDA: ¿Quiso
a vuestro dueño mucho?
MONTOYA: Quiso a
muchos; que mudaba,
como si
fueran camisas,
tres a tres cada semana.
ARMESINDA: ¡Válgame Dios! ¿Mujer noble,
y tan
fácil?
MONTOYA: Suspiraba
por lo
ido, y lo venido
la daba
al momento en cara.
ARMESINDA: ¿Y por
qué vuestro señor
se
ausentó?
MONTOYA:
Porque esta daifa
dicen
que escribió contra él
a
nuestro rey quejas falsas,
y don
Gabriel, por servirla,
cuando
vio que deseaba
rempujarle, puso tierra
en medio.
ARMESINDA:
¡Fineza estraña!
MONTOYA: Dióle
al partirse unas joyas,
pesarosa de esto, ¡tanta
es su
variedad!
ARMESINDA: ¿Por qué
se
partió, si le llamaba
y a su
amor se reducía?
MONTOYA: Por
haber dado palabra
de
acompañar nuestro duque,
y por
ver si la mudanza
hace en
él de las que suele,
que ésta
es general trïaca.
Esto
sospécholo yo;
que,
como a puerta cerrada
pudre
don Gabriel secretos
y
ninguno los alcanza,
hablo a
tiento en sus amores.
Lo que
me pesa, madama,
es que volaron las joyas.
ARMESINDA: ¿Cómo?
MONTOYA:
En la maleta estaban
que nos
gazmió el bandolero.
ARMESINDA: ¿Eran
ricas?
MONTOYA:
Empedradas
de diamantes,
más que un trillo.
ARMESINDA: ¿Que,
en efeto, nos os engaña
lo de
la prisión y el torno,
confusiones y desgracias?
MONTOYA: Por Dios...
ARMESINDA:
Ahora bien, yo quedo
satisfecha
y informada
--
aunque en confuso -- de cosas
que os
han de ser de importancia,
si
sabéis guardar la lengua.
MONTOYA: ¿A mí?
ARMESINDA:
A vos. No digáis nada
de lo
que vos me habéis dicho
a
vuestro dueño.
MONTOYA: Me tapa
los
labios esta cadena.
Vueselencia, pues es sabia,
calle
también y averigüe;
porque
si mi amo alcanza
que me
deslicé, no doy
por mi
vida una castaña.
Vase
ARMESINDA:
Amor, ¿qué es esto que oís?
¿Quién,
decid, os dificulta?
¿Quién,
competidora oculta,
celos os da y los sufrís?
Si con ellos presumís
crecer,
crecerá la pena
que
esperanzas enajena,
pues
temo -- ¡congoja estraña! --
una
enemiga en España,
y otra
invisible en Lorena.
Aquélla ausente me abrasa,
ésta
presente me enciende;
pero -- ¡ay Dios! -- que más ofende
el
enemigo de casa.
Con
Carlos Beatriz se casa,
porque en
él logra su amor,
aunque
un rey competidor
se le
opone, que no estima;
luego
no es Beatriz mi prima
quien
motiva mi temor.
Clemencia de esta quimera
la
autora ha venido a ser,
porque
con menos poder
¿quién
a tanto se atreviera?
Sospechas, echemos fuera
temores, y averigüemos
sutilezas que estorbemos
con
industrias que opongamos;
y, porque las consigamos,
las suyas desbaratemos.
Salen FELIPO,
CARLOS, ENRIQUE, don GABRIEL, BEATRIZ
y CLEMENCIA
BEATRIZ:
Vuestra excelencia, señor,
no ha
de usar hoy de la ley
de
padre conmigo; el rey
logre
en iguales su amor;
que
esta vez yo he de lograr
las de
mi libre albedrío.
No
apetezco señorío
que, a
título de reinar,
imperioso
me lastime
y me
ame con presunción;
hecha
tengo la elección
de
quien templado me estime,
y no
ofenda mi respeto.
Amor
busco, no poder;
esto,
señor, ha de ser;
entiéndame el más discreto.
Vase
CARLOS: (Por
mí lo dijo. ¿Hay amor
Aparte
semejante? Adoraréla;
por mi sol respetaréla,
por la
firmeza mayor
que
jamás vio el interés.
Mi
mudanza ha sido loca.
Voy a
que estampe en mi boca
los vestigios de sus pies.)
Vase
ENRIQUE:
(¿Mas si madama Beatriz, Aparte
castigando la mudanza
de Carlos, me da esperanza
de ser
mi dueño? ¡Feliz
trueco, si en él me prometo
tal
dicha! Voy a saber
si,
llegándola a entender,
vengo a
ser el más discreto.)
Vase
FELIPO:
(¡Que un rey desprecie por Carlos!
Aparte
Pero
sí, que en sus empleos
su amor
empeñó deseos
y
siente en mí el malograrlos.
El rey es prudente y justo;
ni yo me atrevo a
intentar
que se
case a su pesar,
ni él
querrá mujer sin gusto.)
Vase
GABRIEL:
(Estas señas interpreto, Aparte
aunque
loco, en mi favor;
permitidme agora, amor,
presumirme el más discreto.
¿Risa ayer, cuando lloraba
con
Carlos, y enigmas hoy?
Mas si
de Clemencia soy,
si no
ha media hora que acaba
de
darme señas escritas,
¿qué intentas, soberbia vana?
A
Carlos quiere su hermana;
¿para
qué me precipitas?
¿Cuándo, amor, me has de sacar
de
tanto golfo crüel?)
CLEMENCIA pasa
junto a él disimulada, y le
habla aparte
CLEMENCIA: ¿Qué
tal os va, don Gabriel,
de
acertar y no acertar?
GABRIEL: Mal,
pues cuando conjeturan
discursos que me atormentan,
hallo
señas que desmientan
las
señas que me aseguran.
Ríense de un ignorante,
gran
señora, como yo...
Disimuladamente
deja ella caer un guante en el
suelo, y
levántale él
Mire
que se le cayó
a
vueselencia este guante.
CLEMENCIA lo
toma desdeñosa
CLEMENCIA: ¿Qué
decís?
GABRIEL: Se le ha caído,
y,
alzándole yo, pretendo
con
él...
CLEMENCIA:
O yo no os entiendo,
o vos no
sois entendido.
Vase
GABRIEL:
(¡Gracias a Dios, experiencia, Aparte
que de
dudas me sacáis!
¿Para
qué filosofáis,
temores, en la evidencia?
Esto
está ya averiguado.)
ARMESINDA se
dirige a don GABRIEL, como que va a
entrarse
ARMESINDA: La
toledana es hermosa,
puesto
que ni muy airosa,
ni muy
firme; hanme agradado
las
joyas, pero no el brío
ni el alma
de la Gerarda;
que,
aunque en el alma gallarda,
hiela a
España por lo frío.
Tiene partes excelentes,
puesto
que la gracia es poca,
que es
gran defecto en la boca
tan mal avenidos dientes.
Lo
que yo afirmaros puedo,
que en
el aliño y adorno
puede
obligar la del torno
a
olvidar la de Toledo.
Vase
GABRIEL:
¿Señas nuevas? ¡Vive Dios,
que se han las tres concertado
a
enloquecerme! Cuidado,
si,
confuso entre las dos,
quieres que el seso las rinda,
con
tres ¿qué hará mi paciencia?
¿Señas
Beatriz y Clemencia?
¿Señas
también Armesinda?
Burlarme intenta cada una;
solución del enigma es,
pues son mis damas las tres,
y de las tres no es ninguna.
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