Salen CLEMENCIA
y ENRIQUE
CLEMENCIA: Mi
hermana me dijo a mí
que,
interpretando razones
de
contrarias intenciones,
la
amáis.
ENRIQUE:
Es, señora, ansí;
que,
como Carlos procura
con
cartas, más negociadas
que por el rey deseadas,
desbaratar mi ventura
y no
lo repugnáis vos,
hallo
en vuestro desengaño
el remedio de mi daño;
y,
compitiendo los dos,
me
parece que es prudencia
--
antes que en celos me ofusque --
que en
madama Beatriz busque
lo que
peligra en Clemencia.
CLEMENCIA:
Cuando él, duque, os compitiera
y
entrada en mi pecho hallara
que el
paso os dificultara,
¿mejor
salida no fuera
--
a ser amante de ley --
sus ardides desmentir
que por Beatriz competir
con un infante y un rey?
Confesarlo ansí es forzoso.
En
efeto, hacéis alarde
de ser
el primer cobarde
que se
retira celoso;
aunque os tendréis por feliz
si en
tan loca competencia
sois
tímido por Clemencia
y
animoso por Beatriz.
ENRIQUE:
Cuando yo no interesara
más
medras de mis intentos
que el
causaros sentimientos
con que
mi amor se repara,
fue
ardid, señora, discreto
fingir
haceros agravios;
que tal
vez suelen ser sabios
los celos. Mostré, en efeto,
que a vuestra hermana servía,
y fue
admirable mi aviso,
pues mi
amor por su orden quiso
probar
lo que en vos tenía.
Ya
que lo sé, a vuestros pies,
dándoos
gracias, perdón pido;
sosegad
vos mi sentido,
porque os ame más después.
¿De veras que no
estimáis
a
Carlos? ¿Que os resistís?
¿Que en
fin, cuando me admitís,
sois mujer y no os mudáis?
CLEMENCIA: Mi
inclinación no consiente
mudanzas; que la firmeza
es en
mí naturaleza,
si en
las otras accidente.
Yo
quise desde el instante
que di
principio al querer
a quien
mi esposo he de ser,
y nunca
mudé de amante.
Carlos -- desvanezca o no
promesas a su cuidado --
persona
trae a su lado
que en
mi pecho despertó
desvelos de más momento.
ENRIQUE: ¿Cómo
es eso?
CLEMENCIA:
¿Qué teméis?
A don
Gabriel le debéis
amistades, que si os cuento,
dudaréis satisfacerlas
en llegando a ponderarlas;
el
principio de pagarlas
es,
duque, el agradecerlas.
Haceldo ansí; que él ha sido
a quien
fe mi pecho da.
ENRIQUE: ¿A don
Gabriel?
CLEMENCIA: El será,
si me
entiende, preferido
a
muchos...Quiero decir,
en
materia de consejos.
ENRIQUE: Estaba
de eso tan lejos,
viéndole a Carlos servir,
que,
aunque me lo certifique
vuestro
crédito, y sea ansí...
CLEMENCIA: Cada
cual hace por sí
antes
que por otro, Enrique.
ENRIQUE: Pues
él en eso ¿qué hace
por
sí? ¿Qué es lo que medró?
CLEMENCIA: ¿No es
el amigo otro yo
que a
dos almas satisface
con
sola una voluntad,
si a un
mismo fin se encamina?
ENRIQUE: Ansí es
bien que se difina
el
amigo.
CLEMENCIA:
Y su amistad
¿no puede ser tal con vos
que se
verifique en él
tal
fineza?
ENRIQUE:
¿Don Gabriel
contra
su dueño? Por Dios,
que
ha de quedar asombrado
quien tal imposible oyere.
CLEMENCIA: Cuanto más por vos hiciere,
os tendrá más obligado.
ENRIQUE: Poco
abona su opinión
quien
esa cuenta da de ella.
CLEMENCIA: Como
por eso atropella,
si es viva,
una inclinación.
Experimentad la mía,
disculpando a don Gabriel,
que yo
os juro que por él
dejara
una monarquía.
ENRIQUE:
¿Cómo por él?
CLEMENCIA:
Pues ¿no dejo
la
herencia casi de Francia
con el
de Orliens, a su instancia?
Inclínome a su consejo,
de
suerte, duque, os prometo,
que
toda mi libertad
pende
de su voluntad.
ENRIQUE: El
español es discreto,
y si
yo alcanzo por él
que os
inclinéis a mi amor,
le seré
eterno deudor.
CLEMENCIA: Id,
Enrique, hablad con él;
experimentad verdades
que antes de mucho admiréis;
solicitadle, y veréis
prodigios entre amistades,
que
no poco han de importaros.
Decid
que siga la traza
que
amor y su ingenio enlaza;
que alguna vez saldrán claros
los
cielos, hasta aquí obscuros,
pues
para los animosos
principios dificultosos
prometen fines seguros;
y
que esto le aviso yo
para
vuestro buen suceso.
ENRIQUE: Pues
¿no sabré yo algo de eso?
CLEMENCIA: Por
agora, Enrique, no.
ENRIQUE: Pues
¿es razón que el tercero
alcance
más que el amante?
CLEMENCIA: El
medio que es importante
para los fines que espero,
con
vos me requiere muda,
y toda lenguas con él.
Si os regís por don
Gabriel,
presto
saldréis de esa duda;
que
hemos dispuesto los dos
cierta traza sin testigos,
con que
quedéis muy amigos
mi
padre, Carlos y vos.
Sólo
este fin me reporta
en los
labios el secreto;
vos veréis, duque, en efeto,
lo que a los dos nos
importa.
ENRIQUE:
Alto; si por don Gabriel
se han
de allanar competencias,
voy a alentar sus agencias.
CLEMENCIA: Nuestro
amor estriba en él.
Diréisle, pues le confío
que os industrie y aconseje,
que por
señas no lo deje,
pues hartas con vos le envío.
ENRIQUE: Obedecer y callar.
Voy.
CLEMENCIA: ¿Oís? y que en los dos
sabrá aquello, yendo vos,
de
acertar y no acertar.
Vase ENRIQUE
CLEMENCIA:
Confuso parte, No es mucho
que, si
imita mis acciones,
participe confusiones,
cuando
yo con tantas lucho.
Si
señas tienen de ser
del
gallardo español prueba,
señas
Enrique le lleva
con que
me pueda entender.
¿Qué
modo hallara yo agora
para
sosegar desvelos
y
conocer de mis celos
la
oculta competidora?
Si
yo conociese el dueño
que
inadvertida perdió
el
papel que ocasionó
los
riesgos en que me empeño,
facilitara el cuidado
que confusa dificulto;
porque
el enemigo oculto
más
daña que el declarado.
Ahora bien, aquí le hallé;
vuélvole al mismo lugar;
que
escondida he de sacar
quién
la perdidosa fue.
Echa el papel
en el suelo
Dudo
en mi hermana y mi prima,
si bien
con más fundamento
en la
segunda; mi intento
a nuevas cosas me anima.
Cualquiera que pase de
ellas,
en
viéndole le ha de alzar;
y, si
le perdió, ha de dar
muestras de gusto, y por ellas
quedaré informada yo.
Las dos
estaban agora
en esa
cuadra; no ignora
trazas
quien celosa amó.
Sale FELIPO
FELIPO:
Clemencia, de tu elección
pende
la paz de mi estado;
palabra
a Enrique le he dado;
Carlos
te tiene afición;
ama a
Beatriz el de Francia;
ya tú
sabes su poder;
consultar es menester
cosas
de tanta importancia.
De
tu entendimiento fío
riesgos
que a tu arbitrio dejo.
CLEMENCIA: En el
tuyo mi consejo,
siendo
tuyo, será mío.
FELIPO: Ven,
y estudiemos los dos
lo que
se ha de hacer en esto.
CLEMENCIA: (¿Hay
estorbo más molesto Aparte
que el
presente? Ciego dios,
mal podréis averiguar
quién
es mi competidora,
si dejo
el papel agora
y me
obligan a ausentar.
¿Alzaréle? Pero no;
que si
mi padre lo ve,
el
crédito arriesgaré
que mi
recato ganó.
¿Qué
he de hacer? Poco dichosa
soy en amores.
FELIPO: ¿No vienes?
CLEMENCIA: Sí,
señor.
FELIPO:
Discreción tienes,
que es milagro,
siendo hermosa;
busquemos los dos salida
a
confusión tan crüel.
CLEMENCIA:
(Volveos a perder, papel;
Aparte
que más
que vos voy perdida.)
Vanse. Sale BEATRIZ
BEATRIZ:
Perdíle y, sin él confusa,
desvanezco mi sentido.
¿Si
acaso se me ha caído
por
aquí? No tiene excusa
mi
descuido. Echéle menos
agora;
guardéle aquí.
Señalando la
manga
No sé cuándo le perdí;
sé mi
desgracia a lo menos.
¿Si
le halló mi padre? ¡Cielos!
¿Si
alcanzó a saber por él,
con
riesgo de don Gabriel,
mi
osadía y sus desvelos?
Negaré disimulada,
aunque
la vida me cueste.
Mas
¡válgame Dios! ¿No es éste?
Álzale
¡Ay
prenda tan mal guardada
cuanto con gusto adquirida!
No
saldréis más de mi pecho.
¡Qué de agravios que os he hecho!
Vos seáis bien parecida.
Cuando agora por aquí
con
Armesinda pasé,
se me
cayó; ya podré,
temores, volver en mí.
Salen CARLOS y don GABRIEL. Hablan aparte a la
puerta
CARLOS: Yo
sé que, dándome celos,
la he
de volver a adorar.
GABRIEL: Tu
estraño modo de amar
tendrá
pocos paralelos.
CARLOS:
Gabriel, madama está aquí.
GABRIEL:
Comencemos tu quimera;
yo la
llego a hablar.
CARLOS: Espera;
déjame
primero a mí
que
con ella te introduzga
en
España poderoso,
y que
me muestre celoso
porque
a tu amor se reduzga,
y tú después llegarás.
GABRIEL: Voyme, pues.
CARLOS: Ve y vuelve luego.
GABRIEL: Más que
el amor eres ciego.
CARLOS: ¿Qué
quieres? No puedo más.
Vase don
GABRIEL
CARLOS:
Madama, si os desobligo
y a
vuestra hermana pretendo,
es
porque ofendido entiendo
que
truje mi mal conmigo.
Quiero
de suerte a un amigo,
y
queréisle tanto vos,
que,
puesto que sabe Dios
lo que
me cuesta olvidaros,
no os he he amar, por amaros
y daros gusto a los dos.
BEATRIZ: Duque, ¿qué decís? Volved
por vuestro seso y por
mí;
no os
precipitéis ansí,
y en
más mi opinión tened.
Vuestra
mudanza ofended,
pero
no, Carlos, mi fama.
¿Qué
amigo es ése?
CARLOS: Madama,
no
disimuléis conmigo;
[................-igo]
y él
correspondiente os ama.
Pródigo intento y cortés
lograr
con él una hazaña;
tendrá
que envidiar España
desde
hoy el valor francés.
BEATRIZ:
Acabemos ya; ¿quién es
sujeto
tan ponderado?
CARLOS: Duque
que a Castilla ha dado
sangre
real; duque, en efeto,
de
Nájara, que en secreto
es mi
igual y es mi criado.
BEATRIZ:
¡Válgame Dios! ¿Don Gabriel
es
duque? ¿Es tan gran señor?
CARLOS: En los
ojos vuestro amor
os
lleva el alma tras él.
BEATRIZ: A lo
menos, si es más fiel
que vos y menos mudable,
fuera ingratitud culpable
no
amarle, cual presumís;
mas vos ¿de qué colegís
defecto en mí tan notable?
CARLOS:
(Mintamos un poco, amor; Aparte
que va
hallando esta quimera
más
celos que yo quisiera.)
Fïado
de mi valor,
hasta
el mínimo favor
me
comunica.
BEATRIZ:
En efeto,
¿no hay
entre los dos secreto?
CARLOS: A
persuadirme se anima
que fue
por él el enigma
de
"entiéndame el más discreto."
Presentóme por testigo
del
amor que le mostráis
señas
que disimuláis,
y él
conjetura conmigo.
Si
algunas de éstas os digo,
ya
graves y ya risueñas...
BEATRIZ: Duque,
¿qué decís de señas?
CARLOS: Señas
le apuran el seso.
BEATRIZ: Pues él
¿alábase de eso?
CARLOS:
(Mentira, en mucho me empeñas.) Aparte
BEATRIZ:
¿Señas os ha dicho a vos
que en
mí alientan su esperanza?
CARLOS: La
amistad todo lo alcanza,
y es
mucha la de los dos.
BEATRIZ: ¿Yo señas? (¡Válgame Dios! Aparte
En
hombre que es tan perfeto
¿puede
caber tal defeto?)
CARLOS: Por él,
en fin, determino
que
mude mi amor camino;
tanto
su amistad respeto.
BEATRIZ: Sois
vos todo gentilezas
que él os podrá agradecer,
mas no yo, pues llego a ver
mi agravio en vuestras
finezas.
¡Ay
cielos! Si da en flaquezas
como
ésas, presumirá
señas que dicho os habrá.
CARLOS: Muchas
me contó, aunque oscuras,
y por
esto no seguras,
que
averiguando en vos va.
BEATRIZ: ¿Muchas y oscuras decís?
CARLOS: Todo su
pecho me fía.
BEATRIZ: (¿Qué escucháis, desdicha mía? Aparte
Necias
industrias, ¿qué oís?)
CARLOS: Parece
que lo sentís
como
ofendida.
BEATRIZ:
¿Qué mucho,
si mis
desdoros escucho
en quien
ansí os engañó?
CARLOS: O le
amáis, madama, o no.
BEATRIZ: (¡Con
qué de congojas lucho!) Aparte
En
fin, ¿es duque?
CARLOS: Y marqués
de
Aguilar.
BEATRIZ: No sé qué hiciera
de mi
libertad, si fuera,
en vez
de español, francés.
CARLOS: (Alto,
celoso interés, Aparte
ya os
hizo mi amor lugar.)
BEATRIZ: Pero
podréisle afirmar
que
alcanzara ventajoso
suertes
que merece airoso,
y
pierde por no callar.
Vase
CARLOS: Buscaban celos mis daños
que a mi amor diesen
desvelos
y,
andando a caza de celos,
encontré con desengaños.
El que
por medios estraños
en
nuevos riesgos se arroja,
cuando
coja
el
fruto que yo cogí,
échese
la culpa a sí;
porque
siempre el que se ofusca
en
peligros que aborrece,
si
desdichas apetece,
halla
más de las que busca.
Vase. Salen
FELIPO y ARMESINDA
FELIPO: Esto
es lo consultado
por
Clemencia, y de ti tiene cuidado
de suerte que te estima
con
afectos de hermana más que prima.
Condesa
de Bles eres;
si al
duque Enrique por esposa adquieres,
y yo le
persüado
que, olvidando
a Clemencia, trueque estado
y amor en ti, podemos
mudar en paces guerras que
tememos.
ARMESINDA: Señor,
en vueselencia
libré,
muertos mis padres, la obediencia
que a ellos les debía;
mi voluntad es tuya más
que mía;
mas
cosas de ese porte,
no es
justo que la prisa las acorte.
Consúltelas despacio,
pues
sobran consejeros en palacio,
que
mirarán prudentes
si se
atajan con eso inconvenientes;
y yo
del mismo modo
entretanto veré si me acomodo
a
disponer deseos
tan
libres en mi edad de esos empleos.
FELIPO: Tu
discreción, sobrina,
merece
admiración por peregrina.
Yo voy
a consultarlos;
tú eres
la paz del rey, de Enrique y Carlos.
Vase
ARMESINDA:
Examine voluntades
y haga
Felipo experiencia,
entretanto que en Clemencia
mis
celos sacan verdades
si
quiere al español más
que
obedecer a mi tío;
que después, pues no soy río,
bien puedo volverme
atrás.
Sale BEATRIZ sin
ver a ARMESINDA
BEATRIZ: ¿Es
posible que tan grave,
tan
cuerdo, tan ententido,
tan
discreto y bien nacido
--
cuando lo que importa sabe --
duque don Gabriel Manrique
el secreto encomendado
y en fe
de noble jurado
con
Carlos le comunique?
No,
sospechas, no lo creo;
miente
Carlos; conjeturas
serán
las que, mal seguras,
-- porque
mude de deseo --
le
inquietan la voluntad.
Como en
mis ojos ha visto
lo que
en la lengua resisto,
querrá
sacar la verdad
con
mentiras que le impone.
Anda el
español buscando
las
señas con que le mando
que sus
dichas ocasione;
ocupa, cuando le asisto,
los ojos y el alma en mí;
y saca Carlos de aquí,
porque
a los dos nos ha visto
con
descuido cuidadoso,
celos
de causas pequeñas.
Mas
¡decir lo de las señas!
Aquí el
culparle es forzoso.
Lo
mismo que acuso abono;
y,
entre el sí y el no confusa,
hallo
el agravio en la excusa
y,
condenando, perdono.
Sale CLEMENCIA
sin ver ni a BEATRIZ ni a
ARMESINDA
CLEMENCIA: Si Armesinda lleva bien
el dar a Enrique la mano,
salió mi recelo vano;
poco mis sospechas ven.
Si rehusa este concierto,
dándose por ofendida,
don Gabriel la trae perdida
y mi temor salió cierto.
ARMESINDA: Prima, en notable cuidado
hoy mis aumentos te ven;
darte puedo el parabién
de consejera de estado.
Tu padre, que dificulta
riesgos que nacen de nuevo,
me afirma lo que te debo;
quedaréle a tu consulta
deudora, que es circunstancia
mucha que a Enrique se rinda
la libertad de Armesinda
porque Beatriz reine en Francia.
BEATRIZ: (¿Cómo es esto de reinar? Aparte
¿Otra vez vuelve este miedo?
Desde aquí escucharlas puedo.)
CLEMENCIA: ¿Qué quieres? Séte afirmar
que te estimo de manera
que por ti me desposeo
del duque.
ARMESINDA: ¿Ya yo no veo
que eres mi casamentera?
Débote voluntad tanta
que no admites y te pesa
ser con Enrique duquesa,
por ser con Carlos infanta.
CLEMENCIA: Prima, reales intereses
efectuólos la ambición;
prométote que no son
mis pensamientos franceses.
ARMESINDA: Serán españoles, prima.
CLEMENCIA: ¿Cómo?
ARMESINDA: Pues ¿no han de tener
alguna patria?
CLEMENCIA: ¿Es querer
pedirme celos?
ARMESINDA: Enigma
es ésta que tu amor traza,
y cuando piensas que está
secretísima, anda ya
a pregones por la plaza.
CLEMENCIA: ¿Estás en ti?
ARMESINDA: No te asombres;
que debe ser tu beldad
alcalde de la hermandad
que prende en los campos
hombres.
BEATRIZ: (¡Ay cielos! Todo se sabe. Aparte
El español fementido
pródigo indiscreto ha sido;
perjuro dejó sin llave
secretos y confïanzas.)
ARMESINDA: Alcaide fue tu cuidado
del cuarto en que, retirado,
diste a riesgos confianzas.
¡Qué ingeniosa te apercibes
de torno, tiniebla y salas!
¡Qué sazonada regalas,
qué misteriosa que escribes!
Ya yo he visto los papeles,
cifras de tu estraño
amor.
BEATRIZ: (Todo lo ha dicho el traidor.) Aparte
ARMESINDA: No hay para que te receles;
que ya el español me fía
secretos encomendados,
porque tercie en sus cuidados.
Luego ¿piensas, prima mía,
que no me reveló señas,
ya en acciones y ya escritas,
en que dudas facilitas
y animas cuando despeñas?
Pues advierte que me hace
agente de tus amores,
y sé todos los favores
con que intentas que se enlace
en laberintos dudosos,
no sé a qué fin prevenidos,
conceptos con dos sentidos,
obscuros por misteriosos.
El papel que te escribió,
el crédito que con él
te acredita...
CLEMENCIA: ¿Don Gabriel
eso de mí te mintió?
ARMESINDA: Eso y otras liviandades
que callo. ¿De qué te admiras?
(Amor, digamos mentiras Aparte
para averiguar verdades.)
CLEMENCIA: (¿Mas si, celosa de mí Aparte
mi prima, se ha declarado
con el, y cuenta la ha dado
de cosas que presumí
guardar seguras en él?
No hay hombre que no se alabe
de favores que aun no sabe;
imitólos don Gabriel.
ARMESINDA: No hay para qué recelarte
ya de mí; declaraté
con los dos. ¿Qué le diré,
prima mía, de tu parte?
CLEMENCIA: Dile, prima, que por ti
facilitarle deseo
estorbos, y que en tu empleo
me tiene obligada a mí;
que no malogre invenciones
que tanto estudio te cuestan,
pues ellas le manifiestan,
aunque en sombra, tus pasiones;
que las joyas usurpadas
por tu industria, repartidas
también por ti, aunque
escondidas,
no engañan disimuladas;
que fácil se manifiesta
cualquiera ardid estudiado,
si se afecta demasiado;
y en fin...
ARMESINDA: ¿Qué locura es ésta,
prima engañosa? ¿A qué efeto
es tanto disimular?
Hácesle desatinar,
sábese ya tu secreto,
¡y atribúyesme quimeras
que ni por el pensamiento
me pasan!
CLEMENCIA: ¡Donoso cuento!
Mira, prima, cuando quieras
que por señas un amante
sus discursos encamine,
no le hagas que desatine;
procura de aquí adelante
probar su ingenio de modo
que señas y conjeturas
ni del todo sean obscuras,
ni tan patentes del todo
que los demás las entiendan;
porque es fuerza que el cuidado
ame siempre desvelado,
y que sus ojos pretendan
registrar en cualquier dama
acciones que acas[o] hechas
den motivo a sus sospechas,
y luego piense que le ama.
ARMESINDA: ¿Para qué gastas doctrina
que tú sola has menester?
CLEMENCIA: ¿Yo?
Pues mira; has de saber
que tu español imagina
que yo soy la arquitectora
de la máquina que hiciste;
que como le persuadiste
a amar por señas, y ignora
cuál de las tres de esta casa
es la que ha de obedecer,
apenas nos llega a ver
cuando estudiosos nos tasa
las acciones más pequeñas,
una risa, un volver de ojos,
con que al punto sus antojos
juzgan que le hacemos señas.
Cayóseme un guante ayer
y, creyéndole favor,
ya me imagina en su amor
perdida; quise volver
por mí y atajar locuras;
mas poco me ha aprovechado,
pues, necio y desbaratado,
no sé qué salas a escuras,
tornos y prendas robadas
alega, con presunción
de que yo fui la ocasión.
Como no le persüadas
a que eres tú su desvelo,
contemporizar con él
es fuerza; que el don Gabriel
es un español del cielo,
y no es bien que, ya apurado
el seso, siendo yo cuerda,
permita que por ti pierda
el poco que le has dejado.
Vase. Sale
BEATRIZ retirada, sin que ARMESINDA la
vea
ARMESINDA: Esto es burlarse de mí,
esto es haber ya sabido
del crïado fementido
cuanto en este caso oí.
A no ser ella la autora
de esta confusa quimera,
claro está que no supiera
lo que me refirió agora.
De celos estoy perdida;
mas no logrará, si puedo,
los lances de tanto enredo.
¿Yo burlada? ¿Ella querida?
Haré que el duque castigue
arrojos de amor tan loco;
que en competencias, no es poco
estorbar quien no consigue.
Vase
BEATRIZ: No hay en casa quien no sepa
cuanto al silencio fié.
¡Ay cielos! ¿Cómo creeré
que en semejante hombre quepa
tal falta, tan vil defecto?
Pero culparle es en vano;
que ya excediera de humano,
si en todo fuera perfecto.
Sale don GABRIEL
GABRIEL: Harásele, gran señora,
a vueselencia de nuevo
el ver que a hablarla me atrevo,
cosa rara en mí hasta agora;
pero alienta mi temor
quien puede, y por vos se
abrasa.
BEATRIZ: Decid; que no es nuevo en casa
teneros por hablador.
GABRIEL: ¿Hablador yo?
BEATRIZ: Proseguid.
GABRIEL: Mal su opinión acredita
quien la que tengo me quita,
mintiendo...
BEATRIZ: Decid, decid.
GABRIEL: ...porque es la más civil mengua
para mí...
BEATRIZ: Serán antojos
de quien os buscó todo ojos
y os ha hallado todo lengua.
Decid.
GABRIEL: Envidia será
de quien con vuestra excelencia
lo que no osa en mi presencia...
BEATRIZ: Decid, acabemos ya.
GABRIEL: ...afirma, contra el valor
que en mí esos desdoros teme.
BEATRIZ: Don Gabriel, decid o iréme,
que sois terrible hablador.
GABRIEL: Si en tal opinión me veo...
BEATRIZ: Dejad eso, y proseguid.
GABRIEL: Pues vos lo mandáis, oíd.
Yo deseo y no deseo
cumplir leyes y precetos
de quien a hablaros me envía
y sus secretos me fía.
BEATRIZ: ¡Guardáis vos muy bien secretos!
Saca y hace que
lee un papel
GABRIEL: Pues ¿podéis vos ofenderos
de haberlos quebrado yo?
BEATRIZ: ¡Jesús!
¿Vos quebrado? No;
antes los decís enteros.
GABRIEL: El envidioso ignorante
que me juzga poco fiel...
BEATRIZ: Levantad ese papel,
y proseguid adelante.
Déjale caer de
industria ella, y
levántale él
mirándole
GABRIEL: (¡Ay cielos! Mi letra es ésta.) Aparte
BEATRIZ: Dadle acá.
Tómasele
desdeñosa
GABRIEL: Señora mía...
BEATRIZ: Al que secretos os fía
podéis darle por respuesta
que estudie en mis
escarmientos
si el fïarse es cosa baja
de habladores de ventaja
que infaman sus juramentos.
Vase
GABRIEL: ¡Madama! ¡Señora mía!
Rayos mortales arroja.
Agora, cielos, se enoja,
que manifestar quería
obscuridades de amor,
agora que comenzaba
mi dicha, y se declaraba,
¿tal desdén en tal favor?
¡Gentil premio de
desvelos!
¡Bien satisfechos cuidados,
de habladores infamados!
¿Qué es esto, inclementes
cielos?
¿No vi en manos de
Clemencia
hoy mi papel? ¿No es el mismo
que hallé agora? En tal abismo,
¿quién ha de tener paciencia?
¿Con quién comunico yo
secretos tan castigados,
de injurias galardonados,
sino con quien me mostró
como carta de creencia
el billete que firmé?
Si amor por señas juré,
y hallo señas en Clemencia,
¿es mucho que desatine
creyendo que es su inventora?
Pues ¿cómo lo sabe agora
su hermana? ¿Cómo a hallar vine
en sus manos mi papel?
¿Cómo Armesinda me aguarda,
con las señas de Gerarda?
¿Fue el intrincado vergel
más confuso de Teseo?
No, cielos, no hay más salida
para no apurar la vida
-- que pienso que lo deseo --
sino creer que las tres,
conjuradas contra mí,
comunican entre sí
secretos, porque después,
como cada cuál me engaña,
entre tanta confusión,
castiguen la presunción
que Francia culpa en España.
Sale CLEMENCIA
CLEMENCIA: (Mi padre, pues yo no puedo, Aparte
tanta máquina averigüe,
y mis celos apacigüe;
desharemos este enredo,
y saldré yo de cuidado,
aunque me llamen crüel.)
¿Aquí estáis vos, don Gabriel?
Nunca os veo acompañado;
mas tampoco lo está Apolo.
GABRIEL: Es ésta condición mía.
CLEMENCIA: Sí, pero, sin compañía,
mucho habláis para estar solo.
GABRIEL: ¿También vos formáis agravios?
CLEMENCIA: Amante he yo conocido
que hubiera dichoso sido
a saber cerrar los labios;
y alguna en casa ofendida...
GABRIEL: Diréos, si me dais lugar...
CLEMENCIA: ¿Hablarme vos? No hay que hablar.
Guardaos, no os cueste la vida.
Vase
GABRIEL: ¡Alto! Otra vez se eclipsó
la certidumbre infeliz
de que madama Beatriz
conmigo se declaró,
pues su hermana hizo lo
mismo.
¿Cuál de ellas, amor, creeré
que de esta máquina fue
la artífice?
En un abismo,
con dos vientos encontrados,
navego sin experiencia;
ya Beatriz, y ya Clemencia
la nave de mis cuidados
combaten; y en tanta mengua
las dos, intimando agravios,
una castiga mis labios,
y otra aborrece mi lengua.
Sale CARLOS
CARLOS: De la confïanza necia
que en vos mi amistad creyó
sé que a España se pasó
la fe fallida de Grecia.
Basta que a Beatriz amáis
y, dueño de sus desvelos,
por darme de veras celos,
los de burlas excusáis.
Cuando yo puse los
ojos
en Clemencia, si a su hermana
amó vuestra fe liviana,
excusáredes enojos
diciéndome la verdad,
que ya en vuestra lengua dudo;
pero amigo que es tan mudo
guárdese de mi amistad.
Vase
GABRIEL: ¡Señor, gran señor! -- ¿Qué es esto?
¿Qué concurrencia de males,
qué espíritus infernales
tanta maraña han compuesto?
A todos los he agraviado;
todos acusan mi amor;
con las damas, hablador,
y con el duque, callado.
La fortuna intenta verme,
gustosa en desbaratarme,
con lengua para culparme.
sin ella para perderme.
Sale ENRIQUE
ENRIQUE: Gabriel, Clemencia me envía,
puesto que entre obscuridades,
a que agradezca amistades
que no supe que os debía.
Afirma que en mi favor
le habéis propuesto razones
opuestas a pretensiones
de Carlos, vuestro señor;
y como sé la lealtad
que le guardáis y debéis,
aunque de mi parte estéis,
no es tanta nuestra amistad
que presumiera tal cosa,
a no tener fundamento
en que lo hacéis con intento
de que Beatriz sea su esposa.
¡Digna acción de la cordura
que en vuestro valor se encierra,
pues se ataja ansí la guerra
que de otra suerte aventura!
Porque, aunque arriesgue el
perderme,
su palabra ha de cumplirme
Felipo, o yo prevenirme
contra quien guste ofenderme.
En efecto, sea por esto
o por lo que vos sabréis,
tan persuadida tenéis
a mi dama que ha propuesto
no hacer más de lo que vos
dispusiéredes.
GABRIEL: ¿Clemencia
dice que estriba en mi agencia
el desposaros los dos?
ENRIQUE: Y que estos inconvenientes
bastáis vos solo a atajarlos.
GABRIEL: ¿Yo, en deservicio de Carlos?
ENRIQUE: Señas me dio suficientes,
aunque obscuras para mí,
que sin quererse explicar,
dice, no podéis negar.
GABRIEL: (¡Cielos! ¿En qué os ofendí? Aparte
¿Amante y casamentero?
¿Desleal a mi señor?
¿Ya infamado de hablador,
ya su esposo, y ya tercero?)
ENRIQUE: Que experimente verdades,
que en vos admire, desea;
y que obligaciones crea
de finezas y amistades.
No sé yo con qué pagaros
tanto. Dice que sigáis
la traza que en esto dais;
que alguna vez saldrán claros
los cielos, hasta aquí
obscuros;
pues para los animosos
principios dificultosos
prometen fines seguros.
Don Gabriel, ¿qué traza es
ésta?
Que es rigor demasïado,
siendo yo el interesado,
ignorarla.
GABRIEL: (¿Qué respuesta Aparte
la daré, confusión mía?)
ENRIQUE: Y que, si no me creéis,
por señas no lo dejéis;
que hartas conmigo os envía.
GABRIEL: (¿Pudo declararse más? Aparte
Luego ¿no fue Beatriz -- ¡cielos! --
la autora de mis desvelos?
Volved, esperanza, atrás.
Pero ¿cómo me condena,
si no es Beatriz, su rigor
a delitos de hablador?
¡Nunca yo entrara en Lorena!
ENRIQUE: Acabadme de sacar
del golfo en que me habéis
puesto.
Decid, don Gabriel, ¿qué es esto
de acertar y no acertar?
GABRIEL: Pues ¿eso también os dijo?
ENRIQUE: Esto al partirse la oí;
y que entenderéis por mí
este misterio prolijo
sin declarárosle a vos,
afirma; y que es de importancia,
en tal caso, mi ignorancia.
GABRIEL: (¡Extraña mujer, por Dios!) Aparte
ENRIQUE: ¿Queréisme ya despenar?
Sacadme de este cuidado.
GABRIEL: Duque Enrique, hanme obligado
a ver, oír y callar.
Si ella afirma que os importa
que este secreto ignoréis
y os ama, ¿qué más queréis?
ENRIQUE: ¿Clemencia conmigo corta,
y con vos tan liberal?
Don Gabriel, ¡aquí de Dios!
¿Por qué habéis de saber vos
lo que a mí no me esté mal
y ha de negárseme a mí?
GABRIEL: Eso dígalo Clemencia;
que yo no tengo licencia.
ENRIQUE: Mirad que saco de aquí
conjeturas no pequeñas
que os desdoran de algún modo.
GABRIEL: Eso sí, sed vos y todo
astrólogo de mis señas;
pero no ingrato a lo mucho
que afirma que me debéis
Clemencia.
ENRIQUE: En fin, vos queréis
que en los misterios que
escucho,
y no acabo de alcanzar,
pierda el seso.
GABRIEL: ¿El seso? No;
mas quiero que, como yo,
tengáis que filosofar.
Que os prometo que es mi amor
tan mudo que vive preso
en el alma, y con todo eso
me le culpan de hablador.
No alcanza quien no obedece,
ni sin peligro hay batalla,
ni merece quien no calla,
ni quien malicia merece.
Esto la dad por respuesta;
y decid que, pues dispuso
que os tuviésemos confuso
y os importa, aunque os molesta,
la traza entre los dos dada
se ponga en ejecución,
porque perderá sazón
si hoy no queda desposada;
que os disfrazó pensamientos
para acendrar vuestra fe,
porque yo jamás quebré
palabras ni juramentos.
ENRIQUE: Amor es loco, sus temas
imposibles de vencer;
yo no acabo de entender
el
blanco de estas problemas;
pero
si, cual conjeturo,
hoy ha
de llamarme esposo
Clemencia, tan venturoso
seré como
el medio obscuro.
Voy,
porque no me hagáis cargo
de que
a malicias me atrevo,
si bien
sabré lo que os debo,
pues no
es el término largo.
Pero
vivid advertido
en lo que habéis maquinado,
que, si
agradezco obligado,
me
satisfago ofendido.
Vase
GABRIEL:
Todos forman de mí queja;
a
tragos la muerte bebo.
Echan por una
ventana un billete
¿Qué es
esto? ¿Hay peligro nuevo?
Arrojaron de la reja
un
papel. Si es semejante
a sus
dos antecesores,
no más
ambiguos amores;
mude su
dueño de amante.
Alzale y léele
"Ya por experiencia sé
cuán
obediente y discreto
vive
por vos el secreto
que
oculta os encomendé;
no es
bien que el premio lo esté,
que os
ofrece la fortuna;
ocasión hay oportuna;
id como
la vez primera
al
torno; que allí os espera
de las
tres la una y ninguna."
Como
cumpla lo que dice,
demos
por bien empleado
todo el
desvelo pasado;
si es
que a dudas satisface,
fortuna, acábese ya
el tema
de estos engaños.
Sale MONTOYA
MONTOYA: Dos
horas, si no dos años,
anda de
acá para allá
en
busca tuya, y no te halla...
GABRIEL:
¡Montoya!
MONTOYA:
...cierta señora
[tapada]...
GABRIEL:
Calla, Montoya.
MONTOYA: ...que
embauca.
GABRIEL:
Sígueme y calla.
MONTOYA: Doy a la lengua cien nudos;
que
pues por ti se me estanca,
aquí
pasa Salamanca
el
colegio de los mudos.
Vanse. Salen FELIPO y CLEMENCIA
CLEMENCIA: Esto
es, señor, lo cierto;
Armesinda
este ardid ha descubierto.
Lo que
de mí has oído
del
modo que te afirmo ha sucedido;
a
Enrique menosprecia,
no
estima a Carlos porque, loca o necia,
al
español adora.
FELIPO: De
tantos embelecos inventora!
Clemencia, considera
que
parece imposible tal quimera.
En tan
pequeños años
¿puede
Armesinda hacer tantos engaños?
CLEMENCIA: Para
ellos la habilita
ese cuarto, después que no se habita
desde el año pasado
por las muertes que en él hemos
llorado
de mi madre y señora,
y del
duque mi hermano; allí inventora
de peregrinas
trazas,
con
tornos, con papeles y amenazas
que
ingeniosa dispuso,
del
español el seso trae confuso.
FELIPO: Júzgote
con tu prima
apasionada, viendo que no estima
a
Enrique, cuando quieres
a
Carlos; sois estrañas las mujeres.
CLEMENCIA: Espera,
haz una cosa;
darásme, si nos sale provechosa,
el
crédito debido.
Llama
aquí al español favorecido,
como otras veces sueles;
que
entre otros, trae consigo dos papeles
que le
escribió esa dama
a quien
su confusión por señas ama;
conocerás sin duda
por la
letra la autora amante y muda
que el
estilo profana
con que
amor hasta aquí su imperio allana.
FELIPO: Bien
dices; de ese modo
sabré
quién es y se averigua todo.
Mandaré
que le llamen,
y en él
de estos misterios haré examen.
Sale ARMESINDA
ARMESINDA: (¿Qué
puede buscar, ¡cielos!, Aparte
don
Gabriel en tal parte sino celos
que
apuren mi cuidado?
¿En el
cuarto tanto ha deshabitado,
y cerrarle la puerta
luego
que entró? Sospecha, saldréis cierta,
si a
confirmaros torno;
allí el
teatro oculto, allí está el torno,
amor,
de mi tragedia.
Si el
duque tanto insulto no remedia,
quedará
mi esperanza
marchita en flor, sin fruto mi venganza.)
FELIPO:
Armesinda, ¿qué es esto?
ARMESINDA:
Sutilezas de amor con que ha dispuesto
Clemencia, señor mío,
cuando
tu ofensa no, su desvarío.
Esa
parte de casa
que no
se vive tu opinión abrasa.
Mi
prima, que atropella
respetos de quien es, oculta en ella
a quien
te certifique
la causa por que deja al duque Enrique.
CLEMENCIA:
Desatinada vienes.
¿La
culpa me atribuyes que tú tienes?
¿Perdiste el seso, prima?
ARMESINDA: Ya se
saben verdades de este eni[g]ma,
ya el
cuarto, el torno y salas
donde
escribes, obligas y regalas
al
español dichoso,
agora
en posesión, antes dudoso.
Derriba, señor, puertas,
que
sólo están a nuestro agravio abiertas.
FELIPO: ¿Qué es esto, cielo santo?
CLEMENCIA:
Averigua, señor, enredo tanto;
que si
la letra miras
de los
papeles, no podrán mentiras
desdorar mi inocencia.
ARMESINDA: Eso
pretendo yo, haga experiencia
la averiguación sabia
de la
agresora que tu casa agravia.
FELIPO: Echaré
por el suelo,
abrasaré impaciente
el
palacio, la autora, el delincuente
de
tanto ciego insulto.
Vase
ARMESINDA: No has
de lograr tu amor hasta aquí oculto.
CLEMENCIA: Con frívolas disculpas
disfrazas evidencias de tus
culpas.
ARMESINDA: ¡Qué
loca te despeñas!
CLEMENCIA: Pues poco has de lograr tu amor por señas.
Vanse. Salen don GABRIEL y MONTOYA
MONTOYA: Segunda vez nos enmonjan
y, cerrándonos las puertas,
solos, de noche y a
escuras,
a pares
nos emparedan.
Tú, que
sabes lo que pasa,
ni tienes
miedo, ni tiemblas,
mas yo, que no he merecido
tantica historia siquiera
con que
sobornar temores,
¿qué he
de hacer sino hacer cera?
GABRIEL: Todo ha
de parar en bien.
MONTOYA: No pare
en la chimenea
por
donde a ciegas me embutan;
pongan
luz y saquen cena,
y
estémonos aquí un siglo.
Llaman dentro
al torno
GABRIEL: Allí
llaman.
MONTOYA:
Allí llega
tú, que eres el consiliario;
que yo
en la dicha comedia
no soy
más que el mete-sillas.
Vuélvese el
torno con un billete y una
luz
GABRIEL: ¡Luz y
papel!
MONTOYA:
Ansí empiezan
los
actos de nuestra farsa.
GABRIEL: (Una es
la nota y la letra Aparte
de éste y de los otros tres,
y dice de esta manera;
Apártase de
MONTOYA y lee
"Madama Beatriz se alaba
de que
le habéis dado cuenta
de
secretos prometidos
que el
bien nacido conserva;
Carlos
los sabe, Armesinda
a todos
los manifiesta,
ya se los habrá contado
a los tres duques Clemencia;
ved si está puesto en
razón
que
quien juramentos quiebra,
cuando
el premio que esperaba
perdió,
pase por la pena.
Poneos
bien con Dios al punto,
porque dentro
de hora y media
he de
hacer que en ese sitio
encubra
siempre la tierra
lo que
no encubristes vos;
que
temo de vuestra lengua,
si
agora no la sepulto,
que ha de
hablar después de muerta."
Esta es
sofística excusa
de
quien cavilosa intenta
honestar sus liviandades
al
nuevo interés que afecta.
Ya
Clemencia, ya Beatriz,
ya Armesinda
la una sea
de las
tres, la enigma-dama,
si ama
a Carlos la primera,
la
segunda al rey francés,
y
apetece la tercera
a
Enrique, ¿qué maravilla
que
recele que se sepan
los
arrojos de su gusto?
Temerosa de mis quejas,
con la
muerte me amenaza;
pero
primero que muera,
hará mi
valor alarde
de la
sangre que le alienta.)
Saca la espada
Saca la
espada, Montoya.
MONTOYA: ¿Para
qué la quieres fuera?
GABRIEL: Acaba,
o te mataré.
MONTOYA: Pues
¿tú conmigo pendencias?
¿A
cuchilladas me pagas
catorce
o veinte cuaresmas
que he ayunado en tu servicio?
¿No
digo yo que andan sueltas
por
este cuarto de ahorcado
Margarusas? (¿Si me trueca Aparte
la cara
algún Gacipiro,
y que
soy gigante piensa?)
Montoya
soy, ¡vive Apolo!;
ten,
señor, por Dios, vergüenza
de
ensuciar tus limpias manos
en
sangre lacaya.
GABRIEL:
Bestia,
¿qué
dices?
MONTOYA: Las letanías.
GABRIEL: Mira
que a matarnos entran
traidores disimulados.
MONTOYA: ¿Hacia
dónde están, que puedas,
encantados, verlos tú,
y yo
agora llenos tenga
los ojos
de cataratas?
A Dios
y a ventura, muera
todo
fauno, sierpe o grifo.
Saca la espada
GABRIEL: Ponte a
mi lado, no temas.
MONTOYA: Si se
hallare en toda Europa
quien
más desdichado sea
que yo...
GABRIEL:
¿Tiemblas?
MONTOYA: Tiemblo y sudo;
olerásme si te acercas.
¿Quieres ver cuán venturoso
soy? Pues escucha. Una siesta
soñaba
que me había hallado
tres bolsas y dos talegas
de doblones de a dos caras;
tendílos sobre una mesa
y,
cuando empecé a contarlos,
al
primero me despiertan,
dejándome de la agalla,
sin
permitirme siquiera
que
entre sueños recrease
mi
codicia con su cuenta.
Soñé
otra vez que me daban,
sacándome a la vergüenza
por las
calles de la corte,
cuatrocientos de la penca.
Iba yo
carivinagre,
llorado
de verduleras,
entre
escribas y envarados,
las
espaldas berenjenas.
Y a
cada "ésta es la justicia",
me pespuntaba el gurrea
los
ribetes cuatro a cuatro,
cual
Dios les dé la manteca.
Considera tú qué tal
iría mi
reverencia,
que
¡vive Dios! que escocían
como si
fuesen de veras.
Pues
fue mi ventura tanta,
para
que envidia la tengas,
que
hasta el último pencazo
no
desperté; de manera
que,
cuando sueño doblones,
al
primero me recuerdan,
y,
cuando azotes, me obligan
que
hasta el cuatrocientos duerma.
¿Hay
bestia más desdichada?
Golpes grandes
a la puerta por dentro. FELIPO
dentro
FELIPO: Si no
abriere, echad por tierra
las puertas.
MONTOYA:
Descomunal
jayán
Tranquitrinco, espera.
¡Santiago, cierra España!
A
ellos, señor, o a ellas.
Cae la puerta y
salen FELIPO, BEATRIZ, CLEMENCIA,
ARMESINDA, ENRIQUE,
criados y damas
CRIADO: Ya está
abierto para todos.
MONTOYA: ¡Los duques y las duquesas!
GABRIEL: (Pues
¿cómo? Quien me amenaza Aparte
de
muerte, porque no sepa
ninguno
mudanzas suyas,
¿agora con todos entra?)
FELIPO: Rendid,
español, las armas.
GABRIEL: A los
pies de vuestra alteza,
ellas,
el dueño y la vida.
MONTOYA: La
bolsa, el dinero, y ellas.
FELIPO: ¿Es
blasón de generoso,
a costa de su nobleza
desasosegar palacios
y,
estranjero, hacer ofensa
a tanto
príncipe y dama?
GABRIEL: Quien a
sustentar se atreva
que
yo...
FELIPO:
Ya se sabe todo.
GABRIEL: ...hice
cosa que no deba,
ni
aquí, ni...
FELIPO:
Don Gabriel, basta;
dicho
me han de esta quimera
lo que
pasa, aunque en confuso.
GABRIEL: No yo a
los menos; que precia
mi valor guardar palabras
que
tanto riesgo me cuestan.
Y, pues
contra esto me indician,
diga
madama Clemencia,
diga
Carlos, señor mío,
Beatriz
y su prima bella,
vuestra alteza, el duque Enrique,
¿cuándo
permití a la lengua
secretos encomendados,
que de
los labios excedan?
A ARMESINDA
MONTOYA: Chitón,
por amor de Cristo,
dama en
cifra, niña almendra,
en lo
de la sala y torno,
joyas,
papel, noche y cena.
FELIPO: ¿Cuál
de estas tres, español,
mandándoos amar por señas,
es la
sutil inventora
de
tanto artificio?
GABRIEL: Fuera,
gran
señor, yo afortunado,
a
alcanzar mis diligencias
la
solución de esas dudas.
No lo
sé, si bien sospechas
tengo en todas tres.
FELIPO: Mostrad
[l]os papeles; que su
letra
alumbrará confusiones.
GABRIEL: Denme todas tres licencia
para hacer de ellos
alarde;
que,
sin dármela, aunque muera,
no me atreveré a enseñarlos,
por no
ofendar la una de ellas.
BEATRIZ: Yo os
la prometo.
CLEMENCIA: Yo y todo.
ARMESINDA: Yo
también.
MONTOYA:
Traza discreta
para
deshacer pandillas.
Dáselos, y
míralos FELIPO
FELIPO: Ni de
Beatriz, ni Clemencia,
ni de
Armesinda es la forma;
todos
son de mano ajena.
MONTOYA: Pues
volvamos a tocar
tercera
vez a tinieblas.
GABRIEL: Si las tres me lo permiten,
y
perdona vuestra alteza
de este
amor enmarañado
culpas
que no sé que tenga,
señas
ofrezco bastantes,
[...................e-a]
para conocer
su autora,
por más
que ocultarse quiera.
BEATRIZ: Ya la
tenéis.
CLEMENCIA:
Acabad.
FELIPO: ¿Qué
dices tú?
ARMESINDA:
Que desea
mi
confusión verse libre.
MONTOYA: (Aquí la trampa se suelta.) Aparte
GABRIEL: ¿Quién, pues, de las tres madamas
a las dos de vueselencias
dio las joyas de diamantes
que las tres sacaron puestas
la primer vez que me hablaron?
BEATRIZ:
Leonora, mi camarera,
debajo
mis almohadas
halló
esta cruz, sin que sepa
cómo o
quién allí la puso,
y
también esotras piezas,
que por
saber este enigma
di a las dos.
DAMA:
Es cosa cierta
lo que
mi señora afirma.
FELIPO: En fin,
¿que quien nos enreda
se ha
de reír de nosotros?
MONTOYA:
Desmaráñelo un poeta.
GABRIEL: Señor,
si esta vez no doy
con el
engaño, no tengas
de
averiguarle esperanzas.
FELIPO: Decid.
MONTOYA: Ya
va la tercera.
GABRIEL: Cuando
agora entré a esta sala
¿estaban con vuestra alteza
las tres madamas presentes?
FELIPO: Sólo
Beatriz faltó de ellas.
GABRIEL: Pues
ella estaba en el torno
y,
apurando mi paciencia,
amenazaba mi vida;
ella es
la dama encubierta
que se
entretiene en burlarme.
FELIPO: ¿Qué
respondéis?
BEATRIZ:
Que confiesa
lo que
la lengua rehusa
en la
cara la vergüenza.
Sale CARLOS
CARLOS: Antes
moriré a su lado
que en
Francia persona ofenda
al de
Nájara, mi amigo.
FELIPO: ¿Qué
es?
MONTOYA:
Es chilindrona nueva.
CARLOS: Mi
hermano el rey se casó
con
Ricarda, infanta inglesa;
y,
muerto en España el duque
de
Nájara, porque queda
sin
sucesión, don Gabriel,
sobrino
suyo, le hereda.
Pésames
y parabienes
os den juntos estas nuevas,
y vos, Felipo, a Beatriz,
permitiendo que merezca
mi
intercesión y amistad
lo que
madama desea,
que es
juntar en don Gabriel
a
Nájara con Lorena.
Mi
esposa será Armesinda,
dando
la mano a Clemencia
Enrique, porque amistades
desbaraten competencias.
Alcance
yo vuestro sí.
FELIPO: Dueño
es, señor, vuestra alteza
de mi
voluntad y estado;
como lo
dispone sea.
GABRIEL: A
vuestros pies, gran señor...
CARLOS:
Levantad; que ansí se venga
de
agravios que amor enlaza
la
sangre noble francesa.
MONTOYA:
¡Trinidad de desposorios!
Sólo
Montoya se queda
incasable o celibato,
paralelo de una dueña.
GABRIEL:
Invencionero ingenioso
es
amor; esta novela,
senado
ilustre, lo diga,
y en
ella el Amar por señas.
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