Tocan a guerra y salen peleando
MENALIPE, MARTESIA
y otras Amazonas; la primera con
hacha de armas, la otra con un
bastón y todas con arcos y aljabas de flechas a
las
espaldas, y contra ellas españoles bizarros,
entre los
cuales salen Francisco CARAVAJAL y GONZALO
Pizarro; llena
éste la rodela de flechas, y retirando a
MENALIPE, sin
sacar la espada, van peleando
entrando y saliendo, hasta que
quedan solos don GONZALO y
MENALIPE
MENALIPE:
Matadme estas arpías
que con
presencia humana,
el
privilegio a nuestra patria quiebran;
no
pierdan nuestros días
la
integridad antigua, aunque inhumana,
que
ilustran tantos siglos y celebran.
No
estas arenas pisen
plantas
lascivas de hombres,
que, obscureciendo nuestros castos
nombres,
cobardes por el mundo nos avisen
que no
sabemos abatir coronas.
¡A
ellos, invencibles amazonas!
MARTESIA: ¿Qué
importa el animarnos?
¿El dar
voces, qué importa,
si en
ellos ni el hacha de armas corta,
ni las flechas victoria pueden
darnos?
Pues con poblar esas regiones
sumas
--
temblando el sol de verlas --
el
ánimo perdernos con perderlas
y
adornando sus galas,
en vez de darles muerte les dan
alas.
GONZALO: ¡Oh,
región belicosa!
¡Oh,
sol, que en el ocaso donde mueres,
por
guarda de tu pira luminosa
influyes tal valor en las mujeres!
¿Qué prodigio, qué
encanto
en
pechos femeniles puede tanto?
Las
fábulas que en Grecia
Alejandro -- por ser de Homero -- precia,
a Palas eternizan,
a Tomiris pirámides levantan
y a la madre de Nino
solemnizan,
mienten -- por
más que sus historias cantan --
si con éstas se atreven
a
competir -- por mas valor que prueben -- .
¡Que en
los límites últimos del orbe,
armada
la hermosura
nuestro
valor estorbe,
y en
trance de tan bélica fortuna
nos
ponga una república, que, sola
sin admitir varones,
forma
del sexo frágil escuadrones
y se
atreve a sacar sangre española!
Aquí
naturaleza
el
orden ha alterado,
que por
el orbe todo ha conservado,
pues
las hazañas junta a la belleza.
¡Vive,
pues, mi valor el cielo vive,
que,
aunque a sus manos muera,
no he
de sacar la espada que apercibe
a la
infamia ocasión, si sale fuera
y en
sangre femenil su temple esmalta;
supla
el esfuerzo, si el acero falta!
MENALIPE: Hombre,
¿por qué no miras
mortales amenazas de mis iras?
¿Por qué si te defiendes,
la espada ociosa, mi valor ofendes?
A furia
me provoco,
o me
tienes en poco
o ya
desesperado
a mis
manos morir quieres honrado.
GONZALO:
Armígera Belona,
los que
nacieron como yo al respeto
que la
fama corona
obligados, y estiman el conceto
en que
el valor los pone,
adoran
las bellezas;
y por
más que ocasione
el
peligro su enojo, las noblezas
en
defender las damas se ejercitan
y en fe
de esto su amparo solicitan.
Amarlas
y servirlas
es sólo
mi blasón, pero no herirlas.
MENALIPE: ¿Agora
cortesías?
¡Qué mal conoces presunciones mías,
si
juzgas por favor estos rigores!
Aguarda
y llenaréte de favores.
Dale un golpe
GONZALO: Bizarro
aliento, airosa valentía,
feliz
región que prodigiosa cría
en tan
remota parte
a Venus
tierna, transformada en Marte.
La
industria, esta vez sola,
sin
armas ofensivas
acredite mi sangre, que, española,
refrenando las manos vengativas
sabe,
sin ofender tales bellezas,
vencer
peligros y lograr destrezas.
Vanse, retirando don GONZALO de
MENALIPE, sin sacar
la espada. Salen CARAVAJAL y MARTESIA, peleando
MARTESIA: No
tengo de matarte aunque pudiera;
que si
lo apeteciera,
aunque
su esfuerzo en ti depositara
cuanto
vigor, aliento, bizarría,
tu
heroica sangre cría;
aunque
Alcides en ti resucitara
su espíritu gigante,
aquél
en cuyos hombros
eternizando asombros
pedestal de los cielos con Atlante
fió su
alivio en ellos,
hay mas valor en mí, que en todos
ellos.
CARAVAJAL: ¿En qué
anales, archivos o memorias
has
aprendido historias,
si en
tan remoto clima
-- ¡oh,
bárbara arrogante, toda enigma! --
no hay
quien saber presuma
los
útiles desvelos de la pluma?
¿Cómo
hablas el idioma
que
España, por sus ruinas, ferió a Roma?
¿Quién
te enseñó el estilo
de la
elocuente lengua castellana?
Que,
puesto que hasta el Nilo
haya
llegado y a la zona indiana
preceptos elegantes,
aquí,
no, que hasta agora
el
mundo todo este girón ignora.
MARTESIA: Dudas
discreto; pero no te espantes
que tal
divinidad mi pecho encierra
que
oráculo soy, pasmo de esta tierra.
Los hombres y los brutos
veneran mis preceptos absolutos;
los tigres, los leones,
sierpes y basiliscos,
habitadores de esos arduos riscos,
vendrán
-- si los convoco -- en
escuadrones;
las
islas animadas
promontorios de escamas y de espinas,
-- ballenas digo -- de
mi voz forzadas
cubrirán esas olas cristalinas,
y desde
ellas poblando estas arenas
alistaré caimanes y ballenas.
No están de mis conjuros,
los astros, los planetas, tan
seguros,
que, si los doy un grito,
no
truequen por mis plantas su distrito.
Escalas
pongo al cielo;
sobre
los vientos vuelo
y a
imitación del sol -- que al Indio admira-
mi
agilidad -- como él -- los
orbes gira.
¿Espantaráte agora,
si esto
te certifica la experiencia,
que
quien registra cuanto su luz dora
tenga
noticia de cualquiera ciencia,
y hablando en todas lenguas, tus
vocablos
pronuncie?
CARAVAJAL:
Calepino sois de diablos;
mejor
labráis en hablas que en la aguja.
Mas
¿cómo no sois vieja siendo bruja?
MARTESIA:
Francisco, tu valor...
CARAVAJAL: ¿También mi nombre?
MARTESIA:
Caravajal, tu patria te intitula
tu
valor, pues me hechiza, no te asombre
si
vieres que mi amor por él te adula.
Sé las
hazañas grandes
que en Navarra, Milán, Sajonia y Flandes
sirviendo al quinto Carlos te eternizan;
cuando
lo hechizo todo éstas me hechizan.
Las
paces sé de Europa,
y por
ser tu profesión la guerra
el Mar del Norte favorable en popa,
nuevos
orbes te ofrece, nueva tierra,
y los
tales del Sur atropellando,
fama,
más que metales, vas buscando.
Quédate
aquí, serás mi esposo y dueño;
haré
por causa tuya,
que la
ley rigorosa se destruya
de esta
región, y su infecundo empeño.
Gozarán, por mi amor, las amazonas
el
tálamo, hasta agora aborrecido;
sepultará crueldades el olvido.
El
cuello rendirán las amazonas
al
apacible imperio,
de
Amor. que hasta aquí fué su vituperio.
Todo
esto cesará, si satisfaces
los
castos deseos míos;
eterna
paz tendrás, si estimas paces;
si
guerra anhelan tus bizarros bríos
canoas y piraguas
te cubrirán las fugitivas aguas
de ese jayán monarca de
los ríos;
conquistaránte en ellas
provincias comarcanas,
ejércitos armados, de doncellas,
tan
exentas de amor cuanto inhumanas.
La
reina y yo, español, somos hermanas.
Ella el
título goza solamente,
yo, el
uso y el gobierno.
Francisco, la ocasión logra, presente.
CARAVAJAL: Señora
comisaria del infierno,
no
acepto matrimonios
en que
entran a la parte los demonios.
Vuesa
merced predique
esa
secta en Marruecos, o en Mastrique
y
defiéndase agora,
trayendo contra mí diablos de esgrima,
veremos
si con ellos me enamora.
MARTESIA: Pues guárdate
de dar la vuelta a Lima;
que por crüel y a mis suspiros
falso
perderás la cabeza en un
cadalso.
CARAVAJAL:
Desdorara su fama si no fuera
su
oficio bruja, fondo en agorera.
Haga, para
escaparse, algún conjuro;
que ni
presagios creo,
ni me
asombran peligros que no veo,
ni los
diablos alcanzan lo futuro.
MARTESIA: ¡Oh,
loco presumido!
¿Luego
imaginas de la oferta mía
que en
lugar de afición es cobardía?
Aguarda, pues, grosero, inadvertido.
CARAVAJAL: Bruja
tahur, con brindis de marido
Pelean
probad
de estos requiebros si soy tierno
que yo
os daré despachos al infierno.
Vanse CARAVAJAL y MARTESIA. Salen don GONZALO, defendiéndose
con una mano herida, y MENALIPE
peleando con él
MENALIPE: Acaba ya de rendirte
pues rehusas ofenderme.
GONZALO: Ardides
han de valerme
cansado de resistirte.
La rodela al pecho cierra con
MENALIPE y
quítala las armas
MENALIPE: ¿Qué haces, hombre?
GONZALO: Desarmarte
de
superfluos instrumentos.
¿De qué
sirven los violentos
si
puedes aprovecharte
de
esos ojos soberanos,
que,
apacibles homicidas,
abrasando, quitan vidas,
victoriosos, quitan manos?
Hacha de armas ¿para qué,
si en
vez de hachas, miro en ellos
dos
soles de incendios bellos
en que,
Fénix, me abrasé?
Para
que triunfes de España
las flechas y el arco deja.
¿No es arco en ti cada
ceja?
¿No es
arpón cada pestaña?
Ése
de azabache bello
monte,
que mi asombro alaba,
¿de
rayos no es una aljaba?
¿No es
flecha cada cabello?
¿Pues qué mas armas pretendes,
si en fuego y nieve
deshecho,
lo que
hielas con el pecho
con las mejillas enciendes?
Enfrena severidades,
pues que con armas
prohibidas,
cuando
das al deseo vidas
das
muerte a las libertades.
MENALIPE: Si
supieras cuán de acero
tengo
el alma, que hasta agora
mentiras de amor ignora,
no
engañaras lisonjero.
Palabras
desaprovechas,
saca la
macana oculta
y con
ella me consulta
tu
amor, que si anda con flechas
el
que vuestra España os pinta,
para
engañar simples damas
sin que
temamos sus llamas,
nuestra
profesión distinta
por
Dios adora al desdén.
Pues si
en contrarios extremos
a los
hombres nos comemos,
¿cómo
los querremos bien?
Carne humana es el manjar
que
alimenta nuestra vida.
Pero -- ¿de
sangre teñida
la
mano? -- me haces dudar
que
estás herido.
GONZALO: El amor
que en las venas predomina
por
ésta el alma encamina
para
admirar tu valor.
Y en
fe de ser más que humano
rindiéndote estos despojos,
no
contenta con los ojos,
te sale
a ver por la mano.
MENALIPe:
Ponte en ella este listón
con que
restañarlía puedas,
que, a
falta de vuestras sedas
las teje acá el algodón.
Dásele
GONZALO:
Mucho de mi tierra sabes.
MENALIPE: Menos
quisiera saber
de ti,
para no temer
la
pérdida de las llaves
de
un pecho, hasta aquí diamante.
¡Ay,
Gonzalo! Meses ha
que en
él retratada está
tu imagen, tan semejante
en las llamas que encendí,
que no añadió novedad
tu
vista en mi voluntad
cuando
amor te trujo aquí.
Quise refrenar ardores
de mis ciegos
desatinos,
tan
nuevos y peregrinos
como lo
son los temores;
por
eso salí a ofenderte,
si
bien, cuando peleaba
cada
golpe que te daba
era
para mí de muerte.
Defendístete sin armas;
mas
¿para qué las querías
si
hechiceras cortesías
tienes,
con que me desarmas?
Muda
el nombre a mi rigor;
llámale amantes extremos,
pues que los dos padecemos
tú la herida y yo el
dolor;
y
escucha, porque te asombre
la
noticia que tu fama
por
estos orbes derrama.
Sabrás
como sé tu nombre,
tu patria, tu nacimiento,
tus
aventuras extrañas,
el triunfo de tus hazañas,
y valor; estáme atento.
Más
ha de trescientos siglos
que de las Scitias remotas,
la Asiática y la Europea,
salieron de la Europa
a
apoderarse de la Asia
las naciones belicosas
de cuyos troncos y líneas,
si no ramas, somos hojas.
Despoblaron por la guerra
los
varones, las montuosas
provincias que baña el Tanais
y el
Termodonte corona.
Sin
hombres, pues, nuestra patria,
quedaron en su custodia
las mujeres, bien seguras
de que ajenas plantas pongan
en sus límites sus sellos,
porque a la fama le
consta
que sólo distinguió el sexo
sus hombres de sus matronas.
Aquéllos, pues, divididos
por el Asia
en varias copias,
sujetaron desde Armenia
hasta
la India y sus aromas
cuantas
naciones osaron
resistirse a las heroicas
violencias
de su milicia,
tiranizando coronas
y
despoblando ciudades,
siendo
contra sus victorias
lo que
a las llamas la cera,
las Menfis y Babilonias.
Señores ya del oriente
pacíficos en su zona,
y
felices sus conquistas,
quisieron que sus esposas
presentes participasen
delicias que no se gozan
mientras, distintas las almas,
la
unidad no las conforma.
Envïaron a traerlas
un
ejército -- en la flota
al
Archipiélago hurtaron
que
llena de presas y joyas,
y el
mar con ellos humilde,
que tal vez hacen lisonjas
a la
dicha y la fortuna
como a los hombres las olas --
tomaron tierra en su
patria,
poblándose nuestras costas
de
arrogancias y laureles
al son de cajas y trompas.
Pero, como acostumbradas
las
mujeres, por sí solas
al
imperio de su gusto,
exentas
de las argollas
que
anudó naturaleza
al cuello frágil que doman
opresiones varoniles,
-- pues
si alegran, aprisionan --
por no asegundar coyundas
rebeldes las armas toman,
soberbias al campo salen,
valientes el parche tocan,
horribles los arcos flechan,
resueltas dardos arrojan,
ingratas su sangre
asaltan
bárbaras sus dueños postran,
crüeles
escuadras turban,
diestras desbaratan tropas,
hambrientas cuerpos derriban,
severas
miembros destrozan;
y en
breve tiempo, verdugos
de su
carne y gente propia,
viudas por sus manos mesmas,
triunfando a su casa
tornan.
Erigen,
después, un templo
a la
crueldad, y por diosa
libando
la sangre humana
con
sacrificios la adoran,
estableciendo preceptos,
-- que
hasta hoy ninguna deroga --
de no admitir en sus tierras
hombre que sus leyes
rompa
y su
libertad oprima.
Sólo en los meses que adorna
de flor Amaltea los campos
y el sol al Géminis dora,
de la
nación más cercana
tantos
varones convocan
cuantos
basten a suplir
las que
la muerte nos roba,
sucediéndolas fecundos
individuos, que antepongan
al
gusto la libertad,
siempre
en los nobles preciosa.
Los que
mujeres no nacen
desde
el pecho a las congojas,
desde
la cuna a las aras,
desde
la luz a las sombras,
siendo
su madre el ministro,
filos
al acero embota,
y al
simulacro dedica
blanca
sangre en leche roja.
Pero,
la que sale a luz
hembra
feliz, alboroza
con
regocijos el pueblo,
conduciéndola la pompa
festiva, al templo y sus aras,
donde
la queman, o cortan
el
pecho izquierdo, que al arco
el
noble ejercicio estorba.
Creció
a número infinito
la
república matrona;
que la
templanza en la Venus
mas
fértiles frutos logra.
Y
conquistando provincias
comarcanas, las remotas,
siempre invencibles debelan,
hasta que el solio
colocan
de su
imperio formidable
en la
ciudad, que ambiciosa,
al orbe
leyes impuso
y el cielo escalar blasona.
Si
antigüedades leíste
-- ¡oh
gran Pizarro! -- no ignoras
que ocuparon sus laureles
tantos reinos como historias.
Lampridia y Martesia, reinas
hicieron temblar a Europa,
Orisia
y Pantasilea
aseguraron a Troya,
que no
llorara cenizas
viviendo ella, si patrona
de
Aquiles, que la dió muerte,
no fuera la ciega diosa.
Ésta,
que de la hacha de armas
y la
rodela inventora
fué,
vinculó en Menalipe
hazañas
que a Grecia asombran;
pues
abrasando el milagro
que Epheso a Cintia invoca
en
oprobio de los griegos
dió
llantos al Asia toda.
Monarca
del orbe, en fin,
triunfaban las amazonas,
cuando en Atenas Teseo
les obscureció victorias,
venciéndolas su fortuna
-- no
sus fuerzas, que envidiosas
hasta hoy tiemblan las esferas
que en sus luces los pies pongan
-- .
Armáronse a la venganza
las que
en Scitia belicosas
quedaron, y al elemento
de sal,
una armada arrojan
de
innumerables preñeces;
pero
enojándose el Bóreas
de que
le surquen sus quillas,
riscos
de cristal abordan
por
todas partes los leños
donde
oprimidos zozobran,
porque
en túmulos de vidrio
celebre
el valor sus honras.
Las
reliquias derrotadas
sin que
aproveche la sonda,
sin que
el timón obedezca
ni el
arte velas recoja,
siguen
incógnitos rumbos,
y sin
saber su derrota,
piélagos un mes naufragan,
hasta
que al fin los emboca
por ese
monstruo de ríos,
ese
hidrópico que agota
pecheras inmensidades
que
pródigo al mar otorga.
Cincuenta leguas de anchura
le
miden entrambas costas,
cuando
besa los umbrales
de las
océanas ondas.
Venciendo, pues, con la industria
las
Argonautas heroicas
horribles dificultades,
guían las brumadas proas
trescientas leguas arriba,
hasta la ribera hermosa
de esta
provincia que, oculta,
les
feria el puerto que toman.
Fundan
pueblos, labran campos,
república y reino forman
y
prosiguiendo sus leyes,
ínclitas progenitoras
fueron
nuestras, conquistando
sus descendientes famosas,
cuantas naciones vecinas
sus montes y valles moran.
Ésta es mi antigua
ascendencia;
en mis
sienes su corona
veneraciones conserva.
Quien a
Menalipe nombra,
que es
mi fatal apellido,
la rodilla al suelo postra,
y como
a casi deidad
pone en
la arena su boca.
Martesia, sacerdotisa
y mi
hermana, prodigiosa
en las armas y en las ciencias,
la diadema de éstas goza,
tan
sabia, que si conjura
esas
aguas, esas rocas,
esos
frutos, esas plantas
los
fuerza a que la respondan
y
avisen de cuanto pasa,
desde
la adusta Etïopia,
hasta
la helada Noruega,
que el
sol seis meses ignora.
Ésta,
pues, diversas veces,
de la
nación española
ponderándome noticias
y refiriéndome historias,
me avisó de tus hazañas,
tu prosapia generosa;
el
valor de tus hermanos,
las
conquistas que los nombran,
si en
guerras de Italia Aquiles,
Alejandros
de la zona,
que,
dándoles otro mundo,
su
globo por medio corta.
Sé del
marqués don Francisco
las
hazañas peligrosas,
la
constancia en los trabajos
el celo
a la ley que adora,
la
lealtad para sus reyes
y que a
sus plantas les postra
mil
leguas, todas de plata
y un
océano de aljófar.
Sé que
en España la envidia
bárbaramente
aprisiona
al
ínclito don Fernando
-- ¡que
así se premian victorias! --
después de haber defendido
seis meses de inmensas
copias
la
imperial ciudad del Cuzco,
a pesar de la ponzoña
de la
hidra desleal
cuyas
cabezas destronca.
Sé, en
fin, que buscando
fama
vienes, español, agora,
en
nuestro descubrimiento
y de
las plantas preciosas
que la
canela tributan,
y por estas tierras toscas,
a las que el Maluco
esquilma
imitan en flor y en hojas.
Aquellos doce desvelos
que las fábulas pregonan
de Alcides, son, con los tuyos,
lo que en el sol es la
sombra;
celebraránlos las plumas,
serán al mundo notorias
y a eternas posteridades
darán
materias gloriosas,
si en
esta región te quedas,
si el
paso atrás no revocas,
como a
mi amor satisfagas,
como a
mi fe correspondas;
pues si
al Perú das la vuelta
riesgos mortales convocan
la
deslealtad y la envidia
que a
tus virtudes se opongan.
Llevóte
el falso pariente
el
bajel, tesoro y ropa,
¿sin él como vencerás,
cuando por los montes rompas
imposibles formidables,
ya en la tierra, ya en
las olas,
de ese
casi mar inmenso?
Admíteme por tu esposa;
derogaránse mis leyes,
juzgaránse
venturosas
a tus
pies, estas provincias;
diamantes que al sol se opongan
te rendirán esos cerros;
perlas, almas de sus conchas,
a montes la plata pura;
el oro a cargas que brotan
esos ríos, esas fuentes;
esmeraldas, pluma, aromas,
y un alma nunca rendida
que
dueño te reconozca.
GONZALO: A la
obligación que labras
en mi
agradecido pecho,
para
quedar satisfecho
no he
de pagarte en palabras.
Querrá el cielo que algún día
me
desempeñen las obras;
y,
entretanto que no cobras,
serás acreedora mía.
De
los quinientos soldados
que
leales me siguieron,
más de
doscientos murieron
en
guerras y en despoblados.
De
cuatro mil indios dejo
cadáveres la mitad;
llámame
la mucha edad
del
marqués, que solo y viejo,
entre envidiosos y extraños,
necesita mi presencia,
porque
mal, sin mi asistencia,
podrá reprimir engaños.
De
codicias y ambiciones,
mi
hermano en España preso,
si
sucede algún exceso,
culparán mis dilaciones.
El
capitan Orellana
con mi
bergantín se alzó
y desnudos nos dejó.
¡Deslealtad torpe y villana!
No llevará bien mi
gente,
si tus
finezas admito,
el no
dar la vuelta a Quito.
Seis meses he estado ausente;
dejaron sus prendas caras
hijos y esposas en ella,
juzga tú, amazona bella,
cuando
de mi te apartaras
y mi
amada esposa fueras
para no
volverme a ver,
¿qué extremos habías de hacer,
qué pesares padecieras?
Para
casarme contigo
eres de
contraria ley;
vengo
en nombre de mi rey,
leal
sus órdenes sigo.
Esta
bélica región
por
dueño suyo te adora;
si te
doy la mano agora
tendrá
la envidia ocasión
de
afirmar que me levanto,
contra
mi rey, con la tierra.
La
lealtad que en mí se encierra
es de
suerte, obliga a tanto,
que
a tu afición contradice;
porque
la honra y su interés
no
estriba tanto en lo que es
como en lo que el vulgo dice.
Yo
voy tan enamorado
de ti,
y tan reconocido
que
jamás podrá el olvido
borrarte de mi cuidado.
Volveré, mi Menalipe,
a tus ojos
brevemente
con
armada y con más gente;
tendrán
Carlos y Felipe
noticia de tu valor.
Licencia les pediré
para
que el alma te dé
con la
mano; y el Amor,
uniéndonos en sus lazos,
hará mi
dicha inmortal.
Admite
agora, en señal
de mi
palabra, estos brazos.
Adiós, que es fuerza el volverme.
MENALIPE:
Gonzalo, mira lo que haces;
goza
aquí seguras paces,
que has
de perderte y perderme.
Ya
el marqués, tu hermano -- ¡Ay cielo! --
no te
quiero referir
tragedias que has de sentir
más que
la muerte. El recelo
de
tus pesares refrena
con el
silencio mis labios;
que
hace a quien te adora agravios
quien
le antecede la pena;
dígatelos la Fortuna
sin que yo los anticipe.
GONZALO:
Bellísima Menalipe,
no
siento agora más de una,
que
es el partirme y dejarte.
MENALIPE: Pues,
si mi vida deseas,
escucha
avisos; no creas
los que
lleguen a adularte;
por
que hallarás infinitos
que tus
dádivas disfrutan
y en el
peligro te imputan
sus
traiciones a delitos.
No
todo lo que es brillante
riqueza al avaro ofrece;
oro la
alquimia parece,
vidrio
hay que imita al diamante.
La
luz que una antorcha feria
al sol
competir procura,
mas
sólo su llama dura
lo que dura su materia.
Escarmientos te propone
el sol,
a quien salvas hace
el
ruiseñor, cuando nace,
y huye
de él cuando se pone.
Tal
vez dora la experiencia
un
bronce, una piedra, un leño,
que
engaña al que no es su dueño;
oro
sólo en la apariencia.
Huye amigos afectados,
cuando lisonjas te ofrezcan;
que, aunque fieles te parezcan,
en vez de oro son dorados;
y mira que has de volver
a mis ojos brevemente.
GONZALO:
¡Discreta, hermosa, valiente,
y todo
en una mujer!
Cuando sólo interesara
esos
divinos consejos,
de las escuelas espejos,
reinos por ellos dejara.
Adiós, prodigioso
extremo
del
orbe.
MENALIPE:
¡Adiós, mi Español!
¡Ah cielos! ¡Ah, eterno sol
desmiente males que temo!
Vanse MENALIPE y don GONZALO. Salen don DIEGO de
Almagro y don GARCÍA de Alvarado
DIEGO:
Quien el consejo y parecer que sigo
contradijere, o envidioso o loco,
busca
mi mal con máscara de amigo,
o el
bien que se me ofrece tiene en poco.
La
Fortuna me llama, yo la sigo;
derecho
al Perú tengo; si provoco
a
España y a su rey, España intente
quitarme la corona de la frente.
Vengué a mi padre, con la justa muerte
del
ingrato marqués, que no hizo estima
del
noble estado, la dichosa suerte
a que
por él su nombre se sublima.
Si en
el Cuzco imperial su hermano vierte
sangre
que me dió el ser, yo vierto en Lima
la que
apoyó su bárbaro consejo.
Fénix
renazco de otro fénix viejo.
Cuatro Pizarros pudo Extremadura
hacer
que en el Perú se atravesasen
al paso
del valor y la ventura
de mi
padre y al Cuzco le estorbasen.
Consigo
se llevó la sepultura
la Pizarra
mayor, porque apoyasen
pronósticos del nombre sus sucesos;
losas Pizarras son, sepulten huesos.
Ya estamos libres de
ésta. Juan Pizarro,
el
menor de los cuatro, en primavera
cedió a la muerte el ánimo bizarro,
que, a
ser más cuerdo, dilatar pudiera.
No
siempre a las coyundas ata el carro
de
Marte la osadía, ni muriera
si al
combatir la máquina enriscada
cubriera su cabeza la celada.
España al homicida, oprime preso,
de mi
padre, en la Mota de Medina;
litigará el rigor contra su exceso
si el
oro tribunales no arrüina;
mientras Gonzalo, con fatal progreso,
las
márgenes remotas examina
del
Marañón, que al mar gigante vuela
y por
sus riscos busca la canela.
Si
de cuatro me mata la Fortuna
los dos hermanos, y los dos me ausenta,
¿quién queda en el Perú,
que a la oportuna
ocasión
que me llama pida cuenta?
Destinóme el valor desde la cuna
al
solio occidental; si en él me asienta
el
cielo por monarca de los Andes,
grandes hazañas piden, riesgos
grandes.
¡Vive el cielo, que el
que...!
GARCÍA: Creo
que soy
a quien amenazas;
mal mis consejos abrazas,
peor pagas mi deseo.
Nunca yo tuve por bien
la
torpe conjuración
que
contra el mayor varón
que
todos los hombres ven
hiciste, pues si su hermano,
tan
experto en la milicia,
le
mató, fué por justicia,
no a
traición, no por su mano.
Preso en España defiende
su
causa contra fiscales
por la
envidia criminales;
el
César Carlos pretende
satisfacer agraviados,
mas no oprimir inocentes;
Consejos y Presidentes
miran desapasionados
culpas, que atentos castigan;
servicios, que cuerdos premian;
las
armas, puesto que apremian,
pocas
veces sé que sigan
sin
ímpetu la templanza;
pues
cobra satisfacción,
la vara
con la razón,
la
espada con la venganza.
Ya
que ésta al Marqués mató,
y el
más poderoso quedas
con los
tesoros que heredas
de
cuantos España vió,
templa, don Diego de Almagro,
incendios que solicitas;
mira
que te precipitas.
DIEGO. Tuviera
yo por milagro
que
no fueras extremeño,
como en
la patria, en querer
el
crédito defender
de un...
GARCÍA:
Paso, que mi dueño,
gobernador y caudillo
de estos reinos, es Marqués.
DIEGO: Di que
lo fué, no que lo es.
GARCÍA:
Pregúntaselo a Trujillo,
y en
ella a los nobles todos;
pues
los que valor profesan
generalmente confiesan
que
desciende de los godos.
Italia, Francia, Navarra,
de su
padre el Capitán
don
Gonzalo te dirán
lo que
es la sangre Pizarra.
Don
Fernando y don Francisco,
primero
que estos países
conquistasen, Flor de Lises
postraron; si el basilisco
de
la envidia, en su desdoro,
veneno
a verter empieza,
advierte, que no nobleza
buscaron aquí, sino oro;
y
que la que te dejó
tu
padre, el adelantado,
en el
Perú la ha medrado.
DIEGO: ¿Luego
no en España?
GARCÍA: No;
que
España ignora quién es;
pues a
la puerta le echaron
los
padres que le engendraron,
de la
iglesia, y fué después
hijo de la compasión
de un
sacerdote, llamado
Hernando Luque, y crïado
de
limosna en Malagón.
Ya
yo sé que estas verdades
la vida
me han de costar;
pero yo
he de conservar,
como
noble, las lealtades
que
me han dejado en herencia
mis
padres, y he de imitarlos.
No
reina aquí sino Carlos;
quien
se atreve a su obediencia
mancha su fidelidad.
García
soy de Alvarado
que
sabré en el campo, armado,
defender esta verdad.
Vase don GARCÍA
DIEGO:
¡Matalde! ¡Cerrad las
puertas!
¡Vive Dios, que he de agotar
estos Pizarros, y dar
a
pasiones descubiertas
castigo que al mundo espante!
Con la
hacienda que gastó
mi
padre ¿no se ganó
todo el
Perú? ¿Qué ignorante,
esta
verdad no confiesa?
Pues,
¿por qué el emperador
ha de
ser usurpador
de lo
que sólo interesa
quien su hacienda y sangre gasta?
En vez
de mi padre quedo,
su acción y derecho heredo;
éste me sobra y me basta
para
el imperio que busco
y el
valor ha de adquirir.
Pues,
pensamientos, morir
o
coronarme en el Cuzco.
Tocan de rebato
Pero
¿qué rebato es éste?
Sale Juan VALSA desnuda la espada
VALSA: ¡Ea,
valiente mancebo!
Al
arma, que se avecina
hoy o
tu muerte o tu imperio.
El
presidente y su campo,
que consta de setecientos
y más
hombres, entre infantes,
jinetes
y arcabuceros,
pasa de
Jauja a Guamanga,
y
haciendo alto en el ameno
valle,
que llaman de Chupas,
viene animoso y resuelto
a
presentar la batalla.
Los
mejores caballeros
del
Perú siguen su campo;
difícil
sera romperlos.
Garcilaso de la Vega,
Pedro
Anzures y otro Pedro
de
Vergara, Holguín, Tordoya,
Francisco Castro, Barrientos;
don
Alonso de Alvarado,
cuyo
valeroso esfuerzo
levantó en las Chachapoyas
banderas, por Carlo excelso.
General Vaca de Castro;
Maese
de Campo diestro,
Francisco Caravajal,
que del
Marañón volviendo,
con don
Gonzalo Pizarro,
ya que
éste por el precepto
del presidente en Trujillo
se
queda, viene a su ruego
a
gobernar todo el campo,
y tengo
de él más recelo
que de
todo lo restante.
Pero si
destina el cielo
que
salgamos vencedores,
ni el
número ni el acero
se
oponen a la ventura,
no
obstante que te aconsejo,
si
desfalleces agora,
que te
presentes con tiempo
a la
piedad que te ofrece
Vaca de
Castro. No demos
ocasión
a que te infame
por
traidor la voz del pueblo.
DIEGO: Juan
Valsa; sólo el vencido
Saca la espada
es el
traidor; los excesos
del
vencedor canonizan
lealtades. ¡Al arma! ¡A ellos!
VALSA: ¡Oh,
siempre merecedor
del
laurel!
DIEGO:
Ése pretendo,
Juan
Valsa. ¡0 César, o nada!
¡0 el
cuchillo, o el imperio!
Tocan y vanse todos
FIN DE LA PRIMERA JORNADA
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