Salen marchando VACA de CASTRO
con bastón,
Francisco CARAVAJAL, don ALONSO
de Alvarado y SOLDADOS
VACA: Este
fin tienen traidores,
para
escarmentar leales.
ALONSO: Quien
con pensamientos reales
y juveniles ardores
rehusó la cerviz al yugo
blasonando libertalla,
si
muriera en la batalla
y no a
manos del verdugo,
más
dichoso hubiera sido.
VACA: No es
segura esa opinión;
pues
para la salvación
que don
Diego ha conseguido,
según sus demostraciones,
no le
diera la milicia
el
lugar que la justicia;
por que
airados escuadrones,
que
el riesgo a los ojos ven
dificil
de resistir,
siempre
ayudan a morir,
pero
nunca a morir bien.
Yo, Capitán, no recelo
que de
los que sentenciados
padecen, aunque afrentados,
los más
asegure el cielo;
mas no a los que en las violencias
marciales muertos quedaron,
porque
tarde se hermanaron
venganzas y penitencias.
CARAVAJAL: Yo
soy de ese parecer;
porque
¿qué se le dará
al
cielo, si en gracia va
quien
le supo merecer,
de que haya en un palo muerto,
en la
guerra o en la cama?
Para el
cielo, no hay más fama
que el
bien morir.
VACA: Eso es cierto,
como
lo será también
el
premiar su majestad
el
valor y la lealtad
de los
que firmes estén
en
su servicio, y yo agora,
(en su
nombre agradecido)
honraré
a cuantos han sido
de nuestra parte; no ignora
el
noble merecimiento
a fuer
de la sangre ingrata.
Todo
este imperio de plata,
indios
y repartimientos
no
pueden satisfacer
lo mucho
de estos empeños;
pero
llamándoos sus dueños
tendrán
menos que temer.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS:
Parabienes llega a darte
de la
victoria adquirida
Gonzalo
Pizarro.
VACA: Pida
triunfos que apetezca Marte,
como
el soldado mayor
que ha
visto este polo nuevo.
Sale don GONZALO, de luto
GONZALO: Por
muchas razones debo
encarecer el valor,
que hace dichoso este día;
pues el
Perú restaurado;
mi
hermano, el marqués, vengado;
postrada la tiranía
y
premiada la lealtad,
vuelve
a ser dueño segundo
Carlos de este nuevo mundo,
y debe
su majestad,
preciarse de la elección
que ha
hecho en vueseñoría,
pues
solamente podía
su
celo, su discreción,
siendo capitán y juez,
en la
campaña, soldado,
y en el
tribunal, letrado,
mostrar
que suele tal vez,
porque Marte no presuma
enemistades de Apolo,
juntar
un sujeto solo
al
laurel la espada y pluma.
VACA: Si
yo, señor don Gonzalo,
no
hubiera reconocido
emulador advertido,
que á
su valor no me igualo,
vuesa merced crea en mí
que
nunca le suplicara
que
esta empresa me dejara;
hícelo,
porque advertí
que
llevándose la gloria,
como en las demás ha hecho,
no hubiera yo satisfecho
deseos con la victoria
presente, que a hallarse en ella
quedara
mi opinión triste;
porque
donde el sol asiste
¿cómo
alumbrará una estrella?
Este
luto que ocasiona
el marqués gobernador,
desdice
con su color
la fama
que le corona;
pues
muriendo en la defensa
de su
gobierno y su ley,
de su
lealtad y su rey,
poco le
estima quien piensa
que
con tristezas señale
el
dolor que manifiesta;
si se
vistiera de fiesta,
si la
ostentación y gala
publicaran su valor,
mostrara que en trance igual
no vive
más el leal
de lo
que quiere el traidor.
La
cruz que hizo en el postrero
curso
de su heroica vida,
sacándola de la herida
que
abrió el desleal acero,
autorizó la que al pecho
el
César Carlos le puso,
pues
católico dispuso
en las
conquistas que ha hecho
el
laurel que eterno gana;
que, en
quien triunfos apetece,
más
noble la cruz parece
de
sangre, que la de grana.
Vivo, imitó á Dios humano,
pues
con doce compañeros,
conquistadores primeros
de este
orbe nuevo cristiano,
mil
leguas rindió al bautismo;
y
porque del propio modo
pudiese
imitarle en todo
quiso
morir con él mismo.
Pues
la envidia, en su venganza
sin que
eclipsase su luz
le dio
en su sangre la cruz
y en su
Dios la semejanza.
Si
esta verdad, pues, advierte
vuesa
merced, ¿de qué fruto
será
que le agravie el luto?
Envidie
el leal su muerte
y
festéjela bizarro
quien
su valor acredita,
pues el
marqués resucita
en don
Gonzalo Pizarro.
CARAVAJAL:
¡Vive Dios! que es eminente
vueseñoría, señor,
en todo: predicador,
capitán
y presidente.
Úselo -- ¡cuerpo de tal! --
predique, hará maravillas,
y
ahorraráse de capillas
el
Perú.
VACA:
Caravajal,
vos
habláis como soldado,
mezclando burlas y veras;
sabéis abatir hileras
y ordenar un campo
armado.
Esta
victoria se os debe
y está
á mi cargo el premialla.
Vuestro
acero en la batalla,
mientras osado se atreve
a
los riesgos ¿no predica?
Sí, que las grandes acciones
también sirven de sermones
cuando el valor las practica.
Con
sus hechos, cada cual
el
crédito pierde o cobra;
bien
predica quien bien obra,
pero
mal quien obra mal;
y
porque saber deseo
la
prodigiosa jornada,
puesto que no afortunada,
de la
canela y os veo,
como en las armas bizarro,
en la paz entretenido,
que nos
la contéis os pido,
pues triunfos de tal Pizarro
justo es que los celebremos.
CARAVAJAL: Si
hazañas púlpitos son,
y á mí
me toca el sermón,
obediencia, y prediquemos.
Deseoso de ensanchar
la
cesárea monarquía
de
España, el marqués Pizarro
renunció, asistiendo en Lima,
en don
Gonzalo el gobierno
de
Quito, cuyas provincias
eran el
límite entonces
de las
cristianas conquistas.
Dióle
quinientos soldados
de la
gente más lucida,
que
alistó, para estos orbes,
el
valor y la codicia.
Con
ellos, pues, y su esfuerzo
hacia
el oriente encamina
cuatro
mil indios armados,
y
alegres con la noticia
de que,
pasadas las sierras,
a las
márgenes y orillas
del
monarca de las aguas,
de esa
undosa hidropesía
que
tantos Nilos se sorbe
y por
mil leguas desliza
piélagos de inmensidades
potable
su oro en almíbar.
Marañón
le dan por nombre;
perdone
vueseñoría,
si excedo ponderador;
porque
agora no se estiman
discursos en canto llano
mientras no se hiperbolizan;
que
vocablos con guedejas,
son los
que el vulgo autoriza.
Digo, pues, que codiciosos
con la
fama recibida
de los
árboles canelas
que
aquellos peñascos crían,
marchamos al son del parche
hasta
una tierra que el Inca
Vaynacap rindió a su imperio,
pienso
que se nombra Quinja.
Recibiéronnos de guerra;
mas
cuando ven que los brindan,
en vez de vino y jamones,
confitones de Castilla,
fantasmas, desaparecen
y en un
instante se enriscan
donde,
o el infierno los traga
o nos
bambollan la vista;
porque
cuantos en su busca
diligencias exquisitas
hacen,
sin topar persona,
tiempo
y pasos desperdician.
Apenas,
pues, se nos vuelan
cuando
aquella noche misma,
conjurándose los cielos
elementos amotinan;
porque la tierra temblando,
de los rayos que granizan
al son de atambores truenos,
tenebrosas culebrinas,
hasta su centro abre
bocas
que
bostezan o respiran
diluvios de azufre en llamas,
entre
alquitrán y resina.
Como
quien se sorbe un huevo,
quinientas casas pajizas
se
merendó, cual si fuera
tiburón y ellas sardinas.
Tocó después a rebato
el hambre, en la gente
viva,
y
saliendo a pecorea
nuestro
ejército en cuadrillas,
el
regalo más sabroso
que nos
guisó la desdicha
fué, a falta de gallipavos,
culebras y lagartijas.
Salimos, cual digan dueñas
de
aquella región maldita,
y fué
escapar de Caribdis
para
tropezar en Scila;
porque,
el Mar del Sur a un lado
y al
otro sierras prolijas,
con
cuyas cumbres se ahorrara
Nemrot
de la Torre Egipcia,
de
manera se eslabonan
que la
esperanza nos quitan
de proseguir, ni tornarnos,
porque
el hambre ejecutiva
nos
amenaza a la vuelta;
atreverse a la subida
de las
estrellas, sin alas,
aun
pensarlo atemoriza.
Empanados de este modo
en agua
y sierras, anima
el gran
Pizarro la gente,
y llevándole por guía
trepamos, gatos monteses,
volatines por las picas,
hincando, tal vez, las dagas
por troncos y redendijas,
y tal echando a los ramos
las cuerdas y las pretinas
para guindarnos por ellos;
porque el pobre que
desliza,
de
risco en risco volando,
de tal
manera le trinchan,
que aún no valen sus migajas
después para hacer salchichas.
Venció, en fin,
dificultades
la
industria, y subiendo arriba
el que sudó de congoja
helado
después tirita;
porque
hallamos nieve tanta
que de
las escuadras indias,
cantimploras de la muerte,
dejamos
ciento en cecina.
Encaramados, en fin,
sobre
las cándidas cimas
de los
Peruleros Andes,
pudimos
tender la vista
por infinidad de tierras,
cuyas poblaciones ricas,
templos, palacios y casas,
nos parecieron hormigas,
y bajando, con los ojos
en los pies, catorce días
gastamos en vericuetos,
ya a
gatas, ya de cuclillas.
Dimos
en un valle, al cabo,
que el
Marañón fertiliza,
de
yucas y de maizales
cuyas
gentes se apellidan
Zumacos, donde un volcán
sobre
una sierra vomita
cerros
enteros de llamas,
la vez
que se encoleriza.
Alojámonos en él
haciendo que nos reciban
a puros
escopetazos
los
bárbaros que le habitan;
donde
estuvimos dos meses
que nos
duró la comida,
sin que
el sol en este tiempo
su cara
vernos permita,
ni las
nubes taberneras
cesen de echarnos encima
diluvios inagotables
que hasta el alma nos
bautizan.
Cayeron los más enfermos;
porque las ropas podridas
con el eterno "agua
va,"
nos dejó en las carnes vivas.
Buscamos temples mejores,
hasta que
la apetecida
canela,
en montes inmensos
descubierta, nos alivia.
Son unos árboles éstos
que á los laureles imitan
en las siempre verdes hojas,
con ramas tan presumidas
que se
burlan de las flechas
sin que
se osen a sus cimas;
su
corpulencia tan grande
que no
es posible la ciñan
tres
personas con los brazos;
su flor
blanca y amarilla,
su
fruto ciertos capullos
que se
aprietan y arraciman
formando mazorcas de ellos
y en
cáscaras quebradizas
conservan menudos granos,
que,
sembrados, son semilla.
Es su forma de bellotas
y con
una virtud misma
raíces,
hojas, cortezas,
flor y fruto, se asimilan
en el sabor y substancia
a la canela que cría
el oriente, y por Europa
Portugal nos comunica.
Hay
selvas y bosques de ella;
mas la
que se beneficia
y con
cuidado se labra,
según los indios afirman,
es mucho más excelente.
En fin, los que la
cultivan
fundan
su caudal en ella;
porque
acuden las vecinas
naciones a su comercio,
y les
dan por adquirirla
maíz,
algodón, venados,
y
mantas con que se vistan.
Crecen
de modo estas plantas
que,
llevándose a Castilla
un
árbol solo, pudiera
sazonar
cuantas cocinas
tiene
la gula en España,
y
estarále agradecida
a don
Gonzalo Pizarro
que
descubrió su conquista.
Pero
atrévase a buscarla
como él
quien le tiene envidia
y
sabrá, sudando sangre,
a cómo
sale la libra.
Volvió
el hambre a ejecutarnos;
porque
¿de qué nos servía
faltando el arroz y leche
canela
que muerde y pica?
Y
andando a caza de gangas,
la
necesidad nos guisa
zambos,
monos, papagayos,
pericos
y catalinas.
En más
de doscientas leguas
que
caminamos, a vista
del
Briareo Marañón,
no hallamos otras delicias
que ñames, agios, papayas,
guayabos, cocos y piñas;
porque iguanas y alcatreces
fuera pedir gollorías.
Llegamos al cabo de ellas
a un
salto que precipita
la
soberbia inmensidad,
sus
aguas todas ceñidas
en la
estrechez de dos sierras
que le
encarcelan y humillan
tanto,
que no hay veinte pasos
de la
una a la otra orilla.
Éste,
pues, con la impaciencia
de que
dos cerros le opriman,
doscientos estados salta
y a
unos llanos se derriba,
con
estrépito tan grande
que las gentes convecinas
oyen su
infernal estruendo,
distantes de él veinte millas.
Determinamos pasarle
por las
angosturas dichas,
juntando a entrambas riberas
una puente levadiza;
y
haciendo cortar maderos
-- ¿a
qué no se determina
el
valor necesitado? --
nos dio
la industria tal prisa,
que,
armándola aquella noche,
y de bejucos y pilas
-- hay
mucha en aquellos campos --
torciendo sogas rollizas
la
atamos el día siguiente,
y a
fuerza de ingenio y grita
a la
otra batida la echamos,
causando a los indios grima.
Proseguimos, en efecto,
aquella
costa prolija,
dos meses, cuyos trabajos,
hambres, lluvias y fatigas
han de pasar, si las
cuento,
en los
que ociosos nos sigan,
si no
plaza de novelas,
por
vislumbres de mentiras.
Pero -- ¡voto a Dios! -- señor,
que entre plagas infinitas
que nos brumaron las carnes,
sus cicatrices lo digan,
cuando sufriéramos solo
enjambres de sabandijas,
murciélagos de á dos varas,
arañas, tábanos, niguas,
mereciéramos coronas
de mártires, a adquirirlas
en los siglos Diodecianos
por la
fe y no la codicia.
Mosquitos hay tan valientes
que
taladran, cuando pican
una
bota de baqueta,
porque son aleznas vivas.
Jejenes hay aradores,
que, imposibles a la vista
dan más dolor, si se
ceban
que una
azagaya morisca.
Pruébelo quien lo dudare;
que nusotros, hechos cribas,
y en
puribus, conquistamos
Mainas, Guemas, Urariñas,
Cerbataneros, Cocamas,
Troncheros, Guainos,
Paninas,
y otros
mil que a la ignorancia
darán, si los nombro, risa.
Resolvióse don Gonzalo
a una
cosa, sólo digna
de los
caprichos Pizarros;
porque
temoso fabrica
un
bergantín que asegure
los
enfermos que peligran,
llevándolos agua abajo
con el
fardaje y comida.
Cimentó
dos fraguas y hornos;
árboles
quema y derriba
con que
carbón amontona,
y que
le den solicita
las
armas de los que han muerto,
cascos, arneses, cuchillas,
herraje de los caballos,
hasta las propias
pretinas
deshierra, forjando luego
todo lo
que necesita
un
bajel, de esta materia.
¡Tanto
puede una porfía!
Don
Gonzalo era el primero;
que
porque todos le sigan,
ya en
el taller, ya en la fragua
trabaja, sopla, martilla,
compasa, mide, dispone,
desbasta, asierra, acepilla;
porque
en tales ocurrencias
más noble es quien más se tizna.
Bejucos sirven de
jarcias,
y la
goma que destilan
los árboles de las selvas
suplió la brea y resina.
Para que no falte estopa
mantas
de algodón deshilan
que el
casco calafatean,
y de
las rotas camisas
velas
remendadas hacen;
con
que, logrando fatigas,
al agua
alegres le arrojan
y en él
su remedio libran.
A
Francisco de Orellana,
por ser
persona de estima
de su
sangre y de su tierra,
su
gobierno le confía,
y con
cincuenta españoles
lo
manda, que a toda prisa
por el
Marañón abajo
descubrimientos prosiga,
y que a
las ochenta leguas
aguarde
porque le avisan
que
allí con el Marañón
dos
ríos pierden la vida.
Partióse el falso pariente;
y en
perdiéndonos de vista,
con el bajel se levanta,
la
gente toda amotina,
y al
padre Caravajal,
de la
sagrada familia
del
mejor Guzmán de España,
porque
de su tiranía
los excesos
reprehende,
echa en
tierra, y fue harta dicha
que no
pereciese de hambre,
pues no
comió en cuatro días.
Llegamos al cabo de ocho
por
tierra, a la referida
región y encontrando al fraile,
nos
cuenta la fuga indigna
de tal
hombre y tal nobleza,
con que
en efecto nos pilla
más de
cien mil pesos de oro
que nos
dieron las conquistas.
En carnes y sin hacienda,
juzgue vuestra señoría
la cara
que en los soldados
la
pobreza hereje pinta,
que de
vinagre las nuestras,
con
"reniegos" y "por vidas,"
impaciencias desfogamos
-- permisión de la milicia --
cuando
al querer dar la vuelta,
nos
asaltan infinitas
legiones de hembras armadas,
en los
rostros serafinas
pero en
las obras demonios,
pues
tanta piedra lloviznan,
tantos dardos nos arrojan,
tantos flechazos nos tiran
que, si no se enamorara
de la
airosa bizarría
de don
Gonzalo Pizarro
su
hermosa reina o cacica,
y de mí
su bruja hermana
-- ¡por
Dios! -- que nos desbalijan
de las
almas, y que, hambrientas
o nos
asan o nos guisan;
porque
comen carne humana
mejor
que nosotros guindas.
Éstas son las Amazonas
que las historias antiguas
tanto ensalzan y ponderan,
y allí viven sus reliquias.
Picadas, en fin, las dos
de nosotros, nos convidan
a que su tierra poblemos,
y de repente nos brindan
con el
santo maridage,
ofreciéndome la mía
en dote cuantos demonios
sótanos
de azufre habitan.
Era,
aunque hermosa, hechicera
de
suerte la diablininfa
que
habló en lengua castellana
mejor que las de Sevilla.
Y apretaba el matrimonio;
mas con
excusas fingidas,
guarnecidas de requiebros,
don Gonzalo las obliga
a que nos dejen volver
a Quito
y que nos permitan
alistar más gente y armas,
jurando
que en breves días
tornaremos a sus ojos,
porque
alegres nos reciban
no en
los puros cordobanes
sino
con galas lucidas.
Concediéronlo por fuerza;
y llorando enternecidas,
por otros rumbos echamos.
No me consientan que diga
las
desgracias de la vuelta,
pues fueron tan inauditas
que las juzgarán patrañas.
Trujillo se las repita,
que nos
recibió esqueletos;
y aunque ropas nos envía,
no quiso nuestro Pizarro
que
ninguno se las vista,
sino que,
para trofeo
del
valor que le eterniza,
manda
que entremos en carnes
desde
el cuello hasta la cinta.
Amábanle de manera
sus
vecinos que, sabida
su
resolución, salieron
los más
de la suerte misma
a
recibirle en pelota.
Triunfo
parece de risa,
pero
fineza es de España
que en
bronces la fama escriba.
Ésta
fué la tal empresa
para
nosotros maldita,
mas
para España dichosa
si
ganarla solicita.
Quien
canela apeteciere,
al rey
su gobierno pida;
porque
yo le voto a Dios
de no probarla en mi vida.
VACA: A
vos, maese de campo, os sobra tanta
y
endulzáis narraciones lastimosas
de
suerte que si oírlas nos espanta,
vuestra
sazón las sabe hacer sabrosas;
sólo caben por vos en su sujeto
vencer
valiente y deleitar discreto.
Crió el
cielo en España
al
señor don Gonzalo,
para
acciones al crédito imposibles;
y
mostró en esta hazaña
que
para él los peligros son regalo,
más
deseados cuanto más horribles.
Si
Carlos a su lado le tuviera,
temblara Argel y Solimán huyera.
A don GONZALO
Vuesa
merced consuele a su sobrina,
hija
del gran marqués, pues le sucede
en esta
obligación y sólo
puede
restaurar su presencia la ruina
que con
su muerte llora.
Tendrá
doña Francisca, mi señora,
pues a
su amor la fío,
juntamente en su amparo, padre y tío.
Yo doy
la vuelta á Lima,
porque
el Perú recela
las
ordenanzas que el consejo intima,
y que
despacha a Blasco Núñez Vela
por su
virrey primero,
al paso
bien nacido, que severo.
Si el
César, cual se afirma,
hizo al
marqués merced de que nombrase
gobernador que en su lugar quedase,
presénteme su cédula, o su firma,
que si,
antes que muriese
el
marqués, ordenó que sucediese
vuesa
merced en su gobierno y cargo,
renunciaré yo el mío, sin embargo
de que hasta agora en posesión le
tenga.
Y antes
que á Lima Blasco Núñez venga,
la real
chancillería
le
admitirá por tal, a instancia mía;
que las
reales mercedes concedidas
no se derogan mientras no sucede
insulto
que las vede;
y
dándose el gobierno por dos vidas,
siendo
vuesa merced, como sospecho,
por el
marqués nombrado ¿qué derecho
alegará
el virrey, con que le prive
de la
acción que le ampara mientras vive?
GONZALO: Debe á
vueseñoría
todas
sus medras la fortuna mía;
y es
cierto que mi hermano
antes
que me partiese
quiso
que después de él le sucediese;
y
haciendo testamento ante escribano,
en
virtud de la cédula adquirida,
al
gobierno me llama
que
Carlos concedió por otra vida,
y así
esta vez dijo verdad la fama.
Pero
yo, que hasta en eso
la fe y
lealtad publico que profeso,
mientras a España envío,
suspenderé mi acción, porque confío
de la
imperial palabra y celo justo;
que, si
el César, en guerras divertido,
dió
lugar al olvido
para
nombrará otros, como augusto,
como
rey y senor de sus acciones,
revocará al virrey sus provisiones.
Entretanto a la Charcas retirado,
treguas
daré al cuidado,
ocios
al pensamiento
y en
las minas de mi repartimiento,
donde sus indios me han encomendado,
descansaré seguro.
Mas, si
el virrey que viene
turba
la paz que agora el Perú tiene,
como de
él se recela y conjetura,
y a mis
servicios muestra ingrato pecho,
por
fuerza habré de usar de mi derecho.
VACA: Hará
mal, si no estima
tal
valor el virrey. Mándeme en Lima
vuesamerced, verá con cuanto celo
le
procure servir.
GONZALO:
Prospere el cielo,
señor,
á vueseñoría
para patrón de la justicia mía.
Vanse todos.
Salen MENALIPE y MARTESIA
MENALIPE: No
dudes, Martesia mía,
la
muerte que darme tratas,
si la
vista me dilatas
del
español sólo un día.
Amor y melancolía
martirizan mis desvelos;
la
ausencia, que es toda hielos,
llamas
en mi pecho aumenta;
su
memoria me atormenta
y me
enloquecen mis celos.
¿No
fué ingratitud notoria,
hermana, no fué crueldad,
llevarme mi libertad
y
dejarme su memoria?
¿Robarme el alma es victoria
y no el
cuerpo en que se encierra?
Mas -- ¡ay
cielos! -- que en la guerra,
quien
al asalto se arroja,
las
joyas y oro despoja
y echa
la casa por tierra.
Blasonaba mi rigor
desprecios de mi desdén;
¡guárdese
de querer bien
quien
nunca ha tenido amor!
Que,
cuando con más valor
el
bronce suele mostrarse
al
fuego, que apoderarse
de su
materia pretende,
cuando más
tarde se enciende
dura
más en conservarse.
Martesia, cara, yo muero,
yo
perezco, yo me abraso;
si de
mi vida haces caso
págame
lo que te quiero.
Ya
suele el viento ligero
servirte de augusto carro;
más que
el de Febo bizarro
forma
de sus alas coche,
y haz
que me lleve esta noche
a ver
mi Apolo Pizarro.
MARTESIA: Si
con la facilidad
que en
eso puedo agradarte
pudiera
yo asegurarte
la
española voluntad,
sabrosa
felicidad
en sus
brazos poseyeras.
¿Pero
qué logros esperas
de un hombre tan desdichado
que a
muerte le han destinado
las
superiores esferas?
Un
juez ha de degollarle.
Los
mismos que le acompañan,
y
aduladores le engañan,
le han
de vender y dejarle.
A la
guerra han de forzarle,
y al
tiempo del asistirle,
la
victoria han de impedirle,
el
imperio han de ofrecerle
y han
de insistir en perderle,
por no querer admitirle.
Si
del amor que conservas
remedio
a mi ciencia pides,
yo te
daré con que olvides
esas memorias protervas;
aguas, metales y hierbas
me fían sus propiedades,
y si con ellas añades
conjuros y caracteres,
verás, si olvidarle
quieres,
que sé
mudar voluntades.
MENALIPE: No
curas como discreta;
que el
alma, espíritu puro,
ni a
las hierbas ni al conjuro
como el
cuerpo se sujeta;
su
sustancia es tan perfeta
que por
libre la reputan
los
sabios, con que confutan
tus
astrólogas violencias,
porque
agüeros e influencias
si
señalan, no ejecutan.
No
se deje llevar de ellas
el
absoluto albedrío
del
gallardo español mío
y
mentirán las estrellas,
ni tú,
hermana, por tenellas
que le
olvide has de alcanzar;
puesto
que en esto de amar
suele
en un ingrato ser
el
premio del poseer
motivo
para olvidar.
No en mí, que vive en su llama,
salamandria, mi afición,
y es
especie de traición
buscar
olvido quien ama.
Miente
la ciencia y la fama
que en las plantas piensa hallar
virtudes con que curar
penas
que no admiten medio,
porque
no hay otro remedio
para
olvidar que olvidar.
Pero, disputas dejemos
y
venturas prevengamos;
¿para
qué olvidos buscamos
si ver
y gozar podemos?
¿No sientes tú mis extremos?
¿Pues con ellos no te
obligo?
MARTESIA: Sí
siento, pues que los sigo,
de tu
gusto ejecutora.
Yo te
pondré dentro un hora
con tu
amante; ven conmigo.
Vanse MARTESIA y MENALIPE. Salen don GONZALO
Pizarro y doña FRANCISCA, de luto
y llorando
GONZALO:
Enjugad los ojos bellos
que sin
culpa maltratáis;
mirad
que hechizos lloráis
y
podréis matar con ellos.
Llevóse el cielo al marqués,
padre
vuestro, hermano mío;
la
vida, sobrina, es río
que,
corriendo al mar, sin pies
en
su golfo viene a hallar
imperio
más dilatado,
pues
con sus olas mezclado,
muere
río y vive mar.
Haced el discurso mismo
con
vuestro padre y mi dueño,
pues si
murió, río pequeño,
ya es,
con Dios, inmenso abismo,
y poned, Francisca, en él,
toda vuestra confïanza.
FRANCISCA: Diera á
la muerte venganza
mi
sentimiento crüel,
a no
templar su dolor
la
dicha que en vos reparo,
pues
quedáis para mi amparo
por mi
padre y mi señor.
GONZALO:
Título más venturoso
querrá
el cielo que me cuadre,
si,
como me llamáis padre,
venís á
llamarme esposo;
que
no es, Francisca, razón,
cuando
restaurarse puede,
que por
ser vos hembra, quede
sin
hijos la sucesión
de
quien este imperio indiano
por su
Alejandro confiesa.
Este
inconveniente cesa,
vos su
hija y yo su hermano.
Si
volvemos a anular
quiebras
de tantos cuidados,
pues en
semejantes grados
suele
el papa dispensar;
que
admitiendo el amor mío,
a pesar
de este defeto,
conseguís en mí sujeto,
juntos
padre, esposo y tío.
FRANCISCA: Si
yo guardara la ley
de los
Incas, aunque vana,
solamente con su hermana
se
casaba nuestro rey.
Mi
abuelo fue Guainacapa,
Yupangui y Pizarro soy.
Mi
consentimiento doy
para
que dispense el papa.
Pues
si Dios lo determina
y
nuestra ley lo consiente,
no es
tan grande inconveniente
casar
con vuestra sobrina,
como
lo fue con la hermana
en
nuestros Incas primeros.
GONZALO: Ni
puedo yo encareceros
el bien
que mi gozo gana,
si
no es sellando los labios
con
estos puros candores;
que
extremos ponderadores
adulando hacen agravios.
Sólo
con silencio igual
mi amor sus extremos muestre.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS: Nuestro
de campo maestre,
Francisco Caravajal,
dice
que que le importa hablarte
cosas
que llama el latino
arcanas, y es femenino
según
Nebrija y el Arte.
GONZALO:
Seránlo pues él lo dice
que es
de los hombres primeros,
valientes y consejeros,
de
España; el cielo autorice,
mi
Francisca, nuestro amor.
Trigueros, guarda esa puerta.
No
entre nadie.
TRIGUEROS: Aunque esté abierta,
a ser
yo tan guardador
de
lo que me desbalija
el
vuelco de un dado solo,
como de
que no entre Apolo
ni aún
por una redendija,
yo
tuviera más dineros
que en
Castilla paga un juro.
Vaya
Vuesasted seguro
que
buena tranca es Trigueros.
Vanse don GONZALO y doña
FRANCISCA. Salen
tapadas de medio ojo a lo español
MENALIPE y MARTESIA
MARTESIA: Así las damas de España
averiguan los temores
de sus sospechas y amores.
Presto verás si te engaña
tu
amante.
MENALIPE:
Bien satisfaces
prodigios que prometiste.
Mas ¿de
dónde apercibiste
tan
brevemente disfraces
con
que viendo sin ser vista
temeridades ocultes?
MARTESIA: Nunca
en eso dificultes
mientras vieres en mi lista
los
espíritus sujetos
que
ejecutan cuanto pido.
Si por
el viento has venido
a experimentar secretos
que después te den enojos,
quien lo más, hermana, pudo
¿no
podrá lo menos?
MENALIPE: Dudo
lo que
veo.
TRIGUEROS:
¿Medios ojos
ya
en Indias? No hay patacón
que no
tiemble de fayancas
en el aire
y manos blancas.
Busconas de España son.
¿Qué
es lo que mandan aquí
vuestras medias ojerías?
Quiérense las dos entrar sin hablarle
Damimudas, que en mis días
sois las primeras que vi;
zamparos sin
responder,
siendo
yo la cerradura
es
descortés travesura.
Téngase
toda mujer,
que hay orden de no pasar
de estos umbrales un
dedo.
Dale MARTESIA
¡Ay,
cuerpo de Cristo! ¡Quedo!
¿Quijadas sabéis birlar,
manecilla de manteca?
Más
parecéis de almirez.
¡Tan
blanda en la vista y tez
y en las dádivas tan seca!
Mano sois del Jueves
Santo;
mano de
tigre y tejón;
si ha
de haber conversación
desenfardelen el manto,
que
hablar a ojo será mengua.
Valas a descubrir, y pégale
MARTESIA
¡Paso, ofrézcolas á Judas!
¡0 tener las manos mudas
o pasarlas a la lengua!
Mas
ya sale mi señor;
dense
con él a entender,
que yo no acierto a leer
bellezas de un borrador,
ya
que hacerlas retirar
dos
manotadas me cuesta.
MARTESIA: ¡Don
picarón, para ésta
que me
lo habéis de pagar!
Retíranse las dos sin descubrirse. Salen
don GONZALO, CARAVAJAL y doña
FRANCISCA
CARAVAJAL:
Notificó en Panamá
Blasco
Núñez, como digo,
las
severas ordenanzas.
No
habemos de tener indios;
no ha
de haber encomenderos.
Yanaconas de servicio,
ni por
la imaginación;
llevar
para el beneficio
de
minas los naturales
será
criminal delito.
Con que
estériles los centros
de
estos codiciosos riscos,
a falta
ya de comadres,
quiero
decir de ministros,
nos
dificultan los partos
de sus
preciosos esquilmos;
podrán
los conquistadores
aprender de hoy más oficio,
y en
pago de sus hazañas
pedir
limosna sus hijos.
Todo
esto ocasiona el celo
de
escrupulosos caprichos;
todo
esto inventan ociosos;
todo
esto causan arbitrios.
Los
españoles que dieron,
a costa
de más peligros
que
tiene ese mar arenas,
que
quiebran sus costas vidrios,
cerros,
al César, de plata
con que
enfrenar ha podido
Luteranos en Sajonia
y en
Milán franceses lirios,
por
medio del presidente
Vaca de
Castro, han pedido
al
virrey que, suspendiendo
leyes
de tanto perjuicio,
permita
suplicar de ellas
al
César Rey, siempre invicto;
informándole verdades
y
advirtiéndole precisos
inconvenientes y riesgos
que van abriendo camino
a
intentos desesperados,
de la
fé española indignos.
Pero
él, sordo a nuestras quejas,
rebelde
a nuestros gemidos,
quiere
perderse y perdernos,
por no
humanarse y oírnos.
Los
oidores de la audiencia,
tan
sabios como advertidos,
disponen que a Lima vaya
a
consolar sus vecinos
doña
Francisca Pizarro,
mi
señora, en cuyo arrimo,
por ser
animada imagen
del
gran marqués don Francisco,
fundan
todo su remedio;
porque,
con su patrocinio,
creen
que el virrey, cuando llegue,
como
ilustre compasivo,
venerará las memorias
en ella
de aquel prodigio
que
tanto España celebra,
que
tanto honró Carlos Quinto.
El
cuerdo Vaca de Castro,
señor,
os pide lo mismo;
y para
esto me despacha
de la
mitad del camino.
Id,
piadoso, a interponer
vuestro
valor y servicios
entre
el rigor y los ruegos,
la aspereza y los suspiros.
Gozad
la acción que tenéis
al
gobierno que os intimo,
pues os
le ofrece la audiencia,
pues sucesor suyo os hizo,
en nombre del César
Carlos,
el marqués que tanto os quiso;
pues os
llama el presidente,
pues
todos os lo pedimos;
que yo
en fe de lo que os amo,
y lo
que ofrezco serviros,
sin
esperar la respuesta,
voy a
dar a los amigos
la
nueva de vuestra entrada;
pues si
lo contrario afirmo,
vituperándoos de ingrato,
daréis
a guerras motivos.
Vase CARAVAJAL
GONZALO:
Sobrina, no han de poder
las
persuasiones conmigo
más que
el valor que profeso,
más que
la lealtad que estimo.
Mientras el emperador
no
derogare el dominio
que, en
daño de mi derecho,
han
negociado validos
para
Blasco Núñez Vela,
a Las Charcas me retiro,
donde en quietud y
descanso
saldré
de estos laberintos.
Id vos
a Lima, señora,
pues
bastarán los hechizos
de
vuestras tiernas palabras,
de
vuestros ojos benignos,
para
suavizar rigores;
y hagan los cielos propicios
las partes de nuestro amor,
para que, el nombre de
tío
mejorado en el de esposo,
podamos
los dos unidos
lograr
en tálamo casto
deseos
que duren siglos.
Salen MENALIPE, Y MARTESIA,
quienes
descúbrense y lléganse a don
GONZALO y TRIGUEROS
MENALIPE:
Venganzas, que a deslealtades
den
escarmiento y castigo,
verás,
ingrato, primero
en mi
agravio y en tu olvido.
¡Ah,
inconstante! ¿Estos engaños
son de
la nobleza dignos,
que injustamente blasonas,
tan fácil yo en admitirlos?
¿Es blasón de caballeros
el prometer, fementidos,
correspondencias amantes
burlando pechos sencillos?
¿Así se cumplen palabras?
¿Así se estiman suspiros?
¿Así se sueltan empeños?
¿Así se
pagan hospicios?
Pues en mi favor los hados,
en mi venganza los signos,
en mi
amparo las estrellas,
en mi
abono los auspicios,
con don
Fernando, tu hermano,
celebrarán regocijos
las bodas, que no mereces,
porque él solamente es digno
de ser
de tu dama esposo,
y con
generosos hijos
resucitar del marqués
los hazañosos prodigios.
¡Plegue a los cielos,
mudable!...
MARTESIA: ¿Para
qué, hermana, pedimos
lo que
ellos ya a cargo tienen
según
muestran los destinos?
Ven,
que amanece el aurora.
A TRIGUEROS
Y vos,
grosero ministro,
alcaide
de ingratas puertas,
seguidme, que así imagino
vengar
descomedimientos.
Cógele de una oreja, y vuelan los
tres todo
el patio
TRIGUEROS: ¡Madre
de Dios! ¡Jesucristo!
¡Que me
arrebatan los diablos,
que me desoreja un grifo,
que me
encaraman sin alas,
que si
del aire deslizo,
cien
contadores de hacienda
no han
de sumar mis añicos!
FRANCISCA:
¡Válgame el cielo! ¿Qué es esto?
GONZALO:
Sobrina, fuerza de hechizos;
que en
esta tierra el demonio
con
esto engaña a los indios.
FIN DE LA SEGUNDA JORNADA
|