Sale GONZALO Pizarro solo, con
gabán y montera, y
una escardilla en la mano
GONZALO:
Quien por falta de experiencia
huye las felicidades
que ofrecen las soledades
a la vida y la
conciencia,
venga a
aprender esta ciencia
en mi sabrosa
quietud,
y
hallará aquí a la virtud,
tan
segura de temores
que,
coronada de flores,
le
conserve la salud.
Después que envainé el acero
y el
arnés troqué en gabán,
si
primero capitán,
ya en
mi quinta jardinero,
lloro
del tiempo primero
la
juventud malograda,
y sé
que en la aventajada
vida de
esta profesión,
Dios a Adán dió el azadón
y el
vicio a Nembrot la espada.
Dichoso el que no hace caso
de lo
que no necesita,
y a
Dïógenes imita
quebrando en la fuente el vaso.
Si está
tan cerca el ocaso
humano
que a penas siente
la
distancia de su oriente,
¿quién
es de tan poco aviso
que,
gozando lo preciso,
anhela
lo impertinente?
Ensoberbezca monarcas
el oro,
alma de un abismo,
que yo
lo soy de mí mismo
en la
quietud de Las Charcas.
Guarde
el avaro en sus arcas
tantas
barras como penas,
que
mientras naufraga arenas
yo, en
más seguros países,
gozo el
oro en alelíes
y la
plata en azucenas.
Sale TRIGUEROS
TRIGUEROS:
¡Ay!
Dentro
GONZALO: ¿Qué es esto?
TRIGUEROS: Si fue pulla,
trabajoso de ella escapo.
¡Ay¡
GONZALO:
¿Quién se lamenta?
TRIGUEROS: Un sapo,
que no
ha mucho que fué grulla.
¡Oh,
bruja precipitante!
¡Trotanubes, saltamontes!
Si no
hay pícaros Faetontes
¿qué te
hizo un pobre ignorante,
sargento de mochilleros,
aguilucho en el amago,
para
darme salto en vago
desde las nubes?
GONZALO: ¿Trigueros?
TRIGUEROS: Oye y no me triguerices,
pues ves cual estoy por ti;
privanza de soplos fui,
ya soy remacha-narices.
GONZALO: Pues
bien ¿qué te ha sucedido?
TRIGUEROS: ¿"Pues bien" dices? Di
"pues mal."
Aquélla que al tribunal
inquisidor ha ofendido;
plegue a Dios que antes de un Credo,
obispa
en Corozaín,
la
absuelva de volatín
el
brasero de Toledo,
llevándome en un momento
por una
oreja volando,
y
conmigo registrando
los abanillos del viento,
como
si hiciera calor,
me
trasladó un diablo en popa
a su
tierra, que en la ropa
le
parecí borrador;
y en
ella, aunque de rodillas
misericordia pedí,
en un
instante me vi
sentenciado a albondiguillas.
Patrocinóme su hermana,
de
quien diz que eres galán,
que
quien bien quiere a Beltrán...
etcétera, y más humana
me
dio, con arco y saetas,
la
futura sucesión,
por lo
menos de Amazón
quizá
por verme sin tetas.
Un
mes estuve con ellas,
y no sé
si mis delitos
las
dibujó amazoncitos,
pero
no, que son doncellas;
y al
cabo de él me despacha
la
reina por mandadero
de su
amor; no seas grosero,
que es
la más linda muchacha
que
en el Perú puede hallarse.
Su
reino todo te ofrece,
y si su
amor se agradece
jura
desamazonarse.
Pero
si no, te amonesta
que no
des crédito a amigos,
porque
sangrientos castigos
la vil
Fortuna te apresta;
y si
te vuelve la espalda
debes temblar sus agüeros,
porque mil diablos caseros
son sus perrillos de falda.
Volvió a asirme de la
oreja
la
bruja, y en su jornada
serví
al aire de arracada,
hasta
que caer me deja
después de ponerme en fil
de este sitio, siendo en él
o
murciégalo Luzbel
o
cernícalo albañil.
GONZALO:
Quien de hechiceras se fía
sale,
cual tú, escarmentado.
TRIGUEROS: A caer
en empedrado
medraba
mi legacía;
mas que te guardes, te advierte
tu amazona damisela,
de este
Blasco Núñez Vela
que
solicita tu muerte,
y en
causa tan peligrosa
te
desea apercibido.
GONZALO: ¿Por
qué, si no le he ofendido?
Ni de
la vida dichosa
que
ha feriado a mi sosiego
esta
alegre soledad
en su
dulce amenidad,
podrá
el apetito ciego,
que
ambición el cuerdo llama,
sacarme, gozoso en ella,
no
obligándome a perdella,
mi ley,
mi rey y mi fama.
Salen el capitán ALMENDRAS,
CARAVAJAL y
otros
ALMENDRAS:
Aceptará don Gonzalo
el
gobierno y la defensa
de los
vecinos del Cuzco
y el
Perú que le respeta;
o,
cuando lo rehusare,
habrá
de hacer la violencia
lo que
no la cortesía,
obligándole la fuerza.
Llegad
y hablémosle todos.
GONZALO: Señor
capitán Almendras,
señor
Maese de Campo,
¿qué
hay en que servirlos
pueda?
¿Qué se
ofrece? ¿Qué me mandan?
CARAVAJAL: ¡Cuerpo
de Dios con la flema!
¿Sembrando agora achicorias
y
escardando berenjenas?
Hortalicen hermitaños
que
comen no más que hierbas,
y no
usurpe ese ejercicio
vuesa merced a poetas,
que
tratantes en legumbres
pintan flores, plantan huertas,
y, sin salir de Pancayas,
gastan musas verduleras.
Estáse
abrasando el mundo,
porque el virrey nos le quema,
¿y
entretiénese en lechugas?
Pero
hace bien, que son frescas.
GONZALO: Amigo
Caravajal,
yo
escogí...
CARAVAJAL:
Mas que me alega
emperadores
romanos,
que arrimaron las diademas
por ingerir bergamotas,
si no en nísperos, en
berzas,
menospreciando coturnos
por un
cestillo de brevas.
Pues
escuche lo que pasa.
Capitán, dadle vos cuenta
de lo
que está a vuestro cargo
y el cabildo os encomienda.
ALMENDRAS: La
imperial ciudad del Cuzco,
de todo
el Perú cabeza,
y por sus procuradores
otras tres juntas con ella,
que son Guamanga,
Arequipa
y
Chuquisaca, resueltas
de no
admitir al virrey
que
dicen que a Lima llega,
por su embajador me envían,
mandándome que os advierta
obligaciones que os corren,
pues
somos hechuras vuestras.
Vos,
primer conquistador,
con
cuya sangre y hacienda
y la de
vuestros hermanos
habéis ganado a la iglesia
más
reinos, provincias más
que
tiene en Castilla el César,
cuando
no villas, ciudades,
reduciéndole mil leguas
las más
ricas de este polo;
vos, a quien solo venera
el
Perú, por sucesor
del
gran Marqués, y en quien deja
el
gobierno de estos orbes,
en
virtud de lo que ordena
la
cédula real, que os llama
a la dignidad suprema
de esta
casi monarquía,
por
toda la vida vuestra;
vos, en efecto, a quien toca
el conservar la nobleza
de
tantos conquistadores
que os tuvieron en la guerra
por
caudillo, y en la paz
limitádamente premian
por
solamente dos vidas
hazañas
de fama eterna;
vos,
victorioso Pizarro,
es
razón que a la violencia
del virrey os opongáis,
gobernador y cabeza
por el rey de esta
corona,
y por las ciudades mesmas
general procurador,
haciendo instancia por ellas
en que
el virrey se desista
del
cargo, que en vuestra ofensa
las
posesiones usurpa,
hasta
que España resuelva
dudas
tan enmarañadas,
y
vuestros amigos sepan
por qué delito os deroga
el rey las mercedes hechas.
Armas las cuatro ciudades
os ofrecen, y a su
expensa
hasta
quinientos soldados
que del
rigor nos defiendan
con que
el virrey amenaza
a
cuantos le instan y aprietan
en que
la súplica admita
que
hace este reino a su alteza.
Esto es
a lo que he venido;
pues
para tan justa empresa
por
padre el Perú os escoge;
sus ciudades os alientan,
sus españoles os llaman,
sus caballeros os ruegan,
sus soldados os suplican
y vuestra piedad os
fuerza.
GONZALO:
Capitanes valerosos,
puesto
que de la aspereza
con que
el virrey ejecuta
leyes
que la paz inquietan
me
quepa la mayor parte,
y que
agradecido os deba,
como a hermanos en las armas,
morir en vuestra defensa,
no han
de alterar persuasiones
en mí
la justa obediencia
que
debo al rey, mi señor,
aunque
por ello me pierda.
Despachados tengo a España
procuradores que adviertan
al
César de mi justicia;
e
intentar, antes que vuelvan,
resistir sus ordenanzas,
será ocasionar las lenguas
de envidiosos y enemigos
que
contra mí al rey alteran.
No han
de bastar -- ¡vive Dios! --
a
destemplar mi paciencia
del virrey las amenazas,
de mis amigos las quejas,
del Perú las inquietudes,
la
pérdida de mi hacienda,
el no
premiar mis servicios
ni el
no estimar mi nobleza.
Tres
cosas solas podrían
forzarme
a olvidar la quieta
felicidad de estos campos
donde
mi paz se conserva,
que son
el celo debido
a la
ley, que en esta tierra
por
nosotros dilatada
a un
Dios eterno confiesa;
el
defender con la vida
a mi
rey hasta perderla;
y el no
permitir desdoros
que mi
honor y fama ofendan.
Capitanes tiene el Cuzco
que si
el virrey no se templa
podrán,
sin mí, reducirle
con
respeto y con prudencia.
Ochenta
conquistadores
son sus
vecinos; de ochenta
caballeros e hijosdalgo,
escojan
uno en quien puedan
estribar sus esperanzas,
pues
cada cual tiene prendas
dignas de cargos mayores;
y esto les dad por respuesta.
CARAVAJAL: ¿Pues qué ley, qué rey, qué fama
su conservación no
arriesga
si
pusilánime agora
rehusas
el defenderla?
Nuestra
ley, cuyos principios
saben
los indios apenas,
¿podrá
en ellos ser durable
si en
su libertad los dejan,
aun
viviendo encomendados
a
españoles, que refrenan
su
superstición antigua
y
nuestra fe les enseñan?
Buscan
de noche las guacas,
y entre
los riscos y cuevas
idólatras sacrifican
a los brutos y a las piedras.
¿Qué harán, pues, cuando les
falten
los dueños a quien
respetan,
y con
libertad dañosa
ejerciten sus blasfemias?
Luego,
si el virrey nos quita
su
administración, ya queda
destruída en el Perú
la ley
que a Cristo venera.
También
al rey se le sirve,
mientras que no te obedezcan
por
nuestro gobernador,
si la
provisión presentas
que el
marqués, en nombre suyo,
hizo en
ti, pues fué primera
que la
que trae Blasco Núñez,
adquirida con cautelas.
Nombrados los dos estáis
con una
autoridad mesma;
él por
tiempo limitado,
tú por
concesión perpetua,
que
dure lo que tu vida.
¿Tendrá
acaso menos fuerza
en ti la cédula real
que la
que el virrey alega?
Decir
que sí, es ignorancia;
luego
quien fuere contra ella
rebelde
al rey que te elige
hará a
su palabra ofensa.
Cien mil castellanos de oro
del
fisco y la real hacienda
que
embarcó Vaca de Castro
para
servicio del César
desperdició Blasco Núñez,
sin
permisión de la audiencia,
en armas, que contra ti
dice la
fama que apresta.
Doce
mil y más ducados
gastó
de estos en cuarenta
machos
que a sus deudos compra
porque
a tus amigos prendan.
Juzga si a su rey desirve
quien
le defrauda sus rentas,
o qué
valdrán las coronas
y los
imperios sin ellas.
Rebelde
al César te llama
y como
tal te condena,
a instancia de los de Almagro,
a
cortarte la cabeza.
De Lima
mandó sacar,
con
indigna inadvertencia,
a tu
inocente sobrina,
y a
vista del puerto presa
con
guardas en una nave.
Los
oidores menosprecia,
porque
los riesgos le intiman
que tan
ilustre doncella
y
ocasionada hermosura
corre,
dejándola expuesta
entre marineros
libres
a la
atrevida torpeza.
Si
dudas de estas verdades,
no des
crédito a la lengua,
pero
dásele a estas cartas.
GONZALO: ¡Cesa,
que me matas, cesa!
¿Doña
Francisca Pizarro?
¿Doña
Francisca? ¿Y que en ella
un
caballero ejecute
desaires de su nobleza?
¿Presa
en la mar mi sobrina?
¿Por
qué culpa y a qué presa?
¿Por
qué en la mar, si culpada?
¿Que
aún no mereció en la tierra
que le
conquistó su padre,
que sus
abuelos pudieran
dejarla
como monarca
en fe
de ser su heredera?
¿El sol
de su honestidad
entre
las viles tinieblas
de
atrevimientos soldados?
¿Al qué
dirán de las lenguas?
¿Cuándo
pecó la ignorancia?
¿Cuándo
agravió la inocencia?
¿Cuándo
enojó la virtud?
¿Cuándo
ofendió la belleza?
¿No
obligaran cortesías
por
mujer, cuando ofendiera?
¿Por
noble, cuando agraviara,
y
cuando todo, por bella?
¿Yo sin honra, mi Francisca
ocasionada a la afrenta?
¿La ley
de Dios profanada,
a
riesgo del rey la hacienda?
¿Y yo gobernador suyo?
¡No, cielos! No vida
quieta,
no retiros agradables,
no soledades amenas.
Sin retornos mis servicios,
vaya; sin indios ni rentas
mis heridas y trabajos.
¿Qué importa cuando se
pierdan?
Pero,
¿sin fama, sin honra,
a
peligro la limpieza
de mi
inocente sobrina
y que
por ella no vuelva?
Vituperárame el mundo.
Adiós, apacibles selvas,
valles siempre sosegados,
quintas
floridas y frescas;
que ya
será cobardía
lo que
hasta agora prudencia.
¡Toca
al arma, marcha al Cuzco!
¡Muera
el ocio! ¡Viva el César!
Sale el capitán HINOJOSA
HINOJOSA: Aguarde
vueseñoría.
Oirá
las alegres nuevas
que me
ocasionan a darle
este
título, en que muestra
la
razón y la justicia
sus
hazañas y finezas.
¡Ojalá
se le conmute
el rey
en el de excelencia!
Llegaron del virrey a extremo tanto
las
siempre aborrecibles destemplanzas,
que en
menosprecio se trocó el espanto
de sus severas leyes y ordenanzas.
No todo celo, si es
supérfluo, es santo,
ni
cordura atajar las esperanzas
del
pueblo, pues por más que el juez presuma,
suma
justicia es injusticia suma.
Mientras que Lima recibir procura
al
virrey, en el Valle y su distrito,
que
intitulan los indios Huhahura,
un mote
halló sobre una puerta escrito.
Imprenta es la pared de la locura
y el carbón,
pluma y tinta del delito.
Juzgad
si es imprudente el que se afrenta
de
motes en paredes de una venta.
Leyó, pues, en el Tambo estas razones,
"A
quien viniere a echarme de mi casa
echaré yo del mundo," y dio
ocasiones
esta
desenvoltura al mal que pasa;
pues, como engendran fuego los
carbones,
tanto al virrey
encienden, que se abrasa
y a
Antonio de Solar, dueño del Valle,
manda,
en llegando á Lima, aprisionalle.
Sin
más indicios, pues, que ver el mote
en la
pared, aunque el autor se ignora,
manda
que le confiese un sacerdote,
porque
ha de ajusticiarle dentro una hora;
senténciale al instante a dar garrote,
y
aunque inocente se disculpa y llora,
y no
hay contra él testigos ni proceso,
la
ejecución se notifica al preso.
Alborotóse el pueblo, porque en Lima
era
este hidalgo justamente amado.
La
nobleza piadosa se lastima,
y cada
cual le sirve de abogado;
conque
el virrey, temiendo no le oprima
la plebe amotinada, más templado
que
esté en un calabozo, al fin ordena,
con
esposas, con grillos y cadena.
En dos meses sufrió mil de rigores,
por más que libertarle
solicita
la piedad de infinitos valedores;
mas era
la crueldad más infinita,
hasta
que se valió de los oidores
que le
mandan soltar en la visita
donde
se presentó, porque no hallaron
aún sombra del error que le imputaron.
Sintiólo Blasco Núñez sumamente,
enemistado ya con el audiencia;
prendió
a Vaca de Castro, presidente,
sin
darle cargos -- ¡bárbara violencia!
Y
porque le aborrezca más la gente,
al
factor Illán Juárez su impaciencia
mató una noche por sus mismas manos,
temeridad horrible, aún de
tiranos.
A unos negros, después, de
noche obliga
que vestido le entierren
y en secreto.
Súpolo
la ciudad, ya su enemiga;
y
alborotada le perdió el respeto.
La
audiencia real, prudente, los mitiga,
y
recelando el peligroso aprieto,
prendieron al virrey, que de otra suerte
no hay
duda que le diera el pueblo muerte.
Formáronle proceso los oidores,
sacando
del sepulcro otra mañana
al difunto
factor, que causó horrores
al
pecho, de piedad menos humana.
Enterráronle oculto los rigores,
envuelto en una capa, que de grana,
pronosticarle su desdicha intenta,
pues hasta
la mortaja fué sangrienta.
Vuélvenle a sepultar, con sentimiento
y pompa
funeral, y luego trazan
que se
embarque el virrey, pues que violento
a
muerte sus rigores le amenazan.
Impelen linos la preñez del viento
que el
puerto del Callao desembarazan,
y
surcando el cristal la leve quilla,
preso
el virrey le llevan a Castilla.
Los oidores, después, ciudad y
audiencia,
en virtud del derecho que
te ampara,
gobernador te nombran en su
ausencia.
¡Prudente acción de tu
justicia clara!
Asegure
peligros tu asistencia;
temple
congojas tu apacible cara;
paga la
voluntad de quien te estima
y el
cargo admite que te ofrece Lima.
GONZALO: Si
alientan los oidores mi derecho,
¿qué
hay que esperar? Marchemos, pues, amigos,
y de la fe y lealtad que está en mi
pecho
con
Dios y con el rey seréis testigos.
CARAVAJAL:
Bastantes pruebas, gran Gonzalo, has hecho.
Castigos se remedian con castigos;
pague el virrey los suyos en España.
GONZALO: Marcha
a Lima, salgamos en campaña.
Vanse todos. Salen MARTESIA y MENALIPE con armas a lo
amazonio
MENALIPE:
Morir, Martesia, morir
o
librar á don Gonzalo;
mi amor
a su estrella igualo.
Si le
puedo reducir
a
que mis consejos siga,
y de
estos reinos se ausente,
los
pronósticos desmiente
de la
Fortuna enemiga.
Pero
si no admite avisos
y obedece al hado cruel,
morir
matando con él
son los
medios más precisos
que
mi triste suerte escoje.
Ésta es
mi resolución.
MARTESIA: Ponerla
en ejecución,
--
perdóname aunque te enoje --
ha
de aprovechar tan poco,
que en
vez de obligar tu amante,
a tus
consejos diamante
y a mis
persuasiones loco,
ha
de apresurar su muerte.
Pero
aunque esto es infalible,
yo haré
por ti lo posible;
patrocínete la suerte,
y a
tu amor agradecido,
tu
amante se guíe por mí.
El que
ves que sale aquí
de
ejército apercibido,
es
aquel Caravajal
a cuyo
esfuerzo y valor
desde
el postrer dictador
no le
tuvo el mundo igual.
El
virrey que preso a España
surcaba
ese golfo frío,
por su
mal, con el navío
se
alzó, su pasión le engaña,
y en
Túmbez tomando puerto,
de
Trujillo y San Miguel
juntó
la gente, que fiel,
como no
sabe de cierto
la
acción que al gobierno tiene
tu
amante, y que los oidores,
por
atajar los rigores
con que
Blasco Núñez viene,
gobernador le han nombrado,
como
españoles de ley,
quieren
seguir al virrey,
y la
obediencia le han dado.
Contra él, pues, Caravajal,
desde
Lima apercibido
a
deshacerle ha venido,
y de
éste, por ser leal,
valiente y sabio, se fía
don
Gonzalo. Si yo hiciese
que mis
consejos siguiese,
discreto persuadiría
a tu
amante que dejase
el Perú en esta ocasión
y en
nuestra fértil región
esposo
tuyo reinase.
Quiero yo a Caravajal
algo
más de lo posible,
por lo
soldado invencible,
por lo entretenido sal;
pero
es de modo arrojado
que, si
da en aborrecerme,
ni
hechizos han de valerme
ni todo
cuanto he estudiado.
Pero
si quisiese Dios
llevarlos a nuestra tierra,
sin que
amor nos haga guerra
tendremos quietud las dos.
MENALIPE: ¡Ay cara hermana! Si en
ti
pusiese tal eficacia
Amor,
si te diese gracia...
MARTESIA: Calla y retírate a aquí.
Retírense MARTESIA y
MENALIPE. Salen
CARAVAJAL y el capitán ALMENDRAS
CARAVAJAL:
Marchar, señores, marchar;
que si
la ocasión perdemos
que entre las manos tenemos,
será difícil de hallar
otra vez.
ALMENDRAS:
Doscientas leguas
has
corrido en seguimiento
de
Blasco Núñez. Aliento
pide el
campo. Dale treguas
siquiera al cansancio un día.
CARAVAJAL: Este
solo que nos lleve
de
ventaja, hará que apruebe
nuestro
daño, su porfía.
Si
se fortalece en Quito
y en el
campo reforzado
nos
espera descansado,
¿no le
parece delito
digno de vituperar
perder
esta coyuntura?
La
presteza y la ventura
juntas
se han de ejecutar.
Acabemos con el tema
en que su locura ha dado.
La
audiencia le ha desterrado
a
España; si nuestra flema
la
victoria nos dilata,
esta
empresa se destruye.
ALMENDRAS: Al
enemigo que huye...
CARAVAJAL: Dirá la
puente de plata.
Mas
no huye quien se retira
para
volver animoso,
reforzado y poderoso.
Quien
comodidades mira,
señor Capitán, no sale
con
hazaña de provecho.
En no
dejando deshecho
al
enemigo, ¿qué vale
el
orden de la milicia?
Agora
que nos ampara
la
audiencia real, y está clara
por
nosotros la justicia,
lógrela la diligencia.
Marchar, soldados, marchar;
don
Gonzalo ha de llegar
mañana
a nuestra presencia,
no
se nos lleve la gloria
de tan
honroso laurel,
pues
ganándole sin él
será
nuestra la victoria.
Tome
refresco la gente
y
sigamos el alcance,
porque,
perdido este lance,
es
nuestro daño evidente.
ALMENDRAS: No
lo es menos el no dar.
CARAVAJAL: Ya sabe
mi condición;
pues
propuso su razón,
obedecer y callar
es
lo que agora le toca.
ALMENDRAS: Sí, mas
digo que me obliga...
CARAVAJAL: Capitán,
haga y no diga,
más
manos y menos boca.
Vase ALMENDRAS
¡Vive Dios! Que he de alcanzarle
esta
noche, y deshacerle.
Acabemos con este hombre.
Salen MARTESIA y MENALIPE
MARTESIA: Airado
español, detente.
CARAVAJAL: ¿En
desierto y tentadoras?
¿Mas que llegáis a ofrecerme
¿piedras por pan?
MARTESIA: ¿Me conoces?
CARAVAJAL: Los diablos y las mujeres
dicen que sois de una
casta;
y aunque serafín pareces,
tendrás diablescas las obras,
si engañosa me detienes
en
favor de Blasco Núñez.
¿Dónde te he visto? ¿Quién eres?
¿Qué pides? ¿Qué se te
antoja?
Que
todas las de tu especie
en
llegando el donativo
vienen
para mí de requiem.
Si en
la corte de Castilla
un
medio ojo me embistiese;
y por la Calle Mayor,
donde
son sus mercaderes
escollo
de toda bolsa,
sus
coches nuestros bajeles,
que en
cualquiera tienda encallan,
y sus ninfas holandeses,
pudiérasme ejecutar
en colonias, alfileres,
guantes, bandas, rosas, dijes,
o más arriba en joyeles,
polleras, basquiñas, naguas,
y lo que este siglo teme
en
cajas de chocolate;
que
para que desesperen
los
Píramos en vellón,
conforme de allá me advierten,
el
diablo inventó a Guaxaca,
Guatemalas y Campeches;
pues, después que se conocen
en nuestra nación, se beben
en tres jícaras tres damas
cien escudos en dos
meses.
Pero
aquí si no es que pidas
del
modo que Eva a la sierpe,
o plátanos,
o guayabas,
sólo
tengo que ofrecerte
con
bizcochos de estos riscos,
chocolates de estas fuentes.
MARTESIA: Famoso
Caravajal,
que si
asombras por valiente
deleitas por sazonado,
en fe
que todo lo vences,
yo soy
aquella amazona
que si
tuvo dicha en verte,
fue
infelice en adorarte,
pues
sus penas no agradeces.
Sé los
riesgos a que el hado
te
lleva, sé que te atreves
contra
el cielo y la Fortuna
a
hazañas que te despeñen.
Por ti
la reina, mi hermana,
cuyo
renombre obedecen
cuantas
naciones distantes
la
plata líquida beben
al
inmenso Marañón,
dejando
su patria fértil,
alas de
los vientos forma,
para
que sobre ellos vuele
a esta
región que os anuncia
a ti y a su amante, en breves
tiempos tragedias que lloren
los siglos que nos suceden.
Respétate por amigo,
don
Gonzalo; con él pueden
tus
consejos cuanto pides,
tu eficacia cuanto quieres.
Redúcele a las venturas
que los
cielos le prometen,
si
dueños de nuestra patria
y noble
correspondiente
al amor
de Menalipe,
nuestra
corona ennoblece
para
blasón de tu fama,
que se
eternice en sus sienes,
que, si
por tus persuasiones
a las
estrellas desmiente,
que
triste fin le amenazan,
conquistará felizmente
las dos
márgenes ocultas
del
Marañón, dando leyes
a
cuantas provincias varias
viven
sus comarcas verdes.
Desde
las sierras de Quito
hasta
donde sus corrientes
con el
océano luchan
del
norte, que se las bebe,
mil
leguas y más le aguardan
tan
ricas, que son perennes
las
venas que, en vez de sangre,
el
metal monarca vierten;
tanta
plata y oro esquilman
los
Omaguas solamente
que,
mayorazgo del sol
goza su
comarca fénix;
tantas
minas, cuantos riscos,
conquistará si los vence
a Europa, al África, al mundo
postrando a sus plantas reyes.
Serás,
español gallardo,
si su
condición rebelde
ablandas, señor del orbe;
regiones hay en que reines
ignotas hasta aquí al mundo,
y en
pacíficos deleites
dueño
de un alma serás
que
como a Dios te venere.
MENALIPE: ¡Oh si
contigo bastasen!
¡Oh si
en tu estima valiesen,
nuevo Pompeyo de España,
lágrimas, que han sido siempre
hechizos para los nobles!
Si las
que vierto te mueven,
si
persuasiones te obligan,
si
penas te compadecen,
humilde a tus pies se postra
una
reina, a quien la suerte
y el amor de tu caudillo
rendida a sus llamas
tiene;
si le
reduces -- ¡qué dicha!
¡Qué
gloria! -- Si le convences,
¡qué
hazaña! Si le dispones,
¡qué
premio! Si le enterneces,
¡de qué
males que le excusas!
¡De qué
riesgos te diviertes!
¡De qué
tragedias te libras!
¡De qué
gozos le enriqueces!
Si de
envidiosos le apartas,
si en
mi reino le previenes
coronas, ¡qué quieto goce
amor! ¡Que le adore siempre!
Cuánto
es mejor que mi amante
pacíficamente impere,
sin
dependencia de España,
que no
entre la envidia y muerte
gobernar ingratitudes;
que, al
paso que más se premien,
más sus fortunas envidien,
más sus hazañas condenen.
Vuestra vida está en tu
mano;
vuestro
honor sólo depende
de tu
lengua; librarásle
como
cuerdo le aconsejes
que me
siga, que retorne
la fe de un amor ardiente,
dispuesto a perder la vida
con él,
si la suya pierde.
CARAVAJAL:
Persuasivas Ciceronas,
si
vuestro llanto pretende
darnos
la plaza de brujos
porque en España nos quemen,
vive Dios que obligan tanto
esas perlas mequetrefes,
esas razones gitanas,
esos semblantes de nieve,
que son dichosos los diablos
porque os sirven y obedecen
y que a
no estar tan de prisa...
¿Pero
qué rebato es éste?
Retíranse las dos y tocan a rebáto y
sale el capitán ALMENDRAS
ALMENDRAS: ¡Al
arma, al arma, españoles!
¡Al arma,
insigne maestre
que la
victoria nos llama!
CARAVAJAL: Sí
llamará; mas, sosiegue.
¿Qué
hay de nuevo? ¿Qué le asombra?
ALMENDRAS: De las
acciones crüeles
con que
el virrey Blasco Núñez
hace que todos le tiemblen,
tan
temerosa le sigue
su casi
forzada gente,
que de
noche a don Gonzalo
se
acogen, de veinte en veinte.
Hizo
dar garrote un día,
por sospechas sólo leves,
a los capitanes Serna
y Gaspar Gil, sin que
templen
ruegos
sus severidades.
Mató de
la misma suerte
a don
Rodrigo de Ocampo
con ser
su lugarteniente;
con
Ojeda hizo lo mismo;
Gómez,
Estacio, Valverde,
y
Álvaro Caravajal,
todos
caudillos valientes.
Llegó
Gonzalo Pizarro,
que
nunca ocasiones pierde,
por
atajos del camino,
mientras descuidado duerme,
y
asaltóle valeroso;
si
agora, pues, le acometes
participarás la fama
que
corona al diligente.
CARAVAJAL: ¡Al
arma, pues! ¿Qué esperamos?
Llégase a MARTESIA y MENALIPE
Señoras: vuesas mercedes,
altezas
o majestades,
o el
título que quisieren,
perdonen mi grosería;
que
nunca fueron corteses
peligros; convoquen diablos
que a
su provincia las lleven,
que acá
al Apóstol gallego
invocamos solamente;
pues
vale más su cruz roja
que
diez legiones de duendes.
Vanse CARAVAJAL y el capitán
ALMENDRAS
MENALIPE:
Socorramos a mi amante.
¡Ojalá
una bala acierte
mi
pecho, y saque las llamas
que en
cenizas le resuelven!
MARTESIA: Vencerá
si tú le ayudas;
pero
como ensorberbece
la
victoria, llorarásle
degollado brevemente.
Vanse las dos. Salen don GONZALO Pizarro y
SOLDADOS, marchando
SOLDADO 1:
Quiso morir encubierto.
SOLDADO 2: Su daño
le disfrazó.
GONZALO:
Quisiérale, amigos, yo
vencido, pero no muerto.
¡Infelice caballero¡
SOLDADO l: ¿Pues
por él muestras tristeza?
GONZALO: Estimo
yo la nobleza.
Si
fuera menos severo,
valor el virrey tenía
digno
de veneración;
aguó su
resolución
toda la
fortuna mía.
Enlutaréme por él;
sepúltele la piedad
conforme su calidad.
SOLDADO 2: Hombre
que fué tan crüel
no
merece sepultura.
GONZALO: ¡Qué
rigurosa razón!
No dura
la emulación
lo que
la vida no dura.
Hasta aquí tiró la suerte
cuanto su poder alcanza;
que no
pasa la venganza
los
límites de la muerte.
Sale CARAVAJAL
CARAVAJAL: Los
parabienes te doy
de la
victoria presente,
y el
pésame juntamente
que recelo. Tuyo soy
hasta morir; pero mira
que
aunque a tu contrario has muerto,
un
clérigo toma puerto
y que
el peligro no espira.
Contra ti marcha; prevén
con el esfuerzo las manos,
y si juzgaste por sanos
mis fieles avisos, ten
por cierto que son
mejores
los que
mi amistad y celo
te
advierten, porque del cielo
granizan gobernadores.
Mas,
si a seguirme te inclinas,
dicha
mi fe te promete;
guárdate de este bonete
que
hiere con cuatro esquinas.
Digo, pues, que es lo mejor
que trueques a toda ley,
intitulándote rey,
riesgos de Gobernador.
Constituye monarquía
de
eterna felicidad;
llamémoste majestad,
dejemos
la señoría.
Con tu hacienda y tus hazañas
este
imperio se ha ganado;
su
sitio es más dilatado
y rico
que diez Españas;
si
quieres tener seguros
vasallos fieles, que mandes,
haz títulos, cubre grandes,
que son los mejores muros
de las coronas y
estados.
Obliga
con intereses;
nombra
condes y marqueses;
cría
luego adelantados;
un almirante en el mar;
un
condestable en la tierra,
mariscales en la guerra.
A los
grandes puedes dar
a
cien mil pesos de renta,
pues
gozas un orbe de oro,
de
inmensa plata y tesoro;
a diez,
a veinte y a treinta
a los títulos menores,
ya en indios y ya en lugares;
haz órdenes militares,
elige comendadores
que
tomen la advocación
de los
santos que quisieres;
si
mayorazgos hicieres,
ilustrarás tu nación
con
rentas establecidas
perpetuas, y no al quitar,
que éstas saben obligar
y no las de por dos vidas,
que a los nietos
empobrezcan
sin
premiarse tanta hazaña.
Escribe
a la Nueva España
que por
su rey te obedezcan,
y harás
lo mismo con ellos
que con
nosotros procuras,
y de
esta suerte aseguras
hechizos con que atraellos;
pues
viéndose el bien nacido,
como
merece, premiado,
a sus hijos con estado
y a su
rey agradecido,
y
que honrando descendencias
que
llegan a eternizarse,
sus nietos han de llamarse
señorías y excelencias,
por no perder esta
acción
diez
mil vidas perderán,
y
firmes conservarán
tu
corona y su opinión.
Pide, después, una nieta
de los
Incas que reinaron,
y a tus
armas se postraron,
la más
hermosa y discreta,
por
esposa; y coronada
con
ostentaciones reales
los
indios y naturales,
si la
ven entronizada,
en
fe que la sangre adoran
de sus venerados reyes,
obedeciendo tus leyes
cuantos esos riscos moran
y el
temor tiene esparcidos,
te
traerán con mano grata
los
tesoros de oro y plata
que
conservan escondidos.
Si
haces eso ¿quién podrá
despojarte sino el cielo?
Labra
un fuerte en Portobelo,
pon
presidio en Panamá,
y
venga todo el poder
de
España a desposeernos.
¿Con
qué armada ha de ofendernos
si no
les dejamos ver
del
sur la menor arena?
Esto es
lo que te aconsejo.
Toma de
un soldado viejo
lo que
con tiempo te ordena
o,
pues, el gobernador,
que ya
se acerca, pregona
que por
el rey nos perdona
si no
te damos favor,
y mi
aviso no te agrada
ganemos
estos perdones,
porque
en tales apretones,
Gonzalo, o César, o nada.
Don GONZALO saca la espada para
CARAVAJAL
GONZALO:
¡Vive el cielo! ¡Desleal,
desconocido, traidor!
CARAVAJAL: Sé Rey,
no gobernador.
Vase CARAVAJAL
UNO: Todos
con Caravajal
venimos en coronarte.
TODOS: Esto tu
ejército pide.
Vanse todos, dejando solo a don
GONZALO
GONZALO: Primero
que mi fe olvide...
VOCES: 0 verte
Rey, o dejarte. Dentro
GONZALO:
¿Esto se puede sufrir?
¿Esto
es digno de creer?
VOCES: ¡Muera
quien no supo ser Dentro
Rey del
Perú!
GONZALO:
Pues morir.
Morir, ingratos, perderme,
y no
admitir tal infamia;
no
eclipsar la sangre mía,
no
echar en ella tal mancha.
¡Desamparadme, avarientos!
Sepa mi
rey, sepa España
que
muero por no ofenderla,
que
pierdo, por no agraviarla,
una
corona ofrecida,
tan
fácil de conservarla,
cuanto
infame en poseerla.
Diga que
pude, la fama,
ser
Monarca y que no quise;
que
todos me desamparan
por
fiel, por leal, por noble.
Será
feliz mi desgracia.
Diga
que violentamente
me
sacaron de mi casa,
de mi
quietud, de mí mismo,
los que
en el riesgo me faltan,
los que me dejan ahora.
Con ellos premios reparta
quien a
perseguirme viene,
déles
indios, déles plata,
que no
les dará, a lo menos,
estimación, ni alabanzas,
de que
de mi perdición
no
fueron ellos la causa.
Muera a
manos de un verdugo
quien
tanta fe a su rey guarda,
que va
a perder la cabeza
por no
querer coronarla.
Mas no
publique la envidia,
que
mentirá como falsa,
que
alcé contra el rey banderas,
que
toqué a su ofensa cajas.
Gobernador me nombró
mi
hermano el Marqués, sellada
tengo
esta merced, del César;
cuatro
ciudades me llaman
para
procurador suyo;
la audiencia
real me despacha
confirmación del gobierno;
no
está, hasta aquí, derogada
mi
justicia por el rey.
Si a
Blasco Núñez embarca
preso y
culpado la audiencia,
y es su temeridad tanta
que
contra mí se despeña,
pues
por morir se disfraza,
¿atribuiráme el prudente
su
muerte a culpa? Excusarla
quise
¿pero quién excusa
sucesos
de las batallas?
Tomad,
amigos, al temple,
¡despojadme de las armas!
Arroja la espada y la daga
Infelices en creeros,
si en
vencer afortunadas.
Entregadme al presidente,
pues
aduláis con dos caras,
pues, Judas, me habéis vendido,
pues vuestro interés me
engaña,
que,
cuando todos me dejen
gozosa
volará el alma
a
amistades más seguras,
pues mi
lealtad la acompaña.
Vase don GONZALO. Salen MENALIPE y MARTESIA
MENALIPE: ¡Déjame
morir, Martesia,
pues a
mi amante me matan!
¡No nos dividan tormentos;
mezclemos ansias con ansias!
El severo presidente
cortar
manda la cabeza
más
digna de aclamaciones
que
honró laureles y palmas.
¿Podré
yo vivir sin él?
MARTESIA: Podrás,
si extremos amansas,
resucitarle en tu pecho,
y
prevenirle venganzas
contra
todos los que intenten
de su
nación inhumana
conquistar nuestras provincias,
tiranizar nuestra patria.
Creyóse de aduladores,
fuéle
la Fortuna avara,
no
quiso dar fe a consejos,
cumplió
destinos la Parca.
¿Que
remedias con tu muerte?
MENALIPE: Lo que
no con tus palabras,
pues cuanto más me consuelas
más mis congojas me abrasan.
¿Cómo viviré sin vida?
¿Qué
vale un cuerpo sin alma?
Ven y
matemos muriendo.
MARTESIA: No
fuera tan de eficacia
la virtud de mis estudios,
si en
fe de ellos no enfrenara
los
ímpetus de tus penas
que
furiosos te maltratan.
Violentaréte al sosiego.
Salen ALONSO Alvarado y otros
ALONSO: Resolución
es que a España
ha de
causar compasiones
que
llore siempre la fama.
No
quiero verle morir,
que
militaron mis armas
debajo
de sus banderas.
Mal el
presidente paga
servicios de tanta estima.
Si
prudente lo mirara
con más
acierto y clemencia
lograr
pudiera alabanzas.
¿Orden
del rey no traía,
que, si
fuese de importancia
de don Gonzalo el gobierno,
por él
se le confirmara?
¿Quién
pacificó esta tierra?
¿Qué
leyes cuerdas y santas
no
estableció en tiempo breve,
que
siguiéndola repara
alborotos e inquietudes?
Si es
así ¿por qué causa
no
cumple lo que le ordenan?
¿Por
qué la cabeza aparta
de los
más valientes hombros
que
dieron gloria á su patria?
MARTESIA: ¡Oh, Alvarado, siempre insigne!
Tú
solo, entre todos, pagas
correspondencias de noble;
firme
fe a tu amigo guardas.
Agradeceráte el cielo
con las
obras tus palabras.
Generaciones ilustres
serán
de tu tronco ramas.
Villamor te dará condes,
entrando en tu antigua casa
las mejores de Castilla,
las más célebres de España.
No piense la emulación,
envidiosa y destemplada,
que
porque Gonzalo muere
podrá
en la sangre Pizarra
agotar
deudos ilustres,
que en
otro siglo deshagan
nubes,
que torpes pretenden
con
falsedad eclipsarla.
Fernando, su hermano heroico,
puesto
que preso en España,
dará a
sus reyes un nieto
que
vuelva a resucitarla.
Al
marqués de la conquista
vuestra
Extremadura aguarda,
luz del
crédito español,
nuevo
Alejandro en las armas.
Malograrásele un hijo
que en
Flandes tiña las aras
en
servicio de sus reyes,
que a
la eternidad levanta;
mas
casándose otra vez
con
generosa prosapia,
dará
envidia a la lisonja
y
sucesión a su casa.
MENALIPE: Sí, mas
no espere ninguno
que
otra vez pisen sus plantas
las
regiones escondidas
que el
fértil Marañón baña;
concediósele esta suerte
al que
objeto de desgracias,
cede al
destino inocente
y la
crueldad desbarata.
No
merece poseerla
nación
con él tan ingrata,
que le
aconseja peligros
y, en
medio de ellos, le falta.
MARTESIA:
Encubriráos nuestra tierra
el cielo,
aunque a conquistarla
se
atrevan, después, codicias,
que
malogren su esperanza.
Morirá
un Pedro de Ursúa,
antes
que surque sus aguas,
un
traidor Lope de Aguirre,
un Guzmán y un Orellana.
MENALIPE: Y
cuando el hado mintiera
y
alguno vivo llegara
a
nuestra amena provincia,
en no admitir hombres sabia,
yo estoy aquí, yo, que
sobro
contra ingratos.
MARTESIA: Ven, hermana,
y deja,
prudente, al tiempo
tus
consuelos y venganzas.
Ábrese el monte y encúbrense las
dos
ALONSO: ¿Qué voces, cielos, son éstas
que asombrosas nos
espantan,
y sin
ver los que las forman
con
presagios amenazan?
Mas los
elementos mismos,
en la
muerte desdichada
del
español más valiente,
solemnizan
sus desgracias.
Este
fue el fin lastimoso
de don
Gonzalo; la fama
de lo
contrario ha mentido.
La
malicia ¿que no engaña?
Lea
historias el discreto,
que
ellas su inocencia amparan,
y supla
en esta tragedia,
quien
lo fuere, nuestras faltas.
FIN DE LA COMEDIA
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