ACTO PRIMERO
Salen
doña GERÓNIMA y
QUITERIA
GERÓNIMA: ¿Hay huésped más descortés?
¡Un mes en casa, al regalo
y mesa de don Gonzalo,
y sin saber en un mes
que mujer en ella habita,
o si lo sabe, que es llano,
blasonar de cortesano
y no hacerme una visita?
¡Jesús, Quiteria, es grosero
aunque tú vuelvas por él!
QUITERIA:
Yo, en lo que he notado dél,
perfeto le considero:
la persona, un pino de oro;
un alma en cualquiera acción;
de alegre conversación,
guardando en ella el decoro
que debe a su calidad;
en lo curioso un armiño,
mas no afectando el aliño
que afemina nuestra edad;
mozo, lo que es suficiente
para prendar hermosuras
mas no para travesuras
de edad, por poca, imprudente.
Júzgole yo de treinta años.
GERÓNIMA: Pinta en él la perfección
que el conde de Castellón
en su Cortesano.
QUITERIA: Extraños
humores en ti ha causado
ese enojo que condeno.
Ya no tendrá nada bueno,
porque no te ha visitado.
Si ignora que en casa hay
dama,
¿qué le culpas?
GERÓNIMA: No lo creas;
que, aunque abonarle deseas,
un mes de mesa y de cama
en casa, viendo crïadas,
escuderos, coche y silla,
si no es que se usa en Castilla
en
las más autorizadas
servirse los caballeros
de dueñas y de doncellas,
sacado habrá ya por ellas
quién
vive aquí.
QUITERIA: Forasteros
más tratan de su negocio
que de tantas menudencias.
GERÓNIMA: ¡Qué alegas de impertinencias!
La curiosidad es ocio
de obligación en discretos;
que nunca están los cuidados
en ellos tan ocupados
que perjudiquen respetos,
hijos de la cortesía,
y
más en casas extrañas.
Porque
veas que te engañas,
anoche a la celosía
del patio le vi bajar
y para que no tuviese
disculpas, porque me oyese,
dije en voz alta, "Aguilar,
¿dónde dejáis a mi
hermano?"
Y respondióme, "Señora,
iba a la Alameda
agora."
Entonces él, cortesano,
quitó a la reja el sombrero
sin extrañar el oírme.
¿Osarás ahora decirme
que no peca de grosero
quien sin hacer novedad
de escuchar que en casa había
hermana la suponía?
QUITERIA:
Culpa la severidad
de tu hermano; ¿mas pasó
sin hablarte?
GERÓNIMA: Hizo un pequeño
comedimiento y, risueño,
en la otra cuadra se entró.
QUITERIA: Es tan negro circunspecto
mi señor que habrá mostrado
en que no te vea cuidado,
y don Gaspar tan discreto
que le adivinará el gusto.
¿Mas que nunca en él te habló
después que está en casa?
GERÓNIMA: No; que como muestra disgusto
porque no me determino
en admitir persuasiones
casamenteras, pasiones
de hermano, a que no me
inclino,
le ocasionan a no hablarme
dos meses ha.
QUITERIA: No me espanto;
haste embebecido tanto
en latines que a cansarme
llego yo sin que me importe,
cuanto y más quien se encargó
de ti desde que murió
tu padre.
GERÓNIMA: Yo sigo el norte
de mi inclinación; ¿qué
quieres?,
mi señor se recreaba
de oírme cuando estudiaba.
¿Siempre
han de estar las mujeres
sin pasar la raya estrecha
de la aguja y la almohadilla?
¡Celebre alguna Sevilla
que en las ciencias aprovecha!
De ordinario los vasallos
suelen imitar su rey
en
las costumbres y ley.
Si
da en armas y en caballos,
soldados y caballeros
son el sabio y ignorante;
enamorados, si amante;
si ambicioso, lisonjeros.
Dicen que en Indias hay gente
que, porque a un cacique vieron
sin un diente, todos dieron
luego en sacarse otro diente.
La reina doña Isabel,
que a tanta hazaña dio fin,
empieza a estudiar latín
y es su preceptora en él
otra que por peregrina
no hay ingenio que no asombre,
tanto que olvidan su nombre
y la llaman la Latina.
Por esto quiero imitalla.
QUITERIA:
Haces bien; mas dese modo
procura imitarla en todo,
por mujer y por vasalla;
cásate, pues se casó.
GERÓNIMA:
Dame tú un rey don Fernando
que, a Castilla gobernando,
me deje estudiar, que yo
haré mis dichas iguales.
El matrimonio es Argel,
la mujer cautiva en él.
Las artes son liberales
porque hacen que libre viva
a quien en ellas se emplea;
¿cómo querrás tú que sea
a un tiempo libre y cautiva?
QUITERIA: Yo no te sé responder,
porque no sé argumentar;
pero, ¿por qué ha de estudiar
medicina una mujer?
GERÓNIMA: Porque estimo la salud,
que anda en poder de ignorantes.
¿Piensas tú que seda y guantes
de curar tienen virtud?
Engáñaste si lo piensas;
desvelos
y naturales
son las partes principales
que
con vigilias inmensas
hacen al médico sabio;
por ver si a mi patria puedo
aprovechar contra el miedo,
que a la salud hace agravio.
¿No es lástima que examinen
a un albéitar herrador,
a un peraile, a un tundidor,
y que antes que determinen
que pratique su ejercicio
aprueben su suficiencia;
y la medicina, ciencia
que no tiene por oficio
menos que el dar o quitar
la vida que tanto importa,
con una asistencia corta
de escuelas, un platicar
dos años a la gualdrapa
de un dotor en ella experto
porque más hombres ha muerto,
prolijo de barba y capa,
en habiendo para mula
luego quede gradüaut;ado
antes de ser licenciado
de dotor? ¿Quien no regula
estos peligros no es necio?
QUITERIA:
Cuanto a esa parte estoy bien
con lo que dices.
GERÓNIMA: ¿Que den
joya que no tiene precio
ni se puede restaurar
a un bárbaro desa suerte?
QUITERIA:
Y aun no dan de balde muerte,
que se la hemos de pagar.
Diz que que en Madrid
enseñaba
cierto verdugo su oficio
no sé a qué aprendiz novicio
y, viendo que no acertaba,
puesto sobre un espantajo
de paja, aquellas acciones
infames de sus liciones,
le echó la escalera abajo
diciéndole, ["Andad,
señor,
y pues estáis desahuciado
para
oficio de hombre honrado,
estudiad para dotor."]
GERÓNIMA: ¡Cosa extraña que en cualquiera
arte, por poco que valga,
haya aprendiz que no salga
con ella, echándole fuera,
y que en esta no ha de haber
médico que desechar,
Quiteria!
QUITERIA: Para matar
poca ciencia es menester.
Tuvo un pobre una postema,
dicen que oculta en un lado,
y estaba desesperado
de ver la ignorante flema
con que el dotor le decía,
"En no yéndoos a la mano,
en beber, moríos, hermano,
porque ésa es hidropesía."
Ordenóle una receta
y cuando le llegó a dar
la pluma para firmar,
la mula, que era algo inquieta,
asentóle la herradura
-- emplasto dijera yo --
en el lado y reventó
la postema ya madura,
con que, cesando el dolor,
dijo, mirándola abierta,
"En postemas más acierta
la mula que su dotor."
GERÓNIMA: Pues por eso determino
irme tras el natural
que aprenden todos tan mal,
ya que en su estudio me inclino.
QUITERIA: Volverás por el desprecio
de los médicos ansí.
GERÓNIMA:
Y por el que hizo de mí
nuestro forastero necio.
QUITERIA: ¿Ahí tornamos?
GERÓNIMA: Me ha enfadado
el poco caso que ha hecho
de mí. ¿Sabes qué sospecho?
Que le trae tan desvelado
la dama que en Madrid deja
que no le dan pensamientos
lugar para cumplimientos.
QUITERIA:
Eso agora ya es conseja;
¿qué nos faltaba si hubiera
correspondencias constantes?
Ya obligaciones y guantes
se gastan de una manera.
Amadises y Macías
alambicaban celebros;
y,
habitando Beltenebros,
libros de caballerías
tienen esa calidad;
que los de ahora, si lo notas,
en calzándose las botas
descalzan la voluntad.
GERÓNIMA: Pues hagamos la experiencia.
QUITERIA:
¿Cómo la habemos de hacer?
GERÓNIMA: Vile anoche revolver
papeles, sin advertencia
de que acecharle podían.
QUITERIA:
¿Por dónde?
GERÓNIMA: Por el espacio
de la llave.
QUITERIA: ¡Qué despacio
tus desvelos te tenían!
GERÓNIMA: ¿Qué quieres? La privación
es causa del apetito;
no haberme visto es delito
que ofende mi presunción.
Y dije, entre mí,
"Sepamos
quién puede este Adonis ser
que no se nos deja ver,
temeroso de que aojamos."
Estaba el tal en jubón,
con calzones de tabí
de naranjado y turquí;
y con tal satisfación
de sí que de cuando en
cuando,
Narciso de sus despojos,
se andaba, todo en sus ojos,
por sí mismo paseando.
QUITERIA: Ya eso fue mucho notar.
GERÓNIMA: Si él fuera al paso discreto
que galán, yo te prometo
que llevara qué soñar,
porque es su disposición,
por gallarda, peregrina.
QUITERIA:
¿Y eso está en la medicina?
GERÓNIMA: No, pero en mi inclinación.
Advertí, pues, que leyendo
papeles ya los doblaba,
ya
otra vez los repasaba;
con los primeros riyendo,
con los otros suspirando
y, aunque no los entendí,
-- que los leyó para sí --
dije, "¿Riyendo y
llorando?
Aunque adivino en bosquejo,
afectos sentís de amante;
que siempre imita al semblante
de quien se mira el espejo."
No los leyó una vez sola;
antes, para asegundar
los mismos, despabilar
quiso
la vela y matóla,
con que le forzó a acostarse
y a mí, riendo, a volverme
a la cama. Entretenerme
pudiera a no desmandarse
en mí su imaginación
que, de principios pequeños
apadrinándola sueños,
es ya mal de corazón.
Yo tengo celos, Quiteria,
y he de ver, pues me maltratan,
de qué estos papeles tratan.
QUITERIA:
¡Qué bien medraste en la feria!
¿Dónde, pues, hemos de
hallarlos?
GERÓNIMA: Las navetas los tendrán
de aquel contador, que están
sin llaves para guardarlos.
Salgamos dese cuidado.
QUITERIA:
Vamos, porque le asegures,
y enferma para que cures
la ciencia que has estudiado,
que uno y otro es frenesí.
GERÓNIMA:
En accidentes de amor
no cura bien el dotor
que no cura para sí.
Vanse. Salen don GASPAR y don GONZALO, y sale
también
MACHADO
GONZALO: Yo sé que no habéis de echar,
mientras
estéis en Sevilla,
menos, señor don Gaspar,
pasatiempos
de Castilla,
que ésa es río y ésta es mar.
Mucho de Toledo cuentan,
donde Isabel y Fernando
su corte dicen que asientan.
Su Tajo arenas crïando
que fama más que oro aumentan;
sus pancayos cigarrales
que, viéndose en sus cristales,
les sirven de apretadores
listones de eternas flores
que visten sus pedernales.
Palacios de Galïana;
huerta del Rey deleitosa
que tanta opilación sana;
bienes de la vega hermosa,
hasta en permisiones llana;
membrillares y amacenas,
sus riberas siempre llenas;
entre frutas peregrinas;
de
azabache sus endrinas...
MACHADO: No olvides sus berenjenas.
GONZALO: ...sus aljibes siempre helados;
sus damas siempre discretas;
sus ingenios laureados,
ya de Apolo por poetas,
ya de Marte por soldados;
alcázar y iglesia santa,
puentes, título imperial,
concilios, virtud que espanta;
tanta sangre principal,
tanta mitra y gente tanta.
Todo eso, que es maravilla
con que blasona Castilla
y se ilustra mi nación,
es la grandeza en borrón
de nuestra Memfis Sevilla.
GASPAR: No lo habéis encarecido
mucho; corto habéis andado,
pues un mes que la he vivido
en vuestra casa hospedado,
de su nobleza aplaudido,
si en alabarla me fundo,
zodïaco considero
que es del uno y otro mundo,
dividiéndose el primero
por el Betis del segundo.
Árbitros límites da
a los dos orbes y está
como
raya su corriente
hacia esta parte de oriente
y del ocaso hacia allá.
¿Quién hay que alabarle
pueda?
¡Pluguiera a Dios que el pesar
que sus deleites me veda
supiera en ella gozar
río, Alcázar y Alameda!
GONZALO: ¿Pues qué hay de nuevo?
GASPAR: Este pliego
que acabo de recibir
para fin de mi sosiego.
GONZALO:
Nunca os puedo persuadir,
por
más que os conjuro y ruego,
a que acabéis de contarme
la causa que, por honrarme,
de
Toledo os trujo aquí.
O
no halláis caudal en mí
de amigo para fïarme
secretos o pagáis mal
la amistad que me debéis.
GASPAR:
Si como os sobra el caudal,
don Gonzalo, y conocéis
que os le correspondo igual,
me permitiera el respeto
a hablar, yo os satisfaciera...;
pero escuchad que, en efeto,
no es bien, cuando amor espera
morir, que guarde secreto.
Serví en la imperial Toledo
por inclinación a un ángel,
primer móvil de los gustos,
Argel de las libertades,
de superior jerarquía
hasta el nombre que sus padres
la dieron, que fue Micaela,
blasón suyo, a ser constante.
Halló
el favor en sus ojos
entrada
para burlarme;
ventas las llamó un discreto
donde el amor caminante
tomar un refresco suele
y, si anochece, apearse
para proseguir después
hasta el alma su viaje.
Recibiéronme dos niñas
entre risueñas y graves,
pero de niñas y en venta
quien se fía poco sabe.
Hechizáronme amorosas
y, cuando pasé adelante,
sin alma me hallé. ¿Qué mucho
que ventas y ojos engañen?
¡Qué de favores alegres
a censo echaron pesares
que entonces tomaba a usura
y agora aprietan! No en balde
dicen que el gusto y dinero
en príncipes y en amantes
deleitan al recibirse
y congojan al pagarse.
Seis meses corrió mi dicha
la derrota favorable
de
honestas correspondencias,
pero en amores y en mares
la
mudanza es el piloto,
pues, cuando desembarcarme
en la playa de Himineo
pensaba, sopló un levante
de celos que me volvieron
al golfo, donde sin lastre
de sufrimiento me llevan
mis desdichas a anegarme.
Fue el caso, pues, que quisieron
intereses de su madre
y un hermano, sin consulta
de mi dama, hacer alcaide
de su voluntad, ya ajena,
a un caballero que en sangre,
hacienda, edad, discreción,
tengo, si no que envidiarle,
a lo menos que temerle;
permitidme que le alabe,
que el valor, aunque compita,
no desluce calidades.
Estaba en Valencia entonces
y llamáronle, ignorantes
de que sin su permisión
la voluntad profanase
derechos de la obediencia,
como si en fe de llamarse
dios Amor no se eximiese
de leyes universales.
Hasta entonces ignoraba
mi ingrata que apresurasen
cautiverios de por vida
diligencias tutelares
y ansí, creciendo favores,
fuera justo recelarme
de llamas que están más cerca
de su fin cuanto más arden.
Registradores baldíos
se ocuparon en contarles
los pasos a mis deseos
y, como el fuego no sabe
encubrirse ni el amor,
sacaron
por las señales
de mis afectos mis dichas.
¡Qué
de daño envidias hacen!
No sé cuál dellos, o todos,
escribieron a don Jaime,
-- así se llama mi opuesto --
las
razones semejantes,
"Por mucho que apresuréis,
llamado,
pasos amantes,
si elecciones se anteponen,
a casaros vendréis tarde.
Don Gaspar de Benavides
llega a tener tanta parte
en la dama que os ofrecen
que hay quien se atreve a llamarle
usufrutuario vuestro.
Si con esto juzgáis fácil
el riesgo que la honra corre,
discreto sois, Dios os guarde."
Iba la carta sin firma
y, como en Valencia nace
tan delicado el honor,
imitó
a sus naturales
y acreditó sus renglones
escribiéndole
a su madre
repudios y menosprecios
-- con celos no es cortés nadie
-- .
Metió en el pliego el papel
recibido y fue bastante
en su madre a conclüir
con su vida sus pesares.
Estaba el hermano ausente
y mi dama, que eclipsarse
sintió el sol de su opinión,
se persuadió, -- no os espante
que fue la sospecha urgente -- ,
a que yo, por estorbarle
ejecuciones violentas
tan a riesgo de matarme,
aquella carta había escrito
y, airada de que quedase
por mí su fama dudosa
y su amor por inconstante,
favores
trocó en desdenes,
desprecios vi por donaires,
rigor por correspondencias,
por premios severidades;
no
admitió satisfaciones,
ni bastaron a abonarme
juramentos inocentes;
¿pero quién habrá que amanse
enojos en la mujer
que atropella por vengarse,
cuando aborrece de veras,
respetos
y calidades?
Notificóme retiros;
a
mis disculpas diamante,
a mis diligencias bronce,
a mis sentimientos áspid.
Y dando cuenta de todo
a su hermano, provocarle
pudo a venganzas de honor;
ved de un yerro los que nacen.
Yo, que desvelado siempre
registraba enemistades
para averiguar por ellas
quién fue el autor de mi ultraje
y aquella carta sin firma,
una vez que por el margen
del Tajo en estos discursos
consultaba sus cristales,
vi conversando junto a ellos
dos destos que en las ciudades,
sanguisuelas de las honras,
sin espadas sacan sangre;
censura de las doncellas,
sátira de los linajes,
zoilos de los ausentes,
de los ingenios vejamen,
destos, en fin, que mirones
en
los templos y en las calles,
porque
todo lo malician,
dicen que todo lo saben.
Despreciábanlos
los cuerdos,
temíanlos los cobardes,
pero
entre todos yo solo
gusté singularizarme,
opuesto suyo, de suerte
que hallaron en mi semblante
con letras de menosprecio
escritas sus libertades.
A esta causa siempre tuve,
si no infalibles, probables
sospechas de que por ellos
renunció su amor don Jaime.
Lleguélos a hablar entonces
y, para certificarme
de todo punto, troqué,
cauteloso conversable,
sospechas en certidumbres,
porque, empezando a tratarse
varios géneros de cosas,
unas de risa, otras graves,
los enlacé en mi suceso,
deletreando en las señales
de su inquieta turbación
mis recelos sus verdades.
Entonces, ya la irascible
predominando en la sangre,
les
dije, "No es bien nacido,
ni
de hombre puede preciarse
quien, con la lengua o la pluma,
cuando escriba o cuando hable,
desmintiéndose en aquella,
firmar en esta no sabe.
Carta sin firma es libelo
que contra sí mismo hace
quien no osa poner su nombre
por confesar que es infame.
El apellido es blasón
que califica linajes,
que diferencia sujetos,
que autoriza antigüedades;
quien le oculta es porque teme
que por él a luz no saque,
sambenitos del honor,
la bajeza de sus padres.
Si es infamia el desdecirse,
¿no es desdecirse el quitarle
a una carta autor y firma?
Dígalo el más ignorante.
Claro está que, receloso
de que tienen de forzarle
a desmentirse a sí mismo
y confesar falsedades,
lo mismo que escribe niega
y que en su contrario añade
circunstancias
de valor
en todos los tribunales.
Infames, pues, por escrito,
hombres sin nombre, cobardes,
que os menospreciáis del
ser
que tenéis, pues le ocultastes,
lo que no firmaron plumas
firme el acero y no manchen
espejos de honor honestos
cartas
que sin firma salen."
Dije, y sacando el estoque
con la razón de mi parte,
ella y yo, dos contra dos,
partimos el sol iguales.
Dí muerte al uno, herí al otro;
y huyendo severidades
de Fernando, que castiga
si premia, en los cigarrales,
guarnición de aquellas peñas,
uno hallé donde ampararme
y dentro dél un amigo,
que para que me ausentase
me dio un caballo de monte,
un crïado y liberales
socorros, que en el camino
vencieron dificultades.
Llegué a vuestra casa, en fin,
en cuyo noble hospedaje
pudiera templar desprecios
de quien gusta de olvidarme;
mas cartas despertadoras
quiere mi amor que dilaten
penas, que en ésta me dicen
que
las dé por incurables.
Ya
se ha casado, en efeto,
mi ingrata, porque don Jaime,
averiguando mentiras
y confirmando amistades,
llegó a lograr diligencias
de su hermano que obligarle
pudieron, para mi muerte,
a ofenderme y a casarse.
Escríbenme que han pedido
requisitoria las partes
contrarias para prenderme
y será fuerza pasarme
a Portugal, cuyo rey
gente alista que se embarque
al
Oriente, en cuyo extremo
son sus quinas formidables.
Generoso
es; cuando sepa
quién soy y para abonarme
lleguen cartas de la corte
que me prometen sus grandes,
apacible a mis deseos,
no dudo que me despache
en esta armada a la India,
donde piélagos de mares
en medio aneguen memorias,
y militando restauren,
contra amorosas tragedias,
mi fama dichas de Marte.
GONZALO: Agora que por extenso
sé la historia, que a pedazos
me
contábades, los brazos
os doy, pues echando a censo
obligaciones de amigo,
por tal quedo confirmado
habiéndoos de mí fïado,
que yo, don Gaspar, me obligo
de quien en la adversidad
se
llega a favorecer
de mi casa por tener
certeza de mi amistad.
No os aconsejo el vïaje
que al Oriente disponéis;
Indias más cerca tenéis
y en más seguro paraje.
Dio patrimonio Colón
de un nuevo mundo a Castilla,
nueva grandeza a Sevilla,
nueva fama a su nación.
El gobierno de la Habana
espero con brevedad;
ya que os embarquéis, gozad
entre gente castellana
preñeces de plata pura,
pues sabéis que Portugal
siempre se ha llevado mal
con Castilla.
GASPAR: Ya asegura
don Manuel, que reina en él,
paces
que eternizar pueda,
pues nuestros reinos hereda.
GONZALO:
Princesa es doña Isabel,
su esposa, de esta corona,
muerto el príncipe don Juan,
y ya jurados están;
mas lo que el tiempo ocasiona
no asegura la mudanza.
Considerad lo que os digo
y, si os embarcáis conmigo,
prometed a la esperanza
de mi parte todo aquello
en que os pudiere servir.
Sale
TELLO
TELLO:
Ríndase a Guadalquivir
Tajo y revés.
GASPAR: Paso, Tello.
TELLO: Déjame, ¡pléguete Dios!,
celebrar
damas y talles.
¡Cuántas topo por las calles
hermosas! ¡De tres las dos,
de cuatro las tres, de siete
las cuatro y media; más bellas
que tras el pastel las pellas,
que el vino tras el luquete!
¡Válgate Dios por lugar,
la mitad de cuanto veo
hermoso!
Salen
con sombreretes y mantos de anascote a lo
sevillano,
doña GERÓNIMA y QUITERIA
GERÓNIMA: (Tápate.) Aparte
TELLO: Creo
que nos busca el dicho par.
Aguárdolas a pie quedo
una a una: ¿mandan algo?
LLégase
QUITERIA a don GASPAR, al
oído,
tapada
QUITERIA:
Hacia el Alcázar, hidalgo,
sabréis
cosas de Toledo.
Vase
GONZALO: A vos dijo.
GASPAR: ¿Quién será?
TELLO:
¡Tapadas! [Es] desafío.
GONZALO:
No tiene esotra mal brío.
GASPAR:
¿De Toledo?
TELLO: ¿Si es de allá?
GASPAR: ¿Hasta aquí llega la fama
de mi amor?
Doña
GERÓNIMA, tapada, al oído
de
don GASPAR
GERÓNIMA: Si os atrevéis,
al Alcázar, y sabréis
mil cosas de vuestra dama.
GASPAR: ¿Y no aquí?
GERÓNIMA: No, que recela
mi honor que me puedan ver.
GASPAR:
¿Traéis cartas?
GERÓNIMA: Puede ser.
GASPAR:
¿Cúyas?
GERÓNIMA: De doña Micaela.
GASPAR: ¡Ay, cielos!
TELLO: Deja disputas;
vamos,
¿qué andas por las ramas?
GERÓNIMA:
Al estanque de las Damas.
GASPAR:
Ya os sigo.
GERÓNIMA: Entre las dos grutas.
Vase
GONZALO: ¿Qué os dijo?
GASPAR: Que esperaría
a
las grutas del jardín
de las Damas.
GONZALO: ¿Con qué fin?
GASPAR:
Cartas de la ingrata mía
me ofrece.
GONZALO: ¿Y os la nombró?
GASPAR:
Sí, amigo. Confuso quedo.
GONZALO:
Dama será de Toledo.
GASPAR:
Su despejo lo mostró.
GONZALO: Hay notables aventuras
en el Alcázar; sus salas
saben,
disfrazando galas,
acomodar coyunturas.
Cúrsanlas la primavera
como en escuelas de amor;
unas huyendo el calor,
otras haciendo tercera
su acomodada frescura,
que, como tienen enfrente
la Lonja
con tanta gente,
donde el interés procura
enriquecer mercaderes,
son, aunque con varios nombres,
lonja aquella de los hombres
y esotra de las mujeres.
Andad, don Gaspar, a ver
lo que escribe vuestra dama;
podrá ser mienta la fama
que os ha obligado a creer
bodas que os causan pesar
antes que estén concluídas.
Cartas se escriben fingidas,
que es peor que por firmar.
Quiera Dios que verdadero
salga yo, porque excuséis
destierros que disponéis.
GASPAR:
Adiós.
GONZALO: En casa os espero.
Va[n]se
[don GONZALO y MACHADO]
GASPAR: Tello, ¿no me dices nada
desto?
TELLO: ¿Qué quieres que diga?
Cada cual su rumbo siga;
tu amor tú, yo a la tapada,
que el diablo del sombrerete,
que parece tajador
de aldea, para mi humor
tiene no sé qué sainete
que alienta mis disparates.
¡Oh
anascote, oh caifascote,
oh basquiñas de picote;
oh ensaladas de tomates
de coloradas mejillas,
dulces a un tiempo y picantes;
oh chapines no brillantes,
mas negros y con virillas;
oh medio ojo que me aojó,
oh atisbar de basilisco;
oh tapada a lo morisco,
oh fiesta y no de la O!
Sigamos a quien nos llama,
¿qué aguardas?
GASPAR: "¿Si os atrevéis,
al Alcázar, y sabréis
mil cosas de vuestra dama?"
¡Cuando el rigor me desvela
de sus bodas!
TELLO:
¿No es mujer?
GASPAR:
"¿Traéis cartas?"
"Puede ser."
"¿Cúyas?" "De doña
Micaela."
Quien tanta noticia tiene
de
mis cosas, no hay que hablar,
de Toledo a consolar
mis ansias, sin duda, viene;
penas de amor absolutas,
no desesperéis mis llamas.
Ven.
TELLO: Al jardín de las Damas;
ten cuenta, entre las dos grutas.
Vanse. Salen como antes con mantos y sombreros,
doña
GERÓNIMA y QUITERIA
GERÓNIMA: Este hombre se me ha entrado
en
el alma por las puertas
más
nuevas y peregrinas
que ha visto el amor, Quiteria.
Comenzó por menosprecios
el mío; ¡ay Dios, quién creyera
que hicieran descortesías
en mí lo que no finezas!
Sentí que, huésped en casa,
al fin de un mes de asistencia,
no preguntase curioso
qué mujer moraba en ella.
En nosotras ya tú sabes
que, imperando la soberbia,
se rinde por sus contrarios;
hombre que nos menosprecia
téngase por bien querido;
fínjase quien nos desea
desdeñoso, descuidado,
no nos mire, no dé quejas;
causarálas en su dama,
porque en balanzas opuestas,
aunque amor es simetría,
cuando se abrasan nos hielan
y helándose nos abrasan.
Si ellos esta estratagema
supieran ¡qué a poca costa
atropellaran firmezas!
Causó en mí este sentimiento
una curiosa impaciencia
y deseo de inquirir
si viven hombres de piedra;
y para que no alegase
ignorancias, a una reja
del patio fingí preguntas
que le avisasen quién era.
No hizo novedad de oírme,
aunque pudo sacar dellas
ser mi hermano don Gonzalo.
Juntáronse
a las primeras
quejas y culpas segundas
que
engendraron causas nuevas
de acusar descortesías,
si primero inadvertencias.
Parecióme que, elevado
en lo que en Toledo deja,
se olvidó allá los sentidos
y vino acá sin potencias.
Esto ya yo imaginaba
que ABC de celos era,
que, si a la postre presumen,
al principio deletrean.
Pero celos o no, en fin,
una noche aceché inquieta
por la llave lo que hacía
-- su mal busca quien acecha -- .
Demonstraciones
amantes
vi entre papeles envueltas,
con gusto en los apacibles,
en los severos con penas.
El
leyendo y yo acechando,
el sol nos amaneciera
si con los dos compasiva
no se apagara una vela.
Desvelos volví a la cama
que a mi sueño hicieron guerra
y el plato a imaginaciones,
si inquietudes la sustentan.
Salió el alba y don Gaspar
de casa; y, dándonos cuenta
de amorosas novedades,
se le pedí a una naveta
del contador secretario
y hallé papeles en ella,
serranos en lo tratable,
de Toledo en la agudeza.
Otros vi que se humanaban
algo libres y a la cuenta
se escribieron cuando el gusto
lograba correspondencias.
Uno dellos le decía,
si no las mismas, casi estas
razones
bien rigurosas,
mas para mis celos tiernas,
"Don
Gaspar, en todo amor
que se prosigue de veras
la honra de lo que se ama
no se eclipsa, antes se aumenta.
Cartas bastardas sin firma,
ya vos veis cuánta vileza
arguyen en quien pretende
hacer la infamia estafeta.
Más os valiera fïaros
en mi voluntad que en ellas,
que
ésta os despenará firme
y ellas viles os despeñan.
Por
vos mi opinión perdida
desprecio en don Jaime engendra,
castigo justo en mi hermano,
llanto en mi madre y molestias.
Vos su muerte ocasionastes
y yo, si os amara, fuera,
como ingrata a sus cenizas,
verdugo a mi fama honesta.
Aborreciéndoos verá
el mundo, porque os desmienta,
la falsedad de una carta
que la infamia afirma vuestra.
No habla el cuerdo amor, ni escribe,
que es niño en cuanto la lengua,
y
las plumas de sus alas
volaran
mal si escribieran.
Cara voluntad os tuve,
y tan cara, que me cuesta
menoscabos de mi honor
y una madre por vos muerta.
Si os buscare la venganza,
no os espante que pretenda
borrar con sangre la tinta
de tan afrentosas letras."
Esto, Quiteria, leí,
sospecho que en la postrera
de todas, con que animé
esperanzas y quimeras.
Estudié por las demás
todo el suceso y materia
destos trágicos amores,
¡fin más dichoso en mí tengan!
El nombre de la ofendida
supe que es doña Micaela,
Ayala en el apellido,
¡triste amor que en "ay"
comienza!
En efeto, mis pasiones,
sin saber dónde me llevan,
me traen aquí ¿a qué sé yo?,
ni ¿qué espero aunque lo sepa?
QUITERIA:
¡En verdad que en el estudio
de la medicina medras
lucidamente! Dotora
que en vez de curar enferma,
el diablo que la dé el pulso.
GERÓNIMA:
Decirme podrá el problema:
"Dotor, cúrate a ti mismo."
QUITERIA: Éstos son.
GERÓNIMA: Pues hazlos señas.
Tápanse. Salen don GASPAR y
TELLO
TELLO:
Hay tanta mujer tapada,
los sombrerillos de tenca,
tantas con los medios ojos
anascotados que es fuerza,
si no nos llaman , perdernos.
GASPAR: Las dos grutas son aquellas.
TELLO: Y las otras las dos damas.
Hácenles señas
GASPAR: Señas nos hacen.
TELLO: Pues llega.
GASPAR:
¿Son vuesas mercedes?
GERÓNIMA: Somos.
GASPAR:
Y yo quien a la obediencia
cortés de vuestros mandatos
llego humilde.
GERÓNIMA: Cosa nueva
será en vos la cortesía.
TELLO:
(¿Ya empezamos por afrentas? Aparte
No es malo, que entrar perdiendo
la ganancia tiene cierta.)
GASPAR:
Rigurosa comenzáis.
No sé yo que en esta tierra,
ni en otra, me dé ese grado
la fama que en mí profesa
diferentes atributos.
GERÓNIMA:
No lo dice la experiencia
de quien de vos ofendida
os culpa en tales materias.
GASPAR:
Es mi ventura tan corta
que aquello en que más se esmera
mi cuidado le saldrá
al contrario. ¿No supiera
yo quién es esa ofendida?
GERÓNIMA:
Una dama que se queja
de
vos con justas razones,
muy
mi amiga, aunque no vuestra.
GASPAR:
Si se admiten conjeturas
y, corresponsal con ella,
me prometéis alentar
esperanzas con sus nuevas,
en Toledo está esa dama,
porque yo no sé que pueda
otra ninguna intimarme
tan descorteses ofensas.
GERÓNIMA:
Bien puede ser.
GASPAR: Eso mismo
me dijisteis allí fuera
no ha mucho pidiéndoos cartas.
GERÓNIMA:
Decís la verdad.
GASPAR: ¿Traéislas?
GERÓNIMA:
Yo vengo por carta viva.
GASPAR:
¿De Toledo?
GERÓNIMA: De ahí cerca.
GASPAR:
¿Y no sabré yo quién sois?
GERÓNIMA:
Si eso algún cuidado os diera,
no estuviera yo quejosa.
GASPAR:
¿Vos? ¿Por qué?
GERÓNIMA: Porque asistencias
de un mes de huésped ni obligan,
ni cortesías despiertan.
GASPAR:
No os entiendo.
GERÓNIMA: Es mal antiguo
en vos no entender.
GASPAR: Discreta
misteriosa, declaraos,
ya que me habláis encubierta.
¿Vuestro huésped un mes yo?
GERÓNIMA:
Si tan presto negáis deudas,
no
haréis pleito de acreedores.
GASPAR:
¿Dónde? ¿Cómo o cuándo?
A
QUITERIA
TELLO: Pueda
alcanzar yo algún favor
dese retablo en cuaresma,
ya que no corren cortinas
aquí por pascuas ni fiestas.
¿Eres dama motilona
de la hermana compañera?
¿Fregatriz o de labor?
No quiero decir doncella,
que esa es moneda de plata
y como el vellón la premia,
apenas sale del cuño
cuando afirman que se trueca.
Dame un adarme no más
de carantoña.
Va
a destaparla y pégale [QUITERIA]
QUITERIA: ¡Jo, bestia!
TELLO:
Bestia soy, pues que te sufro,
y jo soy en la paciencia.
GASPAR:
En fin, ni queréis decir
quién sois, ni queréis que os vea,
ni en qué parte me hospedastes,
ni cuándo os di causa a quejas.
GERÓNIMA:
Estáis muy despacio vos
y traigo yo mucha priesa;
vamos, don Gaspar, al caso.
Sabed que la dama vuestra,
pesarosa en desdeñaros
y triste con vuestra ausencia,
ha despedido a don Jaime
y ansiosa veros desea.
GASPAR:
¡Oh iris de mi ventura,
que disfrazada en tinieblas
reflejos del sol retocan
colores con que me alegras!
Dame
a besar esas manos.
A
QUITERIA
TELLO:
Y dame tú, aunque las tengas
con callos del almirez,
las
tuyas, pues todos besan.
Sale don GONZALO y apártanse
las dos
GONZALO: Don Gaspar, dejad agora
averiguaciones
tiernas
de vuestra dama y poned
cobro en vos, que diligencias
enemigas están ya
en Sevilla y tan molestas
que mi casa han registrado
requisitorias que os prendan.
El gobierno de la Habana,
que me prometieron, truecan
por el de Pamplona, siendo
castellano de su fuerza.
Mándanme partir al punto,
porque las armas francesas,
instantes en su conquista,
por Navarra dicen que entran.
Si dejando a Portugal
queréis dar ilustres muestras
de la sangre que heredastes,
honraréis una bandera.
Determinaos esta noche
y dad en la santa iglesia
a la libertad sagrado
que oprimir tantos desean.
Cama os llevarán allá
y regalos de una mesa,
si no poderosa, amiga.
Retiraos, pues está cerca;
que yo voy a disponer
mi partida, porque pueda
salir de Sevilla al alba.
Hablareos cuando anochezca.
Vase
GASPAR:
Señora, desdichas mias
presurosas desordenan
principios que aseguraban
mi sosiego en vuestras nuevas.
Ya veis el riesgo que corro,
y también estaréis cierta,
pues venís tan informada
de mis cosas, lo que aprietan
diligencias enemigas
de la parte que desea
vengar una muerte honrosa
que satisfizo mi ofensa.
Pues
no he podido hasta aquí
conoceros,
y la priesa
que mis peligros me dan
el breve tiempo me niegan
en que presumí obligaros
a
este favor, por vos sepa
vuestra
amiga y mi señora
que en la corte portuguesa,
a su amor agradecido
y deudor de su firmeza,
podrá divertir con cartas
soledades de su ausencia.
Embarcaréme esta noche;
si hay en qué serviros pueda
allá, ejecutad mandando
los réditos desta deuda.
Vase. Habla TELLO a QUITERIA
TELLO:
Yo soy maza desta mona,
ya ves que tras sí me lleva.
No pongas porte en las cartas,
si quieres que no se pierdan
y pide cuanto mandares,
porque, en fin, cuando no venga,
cumples con tu obligación,
que te atisbo pedigüeña;
y a Dios, hasta la otra vida.
Vase
GERÓNIMA:
¿Qué tropel de olas, Quiteria,
quieren hoy desbaratar
mi amor? ¿Qué desdicha es esta?
QUITERIA:
¿Qué sé yo? Vamos a casa,
porque no nos eche en ella
menos tu hermano, y arroja
en Guadalquivir tus penas.
GERÓNIMA:
¿A Lisboa se me parte,
donde amor en sus bellezas,
extranjero
con las damas,
perpetúe su asistencia?
¿Qué intentáis, locuras mías?
QUITERIA:
De los libros te aprovecha
en que estudias.
GERÓNIMA: ¡Plegue a Dios
que por ellos no me pierda!
Vanse
FIN
DEL ACTO PRIMERO
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