Salen VITORIA y
don PEDRO
PEDRO: Ama el
conde en competencia
de
Próspero y de Rugero,
duque
de Capua el primero
y el
segundo de Placencia;
y
aunque en Nápoles es Carlos
gran
mariscal, como Amor
es cuerdo
hijo del Temor,
viendo
al rey patronizarlos
intercediendo por ellos
con
vuestra hermana, frecuenta
papeles, por cuya cuenta
corre
su esperanza en vellos.
Lo
que os ama manifiesta
el que
os duda merecer.
Uno
vuestro llevé ayer,
y ahora
vuelvo la respuesta.
Perdonad al mensajero
que
obedece a su señor.
VITORIA: Sois
vos solicitador
eficaz,
aunque extranjero
y el
conde habrá conocido
el
agrado con que leo
las
cifras de su deseo,
que han
por él intercedido.
Yo
os confieso que un papel
bien
escrito y estudiado,
ni por
oscuro afectado,
ni por
prolijo crüel,
es
eficaz diligencia
para
toda pretensión.
PEDRO: Si
escribió a satisfacción
el conde de vuexcelencia,
vuele ya su amor gigante,
sin que
temor le consuma.
VITORIA: Es
desempeño la pluma
de la
lengua en el amante.
Hace
poca estimación
de su
prenda quien presente
se
atreve a ser elocuente
y no
muestra turbación;
pues
en fe de cuán poco ama,
si es
todo amor frenesí,
quien
puede estar tanto en sí,
mal podrá estar en su dama.
Mas quien por palabras muda
letras, ya por los poderes
habla en ojos bachilleres
y calla la lengua ruda.
La
ausencia puede mostrar
por escrito, si es discreto,
pues no
habiéndola, en efeto,
no está
el alma en su lugar.
PEDRO:
Vuestra discreción alabe
quien
tenga lengua posible,
pues
discreta y apacible
juntáis
lo tierno a lo grave.
Si
el conde os envía dos
mañana,
¿leeréislos?
VITORIA: Sí,
como él
los escriba ansí,
y como los traigáis vos.
Vase don
PEDRO. Salen la DUQUESA y PRÓSPERO,
en el fondo.
Quédase
VITORlA, a un
lado, leyendo un papel
PRÓSPERO:
Faltos están de favor
mis
cortos merecimientos
y
alienta mis pensamientos
Fernando,
el rey mi señor,
que
ésta escribe a vuexcelencia,
y en
ella sola confía
mi
pretensión.
DUQUESA:
Dicha es mía
que
para tal competencia
me
haya dado el cielo hermana,
de
tanto príncipe empleo.
Si ella
admite mi deseo
y
conoce lo que gana,
señor duque, en estimaros,
sin la
recomendación
que
trae vuestra pretensión
tendrá
ventura en amaros,
reconociéndoos por dueño,
sin que
Fernando lo mande;
que es él protector muy grande
para empleo tan pequéño.
Yo,
duque, la advertiré
de lo
que gana en serviros.
PRÓSPERO:
Ponderadla mis suspiros,
exageradla mi fe,
decid que el alma la adora,
que en
ella mi amor se emplea,
y que
Capua la desea
por su
duquesa y señora.
Vase PRÓSPERO
DUQUESA: (Si
yo a Vitoria quisiera Aparte
menos,
ya pudiera ser
que
como hermana y mujer
envidia
a su amor tuviera.
¡Hay tal instancia de amantes!)
VITORIA: (¡Qué
buena ponderación! Aparte
¡Qué
sazonado renglón!)
Sale RUGERO
RUGERO: Aunque
haya llegado antes,
duquesa y señora mía,
Próspero
recomendado
del rey
de quien es privado,
no por
eso desconfía
mi
pretensión, si es que alcanza,
como es
justo, a vuexcelencia;
que la
cordura y prudencia
consisten
en la tardanza.
El
gran duque de Milán
ha
tomado por su cuenta
mi amor
y ampararle intenta.
¿Quién
duda que suplirán
sus
favores lo que en mí
falta en
méritos? En ésta
mis
deseos manifiesta.
Le da una carta
¿Quién
dudará que vencí?
DUQUESA: Fío
yo de la cordura
de mi
hermana, que sabrá
conocer
cuán bien le está
el no
perder tal ventura.
Yo,
duque, le advertiré
lo que
se me encarga aquí.
RUGERO: Interceded vos por mí,
como ofrecéis, y saldré
del
mar de tanto desvelo
al puerto
de mi quietud.
DUQUESA: Veréis
mi solicitud
muy
presto. Guárdeos el cielo.
Vase RUGERO
DUQUESA:
(Basta, que no hay potentado Aparte
en
Italia, que no intente,
de mi
hermana pretendiente,
juntar
al nuestro su estado.
No
sé si afirme que tengo
envidia.)
VITORIA:
(Extraña eficacia
tiene
un papel, si con gracia
se
escribe. Yo me entretengo
en el presente de suerte,
que a
su dueño amo por él.)
DUQUESA:
¡Vitoria!
VITORIA:
De este papel
partícipe quiero hacerte,
hermana y señora mía
porque
alabes la sazón
de su
autor.
DUQUESA:
En ocasión
que por
amor o porfía
todos perdidos por ti
buscan reyes valedores
cuyas cartas y favores
vienen a parar en mí,
si
con tanta inclinación
su
dicha el que ves concierta
y han
cerrado ya la puerta
a tu
determinación
sus
letras, no será justo
alarde
de estas hacer;
porque,
¿quién se ha de oponer
contra
cohechos del gusto?
VITORIA: El
mío, como se rige
por el
tuyo a quien ha estado
sujeto
y subordinado,
alaba, pero
no elige;
que
no fuera eso pagar
amor
que obligarte puede
a que
yo tu estado herede,
sino
quererte enojar.
No
hagas de lo dicho caso;
que si
por esto te enojas,
mi
inclinación y estas hojas
ansí se
castigan.
Va a romper la
carta
DUQUESA: Paso;
que
no lo digo por tanto,
ni como
piensas me quejo
que cuando
a Amalfi te dejo
y doy a
este reino espanto,
no
ha de ser con tal pensión
que por
voluntad ajena
te
desposes, si es que ordena
otra
cosa tu opinión.
¿Cuyo
es el papel que miras?
VITORIA: De
cierto conde que ha estado
hasta
hoy desacreditado
por
envidiosas mentiras.
DUQUESA: No
ha menester quien le apoye
si en
ti juntamente ha hallado,
Vitoria, juez y abogado.
Vaya de
discreción.
VITORIA: Oye.
Lee
"Compiten,
señora mía,
la
esperanza y el temor
y
entre ellos un ciego amor
confïado, desconfía.
Polos de su monarquía
son el uno y otro extremo
y yo, que esperando, temo
efectos de desvaríos,
amorosos calosfríos
sufro, pues me hielo y quemo.
La esperanza, que por dueño
os
adora, en rostro grave
vislumbres ve de süave
y
anímase en lo risueño.
Amor
con mayor empeño,
ni
cobarde ni atrevido,
duda
de verse admitido,
espera verse premiado,
recela lo autorizado,
y
emprende lo apercebido."
DUQUESA:
¿Esto es lo tan ponderado,
sutil y
bien entendido?
VITORIA: ¿Luego
no te ha parecido
discreto y bien sazonado?
DUQUESA: No,
por cierto, mas allana
los comunes pensamientos
de tus encarnizamientos
harto indignos.
VITORIA:
¡Ay hermana!
No
digas tal por tu vida,
que
traes crítico el humor.
DUQUESA: Poco
debe al borrador
pluma
tan bien entendida.
Lo
que no se dificulta,
ninguna
estima merece.
¡Bajo
estilo!
VITORIA:
Bien parece
que
tienes el alma culta.
¿Quisieras tú que empezara
como
otro que me escribió,
"El cielo hiperbolizó
amagos de su luz clara
en
vuestros, de mi amor, ojos,
animado
sol el uno,
norte
el otro a quien Neptuno
zafireos rindió despojos?"
Rasguélo en llegando aquí,
viendo tan desatinados
atributos estudiados
y
airada le respondí,
"La metáfora que arroja
causa a
mis ojos querella,
pues si
uno es sol, otro estrella,
yo, señor, seré bisoja."
¿Qué
querrás decir en eso?
¿No
está culto este papel?
DUQUESA:
Ajústale al arancel
del
estilo que profeso,
y
que no sale verás
de lo común
y trillado
del
vulgo desatinado.
VITORIA: Mal
contentadiza estás.
¿Es porque no ves, hermana,
sustantivos y adjetivos,
ni de
atributos esquivos
echa a
perder una plana?
¿Porque no metaforiza
propiedades indigestas
con un
Tito Livio a cuestas,
que en
romance latiniza?
¿Porque al gallo no promete
el
dulimán de escarlata,
y en la
perdiz, no retrata
coturnos de tafilete?
Anda, hermana, por tu vida;
que en
dando en desencajar
vocablos de su lugar,
parecerán carne huída.
DUQUESA:
Pongamos en esto tregua
y
nómbrame ese discreto;
que, en
lo escrito, te prometo
que
parece de la legua.
VITORIA:
Mientras de él hablares mal,
decirte
quién es, no es bien.
DUQUESA: Acaba.
VITORIA:
Es el conde...
DUQUESA: ¿Quién?
VITORIA: Carlos,
cl gran mariscal
de
Nápoles.
DUQUESA:
Anda, hermana,
¿Carlos
habia de saber
escribir esto?
VITORIA:
El querer
dificultades allana.
DUQUESA:
¿Carlos, contra la opinión
de
cuantos hablan con él,
tan
avisado papel?
VITORIA: Suple a
la conversación
con
la pluma; y cultivando
concetos, por espaciosos,
discretos cuanto estudiosos,
su fama
va restaurando,
no
discreto de repente,
sino agudo
por escrito;
que
dicen que va infinito
dl
hablador al prudente.
Y
aunque más contra él presumas
que
miras faltas y menguas
si la
fama es toda lenguas,
también
vuela y toda es plumas
en
prueba de que se iguala
el
hablar al escribir.
DUQUESA:
Pudiérasme persuadir
a que
en esto se señala
a
haber dado alguna muestra
o
vislumbres de avisado.
Tantas
veces conversado,
¿qué
luz sus rayos no muestra
tal
vez por entre junturas
de la
prisión que la encierra?
¿Qué
disfraz sutil destierra
retiradas hermosuras,
sin
revelar el secreto
de su
rústica prisión?
¿O
cuándo en conversación
no dio
señal un discreto?
¡Estálo ese papel mucho!
No ha sido
Carlos su autor.
VITORIA: ¡Presto has mudado de humor!
Ya rigurosa te escucho
condenar su estilo bajo,
su
humilde modo de hablar,
y ya te
obliga a dudar
si es
de Carlos.
DUQUESA: Le aventajo
asombrada, te prometo,
después
que afirmas ser él
el que
escribió este papel
porque
en unos es discreto
lo que
en otros no es de estima.
Un
mecánico oficial,
confesando natural,
hizo
comedias: que anima
bajezas tal vez Apolo.
No eran las comedias buenas
pues, de disparates llenas,
a otro las silbaran; sólo
ver
que un herrador osase,
desde
los pies del Pegaso,
coronarse en el Parnaso,
y que a
sus musas clavase,
causar pudo admiración;
que
aunque reído e importuno,
lo que
es vituperio en uno,
en otro
es estimación.
Hámela Carlos causado
que no
lo creyera de él;
pero
déjame el papel
que
contigo le ha abonado.
Repasaréle entre tanto
que a
ti admiración te dan
ésta
que es del de Milan,
y
estotra del rey; pues tanto...
Le da las cartas
potentado te apetece,
que ya
me cansa escucharlos.
mas
responderé -- pues Carlos
es sólo
quien te merece --
que
en tu gusto comprometo
el mío;
aunque has elegido,
en
canto llano, un marido,
sólo
para ti discreto.
VITORIA: ¿Yo sin tu consentimiento
elegir? ¡Aqueso no!
Proponer sí.
DUQUESA: Quiero yo,
dándote esposo a contento,
excusar las maldiciones,
gajes que quien casa tira.
Esos dos papeles mira,
y responde a sus razones,
mientras yo estotras pondero.
VITORIA: Si grata atención les das,
en cada una hallarás
disculpas de que le quiero.
Vase VITORIA
DUQUESA: Teniale a Carlos yo
por rico, por generoso,
por galán y por curioso;
pero por discreto no.
Mas en el papel presente
prueba que a satisfacción
de su fallida opinión,
bien escribe, quien bien siente.
La llaneza del decir
el alma de sus deseos,
sin los intrusos rodeos
que agora usan escribir,
de suerte me aficionó,
que si se le desdoré,
sospecho que envidia fue,
que satisfacerle no.
¡Que tan acertado escriba
quien jamas halló razón
cuerda en la conversación,
adonde el crédito estriba!
La experiencia le ha
enseñado.
Ella es gracia diferente
no hay poeta de repente
que escriba bien de pensado.
No hubiera más que pedir
si Carlos pudiera hallar
borradores para hablar,
como los hay de escribir.
Sale ROMERO,
sin ver a la DUQUESA
ROMERO: No hay poder darle un alcance.
Un hora ha que le perdí.
DUQUESA: ¡Hola! ¿Qué buscáis aquí?
ROMERO: (No me descontenta el lance.) Aparte
................... [ -aña]
...................... [ -ido].
Yo, señora, ando perdido,
después que salí de España,
por otro que lo está más,
a quien a oriente y a ocaso
le acompaño paso a paso,
ya delante o ya detrás.
Entró a dar cierto papel;
esperéle en el zaguán.
Las dos los relojes dan,
sin dar mi dicha con él.
Dejo boca abajo un potro,
y sin podernos topar,
venimos los dos a andar
como un virote tras otro.
DUQUESA: ¿Y era el papel para quién?
ROMERO: Hay en Amalfi una dama,
por cuyo amor anda en brama
todo hombre que quiere bien.
-- Hablo a fuer de cazador
--
Mira con rostro risueño
la tal dama a nuestro dueño,
y espera de este favor
ganarles la palmatoria,
porque afirma la doncella
que en casándose con ella,
le han de hacer de la Vitoria.
DUQUESA: ¿Vitoria es la pretendida?
Será el papel, según eso,
del gran mariscal.
ROMERO: Exceso
es lo que de él es querida.
DUQUESA: ¿Y vos le servís?
ROMERO: Me ha dado
cargo reduplicativo.
Soy desde que con él vivo,
crïado de su crïado.
DUQUESA: No tenéis vos mal humor.
ROMERO: Tengo una fuente, y así
se va el malo por allí.
DUQUESA: ¿Y quién es vuestro señor?
ROMERO: Un don Pedro de Castilla,
en la patria burgalés,
en la cólera francés,
y en las gracias maravilla
de todos sus concurrentes.
Con él a veces desmedro,
puesto que del rey don Pedro
proceden sus ascendientes.
Mas ¿qué importa sangre real,
si pobreza y travesuras
de juegos y de hermosuras
le humillan al mariscal?
DUQUESA: Será el don Pedro discreto,
pues le hizo su secretario.
ROMERO: Más sabe que un boticario
y es de suerte, la prometo
a vuesa... ¿cómo se llama?
¿Excelencia o vusoría?
DUQUESA: ¿Importa al caso?
ROMERO: Querría
saber con quien hablo.
DUQUESA: Dama
soy de la duquesa.
ROMERO: Bien.
Es mi dueño tan discreto,
que la fïara un secreto,
si fuera dama de bien.
DUQUESA: (De este bachiller despacio Aparte
me informaré, que estos dias
son tapa-bellaquerías
verdugados de palacio.)
ROMERO:
Mas venga acá. ¿Es de callar
cierta especie de traición
que obliga a restitución
sin poderse remediar
después de hecho es daño?
DUQUESA: Fuera
haceros culpado a vos.
ROMERO: Hablemos -- ¡cuerpo de Dios! --
y salga la maula fuera.
Si un novio engañar quisiera,
fingiéndose caudaloso
galán, sabio generoso,
a una novia, y esto fuera
todo al contrario, y llegase
con las galas de alquiler
a la inocente mujer,
y en fe de esto le adorasr,
y admitidas norabuenas
para ser enhoramalas,
restituyendo las galas
estelionatas y ajenas,
cayéndosele en el suelo
un ojo, huésped de plata,
advirtiese que desata
el dicho sobre un pañuelo
dos procesiones de dientes
-- digo dientes titulares
--
que presos como alamares
sustituyen los ausentes,
al desnudar pantorrillas
las hallase de algodón,
y el peto con el jubón
supiese igualar costillas
y estevaciones del pecho,
descubriendo el tal Macías
un alma entre dos bacías,
y a tortuga antes derecho,
¿no era forzoso que a engaño
la tal dama se llamase,
y que afligida llorase
tan mal prevenido daño?
¿Con qué amor diera los
brazos
la pobreta, toda queja,
a este marido corneja
de maquilas y retazos?
¿Qué dice?
DUQUESA: La explicación
espero; que me habéis dado
notable gusto. ¡Salado
donaire!
ROMERO: Soy un jamón.
Mas si ejemplos de esta
historia
la agradan, oiga aplicarlos.
Pretende importuno Carlos
a la señora Vitoria...
Mas dígame en qué opinión
hasta agora le han tenido ?
DUQUESA: De algo material.
ROMERO: Ha sido
su antípoda Salomón.
Pues advierta que su dama,
después acá que recibe
los papeles que le escribe,
Paulo Manucio le llama.
Y es grande bellaquería
que intente aliviar sus penas
Carlos con gracias ajenas.
DUQUESA: ¿Cómo?
ROMERO: ¿Pues no es bobería
que escribiéndola por él
mi dueño -- va de secreto --
se levante por discreto,
y le autorice un papel?
¿No es terrible mentecato
el que a un poeta se llega,
y que le pinte le ruega
en un soneto el retrato
de su dama, si ella sabe
que en su vida versos hizo?
Ven acá, amante mestizo,
¿cómo quieres que te alabe
y estime tu prenda ansí?
El soneto, pecador,
más es solicitador
del poeta que de tí;
pues siendo tú su tercero,
claro está que ha de querer
más al que lo sabe hacer,
que al bobo del mensajero.
En llegando aquí, señora,
me despulso.
DUQUESA: ¿Hay cosa igual?
¿Que no son del mariscal
los papeles?
ROMERO: ¿Eso ignora?
Son suyos porque los paga,
como el paño al mercader.
DUQUESA: (Bien fácil es de creer. Aparte
Mi hermana se satisfaga,
que ya yo lo estoy. No en vano
lo dificultaba yo.)
¿Que en fin se los escribió
vuestro dueño?
ROMERO: Es escribano,
poeta, pintor, platero,
y hasta albardas sabe hacer;
sólo no alcanza a saber
tener dicha, ni dinero.
Mas éste es que viene aquí.
Señora mía, chitón;
que peligra la ración
si sabe que me escurrí.
Sale don PEDRO
PEDRO: ¡Ah Romero, ah Romerillo!
Quita, aparta, necio. ¿Sabes
con quién hablas?
ROMERO: Cosas graves
Tratamos. Si has de reñillo
todo aquí, no seas prolijo,
que siempre estás de pendencia.
PEDRO: No haga caso vuexcelencia...
ROMERO: (¡Mal año! Excelencia dijo.) Aparte
PEDRO: ...de este necio, que es un loco.
ROMERO: Ha de andar proporcionado
el señor con el crïado.
Cada cual tiene su poco
de barreno.
A don PEDRO
DUQUESA: ¿Servís vos
al gran mariscal?
PEDRO: Deseo
saber servirle.
ROMERO: ¡El rodeo!
Con él estamos los dos,
como dije a vuexcelencia,
despues que nos recibió;
él inmediato; mas yo
a secunda consecuencia.
¿Qué miras? Ya me voy.
Enojado
PEDRO: ¡Ea!
ROMERO: Todo lo sufre el gracejo.
Aparte a su amo
Baja presto; y pues te dejo
en buen punto, brujulea.
Vase ROMERO
DUQUESA: ¿Qué cargo ocupáis con él?
PEDRO: Soy su secretario.
DUQUESA: ¡Ah! ¡Sí!
¿Vos sois...? No ha mucho que oí
de Carlos cierto papel,
que aunque en estilo algo
llano,
de bachiller presumía.
PEDRO: Ésos de nadie los fía.
Suya es la nota y la
mano;
que el cargo que yo ejercito
nunca tanto mereció.
DUQUESA: ¿Pues acaso os digo yo
que sois vos el que lo ha
escrito?
PEDRO: Juzgo que lo suponéis
de lo que ahora infería.
DUQUESA: ¡No sois vos quien lo escribía;
pero sois quien lo traéis!
PEDRO: Quien sirve, señora mía,
a todo se ha de aplicar.
DUQUESA: España suele mandar
a Nápoles, y sería
culpa en vos el deslucir
créditos de su valor,
con traza para señor,
mejor que para servir.
Hombre que es tan bien
nacido,
mal su nobleza empleó.
PEDRO: ¿Pues quién de mí cuenta os dio?
DUQUESA: Quien os habrá conocido
aunque os vende por discreto,
dudo teneros por tal,
crïado del mariscal,
y del rey don Pedro nieto.
PEDRO: Heredé con sus desgracias
su envidia y persecución,
que en el desdichado son
deslucimientos las gracias.
Mas dóyselas al que os dijo
lo que ya no sé negar,
puesto que pensé engañar
al hado siempre prolijo,
encubierto de esta suerte,
y deslumbrar poderosos
que me buscan, deseosos
de su venganza y mi muerte.
DUQUESA: Donde hay venganza hay agravio.
¡No fuérades vos travieso!
PEDRO ¿Yo?
DUQUESA: Vos.
PEDRO: Que lo fui confieso;
mas con amor ¿quién es sabio?
DUQUESA: ¿Que amante y todo habéis sido?
PEDRO: Pues yo ¿soy de bronce?
DUQUESA: No.
¿Mas tengo obligación yo
de saber que habéis querido?
PEDRO: Quise en Castilla a una dama...
DUQUESA: ¿Luego ya no la queréis?
PEDRO: Adórola, aunque me veis
desacreditar mi fama,
sirviendo, por su ocasión,
de mi patria desterrado.
DUQUESA: ¿Ausente y enamorado?
¡Qué notable confusión!
PEDRO: Tiene muchas su belleza,
que atormentan mi memoria.
DUQUESA: ¿Queréis contarme la historia
que abona vuestra firmeza
PEDRO: ¿Yo, señora? Pues ¿tan necio
habia de ser y atrevido,
que una vez que habéis querido
hacer de mi dicha aprecio?
¿Dándome apacible audiencia,
había de pretender
alarde enfadoso hacer
de mi amor a vuexcelencia?
DUQUESA: Como me lo habéis propuesto,
creílo.
PEDRO: No soy tan loco;
pero hablando poco a poco,
nos hemos metido en esto.
Dejémoslo, si os parece.
DUQUESA: Por mí, dadlo por dejado.
En fin, de Carlos crïado,
¿os manda y os obedece?
PEDRO: ¿Me obedece a mí?
DUQUESA: ¿Pues no?
Quien señor de sus afetos
os hizo, en sus secretos
el mejor lugar os dio,
más está a vuestro
servicio,
que al
suyo vos, secretario.
PEDRO: Fíame
lo necesario
perteneciente a mi oficio,
porque para lo demás
ha poco
que estoy con él.
DUQUESA: No
estaba necio el papel,
ni
creyera yo jamás,
a no
leerle, que fuera
el
mariscal para tanto.
PEDRO: Amor,
prodigioso encanto,
saca de
un alma grosera
sutilezas semejantes.
Cuanto y más, que no sé yo
por qué
esa opinión cobró
el
mariscal.
DUQUESA: Los amantes
tenéis ingenios divinos;
mas aunque volváis por él,
yo sé que escribió el
papel
con
ayuda de vecinos.
PEDRO:
Puede ser, pues vos, señora,
lo
afirmáis; mas yo no creo
que
declare su deseo,
quien
de veras se enamora,
por
mano ajena; ni Carlos
ignorará el escribirlos,
que es
necesario sentirlos
para
saber explicarlos.
A la
letra me remito,
que es
suya, y él la escribió.
DUQUESA: Pues
acaso ¿os digo yo
que
sois vos el que le ha escrito?
PEDRO: No
lo decís; mas ¡por Dios!
que más
lo afirmáis ansí.
DUQUESA: ¿Más?
¿Pues impórtame a mí
que
Carlos lo escriba, o vos?
PEDRO: ¿Qué sé yo?
DUQUESA:
¡Qué buenos ratos
la
ausente dama tendría
con los
vuestros cada día!
PEDRO:
Dábaselos tan baratos
y
frecuentes mi ignorancia,
que en fin
los desestimó.
DUQUESA: Siempre
los precios bajó
de más
valor la abundancia.
Pues
¿qué? ¿Mudóse?
PEDRO: No está
nunca
en mar la nave firme.
DUQUESA: Vos os
morís por decirme
esa
historia. Acabad ya.
PEDRO: ¿Yo,
señora?
DUQUESA:
Vos, que amantes
y
poetas se atormentan
a
versos, porque se cuentan
sus
desvelos por instantes.
PEDRO: Pues
yo no intento...
DUQUESA: Acabad;
decidme
quién sois también.
PEDRO: Importa
encubrirme.
DUQUESA: Bien.
Aquí lo
estáis. Comenzad.
PEDRO: Por
daros gusto...
DUQUESA: Los dos
le
tendrémos: en saber
yo, que
soy al fin mujer,
y por
contármelo, vos.
PEDRO: En
Burgos, que es patria mía...
DUQUESA: Ya lo sé.
PEDRO:
¿Vos lo sabéis?
DUQUESA: Ya lo
sé; pues ¿qué queréis?
PEDRO: ¿Quién
os lo dijo?
DUQUESA: Sería
quien os conoce. Decid.
PEDRO: ¿Vos tan
curiosa en saber
mis
cosas?
DUQUESA:
Si soy mujer,
¿qué os
admira? Proseguid.
PEDRO:
(¿Qué es aquesto?) En Burgos pues
corte
entonces de Castilla,
gozaba
Enrique la silla,
el
tercero, de quien es
hijo
don Juan el segundo,
que
agora empieza a reinar,
cuando
me engolfé en el mar
de
amor, inmenso y profundo.
DUQUESA:
¡Válgame Dios! Y sería
vuestro
amor considerable,
pues
como caso notable,
le
señaláis año y día.
PEDRO:
Tienen principio de aquí
mis desdichas, no os espante.
DUQUESA: Vaya el
suceso adelante.
PEDRO: En
resolución, serví
una
dama...
DUQUESA:
¿Gran belleza?
PEDRO: Réditos
le paga el sol.
DUQUESA: No sois
cortés, español,
ni luce
en vos la nobleza.
PEDRO: Pues ¿enojáisos, señora?
DUQUESA: Quien
delante de una dama,
sin
hacerle salva, llama
a otra
hermosa, o ignora
las
leyes de cortesano,
o de
agraviarla se precia.
PEDRO: Mi inadvertencia
fue necia.
DUQUESA: No me
espanto, que es en vano
pretender que... Todo está,
quien
refiere enamorado
sus
naufragios, elevado
en su
dama... clara está.
Yo os perdono; proseguid.
PEDRO: (¿Qué
mujer es ésta, cielos?) Aparte
DUQUESA: Vaya de
amor y de celos.
PEDRO: Vino de
Valladolid
a la
corte un caballero,
del rey
tan favorecido,
que por él desvanecido,
aunque
mi amigo primero,
y
tanto, que en confïanza
de sus
prendas y valor,
le di
parte de mi amor,
se
valió de su privanza
para
conquistar con ella
mi
dama, que interesable,
le
favoreció mudable.
DUQUESA: Todo el
poder lo atropella.
PEDRO: Disimulaban conmigo
los dos amor y amistad,
fingiendo ella voluntad
como él
finezas de amigo;
y
remitiendo al secreto
el
logro de sus amores,
fueron
tantos los favores,
que
celoso o indiscreto,
vino
a alcanzar que le diese
cuantos
papeles tenía
míos.
Encontréle un día
leyendo, sin que me viese,
uno,
que fue, si me acuerdo,
el
segundo que admitió.
DUQUESA: En ese jurara
yo
que
entró el ingenio en acuerdo,
y
que ostentando finezas,
hizo
vistas el amor
de todo el aparador
de concetos y agudezas.
PEDRO: No
tiene muchos el mío;
pero sé
que fue estimado,
admitido y ponderado.
DUQUESA: Sí,
sería; yo lo fío.
¿Haos quedado en la memoria
alguna
cláusula de él?
PEDRO: No es,
señora, este papel
de novelas, que en la historia
que
uno cuenta los refiere,
prosa o
verso, sin perder,
ya sea
hombre o ya mujer,
letra
ni tilde.
DUQUESA:
Y si hiciere
yo relación verdadera
de ese
papel, ¿qué diréis?
PEDRO: ¡Vos!
¿De qué modo podéis?
DUQUESA:
¡Válgame Dios!
PEDRO:
Es quimera.
DUQUESA:
Apostad que su tenor
de
aquesta suerte decía,
"Compiten, señora mía,
la
esperanza y el temor..."
PEDRO: Eso
escribe el mariscal
a
vuestra hermana.
DUQUESA: ¿Escribió?
Decid
que lo trasladó
de extranjero original.
PEDRO:
Puede ser, pero no mío.
DUQUESA: ¿Pues
de dónde sabéis vos
si no
os entendéis los dos
-- el
negarlo es desvarío --
que
empezaba así el papel
que vos a mi hermana disteis?
¿Veis
como vos lo escribísteis?
PEDRO: Diome
Carlos parte de él,
después de haberle notado;
mas de
eso no colijáis
que yo
le escribo.
DUQUESA: Mostráis
quilates de un fiel crïado;
pero
advertid que mi hermana
ya que
a Carlos favorece,
no sepa
esto; pues si crece
su
amor, será cosa llana
que gozará, si es leal,
el
premio de su cuidado,
no el
dueño de este traslado,
sino el
del original.
Vase la DUQUESA
PEDRO: ¿Qué
querrá decir en esto?
Vive
Dios, que esta mujer
exámenes quiere hacer
de mi
amor. Hame propuesto
tantas
dudas, que dispuesto
a
imaginaciones nuevas,
niño
Amor, cuando te atrevas
a cosas
sin proporción,
no
tengo yo condición
para
sufrir muchas pruebas.
"¡Que gozará, si es leal,
el
premio de su cuidado,
no el
dueño de este traslado
sino el
del original!"
No me
quiere a mí muy mal
quien
esperanzas esconde
y en
misterios me responde
a la
primer vista ansí.
Que yo
el papel escribí
supo.
¿Pues de quién o dónde?
Porque Vitoria no sabe
quien
soy, ni Carlos tampoco.
Vive el
cielo, que estoy loco.
Mujer
tan discreta grave,
cuya
libertad con llave
jamás
abrió puerta a amor,
¡Tan
curiosa en mi favor!
Despacio, prolijo encanto,
que no
es necesario tanto
para un
buen entendedor.
Salen VITORIA,
CARLOS y ROMERO
CARLOS:
Prométole a vuexcelenia
que la quiero tanto, tanto...
ROMERO: (¡Con
la turbación que empieza!) Aparte
CARLOS:
...díalo mi secretario.
VITORIA:
Guardad, señor mariscal,
testigos tan abonados
para
incrédulas envidias
que pretenden desdoraros;
que
para conmigo, os juro,
que
estáis tan acreditado,
como
dirán los papeles
que
tengo vuestros y paso
por
ellos cada momento
los ojos y el gusto, hallando
cada
vez más que admirar
que yo
jamás hice caso
de hipérboles habladores;
que sin sentir los cuidados
que encarecen, se
acreditan.
ROMERO: (Tiene amor sus papagayos.) Aparte
VITORIA: Como es
potencia del alma
la
voluntad, y ésta ha dado
en el
discreto sus veces
al
entendimiento, es claro
que con
sosegado estudio
discurriendo y meditando
habla
del modo que piensa
mejor
cuanto más de espacio.
Conversables elocuencias,
tan copiosas de vocablos
que parecen calepinos,
sospecho yo, y no me engaño,
que con
la facilidad
que se
enamoran bablando,
olvidan
aborreciendo.
Más
vale amor asentado
que no
el que sálo en la lengua
encarecen
cortesanos.
PEDRO: (¡Qué
divino entendimiento!) Aparte
VITORIA:
Pensamientos estudiados
en
borradores escritos
son de los que yo me pago.
Dadme pensamientos vos,
y no receléis contrarios.
CARLOS: Ocupan
vuestras memorias
mis
pensamientos turbados.
Tanto,
señora, os estimo,
que
anoche de ellos cercado,
un
sueño pudo matarme.
Dígalo
mi secretario.
A don PEDRO
ROMERO: Él no
sabe hablar sin ti.
A don PEDRO
VITORIA: ¿Qué
decís vos?
PEDRO: Que no es falso
lo que
de su sueño fío,
porque
como os quiere tanto,
y teme competidores,
soñó
anoche alborotado
que os
robaba el de Placencia;
y por
vengar vuestro agravio,
tomó la
espada desnuda,
y a no
atajarle los pasos
yo, que en su cámara duermo,
le
sucediera algún daño.
Con
tanto extremo os adora.
¿No es
mucho quereros tanto?
VITORIA: Quien
durmiendo tiene celos,
despierto será un milagro
de amor; que el sueño es pintura
que
solo copia retratos.
Mucho
debéis de querer.
CARLOS: Los extremos que yo hago
después que vi esa
belleza...
dígalo
mi secretario.
VITORIA: (¡Qué
hable un hombre de esta suerte Aparte
tan
discreto y avisado
en lo
que escribe! No sé
si lo
crea. ¡Extraño caso!
Su
presencia me enamora;
en
Nápoles es su estado
después
del rey el primero;
sus
papeles, ajustamos
a mi
gusto, llevanmé
la
inclinación.) Ahora, Carlos,
no sois
el primero vos
que
acostumbráis a turbaros
delante de otros respetos;
que yo
sé de un gran soldado
y gran
poeta, que siempre
que
hablaba al rey, olvidando
lo que
estudiado traía
en
orden a sus despachos,
daba
con sus desaciertos
admiración á los sabios,
descrédito a sus papeles,
y qué
reír al palacio.
Mas
diréos yo como el rey,
que
después de sosegaros,
me
consultéis por escrito.
CARLOS:
Dejáisme muy obligado.
VITORIA: Pues
para que más lo estéis,
con
aquesta pluma pago
pensamientos de la vuestra.
Quítase una
pluma del tocado y se le
ofrece
CARLOS:
Tomadla, hola, secretario.
PEDRO: iJesús!
Vuexcelencia llegue,
y
besándole la mano,
encarezca este favor.
Tomándolo
CARLOS: Estoy
de veras turbado,
señora,
con tanta luz,
y... y... y...
VITORIA:
Conde, quedaos.
Vase
CARLOS: La he
de sacar hoy...
ROMERO: (¡Qué bestia!) Aparte
CARLOS:
...sobre la crin de mi bayo.
PEDRO: ¿Qué
decís, señor?
CARLOS: ¿Pues dónde?
PEDRO: En la
gorra.
CARLOS:
Bien pensado,
pues
pondréla luego.
ROMERO: ¿A quién?
CARLOS: Dígalo
mi secretario.
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