DUQUESA:
Amor, este hombre ha venido
para
rüina total
de mi
quietud natural,
de la
paz de mi sentido.
Yo he
perdido
cuantos
propósitos buenos
gozaba en
tiempos serenos
el
sosiego de mi dicha.
¡Qué
desdicha!
¡Por
ser más, venir a menos!
No
pensaba yo emplearos
descuidada libertad,
en
ajena voluntad.
¡Qué mal supisteis lograros
por
gozaros!
Sin la
enfadosa pensión
del
tálamo, confusión
de
tanta quietud perdida,
libre
vida
descansaba mi opinión.
Tercero del mariscal
es este
español crüel;
hechizóme en un papel
de su
discreción caudal.
Sangre
real
le
ilustra, en Castilla adora,
aquí
escribe y enamora.
¿Y qué
sé yo
si en
nombre ajeno terció
lo que
en nombre suyo ahora?
Celos en Castilla ausentes,
y celos padezco aquí.
Éstos son los que temí;
que en fin son celos
presentes.
Si
imprudentes
me atormentan ¿qué he de hacer?
Viviendo en tal padecer,
¿Qué
paciencia ha de bastar
para
callar
celosa,
amante y mujer?
Sale ROMERO,
creyéndose solo
ROMERO:
Buenas albricias me mando,
si de
quien sospecho son.
DUQUESA: ¡Hola!
ROMERO:
¿Todo extremaunción
anda en
palacio oleando?
DUQUESA: ¿Qué buscáis?
ROMERO:
¿No me conoce
vuexcelencia?
DUQUESA:
¡Ah, sí! No había
reparado en vos.
ROMERO: Podía
acordarse, así se goce,
del soldado que le dijo
las
gracias del mariscal.
DUQUESA: ¿Sois
muy secreto?
ROMERO: ¡Y qué tal!
Siempre
que lo soy me aflijo.
DUQUESA:
¿Dónde está vuestro señor?
ROMERO: Eso es
lo que yo quisiera
saber,
para que me diera
albricias, si las da Amor.
DUQUESA:
¡Albricias! ¿De qué?
ROMERO: Este pliego,
nuevo
caballo de Troya.
Promete vestido o joya.
DUQUESA: ¿Es de
Castilla?
ROMERO: Si llego
a
pesarle, es de su dama.
DUQUESA: ¿Cómo?
ROMERO:
Aunque el sobre es prototo,
pesa
poco, y de mi voto,
no pesa
amor, porque es llama.
DUQUESA:
¿Filósofo?
ROMERO:
Aunque ratero,
como
Romero me llamo,
tengo,
según dice mi amo,
las
virtudes del romero,
y debe entre ellas entrar
ésta
también.
DUQUESA:
¿Pues se escriben
los
dos?
ROMERO:
Como ausentes viven,
sus
almas suelen andar
de Ceca
en Meca, corriendo
la
posta, al ir y venir.
Debió
mi amo de escribir
luego
que llegó, y cogiendo
la
carta de buen talante
a la
dama, le responde.
DUQUESA: Si en
los dos se corresponde
amor, y
pasa adelante
sin
entibiarle la ausencia,
injustas quejas ha dado
vuestro
dueño de olvidado.
ROMERO: ¿Luego
ha dicho a vuexcelencia
su
historia?
DUQUESA:
Me la contó
a
pausas, como sangría.
ROMERO: ¡Bueno
por Dios! Y quería
que por
tragármela yo,
rebentase de opilado.
DUQUESA: No os
deis vos por entendido
de que
por él lo he sabido.
ROMERO: No
haré, aunque estoy enojado.
DUQUESA: El
porte os quiero pagar
de este
pliego.
Tomándole la
carta
ROMERO:
¿Para qué?
DUQUESA: Si es tan
discreta veré,
que se
merezca igualar
esta
carta a las que escribe
por
Carlos vuestro señor.
ROMERO: ¡Oh!
¡Bonita es la Leonor!
Mejor
vuelve que recibe.
Más
habla que un papagayo.
Túvola
una tía vieja
en las
Huelgas a una reja
un año,
de mayo a mayo,
y
salió brava picuda.
DUQUESA: Eso
quiero yo saber;
pero
habéisme de tener
secreto.
ROMERO:
¿Yo?
DUQUESA:
Vos.
ROMERO: ¡Sin duda!
Venga acá; pues no he podido
sufrir
medio mes cabal
defetos
del mariscal,
discreto sustituído;
ni
en las cartas que a mi dueño
desde
Burgos le envió
quien
aquí le desterró.
No sé
callar cuando sueño,
pues
cuento cuanto me pasa
con las damas cada día;
tanto
que nadie se fía
de mí
en toda vuestra casa.
¿Y
quiere hacer vuexcelencia
en mí
ese milagro ahora?
DUQUESA: Yo he
de hacerle.
ROMERO: Si es dotora
y hay
para aquesta dolencia,
cura, recete.
DUQUESA: Si haré.
Yo os
libro en mi tesorero
cada
día...
ROMERO:
Si es dinero,
divino récipe fue.
DUQUESA: Un
doblón con condición
que el
día que no calléis,
los
mismos palos llevéis
que
blancas tiene un doblón.
ROMERO:
(¡Puto Miguel!) ¿Cuántas blancas
Aparte
tiene
un doblón? Sumaré.
Espere,
y la cuenta haré.
(Las
manos le queden mancas Aparte
al
crüel ejecutor.)
Un
doblon, veinte y seis reales.
Cuatro
veces seis... cabales
ochocientos -- ¡linda flor
de
carrasco! -- y más, ochenta
y
cuatro maravedís.
DUQUESA: Si
otros tantos añadis,
serán...
ROMERO:
Sacada la cuenta,
mil
setecientos, y más
sesenta
y ocho, las blancas.
¡Fuego
de Dios, y qué francas
dádivas, señora, das!
Por
un secreto parido,
mil
setecientos sesenta
y ocho palos! ¡Mala cuenta!
Abernuncio del partido.
Desdoblone vuexcelencia.
DUQUESA: Esto ha
de cumplirse ansí.
Acabemos.
ROMERO:
¡Ay de mí!
Yo
quedaré en quinta esencia
de
romero, a la ocasión
primera. ¡Crueldad
civil!
¡Sesenta palos tras mil!
DUQUESA: Acudid
por el doblón
desde luego, y para el porte
este
bolsillo tomad.
Le da un
bolsillo
ROMERO: Si he
de callar, recetad
una
gaita que reporte
el
mal que ya me provoca
esta
negra opilación.
Saldrá
siquiera a traición,
pues no
puede por la boca.
DUQUESA:
Andad, que con tal receta
no os
hará el secreto daño.
ROMERO: (¿A mí
mil palos? ¡Mal año! Aparte
¡Que
los lleve una carreta!
Vase ROMERO
DUQUESA: Basta,
que empieza en azares
el
juego de nuestro amor.
Si es
infernal su rigor,
¿qué serán celos a pares?
Los unos trae el correo,
los otros caseros son.
¡Extremada provisión
para
venir de acarreo!
Veamos el desengaño
que
adivinan mis temores.
¡Ah,
celos registradores!
¡Siempre buscáis vuestro daño!
Abre la carta
Un retrato
viene dentro.
¡Bello
rostro de mujer!
¿Quién
duda que he de perder,
si es
azar aqueste encuentro?
¡Digno empleo de español!
¡Logro
hermoso de los cielos!
Pero mírola con celos;
aventajaréla al sol.
Leamos, alma, sin miedo,
que
pues en mi poder se halla,
en
estatua he de quemalla
ya que
en persona no puedo.
Lee
"Amor, agravio y ausencia
conjurados
contra mi sosiego, fueron tan solícitos,
que
se informaron del camino que hicistes,
desde la noche que en agravio de la
amistad de don Vela, a él lo heristeis,
y a
mí me desacreditastes. Murió inocente.
El
rey os busca airado; promete aplacarle
la
reina su madre, vuestra prima. Ese
retrato lleva trasladado el rostro, y la
seguridad
de vuestra sospecha; tratadle
bien, que es huésped, y respondedme,
aunque sean injurias; que a la molesta
privación de vuestras cartas, es único
remedio de ausencia penosas. El cielo
os desengañe. Dios os guarde, etc.
doña Leonor de Castro."
Celos, ya estáis declarados.
En vano
son resistencias
donde
sobran competencias
y
multiplican cuidados.
Propósitos mal logrados,
si os
engaña
un
nieto del rey de España,
¿qué os
lastima?
¡A su
reina llama prima!
Contra
celos,
coronas, amor, desvelos,
¿qué
valor será de estima?
Remedia con su retrato
ausencias doña Leonor.
Muerto
su competidor,
¿no
será don Pedro ingrato
si la
industria y el recato
no procura
alejar
de su hermosura
valedores?
Con
tales despertadores,
¿de qué
sueño
no
resucitará el dueño
de su
gusto y mis temores?
Si
despierta, ¿quién podrá
contra
memoria celosa
de
española tan hermosa
oponerse? Claro está
que es
locura. Si se va,
su
mudanza
dará
muerte a mi esperanza.
Resistirse
si se
queda, es prevenirse
a
tormentos.
¿Qué
harémos pues, pensamientos,
entre
el quedar y el partirse?
Sale don PEDRO,
sin ver a la DUQUESA
PEDRO: Sofísticos pensamientos,
imposibles pretendéis.
Mejor será que troquéis
desdichas por escarmientos.
No permitáis lo que
ignora
la desdicha que me humilla.
DUQUESA: ¿Es don Pedro de Castilla?
¿Dónde tan triste?
PEDRO: ¡Oh, señora!
Esta memoria tirana
me causa penas crüeles.
DUQUESA: ¿Proseguiréis los papeles
de Carlos para mi hermana?
PEDRO: Como gusta de admitirlos
y por ellos medra Carlos,
gusto yo también de darlos.
DUQUESA: ¿Y no diréis de escribirlos?
PEDRO: Si vuexcelencia da en eso,
puesto que es en mi favor,
descréditos de su amor
padecerá quien confieso
que se desvela por dar
muestras que en su pluma alega
lo que la lengua le niega.
DUQUESA: En esto del desvelar
estaréis muy diestro vos.
PEDRO: De ordinario un desdichado
anda triste y desvelado;
que es verdugo Amor, si es dios.
DUQUESA: Y es doña Leonor de Castro
puesto que falsa, tan bella,
que comparado con ella
es ébano el alabastro.
PEDRO: Vive Dios, señora mía,
que a poderse sospechar
cosas de vos, que a dudar
obligan mi fantasía,
que jurara que tenéis...
DUQUESA: ¿Familiar, queréis decir?
PEDRO: No me atrevo a presumir
tanto. ¿Mas cómo sabéis
cosas de mí tan ocultas
y tan distantes de aquí?
DUQUESA: ¿Qué sabeis vos si aprendí
a hacer mágicas consultas?
PEDRO: ¡Vos de mí tan cuidadosa,
que aun el nombre hayáis sabido
de mi dama!
DUQUESA: Y he tenido
noticia de cuán hermosa
y discreta es la Leonor
a cuya alabanza asisto
y aún si os digo que la he
visto,
no mentiré.
PEDRO: ¿Vos?
DUQUESA: Su amor
no es tan firme como el
vuestro.
PEDRO: Es luna y ya amor es mar.
DUQUESA: Diréislo por el lunar
que tiene en el lado diestro
de la cara.
PEDRO: (¿Es hechicera, Aparte
cielos, aquesta mujer?)
DUQUESA: Lunar es que puede ser
estrella en la octava esfera.
¿No lo sentís vos ansí?
PEDRO: Señora, lo que yo siento
son prodigios de un portento,
que me ha de sacar de mí.
DUQUESA: Cabos negros, aguileña,
un poco grande de boca,
dientes de cristal de roca,
la frente algo mas pequeña
que pide la proporción
de la cara, bien pobladas
las manos, aunque alentadas
del misterioso jabón...
y discreta sobre todo;
que es alma de la hermosura.
PEDRO: Si verme loco procura
vuexcelencia, de ese modo,
podrá, si no se declara,
salir con su pretensión.
DUQUESA: A su comunicación,
yo, don Pedro, os ayudara
porque somos muy amigas.
Aunque a Amalfi la trujera,
y mi estado repartiera
entre los dos; mas fatigas
imposibles de remedio,
¿quién las ha de socorrer?
Doña Leonor es mujer
de don Vela. Ved ¿qué medio
en esto se puede dar?
Herido quedó de muerte;
pero el Amor que divierte
qeligros que remediar
no puede la medicina,
salud en breve le dio.
Su rey los apadrinó;
y aunque doña Catalina,
prima vuestra, y reina
hermosa
que el modo toma a su cuenta,
aplacar a un hijo intenta
la venganza rigurosa
que despacha contra vos
justicias y embajadores...
Mucho pueden los rigores
reales. Son como Dios.
Y aunque aquí estáis muy
seguro
quisiera hallar otra traza
para el mal que os amenaza,
para la paz que os procuro.
Yo os he visto aficionado
a mi hermana, en vuestra mengua;
que lo que niega la lengua,
los ojos lo han publicado.
PEDRO: Engáñase vuexcelencia.
DUQUESA: Luego ¿no la queréis bien?
PEDRO: Quiérola bien, como quien
es de la circunferencia
del amor del mariscal
centro y punto, y porque veo,
según en sus ojos leo,
que será con yugo igual
señora de vuestra casa.
DUQUESA: ¿Pues eso os parece poco,
supuesto que Amor es loco,
que de un tema en otro pasa?
En efeto la queréis,
aunque sea por señora.
La vista ocasionadora,
y el amor que la tenéis,
aumentando en vos la llama,
hará en espacio pequeño
que, si la amáis como dueño,
después la améis como a dama.
PEDRO: Indignas de esa beldad
son sospechas maliciosas.
DUQUESA: Principio quieren las cosas.
Don Pedro, aquesto es verdad,
y si no, venid acá.
Supongamos que vos fulsteis
quien el papel escribisteis
aunque esto supuesto está.
Cuando estudioso y discreto,
las veces que la escribís
tantas lisonjas decís,
¿no la tenéis por objeto?
PEDRO: Por objeto mío, no.
DUQUESA: Séase vuestro o ajeno,
que yo esta vez no os condeno,
ella, pues os ocupó
el ingenio y el sentido
todo el tiempo del papel,
¿no la imagináis en él
muy hermosa y merecido
empleo de su alabanza?
PEDRO: Si, señora.
DUQUESA: Y aquel rato
que con la pluma el retrato
pintáis que el estudio alcanza,
¿no le sirve de obrador
el entendimiento, donde
en especies corresponde
su similitud, mejor
que en la lengua, que es
impropia?
PEDRO: No hay negarlo.
DUQUESA: ¿Y qué queréis,
si el original tenéis
allá, sacando la copia?
¿Hay quien persuadirse pueda
que dejáis -- ¡buena frialdad! --
tan limpia la voluntad,
que sin los dibujos queda?
Pues viéndolos la memoria,
quien lo advierte ¿creerá,
don Pedro, que no sois ya
ciego amante de Vitoria?
PEDRO: Yo, suponiendo que escribo
los papeles que decís,
ya que a eso os persuadís,
como tan celoso vivo
siempre que a Vitoria alaba
la pluma, lengua de amor,
contemplo en doña Leonor.
DUQUESA: (¿Vos? ¡Peor está que estaba! Aparte
¡Ay celos, cuáles andáis!
¡Ya en uno, ya en otro
extremo!)
Que habéis de enloquecer temo
si esa dama no dejáis;
porque casada y ausente,
¿qué remedio puede haber?
La diversión puede ser
tercera de este accidente.
Galantead a mi hermana;
que en mí tendréis, y os lo
juro,
tercera favor seguro,
y olvidada castellana;
que si en Amalfi os casáis,
y en mi estado sucedéis,
desdichas desmentiréis
que perseguido lloráis.
PEDRO: Yo os beso, señora mía,
las manos por merced tal;
pero sirvo al mariscal
y, pues de mí se confía,
no he de hacerle traición;
que nunca con ellas medro.
DUQUESA: Pues, acabemos, don Pedro,
a Carlos tengo afición
y celos de que Vitoria
con tanto afición le quiera,
si más avisado fuera
o en todos menos notoria
la falta de discreción
que Nápoles vitupera,
su gentileza pudiera
desbaratar mi opinión.
No me inclinaba hasta aquí
a casamientos penosos
donde en celos rigurosos
muestras de mi suerte vi,
llorando la ajena escasa;
que príncipes divertidos,
solamente son maridos
titulares de su casa.
En Vitoria pretendía
gozar nuestra sucesión
y entrándome en religión,
excusar la tiranía
de un hombre, que con
injustos
agravios, paga desvelos
en abundancia de celos
y en escaseces de gustos.
Vi a Vitoria tan
perdida,
tan amante, tan pagada
de discreción alquilada,
a que es propia persuadida,
que sus propósitos vanos
mi envidia desbarató;
mas ¿qué mucho, si nació
la envidia de dos hermanos?
A Carlos quiero en efeto
por ser de mi hermana amado,
y un medio tengo estudiado
con que le hagamos discreto;
mas para esto he de valerme
de vos.
PEDRO: Eso es gran favor.
DUQUESA: La discreción y el amor
que está seguro, se duerme
y descuida sus recelos
hasta que penas recibe.
No hay cosa que más avive
el ingenio, que los celos.
PEDRO: Antes tienen opinión
de necios.
DUQUESA: En los maridos;
que en amantes entendidos
su esfera es la discreción.
¿No os holgaréis vos de ver
discreto a Carlos?
PEDRO: ¿Quién duda?
DUQUESA: Pues veréis como se muda,
si fingís, don Pedro, ser
su competidor.
PEDRO: Con tal
que de sujeto mejore,
a vos discreto os adore.
Antes al gran mariscal
le sirvo ansí que le agravio,
y yo en esperanzas medro.
DUQUESA: ¿Cómo es eso? No, don Pedro,
que si no sacamos sabio
a Carlos, no ha de perderle
Vitoria; y si vos la amáis
antes que efetos veáis
de esta cura, es ofenderle,
y compitiendo los dos,
fuera experiencia crüel,
que se quedase necio él,
y os perdiésemos a vos.
Y habéis de hablarla con
tiento.
PEDRO: Pues, señora, esto de amar,
¿es acaso recetar
por adarmes?
DUQUESA: Esto intento,
o dejarlo.
PEDRO: Vuexcelencia,
porque mi pena aliviase,
me aconsejó que olvidase
mi dama, con la asistencia
de su hermana; y si al
presente
me pone tasa en hablar,
¿de qué suerte he de olvidar
mis desdichas?
DUQUESA: Fácilmente.
Cuando os obligare Amor
a apetecer a Vitoria,
haced entonces memoria
de vuestra dama Leonor.
Y si aquesta predomina,
de Vitoria os acordad;
será con facilidad
una de otra, medicina.
PEDRO: Alto, señora; yo intento
regirme en todo por vos.
DUQUESA: Si compiten estas dos,
divertido el pensamiento,
no os afligirá ninguna;
y yo, si por vuestro medio
tiene el mariscal remedio,
estimaré mi fortuna.
Pero advertid que me deis
los papeles que le escriba
mi hermana, porque reciba
los que en su nombre llevéis;
que han de ser míos.
PEDRO: ¡Ah! Sí.
DUQUESA: Pero advertid que a los dos,
digo, al mariscal y a vos,
según el orden que os di,
tiene de ir cada papel
que escribiere, dedicado.
PEDRO: ¿A mí y todo?
DUQUESA: Disfrazado,
y a lo claro para él.
PEDRO: Pues
¿de qué suerte podré
saber
lo que es para mí?
DUQUESA: Buscad,
don Pedro, que ansí
vuestro
ingenio probaré.
Y en
esto del divertiros,
sea
como se ha ordenado:
ni
Vitoria os dé cuidado
ni doña
Leonor suspiros;
sino
de suerte apartad,
que
ande dudosa en las dos
vuestra
voluntad, y... adiós.
PEDRO: ¡No os
vais, señora, aguardad!
DUQUESA: ¡Qué
queréis?
PEDRO: Y si la llama
que
entre los dos recetáis
crece, ¿podré,
si gustáis,
divertirme en otra dama?
DUQUESA: ¿Por
qué no? Poco eso os cuesta,
que
quien ésta os permite
no es
bien que esotra os limite.
PEDRO: ¿Y si
fuérades vos ésta,
ya que sabia me curáis
decid
también ¿por qué no?
DUQUESA: ¿Pues
puedo quitaros yo
que no
améis a quien queráis?
PEDRO: En
fin, ¿bien podré serviros,
según
vuestra cura ordena?
DUQUESA: No me moriré de pena...
PEDRO:
Dadme...
DUQUESA:
...esto por divertiros.
PEDRO:
...esa mano.
DUQUESA:
Ésa está a censo
de
Carlos.
PEDRO
Ya sois crúel.
DUQUESA: Mas
besadla en nombre de él.
PEDRO: ¿Y en mío no?
DUQUESA:
Ni por pienso.
Vase la DUQUESA
PEDRO:
Ahora sí que salís,
recelos, de confusión.
Dichosa
es esta ocasián,
voluntad,
si os divertís.
La
duquesa por rodeos
muestra
que la doy cuidado;
doña
Leonor se ha casado;
olvidémosla, deseos.
A
Vitoria me permite
hablar
porque la vergüenza
pretende que el amor venza;
mas
cuando la solicite,
y
ame a Carlos la duquesa,
¿qué
perderé yo en querer
la mas
hermosa mujer
que el
niño Amor interesa?
Acabemos pues, Amor,
y acabad, mis inquietudes,
y olvidad ingratitudes
de mi
patria y de Leonor.
Sale ROMERO
ROMERO: (¡Válgate Dios por secreto! Aparte
¡Qué malos ratos me has dado!)
PEDRO: ¿Qué
hay, Romero?
ROMERO: Estoy preñado.
PEDRO: Loco
dirás.
ROMERO:
Y en aprieto
notable. ¿No habrá comadres
que
secretos partiricen
porque
no me martiricen
hijos
que no tienen padres?
¡Jesús! ¡Qué revolución
de
tripas!
PEDRO:
Anda, borracho.
ROMERO: Quiere
salir el muchacho,
y no le
deja un doblón.
Ya
yo podré dar remedio
mejor
que el dotor Laguna
para no
abortar ninguna.
Récipe
de medio a medio
de
lo hablado cada día
un doblón, que si le pruebas,
aunque
agua de esparto bebas,
no
malparirás la cría.
PEDRO: ¿Qué
archivo de necedades
estudias que siempre vienes
con
temas nuevos?
ROMERO: No tienes
parte
en mis enfermedades,
pues son de melancolías.
Mala condición, y humor:
tanto que dijo un dotor
hoy que
eran hipocondrías.
¡Cuánto
ha que no me has hablado!
PEDRO: Tal,
Romero, me han traído
desvelos que he padecido,
misterios que no he alcanzado.
La
duquesa Margarita
sabe, y
no sé yo de quién,
mi sangre y nombre, también
qué
dama el sueño me quita,
las
traiciones de don Vela,
y
mudanzas de Leonor.
ROMERO:
¡Válgame Dios!
PEDRO:
O es Amor,
o misteriosa
cautela
que
por ilícitos medios
mis
secretos le dibuja.
ROMERO: Sí,
traza tiene de bruja;
ella
nos dará remedios
con
que volemos los dos
a
Burgos en un instante.
PEDRO: ¿Para
qué, si con su amante
se casa
Leonor?
ROMERO:
¡Por Dios!
PEDRO: Ella
me lo ha dicho aquí,
hasta
llegarme a pintar
de la
mudable el lunar
del rostro.
ROMERO:
Ése yo le vi.
PEDRO:
Tiéneme esto tan confuso
que me
ha de quitar el seso.
¿Quién
de todo mi suceso
a darle
cuenta se puso
tan
de espacio?
ROMERO: Una redoma
con dos
diablos encerrados;
que hay
demonios redomados
en la
judería de Roma.
PEDRO:
Diera por saber el cómo
cualquier cosa.
ROMERO:
Yo también
por
sacar a luz con bien
treinta
quintales de plomo.
Mas
fácil saberlo fuera,
a no
haber espaldas y ancas
y palos
si menos blancas
un
doblón, señor, tuviera.
(¡Vive Cristo, que reviento Aparte
por
desbucharlo.)
Sale la DUQUESA
DUQUESA: El papel
es
éste, mirad en él
lo que
os toca, y el intento
proseguid que os he ordenado.
La DUQUES le da
a don PEDRO un papel y se
va
ROMERO: (A no
salir en dos credos, Aparte
secretos, meto los dedos
y quedo
desembargado.)
Sale el
mariscal CARLOS
CARLOS: Don
Pedro, después acá
que os
comunico y estimo,
y con
la lición me animo
que
vuestra amistad me da
soy
otro. ¡Válgame Dios!
¡Qué
poco a mis padres debo!
Vos me
disteis ser de nuevo,
y así
mi padre, sois vos.
¿Sabéis en que echo de ver
que no
soy ya lo que he sido?
En que
siendo presumido
primero, debí de ser
grande necio, porque son
de una
misma calidad
presunción y necedad;
mas ya
que sin presunción
estoy por vos, me prometo,
con
milagrosa mudanza,
hallar
la dicha que alcanza
la
amistad con el secreto.
PEDRO: Dad esas gracias, señor,
a vuestra dama, y no a
mí,
pues
cuando servirla os vi,
en la escuela de su amor
hice
venturoso aprecio
del
bien que habéis conseguido.
Vos,
señor, nunca habéis sido
lo que
decís, porque el necio
es incurable.
CARLOS: Es ansí.
Mas ¿qué es lo que he
sido yo
hasta
ahora?
PEDRO:
Necio no,
poco
ejercitado sí;
porque la ocasión divierte
el alma
con la experiencia.
CARLOS: Admiro
la diferencia
que en
mi nuevo ser se advierte.
¡Grande fuerza tiene Amor!
PEDRO: Mayor
la tienen los celos,
pues
engendran sus desvelos
un
ingenio superior.
CARLOS:
¿Habláis, don Pedro, de veras?
PEDRO: Tanto,
que si no se esmalta
con
ellos amor, le falta
lo mas
perfeto. Quimeras
son
de un tormento gustoso.
En efeto,
son la sal
de todo
amor; sin la cuai
el más
fino no es sabroso.
CARLOS: Pues
¿dónde podré yo hallar
tan
nueva mercaduría?
PEDRO: El
mismo amor que la cría.
De
balde la suele dar.
CARLOS: Pues
cueste lo que costare,
yo
deseo estar celoso.
ROMERO: (El
deseo es provechoso, Aparte
y más
cuando se casare.)
PEDRO:
Ahora bien, quede esto ansi;
que yo
os daré tantos celos,
que
vuestro amor crezca a vuelos
y
quedáis sabio por mí.
Ésta
es, señor, vuestra dama
con
vuestros competidores.
CARLOS: Celos,
si aumentáis amores,
feliz quien suyos os llama.
Salen VITORIA, hablando con PRÓSPERO y
RUGERO, y
CRIADOS
VITORIA:
Duques, ya sabéis los dos
que
tengo el gusto sujeto
a la
eleccion de mi hermana;
lo que
me estima y la debo
a mi
hermana me remito.
PRÓSPERO: Como os
resolvéis en eso,
discreta y bella señora,
yo
quedaré satisfecho;
porque
sé que la duquesa
no
tiene otro pensamiento,
según
me ha significado,
sino
ayudar mis deseos.
RUGERO: Hame
prometido a mí,
si la
lengua por rodeos,
claramente por los ojos,
que he
de ser esposo vuestro.
Solamente el mariscal,
más por
dichoso que cuerdo,
favorecido y alegre
con
plumas vuela hasta el cielo
del
amor que le mostráis.
VITORIA: No sé
yo que tan discreto
es quien mientras no es querido,
a su
dama pide celos;
que estos suponen amor.
Pretended, y dejaos de eso;
que los amantes alcanzan
obligando, y no arguyendo.
¡Oh Carlos! ¿Aquí estáis vos?
CARLOS: En fe de que amor es pleito,
oigo a mis opositores
informar de su derecho,
pero
informan de palabra
y éstas
se las lleva el viento,
y yo por pluma, en señal
de lo que en ellas os
debo;
y ansí
vivo más seguro.
VITORIA: Ya,
Carlos, habláis discreto;
y si
amor turbar os hizo,
debáis
ya de querer menos.
CARLOS: Amor es dios estudioso,
que
poco a poco creciendo,
en la
escuela como niño,
empieza
en los rudimentos.
Era
entonces ignorante;
mas la
industria del maestro
y el deleite
de adoraros
le van
dando atrevimientos.
VITORIA: (¡Hay
semejante mudanza!) Aparte
PRÓSPERO y
RUGERO hablan
aparte
RUGERO:
Próspero, ¿no escucháis esto?
PRÓSPERO: ¿Hay
quien repique a milagro?
Desasnóse nuestro necio.
CARLOS: A mucho
obliga un amor,
un
amigo sabio y cuerdo,
y una
suspensión süave.
Mucho
le debo a don Pedro.
VITORIA: Mucho
más le debo yo,
pues
resulta en mi provecho
la
mudanza que en vos hizo.
PEDRO: Los pies mil veces os beso.
CARLOS:
Medrando con sus liciones
veréis
mi acrecentamiento,
y mas
si como se afirma,
se
esmalta mi amor con celos.
VITORIA: ¿Celos
sabéis pedir ya?
CARLOS: No los
pido; mas deseo
comprarlos, porque me afirma
mi
secretario, que en ellos
consiste la discreción.
PRÓSPERO: (Volvió
la piedra a su centro. Aparte
Todo
discreto estudiado,
a la
postre acaba en necio.)
VITORIA: ¿Pues son ya mercadería
los celos?
CARLOS:
Si tienen precio,
sí,
señora; porque todo
se
vende ya en nuestros tiempos.
VITORIA: ¿Y
dónde pensáis hallarlos?
CARLOS: Hámelos
de dar don Pedro,
que así
me lo ha prometido.
VITORIA: A tener
conocimiento,
Carlos,
de lo que compráis,
no
hiciérades tal empleo
porque
celos, ni aun de balde.
CARLOS: Como en
amar no estoy diestro,
pasar
quisiera a mayores
y estar
celoso; que tengo
para mí
que es facultad
que
sutiliza el ingenio.
VITORIA: En fin
, ¿celos queréis?
CARLOS: Sí.
VITORIA: ¿Y os
los ha de dar don Pedro?
CARLOS: Sí,
gran señora.
VITORIA:
¿Y conmigo?
CARLOS: Con
vos.
VITORIA:
¿Y si yo no quiero?
PEDRO: A
quererlo vos, no fueran
celos.
VITORIA:
¿No? ¿Pues qué?
PEDRO: Escarmiento.
ROMERO: (Di
fruta de Medellín, Aparte
si
pretendes dar con ellos.)
VITORIA: Ahora,
Carlos, sed celoso,
pues lo
deseáis. Veremos
si del
modo que os lo afirman,
os
halláis sabio, por serlo.
(¡Don Pedro celos conmigo Aparte
al gran
Mariscal! ¿Qué es esto
alma,
en que entender lleváis.
Vase VITORIA
RUGERO: Corrido
voy.
PRÓSPERO:
Yo voy muerto.
RUGERO: ¡Que
nos menosprecie ansí
Vitoria
por este necio!
PRÓSPERO: Es
dichoso, ella mujer,
yo
infelice, y vos discreto.
Vanse los dos
CARLOS:
Secretario, id a buscarme
lo
prometido, y sea luego.
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