Salen doña
ELENA y ENGRACIA
ENGRACIA: Ya
te he dicho de la suerte
que la
noche del festín
a las
puertas del jardín
se
quedó por no ofenderte,
pareciéndole delito
ver la
comedia sin ti,
sin
osar pasar de allí,
ELENA: ¡Ay,
Engracia! Que aunque admito
finezas que me acareces
sólo
porque tú las dices,
temo
lances infelices
que me
asombran cuantas veces
mis
desdichas considero.
Partióse el rey a Cerdeña
y el conde, que se despeña
tras su
apetito ligero,
quedó por gobernador
o
virrey de esta corona.
Si
éste, pues, porque blasona
que le
enloquece mi amor,
a don Juan mandó prender,
y para
desdicha mía
guarnece de tiranía
los
presidios del poder,
¿resistirále mi amante?
¿Qué
amenaza, qué promesa,
porque
admita a al marquesa
por
esposa, el conde infante
ha
perdonado? ¿Hay firmeza
en el
más valiente amor
que,
coronado el rigor,
amenace
la cabeza
del
súbdito en tal fortuna
y ose
resistir constante?
Don
Juan es pobre, el infante
con la
marquesa de Luna
le
ofrece benigna estrella.
Pídele
ésta, enamorada.
Yo,
Engracia, soy desdichada,
mi
contraria rica y bella,
don
Juan solo y perseguido,
el
infante casi rey,
la
necesidad sin ley
interesable el olvido.
Contra tantos, ¿qué podrán
resistencias del más fuerte?
No
dudes, pues, de mi muerte
en
dejándome don Juan.
Luego mejor es morir
y
acabar con mis temores.
ENGRACIA:
Entretanto que eso ignores,
el esperar
y sufrir
es
de ánimos generosos;
cuanto
y más que no sé yo
si por
tu causa olvidó
los
extremos amorosos
el
conde de la marquesa.
¿Qué?
¿Te esté mal un amante
en la
calidad infante,
con
quien tu casa interesa
esperanzas cuyo fin
te haga
reina de Aragón?
No
tiene el rey sucesión.
Solamente don Martín
su hermano, si éste muriese
sin hijos, es quien le hereda;
y luego el conde en quien
queda
esta
corona. Si fuese
tan
propicia tu fortuna
que
pasase tu beldad
de
condesa a majestad,
y la
marquesa de Luna
que
agora temes en vano,
envidiándote después,
se te
postrase a los pies
y te
bese la mano,
¿culparás tu elección?
ELENA: Ten,
que por verme resinar
llevas
traza de matar
toda
una generación.
El
rey, -- déle Dios mil vidas --
es mozo y recién casado,
sin que admita mi cuidado
esperanzas homicidas.
Sale don JUAN
JUAN: Para
que me des albricias,
para
excusarte congojas,
para
alegrarte esperanzas
y para
borrar memorias,
he
feriado de mi alcaide
con dádivas y lisonjas
permisiones de tu vista
solamente por media hora.
Volveréme dentro de ella;
que
dejé mi fe fiadora
y,
aunque la juzgas fallida,
quien
la conoce la abona.
¡Ah,
Elena! A ser yo agorero
temiera
el ver que te nombras
como la
que, por mudable,
llevó
tragedias a Troya.
No en
vano advierten presagios
que las estrellas apropian
los nombres a las costumbres,
porque tal vez se
conforman.
Excusara yo desdichas
a
advertir mi afición loca;
que
fuera asombro ser firme
siendo Elena y siendo hermosa.
Deslumbróme mi ignorancia;
que
Amor que ciego se engolfa,
como no
admite discursos,
aunque
es dios, peca de idiota;
mas no
en todo me condenes,
pues si te acuerdas, no ignoras
cuán
atento a mis peligros
dudó el
alma recelosa
desigualdades de prendas,
que
siendo tan ventajosas
en ti,
acobardaron llamas
que a incendios crecen agora.
Riquezas que te autorizan,
hermosura con que asombras,
discreción con que suspendes,
y
calidad que blasonas
debieran privilegiarte
de
inclinaciones remotas,
ni
durables por violentas,
ni
lícitas por impropias.
Yo, en
todo tan semejanza
de mi
padre que me estorban
sus heredadas desdichas
esperanzas aun en sombra,
¿qué intentaba en
pretenderte?
O tú,
¿por qué, burladora,
si a tu
empleo me alentabas,
a tus desprecios me arrojas?
Digna de imperios
naciste,
ya pisas
casi coronas,
un
infante te apetece,
con él
tus afectos logras.
Virrey
Aragón le adula;
quítale
dos letras solas
al
"Virrey", gozarás, reina,
majestades a mi costa;
que
para desocuparte
quien
me persigue y te adora
engaños
que me vendiste,
me
notifica que escoja
o el
cuchillo mi garganta
o esta
noche por esposa
a la
marquesa de la Luna.
¡Proposición rigurosa!
Pues
"mar" que empieza en "marquesa"
y
"Luna," inconstancias toda,
¿qué
han de dar lunas y mares
si no
son mudanzas y olas?
Muera yo, Elena, mil veces,
qyue
por ti mil serán pocas;
mas
porque doña Jusepa,
que
ingrato a su amor me nombra,
no se
queje de mí, dila
que la
coyunda amorosa
del tálamo pide un alma
de sus
potencias señora,
y que
no es dueño la mía
de sí,
porque me la robas
ingratitudes mudables
que tu
inconstancia pregonan.
Que si
tú me la volvieras,
pudiera
ser que en dichosas
correspondencias pagara
finezas
que Amor retorna.
Mas,
pues me parto a morir,
finge
siquiera que lloras
pérdidas de un amor firme;
seránme
tus penas glorias
con
que, aliviado, fenezca,
pues disminuyan congojas
lágrimas del enemigo
si la compasión las
brota.
Pero no
llores, condesa,
que si entre le jazmín y rosa
de tus mejillas te atreves
a finezas tan costosas,
podrá ser me resucites;
pues un
alma en cada aljófar,
tras la
noche de mi muerte,
me dará vida tu aurora.
Y si
mil veces me matas
y otras
tantas me revocas
de la
quietud del sepulcro,
será
piedad rigurosa
para
que viva, matarme.
La
parca el estambre rompa;
que mis desdichas persiggue
y tus venturas te estorban.
Goza, ingrata, al conde
infante
y
plegue a Dios si le gozas,
que
Aragón con su diadema
te
ofrezca sus barras rojas;
que yo,
si en el otro mundo
se
tiene de éste memoria,
y Amor
al alma acompaña,
te
prevendré protectoras
la
Fortuna y las estrellas
porque
tu dicha dispongan,
tus esperanzas alegren,
y fertilicen tus bodas.
El alma, Elena, te dejo.
Trátala
bien, que fue forma
de un
corazón en que estuvo
idolatrada tu copia.
Y adiós, que queda en rehenes
mi
palabra, y más importa
morir
que vivr quien deja
su fama
por sucesora.
Quiérese ir
ELENA:
Espera, mi bien, y advierte
que
aunque airado te retiras,
que no
ofenden con mentiras
los que
están, cual tú, a la muerte.
Una
fortuna, una suerte
una
sospecha, un error,
una
desdicha, un temor,
nos
ocasionan los cielos.
Precipitáronse celos;
celos
cegaron mi amor.
¿Pero, para qué te digo
verdades de mi inocencia
si el
tiempo, todo experiencia,
de mi
fe ha de ser testigo?
Mientras el hado enemigo
gasta
todo su rigor,
¿no será, don Juan, mejor
buscar remedios que basten
para que no nos
contrasten
ni el
peligro ni el temor?
Dasme el sí de esposo y dueño
Déle la mano
y del
modo que las palmas
anudándonos las lamas,
haces de la tuya empeño.
JUAN: ¡Ay,
dulce prenda! Pequeño
mi
mérito a tal favor.
Ya moriré sin temor
viviendo tú siempre en mí.
En la
brevedad de un sí
te
ofrezco un eterno amor.
ELENA: Pues
ya corre por mi cuenta
la
integridad de tu fama;
no la
abrasará la llama
de
quien profanarla intenta.
Por la
tuya, esposo, asienta
mi
honor. Velando sobre él
tú
cuidadoso, yo fiel,
conservémosle de suerte;
que
aunque se oponga la muerte,
no nos
le eclipse el de Urgel.
Y
vuélvete; desempeña
en la
prisión tu palabra.
Diamantes mi fe te labra.
Quien
piensa ablandarlos sueña.
Medios
la industria me enseña
con
que, antes que la belleza
del sol
trueque la tristeza
de la
noche en alegría,
si
logro la industria mía
exageres mi firmeza.
JUAN: En manos
de tu consejo
queda,
Elena, nuestro honor.
¡Qué
receloso mi amor
se
aparta cuando te dejo!
ELENA: La
honestidad es mi espejo.
JUAN: Sí,
pero los de cristal
defiéndense, esposa, mal.
ELENA: A más
riesgos, más cuidado,
porque
en lo más delicado
se
desvela el que es leal.
JUAN: ¿Si
te persiguen?
ELENA: Sufrir.
JUAN: ¿Si te
combaten?
ELENA: Vencer.
JUAN: ¿Si te
prenden?
ELENA: Padecer.
JUAN: ¿Si te
apremian?
ELENA: Resistir.
JUAN: ¿Si te
violentan?
ELENA: Morir.
JUAN: Pues en
la fortuna extrema,
mi
bien, si dura su tema,
sufrir,
padecer, penar;
que en
la honra, hasta triunfar
no hay
peligros que Amor tema.
éntranse por
diferentes puertas. Salen
doña JUSEPA y
el CONDE
JUSEPA:
Mudéme porque os mudasteis,
señor
conde; que hasta en esto
imitándoos las costumbres,
me debéis el pareceros.
Dejáisme por la condesa
y así por don Juan os dejo.
De
celos éste me abrasa
si
aquélla os mata de celos.
Iguales
en las pasiones,
una
fortuna corremos,
un
imposible seguimos,
una
desdicha tememos.
Sólo
nos diferenciamos
en que
vuestro amor, ni cuerdo,
ni
cortés, ni generoso
--
perdonadme, que no puedo
dejar
de decir verdades --
con el apetito
ciego,
con el
poder arrojado,
con la
privanza soberbio,
tirano
os volvéis de amante
y,
atropellando los medios
que la
esperanza consiguen
os
valéis de los violentos.
Tan
leal os ha servido
don
Juan que sus pensamientos,
con ser
átomos del alma,
no han
desmandado deseos
que
merezcan reprimirse,
pues
con saber de los vuestros
cuán
inconstantes se mudan,
sólo
por haberlos puesto
de burlas en mí, han bastado
a que me pague en
despegos
finezas
que de algún modo
disminuyen mi respeto.
Dejóme por no dejaros,
perdióme por no perderos;
solicitáisle a su dama,
tenéisle por ella preso,
y
amenazáisle la vida.
¡Hazaña
digna por cierto
de un
infante, de un virrey,
de un
señor que, agradeciendo
tal
lealtad, tales servicios,
libra a
la crueldad los premios,
las
venganzas al verdugo,
y su
garganta al acero!
Conde
infante, yo le adoro,
envidio, lloro, enloquezco,
de
imposible amor me abraso,
estoy
perdida de celos.
Pero
aunque menospreciada
de su
ingratitud me quejo
y a la
condesa persigo,
no
presumáis que pretendo
torcer
con las amenazas
la
voluntad que apetezco,
ni que
a costa de su vida
se
venguen mis pensamientos.
Aborrézcame don Juan
y viva,
mientras padezco,
siglos,
para mí de agravios,
como él
se deleite en ellos;
que si
en su conservación
mis
esperanzas aliento,
¿cómo
podré sustentarlas,
yo sin alma y don Juan muerto?
No,
conde, no haréis tal cosa;
que es don Juan en este reino
veneración de los mozos,
admiración de los viejos,
el triunfo de las
hazañas,
la escuela de los discretos,
la
envidia de los Narcisos,
el sol
de los caballeros.
Tiene
parientes ilustres,
tiene
la condesa deudos,
tiene
espíritus amantes,
y yo también, conde, tengo
resolución generosa,
armas,
vasallos y esfuerzo
para
poner, por librarle,
mi vida
y estado a riesgo.
CONDE:
¡Venturoso en sus desgracias
es don
Juan, si alcanzó extremos
en la
condesa y en vos
semejantes! ¡Oh, si el cielo
de mi
fortuna y la suya
hiciera
un lucido trueco,
dándole
yo mis estados,
dándome
él merecimientos
de
tanta experiencia dignos!
Sazonara yo con ellos
pobreza
y persecuciones
y no
duplicara celos.
Pero aunque culpáis mi enojo,
añadiéndome los vuestros,
no
penséis que, destemplado,
porque
le envidio me vengo.
Quitóle
vida y privanza
a su
padre el rey don Pedro
porque,
parcial del navarro
se
carteaba en secreto
con él,
en ofensa suya,
y a no
descubrirse intentos
de su
fallida lealtad,
alborotara
estos reinos.
Don
Juan Jiménez, su hijo,
es
justamente heredero
de su
sangre y sus acciones.
Enseñaros cifras puedo
que al
segundo don Enrique
de
Castilla remitieron,
y a don
Sancho, el de Navarra,
don Juan y otros. Mas, ¿qué es esto?
Sale un ALCAIDE
ALCAIDE:
Vuestra alteza, gran señor,
advierta que la condesa
de
Belrosal atraviesa
solicitudes de amor
contra la fe y la lealtad
que
vuestra alteza me fía.
Corriendo por cuenta mía
la guarda
y seguridad
de
don Juan, no han de torcerme
promesas de este papel.
Dásele y léele
para sí el
CONDE
Pídeme
que huya con él
y
promete enriquecerme
si le
saco de Aragón
y en
Navarra le aseguro.
Pero yo
sólo procuro
cumplir
con la obligación
de
la lealtad que es mi espejo.
CONDE:
¡Disculpad, marquesa, agora
a vuestra competidora!
Decid
que llevarme dejo
de
pasiones y venganzas.
Ved si
don Juan me sacó
verdadero.
JUSEPA:
(Ya sé yo Aparte
lo que
pueden acechanzas
que
buscan contra su vida
alguna
disculpa honesta.)
ALCAIDE: Doña
Elena está dispuesta
también
para la partida.
CONDE: Según
lo que escribe aquí,
hüir
intenta con él.
JUSEPA: Aunque
puede ese papel
ser fingido, haced por mí,
señor infante, una
cosa.
Podrá
ser si la alentáis
que el efecto consigáis
de
vuestra pena amorosa.
¿No
decís, alcaide, vos
que la
condesa os escribe
que
esta noche se apercibe
para
salir con los dos
huyendo de esta corona
a
Navarra?
CONDE:
Ansí lo afirma
esta
letra y esta firma.
JUSEPA: Pues,
si la dicha sazona
mis
industrias, no dudéis
del fin
que Amor nos promete.
Dé a don Juan ese billete
el alcaide, y vos haréis
depositar la condesa,
sacándola de su casa;
pues,
en fe de lo que pasa,
podéis
retirarla presa.
Estaré yo en su lugar,
vendrá don Juan, todo amor,
reconocido a favor
tan digno de celebrar.
Persuadiréle amorosa
que,
deudor de mi cuidado,
yo la
libertad le he dado,
pues su
dama, temerosa
de
culpas que la atribuyen,
sin
saberse a dónde, huyó.
En los nobles bien sé yo
lo que obligan y
concluyen
beneficios y finezas.
Siéndolo, pues, don Juan tanto,
ni
descortés a mi llanto,
ni
mármol a mis ternezas,
ha
de dejar de pagarlas.
Mas,
cuando no lo consiga,
y leal
a mi enemiga
perseverá en despreciarlas,
viniendo en su busca vos,
riguroso
e indignado
por la
prisión que ha quebrado,
y hallándonos a los dos
solos y juntos, diré
que mi firme voluntad
se
arriesgó a su libertad
y que
él, pagando la fe
de
mi amor, se ofrece a darme
palabra
y mano de esposo.
Imploraréos generoso,
y vos,
cortés, al postrarme
a
vuestros pies, ya templado,
diréis
que a mi intercesión
confirmáis con el perdón
la
palabra que me ha dado.
¿Tendrá don Juan en tan poco
su fama, mi voluntad,
su vida, su libertad
que,
por doña Elena loco,
riesgos a riesgos añada
al
poder indignaciones,
a mis
quejas sinrazones,
y que
no le persüada
tanto amor, peligro tanto?
No,
conde, no lo creáis.
De este
modo aseguráis
la
salida de este encanto;
porque cuando don Juan niegue
que el
sí me ofreció de esposo,
no será
dificultoso
hacer
que el alcaide alegue
haberse hallado presente
a
nuestro honesto contrato.
Aborrecerále ingrato
la condesa, y si es prudente,
por
sólo vengarse de él,
admitirá vuestro amor.
CONDE: Aunque
pudiera el rigor
valerse
de este papel,
y
atajar con su castigo
estorbos
a mi esperanza,
venza
por vos mi templanza.
Seréis
vos misma testigo
de
que ofendido y celoso
perdono. Vaya, Beltrán,
a la
prisión por don Juan.
Persüádale ingenioso
a
que, en fe de ser hechura
de la
condesa, que está
esperándole, pondrá
su
lealtad en aventura.
Déle el papel que le ha escrito;
Vuévesele
y en su
casa vos, marquesa,
sazonad
cuerda esta empresa
mientras yo la deposito,
y
ayude Amor mis quimeras
dando a
mis penas salida.
JUSEPA: (Don
Juan, libre yo tu vida, Aparte
y más
que nunca me quieras.)
Vanse y salen ENGRACIA y BUÑOL, como
preso
ENGRACIA:
Vengo a verte en las desgracias
de tu prisión
cada día
y,
¿hablasme ansí?
BUÑOL llorando
BUÑOL: Engracia mía,
no está
el tiempo para gracias.
ENGRACIA:
¿Lloras?
BUÑOL:
Lloro, que el de Urgel,
por ser de don Juan crïado,
dicen que me ha
recetado
las
gárgaras de un cordel.
Lloro la fortuna ingrata
del
amor que te he tenido,
pues me juzgué tu marido
y te he de dejar intacta.
Lloro las temeridades
de don
Juan, que siempre necias,
en
apreturas tan recias
repara
en puntualidades.
Consiéntele que visite
esta
noche, por media hora,
el
alcaide a tu señora,
con tal
que le necesite
su
fe y palabra a tornarse
a la
prisión, dentro de ella.
Sale
alegre y suelto a vella,
y
cuando pudo escaparse
del
verdugo y el cuchillo,
se
vuelve, cumplido el plazo,
a fïar
la nuez de un lazo
y morir de garrotillo.
Si
él entonces se escurriera
y,
aunque preso, me dejara,
yo
después las afufara
y perro
muerto les diera.
¿No pudiéramos
los dos
burlar
al conde señero?
ENGRACIA: Romper
su fe un caballero
es infamia.
BUÑOL: Bien, por Dios.
ENGRACIA: Pues el noble y bien nacido
que al valor coronas
labra,
si no
apoya en su palabra
el
crédito apetecido,
¿qué
honra podrá sacar
su
reputación a plaza?
BUÑOL: ¡Gentil
honra o calabaza!
Sacándole
a ajusticiar,
¿para qué diablos será
en el
mundo la honra buena?
Ésta
deleites condena,
ésta
pesadumbres da,
ésta
emborracha ofendidos,
amotina bandoleros,
empobrece caballeros,
y
desatina maridos.
¡No
estuviera a cargo mío
el
mundo!
ENGRACIA:
Buen lance echara.
BUÑOL: Honrilla,
yo os desterrara
de todo
mi señorío...
Aunque bien considerado,
¿dónde
podremos hallar
honras
ya que desterrar,
si en
los huesos la han dejado
sin topar con ningún hombre?
Pues
honra y trato sencillo
con
dignidades de anillo
que no
tienen más que el nombre.
ENGRACIA:
¿Sátiras y sentenciado?
BUÑOL: Pues,
¿quién verdades advierte
como
quien está a la muerte?
¿Sabes
lo que he imaginado?
Que
la honra, la lealtad,
el
valor, la valentía,
la
virtud, la cortesía,
la fineza, la amistad
se
han vuelto representantes.
ENGRACIA: ¿Qué dices?
BUÑOL: Verdades digo.
Y si no, busca un amigo
y
hallarásle en consonantes;
que
en el tablado remedia
riesgos
dignos de admirarlos;
que ya
no es posible hallarlos
si no
vas a la comedia.
Busca una mujer constante,
pintarátela el poeta.
Busca
una hermosa discreta,
verás
la representante.
Busca un capitán valiente,
y
saldrá del vestuario,
un
Roldán, un Belisario,
admiración de la gente.
Busca un padre a quien desvela
una
hija descüidada,
saldrá,
desnuda la espada,
y en
otra mano la vela
examinando rincones
y
registrando tapices.
Busca,
aunque no satirices,
lleno
de imaginaciones,
a un
marido cuidadoso
de su
casa y de su honor,
saldrá
al tablado, el color
pálido,
atento, dudoso,
adocenando conceptos
que
suspendan al teatro,
levantándose a las cuatro
y en
soliloquios secretos
su
venganza [a] disponer,
y
después que la fabrique,
arrojar
todo un tabique
sobre
su pobre mujer.
Todo
esto se representa,
pero ya no se ejercita.
El
pesar la salud quita.
Ya dan
todos en la cuenta
y,
excusando impertinencias
ni
discretas ni seguras,
la amistad ande en pinturas
y el honor en apariencias.
ENGRACIA: Dejémonos de malicias
que intolerable te han hecho,
y ensanchando agora el
pecho,
mándame muchas albricias.
BUÑOL: Mándote quince raciones
que a cinco cuartos y un
pan
razonable pella harán.
Mas,
¿de qué me las propones?
ENGRACIA: De
que tu señor, su dama,
tú y yo
esta noche salimos
de
Zaragoza, y hüimos.
Sale un
CARCELERO
CARCELERO: Buñol,
el alcaide os llama
y en
casa de la condesa
os
espera con don Juan.
BUÑOL: ¿Cómo?
CARCELERO:
Quedo, que os oirán
los
presos y se interesa
el
perdernos o el ganarnos
en
salir sin que nos sientan.
Con el
alcaide irse intentan,
y él se
ofrece a acompañarnos
hasta fuera de Aragón.
Soy su
pariente y le sigo.
BUÑOL:
Retrátome, pues, y digo
que hay
honra, que hay compasión
aun hasta
en los carceleros.
Yo
hablé por boca de ganso.
Vamos,
y pisemos manso.
Noche,
no nos saques güeros.
Vanse. Salen el ALCAIDE y don JUAN
ALCAIDE: Por
la condesa he puesto
la vida, hacienda y honra al manifiesto
peligro
del rigor del conde infante,
en fe
que la condesa me ha crïado.
El
sueño su familia ha descuidado;
apresurar la fuga es importante
antes
que vuelva el día.
Aquí os
aguarda a escuras, que no fía
de la
luz el secreto
que
pide tanto aprieto.
Entrad
callado y disponed prudente
la
salida de tanto inconveniente;
que yo,
entre tanto, prevendré caballos,
y fuera
la ciudad haré llevallos,
dando
la vuelta luego.
JUAN: El
apetito, Amor, del conde ciego
me
obliga por mi honor a tanta ausencia.
Favoreced, estrella, mi inocencia;
sed mi
segura guía;
que el
hüir su rigor no es cobardía.
Sale doña JUSEPA
JUSEPA: (Hablar a don Juan siento. Aparte
Buscad,
enamorado pensamiento,
entre
las protectoras
tinieblas de mi engaño encubridoras,
razones
persuasivas,
de suerte en mi favor ponderativas
que
imaginando soy su doña Elena.
Airosa
salga yo de tanta pena.)
JUAN: Hermoso
dueño mío,
¿sois
vos la que acreedora
del
alma que os adora,
a pesar
del celoso desvarío
de un
poderoso ciego
atropelláis estados y sosiego?
JUSEPA: Bajad
la voz, don Juan, que cohechados
domésticos crïados,
puesto que estén durmiendo,
estorbarán sazones que pretendo,
y no
ponderéis tanto
el ver
que a acompañaros me apercibo,
pues si
es vuestro el aliento con que vivo,
y faltándome vos, mortal mi llanto,
si un
alma nos anima,
un yugo
nos conforma,
un
espíritu solo nos informa
y una
suerte envidiosa nos lastima,
cuando,
cobarde, ausente os permitiera
y el
temor en mi patria me dejara,
de mí
misma homicida ingrata fuera,
el
cuchillo yo misma me afilara.
Y así,
si amante os sigo,
a mí misma me obligo,
a mí me
satisfago,
yo me
debo a mí misma, yo me pago.
Mas,
dueño de mis ojos,
si la
prudencia prevenida impide
con
tiempo los enojos,
y con
las ondas el marinero mide,
--
cuando conspira el mar todo amenazas --
la
altura, el fondo tanteando brazas,
reconociendo arenas,
los
linos amainando a las antenas
por
excusar al náufrago navío
del
banco, del escollo, del bajío,
desidchas prevengamos,
prudentes reparemos
en el
bien que adquirimos, con que huyamos,
o en el
mal a que el ánimo exponemos.
No hagamos incurables
sucesos, aunque fieros,
remediables.
Prendióte la impaciencia
del
riguroso infante
por competir
con él, por ser mi amante,
dorando
su violencia
con
imputarte insultos
entre
el navarro y tu inocencia ocultos.
Huyendo, pues, daremos ocasiones
a las
malicias que el furor derrama.
Peligrará tu fama,
y tú,
que tan celoso siempre de ella
por
sólo defendella,
la vida
has despreciado,
¿querrás vivir sin honra y desterrado?
Consúltate a ti mismo, y templa celos.
Contradecir los cielos
cuyas
disposiciones
no te
permiten mío,
es
ciego desvarío.
Navegas
agua arriba si te opones
a lo
que el hado ordena.
La
marquesa de Luna
mejorará tu suerte y tu fortuna.
No te
merece, ¡ay, triste!, doña Elena.
Paga,
aunque muera yo, su fe constante,
despósate con ella.
Obligarás al ofendido infante,
desmentirás a tu enemiga estrella,
no
correrá tu fama
peligros afrentosos;
y si
temes, bien mío, que la llama
de mis afectos, en tu amor dichosos
puesto que malogrados,
en el
infante ocupe mis cuidados,
primero
que consiga
su
aborrecible intento,
será
sólido el viento,
la
noche del planeta cuarto amiga,
retrocediendo para nuevos daños
el cielo,
el sol, los ríos, y los años.
JUAN: Tan lejos de creer que hablas de
veras,
tan fuera de pensar que te has
mudado
escucho tus quimeras,
que a sueño los oídos
persüado,
y mientras no te veo
y la voz disimulas,
o que
te finges la que no eres creo
o que,
engañosa, mi temor adulas
o que,
si desmentiste
el
natural liviano en las mujeres,
trocando lo que fuiste por lo que eres,
por lo
que eres desprecias lo que fuiste;
porque
prodigio fuera
que en
ti perseverara
constancia que venciera,
firmeza
que triunfara,
y amor impersuasible,
que mujer y firmeza no es
posible.
Aun no ha pasado una
hora
que al
consagrado nudo
tu mano
aduladora
necesitarme pudo,
¡y tan
presto, inconstante,
desenlazarla intentas!
Olvidárasme amante.
Llorara
yo rigores y no afrentas;
pero
piadosa ingrata hubieras sido
si
agravios no aña dieras a tu olvido.
JUSEPA: (¿Crüel luego a mis males, Aparte
de la condesa esposo,
añadiste imposibles conjugales?
¡Ah,
cielos riguroso!
¿De qué
sirven industrias, trazas, medios
que en
vano Amor me advierte,
si
después de la muerte
salen
desesperados los remedios?)
Sacad luces, crïados.
Alumbren mis quimeras
resplandores,
pues ya desengañados
ardides
de mi amor, quieren rigores
quitarme en su venganza
aun el
frágil favor de la esperanza.
Salen BUÑOL y
ENGRACIA con luz
BUÑOL:
Engracia, ¡voces y a escuras!
Soplonizado nos han.
JUAN: ¡Marquesa!
JUSEPA:
Ingrato don Juan,
ya que
mi vida aventuras
con
la desesperación
del
hallarte enajenado,
ya que
imposibilitado
das a
mi muerte ocasión,
no
la des a la venganza;
que
esta noche, si resistes
a tu
enemigo, entre tristes
obsequian de mi esperanza
te
han de acabar. Esto es cierto.
Sal de
tan confuso abismo,
redímete tú a ti mismo,
viv[o]
ingrato y no fiel muerto.
Triunfe de mí mi enemiga,
y pues no medre quimeras,
suplan tus burlas mis veras.
Permite que al conde diga
que
a las coyundas unidos
del
tálamo soy tu esposa.
Dame la
mano engañosa,
estudia
afectos fingidos
que
al conde puedan templar,
para
que huyendo de aquí,
aunque,
ingrato, te perdí,
los dos
os podáis librar,
que
mientras que al conde aplaques,
yo estorbos allanaré.
Yo, don
Juan, trazas daré
para
que a tu esposa saques.
Testigos tienes aquí
cuando
la mano me des
que
atestiguarán después
la verdad.
¿Qué importa un "sí"
cuando dice el alma un "no"
que ha
de costarme la vida"
O
júzgame mi homicida
o libre
la tuya yo.
JUAN:
Marquesa, aun ansí rehuso
ofender
mi esposa bella.
BUÑOL: ¡Cuerpo
de Cristo con ella!
¡Miren
qué marido al uso!
Que may muchos que por mudar
ropa limpia en todas
partes
se desposan cada martes.
Sé
marido titular
pues
no nos cuesta dinero.
ENGRACIA: Señor,
¿por qué desestimas
remedios con que redimas,
burlando al conde severo,
tu
vida y la de tu esposa?
Testigos somos los dos
de este
engaño.
BUÑOL:
¡Aquí de Dios!
Esto de
morir, ¿es cosa
de sorber
huevos? Acaba.
Mira
que el infante llega.
JUAN:
Desesperado es quien niega
la fe
que tu amor alaba.
A
seguirte estoy dispuesto;
seráte
de hoy más, señora,
mi vida
eterna deudora
del
empleo en que la has puesto.
¡Oh,
quién dos almas tuviera
para
pagar con la una
de la
marquesa de Luna
la
piedad más verdadera
que
a historias dieron motivo!
JUSEPA: No hay
favor que satisfaga,
don
Juan, como el que sin paga
no está
atenido al recibo.
Salen el
ALCAIDE y doña ELENA
ALCAIDE: De
suerte os ama el infante
que,
aunque indignado, os permite
vuestra
casa. Solicite
brevemente vuestro amante
la
jornada prevenida,
que yo,
como os ofrecí,
cumpliré la fe que os di
aunque
aventure la vida.
Vase
ELENA: (No
alcanzo, confuso cielos Aparte
el fin
de mi suerte escasa.
Sacóme el
conde de casa
culpándome sus recelos,
¿y
restitúyeme agora,
cortés
y amante? ¡Ay de mí!
Algún engaño hay aquí
que en su ofensa el alma
ignora.
Pero, ¿no es aquél don Juan?
¿La
marquesa, no es aquélla?
¿Libre
en mi casa y con ella?
Ya mis
sospechas se van
convirtiendo certidumbres.)
JUSEPA: ¿De qué
sirve encarecerme
los que
confiesas deberme
para
aumentar pesadumbres?
No
excedas de agradecido;
que si
es mi vida la tuya,
cuando
te la restituya,
suficiente
paga ha sido
el
permitirme llamar,
del
modo que hemos trazado,
tu
esposa.
ELENA:
(¿Cómo? ¡Ay, cuidado! Aparte
¿Esto
venís a escuchar?
¿De doña Jusepa esposo
don
Juan, y que él lo confiesa?
¿Su
vida de la marquesa
deudora? Amor engañoso,
no
me permitáis más viva.
Salga
el alma por los labios.
Ponzoña
son los agravios.
A su
pena se aperciba
quien los engendra en mi pecho.
Muera y
mate mi dolor.)
Salen el
ALCAIDE, el CONDE y otros
ALCAIDE: Éste es
don Juan, gran señor.
CONDE: No
lograrás satisfecho,
ingrato, desconocido
a tu
lealtad, a tu ley,
a tu
patria, y a tu rey,
y al
favor que me has debido,
la
fuga con que confirmas
delitos
que disfrazaste,
y de tu
padre heredaste.
Tus papeles y tus firmas
disculparán la aspereza
con que el rigor te amenaza.
Mañana
verá en la plaza
este
corte tu cabeza.
JUSEPA:
Corta primero la mía,
si en
tanta severidad
pierde
el blasón la piedad
que en
ti mi esperanza fía.
Don
Juan, gran señor, se ofrece,
si tu
indignación mitigo,
a
desposarse conmigo.
Lo que
la envidia encarece
desmentirá de este modo.
No
salga con su interés
la
malicia. En estos pies
consiste mi amparo todo.
CONDE:
Alzad, señora, del suelo.
Discreto don Juan ha andado
en
valerse del sagrado
que en
vos imita al del cielo.
Daos las manos, que yo doy
por ellas su libertad.
Vuélvale vuestra beldad
a mi
gracia; que desde hoy
agravios pongo en olvido.
JUAN: Si
tanta suerte intereso
por
esta mano que beso,
feliz
mi desdicha ha sido.
En
ella mi suerte fía
mi seguridad.
Vala a dar la
mano y apartándosela doña
ELENA dice
ELENA:
¡Traidor!
¡Y tu
dios, mi fe, mi amor!
JUAN: ¡Esposa
del alma mía!
¿Vos
presente y yo inconstante?
¿Yo cobarde y vos leal?
Perdone el riesgo mortal
que
tiene el temor delante.
Perdone
el severo infante,
la
marquesa compasiva,
la
Fortuna ejecutiva,
las
plebeyas opiniones,
las
piadosas persuasiones,
que sin
vos quieren que viva.
Que,
puesto que la clemencia
de la
marquesa me nombra
su
esposo, no más que en sombra,
su
consorte en la apariencia;
sombra
en vuestra presencia
se
atreve a desposeeros
de los
derechos primeros
que el
tálamo pudo daros
ni aun
en sombra ha de agraviaros,
ni en
apariencia ofenderos.
Conde, en esta hermosa mano
Dásela
dos almas enlaza Amor
cuyo nudo es el honor,
cuyo imperio es soberano.
Desatarle será en vano
mientras conformes y unidas
sus coyundas no dividas.
Si a Alejandro has de
imitar,
y el romper es desatar,
rompe
el lazo a nuestras vidas.
Pero
si el rey te encomienda
su
imperio, y toda tu acción
consiste en la obligación
de que por
ti se defienda,
reino
es mi honor. No pretenda
ningún
tirano usuparle;
que
sabrá mi fe guardarle
y mi
valor defenderle.
¡Perderme por no perderle,
y morir por conservarle!
Saca la espada
y llévase a la CONDESA
CONDE: ¡Id
tras ellos! ¡Deteneldos!
¡Que un
hombre se atreva a tanto!
Vase
JUSEPA:
Encubridlos, cielo santo.
Noche oscura,
defendeldos.
BUÑOL: ¡Ah,
azadas toscas! ¡Oh, bieldos!
¡Oh, tasajos labradores!
Seguros de estos temores,
¿quién
fuera vuestro gañán?
JUSEPA: Líbrese, cielos, don Juan
y mátenme sus rigores.
FIN DEL SEGUNDO ACTO
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