Salen don JUAN
como preso, y don ALONSO
ALONSO:
Mándame que os sepulte
en esta
fortaleza
y, porque
mi piedad no dificulte
tan
desconforme acción a su grandeza,
le han
de dar dos testigos
fe de
que muerto os vieron.
No sabe
que los dos somos amigos,
y así
la infeliz noche que os prendieron
-- si
resuelto valiente, no advertido --
me
encargó vuestra guarda
y la
acepté gustoso, porque ha sido
acción
de la amistad, cuando es gallarda,
tomar por cuenta suya su suceso;
pues a
teneros otro que yo preso,
¿quién
duda que al infante obedeciera
y
ejecutor de vuestra muerte fuera?
En fin,
amigo, en tan preciso extremo
temo al
infante, daros muerte temo;
mas si
admitís la traza que aventuro,
vos
viviréis y yo estaré seguro.
Ved si
os parece cuerda
porque
os vos no os perdáis o no me pierda.
JUAN: Finezas habéis hecho
por mí tan ventajosas
que, dejándose atrás las
fabulosas
de los Damones, Pílades,
Zopiros,
admirarlas podré; mas no
serviros
de
suerte que a mi empeño satisfaga,
que al
primer beneficio nunca hay paga.
Pero,
si con mi muerte
sosiega
la fortuna tempestades
y la
enemiga suerte
templa en mi esposa bárbaras
crueldades
con que
el infante intenta
rendir
su honesta fe para mi afrenta,
¿no son medios mejores
que yo desdichas venza y vos temores?
Tiénenla sus crueldades
retirada,
de
estados y opinión desposeída,
y tan
necesitada
que aun
para lo forzoso de su vida
desea
la condesa
las sobras
de la más mediana mesa.
Sus
parientes, su misma sangre huye
ampararla, fingiendo aborrecerla;
que
como la atribuye
el
conde tanto insulto y, por torcerla
con la necesidad, muestra procesos
de
ilícitos excesos,
tiemblan manchas de honor prudentes
todos
como se le faltara al
poder modos
para
verificar cualquier quimera
contra sus enemigos,
y en las cortes el oro no supiera
las firmas falsear y los
testigos.
Muriendo yo, serenarán
los cielos,
volverá
a su opinión mi esposa bella,
casaráse con ella
el
conde sin estorbo de mis celos,
no
temerá mi honor que le desdoren.
Podrá
ser que me lloren
mis
mismos enemigos,
de mi
lealtad testigos,
puesto que el interés su pecho
abrase;
que no
hay rencor que del sepulcro pase.
ALONSO: La
desesperación es cobardía
indigna
del valor que el cielo os fía.
Yo he de afirmaros muerto.
Un primo y un hermano
tengo
aquí y sé de cierto
que
vituperan el rigor tirano
con que
el conde os persigue.
Siendo
mi sangre, pues, y ésta piadosa,
no es mucho que se obligue
a
fingir la tragedia lastimosa
de
vuestra muerte oculta.
Persuadiránle, pues, que aquí os sepulta,
en fe
de su prece[p]to,
la
noche, la obediencia y el secreto.
Mostrarémosle luego ensangrentados
los
tres vuestros vestidos.
Sosegará el recelo a sus cuidados,
y con
otros groseros y fingidos,
huyendo de las manos de la muerte,
tendrá
que agradecerme vuestra suerte.
O
resolveos en esto
o no os
agrvie que a mi noble trato
os
imagine ingrato.
JUAN: Segunda
vez por vos me engolfe, expuesto
al mar
de los peligros, que excusara
si en
el sepulcro los depositara,
porque
alargar la vida a un desdichado
no es piedad, es rigor disimulado.
Pero en efecto, amigo,
mi
gusto por el vuestro contradigo.
Muera
yo para todos,
viviré
para vos, para mi Elena.
Deberáos
los alivios de su pena.
ALONSO: Sí;
mas, don Juan, ya veis si el conde alcanza
que
estáis libre por mí que a su venganza
me
expongo.
JUAN:
Siempre anduvo recatado,
don Alonso, el Amor acompañado
de honor y de recelos
advertidos.
Perdedlos vos, y apercibid
vestidos
que deslumbren curiosas
atenciones,
pues sigo vuestras fieles
persuasiones
entretanto que llega
nuestro
rey; que me afirman que navega,
Cerdeña
sosegada,
a
Barcelona su triunfante armada;
que en
mi inocencia y su justicia espero
ardides
deshacer del conde fiero.
Vanse. Sale ENGRACIA llorando, que trae unas
almohadillas. Serán de flancas que se abren y las cubiertas
de tafetán o
raso negro y un azafata de labores curiosas y
doña ELENA en
hábito muy llano
ELENA: Yo,
mi Engracia, te agradezco
la
lástima y compasión
que
deben a tu afición
las
desdichas que padezco;
pero
a los ojos perdona
de tu
fe tantas señales,
que no son males los males
que Amor con gustos
sazona.
¿Ves
los temosos rigores
con que
el infante crüel
intenta
que de tropel
su
crueldad y mis temores
den con mi firmeza en tierra?
¿Las
culpas que a mi lealtad
levanta? ¿La falsedad
cohechada? ¿Que me destierra,
presa a vista de la corte,
porque
el tenerla presente
más mis
pesares aumente,
menos
mis ansias reporte?
¿Los
estados que me quita?
¿La
hacienda que enajenada,
y al
fiscoreal aplicada,
lo preciso me limita?
¿Parientes que se resuelven
en
usurparme mi estado,
que
para el que es desdichado
deudas
los deudos se vuelven?
¿El
extremo a que me humilla?
¿La
estrechez con que estoy presa,
pues
necesita mi mesa
socorros de la amohadilla?
Pues aumenten desleales
amenazas y rigores;
que cuanto fueren
mayores,
hay un
bien entre estos males
con
que endulzándose van,
sin que
igualen todos ellos
al
gusto de padecellos
doña
Elena por don Juan.
ENGRACIA: Yo,
que tus trabajos siento,
sin esa
ayuda de costa,
como
tengo más angosta
el alma
y el sufrimiento,
llevo
sin paciencia el ver
que si
no labra o dibuja
curiosidades tu aguja,
no
tenemos qué comer.
¿Condesa y necesitada
a que
nos compre una tienda,
lo que tu valor la venda,
de tus
deudos olvidada,
y
del conde perseguida?
ELENA: Así,
Engracia, haré mayor
la
alabanza de mi amor;
que,
puesto que encrecida
Penélope -- porque ausente
su
consorte, los veinte años
entretuvo con engaños
tanto
amante pretendiente --
como
no necesitaba
de la
tela que tejía,
Siéntase a
hacer labor
si de
noche deshacía
lo que
con el sol labraba,
no
fue mucha sutileza
--
cuando la necesidad
no
apretaba en su lealtad
cordeles de la pobreza --
la
de su ardid engañosa,
ni gran
cosa deshacella,
no
habiendo de comer de ella.
Dejóla
rica su esposo;
que
para obligarla basta
y
sobra. El milagro fuera
hallarla, cuando volviera,
perseguida, pobre y casta.
ENGRACIA: Para
todo hallas salida.
Celebre
el mundo tu amor.
Tus discursos y labor
te alivien entretendida.
Entretanto que llevo
ésta
a quien
medra en su barato,
habla
con ese retrato,
enamorada y honesta;
que
es solamente el caudal
que
escapó del conde infante.
Tenle
tú siempre delante
que no
hay bien para ti igual.
Sobre la puerta
esté un retrato de don JUAN
todo entero
Daréme toda la prisa
posible
para volver
a
aliñarte de comer;
que,
pues que el hambre guisa
manjares de sazón llenos,
y para
ella no hay pan malo,
si no
hallare otro regalo
los
duelos con pan son menos.
Vase. ELENA hace labor mirando a veces el retrato y
sale don JUAN,
de labrador, con capote de dos aldas y caperuza, en
cuerpo
JUAN:
(Deseo, en violencia tanta, Aparte
resistirme. Es por demás.
Los pasos que doy atrás
mi amor me los adelanta.
Mi
muerte se ha divulgado;
este traje me asegura.
Teme mi
corta ventura
si a la
noticia ha llegado
que
no vivo de mi esposa,
o que
se quite la vida
o que
pobre y perseguida
se rinda su fe animosa.
Asegurarla es mejor,
y
excusaré de esta suerte
o los
riesgos de su muerte,
o los
que teme mi honor.
Pero, ¡ay cielos! aquí está,
que no
exhalaran las flores
de esta
quinta los olores
que su
hermosura les da
a
faltarles su presencia.
Labrando está. Calidad
en que la honesta beldad
hace al
vivo resistencia.
Mi
muerte sin duda ignora,
porque
a saberla bordara
el
cambray desde la cara
con las
perlas que amor llora.
Niño dios, desde estas murtas
examinemos primores,
pues para ti no hay
favores
como
los que escondido hurtas.)
Al retrato
ELENA: Bien
mío, podreos decir
que si
os he de contemplar,
ni con
vos podré labrar,
ni sin
vos podré vivir.
Imposible es resistir
la
vista, en cuyos despojos,
olvidados mis enojos
y mis sentidos en calma,
se va la atención al
alma,
y ésta tras vos por los ojos.
Mirad, mi bien, que le
rigor
con las
armas del poder,
para
darme de comer,
me
ejecuta en la labor.
Por
conservar vuestro honor
es
sabroso este cuidado,...
Pícase un dedo
con la aguja y exprímese
la sangre
¡Ay, cielos! ¡Ay, dueño amado!
Hasta
mudos lisonjeros
me
venden tan caro el veros
que la
sangre me ha costado.
Presagio funesto ha sido.
¡Sangre,
amores, por miraros!
Sacaránla por sacaros
del
pecho en que habéis vivido.
Mas
démosle otro sentido
favorable a mis antojos
por
divertir mis enojos.
Digamos
contra mi miedo;
que a
veros se asoma al dedo
envidiosa de los ojos.
Han caído sobre
la labor dos gotas de sangre
Manché al cambray la pureza,
mas
juntos están mejor
con la
sangre de mi amor
lo
blanco de mi limpieza.
Armas
son de la fineza
que mi
amor conservar trata.
Viértala la suerte ingrata,
que no parecerán mal
dos
finezas de coral
en
campo honesto de plata.
Atarla quiero un listón;
Sácale de la
almohadilla negro y átasele
que si
a mi esposo ha buscado
más al
vivo retratado
le
tiene en mi corazón.
En la
común opinión
no
tiene Amor otra hacienda
que la
sangre en que se encienda
y, si sois
su aliento vos,
fineza
es que andéis los dos,
Amor y
sangre, con venda.
JUAN:
(¡Dichosas persecuciones Aparte
pues
compraron tan barato
las
glorias para un retrato
que envidian mis atenciones!
Volved otra vez, prisiones.
Medrará con vuestra
usura
experiencias mi ventura
ya
feliz, ya no crüel.)
Halla dentro de
la caja ELENA un papel cerrado
ELENA:
¡Válgame Dios! ¿Qué papel
turbar
mi quietud procura?
¡Ah,
Engracia! No es tan leal
la fe
que tu amor profes.
Lee
"A doña Elena, condesa...
--
¡Ah, cielos! -- ...de Belrosal..."
JUAN: (¡Qué
prevenido fiscal Aparte
de mis
gozos fue el recelo!
¡Qué
presto marchita el hielo
las
flores de mi esperanza!
¡Qué en
breve el mar en bonanza
se
empieza a turbar mi cielo!)
ELENA: No
habéis vos, papel, venido
a
patrocinar mi honor;
que indicios da de traidor
el
extranjero escondido.
Pero
habéis cuerdo escogido
el
sitio que aquí os oculta,
pues de
su hechura resulta
un
sepulcro y, si se advierte,
profeta
fue de su muerte
quien
en vida se sepulta.
Como
la víbora envuelta
en la
flor, que el hortelano
apenas
la vio en la mano
cuando
medroso la suelta,
ansí
asustada y resuelta
tiemblo
vuestra contagión.
No os
leerá mi turbación;
que
quien recela el engaño
y le
escucha, ya a su daño
da tácita
permisión.
Volad, llevadle en pedazos
a
vuestro autor la respuesta.
Arrójale en
cuatro pedazos
JUAN: (Hazaña
que es tan honesta Aparte
corónese con mis brazos.
Voy a darla mil abrazos.)
ELENA:
Pero,... inadvertencia mía,
más de
mí mi amor confía,
porque
hüír antes de ver
del
enemigo el poder
es
cupable cobardía.
Levántase y
coge los pedazos
JUAN:
(Detente, mi bien, no admitas Aparte
indicios que la honra teme,
pues
mancha, cuando no queme,
el
fuego que solicitas.)
Asiéntase
Palabras al aire escritas,
experimentad en mí;
que,
pues que audiencia os di,
soy de
la lealtad trasunto.
Los
rotos pedazos junto.
Junta los
pedazos sobre la almohada
JUAN: (¡Ah,
cielo!) Aparte
Lee
ELENA:
Y dicen ansí:
"En la muda oscuridad
de esta
noche sola estriba,
condesa, que don Juan viva
y vos cobréis libertad.
Feriadme vuestra beldad,
y
advertid que es sin provecho
querer
guardar en el pecho
el
honor que me resiste,
porque
éste sólo consiste
en el nombre y no en el
hecho."
Levántese
Mientes, torpe adulador,
que no
es virtud suficiente
la que
celebra la fente
si en
sí no tiene valor.
Hácele añicos y
arrójale
Hipócrita es el honor
que
temiendo al "qué dirán"
de la
opinión que le dan
inútil
crédito espera.
¿Qué
importa que don Juan muera,
si muere honrado don Juan?
Ya
mi sangre por primicias
he
consagrado a su fama;
que la
que aquí se derrama
ganó al honor las albricias.
A desvanecer malicias
me
lleva mi impulso honesto.
Responderé al descompuesto
infante
resoluciones
que
avergüencen persuasiones
de su
amor. Pero, ¿qué es esto?
JUAN: (Gente
ha entrado. Dilatemos Aparte
a
coyuntura mejor
el
manifestar, Amor,
de mi
gozo los extremos.
A la
noche volveremos,
donde
pague mi ventura
empeños de esta pintura,
mostrando su original
por una
Elena leal,
la
firmeza en la hermosura.)
Vase. Sale doña JUSEPA, de luto
JUSEPA:
Condesa, don Juan es muerto;
que piensa el conde engañoso
facilitarse esperanzas
quitándolas este estorbo.
Yo vi,
en su sangre bañados,
los vestidos generosos,
flores de un mayo apacible
que ya ha secado el
agosto.
Negará
el conde crueldades,
ofreciéndote a tu esposo
vivo y
libre; que pretende
este
cambio en tus oprobios.
Pero si de estos ardides
no sale
su engaño airoso,
cuando
viudeces te enluten,
está
prevenido de otros
que
burlen tus esperanzas,
prometiéndote, en retorno
de
posesiones presentes,
imposibles desposorios.
Alegará
que, ya libre
del
cautiverio amoroso
que
enajenó tus potencias
enlazo al
tálamo roto,
mejoras
con él de dueño,
asegurando los votos
que en
sus futuras coyundas
truequen tu pesar en gozos.
Ofreceráte la mano;
mas no, condesa, no ignoro
que en
la sangre de tu dueño
bañada
te cause asombros.
Los
escarmientos te enseñen
que el
deseo caviloso
vuela
en promesas de pluma
y cumple en plazos de plomo.
Ejemplo, casada, diste
a que
te celebren todos;
añade,
viuda, a tu fama
los
prodigios mauseolos.
No te
acobarden los riesgos
con que
aleves testimonios
se
oponen a tu inocencia,
pues
tiene el tiempo dos rostros,
y si te
asombra el horrible,
enseñandote el piadoso,
verás
que al fin la verdad
corre
al engaño rebozos.
No la
pobreza que pasas
te
precipite tampoco;
riquezas y estados tengo
dispuestos
a tu socorro.
Ídolo
de don Juan fuiste;
como
tal te reconozco.
Los
bienes de los difuntos,
plebeyos o generosos,
se
ponen en almoneda.
Imagina, pues, que compro,
en fe
que eres prenda suya,
su amor
en ti, y que transformo
en tu
pecho mis cuidados;
en él a don Juan adoro,
la casa en que está, la
prenda,
la joya
y el escritorio.
Ya se
nos descubre el puerto,
ya del
conjurado golfo
que
tanto te ha derrotado
la
playa nos muestra Apolo.
Si
hasta agora naufragste,
presto
darán penas fondo
en la
venganza que espero
del
rey, afable y piadoso.
Las
costas de Cataluña,
sosegado el alboroto
de los
sardos, nos le ofrecen
en sus
arenales rojos.
En
busca suya me parto.
¿No
creas que, si me postro
a sus
siempre invictos pies,
si en tu inocencia le informo,
si del
sangriento homicida
las
crueldades le propongo,
sus
desatinos le cuento
y sus
favores imploro,
que a
la sabrosa venganza
niegue
amparos, huya el rostro,
iras
temple, olvide insultos,
mire
ciego, escuche sordo?
Mañana
me parto a verle.
Alivia
este plazo corto
congojas
con el deseo,
que he
de vengarte si torno.
Y
adiós, amiga del alma,
que
este nombre nos es propio,
pues ya en desdichas iguales
tus mismas fortunas corro.
Vase [doña
JUSEPA. Habla doña ELENA]
al retrato
ELENA: No
extrañáis, caro inocente,
el
silencio que en mis ojos
niega
conductos al llanto
y al
tormento desahogos;
que penas que hallan salida
rompiendo al pesar estorbos
y, para
alivio del alma,
puedan
dilatarse al rostro.
No son
ansias, no son penas.
Aquel río,
sí es furioso,
que en
la estrechez de la madre
no se
divide en arroyos;
mortal,
sí, aquel sentimiento
que al
corazón busca sólo
y sin
derramar sus fuerzas,
asalta
su imperio angosto.
Lloren pesares pequeños,
en fe de que son tan flojos
que, desatándose en agua,
libran
la paga en sollozos;
que si es quinta esencia el llanto
de la
sangre que provoco
a la
venganza que intento,
y
desperdicio el socorro
que en
ella mi agravio espera,
¿de qué
suerte, caro esposo,
consegguiré sus afectos
si
inadvertida la arrojo?
Creyó
el aleve homicida
desanudar amorosos
lazos
que con verdes nudos
medró la hiedra en el olmo.
Cortó
sus ramas la muerte;
mas
permaneciendo el tronco
puesto
que seco y sin vida,
¿qué
importa, si éste es su apoyo?
No están
sujetas las almas
al
cuchillo riguroso,
ni a la
duración caduca
amor de
los cuerpos toscos.
Inseparable con ella
se
parte al clima remoto
donde eternice deleites
y el
pesar no asalte al gozo.
Mi
amor, malogrado mío,
como
accidente forzoso
del
alma que tras vos vuela,
os sigue a los dulces ocios
de la quietud que os
alista;
que
bien puede -- aunque no rotos
lazos
del cuerpo -- buscaros
en
éxtasis y en arrobos.
Vivo el
engaño os me ofrece,
del
conde tirano estorbo,
en
cambio de la torpeza
que le
ha despeñado loco.
Venzan engaños a engaños,
ardides triunfen de oprobios,
crueldades paguen crueldades,
agravios castiguen
monstruos.
A la torpeza me llama
con un
papel y con otro.
Las
ansias disimulando
que
dentro del alma escondo,
haré que
esta noche venga
a dar
motivo hazañoso
a los libros, a las plumas,
al escarmioento, al
asombro,
de que
no siempre ha postrado
al
humilde el poderoso,
el
engaño a la inocencia,
ni a la
honestidad el oro.
Porque
yo, prenda querida,
serviré
de ejemplo a todos
de que
no temen peligros
finezas con que os adoro.
Vase. Sale don JUAN cubriéndose la cara conn
el capote, y
BUÑOL que va tras él buscándole
el rostro
BUÑOL:
Hombre del diablo, ¿qué quieres.
que no
hay echarte de aquí?
¡Una hora
andando tras ti
y nunca
saber quién eres!
Sombra, trasgo, labrador,
mirémonos por su tanda,
que
parece que se te anda
la
cabeza alrededor.
Buscándole la
cara por los hombros
Habla siquiera tantico.
detente, que me enloqueces.
¡Vive
el cielo! Que pareces
remate
del villancico:
"Linda aplicación te di,
pues tus plantas nunca
quedas:
Hollando las flores,
cruzando veredas,
corriendo y saltando
de aquí para allí,
enturbian las fuentes,
inquietan las ramas,
tras por acá, mas tras por aquí;
y las hojas de las retamas
parecen estrellas
que
imitan las llama
y cantan
al alba
su
quiquiriquí:
tras por acá, mas tras por
aquí."
Vete, ya que no te he
visto,
pues
que la puerta te muestro.
éntrase por las
piernas y saca el rostro
BUÑOL por entre
ellas, dscubriendo el de don JUAN
Ésta es
treta de maestro.
¡Cogido
os he, vive Cristo!
¡Don
Juan! ¡Señor de mi vida!
Pues,
¿tú con Buñol crüel,
en la
lealtad lebrel?
¿Es
ésta paga debida
a lo
que por ti he llorado?
¿Tú
escrupuloso conmigo?
JUAN: Téngote
por mi enemigo.
BUÑOL: Será
por verme crïado
de
quien debo aborrecer,
pero
fineza fue mía
servirte de doble espía,
y tal
vez de entretener
resoluciones violentas
del
conde descaminado.
JUAN: Poco
sirvió tu cuidado
pues no
reprimiste afrentas
que
algún doméstico vil
contra
mi honor solicita.
BUÑOL:
Engracia al conde visita,
y su
interés feminil
me
ocasiona a maliciar
el
"plegue a Dios" de la aldea,
con lo
de "orégano sea."
Pues
tanto salir y entrar,
volviendo a la luz la espalda,
y
oliendo el poste primero,
como
gozque forastero
entre
perrillos de falda,
darme un mantazo en los ojos
y
andarse cuchicheando
con el
infante, buscando
rincones, son trampantojos.
Anoche estuvo con él
y no sé
lo que la dio;
que
hasta el amnto se rio
al
despedirse.
JUAN:
Un papel,
contra su lealtad Bellido,
contra
mi quietud Sinón.
En fin,
con tanta atención,
¿se te
ha, Buñol, escondido
la
muerte que don Alonso
afirme de mí al infante?
BUÑOL: Vivas
más que un elefante,
sin
agüeros de un responso.
Algún ardid provechoso
te dio
libertad y vida.
No es
bien que agora te pida
cuenta de él, porque es forzoso
que
el sol que se nos desmaya
con la
noche traiga al conde.
Por
esas matas te esconde;
volveré
cuando se vaya.
JUAN: Dame
esa capa y espada;
Dásela[s] con
el sombrero
que,
puesto que mi obediencia
por
señor le reverencia
y en él
tengo retratada
la
person de mi rey
pues gobierna en su lugar,
defender y respetar
me mandan mi honor y ley.
BUÑOL: Bien pueden compadecerse
esas dos cosas, mas mira...
JUAN: La
lealtad templa la ira,
y el
honor saber valerse
de
su derecho y acción.
Yo
procuraré cumplir
con uno
y otro, o morir.
BUÑOL: Si lo
estás en su opinión,
como
afirmas, no ocasiones
que le
estés con certidumbre.
JUAN: No teme
amor.
BUÑOL:
Dios te alumbre
en los
riesgos que te pones.
Voyle a esperar a la puerta.
Los biombos de estas ramas,
ya romeros, ya retamas,
te
encubran; que, pues despierta
la
noche y el sol se duerme,
no
puede el conde tardar.
(¡Maretas,
y yo en el mar! Aparte
Un dedo
estoy de perderme.)
Vase. Sale ENGRACIA
ENGRACIA:
Amor, si al conde has traído,
y en
prueba de que eres dios
le
avisaste por los dos
de
imposibles que ha vencido,
su
amor queda satisfecho,
y con
no más que una acción
libro a
don Juan de prisión,
a su
Elena del estrecho
en que está, y yo medro albricias
que el
pie me saquen del lodo,
luego
serán para todo
provechosas mis malicias.
Pero, ¡ay cielos! ¿Quién se
esconde
aquí? ¿Si acaso me oyó?
[Don JUAN]
rebozado. Detiénela
JUAN: No
temas, Engracia.
ENGRACIA: ¿No?
Pues,
¿quién sois vos?
JUAN: Soy el conde.
ENGRACIA:
¿Conde, y no más? ¿Sin abrazos?
¿No
habéis vos dichas oído
que mi
gozo inadvertido
desperdició? Acorto plazos.
Conde, no hay artillería,
sacre,
esmeril, escopeta,
que en
una mujer discreta
allanen
la batería
como
un papel sazonado,
que
vuela por lo ligero,
mueve
por lo lisongero,
hechiza por lo estudiado,
y
por lo amoroso abrasa.
Poco
las palabras valen;
que por
donde entran se salen,
y un
papel se queda en casa
que
repite la lección,
y sin
perdonar al sueño,
patrocinando a su dueño,
facilita la ocasión.
Más
pudo vuestro papel
que
promesas, amenazas,
blanduras, rigores, trazas;
pues mi
señora por él
os
llama, os quiere, os admite,
y
puesto que no os escriba,
por ser
yo respuesta viva,
franca
la puerta os permite
donde, obligándoos galán,
en fe
de lo que os estima,
con sus
desgracias redima
la vida
de su don Juan.
Ya
conocéis su recato.
A
escuras, conde, os espera;
que la
luz es bachillera.
Entrad
sólo de aquí a un rato,
y gozad, pues os le ofrece,
de las sombras el
sosiego;
que como el Amor es ciego
las tinieblas apetece.
Vase
JUAN: ¡Válgame Dios! ¿Qué he escuchado?
¿Qué me
ha dicho esta mujer?
¿Arrojaráse a creer
imposibles mi cuidado?
¿Tan
cerca, honor lastimado,
puede
en la belleza andar
el
querer del desdeñar?
¿Del
negar el permitir?
¿Que
sea el fin del pedir
principio del otorgar?
¿Al
conde? ¡Cielo! ¿Al infante,
quien
para vengarse de él
mil
piezas hizo el papel
que
admiró su fe constante?
¿En una
hora, en un instante,
desdén
y consentimiento,
amor y
aborrecimiento,
facilidad y firmeza?
¿Tendrán tanta ligereza
el ave,
la pluma, el viento?
¿Qué importó romper razones
por no obligarse a creellas
si después, para leellas
volvió a juntar sus renglones?
¡Qué de necias presunciones
al honor han despeñado!
Leyóle, y como el cuidado
no dio
crédito al temor,
rasgó
honesta el borrador
y torpe
guardó el traslado.
Intolerable pensión
del
tálamo Amor recibe,
¡válgame el cielo!, que escribe
en
sueños nuestra opinión.
Sueños
las mujeres son.
¿La
primera no se cría
entre
sueños? ¿No dormía
entonces su esposo y dueño?
Luego,
si no es más que un sueño,
loco es quien en sueños fía.
Salen el CONDE
y don ALONSO
CONDE: En
el alma me pesa
de mi
resolución y vuestra priesa.
Mandéos
darle muerte;
mas no
os creí de modo ejecutivo
que,
presuroso en malograr su suerte,
muerto
me asombre quien me ofende vivo.
Vos fuistes, en efe[c]to
más fiel que yo quisiera a mi
prece[p]to.
ALONSO: Gran
señor, el deseo
que
tuve de agradaros...
CONDE: Déboos
esa fineza, ya lo veo;
desempeñarme pienso con honraros
cual
merecéis. Llegó mi piedad tarde.
Andad
con Dios.
ALONSO:
Mil años Él os guarde.
Vase
CONDE: ¡Ah,
joven malogrado!
Mi amor
desbaratado,
báarbaro jardinero,
cortó las flores de abril primero.
¡Oh, si
como el poder las vidas quita
pudiera
restaurarlas!
El
cielo para el bien nos le limita
y nos
deja el pesar para llorarlas.
¡Pluguiera a Dios me hiciera el
desengaño
poderoso en el bien como en el daño!
Diviértase mi pena
con la
tiniebla oscura
que,
propicia a mi amor, torcer procura
el
rigor invencible de mi Elena.
En
busca voy de Engracia.
Si me
promete mi papel su gracia,
de puro
amante loco,
poco
premio es mi estado, el reino es poco.
Vase
JUAN: A mi
deshonra acude.
¡Qué
fácilmente darle muerte pude!
¡Que de
ello a mi respeto me he debido!
A mí
mismo me estoy agradecido.
Vamos,
honor, a averiguar quimeras;
que aun
dudo si las sueño.
No
morirá el infante, que es mi dueño;
yo sí,
pesares moriré de veras,
ya que
lo estoy fingido,
si es
verdad que mi esposa me ha ofendido
y
estima en más mi vida que su fama,
que no
teme morir quien su honor ama.
Vase. Sale doña ELENA de luto, como de noche,
con una pistola
ELENA:
Simbolizan los horrores
de esta
negra oscuridad
con la
viuda soledad
de mis difuntos amores.
Vístanse de mis colores,
pues unos y otros mortales,
a imitación de mis males,
iguala
una misma suerte
las
tinieblas y la muerte
que a
todos nos hace iguales.
De
las dos valerme entiendo
porque,
injurias castigando,
muera
contenta matando,
pues ya viviré muriendo.
Al
descuido está durmiendo;
despierte en mí mi cuidado.
Veréis,
dueño malogrado,
que ni
amor sabe temer
ni es
poderoso el poder
si
apura desmasïado.
Salen BUÑOL y
don JUAN
BUÑOL: Esta
sala es la que habita
y
aquélla en la que reposa;
su
oscuridad temerosa
verla
te imposibilita.
Guiándote voy a tiene;
que de
las veces que entré
de
memoria el sitio sé.
Refrena
tu sentimiento,
por
Dios, y hacia aquí te esconde.
Sabré
si vino el infante,
y
avisaréte al instante.
Vase
ELENA: ¡Oh, si
ya llegase el conde!
JUAN:
¡Vida el cielo! Que le
aguarda
y que
su amor impaciente,
olvidado de mí, siente
siglos
las horas que tarda.
¡Oh,
indicios averiguados!
No
imaginé yo creeros,
mas
para ser verdaderos
bastaba
ser desdichados.
No
por darme libertad
atropella obligaciones
quien
de breves dilaciones
se
queja a la oscuridad.
Solamente en su firmeza
se
conservaba mi vida.
Muramos,
está perdida,
ella y
yo, pues no hay belleza
que
se resista constante.
ELENA: (Parece
que habla entre sí Aparte
no sé
quién. ¿Si conseguí
mi
esperanza?) ¿Es el infante?
Llégase y don
JUAN disimula la voz
JUAN: Soy
quien, como acostumbrado
a
desprecios y rigores,
incrédulo a los favores
que
Amor me ha facilitado,
admirando lo que escucho,
dudo de
lo que no veo.
ELENA: Imitáis
a mi deseo;
que os
juro, conde, que ha mucho
que
trazaba esta ocasión,
puesto
que el vivir mi esposo
sirvió
de estorbo forzoso
que
enfrenó su ejecución.
Mas,
pues ya le goza el cielo,
y vos,
por librarme de él,
de puro
amante crüel,
aseguráis
mi recelo,
dueño de mi libertad,
despondré de ella y de mí.
JUAN: Luego,
¿ya sabéis que abrí
puerta
a mi felicidad
con
su muerte?
ELENA: En sus despojos
me enseñaron mal vertida
la sangre que el
homicida,
poniéndomela a los ojos,
quiso que en exceso tanto
mi
pesar la costa hiciese
porque
por ellos vertiese
su
sangre el alma en mi llanto.
JUAN: (Don
Alonso fue, sin duda, Aparte
quien,
sin permisión del conde,
experimentó hasta donde
llegó
su fe, y si se muda
viuda quien ejemplo ha sido
de la
virtud desposada.)
Todo
esto, condesa amada,
puede
un amor atrevido
que llevaba mal el veros
empleada en desiguales
coyundas, cuando las reales
recelan el mereceros,
puesto que, amándole
tanto,
admiro
el que os consoléis
tan
presto.
ELENA:
Vos sólo hacéis
oposición a mi llanto,
porque es de suerte el deseo
que me
llama a esta ocasión,
y tal
la satisfacción
que he
de sacar de este empleo
que,
a pesar de mis desvelos,
estimo
el aseguraros
tanto,
que aun no quiero daros,
llorando a un difunto, celos.
JUAN: Extremos de tanto amor
no con
palabras presumen...
(¡Ah,
cielos! Que me consumen Aparte
las
ansias de mi dolor.)
...mis dichas satsifacerlos.
Dadme
de esposa la mano.
ELENA: (Para
vengarme, tirano, Aparte
no para
corresponderlos.)
Está
la diestra impedida
que, en
efecto, se la di
a don Juan y le admití
por dueño en ella; y no ovlida,
aunque difunto, la fe
de su
amor, puesto que en vano,
y
estando viuda esta mano,
no es
fineza que os la dé.
Ésta
otra sí, que más cuerda
excusó
esa obligación,
y el
lado del corazón
la
autoriza, aunque es la izquierda;
que
hasta en esto me debéis
primores
que Amor procura.
JUAN: (¡Ah,
aleve! ¡Ah, ingrata! ¡Ah, perjura!) Aparte
¿Qué
andáis buscando? ¿Qué hacéis?
ELENA: El
pecho la mano os toca
recelosa, y con razón;
que no
afirma el corazón
lo que
publica la boca;
que
juzgo en vos muy distante
el alma
de vuestros labios.
JUAN: (Vengad, honor, mis agravios.) Aparte
ELENA: (Muera, honor, el cruel infante.) Aparte
Tiéntale
[ELENA] con la mano izquierda el
pecho y
apúntale con la derecha la pistola.
Quiere
disparársela y
don JUAN saca la daga para darle con ella, y
sale BUÑOL con
luz
BUÑOL: El
conde ha venido ya.
¿Si con
don Juan ha encontrado?
ELENA:
¡Jesús! ¡Difunto adorado!
¡Feliz
muerte en vuestros bra...!
Cae desamayada en los brazos de don
JUAN
BUÑOL:
"Brazos" pronunciar quería
y el "zos," del demayo
fiero,
quedósele en el tintero.
JUAN: ¡Ay,
prenda del alma mía!
¡Qué costosos desengaños
mis sospechas aseguran!
¡Qué presto eclipsar
procuran
felicidades mis daños.
Si
murió, ¿qué es lo que espera
mi
necia averiguación?
BUÑOL: ¿La
pistola al corazón?
¡Oh,
inclemente epistolera!
Mira que el conde está en casa.
Peligros, cuerdo, resuelve.
JUAN: Ven y
alumbra, que si vuelve
mi bien
en sí, ¡ay, suerte escasa!,
en
albricias de su vida,
gozoso
permitiré
que el
conde muerte me dé.
BUÑOL:
Borremos esa partida
y en
esta cuadra te encierra
donde
acostumbra a dormir,
que
esto, señor, de morir
huele a
"¡puf!" y sabe a tierra.
Vanse y llévale
desmayada y salen ENGRACIA con
luz, y el CONDE
ENGRACIA:
Hasta aquí, señor infante,
se
extiende todo el distrito
de mi
solícita agencia;
ese otro
está a vuestro arbitrio.
Sangre
real os ennoblece.
¿Quién
duda que en el archivo
de
vuestro pecho se esconda
este
piadoso delito?
logradle, y quedaos con Dios.
Vase y deja la
luz sobre un bufete
CONDE: Hicieron mis desatinos
inútiles mis promesas;
mal la daré a don Juan
vivo
si le
sepulta mi engaño.
Pero ya
es usado estilo
en
imposibles como éste
jurarlos y no cumplirlos.
Consiga
yo mi esperanza;
que, si
las suyas marchito,
consolaráse con otras;
que el tiempo amansa suspiros.
Guïad vos, Amor, mis pasos.
Quiere entrar y
detiénese viendo sobre la
puerta el
retrato de don JUAN
¿Qué
cuadro es éste que he visto
que
está guardándola el sueño?
La imagen de don Juan miro
valientemente copiada.
¡Ah,
joven inadvertido!
Competísteme soberbio,
despeñastete a ti mismo.
¿Qué
esperabas, confïado
en el
liviano presidio
de una
mujer que juzgaste
inexpugnable a los tiros
del
poder en la pobreza?
Resistiránse al principio
ímpetus
de honor franceses
que, al
cabo, mueran vencidos.
Vivo te
juzga y te agravia
que, en
efecto, siempre ha sido
la
mejor mujer, mujer,
y el
más firme vidrio, vidrio.
No estorbarás más mi intento.
Va a entrar y
cae el retrato ajustándose con
la puerta
¡Válgame Dios! Ofendido
en
estatua, por la honra
vuelve
el pintado del vivo.
Ajustóse con la puerta
de
suerte, ¡extraño prodigio!,
que
parece consultado
lo que
sólo fue fortuito.
¡Qué
valiente es la razón!
¡Qué
pusilánime el vicio!
¡Qué independiente el imperio
del
tálamo en su dominio!
¿Hay
valor que se le atreva?
¿Cuál
"yo el rey" fue tan temido
como
"yo el dueño y esposo?"
Mas es blasón más antiguo
y debe reconocerse,
pues tuvo a Dios por
ministro,
y el
primer progenitor
antes
que rey fue marido.
¡Por
Dios, que le estoy temblando;
cobarde
su copia miro!
¿Qué
hiciera en mí el verdadero
cuando
me asombra el fingido?
Respetemos su presencia,
Quítase el
sombrero
deseos
inadvertidos,
porque un
esposo, aun en sombra,
de
veneración es digno.
Esta
otra puerta está franca,
ciego
Amor, por ella os sigo.
Desmientan atrevimientos
lo que
malogran hechizos.
Esté en la otra
puerta don JUAN, con la espada
desnuda, la
punta al suelo, en cuerpo y sin moverse
¡Válgame el cielo piadoso!
¡Jesús
mil veces! ¿Qué he visto?
O desatina mi idea
o mis
ciegos descaminos
para
alumbrar escarmientos,
despeñandose conmigo,
ejecutor de mi muerte,
me
oponen al que he ofendido.
¡Allí don Juan retratado!
¡Aquí,
cielos, don Juan vivo!
¿Dos
esposos en dos puertas
y en entrambas dos el mismo?
Hasta los sepulcros se abren,
adelantándose avisos,
¿y yo,rebelde a los cielos,
buscando mi precipicio?
Éntrase don
JUAN
¡No,
desengaños piadosos;
no,
descompuestos sentidos;
no,
aduladores deseos;
no,
pensamientos lascivos!
Llamando a
voces
¡Condes, Engracia, crïados!
Salen el
ALCAIDE y don ALONSO
ALCAIDE:
Infante, y el rey ha venido
en
secreto y a la posta,
tan indignado contigo
que
peligra tu cabeza
porque
le han encarecido
los
deudos de los que agravia,
apadrinados de amigos,
el
estado en que los tienes.
CONDE: No es
el primero tu aviso;
las
pinturas me lo han dado,
los
difuntos me lo han dicho.
Cegáronme amor y celos;
del
real perdón soy indigno.
Crüel será
su piedad
si es
en mi muerte remiso.
Al retrato
¡Ah,
malogrado inocente,
por
honrado perseguido,
por
buen amante mal muerto!
¡Qué
tarde, cielos, que vino
la
piedad tras la venganza,
el
pesar tras el delito.
ALONSO: No tan
tarde, gran señor,
que si
con él te mitigo,
no
venga a echarse a tus pies
seguro,
gozoso, y vivo.
Fingí
su muerte, piadoso.
CONDE: ¿Qué
dices, Alonso amigo?
Deberéte, si eso es cierto,
el alma
que fiel te rindo.
Salen de gala y de las manos doña
ELENA y don
JUAN. Salen de gala doña JUSEPA, ENGRACIA y BUÑOL
JUAN: Las nuestras, oh, heroico infante,
tendrán desde hoy más
alivio
en tu amparo generoso.
CONDE: Todas
mis venturas cifro
en estos
brazos que os doy.
De
patrones necesito
que
enojos del rey aplaquen.
En vuestras manos, benigno,
dejaré justos agravios.
JUAN: Verán en ellas cumplidos
sus gozos, nuestros deseos;
que les
faltaba el arrimo
de tal
dueño, tal señor,
tal
príncipe, en quien el siglo
presente venera a un nieto
del
monarca más invicto
que
conoció nuestra España.
JUSEPA: Yo, don Juan, que he merecido
veros libre de naufragios
crüeles, cuanto prolijos,
para
hacer mayor la fama
de mi
amor constante y limpio,
contenta con sus memorias,
no
casarme determino,
porque hereden mis estados
mis hermanos y sobrinos.
Y al conde le doy mil
gracias,
pues,
venciéndose a sí mismo,
generoso os favorece
si os
persiguió competido.
Postraréme a los pies reales
en fe
de que en ellos fío
clemencias
en vuestro abono.
BUÑOL: ¿Y
habremos comedia visto
que no
acaba en casamientos?
ENGRACIA: ¿Luego,
no piensas conmigo
celebrarlos?
BUÑOL:
Ni por pienso.
ENGRACIA: Pues, ¿por qué causa, atrevido?
BUÑOL: Porque
pueda rematarse,
sin
curas y sin padrinos,
una
comedia soltera.
ENGRACIA:
Deseábalo infinito.
JUAN: Senado,
el perfecto amor
no sabe temer peligros.
FIN DE LA COMEDIA
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