Salen ULISES,
TELÉMACO, niño, y
NICANDRO, griego
ULISES:
Nunca al tálamo justo,
coyundas de Himeneo,
de Peleo y de Tetis enlazaras
con la cerviz el gusto;
ya que
dio a Peleo
la mano
Tetis, nunca convidaras
los
dioses, ni injuriaras
la discordia traviesa,
cuya
manzana de oro
ponzoña
dio en tesoro
e
infausta sobremesa
a la
ocasión tirana
si
hechiza a toda Grecia una manzana.
Nunca
fuera piadosa
con el
pastor tirano
la osa
tributaria de sus pechos,
o ya
que de una osa
mamó el
licor villano,
pues al
monstruo cosario pagó pechos
nunca
de él satisfechos,
árbitro
juez le hicieran
competidores ojos,
ocasionando enojos,
que tal
venganza esperan,
si yo
llevo la pena,
la
gloria Venus y la culpa Elena.
¡Ay Penélope bella¡
¡Ay hijo amado mío!
Mitades de mi vida; en mi
tormento,
estorbos atropella
de amor
el señorío
cuando
a la honra obliga el juramento.
Contra el pastor violento
todos
los griegos reyes
juraron
la venganza
de
Menelao, y alcanza
el
rigor de sus leyes
a mi
quietud sabrosa
seguro
con tal hijo y tal esposa.
El
parche vengativo
a
vuestro Ulises llama,
detiene
amor y el juramiento aprieta,
si no
me parto vivo
con
riesgo de mi fama
al qué
dirán del vulgo vil sujeta;
si me
parto, es profeta
el alma
de los daños
que en
esta ausencia temo;
y entre
uno y otro extremo,
miedos
y desengaños
confusa
traen mi vida
partida
entre el sosiego y la partida.
El
honor me aconseja
que no
pierdan los ojos
de
vista esposa que apetecen tantos,
y el
mismo honor no deja
que, asegurando
enojos,
tímido
quiebre juramentos santos;
encuéntranselos llantos
de
obligación y ausencia;
aquélla
me da prisa,
y ésta
mi muerte avisa;
¿qué
hará, pues, mi paciencia
sin una
y otra joya,
de tres
almas en Grecia, un cuerpo en Troya?
NICANDRO: De
dos forzosos daños,
el
menos peligroso
escoge
el sabio que el peligro mide;
A tus maduros años,
Ulises generoso,
consultando el menor,
consejos pide.
Si el
alma se divide
partiéndote de Grecia
en las prendas que adoras
y contando las horas
que la quietud desprecia,
Penélope está enferma,
¿por
qué querrás dejar tu patria yerma?
Procure el injuriado
vengar
agravios suyos,
y de
Elena castigue la mudanza,
que no
por su cuidado
es bien
crecer los tuyos
y a tu
esposa olvidar por su venganza.
Si tu
experiencia alcanza
los
daños que recuerdas,
¿será
prudente cosa
por que
él cobre a su esposa
que tú
la tuya pierdas?
¿Y que
en demanda ajena
a
Penélope dejes por Elena?
TELÉMACO:
Padre, no se me ausente,
que
está mi madre mala
y se
nos morirá si la desprecia;
si mis
suspiros siente
y el
tierno amor iguala
a la
hermosura y caridad de Grecia,
¿no
será cosa recia
que tal
esposa e hijo
por
ausentarse olvide?
Mi
madre esto le pide,
y si se
va, me dijo
que no
esperase, padre,
gozar
una hora más viva a mi madre.
Pues
si ella se me muere
y el
padre se me ausenta,
huérfano de los dos, ¿de mí qué aguarda?
Quédese
en casa -- ¿quiere? --
Tendrála a ella contenta
y a mí
seguro en su amorosa guarda;
advierta que si tarda
de
asegurar temores
dos
vidas atropella,
pues
muerto yo con ella,
aumentaré dolores
diciendo en la otra vida
que de
su esposa e hijo fue homicida.
ULISES: ¡Ay,
Telémaco mío!
Persuasivo, elocuente,
anegarme en tu tierno llanto puedes;
cada
perla es un río
que en
líquida corriente
a las
del Nilo en eficacia excedes.
Ya
viene Palamedes
a
llamarme perjuro
si el
juramento santo
que al
cielo hice quebranto;
no está
mi amor seguro
si
niego mi partida,
ni si me parto lo estará mi vida.
Pero
si el Amor fuerza
y el
juramento obliga,
venza el Amor, pues es mayor su
exceso;
¿qué fuerza hay que a su
fuerza
resista, sin que siga
yugo
inmortal que a tanto dios ha preso?
Quíteme
amor el seso
y no me
quite ahora
mi
esposa por la ajena;
robó
Paris a Elena,
si
Menelao la adora,
réstame su hermosura,
que no
hay obligación donde hay locura.
Llévase el niño y vase. Salen
PALAMEDES y PELORO
PALAMEDES: No
queda en Grecia señor
que no
parta contra Troya,
y esta
acción sólo se apoya
en el ingenio y valor
de Ulises, pues sus ardides,
si a sabios se ha de
creer,
de más provecho han de ser
que las hazañas de Alcides.
Juró defender a Elena
con los
demás en la ley,
que
Tíndaro, griego rey,
si no
la cumplen, condena.
Robóla Paris. Si intenta
Ulises
buscar ahora
excusas
por ver que llora
Penélope, de su afrenta
serán los dioses testigos;
pues sus aras menosprecia,
y a los príncipes de Grecia
tendrá por sus enemigos.
El
ejército me envía
por él.
PELORO:
Amor, que es más fuerte,
y a las
puertas de la muerte
con
Penélope porfía,
o
acabarla, u obligar
a que
su esposa se quede,
en tal
juramento puede
justamente dispensar.
NICANDRO:
Dejar sola tal mujer
ni es
amor ni es fortaleza,
tiraniza a la belleza,
ya la
ausencia, ya el poder.
Y si
uno y otro se junta
y
tantos la han pretendido,
siendo
madre del olvido
la
ausencia, llore difunta
su
honra, Ulises ausente.
PALAMEDES:
Penélope es la más casta
de toda
Grecia.
PELORO: No basta
ese
valor excelente
para
el recelo que lleva,
ni
puede discreto ser,
siendo
vidrio la mujer,
quién
con la ausencia la prueba.
Según esto, no os espante,
viendo
que a la muerte está,
si
Ulises con vos no va.
PALAMEDES: Menos
valiente es que amante;
pero
yo no he de ir sin él
o ha de
quedar por perjuro,
pues la
victoria aventuro
que
tengo cierta por él.
Sale ULISES medio desnudo y loco
ULISES: Toquen las cajas aprisa,
y pues Grecia a Troya
pasa,
abrase
Ulises su casa.
¿Hércules está en camisa?
Deyanira le pegó
la
ponzoña del Centauro.
Creta
encierre el Minotauro,
que
Pasifé le parió;
pobre Minos, ¿qué dolor
de
cabeza os atormenta?
El marido que se ausenta
eche en
remojo su honor.
Toro
se llama la cama
del
matrimonio en latín,
etimología ruín
sacará
de ella la fama,
díganlo los adivinos,
mientras yo mi ausencia lloro,
¿la
Pasifé con el toro
y sin
azotarla Minos?
¡Oh,
bellaco! ¿De malicia
qué
laberintos trazáis
y a mí a Troya me enviáis?
¡Malos años! ¿No hay justicia?
PALAMEDES: ¿Qué
es esto?
NICANDRO: Ulises sin seso,
que a
no perderle, no fuera
tan
discreto, ni quisiera
su
esposa en tanto exceso.
PELORO: Deja
la mayor belleza
que
enamoró al dios rapaz
el
reino que goza en paz
y un
hijo de su riqueza
y
discreción heredero;
pártese
a ajenas venganzas,
el
honor teme mudanzas
y Amor
desnudo el acero.
Quien ama cuerdo, ama poco;
ama
mucho y loco está.
PALAMEDES: Cobarde
temor será
y
engaño el fingirse loco.
Ya Grecia tiene experiencia
de sus
astucias, malicia
es toda.
ULISES pregona y azótase
ULISES:
Ésta es la justicia
que
manda hacer el ausencia
a un
recién casado -- Dale.
¡Oh,
cómo escuece el traidor! --
que se
ausenta de su honor
y de su
casa se sale.
¡Qué
indigenta está la penca!
Gran
delito debe ser
dejar a
propia mujer
por
otra mujer mostrenca.
Libros hay de ejemplos llenos,
donde
leerá el que los trata
que es
un asno el que se mata
cual yo por duelos ajenos.
Por Dios que estábamos buenos
dejándonos en los nidos
los pajaricos perdidos
en uñas del gavilán.
El refrán
diga que a muertos y a
idos
no hay amigos, mas yo trueco
-- perdóneme
Dios si peco --
a estos
versos los sentidos,
y
entendidos,
rezan
con causa mayor
que el
honor
canta,
que a muertos y a idos
no hay
maridos,
no hay
maridos, que es peor.
Pues si
entre ausencias y olvidos
de la
honra no hay noticia,
y de
milicia
a
malicia va tan poco,
¿quién
se parte a la milicia?
¿Ausencia necia
a mí
sacarme de Grecia?
¡Malos años! ¡No hay justicia!
NICANDRO: ¿Hay
lástima semejante?
ULISES: ¿Yo,
entre cajas y pendones,
marido
de comisiones?
Vaya la mujer delante,
llore y
cante
como
cuerdo y como loco
quien
tiene su honor en poco,
que yo,
entre él llanto y la risa,
ni
tengo espacio ni prisa.
Menelao
su enojo aplaque
y
vengue su badulaque,
porque,
cual dijo mi abuela,
a quien
le duele la muela,
la
muela, que se la saque;
o si no
yo iré a la guerra,
como no
quede en mi tierra
hombre
que amando negocia;
que yo
ausentarme no quiero
si no
los llevan primero
a todos
a Capaocia.
¿Penelopica en Escocia?
¿Yo sin
Penelopica?
¡Fuego
de Dios, cómo pica!
Ella
hilando, otros urdiendo,
y amor
la trama tejiendo
en
mohatras la avaricia
conquistando la codicia.
¿Pasifé
abrazando al toro
y Venus
al monstruo de oro?
!Malos años! ¡No hay justicia!
PELORO:
¡Desgracia, por Dios, extraña!
NICANDRO: Notable
fuerza de Amor.
ULISES: De alfeñique es el honor
y la mujer es de caña,
si a
Paris Elena engaña
llévese
él la penitencia.
¿Comílo yo? ¿Hay tal sentencia?
Mandar pagar sus amores
justos hoy por pecadores.
Donosa es, por Dios, la
maula,
metiérala en una jaula,
o
colgarásela al cuello,
que yo
-- si quieren sabello --
loco,
mas no mentecato,
no dejo
la carne al gato
ni a
los osos la colmena;
si Elena es mala o es buena
allá se
lo haya;
si se
fue a holgar a la playa
tómeselo que la vino,
que el
borracho junto al vino
dirá la
jurispericia
que es
malicia.
Lo que
el Troyano comió
¿quieren que lo escote yo?
¡Malos años! ¡No hay justicia!
Vase ULISES
NICANDRO: Id
tras él, que está furioso;
no le
suceda algún daño.
PALAMEDES: Todo
esto es ficción y engaño.
Ulises
es cauteloso.
yo
probaré su locura
o
fingido frenesí
que no
ha de excusar así
su
miedo y nuestra ventura.
Vase. Sale ULISES sembrando sal
ULISES: Fuera, que soy labrador;
sal siembro en lugar de pan,
porque así no picarán
avechuchos en mi honor.
Tienen a mi esposa amor
muchos, y por Dios que es malo;
la sal preserva al
regalo,
mi esposa se queda acá,
y no se me dañará
si aunque me ausente la salo.
Siembra
¿No es la sal sabiduría?
El sembrarla, pues, me importe,
que hay poca, y anda en la Corte
en coches la bobería.
Hay notable carestía
de doncellas recatadas;
las más están decentadas,
por eso me ocupo en esto,
que si se dañan tan presto
es porque no están saladas.
NICANDRO: Rey, gran señor, vuelve en ti.
ULISES: Bueno, ¿pues paréceos mal
sembrar mi casa de sal
y esterilizarla así?
El amor, ¿no es fuego? Si.
¿No es estopa la hermosura?
Pues si abrasarla procura
el fuego del amor ciego,
saltar ha la sal del fuego
y mi honra estará segura.
Ea, ya habemos sembrado;
démosle ahora una reja;
quien se va y su mujer deja
no cogerá fruto honrado.
¿No entierra al grano el arado,
que con el tiempo batalla,
y después colmado se halla?.
Pues quien quisiere coger
fruto de honra en la mujer,
cuando se ausente, enterralla.
La deshonra es, a mi cuenta,
mastín que a la fama ladra;
mirad si el nombre le cuadra,
pues muerde al pobre que
afrenta;
luego si mi amor se ausenta
..............y da tras mí,
¿no es bueno sembrar sal? Sí;
y no sembrarla, ¿no es malo?
Sí; que al perro, si no hay
palo,
el remedio es "¡sal
aquí."
Vosotros me serviréis
de guebras, poneos aquí.
Ara
con ellos
PELORO: Si ha de sosegarse así,
sigamos su humor.
ULISES: ¿No veis
que es justo que me ayudéis,
pues cultivar mi honor quiero?
Are el cuidado primero
lo que la opinión sembró;
mas con bueyes, eso no,
que en tal tierra es mal agüero.
mejor es el azadón
Toma
el azadón y cava
y ahorraremos de molestias,
que no es bien fïar de bestias
el honor y la opinión.
Quitemos toda ocasión,
ningún terrón nos impida
la cosecha en mi partida,
que es tropezón la belleza,
y la mujer, si tropieza,
dadla también por caída.
Sale
PALAMEDES con TELÉMACO en los
brazos
PALAMEDES: Ea, Ulises, yo también
soy labrador como vos,
sembremos juntos los dos.
ULISES: Pardiez, vaya, decís bien.
PALAMEDES: Porque buen año nos den
frutos de esta sementera,
grano es Telémaco, muera,
Saca
la daga
y os dará el tiempo oportuno
los hijos ciento por uno
a la cosecha primera.
Con su sangre es bien regar
la tierra, pues que no llueve;
muera, y fruto el campo lleve.
TELÉMACO: ¿Por qué me quiere matar?
Padre, llégueme a vengar.
PALAMEDES: Yo seré el ejecutor,
muera el fruto, aunque esté en flor,
y multiplique despojos.
Vale
a dar. Tiénele
ULISES
TELÉMACO: ¿Padre?
ULISES: ¡Ay hijo de mis ojos,
tierno efecto de mi amor!
Si con prueba tan costosa
se ha de excusar mi partida,
Ulises pierda la vida
y auséntese de su esposa.
Mi locura cautelosa,
Palamedes, ya ha cesado.
Obedezcamos al hado
y no pierda yo opinión
con vos, pues cualquier perdón
merece el temor casado.
PALAMEDES: Con la victoria presente
mi fama a ilustrar comienzo,
que, pues en ingenio os venzo,
más que todos soy valiente.
Vamos, Ulises prudente,
a Troya, que la venganza
tiene puesta su esperanza
sólo en vos, pues más efeto
hace un capitán discreto
que el arnés, la flecha y lanza.
Consolad a vuestra esposa,
y veréis que en esta ausencia,
si es casta por excelencia,
os gana fama gloriosa.
ULISES: ¡Ay prenda del alma hermosa!
En fin, me parto y os pierdo;
honor, entrad en acuerdo,
y pues en el mal que toco
no bastó fingirme loco,
sed vos en mi ausencia cuerdo.
Vanse. Salen AQUILES, que ha de hacer la mujer
vestida
de pieles con un birtón, y QUIRÓN, viejo,
también
de pieles, y TETIS bizarramente vestida de
campo
QUIRÓN: Ya no te pueden sufrir,
Aquiles, estas montañas,
a nadie dejas vivir;
de tus costumbres extrañas
todos procuran huír.
¿Qué pastor por ti no
está
señalado? ¿Qué pastora,
cuando a su cabaña va,
de ti no se queja y llora,
y mil querellas me da?
No diferencias los brutos
de los hombres, ni aun los
frutos
de ti se pueden librar,
pues, antes de madurar,
forzados te dan tributos.
No sé yo de qué aprovecha
lo mucho que te he enseñado,
la ciencia está
satisfecha
con el natural templado
que el bárbaro ser desecha.
Hizo a la filosofía
para moderar pasiones
el Sol, que todo lo cría.
En ella te di lecciones,
y en ti lograrse podría;
la música, ya tu sabes
que con agudos y graves,
ánimos silvestres templa,
y que el que en ella contempla
le da del alma las llaves.
Tocas el arpa y la lira
y tus costumbres no tocas;
quien te oye cantar se
admira,
y de tus costumbres locas
asombrado se retira.
Debajo de tal belleza,
¿es posible que se esconda
tan crüel naturaleza?
En las fieras corresponda
al cuerpo la rustiqueza,
pero no en ti, cuya suerte,
si tan bello quiso hacerte,
arrepentido repara
que enamoras con la cara
y con los brazos das muerte.
AQUILES: Tú tienes la culpa de eso;
desde niño me crïaste,
Quirón, robusto y travieso;
con leche me alimentaste
de una onza, así profeso
el natural heredado
de la leche que mamé.
Carnes de fieras me has dado
A comer, nunca gusté
ni la liebre ni el venado.
En éstos el temor crece
que huyendo los envilece;
imitando a esotros voy.
Bien haya, pues su hijo soy,
quien a los suyos parece.
TETIS: ¿Hijo de las fieras?
AQUILES: Sí.
TETIS: ¿Y no mío?
AQUILES: El ser primero
te debo, pues que nací
de ti, pero no el postrero
que del sustento adquirí.
Ya sé que el Rey Peleo fue
mi padre y esposo tuyo;
pero como me crïé
entre estos montes, concluyo
que en ellos me transformé.
A Quirón me encomendaste;
forma quejas, madre, de él
si tan diverso me hallaste,
que yo estimo ser crüel
en más que ser tu hijo.
QUIRÓN: Baste.
AQUILES: Voy a vengar en leones
y tigres lo que no puedo
en vuestras reprehensiones.
TETIS: Hijo, espera.
AQUILES: Escuche el miedo
consejos y persuasiones.
Vase
TETIS: ¡Ay hijo del alma mía!
Ese valor ha de ser
mi muerte, y yo he de perder,
perdiéndote, mi alegría.
Quirón, un mortal asombro
ocasionó mi camino;
el oráculo divino
y mil sabios que no nombro
me afirman que si se parte
con el ejército griego
mi Aquiles a Troya, el fuego
que Venus ofrece a Marte
ha de ser su perdición;
muerte le han de dar crüel,
puesto que quede por él
asolada la nación
que en Troya a Paris ampara.
Esto profetiza Apolo;
es hijo Aquiles, es solo
y es los ojos de esta cara.
Si siempre que se me
acuerda
que su luz me ha de faltar
excede mi llanto al mar,
¿qué he de hacer cuando le
pierda?
Tú, que su ayo y maestro
eres desde que salió
al mundo, y de quien fió
mi fe el amor que le muestro,
aconséjame del modo
que podré librar su vida,
que a esto ha sido mi venida.
QUIRÓN: Ya yo sé que el mundo todo
ha de registrar Ulises,
que de buscarle se encarga,
y a cuya prudencia larga
los más remotos países
no han de poder
defenderle.
Si su natural inquieto
diera lugar al secreto,
lo mejor fuera esconderle.
Mas ¿cómo tendrá sosiego
encerrada la inquietud,
con grillos la juventud,
y dentro la mina el fuego?
¿Pero qué es ello?
TETIS: ¡Ay de mi!
De
dentro voces y ruído
DEIDAMIA: ¡Aquí, cazadores míos,
favor!
AQUILES: No huyáis, persuadíos
que no soy mónstruo.
DEIDAMIA: ¡Aquí, aquí!
AQUILES: Hechizo que el viento excedes,
detén el curso y temor;
hombre soy.
DEIDAMIA: Dadme favor,
vasallos de Licomedes.
TETIS: Éste es mi Aquiles; procura
sosegarle.
QUIRÓN: Él es de suerte
que o los ha de dar la muerte
o hacer alguna locura.
Vanse. Sale AQUILES con DEIDAMIA en los brazos, que
vendrá
vestida
de cara bizarramente. Luego CAZADORES
AQUILES: Desmayóseme en los brazos.
Pónela
en el suelo
Emboscado estoy seguro;
aquí corre un cristal puro
que el cuerpo divide en lazos.
Cristal con cristal pretendo
resucitar.
DEIDAMIA: ¡Ay de mi!
¿Dónde estoy?
AQUILES: Ya ha vuelto en sí.
Dos soles están lloviendo.
Sosegad, mi cazadora,
que si da gusto la presa
a quien la caza profesa,
un alma que en vos adora
tenéis a los pies rendida;
mas ¿qué mucho la rindáis
si con dos flechas tiráis
que, dando muerte, dan vida?
DEIDAMIA:
Monstruo, mas no digo bien,
que
ofendo tu gentileza,
aunque
tan rara belleza
monstruosidad es también.
Deidad de este bosque umbroso,
héroe,
semidiós u hombre,
que no
hallo decente nombre
que
cuadre a tu rostro hermoso;
mira
que heredera soy
hija
del Rey Licomedes,
y que si el límite excedes
honesto y dos voces doy,
tengo esta montaña
llena
de
monteros que podrán
darte
muerte y mezclarán
con mi
venganza mi pena.
AQUILES: Princesa de mis ojos,
que,
pues en ellos tiene
su
origen mi esperanza
justo es que en ellos reines,
recelos asegura,
que no
osan atreverse
a tu
deidad hermosa
deseos
descorteses.
Efectos
tan contrarios
en mí
ha causado el verte,
que
hielas por lo grave
y por
lo hermoso enciendes.
Solía
yo, y no ha mucho,
matando entretenerme,
haciendo mal holgarme,
pacífico ofenderme,
cazando
día y noche,
huían
igualmente
de mí por esos campos
los brutos y las gentes.
¿Qué rústico los pisa
que en
viéndome no tiemble,
de día
no se esconda,
de
noche no me sueñe?
¿Qué
serranilla simple
me mira
que dispense
con
ella la hermosura
humilde
por silvestre?
Los más robustos árboles
de aquestas selvas verdes,
temblándome en sus hojas
dan muestras que me temen.
Los tigres y leones,
sin que mi lucha esperen,
huyendo
con bramidos
me
aplauden más valiente.
Tú
sola, victoriosa,
trofeos
grabar puedes
en bronces inmortales,
pues sola tú me vences.
Salí a buscar venganzas
de
agravios que reprenden
en canas venerables
dictámenes crüeles,
y cuando más furioso,
miréte
en una fuente
copiando tu hermosura
cristales por pinceles,
templado suspendíme,
suspenso contempléte,
perdíme
contemplándote,
contemplando adoréte.
En agua
me abrasaste,
no sé
si fue agua ardiente,
más sé
que de ella forjas
rayos
para vencerme.
Alzaste
los dos soles,
y
apenas llegó a verme
la luz
que en ellos vive,
cuando a los vientos leves,
hurtándoles las alas
la fugitiva liebre,
no osó
cuando corrías
correr
más, por correrse.
Talares
de Mercurio
me dio
mi feliz suerte,
pues te
alcancé amoroso
y te
detuve alegre.
Desmayos y temores,
si frágiles, prudentes,
al pecho retiraron
corales
y claveles.
Mas ya que
restituyes
a la
animada nieve
la
púrpura usurpada
que a
darla esmaltes vuelve,
penetra
con los ojos
un
alma, que entre pieles
rendida
te idolatra
y humilde te obedece.
DEIDAMIA:
Discreto, persuasivo,
¿en qué
escuelas aprendes
retórica amorosa
en
montes elocuente?
Conclúyesme elegante,
hermoso
me enterneces,
compuesto me aseguras
y sabio
me convences.
Si como
amante obligas,
mi
rigurosa suerte
hubiera
excepcionado
mi
gusto antes de verte,
y no
tuviera padres,
cuya
obediencia prende
en
concertadas bodas
el alma
que suspendes,
¿qué
dicha como amarte?
¿Qué
gloria como hacerte
del
reino y alma mía
señor
eternamente?
Mi
padre me da esposo,
que ya
por ti aborrecen
los
ojos, que no ha un hora
lloraban hasta verle.
Soy hija, es rey severo
mi padre Licomedes;
¿a
quién no obligan padres?
¿A
quién no fuerzan reyes?
Amante
de imposibles
soy ya,
véngate en verme
imposibilitada
del
bien que mi alma pierde.
Nunca pluguiera al hado
sacara
al campo redes
que en
vez de fieras y aves
su
cazadora prenden,
pues
volveré a mi corte,
si loca
por quererte,
eternizando llantos
que tu
memoria aumenten,
AQUILES: ¿Pues
quién será bastante,
si tú,
mi bien, me quieres,
A
violentar tu gusto?
Yo
soy...
Voces y ruido
de dentro
CAZADOR 1:
Aquí, aquí gente.
CAZADOR 2: Aquí,
que el fiero monstruo
nuestra
princesa ofende.
Cercad
todo este bosque,
echadle los lebreles.
AQUILES: ¿Qué es esto?
Sale GARBÓN,
pastor
GARBÓN:
Señor mío,
huye,
si no pretendes
que con
tu muerte lloren
los
prados y las gentes;
con
flechas y con dardos
cercando el bosque vienen
morteros atrevidos
de la princesa y reye.
Asegurar la vida
por
este atajo puedes;
¿qué
harán, si aquí te matan,
sin ti
Quirón y Tetis?
AQUILES: ¡Oh estorbos envidiosos
de los mayores bienes,
que en cifras de hermosuras
los cielos comprehenden!
Sabréis quién es Aquiles.
Hermoso sol que enciendes
un alma hasta hoy de bronce;
si para detenerte
son ruegos poderosos
y, como
afirmas, tienes
amor a
quien ya llora
el
verse de ti ausente,
espérame no más
del
tiempo y plazo breve
que
tardo en quitar vidas
a los
que nos ofenden.
Garbón,
sé tú mi Argos,
y
mientras mi amor vuelve
a
reiterar favores,
guárdame diligente
la
prenda que te fío.
¡Ay cielos, si te duermes,
para
pagar descuidos
qué
pocas vidas tienes!
Vase
GARBÓN: Par Dios bueno; ¿yo alcaide,
en bosques, de mujeres
que aprenden cantonadas,
si aún
no sé guardar bueyes?
Sabrá,
señora mía,
que yo
he sido sirviente
de
Arquillas y Esquilón
un año
y cuatro meses.
Hame hecho este muchacho
mastín suyo. ¿Qué quiere?
Par
Dios, si se me escurre
que es
diabro y me despierne.
Con
ella ha de agarrarme
para
que no me deje,
seré
siquiera un rato
de tal
hembra corchete.
DEIDAMIA: ¡Ay
confusiones mías!
Decid,
¿aguardaréle?
Mas -- ¡ay!
-- que si le aguardo
mi honor ofensas teme.
Pues ¿qué queréis? ¿Que huya?
Mas si en el alma viene
al vivo retratado
y en
ella asiento tiene,
¿quién
huye de sí misma
que en
sí misma no lleve,
si
alas, también grillos
que
vuelan y detienen?
Sale QUIRÓN
QUIRÓN: Huye,
princesa hermosa,
los
ímpetus crüeles
de un
mozo ocasionado
de amor
y de años verdes.
No
aguardes cortesías
de
quien a nadie teme,
que
pocas coyunturas
de amor fueron corteses.
Cebado
en matar hombres,
lugar y
tiempo ofrece
para
que al rey, tu padre
y mi
señor, te lleve.
Aquí
tengo un caballo
que a los
del sol excede
y lleva
pies de plumas
con que
ligera vueles.
¿Qué
aguardas?
DEIDAMIA:
¡Ay Amor!
¡Ay
honra! Indiferente
estoy
entre vosotros;
pero si la honra vence
donde
el valor se estima,
perdone
amor aleve,
que
jura hasta que goza
y goza
hasta que miente.
Vanse los dos
GARBÓN: Señor... ¡A esta otra puerta!
Llevósela; si vuelve
Arquillas y no la halla,
¿que
hará Garbón probete?
El
diabro que le aguarde,
mas
hétele a do viene;
aquí
hay un alcornoque,
su
hueco ha de esconderme.
No
tengo, si me agarra,
para el
primer puñete,
que así
despacha tigres
como
Garbón molletes.
Escóndese en el
tronco de un árbol.
Sale AQUILES
AQUILES:
Huyeron, y sin seguillos
sólo he
querido espantallos,
que son
de mi bien vasallos
y no es
justo perseguillos.
Después
que amo, traigo grillos,
sino es
para aquí, en los pies;
aquesta
mi prisión es
y aquí
me aguarda mi hechizo.
Mas -- ¡ay
cielos¡ -- ¿qué se hizo?
Asomándose
entre las ramas
GARBÓN: (El
alma traigo al revés. Aparte
Temblando estoy.)
AQUILES: ¿Mi señora?
¿Mi
sol, mi gloria? ¡Ay de mi!
GARBÓN: (Par
Dios, si me encuentra aquí, Aparte
que no
vivo un cuarto de hora.
AQUILES:
¡Garbón, Garbón!
GARBÓN: (Agora Aparte
topa
conmigo, y si llega,
por un
pie me agarra y juega
a la
pelota y me arroja,
si por
no hablarle se enoja,
al
cielo, y desde allí a Noruega.
Más vale
antes que me toque
hablarle, como que soy
su
dama, y por él estoy
convertida en alcornoque.)
AQUILES: Si no
queréis que provoque,
deidades, la religión
que os
da el mundo sin razón,
volvedme la prenda mía.
GARBÓN: (Si a
los dioses desafía, Aparte
¿qué no
hará de vos, Garbón?
Si a
injuriar los dioses llega
con tal
furor, ¿qué no hará
de quien destilando está,
de puro
miedo, pez griega?)
AQUILES: Si mi
sol su luz me niega,
¿dónde
irá ciego quien ama?
¡Mi
bien, mi gloria!
Dentro del
árbol, disimulando la voz responde
GARBÓN
GARBÓN: ¿Quién llama?
AQUILES: ¡Ay
cielos! ¿Quién eres?
GARBÓN: Fui
quien
te adoraba.
AQUILES: ¡Ay de mi!
GARBÓN: Y ando
ya de rama en rama.
Hazte allá, que quien me toca
comete
un grave pecado.
AQUILES: ¿Hate
algún Dios transformado?
GARBÓN: ¡Y
cómo!
AQUILES:
¿En qué?
GARBÓN: En alcornoca.
AQUILES: Si
Apolo a Dafne provoca
hasta
en laurel convertilla,
si
Clecie a su luz se humilla
la
cabeza vuelta en flor
y Apolo
le tuvo amor,
no es
nuevo, aunque es maravilla.
¿Amábate Apolo?
GARBÓN: Sí.
AQUILES:
¿Quísote gozar?
GARBÓN: También.
AQUILES: ¿Y
hüiste de él?
GARBÓN: Con desdén.
AQUILES: ¿Fuéte
siguiendo?
GARBÓN: Hasta aquí.
AQUILES: ¡Que en
tal ocasión me fui!
¿Llamaste algún dios?
GARBÓN: ¿Y cómo?
AQUILES: ¿Y qué
dios era?
GARBÓN: El dios Momo.
AQUILES: Por sus
efectos lo veo;
mas
máteme mi deseo
si
venganza de él no tomo.
¡Ay
Amor siempre crüel!
Al árbol
Mi
planta serás divina,
como de
Hércules la encina,
como de
Apolo el laurel.
Consagraréte como él,
ya que
tuve tales fines.
GARBÓN: No es
bien que en eso imagines.
AQUILES: ¿Por
qué?
GARBÓN:
Ya está consagrado
el
alcornoque, abogado
de
corchos para chapines.
AQUILES: ¿Qué disparates son éstos?
¿Quién hace burla de mí?
Desgajaréte, y así
veré
engaños manifiestos.
Desgaja la
mitad del árbol y sale
GARBÓN
GARBÓN: Señor,
los hinojos puestos
tiemblo
y te pido perdón.
AQUILES: ¿Quién
eres?
GARBÓN:
Yo soy Garbón.
AQUILES: ¿Qué es
de mi princesa bella?
GARBÓN: Ocupada
está, vo a vella.
AQUILES: ¿En
qué?
GARBÓN:
Si he de hablar verdad,
en
cierta necesidad
que él
no puede hacer por ella.
AQUILES: ¡Ah
traidor!
GARBÓN:
Ea, ya comienza.
AQUILES: ¿Qué es
de mi bien, hombre vil?
GARBÓN: Fuése a
atar un cenogil,
que
tuvo de mí vergüenza.
No sé
si era orillo o trenza;
pero
presto volverá.
AQUILES: ¿Huyó
de mi amor?
GARBÓN: Verá
cuál se
la traigo.
AQUILES: Detente.
GARBÓN: Dando
estoy diente con diente.
Espulgándose estará.
Luego viene, aguarde un poco.
AQUILES: ¿Huyes,
villano?
GARBÓN: Me escurro.
AQUILES:
Aguarda.
GARBÓN:
Aguárdele un burro.
Vase
AQUILES: A qué
furor me provoco.
Va tras él,
sale al encuentro TETIS y
tiénele
TETIS: Hijo,
detente.
AQUILES: Estoy loco.
TETIS: Ya me
ha contado Quirón
la
fuerza de tu afición;
por
Deidamia estás perdido,
a
remediarte he venido.
Fin a
tus pesares pon.
AQUILES:
¿Quién es Deidamia?
TETIS:
El espejo
en que
te miras.
AQUILES: ¿Y adónde
está?
¿Qué es de ella? Responde.
TETIS: Llevóla
a su padre viejo,
Quirón.
AQUILES:
Pagará el consejo
muriendo Quirón tirano.
Llora
TETIS: Refrena
el enojo vano,
que no
eres hombre, pues lloras.
AQUILES:
Adórola.
TETIS:
Si la adoras
yo te
la pondré en la mano.
Disponte
tú a obedecerme
y
dispondréte a alcanzarla.
AQUILES: ¿Cómo
podrás tu obligarla?
TETIS: Todo es posible.
AQUILES: Ofenderme
será, madre, el
prometerme
cosas
que no has de cumplirme.
TETIS:
Determínate a seguirme,
hijo, y
a no replicarme,
que tu
amor sabrá enseñarme
y mi
industria prevenirme.
AQUILES: ¿Qué
me podrás tú mandar,
por
imposible que sea
que,
como a Deidamia vea,
dificulte ejecutar?
TETIS:
Tiéneslo de rehusar.
AQUILES: No
tengas temor.
TETIS: Si así
lo
cumples, vente tras mí.
AQUILES: ¿Qué?
¿A Deidamia alcanzaré?
TETIS: Hijo,
sí, y te libraré
de los
daños que temí.
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