Salen LICOMEDES
y LISANDRO
LICOMEDES: ¿Con
tantas quejas y prisa
ayer,
viendo que no os doy,
Lisandro, a Deidamia, y hoy,
con
voluntad tan remisa
me
proponéis dilaciones
de tan
flaco entendimiento
para vuestro casamiento?
LISANDRO: La
princesa da ocasiones,
gran
señor, para pediros
que
esta boda se dilate;
no
quiera el cielo que trate
a costa
de sus suspiros
cosa de que ella no gusta.
Después
que a esta corte vino
Nereida, a lo que imagino,
mi
presencia le disgusta.
Tibia me habla; no responde
con el
amor y deseo
que antes; cuando la veo,
por no
encontrarme, se esconde.
Todo
su entretenimiento
es
estar sola con ella,
y con
la misma querella
que yo,
muestran sentimiento.
Sus damas, pues, no hace caso,
por Nereida, de ninguna;
la más
sabia es importuna;
la más
amiga, ni un paso
con
ella ha de dar que luego
Nereida
no se lo impida;
llámala
su bien, su vida;
si no
la ve no hay sosiego;
ella
la viste, la toca,
la
adorna, peina y regala
en el
estrado, en la sala;
por
manos, ojos y boca,
muestra el corazón la llama
en que
Deidamia está presa,
su lado
ocupa en la mesa,
su lado
usurpa en la cama.
Siempre abrazadas, por Dios,
que me
atormenta el recelo
de
verlas, sin ser del cielo,
hechas
Géminis las dos.
LICOMEDES: Es
la princesa su prima;
la
sangre y la discreción
vínculos del amor son
que más
la amistad estima.
Necia sospecha os abrasa.
LISANDRO: Necia o
loca debe ser;
mas de mujer a mujer
muchas veces amor pasa
de parentesco a...
LICOMEDES: Callad.
LISANDRO: Yo sé
algunas ha habido,
gran
señor, que se han querido
a lo
malicioso.
LICOMEDES: Andad,
que
lo estáis vos; preveníos,
que os
tiene de dar la mano
mañana.
LISANDRO:
(¡Ay Amor tirano! Aparte
autor sois de desvaríos;
por Nereida pierdo el
seso
y de la
princesa estoy
celoso;
un sujeto soy
de
disparates.)
LICOMEDES: ¿Qué es eso?
Salen ULISES y DIOMEDES de
mercaderes
ULISES: Yo,
poderoso señor,
soy un
griego mercader,
que,
sin mucho encarecer
de mi
caudal el valor,
tengo dentro de mi casa
cuanto
apetece la gente,
pues no
hay tesoro en oriente
que a
mi poder no se pasa.
No
tiene púrpuras Tiro,
ni
exhala aromas Sabá,
ni telas la Persia da
que en
mis riquezas no miro.
Toda
el Asia me tributa:
las
minas con sus diamantes,
con
marfil sus elefantes,
y el
ámbar, que se disputa
si es sudor de la ballena
o de
alguna planta goma,
con ser
el mayor aroma,
mi casa
cada año llena.
En
fin, cuanta perla fina
en sus
pesquerías dan
las riberas
de Ceylán,
y
cuanta piedra examina
la
experiencia y el valor
que sus
quilates sublima,
no se
tiene por de estima
no
siendo yo su señor.
Como
el mundo se alborota
con
esta guerra que abrasa,
a
Grecia y Europa pasa
contra
el Asia, la paz rota
que
tantos años duró,
huír su
rigor procuro,
que con
Marte no hay seguro
mercader, ni lo estoy yo.
Supe
que este rey, no sólo
estaba
libre y exento
del
general juramento
que
sobre altares de Apolo
hizo
Grecia, de vengar
la
injuria del frigio amante,
la
seguridad bastante
que en
vuestra alteza he de hallar,
pues
por el mundo la fama
vuela
del rey Licomedes,
sus
favores y mercedes
que a
los extranjeros llama;
y
así, embarcando mi hacienda,
siendo
vuestro amor mi norte,
vengo a
ser en vuestra corte
vecino,
a fin que pretenda
otra ganancia mayor
de la
que en serviros muestro,
pues
siendo vasallo vuestro,
lo soy
todo, gran señor.
LICOMEDES: A
ocasión habéis venido
en que
fuera de estimar
el que
os vengáis a amparar
de mí;
seréis recibido
con
gusto, porque se casa
la
princesa, y le tendré,
que
vuestra riqueza dé
nuevas
joyas a mi casa;
muchas os pienso comprar.
ULISES:
Serviráse vuestra alteza
de las
de mayor riqueza;
y entre
otras le quiero dar
una
cautiva que canta
como un
ángel, tan hermosa
como
diestra.
LICOMEDES:
Bella cosa.
DIOMEDES: En cara
y en voz encanta.
LICOMEDES:
Gustará Deidamia mucho
con
ella, que es inclinada
a la
música.
ULISES:
Elevada
tengo
el alma si la escucho,
y
entre tanto que a palacio
las joyas de más valor
y curiosidad, señor,
me traen, quiero que
despacio,
oyéndola vuestra alteza,
juzgue
si es merecedora
de que
sirva a mi señora
la
princesa.
LISANDRO:
En esta pieza
queda Deidamia.
LICOMEDES: Primero
que la
vea gustaré
que la
oiga.
ULISES:
(Hoy, cielos, sabré Aparte
industrioso lo que espero.
Traednos vos la cautiva.
DIOMEDES: (Si
como dicen está Aparte
aquí
Aquiles, hoy saldrá
de donde no es bien que viva
tal
valor afeminado.)
LICOMEDES: Aquí
viviréis seguro.
¿Cómo
os llamáis?
ULISES: Palinuro
LICOMEDES: Entrad.
ULISES:
(Bien lo hemos trazado.) Aparte
Vanse. Salen AQUlLES, de mujer, y DEIDAMIA
DEIDAMIA:
¡Sosiégate, por tus ojos!
AQUILES: Dame en
ellos pesadumbre
de que
su luz bella alumbre
a quien
a mí me da enojos.
¿Por
qué con vanos antojos
tiene
de mirarse en ellos
Lisandro, si poseellos
solo
Aquiles mereció,
y
estando con vida yo
se ha
de llamar dueño de ellos?
DEIDAMIA: Si
Amor reciprocación
de las
almas nos ha unido
y estás
ya dueño querido
en la
quieta posesión,
¿qué
importa que en pretensión
te
quiera hacer competencia
quien
provoca tu impaciencia?
Pleitee
perdidos bienes
y goza
tú, pues que tienes
en tu
favor la sentencia.
¡Ojalá yo no tuviera
más
ocasión de temer
que te
tengo de perder
y más segura viviera!
AQUILES: Pues
¿de qué temes?
DEIDAMIA: Te espera
Grecia
contra Troya armada,
y
mientras es deseada
la
belleza, belleza es;
mas no
es belleza después
que se
goza, pues enfada.
AQUILES: Eso,
cuando el apetito
satisfecho queda en calma;
no
amor, potencia del alma,
que ese
crece en infinito.
Amarte
más solicito
cuanto
más llego a gozar,
pues si
es amor desear
sin que
del término exceda,
cuanto
más gozo me queda
en ti
mucho más que amar.
Ya yo, mi bien, te he jurado,
mientras durare esta
guerra,
guardar
la prisión que encierra
la
gloria que amor me ha dado;
si de
mujer disfrazado
vengo
esposa a poseer
lo que
de hombre he de perder,
mujer
mi dicha me nombre,
pues nunca he sido más hombre
que después que soy
mujer.
DEIDAMIA: Pues
si intentas parecello
y mi
pena asegurar,
siéntate aquí, que peinar
quiero
tu hermoso cabello.
Siéntanse y
peina y toca DEIDAMIA a
AQUILES
AQUILES: Tu amor
oprime mi cuello;
obedecerte es forzoso.
DEIDAMIA: ¡Qué
dilatado y hermoso!
AQUILES: Los
griegos siempre crïaron
largos
cabellos.
DEIDAMIA: Causaron
con tal
uso mi reposo,
pues
si tú no los tuvieras
así,
nunca me engañaras,
ni
mujer ocasionaras
tus amorosas quimeras.
AQUILES: Pararon
burlas en veras.
DEIDAMIA: Porque
sueltos no me den
celos y a cuantos los ven
en tales lazos no venzas,
de ellos he de hacer dos
trenzas,
que yo sé que te están
bien.
Pon
en mi falda el espejo
y mira
en él los despojos
de tu
cara.
AQUILES:
Si en tus ojos
puedo
verme, mal consejo
me das,
por sus soles dejo
esa
luna en que fingida
mi
imagen miro esculpida,
pues en
ti vive en su centro
mi
amor.
DEIDAMIA:
Cantando están dentro.
Canta dentro
una MUJER
AQUILES: Oye,
amores, por tu vida.
Cantan
VOZ: "En
el regazo de Omfale
el
Tebano vencedor
de
aquellos doce trabajos
que
le intitularon Dios,
afeminado infamaba
la
piel del Nemeo león,
que por imperial trofeo
corona y se viste el sol.
La
rueca en vez de la clava
que
a Mercurio consagró,
poblada de infame lino
que hilaba torpe amador,
en traje vil de mujer
dicen que le halló Jason,
noble por su vellocino,
y de
esta suerte le habló."
AQUILES: ¡Qué
enfadoso y triste tono!
DEIDAMIA: ¡Qué
claro metal de voz!
AQUILES: Para mi
voz de metal es,
pues me
incita a furor.
¿No ves
cómo reprehende
mi
amujerado valor,
y en
nombre ajeno me injuria
su
tácita reprensión?
DEIDAMIA: Anda,
amores, que no es eso.
AQUILES: Pues
¿quién es la que cantó?
DEIDAMIA: Alguna
de mis doncellas
que
estará haciendo labor;
sosiégate, no te alteres,
que no
en balde digo yo,
mi
bien, que para dejarme
buscas cualquiera ocasión.
¿Negarásme esta verdad?
AQUILES: Para
dejarte, eso no;
más
para enojarme, sí.
DEIDAMIA: Para
tenerte en prisión
he tejido yo estas trenzas.
AQUILES: Si por
un cabello estoy
preso,
esposa, en tu hermosura,
los demás supérfluos son.
DEIDAMIA: Ya he acabado de tocarte
oigamos, mi bien, los
dos,
lo que
cantando prosigue
que me
causa admiración.
Échase AQUILES en las faldas de
DEIDAMIA y
ella con el
peine le pule los cabellos. Canta dentro
VOZ: "¿De
qué sirvieron los triunfos
del
triforme Gerïón,
del
aborto de la tierra,
del vaquero robador;
si
hazañas eternizando
después de tanto blasón,
en
cobrando buena fama
a dormir os echáis hoy?
Júpiter es vuestro padre;
pero
no sois su hijo vos,
pues
degenera de serlo,
vuelto hombre vil, tal varón.
Peinad cabellos lascivos
que
encrespados miré yo
asombrar la esfera eterna
que
vuestro hombro sustentó."
AQUILES: Ya no
se puede sufrir
tanta
afrenta, vive Dios,
que por
mí lo dice todo,
viendo
que sufriendo estoy
el vil
peine en mis cabellos.
¡Afuera
torpe afición;
vengad
injurias cantadas
y volved, honra, por vos!
DEIDAMIA: Mi
bien, ¿quieres sosegarte?
¿En eso
estimas mi honor?
¿En eso
tus juramentos?
¡Cielos, perjuro salió!
Aquiles, cielos, Aquiles,
de
Deidamia violador,
rompe
la fe que me ha dado.
¡Mirad
que satisfacción!
AQUILES: No des
voces, prenda mía.
DEIDAMIA: Voces y
querellas doy
al cielo
de ti ofendido
a tu
rota obligación;
yo,
ingrato, me daré muerte
a tus mismos ojos, yo...
AQUILES: Basta,
no haya más, no llores;
preso
en tus brazos estoy
cante o
no cante en mi ofensa
quien
mi pecho alborotó.
Hércules hiló vestido
de
mujer, mas no perdió
por eso
la eterna fama
que le
da nombre de dios,
ni yo
perderé la mía
si,
como su imagen soy
en el
ánima y esfuerzo,
lo
intento ser en su amor,
pues
los dioses autorizan
mi
amante transformación.
Canta
VOZ: "No
se ganan los blasones
que de
eterna fama son,
entre
afrentosos afeites
que la
sangre es su color.
Echado
en la áspera falda
de un
monte, durmiendo os vio
despedazar entre sueños
los
tigres vuestro valor,
mas no
en las de una mujer
qué
nunca se levantó
de tan
torpe y blanda cama,
si no
es enfermo el honor.
Al
arma toca Marte, al arma Amor;
el uno
es apetito, el otro dios.
Al arma
toca Marte, guerra, guerra,
lo que
el valor infama, el valor venza."
Tocan cajas y trompetas
DEIDAMIA: Mi
bien, espera, aguarda,
que
sale el ley.
AQUILES: ¿No ves que toca al
arma?
DEIDAMIA: Sosiega
que es fingido.
AQUILES: Torpe afrenta,
lo que
el amor infama, el valor venza.
DEIDAMIA: ¿No
te quieres sosegar?
AQUILES: ¡Ay,
cielos! ¿En dónde estoy?
DEIDAMIA:
Conmigo. Tu esposa soy.
AQUILES: Déjame,
amores, llevar
del
ímpetu belicoso
de la
música.
DEIDAMIA:
¡Maldiga
el cielo
la voz que obliga
a
perturbar mi reposo!
Asegura mis temores
que
viene el rey, ¡ay de mi!
AQUILES: (¿Cuándo saldremos de aquí,
Aparte
traje vil, torpes temores?)
Salen LICOMEDES y LISANDRO
LICOMEDES:
Notable voz.
LISANDRO: Peregrina.
LICOMEDES: Hija,
de industria he querido
que
hayas la música oído
sin
verla. Hermosa sobrina,
una
esclava os he feriado,
cuya
süave destreza
suspenda vuestra belleza.
AQUILES: Las dos la hemos escuchado.
y es digna de tal señor.
Sale DIOMEDES
DIOMEDES: Ya están las joyas aquí,
Sale ULISES
que mandas traer.
ULISES: (Salí Aparte
con astucias vencedor
de engaños y de disfraces.
La turbación de la cara
de
aquella mujer declara
que, entre afeminadas paces,
encubre lo que pretendo.
El
pecho le alborotó
el
bélico son que oyó;
toda el
alma le estoy viendo.)
Gran
señor, con tu licencia
intenta ser liberal
esta
tarde mi caudal,
pues
estando en la presencia
de
estas bellezas, no es justo
dejar
de reconocer
con
tributos su poder.
Elija
paños el gusto
de
la princesa y sus damas,
que
esta tienda a saco doy.
Descorre una cortina y descúbrese una tienda
de joyería con mucha riqueza, y a un lado un
espejo grande,
una rodela de acero y una lanza
LICOMEDES: Agradecido os estoy;
plumas dais a muchas famas.
Feriad joyas, hija mía;
sobrina, joyas tomad,
que el valor y cantidad
pagaré
yo.
ULISES: No sería
dar, señor, las ferias yo,
sino avariento vendellas.
Vuestras son el dueño y ellas;
dadas,
sí; vendidas, no.
DEIDAMIA:
Alto, pues, yo quiero hacer
principio. Esta banda tomo,
este anillo y este pomo.
Prima,
¿dónde vas?
AQUILES: A ver,
para
verme en este espejo.
Mirase en el espejo, y afréntase de verse
mujer
DEIDAMIA: No te
enamores de ti.
AQUILES: (¡Ay, cielos, mi imagen vi Aparte
afrentada a su reflejo!
¡Qué
bien mi infamia declara!
Aquiles
torpe, ¿qué hará
todo el
mundo cuando os da
un
cristal con él la cara?
¡Oh,
quién pudiera arrancaros,
rizos
infames, sin ser
conocido! No oso ver
en
desengaños tan claros
mi
vileza; una rodela
es
aquélla y una lanza.)
ULISES: (Salió
cierta mi esperanza, Aparte
venció
mi sutil cautela.)
Éste
es Aquiles, Diomedes,
de
haberse visto en tal traje
se
afrenta.
AQUILES:
¿Con tal ultraje,
blando
amor, vencerme puedes?
Embraza la rodela y vibra la lanza
Ésta
sí que es digna joya
del
valor de que estoy falto.
¡Toca
al asalto, al asalto!
Tocan a guerra dentro cajas y clarines.
AQUILES
detrás todos
UNOS: ¡Viva
Grecia!
OTROS:
¡Muera Troya!
AQUILES:
¡Muera Troya y Grecia viva!
Aquiles
soy, ¿qué teméis?
La
victoria alcanzaréis.
¡Al
asalto, arriba, arriba!
LICOMEDES: ¿Qué
es esto mujer? Detente,
perdió
el seso.
LISANDRO: Muerto soy.
Vase
DEIDAMIA: Perdí
todo mi bien hoy.
¿Qué has hecho esposo imprudente?
Huyen todos. Vuelven a salir
LICOMEDES y
ULISES
LICOMEDES: Mujer loca, vuelve en ti.
ULISES: No es mujer, aunque merece
del traje que le
envilece,
que le
intitulen así.
A
Aquiles encubre aquí
el
disfraz de un torpe amor;
mira el
daño, gran señor,
que a
Grecia toda resulta,
mientras con tocas oculta
su
victoria tu favor.
LICOMEDES: ¿Qué
dices?
ULISES:
Que el cielo saca
de entre tímidas mujeres
a Aquiles.
LICOMEDES: Y tú, ¿quién eres?
ULISES: Ulises soy, rey de Itaca.
LICOMEDES: ¿Hay mayor traición?
ULISES: Aplaca
el justo enojo.
LICOMEDES: Matad
ese
traidor.
ULISES:
La beldad
de la
princesa ha podido
tener
el héroe escondido
más
fuerte de nuestra edad.
Salen AQUILES vestido de hombre, la espada
desnuda y
la rodela, tendidos los cabellos; DEIDAMIA y
DIOMEDES
AQUILES:
¿Quién ha de matarme a mí?
Deidamia es esposa mía,
el que
estorbarlo porfía
salga
al campo si está en sí.
Ya con
el traje rompí
prisiones del amor tierno;
tu
yerno soy, juzga eterno
el
blasón de tu valor,
pues no
puede ser mayor
que
tenerme a mí por yerno.
ULISES: Ni
más ilustre renombre
que el
que hoy mi industria ha adquirido
pues
hoy te ha restituído
a tu
primero ser de hombre.
Ulises
soy, no te asombre
que a
engaños venzan engaños;
restaura pasados daños,
mancebo
ilustre, y no ocultes
tus
hazañas ni sepultes
las primicias de tus años.
¿Será razón que
consumas
en
regalos de Cupido
de tu
edad lo más florido
y ganar
fama presumas?
Ya
corta la infamia plumas
con que
escriba a tu memoria
satírica y torpe historia,
y en los brazos de Deidamia
eternizando tu infamia
ciegue
el camino a tu gloria.
Grecia te aguarda, mancebo,
y en ti
funda su esperanza;
profética es la venganza
que en
ti nos promete Febo.
Como el águila te pruebo
a los
rayos de la fama
que
contra Troya te llama.
Afréntete aquí escondido,
Héctor
de acero vestido
y tú de
cobarde dama.
El troyano
robador
desde
los muros responde
que el
temor es quien te esconde
en vil
mujer, no el amor.
Pues
¿será bien que el temor
blasone
que te ha encerrado
cobarde y afeminado
entre basquiñas y galas,
por plazas de armas las salas,
por el caballo el estrado,
por los penachos las tocas,
por los muros los tapices,
que delicado matices
seda
que lascivo tocas?
Todo el
mundo se hace bocas
contra
ti.
AQUILES:
No digas más,
que si
así en cara me das
con
infamia ya tan clara,
te ha
de salir a la cara
y no sé
si vivirás.
Ya con el infame traje
los afectos desnudé
del torpe amor. Ya olvidé
de amor
el blando lenguaje.
Yo
satisfaré mi ultraje
de mi
valor represado,
cual
río que violentado
estrecha canal encierra:
guárdese de mí la tierra,
pues las presas han quebrado.
Inundará mi furor a
Troya,
no en agua, en fuego,
vengaré
el agravio griego;
Héctor
sabrá mi valor.
¡Afuera
liviano Amor;
afuera
prisión prolija,
Belona
trofeos me erija,
y tú, rey,
guarda el decoro
a la
princesa que adoro
como a
mi esposa y tu hija!
Vanse
LICOMEDES: Si
Aquiles me ha de dar nietos
de
eterna fama, ya estoy
satisfecho.
DEIDAMIA:
A llorar voy,
mudanzas, vuestros efetos.
Rompió
disfraz y secretos
el
artificio y engaño:
¡Ay
costoso desengaño,
nunca
el Asia a Troya viera,
porque
nunca padeciera
ella el
castigo y yo el daño!
Vanse.
Salen NISIRO y PELORO, soldados, y
GARBÓN, sin armas, graciosamente vestido
PELORO: En
fin, para nuestra guerra,
¿te
alistaste por soldado?
GARBÓN: En mi
vida fui quebrado,
ciclán
sí; nací en la tierra,
que
engendra, por ser tan fría
de
cuando en cuando capones.
NISIRO: ¿Qué
armas o municiones
traes,
pues?
GARBÓN:
¡Gentil bobería!
Armado de aqueste modo
salga
un gigante al encuentro.
PELORO: ¿Pues
qué armas llevas?
GARBÓN: Van dentro
y son
contra el mundo todo.
Contra enemigo casero,
mujer
que gruñendo abrasa
son armas, en yendo a casa,
entrar riñendo primero.
Contra celos, si excusarlos
no
puede ser, por no oírlos,
traigo
armas de no pedirlos,
que es
dar licencia de darlos.
Contra una suegra emperrada
doy
cuñada a mi mujer,
porque
tengan siempre que her
la
suegra con la cuñada.
Contra el amor tengo ausencia;
contra
desvergüenza, un palo;
contra
flaqueza, regalo;
contra
la muerte, paciencia.
Contra la pobreza, maña,
que la
industria siempre medra;
a un
testimonio, una piedra;
a un
"vos mentís," una caña;
a la
ambición, paja y heno;
a la
pretensión, espuelas;
dos
trampas a dos cautelas;
a la
prosperidad, freno;
a amigo
que pide, digo,
"Daros quiero y no emprestar.
por no
perder al cobrar
la
deuda con el amigo."
Y
por ahorrar de contienda,
sino el
amigo el deudor,
sobre prendas
doy mejor
cuando
más vale la prenda.
Guardar dineros ajenos
es en
mí cosa vedada,
porque
dinero y cebada
a más
contar se halla menos.
Contra injurias tengo olvido,
sólo no
he podido hallar
armas
que puedan bastar
contra
un necio presumido.
Aunque huír su menosprecio
diz que
es remedio gallardo,
y así
las espaldas guardo
para la
guerra y el necio.
NISIRO: Bien
armado está el modorro.
GARBÓN: Con
esto quito ocasiones;
que
entre espadas y picones
cuando
no corro, me corro.
Salen TEBANDRO, SOLDADOS y DEIDAMIA, de
hombre
DEIDAMIA: Esto
es hecho, ya yo estoy
en el
griego campo; excusa
persuasiones.
TEBANDRO:
De ellas usa
la fe
con que te las doy;
que
no sé si ha de llevar
bien tu
esposo el verte aquí.
DEIDAMIA: ¿Hame
llevado tras sí
el alma
y no se ha de holgar
que
el cuerpo sus pasos siga?
TEBANDRO: Primero
que él has llegado.
DEIDAMIA: Celos las alas me han dado,
vuela Amor, la ausencia
instiga.
Todo
deseo es ligero
y toda
ausencia pesada.
TEBANDRO: Entre
tanta gente armada,
tanta
lanza, tanto acero,
¿cómo has de hallarte?
DEIDAMIA: Mejor
que
entre escuadras de desvelos,
entre
ejércitos de celos
y entre
muros de temor.
No
tendré yo gusto igual
si a Aquiles
mis ojos ven;
que en
presencia, el mal es bien,
y en
ausencia el bien es mal.
¡Bravos muros!
TEBANDRO: Son de Troya,
a quien el Asia obedece.
DEIDAMIA: ¡Brava
gente los guarnece!
TEBANDRO: La
honra es la mejor joya,
todos compiten por ella
en el
campo y la muralla,
los
unos por restauralla,
los
otros por defendella.
Treguas
gozan por diez días
los dos
campos enemigos.
DEIDAMIA: En
ellas serán testigos
de
galas y bizarrías,
que
saca la ostentación
para
recibir mi esposo.
TEBANDRO: Con su
venida orgulloso
está el
griego.
DEIDAMIA:
Y con razón.
TEBANDRO: Y el
troyano, con mayor
ánimo,
a lo que parece,
que en
el noble pecho crece
a más
riesgo más valor.
DEIDAMIA:
Escucha, que llega ya
al
campo el esposo mío.
TEBANDRO:
Majestuoso señorío,
miedo y
gusto a un tiempo da.
DEIDAMIA: Y las troyanas murallas
están de hermosuras llenas.
TEBANDRO: Si son
damas sus almenas
suba
amor a conquistallas.
DEIDAMIA: En
fe de las treguas gozan
la paz
que el derecho encierra.
TEBANDRO:
¿Treguas dices? Llama guerra
bellezas que almas destrozan.
DEIDAMIA:
Lleguémonos a esta parte,
verémosle entrar mejor.
TEBANDRO: Con tal
guarnición, Amor,
no
asaltará Troya a Marte.
Música de chirimías. Salen a los
muros
POLICENA y CASANDRA, y otras damas muy bizarras
POLICENA: ¡Qué
gallarda ostentación,
si no
fuera de enemigos!
CASANDRA: El
valor no desmerece
por
esta causa, si es digno
de
alabanza.
POLICENA:
Ni yo quiero
disminüirle, aunque envidio
a los
contrarios la gloria
que con
él se han prometido.
CASANDRA: Si es
cierto lo que encarecen
oráculos y adivinos,
a Troya
ha de conquistar.
POLICENA: ¡Qué
soñados desatinos!
A
Hércules le comparan
elogios
ponderativos;
mas no
es tan fuerte el león
como le
pintan.
CASANDRA: Vestido
de
mujer, dice la fama,
que Ulises le halló, y colijo
por la causa los efectos
de este
ensalzado prodigio.
POLICENA: Si
amor, absoluto en todo,
y no el temor, como he oído,
le disfrazó, no me
espanto
que es invencible, aunque niño.
Salen con cajas y trompetas marchando,
ULISES, un
PAJE de jineta y otro con una celada en una
fuente, y AQUILES
armado con sombrero y bastón, todo, muy
bizarros y
GARBÓN
CASANDRA: Él
tiene bizarro talle,
si al cuerpo conforma el brío
que
muestra, dichosa Troya
a
tenerle por caudillo.
POLICENA: No nos
hace Aquiles falta
mientras Héctor esté vivo;
puesto
que tras sí me lleva
el alma con el sentido.
GARBÓN: ¡Oh, Arquillas de mis entrañas,
no quepo de regocijo
por
ambos dos carcañales
en somo
de mis hocicos!
Garbón
soy, ¿no me conoces?
AQUILES: ¡Oh, Garbón!
GARBÓN:
Fui vaquerizo;
mas
dejélo por la guerra;
busquéte un mes, y aborrido
de no
hallarte, di en soldado.
AQUILES:
Huélgome de haberte visto.
GARBÓN:
Esquilón llora por ti,
con ser
viejo, como un niño.
AQUILES: Téngole
en lugar de padre.
GARBÓN:
Bravamente te han vestido.
¿Dónde
compraste ese sayo,
que tan
al justo te vino?
Ni tien
costuras, ni pliegues,
pardiez, que está bien tejido;
de
vidrio pensara que es,
si
hubiera sastres de vidrio.
NICANDRO: Donoso
está el ignorante.
GARBÓN: Si,
cual dicen, has venido
a ser
nuestro general,
también
yo tengo mi oficio.
AQUILES: Y ¿cuál
es?
GARBÓN:
Cabo de escuadra
me ha
de ser prometido
el
capitán que nos trujo
por un
hecho peregrino
que me vio hacer en un pueblo,
y
merece estar escrito
y aun
guardarle en los archeros.
PALAMEDES:
Mentecato, en los archivos.
GARBÓN: Eso de
chivos es pulla.
AQUILES: Es tan donoso y sencillo,
que el oirle me entretiene.
ULISES: Ya le
conozco.
GARBÓN:
Es mi amigo.
AQUILES: Hermosa
coronación
de
muros; si guarnecidos
de
tales armas están,
¿quién
no teme su presidio?
ULISES: La
princesa Policena,
de la
hermosura prodigio,
es
aquélla con sus damas
que a
verte entrar han salido.
Treguas
hay; si verla quieres,
acércate más.
AQUILES: ¡Divino,
milagro; belleza rara!
Si tal
tesoro conquisto
¡qué
hazañas más bien premiadas!
De
nuevo ánimo infundido
siento,
Ulises, mi valor
con la
hermosura que miro.
Hácele POLICENA señas con un lienzo
ULISES: Señal
te hace con un lienzo
para
hablarte.
DEIDAMIA:
Celos míos,
¿qué
escucháis? ¿Qué es lo que veis?
¿Ayer
ausencia, hoy olvidos?
CASANDRA:
Escucha, que ya se acerca.
AQUILES: Ardid debe de haber sido,
puesto, señora, que nuevo
el
mostrar al enemigo,
en fe
de que no le temen,
los
despojos más lucidos;
y no sé
si es discreción,
que yo,
después que os he visto,
por la
dicha del ganarlos
pienso
atropellar peligros.
POLICENA: Si en
fe de ser tan galán,
príncipe, lo que habéis dicho,
es
cortesía amorosa,
a gozar
hemos venido
vuestra
gallarda presencia;
pero si
habláis presumido,
sabed que son cazadores
nuestros troyanos invictos,
y que os ponen el reclamo
porque
con él divertidos,
os
entendemos coger
en las redes de Cupido.
AQUILES:
Poderoso estratagema;
discreto y sutil arbitrio.
Diera yo por verme preso
en
vuestros lazos divinos
el
alma, que ya no es mía;
ya me
parecen prolijos
los
términos de esta tregua,
pues
dilatar han podido
conquista
de estima tanta,
y a
poderla hacer suspiros,
fueran
de poco provecho
máquinas, flechas y tiros.
POLICENA: ¡Ay! Si vos fuérades nuestro,
diéraos
yo...
CASANDRA:
¡Qué desvaríos,
señora,
el respeto ofenden
a tu
recato y jüicio!
POLICENA: ¿Qué he
de hacer? No puedo más;
aunque
la lengua reprimo,
es
móvil primero el alma
de las
palabras que digo.
DEIDAMIA: ¿Que
esto escucho y no me vengo?
Celos,
¿a esto hemos venido?
TEBANDRO:
¡Señora!
DEIDAMIA:
Estoy por dar voces.
¡Ay,
esposo fementido!
ULISES:
Despídete, que se acerca
nuestro campo, que ha sabido
nuestra
venida, y el rey
sale a
él a recibirnos.
AQUILES: Despide
tú, si es que puedes,
la luz
del sol; saca el Nilo
de su
madre; quita al fuego
el
calor, que es su principio,
y será
posible entonces
despedirme del hechizo
que he
bebido por los ojos.
Partiréme de mí mismo.
Cajas y trompetas, salen SOLDADOS marchando,
PATROCLO, y detrás MENELAO, viejo, con
bastón
AQUILES: Déme vuestra Majestad
los pies.
MENELAO:
Brazos apercibo
para
coronar los hombros
en que
ha de tener alivio
el peso
de mi venganza.
Vos
seáis tan bien venido
como en
Grecia deseado,
gloria
y sol de nuestro siglo.
PATROCLO: Abrazad
vuestro Patroclo
si os
acordáis de él.
AQUILES: ¡Oh, amigo!
¿Cómo
pueden olvidarse
amistades desde niños?
Juntos nos hemos crïado;
y agora el veros estimo
en lo
que ganará Troya.
PATROCLO: Dándoos
los brazos, confirmo
de nuevo nuestra amistad.
Sobre los muros, HÉCTOR armado
HÉCTOR:
Príncipe, que en vaticinios,
profecías y esperanzas,
si no
mienten adivinos,
conquistador os blasonan
de nuestra
ciudad, dominio
del
Asia, corte y cabeza
del
célebre reino frigio;
después
de daros alegre
y
cortés el bien venido,
pues
venciendo os esperamos
fama
que eternizan libros;
para
que no dilatéis
los
triunfos que prevenidos
os
tiene Grecia, fïada
en
vuestro valor invicto,
con
permisión de las treguas,
cuerpo
a cuerpo, os desafío
para mañana.
AQUILES:
¿Quién sois,
confïado comedido,
vos, que me desafiáis?
HÉCTOR: Héctor, mayor de los hijos
de Príamo, rey troyano.
AQUILES:
Mostráis, príncipe, cuán digno
sois de
la fama que os honra,
y
aceptando el desafío
os
retorno parabienes
que,
por ser vuestros, estimo.
Échale un guante HÉCTOR y otro
POLICENA, coge éste DEIDAMIA y el otro PATROCLO,
y entrambos
AQUILES
HÉCTOR: Recibid, pues, ese guante.
POLICENA: Y éste
también, por ser mío,
que si
el de mi hermano os reta,
ése os
favorece.
AQUILES: Admito
el uno
y el otro ufano.
PATROCLO: Estando
Patroclo vivo,
desafïado primero,
mi
derecho es más antiguo,
y así
este guante me toca.
Con banda al rostro, DEIDAMIA
DEIDAMIA: Y éste
a mí, pues, ofendido,
si para vos de favor,
de
guerra para mí ha sido.
AQUILES: Suelta
Patroclo, si intentas
no ser
de hoy más mi enemigo,
Suelta
tú, si no pretendes
dar á
mis celos principio.
PATROCLO: Yo he de pelear con Héctor
primero, Aquiles, que he
sido
primero
desafïado.
DEIDAMIA: Yo he
de matarme contigo
antes
que el guante te dé.
AQUILES: ¿Quién
eres, hombre atrevido?
DEIDAMIA:
Sabráslo si me buscares.
AQUILES: ¿Dónde?
DEIDAMIA:
¡Traidor, en ti mismo!
Vase
AQUILES:
Tenedle. ¿Qué es esto, cielos?
HÉCTOR: Si
estás, Patroclo, ofendido,
hagamos
nuestra batalla
luego
los dos.
PATROCLO:
Eso pido.
HÉCTOR: Pues
espera que ya bajo.
ULISES: Dar fin
a esta parte quiso
nuestro
autor; con la segunda
mañana
os convida Tirso.
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