Salen
CONSTANCIO, viejo emperador, con luto,
ANDRONIO y otros, un PAJE
ANDRONIO: En
este desierto fue
la
tragedia, gran señor,
que
provocó su valor.
Aquí
muerto le dejé,
y
huyendo los foragidos
cuando
se certificaron
ser
César el que mataron
temerosos si atrevidos,
de
tu enojo y su castigo.
Llegué
a esta pequeña aldea,
que en
llantos su amor emplea;
llevé
pastores conmigo
torné el cadáver difunto,
y
habiéndole embalsamado
le dejé
depositado,
partiéndome al mismo punto
a
darte la nueva triste
que certifican tus ojos
en sus funestos despojos.
CONSTANCIO: Muerte
con ella me diste.
¡Ay,
parca fiera e ingrata!
¿por
qué ofendes tu decoro?
¿Juventud despojas de oro?
¿Vejez reservas de plata?
Vieran mis años
prolijos
tu
rigor ejecutado
en este
padre cansado;
conservárase en sus hijos
mi
memoria; y la grandeza,
que ya
mi esperanza pierde,
floreciera en abril verde
su joven naturaleza,
y
dieras final enero
de la
vejez que ya lloro.
Cobraste el tributo en oro.
Menospreciaste el acero.
Traedme el cuerpo y veré,
mientras
llanto le apercibo,
muerto
el gusto, el dolor vivo.
Segunda
vez le daré
el
ser, si el dolor informa,
como el
alma al cuerpo frío.
Alma
llora. El llanto mío,
¿podrá darle vida y forma?
ANDRONIO: Ya
con fúnebre aparato
le
traen.
CONSTANCIO:
¡Ay, cielo!, ¡ay rigor!
cortaste un árbol en flor,
de la
belleza retrato;
dejaste un tronco con vida.
¡Elección bárbara y ciega!
huye a
quien te llama, y ruega
al que
te huye apercibida.
Muriera el César romano
entre
armados escuadrones,
dando
vida a sus blasones,
ya
conquistando al britano,
o ya
oponiéndose al persa,
ganando
con pompas reales,
ya
cívicas, ya murales,
glorias
de fama diversa.
Ya
cegando cavas hondas,
ya
muros altos midiendo,
porque
imitara muriendo
la fama
de Epaminondas;
pero, ¡entre unos bandoleros,
porque
de una misma suerte
den a
tu fama la muerte
como a
tu vida! ¡Qué fieros
te son los hados! ¡Qué esquiva
la Fortuna, que envidió
tu
suerte, y no permitió
dejar
tu memoria viva!
PAJE: El
príncipe Constantino
viene
ya.
CONSTANCIO:
Ya sé que viene,
por mi
mal; ya sé que tiene
determinado el camino,
Su
vista a mis años largos,
infeliz, porque en mi espejo
quebrado miré este viejo
fines
de un principio, amargos.
¿Por
qué prolijo me adviertes
pena
que yo llego a ver?
Mi alma
no ha menester
que a
pedradas la despiertes.
Tocan cajas destempladas y trompetas roncas. Sacan
enlutados un ataúd y banderas
negras arrastrando
Con
otro recibimiento,
hijo,
os aguardaba yo.
En
túmulo se trocó
vuestra
boda y mi contento.
Con
vos, el tiempo avariento
pagó el
curso acostumbrado
a la
muerte, juez airado
que, ya
grave, ya ligera,
dando a
otros pleitos de espera,
de vos
cobra adelantado.
Descubríme el rostro triste,
retrato
de lo que fue;
en él
mi muerte veré,
si en
él mi vida consiste.
Vaso
que el licor tuviste
de un
alma que ya en su ocaso
se puso y con leve paso
voló a
eterno señorío,
bien
parece que vacío
no
tiene valor el vaso.
¡Qué
hermoso que te vi yo!
Pero
eres vaso de tierra.
Bañó la
vida que encierra
el alma
que te informó;
como el
baño se acabó,
la
tierra te desengaña,
pues de
su color te baña,
y el
alma de ti se aleja,
como el
pastor cuando deja
despoblada la cabaña.
Suenan chirimias y atabales
Pero, ¿qué muestras son éstas
de triunfos y glorias reales,
mezclando vivas señales
entre
memorias funestas?
¿Yo lágrimas y ellos fiestas?
Salen CLORO, del mismo modo que
CONSTANTINO,
MAXIMINO, IRENE, ISACIO, MINGO,
CLODIO, PELORO y MELIPO
CLODIO:
Muestra, Cloro, tu valor
aquí;
no como pastor,
como el
César verdadero
te
trata, porque así espero
verte
presto emperador.
CLORO:
Clodio, vuestro desatino
hasta
agora os ha engañado;
que soy
Cloro habéis pensado,
siendo
el César Constantino.
MELIPO: ¿Cómo?
CLORO:
Por Jove divino,
si
injurias el noble ser
que me
vino a engrandecer,
que a
costa de vuestras vidas
experimente perdidas
las
fuerzas de mi poder.
Si
más Cloro me llamáis,
lloraréis vuestro fin hoy.
Constantino el César soy,
y mi
padre el que miráis
PELORO: Melipo,
Clodio, ¿escucháis
la
arrogancia del villano?
Como le
dimos la mano,
por eso
nos da del pie.
MINGO: Con más
miedo vengo, a fe,
que
vergüenza.
MELIPO:
¿Hay tal tirano?
CLORO:
Vuestra sacra majestad
me dé
los pies.
CONSTANCIO:
¡Cielo santo!
¿Qué es
esto?
CLORO:
Y al bello encanto
de esta
divina beldad,
los
brazos.
CONSTANCIO:
¡Alma, dejad
sueños si es que estáis durmiendo!
MAXIMINO: Mi
fortuna engrandeciendo
ampara
el cielo divino,
pues a
Irene y Constantino
ha
enlazado.
CONSTANCIO:
¿Qué estoy viendo?
MAXIMINO: Dad
a Maximino agora
los
brazos, que alegre viene
a
ofreceros con Irene
el ave
que Arabia adora
CONSTANCIO: Si la
desdicha que llora
este
trágico suceso,
y tiene
el sentido preso
en la
cárcel del pesar,
no me
ha venido a engañar,
yo
estoy soñando sin seso.
Andronio, si estoy despierto,
libra
mi imaginación
de esta
extraña confusión.
¿Qué es
esto?
ANDRONIO:
Señor, lo cierto
es que
Constantino muerto
en este
bosque quedó.
CONSTANCIO:
Pitágoras afirmó
que las
almas que dejaban
un cuerpo,
se trasladaban
a
otros, y no mintió.
Sí,
a creer me determino
lo que
alegra mi esperanza,
que el
amor, que es semejanza,
apoya
este desatino.
El alma
de Constantino
buscó
un cuerpo semejante
al
primero, en que, constante,
sus
espíritus reciba,
dándome
la imagen viva
del
muerto que está delante.
El
corazón dividido
en dos mitades agora,
cuando
un hijo muerto llora,
vivo un
hijo ha recibido.
Luto
por el que ha perdido
fuerza
el dolor a traer;
fiestas
hacen suspender
el pensar
que en verle calma.
Dos
contrarios en un alma
me
obligan a suspender.
Pésames tristes recibo
del
hijo que muerto veo,
plácemes dan al deseo
contento del mismo vivo.
Lágrimas aquí apercibo,
brazos
aquí dar consiento,
y en los extremos que siento,
cuando la verdad ignoro,
en un
mismo tiempo lloro
de
pesar y de contento.
Si al efecto natural
hago
juez en esta prueba
y la
sangre siempre lleva
el alma
a su original,
con
amor y gusto igual
por
entrambos dos suspira;
este fuerza,
estotro tira
el
corazón a sus brazos,
y hecha
entre los dos pedazos
dividiéndose se admira.
¿Vióse jamás tal portento,
juntos los bienes. y males,
y por una causa iguales
la
tristeza y el contento,
perplejo el entendimiento,
la
voluntad sin saber
lo que
en tal caso ha de hacer,
y que
en un mismo lugar
den lágrimas de pesar
las lágrimas de¡ placer?
Ahora bien; la
semejanza
que tal
vez Naturaleza
en fe
de su sutileza
forma
para su alabanza,
de tan
extraña mudanza
pudo
ser sutil autora.
Averigüemos agora
en mi
provecho o mi daño
si es
ésta verdad o engaño,
mientras el alma lo ignora.
¿Quién es aqueste pastor?
MINGO: Yo,
señor, soy un salvaje,
testigo, persona y traje,
que en
fe de mi buen humor
me trae
el emperador
Constantino en su servicio,
y
aunque servirle codicio,
nunca
de traje he mudado,
que aunque tosco, siempre he dado
en que
es liviandad o vicio.
CONSTANCIO:
¿Sabes tú quién es ese hombre?
que
afirma que mi hijo es?
MINGO: No le
he dejado después
que le
pusieron el nombre
CONSTANCIO: Aunque
este encanto me asombre,
la
simple rusticidad
de éste
dará claridad
a esta
extraña maravilla,
que
siempre en alma sencilla
se
aposenta la verdad.
IRENE: ¿No
sabremos, gran Señor,
qué
confusión te divierte,
que en
luto el gozo convierte
de
nuestra vista el dolor?
MAXIMINO: Nuestro
único sucesor
es
éste, César romano.
Dejad
el pesar tirano.
CLORO: ¿Qué es
esto?
CONSTANCIO:
Estoy sin acuerdo,
llorando el hijo que pierdo,
gozando
el hijo que gano.
A MINGO
Ven
acá, pastor.
MINGO:
Aquí
el
miedo el alma embaraza.
CONSTANCIO: ¿Quién
es el que se disfraza,
sin
serlo, en mi hijo así;
MINGO: Yo,
señor, ni lo comí,
ni lo
bebí. De un pastor
viene
todo mi valor.
Verdad
es que en la cocina
di a la
mula la gallina,
y la
cebada al doctor.
CLODIO:
(Éste nos ha de causar Aparte
la
muerte por descubrirnos.)
MINGO: A no
venir a decirnos
que
habíamos de reinar
éstos....Yo de mi lugar
alcalde
he sido...no fui,
sino
porque rico...y así...
diz que
éste se pareció
Diga,
¿parézcome yo
a ningún
hombre de aquí?
CONSTANCIO:
¡Villano, viven los cielos!
Si no
dices la verdad,
que han
de ahorcarte.
MINGO: ¿Hay crueldad
como
ésta? Descubrirélos.
¿Para mí
han de ser los duelos
y para
otros la ventura?
CONSTANCIO: ¿Quién
es éste que procura
usurpar
ajena fama?
MINGO: Aquéste
Cloro se llama.
MELIPO: ¿Qué
dices?
MINGO:
La verdad pura.
Dijeron aquestos tres
que en
el talle y el semblante
parecía
a un imperante,
príncipe, o diablo, o lo que es;
vistiéronle así después,
llamáronle jamestad
lleváronle a una ciudad,
casóse
con esta moza,
como
marido la goza,
y esta
es la pura verdad.
MAXIMINO: ¿Qué
es esto, traidor fingido?
¿tú a
Irene has engañado?
PELORO: Buen fin
la Fortuna ha dado
al
ardid que hemos fingido.
CONSTANCIO: ¡Matad
aqueste atrevido!
CLORO: No me
dejo matar yo.
Lo que
la suerte me dio
eso
pienso defender.
El
César tengo de ser,
que el cielo me lo llamó.
IRENE: Y
yo, que te llamo dueño
y como
esposo te adoro,
ya seas príncipe, ya Cloro,
ya hombre ilustre, ya
pequeño,
puesto
que parezca sueño
lo que miro y me divierte
tu
adversa y próspera suerte,
seguiré
siempre a tu lado.
CONSTANCIO: ¿Qué es
aquesto, cielo airado?
¡Matadle, dadle la muerte.
Empuñan las
espadas unos contra otros.
Sale ELENA
ELENA:
Invicto César augusto,
a quien
todo el mundo llama
Constancio, en fe de que el nombre
conforma con tu constancia,
suspende el justo rigor
que da
filos a tu espada,
ocasiones a tu enojo
y, a
nuevos misterios causa.
Yo soy
Elena, que un tiempo
llamaste dueño del alma,
blanco
de tu ciego amor
y
objeto de tu esperanza.
No te acordarás de mí,
que el
olvido y la mudanza
andan
con la posesión,
de la
ingratitud hermana.
Amásteme siendo César,
y
puesto que no te iguala
mi valor
en la nobleza,
reyes
tuvo mi prosapia.
Persuasiones amorosas
derribaron la muralla
de mi
noble resistencia;
dísteme
mano y palabra
de
esposo, y en pago de ella
te di yo dentro del alma
el
absoluto dominio
que
funda su imperio en llamas.
Un
hijo, que es el que ves,
hizo
nudo las lazadas
de mi
amor y tu firmeza;
mas como el tiempo desata
obligaciones de bronce,
milagros de su mudanza
pervirtieron tu memoria,
dieron
principio a mis ansias.
Tu
padre, el emperador,
te casó
en Roma, quebrada
la
palabra que me diste,
mas
¿qué príncipe la guarda?
Temí el
valor de mi padre,
que,
intentando la venganza
de mi
injuria y de su afrenta,
quiso hacer de mis entrañas
túmulo
al hijo que de ellas
salir a
luz deseaba, para
enseñar
con tu olvido
mi
agravio y tu semejanza.
Víneme
huyendo a estos montes
su rigor y mis desgracias
depositando el secreto
eñ en
sus peñas intrincadas.
En
aquesta aldea, en fin,
vuelta
pastora de infanta,
vio el
sol el triunfo amoroso
en quien tu valor retratas.
Constantino le llamé
el
Magno, aumentando el agua
mis lágrimas de sus fuentes,
que murmuran tu mudanza.
Supe
después que tenías
otro
Constantino, causa
de
nuevas penas en mí
y
nuevas desconfïanzas.
Jurarle
hiciste por César,
y con
distinta crïanza
los
dos, de un principio efectos
y de un
mismo tronco ramas,
él
entre palacios ricos,
éste
entre humildes cabañas,
púrpuras aquél vistiendo
y éste
humildes antiparas,
juego
del tiempo y Fortuna
fueron,
que montes abaja
y
valles, tal vez, sublima
ciega,
en fin, mudable y varia.
Treinta
veces pobló enero
aquestos prados de escarcha,
y de
acanto y madreselva
los vistió
el mayo otras tantas,
que
crecieron igualmente
tus hijos y mis desgracias;
ése, César; pastor, éste;
tú, mudable yo, olvidada,
cuando, muriendo tu
esposa
-- si puedo con razón darla
este
nombre siendo yo
en tu
amor legitimada --
a
casarse con Irene,
princesa hermosa del Asia,
e hija
de Maximino,
a
Constantino enviabas;
y en
fin, para dar lugar
a mi
perdida esperanza,
recuerdos a tu memoria
y
castigo a tus mudanzas,
quiso
el cielo y la Fortuna
que en
estos montes quedara
muerto el César, porque puedas,
cumplir
leyes y palabras.
Constantino el Magno, que es
el que
tus brazos aguarda,
y tu
mayor heredero,
puesto
que le decía el alma
quién
era, y yo lo encubría,
humillando acciones altas
con
memorias mentirosas,
tan
humildes, cuanto falsas,
llamáronle Cloro entonces,
y
afrentado que montañas
ocultasen su valor,
que
aspira a cosas más altas,
dio
crédito a persuasiones
de
aquestos que le acompañan,
resucitando del muerto
la
dicha y la semejanza.
Si lo que por ti he pasado,
si el
darte, invicto monarca
vivo un
hijo por un muerto,
en
quien tu dicha restauras;
si el
ser yo tu esposa,
en fin,
merece que satisfagas
deudas
que el tiempo atestigua
y el
cielo piadoso ampara
cumple
noble y, generoso;
si no
en oro, paga en plata,
dando
los brazos a Elena
y a
Constantino las plantas.
CONSTANCIO: ¡Oh, restauración querida
de mi fe y de mi contento!
Fénix, de quien nacer siento
a nuevas glorias mi vida,
agraviada y perseguida,
lloro tu olvido y mi pena,
mas pues la Fortuna ordena
la ventura que en ti fundo,
hoy ha de adorar el mundo
por su emperatriz a Elena.
Dame esos brazos constantes
y Constantino que en ellos
poseerá con poseellos
lauros de Roma triunfantes.
Cesen lágrimas amantes
de un hijo muerto, pues vino
por caso tan peregrino
otro vivo a ver mi amor.
De un Constantino el dolor
remedie otro Constantino.
Dadme vos también, Irene,
brazos de padre, y de hermano
vuestra alteza.
MAXIMINO: En ellos gano
dichas que callar conviene.
IRENE: Si tan buen suceso tiene
tu desgracia, esposo mío,
ya de tus venturas fío
triunfos con que al mundo
asombres
y con inmortales nombres
dilaten tu señorío.
CLORO: Para coronar tu frente
la esfera del Sol quisiera
poseer, porque en su esfera
te adore todo el Oriente.
CONSTANCIO: Magencio intenta al presente
arrogante y rebelado
contra el imperio sagrado,
gozar el lauro de Roma.
César eres, monstruos doma
que la ambición ha sacado.
Y todas mis escuadrones;
por su señor te obedezcan.
Cerca a Roma, y
permanezcan
en sus muros tus pendones.
Empieza a ganar blasones
que te den nombre divino.
CLORO: A eso, señor, me inclino.
CONSTANCIO: Diga el aplauso feliz,
viva Elena, Emperatriz.
TODOS: ¡Viva Elena, Emperatriz!
CONSTANCIO: ¡Viva el César Constantino!
TODOS: ¡Viva el César Constantino!
Vanse
todos con música. Sale LISINIO, de
Capitán
con jineta, y SOLDADOS
LISINIO: A Constantino, de la patria amigo,
defiendo contra el bárbaro
Magencio;
el hijo de Constancio, su
enemigo,
por legítimo César reverencio.
Siga al tirano Roma, que yo sigo
a quien gobierna al mundo, y al
silencio
de la lengua remito en noble
alarde
las obras, no palabras de
cobarde.
SOLDADO
1: Valeroso Lisinio, tus hazañas
te han dado justamente la
jineta,
que en la tirana sangre honras y
bañas,
digna que nuevas honras te
prometa.
Pastor fuiste, entre rústicas
montañas
crïado; si un laurel fue tu
profeta
y el imperio te ofrece, como
dices,
tiempo es de que te ilustres y
eternices.
Constancio, emperador, a Roma
viene
contra Magencio, y el amor
divino,
que acreditadas tus victorias
tiene,
al heroico renombre abre camino;
casado con la griega y bella Irene
le sigue el invencible
Constantino.
Si tu pecho y hazañas reconoces
tu fama hará que su privanza
goces.
SOLDADO
2: Vámosle a dar, Lisinio
valeroso,
la obediencia debida que le ofreces;
como sea de tu pecho belicoso
el premio que en su ejército
mereces.
SOLDADO
1: Constancio, agradecida y generoso,
si en las victorias como en
dicha creces,
de tu lealtad ofrecerá a tu fama
coronas de laurel, de roble y
grama.
SOLDADO
2: ¡Muera Magencio, capitán
romano!
¡Constantino y Constancio,
eternos vivan¡
LISINIO: Vámosle a ver, y sellaré en su mano
labios leales, que su amor
reciban.
Ampárese entre muros el tirano,
que célebres hazañas los derriban.
A Constantino mi valor
inclino.
TODOS: ¡Viva Constancio! ¡Viva Constantino!
Vanse
todos. Salen ELENA, IRENE, CONSTANTINO,
ISACIO
y SOLDADOS. CONSTANTINO aparece sentado
en
medio de ELENA e IRENE
CLORO: Éste es el Babel del mundo,
que encerrando siete riscos
entre agujas y obeliscos,
no reconoce segundo.
Roma es ésta, en fin; extremo
de la Real ostentación;
lastimosa emulación
de los dos, Rómulo y Remo.
Y siendo imperial cabeza
de cuanto mira el aurora,
si os tiene a vos por señora,
honrando en vuestra cabeza
el laurel que ya os previene
¿quién duda que en más estime
desde hoy su imperio sublime
pues le honran los pies de Irene?
IRENE: Veaos yo su emperador,
vencido el loco Magencio,
que yo sólo reverencio,
Constantino, vuestro amor,
sin que del laurel los lazos
deseo a mí gusto den,
mientras en mi cuello estén
coronándole esos brazos.
ELENA: Ocasión hay en que puedas
mostrar que heredas, romano,
las hazañas de tu hermano,
como el imperio le heredas.
Constantino el Magno, el
Grande,
todo el imperio te llama;
grandes hazañas la fama
te pide para que ande
el valor con el blasón
igual; la ocasión te obliga
a que el nombre no desdiga
de tus hechos y opinión.
¡Magencio, en Roma
seguro
se ampara, y triunfa ya de él,
que no corona el laurel
a quien no corona el muro
de victoriosas banderas
que planten manos gallardas.
A su vista estás, ¿qué aguardas?
Roma es aquésta, ¿qué esperas?
Conquístela tu valor,
que en Roma tu imperio fundo.
No serás señor del mundo,
si en Roma no eres señor.
Mientras con triunfo solene
en Roma tu nombre afames,
ni de Elena hijo te llames,
ni ilustre esposo de Irene.
CLORO: Que eres mi madre negara
y la sangre que te debo,
si con ánimo tan nuevo
tu valor no me obligara.
Hoy, madre, verás que de él
soy legítimo heredero.
Morirá el tirano fiero,
que si es cobarde, es crüel,
que ensangrentando sus manos
en inocentes se infama,
la que Magencio derrama
de los humildes cristianos
anima mi corazón
a que vengallos intente.
No sé que tiene esta gente,
que me roba el corazón
Cosas en ellas he visto
de más que humano poder.
A Magencio he de vencer
con la ayuda de su Cristo.
IRENE: ¿Qué dices? ¿A un hombre alabas
muerto en cruz, y en él esperas?
¿A los dioses vituperas
cuando de imperar acabas?
¿A un ajusticiado estimas,
que en un pesebre nació,
a Egipto de un Rey huyó,
y con su favor te animas
cuando en un tosco madero
no se pudo a sí librar?
Dioses en quien esperar
tiene tu imperial acero;
Júpiter rayos fulmina,
que cíclopes sicilianos
forjados dan a sus manos
llenos de furia divina;
Marte, en sangre humana
tinto, contra tu elección se
enoja,
y lanzas de fuego arroja
reinando en el cielo quinto.
¿No hay una Palas que
invoques,
un Apolo, cuyas flechas,
Pitones, sierpes deshechas,
a darte favor provoques?
¿A un hombre muerto y desnudo
pides que te ayude?
CLORO: Espera.
IRENE: Quien habla de esa manera
mal tener esfuerzo pudo.
Haz con él en Roma alarde
del triunfo que darte intenta,
y quien los dioses afrenta
nunca ser mi esposo aguarde.
Vase
IRENE
CLORO: ¿Hay caso más peregrino?
Escucha, espera, mi bien,
que me abrasa tu desdén,
bella Irene.
VOZ: ¡Constantino! Dentro
CLORO: ¡Cielo! ¿Quién me llama ansí?
VOZ: ¡Constantino! Dentro
CLORO: Dulce voz,
que con discurso veloz
triunfas amorosa en mí;
¿qué me quieres?
VOZ:
¡Constantino! Dentro
CLORO: Ya te escucho y reverencio.
VOZ: Hoy vencerás a Magencio, Dentro
si el estandarte divino
llevas, que al cielo da luz,
y es símbolo de la fe.
CLORO: ¿Con qué señal venceré?
Cantan
dentro
VOCES: Con la señal de la Cruz.
ELENA: ¿Hay música más süave?
CLORO: ¿Hay cosa más celestial?
Pues me das esta señal,
el mismo cielo te alabe.
A mis tinieblas des luz,
pues en ti he de merecer
triunfar en Roma y vencer.
Cantan
dentro
VOCES: Por la señal de la Cruz.
Pasa
por el aire una cruz; suena música y
dice
CLORO arrodillándose
Si por esa señal venzo,
¿qué es lo que temo cobarde?
Haga aquí mi esfuerzo alarde;
que hoy a adorarte comienzo.
ELENA: Hijo, el ciclo es en tu ayuda.
Por la señal vencerás
de la Cruz. No esperes más.
CLORO: Al arma confusa duda.
Entran
algunos CRISTIANOS en escena
¿Qué es esto?
CRISTIANO
1: Danos los pies.
CLORO: ¿Quién sois? ¿Qué queréis de mí?
CRISTIANO
1: Cristianos, que sólo en ti
esperan, señor, después
que Magencio, vil tirano
de Roma, donde se encierra,
conjurado nos destierra,
porque con nombre cristiano
ilustrados nos ha visto.
CLORO: Basta ese divino nombre
para que el mundo se asombre.
Yo también adoro a Cristo.
Seguid en su nombre santo
mis banderas; suyo soy;
por él he de vencer hoy
y dar a Magencio espanto.
CRISTIANO
1: Todos los que aquí venimos,
en su nombre te ofrecemos
que al tirano venceremos
y en este papel pusimos
nuestras firmas de ofrecerte
diez cabezas cada uno
de los contrarios.
CRISTIANO
2: Ninguno
teme, gran señor, la muerte.
CLORO: ¡Oh, valor, sólo cristiano!
De quien sois, dais testimonio.
General eres, Andronio;
mi estandarte, honre tu mano.
Deja águilas imperiales,
que idólatras prendas son,
la cruz en su lugar pon
pues vencen estas señales.
ANDRONIO: Yo no puedo derogar
la antigüedad del imperio,
ni con ese vituperio
a Júpiter provocar.
Suyas las águilas son
que Roma ilustre enarbola.
Con esta bandera sola
daré nombre a mi opinión
volando hasta las estrellas;
otro a honrar la cruz comience,
y veremos hoy quien vence,
ella, o mis águilas
bellas.
Vase
ANDRONIO
CRISTIANO
1: ¡Oh, bárbaro! Yo me encargo
de alcanzar del mismo Marte
victoria, si el estandarte
de la cruz está a mi cargo.
CLORO: Llévala, pues; saca a luz
de Dios en ella el poder,
que a Magencio he de vencer
por la señal de la cruz.
Vanse
los CRISTIANOS. Sale LISINIO
LISINIO: Gran señor...(¡Válgame el cielo! Aparte
¿no tengo a Cloro delante?
CLORO: (¡Cielo! si no es que me espante Aparte
lo que mirando recelo.
¿No es éste Lisinio?)
LISINIO: (Él es; Aparte
pero tan presto un pastor
puede ser emperador?)
CLORO: ¿Qué quieres?
LISINIO: Dame esos pies,
y en tus banderas recibe
un capitán que se inclina
a tu fama peregrina,
y animoso te apercibe
a Roma donde has de entrar,
a pesar de su tirano,
hoy con triunfo soberano.
CLORO: (Lisinio es. ¿Qué hay que dudar?) Aparte
LISINIO:
(Cloro es éste, o estoy loco.) Aparte
CLORO: (La
verdad he de saber. Aparte
No sabe Lisinio leer;
así su
esfuerzo provoco.)
A LISINIO
Yo
estimo vuestro valor;
por mi
capitán os nombro...
LISINIO:
(¡Cielos! ¿Quién vio tal asombro?)
Aparte
CLORO: ...y porque podáis mejor
con hechos
extraordinarios
vencer
la envidia y olvido,
agora
me han prometido
de los
bárbaros contrarios
darme cuarenta cabezas
cuatro
soldados valientes.
Si a sus hechos excelentes
comparáis vuestras grandezas,
en este papel firmados
sus nobles nombres están,
Imitadlos, capitán,
pues lo
sois, y ellos soldados.
Firmad aquí.
LISINIO:
(¡Vive el cielo! Aparte
Que es
Cloro, y me ha conocido.
Nunca a
leer he aprendido;
mi
afrenta noble recelo.
Decir que leer no sé,
es
decir que no soy hombre
pues
¿de qué suerte, mi nombre
aquí,
cielos, firmaré?)
CLORO: ¿Qué
dudáis?
LISINIO: De firmar dudo,
porque
no es bien que presuma
que
firme hazañas la pluma,
sino el
acero desnudo.
Cien
cabezas de enemigos
ofroceré a tu laurel;
las
piezas de este papel
Rómpele
sean de
aquesto testigos,
y la
que tengo en la cinta.
Cumplirán aquesa suma,
siendo
mi espada la pluma
y
siendo sangre la tinta.
Por eso rompo las firmas
de todos, porque yo sólo
he de cumplir por Apolo
su promesa.
Vase LISINIO
CLORO:
Bien confirmas
tu
valor y atrevimiento
digno
de Lisinio fiel.
Él es;
no mintió el laurel.
Yo cumpliré el juramento.
César ha de ser conmigo
que así
cumple mi valor
palabras de emperador
y
premia un heroico amigo.
¡Al
arma nobles romanos!
¡Triunfad
de Roma valientes!
¡Coronas ciñan las frentes,
que os
rindan estos tiranos!
¡Salga vuestro esfuerzo a luz!
TODOS: ¡Arma!
¡Arma!
Roma ha de ver
que
sabe la fe vencer
por la
señal de la cruz.
Vanse
todos. Dase la batalla. Durante ella
aparece
MINGO con casco
y rodela, a lo gracioso. Van saliendo
sucesivamente
SOLDADOS durante la escena
MINGO: He
aquí a Mingo que es soldado
sin
haber tenido potra;
ni
estar quebrado quillotra
el
miedo con que vo armado.
¿Mas
que tiene de llover
esta
fiesta sobre mí?
Del
escuadrón me escurrí.
¿Dónde me podré esconder?
VOCES: ¡Al
arma! ¡al arma! Dentro
MINGO: La grita
que
anima a otros y alborota,
me va
helando cada gota
de
sangre. ¡Oh, mi paz bendita!
¿Cuánto mejor me estuviera
yo
agora junto al hogar,
viendo
la sartén chillar!
Salen los
SOLDADOS con espadas desnudas
SOLDADO 1: ¡Viva
Constantino!
SOLDADO 2:
¡Muera!
MINGO: Si
estos encuentran conmigo,
y
preguntan de quien soy,
¿qué
diré? ¡Al infierno doy
la
guerra!
SOLDADO 1:
¿Quién va allá?
MING0: Amigo.
SOLDADO 1:
¿Quién vive?
MINGO:
Magencio viva
por
siempre jamás, amén.
SOLDADO 1: ¡Ah,
traidor!
Dale
MINGO:
¿No dije bien?
Aquí me
han de volver criba
que no pueda acertar yo
en cosa
alguna!
SOLDADO 1:
Villano,
viva el
César soberano
Constantino.
MINGO:
¿Por qué no?
Viva
más que una madrastra.
Siempre
su campo seguí.
SOLDADO 1: Pues
dilo, cobarde, así.
Vanse los
SOLDADOS
MINGO: Mi
muerte el cordel arrastra.
¡Ay, cuál tengo las costillas!
Salen otros dos
SOLDADOS
Otros
vienen ¿de qué parte
serán?
SOLDADO 3:
Hoy ayuda Marte
con
divinas maravillas
a
Magencio.
SOLDADO 4:
El cielo ordena
darle
el laurel que apercibe.
SOLDADO 3: ¿Quién
va?
MINGO:
Ya no voy.
SOLDADO 3: ¿Quién vive
MINGO: ¡Dios
me la depare buena!
(Éstos son de Constantino.) Aparte
Constantino, emperador,
viva
más que un tundidor.
SOLDADO 3: ¡Oh,
perro!
Dándole
MINGO:
¡Nunca adivino!
Téngase, seor soldado,
la
espada, que reverencio...
SOLDADO 3: Pues
¿quién vive?
MINGO: ¿Quién? Magencio,
que es
el hombre más honrado
que
el licor de Baco bebe.
SOLDADO 3: ¿De
Constantino sois vos?
MINGO: ¿Yo?
SOLDADO 3:
Sí.
MINGO:
Mas que plegue a Dios,
señor,
que el diablo le lleve.
SOLDADO 3: El
combate anda encendido,
a la
batalla acudamos.
Vanse los
SOLDADOS
MINGO: Buenos, costillas andamos.
¡Gentil adivino he sido!
Salen otros dos SOLDADOS
Otros salen: ¿qué diré?
SOLDADO 1: Los
caballos nos han muerto.
SOLDADO 2: ¿Quién
va?
MINGO:
Si esta vez no acierto,
volaréis, alma, a la fe.
SOLDADO 2:
¿Quién vive?
MING0:
Todo viviente.
Vive un
perro, un elefante;
vive un
cuñado, un amante;
vive...
SOLDADO 2:
Mátale.
MINGO:
Detente.
SOLDADO 2:
¿Quién vive de aquestos dos,
o
Magencio o Constantino?
MING0: Viven
ambos, si convino
con la
bendición de Dios.
SOLDADO 1:
Dale, que aquéste es neutral.
Danle
MINGO: ¡Ah,
señores!
SOLDADO 1:
¡Oh, villano!
Vanse los
SOLDADOS
Malo soy para gitano.
¿Vio el
mundo desdicha igual?
Si
vuelvo por Constantino,
con los
de Magencio doy;
si digo
que él viva, estoy
con
estotro; si me inclino
a entrambos también me pegan.
Amparadme, cueva, vos,
que ya
vienen otros dos,
y han
de acabarme si llegan.
Si
de aquí vengo a escapar
con
vida, y pasa la guerra,
he de
poner en mi tierra
escuela
de adivinar.
Éntrase en la
cueva. Sale LISINIO con dos o
tres cabezas,
un estandarte y una espada
LISINIO: Con
estas cabezas tengo
cincuenta, y le prometí
ciento a Constantino. Aquí,
mientras a cumplirlas vengo,
guardádmelas, cueva, vos.
Por las demás volveré.
Échalas dentro
de la cueva,
y da con ellas
a MINGO
MINGO: ¡Ay,
que me ha muerto!
LISINIO: ¿No fue
voz
humana aquesta?
MINGO: ¡Ay, Dios,
que
aunque me esconda y encueve
no ha
de faltar quien me asombre!
¡Ay, de
mí!
LISINIO:
¿Quién eres, hombre?
MINGO: Soy el
demonio que os lleve.
LISINIO: ¿Quién eres?
MINGO: ¡Qué malas hadas
hoy me persiguen!
LISINIO: ¿Quién eres?
MINGO: Un hombre o lo que quisieres
que hoy has muerto a cabezadas.
LISINIO: ¿Es
Mingo?
MINGO:
¿Quién diablo os dijo
mi
nombre?
LISINIO:
Lisinio soy.
MINGO:
Mas...no... nada... Tal estoy
que no
os conozco. Colijo
que
sois Lisinio el pastor.
LISINIO: Y del
César, capitán.
MINGO:
¿Vestido de tafetán?
Mas, si
es Cloro, emperador,
¿de
qué me admiro y espanto?
LISINIO: ¡Ah,
cobarde!
MINGO:
Estó confuso,
y al
fin soy valiente al uso.
Todo
aquesto es por encanto.
LISINIO: No
temas; vente conmigo,
que
Constantino venció.
MINGO: Mas,
¡arre allá!
LISINIO: Ya quedó
muerto
el tirano enemigo.
MINGO: El
parabién le vó a dar.
LISINIO: ¡Buen
valor en ti se emplea!
MINGO: Pondré,
si llego a mi aldea,
escuela
de adivinar.
Vanse los
dos. Salen CONSTANCIO, CLORO, ELENA,
IRENE, y
SOLDADOS
CLORO: Yo,
cruz divina, os prometo
buscar
en vos nuestro bien,
y
dentro en Jerusalén,
aunque
os encubra el secreto
del
idólatra y hebreo,
no descansar hasta hallaros,
y desde hoy entronizaros
por el más noble trofeo
que conserva la
memoria.
Sólo al
soberano Dios,
que fue el sacrificio en vos,
atribuyo esta victoria.
IRENE:
¡Ingrato a los dioses pagas
la
ventura que hoy te han dado!
Un
hombre crucificado,
por más
que le satisfagas,
no pudo victoria darte;
Júpiter
sí, que es Dios sólo
con sus
rayos de oro, Apolo,
y con sus rigores Marte.
No busques prendas infames
de un patibulo afrentoso,
o deja de ser mi esposo,
y tuya más no me llames.
ELENA:
Hijo, Cristo es el eterno;
quien
no le adora se ofusca.
La cruz
soberana busca,
noble
asombro del infierno.
Vamos a Jerusalén.
IRENE: Si
niegas la adoración
de los
dioses, tu afición
mintió. No me quieres bien.
ELENA: Por
Dios se ha de dejar todo.
IRENE: No
imagines que he de amarte,
si a Apolo dejas y a Marte.
ELENA: Paga
con heroico modo
aquesta victoria a Cristo.
Busca
su cruz soberana.
IRENE: No
sigas la ley cristiana
que
firme ves que resisto,
ELENA: Ingrato eres si la dejas.
IRENE: A mi
amor eres ingrato
si la
sigues. Poblar trato
el aire
de justas quejas,
si
menosprecias mi amor
por un
madero insensible.
CLORO: ¿Vióse
aprieto más terrible?
¿Vióse
confusión mayor?
IRENE: Yo
sé que me antepondrás
a
Cristo, si bien me quieres.
ELENA: Augusto
por la cruz eres;
¿por
qué a buscarla no vas?
CLORO: ¿Qué
haré en duda tan esquiva,
que tan
perplejo me tiene?
Amo a
Cristo; estimo a Irene;
mas
¿qué importa? ¡Cristo viva!
Su
cruz vamos a buscar.
IRENE: Oprobio
de Emperadores,
que la ley de tus mayores
quieres, bárbaro, dejar.
No
esperes que el vituperio
de tu
vil intención siga;
ya es
Irene tu enemiga;
yo te
quitaré el imperio;
en
odio mi amor trocado;
que yo no he de ser mujer
de un hombre que da poder
de Dios
a un crucificado.
Vase IRENE
CLORO:
Espera, el paso reporta;
muda el
bárbaro consejo:
mas, si por la cruz te dejo
en que
murió Dios, ¿qué importa?
Sale ANDRONIO,
atravesado por una flecha, y
empuñando la
bandera de las águilas
ANDRONIO: Las
águilas imperiales
en que
idólatra adoré
los
dioses con mala fe,
postro
a tus plantas reales.
Herido de muerte estoy,
que
Júpiter, torpe y vano,
no me
defendió, tirano;
que no es Dios diré desde hoy.
Perezca su ley
lasciva.
Apelo a
un Dios verdadero.
En la
ley de Cristo muero,
Constantino, ¡Cristo viva!
Vase. Sale un CRISTIANO con la bandera
de la cruz
CRISTIANO: El
estandarte divino
que al Dios humano enarbola
y con
su sangre acrisola,
ha
vencido, Constantino.
A su
victoriosa mano
tus victorias atribuye,
pues tus contrarios destruye.
CLORO: ¡Oh, valeroso
cristiano!
Mi
alférez eres mayor.
Pisen águilas romanas,
ciegas, bárbaras y vanas,
los pies de un emperador;
adórnese mi corona
con la
Cruz, que es nuestro amparo.
Honre
desde hoy mi labaro,
y
autorice mi persona,
ley
divina. Aunque lo estorbe
el
infierno a su pesar,
os he de hacer adorar
desde aquí por todo el orbe.
Salen LISINIO
con el estandarte y cabezas y
MINGO
LISINIO: Cien
cabezas prometí
de los
enemigos darte.
Cincuenta aqueste estandarte
vale,
que te ofrezco aquí;
otras cincuenta te doy,
con que
cumplo mi promesa.
MINGO: Y la
mía en esta empresa
te
presento, que a fe que hoy,
según son las cabezadas
que la
han dado, si las cuentas,
que
vale más de trecientas.
No más
guerra y cuchilladas.
A mi
aldea he de tornarme.
CLORO:
Lisinio, de tu valor
has
dado muestra mejor
que
imaginé. A presentarme
vienes hazañas, que intento
premiar. Pues que las trujiste,
tu
juramento cumpliste.
Cumpliré mi juramento.
La
mitad juré de darte
del
imperio, si mi suerte
me le
daba. Hoy has de verte
Augusto. Goza la parte
que
justamente te toca.
Vasallos, Lisinio es
César.
LISINIO:
Deja que en tus pies
selle,
gran señor, mi boca.
CLORO: Pero
has de jurar primero
dos
cosas.
LISINIO:
Si de ellas gustas,
claro
está que serán justas.
Propónlas.
CLORO:
Que jures, quiero
no
perseguir los cristianos,
sino honrarlos y querellos,
pues
tengo mi dicha en ellos.
LISINIO: Yo lo
prometo en tus manos.
CLORO: Has
de jurar, lo segundo,
no
levantarte jamás
contra
mí.
LISINIO:
No me verás,
aunque
se alborote el mundo,
con
falso y villano trato
y torpe
conjuración,
hacerte
jamás traición,
que eso
fuera serte ingrato.
Yo
lo juro, gran señor,
en tus
imperiales manos.
CLORO: ¡Viva
Lisinio, romanos!
TODOS: ¡Viva
por Emperador!
CLORO:
Alza; y vos, madre y señora,
venid
conmigo a buscar
la Cruz
que he de entronizar
en cuanto cine el aurora.
Prevenga Jerusalén
triunfos a la Cruz divina.
ELENA: Dios tu
corazón inclina.
Monarca
cristiano, ven.
MING0: Yo y
todo tus pasos sigo.
Cristiano,
aunque aporreado,
soy
desde hoy, y no soldado.
La
guerra y golpes maldigo.
CLORO:
Bautizará a Constantino
de Roma
el sacro pastor.
MINGO: Y a mí
y todo, aunque mejor
me bautizará con vino.
CLORO: El
madero soberano
busquemos, que a amar me obliga
su
señal, y el campo diga,
Lisinio, César romano.
TODOS:
¡Lisinio, César romano!
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