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Tirso de Molina La Santa Juana - Primera parte IntraText CT - Texto |
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ACTO SEGUNDO
Salen JUAN Váazquez, Juan MATEO y la SANTA, llorando
JUAN: De tu humildad y obediencia jamás, hija, imaginara mi gusto tal resistencia, a no mirar en tu cara de este engaño la experiencia. Siempre, aunque en vano, creí que, como en la cera, en ti mi voluntad se imprimiera, y que tu sí o tu "no" fuera solamente mi "no" o "sí." Mas mi desengaño llega a ver hoy cuán poco puede un padre que a su hija ruega, lo que callando concede y con ese llanto niega. ¿Tú llorar, cuando ese susto convertirle en gozo es justo porque el mío consideras? ¿Tú la hierba del sol eras siempre siguiendo mi gusto? No te espantes si me espanto en ver esta novedad, cuando te entristece tanto opuesta a mi voluntad con el "no" de un mudo llanto que es justo mi sentimiento. MATEO: Sobrina, este casamiento que os procuramos, los dos es de la mano de Dios, y como mi hermano siento las muestras de ese pesar. Francisco Loarte es hombre con quien nos podéis honrar; mozo, rico, gentilhombre, y de su casa y solar ha ennoblecido el valor el césar nuestro señor; y pues con su sangre hidalga quiere Dios que luzga y valga vuestro estado labrador, no me parecen discretos esos extremos. JUAN: Verás si te casas mil efetos de gusto, y más si me das hidalgos y nobles nietos. Yo he dado ya la palabra a quien en el alma labra casa en que la tuya viva; ella también le reciba y alegre sus puertas abra, que si más lágrimas gasta el sentimiento presente y mis intentos contrasta, llamaréte inobediente; yo lo quiero y esto basta. Alza el rostro. SANTA: ¿Cómo puedo si la carga con que quedo de la palabra que has dado, sobre los hombros me ha echado los peñascos de Toledo? Darme, padre, la sentencia de mi muerte, y tus enojos tienen por inobediencia que llorando hablen los ojos cuando calla la paciencia. Dios la muerte que mandó darle su padre lloró, pero no fue inobediente; pues si Dios la llora y siente, ¿he de ser más fuerte yo? JUAN: ¿Casarte es matarte? SANTA: Sí, que si es la libertad vida y ésa la pierdo por ti, muerta soy, tú el homicida. ¿Quieres ver si esto es así? Pues del matrimonio advierte el nombre, substancia y suerte, hallarás por testimonio que si es cruz el matrimonio el casarse será muerte. Luego mi muerte publicas con el estado que a luz sacas, pues cuando le aplicas, siendo el matrimonio cruz, me casas y crucificas. Fuera de que no es igual nuestro labrador sayal con su terciopelo noble, y la palma con el roble juntaránse tarde y mal. Es ligero el elemento del agua en su propia esfera, como la pluma o el viento, pero si le sacan fuera pesa, porque está violento. En mi centro estoy, no quiera quien en él me considera que mi peso le derribe, que el pece en el agua vive y muere sacado fuera. Yugo llaman los que miran la vida de los casados y en sus coyundas suspiran justamente, pues atados del tálamo el carro tiran. Mas, porque no sean mortales las cargas que tantos males causan al siglo presente, para tirar dulcemente han de ser los dos iguales. Luego no te escandalices si me vieres resistir el yugo fiero que dices cuando pretendes unir tan desiguales cervices. Dame otro mejor estado que te alivie del cuidado que suele quitar el seso de un yerno mozo y travieso, jugador y mal casado; que todo esto lo aseguras con más noble cautiverio que es el que darme procuras. Méteme en un monasterio, donde entre vírgenes puras se alegrará mi esperanza si a Dios por su esposo alcanza y adquirirás nombre eterno. Padre, éste sí que es buen yerno sin pobreza, sin mudanza. En Santo Domingo el Real tengo una tía; la fama de este monasterio es tal, que toda España le llama paraíso terrenal. Conmigo ha comunicado mi tía el dichoso estado de las monjas que allí viven, sin dote en él me reciben. Dulce padre, padre amado, tío prudente, hoy los dos, me habéis de dar este nombre, que no queréis, padre, vos darme por esposo un hombre cuando lo quiere ser Dios. MATEO: Casi enternecido estoy; mil gracias al cielo doy que tan notable virtud en tan tierna juventud ha puesto. JUAN: Tu padre soy; tu remedio he procurado, no tengo hijos, como ves, sino a ti; sola has quedado, nietos quiero que me des, ya mi palabra he empeñado. Nunca acostumbro quebrarlas las veces que llego a darlas, ni las hijas han de hacer, Juana, sino obedecer en llegando a remediarlas.
Sale LILLO con galas de desposada en un azafate
LILLO: Desde Madrid a Toledo con tal presteza he venido, que pienso que me ha traído otro artificio o enredo como el de Juanelo. JUAN: ¡Lillo! LILLO: Señor. JUAN: ¿Y Francisco Loarte? LILLO: Mañana de Illescas parte más ligero que un novillo cuando le sueltan del coso. MATEO: Prestarále amor sus alas. LILLO: Yo vengo con estas galas que envía el futuro esposo a mi sa Juana; un baúl queda abajo en el patín donde viene un faldellín de oro y damasco azul, que se le puede poner la mujer de un monseñor; ropas de todo color, cuyas colas pueden ser cola canóniga, o cola de una cátedra perdida de primavera florida; otra entera a la española. Probómela el sastre a mí, y aunque con barbas, me estaba tan pintada, que pensaba que con la suya nací. Tanto, que un gato aruñable, viendo mi tallazo y brío, dijo enamorado, "mío," que fue un requiebro notable. En fin, tantas galas vienen, que cual novia se engreía la mula que las traía. Parte de ellas se contienen en este tal canastillo o azafate; vuesarcé rompa muchas, porque dé estrenas al señor Lillo. JUAN: Yo, Lillo, os las quiero dar en nombre de Juana, mi hija; recebid esta sortija. LILLO: Déjete el cielo gozar y ver choznos que a la puerta te saquen, y a los reflejos del sol dejes nietos viejos. JUAN: Hija, porque se divierta tu pena, las galas mira que tu esposo te ha feriado; que no hay tan grande cuidado en la que llora o suspira, ni con el gozo se iguala de ver una gala nueva, porque no hay tristeza a prueba del mosquete de una gala. MATEO: Mucho a Francisco Loarte debes, sobrina querida; el ser desagradecida es crueldad. JUAN: Quiero dejarte sola, que así mirarás en la razón, que es tu espejo, cuán bien te está mi consejo y alegre le cumplirás. SANTA: ¡Ay de mí! JUAN: ¿No vienes, Lillo? LILLO: Cuando el sí nos hayan dado, vendrá ya más recatado que capa en el baratillo.
Vanse, dejando las galas. Queda la SANTA sola
SANTA: Bien acompañados quedan los males en que me fundo entre las galas del mundo ..................... [ -edan]; mas no hará, por más que puedan, mella en el bien que acaudalo, pues por malas os señalo, y alas que nos dais veneno, decid lo que tenéis bueno, diré lo que tenéis malo.
A los chapines
Vengamos al fundamento sobre que el mundo fabrica la máquina que edifica entre sus torres de viento. ¡Miren sobre qué cimiento labra la hermosura humana su presunción loca y vana! ¿Esto a la mujer no avisa que, si sobre corchos pisa, por fuerza ha de ser liviana? Con corcho el mundo os engaña, hermosuras españolas; ved cuál os traerán sus olas en corchos si sois de caña. Loca soberbia de España que el mundo has vuelto al revés, ¿con plata, que es tu interés, coronas chapines vanos? ¿Lo que afanaron tus manos es bien que pisen los pies? Líbreme el cielo de estado donde, como el indio necio, he de dar el oro a precio de corcho y papel pintado. Lástima tengo al casado, que si es su honor la mujer y en corchos la ha de traer, peligrosos son sus fines, porque honor sobre chapines a pique está de caer.
A las cadenas
Cadenas, si causa penas vuestro aparente tesoro, hierro sois, que no sois oro, pues yerra quien no os condena. Si hay prisión donde hay cadena y la prisión siempre es mala, ¿quién por buenas os señala? Vestidos que en el delito de Adán fuisteis sambenito, ¿del sambenito hacéis gala? ¡Ay Dios, que en tal cautiverio mi padre afligirme trate! El mundo es mar que combate con alas de vituperio. Nave será un monasterio si el cielo el paso me allana. Galas viles, no soy vana de vuestras galas, mi Dios, me adornad y vestid vos.
Caen las galas abajo saliendo en su lugar un hábito de monja de San Francisco. Habla dentro
VOZ: Éstas son mis galas, Juana. SANTA: ¡Ay cielos! ¿Qué es lo que he visto? Una voz divina oí y un saco pobre está aquí. ¿Cómo el contento resisto? Éstas son galas de Cristo y de Francisco librea, santo en quien Dios hermosea las llagas con el carmín, que el alado serafín en vuestras carnes emplea. Con tan soberana gala, ¿qué hermosura no tendrá el alma que os sigue ya y por vuestra se señala? Este cordón será escala con que desde el alboroto del mundo el cielo, aunque ignoto y su gloria meta a saco, que aunque está roto este saco no le echaré en saco roto. El monasterio sagrado de la Cruz, Francisco mío, es vuestro y en él confío escapar del mundo a nado; ya el cómo y cuándo he pensado, aseguradme el camino, Seráfico peregrino, que dándome vos favor hoy tiene de hacer Amor un disfraz a lo divino.
Vase y lleva el hábito. Salen MARCO ANTONIO y LUDOVICO
LUDOVICO: Infórmate tú mejor, que hoy lo he venido a saber. MARCO ANTONIO: ¿El hijo del mercader? ¿El estudiante Melchor? LUDOVICO: Ése fue el mismo que viste saltar la noche pasada de tu casa ya escalada la pared. MARCO ANTONIO: ¿A quién lo oíste? LUDOVICO: A quien ha visto rondalle, hechos de tu agravio jueces los vecinos muchas veces, estas puertas y esta calle. Pues no sabe que has venido nadie a Toledo, tu agravio puedes vengar como sabio antes de ser conocido. Aguárdale hasta que salga a rondar como acostumbra, cuando al Indio el sol alumbra, y entonces, sin que le valga fuerza ni industria, podrás dándole muerte vengarte y luego a Madrid tornarte, desde donde volverás dentro de un mes a Toledo, fingiendo que entonces llegas de Sevilla. MARCO ANTONIO: ¡Ay, honras ciegas, que siempre os combate el miedo! Dime: ¿no será mejor darlos muerte juntos? LUDOVICO: Eso será pregonar su exceso. En cosas de honra, señor, por menos inconveniente se tiene el disimularlas que, por vengarse, sacarlas al qué dirán de la gente. MARCO ANTONIO: Eres, en fin, más discreto que yo; buena es tu cautela. Muera el que mi afrenta vela y esté mi agravio secreto. Ven, y templarán mi furia tu presencia y mi esperanza, que no hay bastante venganza cuando es pública la injuria.
Vanse. Salen MELCHOR, JULIO y FABIO
MELCHOR: ¿Hay tormento como un viejo, Julio, para un hijo mozo? Si esta noche no la gozo la mejor ocasión dejo que el amor me puede dar. JULIO: ¿Vívese Marcela allí adonde fue Troya? MELCHOR: Sí. JULIO: Pues bien, ¿y hemos de tornar a saltar tapias huyendo de la justicia? MELCHOR: Eso fue una vez. JULIO: De allí quedé escarmentado. No entiendo que nos conviene, Melchor. Busca en Toledo otra dama, que peligra así la fama y honra de doña Leonor, que vive junto a su casa, y piensa la vecindad que rondas más su beldad que a Marcela. MELCHOR: Ponme tasa. JULIO: Si sucediese saltar otra vez por sus paredes, y te vieren, ¿cómo puedes después, Melchor, restaurar el nombre y reputación que en dos años ha adquirido ausente de aquí el marido? MELCHOR: Comiénzame a hacer sermón. Yo cumpliré el gusto mío; tema, Julio, el que es cobarde. Mi padre se acuesta tarde después que está aquí mi tío, y a mi prima intenta dar nuevo estado y nuevo dueño. Vestiréme al primer sueño, que aunque me obliga a acostar dentro su mismo aposento desde que mi inquietud sabe, de la puerta tengo llave. Fabio, por darme contento, en la sala más afuera podrá dejarme el vestido de color. JULIO: Tú estás perdido. MELCHOR: Podré, en fin, de esta manera, sin que mi padre lo sienta, salir en tu compañía, si gustas. JULIO: Yo gustaría que comieses sin pimienta esta trucha salmonada. MELCHOR: Julio, eso ya es flaqueza. JULIO: Quiébrate tú la cabeza, que debes tener guardada otra en el arca. MELCHOR: Yo iré con aviso. JULIO: Y yo contigo. MELCHOR: Fabio, el vestido que digo esta noche. FABIO: Así lo haré.
Vanse. Salen doña LEONOR y CELIA, criada
LEONOR: ¿Mi esposo en Toledo? CELIA: Así me lo han dicho. LEONOR: Loca quedo. ¿Marco Antonio está en Toledo? ¿Mi esposo, sin verme a mí? ¡Ay, cielos, qué puede ser! No, Celia; mentira ha sido. CELIA: Yo así lo hubiera creído si no hubieran visto ayer a Ludovico, señora. ¿No ha un mes que desembarcó en Sevilla y te escribió que vendría por ahora? Pues quien le vio en la ciudad bien le conoce. LEONOR: ¡Ay de mí, Celia, si eso fuese así! Alguna gran novedad sin duda debe de haber. ¡Ay sospechas! Vuestro miedo comienza. ¡Que esté en Toledo y no vea a su mujer! ¿No era doña Leonor de su honesto amor la fragua? Mas ha pasado mucha agua y habráse anegado Amor. Celia, ¿qué puede ser esto? CELIA: Según lo que ha sospechado quien el recato ha notado con que anda, es manifiesto que alguna mujer le hechiza en Toledo. LEONOR: ¡Ay, amor ciego! Apagó el mar vuestro fuego, llevóse el viento en ceniza el rescoldo que su fe prometió conservar vivo. ¡Pobre de mí, que recibo celos de lo que aún no sé! Celia, a mí me importa hablar aquese hombre. CELIA: ¿Para qué? LEONOR: De él dónde acude sabré mi esposo, y en qué lugar vive esta Leucote nueva de quien soy, Celia, celosa. CELIA: No será difícil cosa hablarle. LEONOR: Ven y haré prueba del fiero mal que me abrasa, que si vivió con sosiego mi fe, los celos son fuego que echan al dueño de casa.
Vanse. Sale la SANTA vestida de hombre SANTA: La esposa que en los Cantares herida de vuestro amor, divino esposo y señor, por tan diversos lugares os busca, me hace atrever a que, disfrazada en hombre, ni el ser de noche me asombre, ni el temor que en la mujer es natural, la ley guarde del miedo que ya he roenpido, porque amor hace atrevido el animal más cobarde. Casarme quieren, mi Dios, siendo cosa reprobada el ser dos veces casada y siendo mi esposo vos. Ya conozco vuestros celos, no os los quiero, mi Dios, dar; mi padre quiero dejar, que con humanos desvelos me impide el bien que publico, y por un mortal esposo un divino y poderoso me quita inmortal y rico. Sólo vuestro amor me cuadre, que si a mi padre dejé, en vos, mi Cristo, hallaré Rey, Señor, Esposo y Padre. El vestido de mi primo en hombre me ha disfrazado; la diligencia y cuidado importa, ya que camino, y del sol la clara luz a la noche ha dado treguas. No hay más de cinco o seis leguas desde Toledo a la Cruz, donde el instituto santo del Seráfico pastor tiene de abrazar mi amor. Vamos, pues; mas, ¡ay, qué espanto! Grillos me pone a los pies. ¿Qué dirá el mundo de mi? Si me sigue y halla así mi padre, ¿creerá después que servir a Dios ordeno, o que con tan nuevo traje voy a afrentar mi linaje roto a la vergüenza el freno? ¿Qué dirán los que en tal talle tuvieren de mí noticia? ¿Y qué dirá la justicia si así me topa en la calle? Honra, ¿qué dirán de vos? Mas ¿por qué mi temor fundo en el qué dirán del mundo si el mundo dejo por Dios? No seré yo la primera que con varonil vestido busque a Dios; otras ha habido que abrieron esta carrera. Una Eugenia en traje de hombre su casa y padres dejó, y con los monjes vivió, mudando en Eugenio el nombre; de modo, que de su vida es la mía imitadora. ¿No fué una santa Teodora por hombre también tenida, hasta que después de muerta el mundo la conoció? ¿Por qué he de ser menos yo? Cerraré al temor la puerta, que el amor haga esta hazaña. En Hazaña me dio el ser Dios. Hazañas he de hacer; mas -- ¡ay cielos! -- ¿si me engaña mi loca imaginación? Una mujer que es espejo de su honor, sin más consejo, sin más consideración, ¿tiene de dejar así su fama? ¿No puedo yo ponerla a riesgo? Sí... no... pues... volveréme... no... si... Y si mi padre me casa, ¿heme de ir de noche obscura? Ésta es gran desenvoltura; Juana, volvamos a casa. Poco importa que te ensayes, amor, pues no te resuelves.
Quiere entrarse y detiénela el ÁNGEL de la Guarda
ÁNGEL: Tente, Juana. ¿Dónde vuelves? Esfuérzate, no desmayes.
Vase
SANTA: ¡Jesús! ¡Qué notable fuerza sin ver a nadie he sentido que la vuelta me ha impedido! La voz sonora me esfuerza; ánimo cobro ya nuevo. Eterno esposo, ya os sigo, que, pues os llevo conmigo, suficiente guarda llevo.
Vase. Salen MARCO Antonio y LUOOVICO de noche
MARCO ANTONIO: Si saliese de noche, Ludovico, el adúltero infame que me afrenta, verás de mis agravios la venganza satisfecha en mi honra mi esperanza. LUDOVICO: No creyera jamás lo que la noche que vimos dar asalto a tu honra y casa sucedió. MARCO ANTONIO: Amigo, allí mi honor se abrasa. LUDOVICO: Tóledo al menos a tu esposa llame Penélope española en esta ausencia. MARCO ANTONIO: No han hecho como yo ellos la experiencia. LUDOVICO: Bien puede ser que mi señora ignore sus injurias, y dé alguna crïada al que te agravia así en tu casa entrada, que a ser doña Leonor mujer liviana, saliera tu enemigo por la puerta, pues sin saltar pared la hallara abierta. MARCO ANTONIO: ¿Cómo puede eso ser, si al saltar dijo, "Por Dios, que es bella moza, y que el marido dejó a riesgo un buen talle?" Estoy perdido. Aquí, amigo, cualquier discurso cesa. No hay disculpa bastante. Melchor muera, que sola esta disculpa mi honra espera.
Salen doña LEONOR, de hombre, y DECIO como de noche
LEONOR: Desde el mesón donde encubierto posa le sigo recelosa de mis daños, que amor todo es engaños. Decio amigo, a la paga me obligo del cuidado y aviso que me has dado. DECIO: En esta casa vive por quien se abrasa, que esta tarde hizo su amor alarde, preguntando quién la honraba habitando estas paredes.
Señala a MARCO ANTONIO
Tu Marco Antonio es, puedes por tus ojos ver claros tus enojos y recelos. LEONOR: ¿Que este es mi esposo? !Cielos! ¿De esta suerte mi amor se paga? ¿Es muerte al fin la ausencia? Ya miro la experiencia de mis daños. Firmeza de dos años combatida de la ocasión, ¿se olvida de este modo? Decio, piérdase todo.
Da voces
DECIO: No des voces. LEONOR: Si mi rabia conoces, ¿qué te asombras? Noche, que en viles sombras favoreces traidores, bien pareces que te abscondes del sol, pues correspondes a quien busca la obscuridad que ofusca obligaciones. Estrellas, que a ladrones dais amparo; cielo con el sol claro que está ausente; luna, un tiempo creciente, ya menguante, a su amor semejante en la mudanza; paredes, que en venganza de la fama, con que el mundo me llama roca firme, ¿queréis por afligirme que os adore, mi esposo, porque os llore quien os mira? ¿Calles en quien ya tira mi locura piedras, que piedra dura no enternece el mal que me enloquece? Gran Toledo, en cuyos libros quedo eternizada por noble, por honrada, por coluna del honor; cielos, luna, sol, estrellas, paredes, rejas bellas, calles, puertas, mis sospechas son ciertas, mis recelos, mis tormentos, mis celos no hay sanarlos. ¡Cosa es el aumentarlos ya forzosa! DECIO: ¡Señora! LEONOR: Ved si es cosa que se calle, cuando ronda la calle donde habita quien mi tormento incita. Ved si el hombre es bien que tenga de mudable el nombre.
MARCO ANTONIO: ¿Qué voces serán éstas? ¿No es Leonora la que se queja, llora y grita, cielos? ¿Si llora infames celos del que ha sido mi deshonra? Perdido estoy, ya es cierta mi sospecha. ¿A su puerta y a tal hora dando voces Leonora? Amigo, muera quien me ha ofendido. LUDOVICO: Espera. MARCO ANTONIO: El cadahalso será esta calle. LEONOR: ¡Ah falso! ¿Esto has traído de las Indias que han sido tu Leteo? Con sus bárbaros veo que recibes sus ritos. ¿Qué caribes han trocado aquel amor pasado, que envidiaban cuantos la paz miraban, en que unidos, ejemplo de maridos Marco Antonio eras y testimonio? Pero miente quien tal afirma, y siento que aquél era acero. Tú eres cera y frágil caña. ¿Tú en España, en España? ¿Tú en Toledo sin ver tu casa, y puedo persuadirme que eres amante firme? MARCO ANTONIO: ¡Ah, vil mudable! Nombre de varïable me das, cuando por verte, atropellando inconvenientes tantas provincias, gentes, tantos mares pasaron mis pesares; cuando, ingrata, al Potosí su plata, al mar sus perlas hurté, para ofrecerlas a tu gasto, viniendo al tiempo justo de dos años, que son de estos engaños larga tasa, y llegando a mi casa vi... LEONOR: ¿Qué viste? MARCO ANTONIO: Que con tu fama diste y casto nombre en tierra. Vi que un hombre con un salto de una pared, dio asalto a mi sosiego; vi que se alabó luego haber triunfado de ti y de mi cuidado. A tus paredes preguntar quién es puedes, quien procura entrar de noche obscura; mas si agora a sus puertas, traidora, te he cogido, ¿por qué a mi enojo impido la venganza? LEONOR: ¿Disculpas tu mudanza de esa suerte? Esposo ingrato, advierte que en defensa de mi fama no piensa mi respeto mostrársete sujeto, aunque te llame mi marido. El infame que dijere, séase quien se fuere, que mi casa los límites traspasa que el honesto amor en ella ha puesto, y que por obra o pensamiento cobra detrimento mi fama, miente. MARCO ANTONIO: ¿Miento yo que he visto tu liviandad? LEONOR: Si asisto en este traje no es por hacer ultraje a lo que debo. Decio diga si es nuevo en mí este exceso, que por tal le confieso. Yo he sabido que a Toledo has venido, aunque encubierto, por los amores muerto de una Circe, que así puede decirse quien te abrasa, y viendo que tu casa así olvidabas y a mí me despreciabas, te he seguido con Decio, que ha sabido tus quimeras. Si disculparme esperas con culparme, armas tengo; vengarme en ti confío, que por el honor mío, al propio esposo mataré. MARCO ANTONIO: ¡Ay, engañoso cocodrilo! Las riberas del Tajo has vuelto en Nilo.
Salen JULIO y FABIO, hablan aparte
FABIO: Dejéle como digo en el retrete de la sala de afuera aderezado el vestido que saca cada noche; levantóse, y buscándole, no pudo hallarle, ni yo sé quién le ha tomado; en fin, que se volvió a la cama haciendo extremos y locuras de un furioso. JULIO: No vi en mi vida cuento más donoso. MARCO ANTONIO: Leonor, aquí no bastan las disculpas; Ludovico lo vio, no hay engañarse tantos ojos. Melchor, el estudiante hijo del mercader, por tus paredes entra de noche y sale; esto es sin duda. JULIO: ¿Quién nombra aquí a Melchor? Escucha, Fabio. MARCO ANTONIO: Hoy moriréis los dos. JULIO: En el engaño he caído. Melchor fue venturoso en que le hurtasen el vestido, y éste es de doña Leonor esposo caro, que ya ha venido de Indias, y la noche que en casa de Marcela la justicia le obligó a que saltara sus paredes, nos vio sin duda; miren si saliera Melchor, ¡cuán venturoso hubiera sido! FABIO: Dióle la vida quien le hurtó el vestido. JULIO: Desengañarle, Fabio, es lo que importa.
A ellos
¡Ah caballero! ¿Hay pasó seguro? MARCO ANTONIO: Si dice antes el nombre. JULIO: Que me place. Julio me llamo y es un grande amigo del señor Marco Antonio. MARCO ANTONIO: No hay ninguno aquí con ese nombre. JULIO: Yo lo creo, pues por sí o por no, desengañaros quiero de una sospecha que os aflige. Melchor, de quien tenéis esos recelos, no os ha ofendido, ni hay en toda España quien se atreva a rendir la fortaleza que vuestra esposa bella ha conservado el tiempo que en Toledo os lloró ausente. Lo que ha pasado es esto: Melchor trata con una dama que pared en medio de vuestra casa vive, cuyo nombre es Marcela. Una noche tuvo aviso la justicia que estaban los dos juntos; entró a buscarlos y Melchor subióse á una azotea, desde donde viendo que le seguía un alguacil, fue fuerza saltar un tejadillo vuestro, y luego de él a la calle. Examinad si es cierto del alguacil Ayuso, y dad mil gracias a Dios y a vuestra esposa que merece otro nombre mejor del que os parece. MARCO ANTONIO: Amigo Julio: ¿es cierto lo que dices? JULIO: Yo acompañé a Melchor aquella noche. MARCO ANTONIO: Quitó a mi amor tu aviso las tinieblas de celos que eclipsaban mi sosiego. Como el que duerme y tiene pesadilla, desde que entré en Toledo, Julio, he estado; despertásteme; en fin, ya he sosegado. Dame esos brazos, cara y dulce esposa, y echemos a los celos esta culpa, que no en balde los pintan con un ojo, y el otro ciego, porque vean a medias y engañan como a mi me han engañado. LEONOR: Ya todo lo daré por bien empleado.
Sale un CRIADO
CRIADO: ¡Gran desgracia! MARCO ANTONIO: ¿Qué es esto? CRIADO: Fabio. FABIO: Amigo. CRIADO: Juana, sobrina del señor, la hija de Juan Vázquez, aquella que en Hazaña
tantas señales dio de virtüosa... ésa falta de casa. FABIO: ¿Cómo? CRIADO: Viendo que la forzaba el padre a que tan niña se casase, esta noche se ha ausentado, y a lo que dicen disfrazada de hombre; porque el vestido que Melchor tenía de color, no parece. JULIO: Eso es sin duda, y hale valido el dar al primo vida, que a dejarle, ya estuviera muerto. CRIADO: Su padre está sin seso, su tío loco, y todos imaginan que se ha ido al monasterio de la Cruz, dos leguas de Illescas, a ser monja, que así dijo lo había prometido. FABIO: Pues ¿qué intentan? CRIADO: Todos van en su busca. FABIO: Y yo ¿qué aguardo? JULIO: Extraordinarias cosas hemos visto en breves horas. MARCO ANTONIO: Vamos, Julio, amigo, a mi casa, que quiero regalaros y que sepáis por experiencia el gusto que causa amor después de largos celos. JULIO: Como el sol tras las nubes en los cielos.
Vanse. Salen FRANCISCO Loarte y LILLO de camino
LILLO: La alegre conversación facilita la molestia del camino; hablemos, pues, que aunque no hay más de seis leguas de aquí a Toledo, me cansa el verte que en todas ellas por contemplar a tu esposa no has despegado la lengua. FRANCISCO: ¡Ay! Que estas seis leguas, Lillo, me han parecido seiscientas, según el Amor da prisa al alma que nunca llega. Mas ya que en conversación quieres que las entretenga, vuelve otra vez a contarme de mi esposa la belleza, cuando las joyas la diste y la sabrosa respuesta que te dio su viejo padre, ya que la casta vergüenza de mi Juana enmudeció. LILLO: De todo te he dado cuenta dos veces. FRANCISCO: No seas pesado. LILLO: Contarételo quinientas. Llegó la señora mula con su badulaque a cuestas y el señor Lillo a las ancas hasta la espaciosa vega. Apeóse allí mi merced, y cuando llegué a la puerta de Visagra, alcé los ojos y vi el aguilucho en ella con sus dos cabezas pardas, y haciendo una reverencia dije, "Salve, pajarote, de toda rapiña reina." Entré por la calle arriba y a poca distancia, cerca de un barbero, vi una casa que, aunque algo baja y pequeña, el olor que despedía me confortó de manera que me obligó a preguntar si algún santo estaba en ella. Respondióme uno, "Aquí vive San Martín." Hinqué en la tierra las rodillas y creí sin duda que era su iglesia. Todo un Domingo de Ramos vi encima de una carpeta a la entrada, y dije, "Aquí fiestas hay, pues ramos cuelgan." Entré muy devoto dentro, vi mil danzantes en ella de capa parda bailando, ya de pies, ya de cabeza. Estaba sobre un tablero una gran vasija llena de agua con muchas tazas; lleguéme allá, pensé que era pila del agua bendita, metí la mano derecha mojando el dedo meñique y salpiquéme las cejas. Estaba allí una mujer más gorda que una abadesa, cura de aquella parroquia una sobrepelliz puesta o devantal remangado, y recogiendo la ofrenda dada al San Martín divino que estaba sobre una mesa, y debía de haber dado a otro pobre la otra media capa, porque estaba en cueros, dijo la mujer, "¿No llega, hermano?" "Ya voy," la dije. Saqué de la faldriquera medio real -- que no doy menos en limosnas como aquéllas -- y tomando una medida me dio de sus propias venas San Martín la blanca sangre que hace hablar en tantas lenguas. Proseguí con mi camino. FRANCISCO: Saldrías de la taberna como sueles. LILLO: ¿Cómo suelo? Calzadas con cinco suelas las tripas, en fin, llegué en cas de tu suegro. FRANCISCO: Espera. LILLO: ¿Qué hay de nuevo? FRANCISCO: A pie y corriendo me parece que se acerca un muchacho hacia nosotros. LILLO: Pues bien, ¿será cosa nueva ver correr a un caminante? FRANCISCO: No, mas la sangre me altera su vista. LILLO: Pues ¿qué imaginas? FRANCISCO: Nada; sepamos qué priesa le obliga a que así camine. LILLO: Sepamos en hora buena.
Sale LA SANTA vestida de hombre SANTA: Mi Dios: alas me habéis dado con que como el alma vuela, el cuerpo que de los lazos del mundo se desenreda. No siento cansancio alguno; pero quien el yugo lleva de vuestra ley, Cristo mío, no se cansa, que no pesa. FRANCISCO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué veo? Lillo, ¿mi Juana no es ésta? Sí, que el retrato del alma su imagen me representa. LILLO: Yo ser tu esposa jurara, a no tener por quimera que mujer tan recogida a tal locura se atreva. FRANCISCO: Mi querida esposa es, Lillo, prenda de mis ojos bella.
A ella
¿Adónde vais de ese modo? SANTA: (¡Ay Dios! ¿Qué desdicha es ésta?) Aparte Perdida estoy, dulce esposo. Si corre por vuestra cuenta el volver por vuestro honor y yo soy esposa vuestra, libradme de este peligro, que ha visto el lobo la oveja, y si no me guardáis vos os ha de quitar la presa. FRANCISCO: Dadme, mi esposa, esos brazos, seré venturosa hiedra de tu cuello.
Va a abrazarla, hace que no la ve, ni LILLO tampoco
LILLO: ¿Hay tal suceso? FRANCISCO: ¡Juana mía! Mas ¿qué es de ella? Lillo, ¿qué se hizo mi bien? LILLO: No sé pardiós. O lo sueñas, o estoy cual suelo borracho, o hay brujas en esta tierra. Ella se ha vuelto invisible. FRANCISCO: Cara esposa, ¿así me dejas? SANTA: (Mi Dios, bien sabéis burlaros Aparte de quien ofenderos piensa. Aquí estoy y no me ven; voyme, pues los ojos ciega mi esposo de estos perdidos. A fe, divina clemencia, que hacéis muy buen guardadamas.
Vase la SANTA
FRANCISCO: Mi bien, mi querida prenda, ¿qué es esto? ¿adónde te has do? Dame esos brazos, no seas crüel conmigo.
Va a abrazar a LILLO
LILLO: ¡Arre allá! ¿Adónde diablos te pegas? ¿A mí los brazos? ¿No ves que soy hembro y no soy hembra? FRANCISCO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué es sto? LILLO: Señor, ¿si acaso las setas que comimos nos han vuelto boca abajo las molleras? ¿Qué Urganda nos ha encantado para enseñarnos quimeras semejantes? Si has leído a Urganda, ¿no se te acuerda del anillo de Brunelo con que Angélica la bella se hacia invisible? Par Dios que si tú Orlando ser piensas que tela ha dado a mamar.
Salen JUAN Vázquez y Juan MATEO
JUAN: Primero que monja sea bañaré estas canas blancas en la sangre de sus venas. MATEO: Todo esto merece, hermano, quien quiere casar por fuerza sus hijas. JUAN: O ha de hacer lo que yo la mando, o muera, pues no obedece a su padre. MATEO: Si por Dios los hombres deja, quién la podrá persuadir casarse? JUAN: La obediencia. FRANCISCO: ¿No es éste Juan Vázquez, Lillo? LILLO: Juan Vázquez parece; llega y agárrale, no se vaya, que el diablo se regodea con nosotros y se burla. JUAN: ¡Hijo! FRANCISCO: Señor. JUAN: Si deseas cobrar tu esposa, mis pasos sigue. FRANCISCO: ¡Ay Dios! Pues ¿quién la lleva? JUAN: El deseo de ser monja le dio atrevimiento y fuerzas para disfrazarse de hombre. En la Cruz tomar intenta el sayal de San Francisco; mas no hará lo que desea mientras mis miembros cansados tengan vida. Ven, ¿qué esperas? FRANCISCO: No ha un instante que la vimos Lillo y yo de esa manera. JUAN: ¿Cómo no la detuvistes? LILLO: Jugó a la gallina ciega con nosotros, y acogióse invisible. MATEO: En su defensa lleva a Dios, ¿qué mucho? JUAN: Vamos. FRANCISCO: ¡Ay, Lillo, mi muerte es cierta!
Vanse. Sale la SANTA de hombre
SANTA: Ésta es la casa divina de la Cruz, en testimonio que la cruz del matrimonio que darme el mundo imagina menosprecio por la luz que la cruz de Dios me da, y así mi nombre será de hoy más Juana de la Cruz. Vuestras paredes sagradas beso, casa santa y rica, pues dentro de vos fabrica las piedras vivas labradas Dios, a poder de las llamas que el mundo en mi pecho ha visto, porque aquí tiene mi Cristo el cuarto real de sus damas. Quiero entrar, Francisco santo, donde con vuestra librea compuesta el alma se vea, y aunque no merezco tanto hacéis vos mi dicha cierta, pues os tengo por patrón; quiero ir a hacer oración, pues está la iglesia abierta.
Al tiempo que quiere entrar cantan dentro
MÚSICOS: "Norabuena venga Juana a mi casa, que la tierra se alegra y el cielo canta."
SANTA: Músicos divinos, si mercedes tantas hace vuestro dueño a sus desposadas, dichosa mil veces y rica otras tantas la que sus deseos le ofrece y consagra.
MÚSICOS: "Entra a desposarte con Dios, que te aguardan de Francisco santo las humildes galas."
SANTA: Temo justamente conforme a la traza y traje en que vengo que mis esperanzas no sean admitidas. Virgen soberana, pues por madre os tengo, allanad la entrada.
MÚSICOS: "Paloma escogida, tu esposo te llama para aposentarte dentro de su alma."
Salen la ABADESA y la MAESTRA de novicias
ABADESA: ¿Qué música celestial con maravilla tan nueva nuestros sentidos se lleva tras sí? SANTA: (¡Dichoso sayal, Aparte cuyas entretelas son la seda y brocados finos de favores tan divinos! Ensánchese el corazón con tan venturoso estado.) MAESTRA: ¡Oh música soberana! ¿Quién puede ser esta Juana a quien el cielo ha cantado motetes de su venida? SANTA: (Ésta la prelada es Aparte de este convento.) Esos pies en quien consiste mi vida bese mi boca. ABADESA: Señor, alzad. ¿Eso habéis de hacer? SANTA: Una mísera mujer os pide gracia y favor. MAESTRA: ¿Vos mujer? SANTA: Este disfraz de mi casa me destierra, donde el mundo me hizo guerra, y vengo a buscar la paz. A Dios, vuestro esposo, madre, di de mi dueño el renombre; quiso después, con un hombre, que me casase, mi padre; y por último remedio, con el vestido que veis, vengo a que ayuda me deis. Atrevido ha sido el medio; mas Dios, que todo lo allana, los estorbos allanó que el demonio me ofreció. ABADESA: ¿Cómo es vuestro nombre? SANTA: Juana. MAESTRA: (Éste es el mismo que el cielo Aparte con regocijos festeja.) ABADESA: Aunque confusa me deja y con notable recelo el veros, hija, llegar de ese modo, la intención puesta ya en ejecución, es digna de ponderar. El alma me pronostica las virtudes que encubrís con que a enriquecer venís esta casa, que estáis rica de los bienes celestiales que en ella son menester. Hoy os hemos de poner las estimadas señales que Francisco nos dejó a las esposas de Cristo. SANTA: ¿Cómo el contento resisto? ¿Cómo el gozo no salió a agradecer tanto bien por la boca y por los ojos? Ya cesaron mis enojos; cesó mi temor también.
Salen JUAN Vázquez, Juan MATEO y FRANCISCO Loarte
JUAN: Aquí sin duda ha de estar; porque en este monasterio intentó desde la cuna ser monja. Permita el cielo que mi presencia la obligue a que, mudando deseos, no me dé triste vejez. FRANCISCO: Contadme los dos por muerto si no quiere ser mi esposa. MATEO: Aquí está en el traje mesmo que sospechamos en casa cuando salió de Toledo. JUAN: ¿Qué es esto, hija de mis ojos? FRANCISCO: Dulce esposa, ¿cómo es esto? MATEO: Sobrina, ¿así nos dejáis? JUAN: ¿Las canas de un triste viejo que te dio el ser y la vida desprecias? El corto tiempo que he de vivir, hija Juana, ¿es bien que viva muriendo? No me dio más hijos Dios; contigo vivía contento; en ti a tu madre miraba por ser tu rostro su espejo. Tú eras, si estaba triste, mi regalo, mi deseo, mocedad de mi vejez, de mi enfermedad remedio. ¿A quién dejaré mi hacienda si me dejas y te dejo? Mi muerte es cierta sin ti, pues vivo porque te veo. Hija, compañera, madre, que esto y más contigo tengo, ¿tu padre quieres matar? ¿Este pago será bueno? MATEO: Sobrina: mirad que Dios quiere se haga el mandamiento de los padres, y que os manda que le obedezcáis al vuestro. Casada podéis servirle, que en el dulce casamiento del matrimonio mil santos os pueden servir de ejemplo. FRANCISCO: Esposa del alma mía, reina de mis pensamientos, mira que yo te di el alma; por el alma o por ti vengo. Si mis quejas no te obligan, si no te ablandan mis ruegos, en tu presencia he de darme la muerte, que estoy sin seso. Mi hacienda, mis padres nobles están, los brazos abiertos, aguardándote en Illescas; ¿por qué con tal menosprecio quieres que mi muerte lloren? SANTA: Padre, a Dios por padre tengo. Tío, Dios solo es mi tío; Dios es mi esposo y mi dueño. Francisco Loarte, aquí determino morir; esto os tengo de responder. Dios lo quiere y yo lo quiero. JUAN: Eso no; no quiere Dios que a tu mismo padre viejo mates, siendo tú el verdugo. Madres, perdonad si os llevo lo que es mi hacienda por fuerza.
Quiere llevarla por fuerza y la SANTA se abraza a las monjas
ABADESA: Señor: resistir al cielo es pecado. JUAN: Has de venir, o haré locuras y excesos. SANTA: Madres: ¿así me dejáis? Mi Dios, mi esposo, si es cierto que son de los malhechores sagrado asilo los templos, ¿por qué a mí no han de valerme? En sagrado estoy, ¿qué es esto? Mi Dios, Iglesia me llamo. ¡Aquí del rey y del cielo, que de la Iglesia me sacan! Francisco, el hábito vuestro ha de librarme esta vez. Cordón, sed vos mi remedio. ¿No sois vos embajador, Francisco, de Cristo mesmo, y el rey de armas de su casa, pues en vos las suyas vemos? De casa de embajadores no sacan a ningún preso; pues defendedme, Francisco, que os quiebran los privilegios. MAESTRA: ¿Hay más virtud en el mundo? ABADESA: No quiera el piadoso cielo que de nuestra casa salga el tesoro que tenemos. MATEO: Hermano: volved en vos, dejad injustos extremos. Dios por suya a Juana escoge; Dios quiere ser vuestro yerno. ¿Queréis vos ir contra Dios? JUAN: No sé quién me ablanda el pecho y su dureza derrite; pero el Amor todo es fuego. No quiero a Dios ofender; suyo es todo cuanto tengo; sírvase con todo Dios, pues ya lo mejor le entrego. Mi bendición y la suya, hija, os alcance. SANTA: Ya beso esos pies, agradecida. FRANCISCO: ¡Ay, Dios, cuán vanas salieron mis marchitas esperanzas! MAESTRA: Sosegad, señor. FRANCISCO: No puedo ni podré mientras que viva. ABADESA: Vamos, hija, y os daremos el hábito venturoso de Francisco. SANTA: Mi contento se cumplió de todo punto. ABADESA: Para que se cumpla el vuestro esperad todos un rato, y veréis a Juana presto adornada con las galas de su desposado eterno.
Vanse las tres
JUAN: Señor Francisco Loarte, aquí el más sano consejo es ver que, si Juana os deja, no es por otro hombre del suelo, sino por Dios; ya lo veis las ventajas que os ha hecho Dios, vuestro competidor. FRANCISCO: Dejadme, que no hay consuelo que mis tormentos aplaque. MATEO: ¿Cómo un hombre tan discreto así se deja llevar del tropel de sus deseos? FRANCISCO: No puedo más, que estoy loco. Pues mi esposa hermosa pierdo, piérdase con ella todo: fuera vida, fuera seso: huyan los hombres de mí. JUAN: Sosegaos. FRANCISCO: Soy el infierno, ¿cómo queréis que sosiegue? Hüid de mí. ¡Fuego, fuego!
Vase FRANCISCO de Loarte
MATEO: ¡Qué lástima! JUAN: Sabe Dios lo que su desdicha siento; mas Él lo remediará, pues por su causa se ha hecho.
Salen la ABADESA, la MAESTRA de novicias y la SANTA, de monja
SANTA: ¡Qué alegre y compuesta salgo! Pedid, padre, a mi contento albricias. Éste es brocado, no es, padre, sayal grosero. Cristo es ya mi Esposo, tío, dentro del alma le tengo. Reina soy, porque Él es rey; vos, padre, veréis sus reinos. JUAN: Las lágrimas a los ojos salen, mi Juana, al encuentro para darte el parabién del nuevo estado. SANTA: ¡Y qué nuevo! El alma me ha renovado. MATEO: De manera me enternezco que no puedo hablar de gozo; mas darte los brazos puedo. SANTA: Padre y señor, esto baste, que estamos perdiendo el tiempo y reñiráme mi Esposo, porque es celoso en extremo. Ya no soy mía. Adiós, padre. ABADESA: La grande virtud contemplo que encierra este serafín. MAESTRA: Grandes cosas de ella espero. SANTA: Dadme los brazos y adiós. JUAN: ¡Hija mía: que te dejo!
Vanse los dos
SANTA: Bien guardada me dejáis, en el cielo nos veremos. Madre Abadesa, si gusta vuestra caridad, pretendo dar sólo gracias a Dios por la merced que me ha hecho. ABADESA: Su maestra de novicias se la dará. MAESTRA: Vuelva luego al noviciado. SANTA: Sí haré. MAESTRA: ¿Hay tal ángel? ABADESA: Es un cielo.
Vanse las dos
SANTA: Mi Dios, de casa soy ya; ya los huéspedes se fueron, aquí siempre ha de durar el pan de la boda eterno. ¡Qué de ello os he de servir! ¡Qué palabras, qué requiebros os piensa decir el alma! Mas -- ¡válgame Dios! -- ¿qué es esto?
MÚSICA arriba y aparécense entre unas nubes S. DOMINGO y S. FRANCISCO con sus llagas
S. FRANCISCO: ¿Conócesme, hija mía? SANTA: ¿Si estoy en mí? ¿Si no duermo? Vos sois mi Francisco santo, a quien por padre obedezco. S. DOMINGO: ¿Y yo? SANTA: Sois Santo Domingo, cuyos pies sagrados beso, por honra de nuestra España que dio tal Guzmán al suelo. S. DOMINGO: El gran padre San Francisco, a quien por hermano tengo, y yo, Juana, competimos con amorosos extremos sobre cúya hija has de ser; yo, en mi favor alego que ser mía pretendiste en mi amado Monasterio El Real, que ilustra mi nombre y tanto estima Toledo, y a quien tan devota fuiste. ¿Esto, mi Juana, no es cierto? SANTA: Sí, mi padre. S. DOMINGO: Pues ¿qué esperas? Ven. S. FRANCISCO: Eso no, padre nuestro; ella se vino a mi casa, la posesión suya tengo. Ya se vistió mi pobreza, mía es; mas con todo eso escoja. En su voluntad su elección al gusto dejo. S. DOMINGO: Niña, mi hábito recibe. Ya ves los santos que dieron hoy al mundo de mi orden. Ya sabes lo que te quiero. Este escapulario blanco es de la pureza ejemplo que a Dios su virginidad consagra. El hábito negro es el luto por el mundo, pues que para ti ya es muerto. La devoción del rosario que ves adornar mi cuello, de mi Orden es. ¿Qué aguardas? Paga el amor que te muestro con tomar mi hábito santo. S. FRANCISCO: Juana: aunque el mío es grosero, tú escogiste su humildad; mira cuál te agrada de éstos, que yo gusto de tu gusto, porque conozco tu pecho. SANTA: Divino Predicador, perdonad si veis que dejo vuestra sagrada blancura por estos pobres remiendos; que, como las cinco llagas, aunque pobre, guarnecieron con sus rubíes el sayal de Francisco, es ya sin precio. Dios es mi esposo, Domingo; si a Dios en Francisco veo, para estar siempre con Dios estar con Francisco tengo.
A S. FRANCISCO
Vos sois mi santo, mi padre, mi refugio, mi remedio, mi regalo, mi descanso, y así vuestro sayal quiero. S. FRANCISCO: Mía ha sido la victoria. S. DOMINGO: Yo estos brazos os ofrezco, mi carísimo Francisco, en señal del vencimiento.
Abrázanse los dos SANTOS y encúbrense
SANTA: ¡Oh, soberana visión! Mi llagado, alegre quedo. Juana, holgaos; alegraos, Juana.
Sale la MAESTRA
MAESTRA: ¿Hermana? SANTA: ¿Madre? MAESTRA: ¿Qué es esto? ¿Cómo da voces así? Guardará un año silencio, sin que a más que al confesor pueda hablar. SANTA: Yo la obedezco. MAESTRA: Del oro de su obediencia probar los quilates quiero.
FIN DEL SEGUNDO ACTOACTO TERCERO
Salen la MAESTRA de novicias y sor María EVANGELISTA
MAESTRA: Confieso de esta mujer la virtud más excelente que puede en un alma haber, y confieso juntamente que mi verdugo ha de ser. ¿Ves lo que toda la casa la quiere? ¿Ves lo que pasa en su fe, en su mansedumbre? Todo me da pesadumbre, todo me inquieta y abrasa. Su humildad conmigo lidia; cuanto tú más la celebras más me cansa y me fastidia, porque todas las culebras me atormentan de la envidia. Dos años ha que tomó el hábito, siendo yo, por mi desdicha, maestra de las virtudes que muestra, y en ellas se adelantó de modo que, por mi daño, mi pesar cubro y engaño y en ella a Dios reverencio. Guardar la mandé silencio, y ya sabes que en un año no habló palabra. EVANGELISTA: Si vieses lo que Dios por ella ha hecho, yo te digo que no hicieses esos extremos. Al pecho de su madre, de dos meses, la mostró en mil ocasiones el cielo revelaciones que te hubieran admirado a habérselas escuchado como yo en sus recreaciones. Desde que nació, los viernes ayunó; y a quien Dios da los favores que disciernes, ¿qué daño hacerle podrá tu pesar? MAESTRA: No me gobiernes, que es la envidia pestilencia del seso y de la paciencia y temo... EVANGELISTA: ¿Qué hay que temer? MAESTRA: Que esta Juana me ha de hacer con su virtud competencia. Deseo ser abadesa, como sabes, de esta casa. EVANGELISTA: Pues ¿de una recién profesa que en la cocina ahora pasa su vida, temes? MAESTRA: Sí, que ésa mis intentos desvanece, porque al paso que ella crece, mi esperanza, amiga, mengua; no sé qué tiene en la lengua que cuando habla me parece que, a mi pesar, se levanta con el monasterio todo por ser su sencillez tanta y amarla todas de modo que ya la tienen por santa y no estiman mis lisonjas. EVANGELISTA: Las virtudes son esponjas que las voluntades beben. MAESTRA: Las suyas temo que aprueben de tal manera las monjas que, aunque me pese, la elijan por abadesa después; mira si es bien que me rijan mis pesares. EVANGELISTA: No les des ese nombre, ni te aflijan, que es muy moza para eso. MAESTRA: Donde hay santidad y seso hay vejez. EVANGELISTA: Dices verdad. MAESTRA: Luego no le falta edad, aunque es moza. EVANGELISTA: Lo confieso; mas mira que viene aquí. MAESTRA: Mis malas entrañas culpo. EVANGELISTA: Que era la envidia leí de la condición del pulpo, que se está royendo a sí.
Sale la SANTA con un barreñón de barro
SANTA: Ya ha dos años, mi Dios, que entré contenta en vuestro real palacio por crïada; libros tenéis de cuenta en que la entrada del que os viene a servir, Señor, se asienta. Camino es esta vida, el mundo venta; en ella es bien que quede averiguada la nuestra, porque al fin de la jornada sepáis que soy mujer de buena cuenta. Después que vuestro pan, mi Cristo, como, os sirvo en la cocina, y no me ciega la bajeza y desprecio de este trato, Porque dice Francisco, el mayordomo, que quien en vuestra casa platos friega con Vos se asienta y come en vuestro plato.
MAESTRA: ¡Ay, soror EVANGELISTA! Todo aquello es santo y bueno, pero para mí es veneno que entra al alma por la vista. EVANGELISTA: Para mí es gloria.
Cae la SANTA y quiebra el barreñón
SANTA: ¡Ay mi Dios! Caí, y háseme quebrado, el barreñón... ¡Ah tiznado...! ¿Mas que andáis por aquí vos? EVANGELISTA: La orza quebró. MAESTRA: Quisiera que el corazón se quebrara, porque quieta me dejara. EVANGELISTA: Madre, no diga eso. MAESTRA: Espera, verás lo que hace. SANTA: Pues bien, ¿ha de alabarse el tiñoso que ha salido victorioso de Juana? Eso no, mi bien. ¿Queréis que el convento entienda lo para poco que soy, y digan que en él estoy para quebrarles su hacienda?
Junta los pedazos e híncase de rodillas
No, mi Dios, que es el convento muy pobre. Esposo querido, aunque lo que agora os pido declare mi atrevimiento; a fe que me habéis de dar mi rota vasija entera. Aquí vuestra esposa espera. No me veréis levantar de la oración que os consagro hasta que os venza su instancia; que, aunque es de poca importancia, y es bien que cualquier milagro por grande ocasión se haga, en cosas pocas, Señor, se muestra más el amor, porque de todo se paga. San Benito, ¿no pidió a vuestro amor excesivo le sanásedes un cribo que a su amo romper vio? Yo, pues, también hago alarde de vuestra piedad divina; acabad, que la cocina me aguarda, mi Dios, y es tarde.
Sale un barreño nuepo en lugar del quebrado
EVANGELISTA: ¿Has visto tal maravilla? Di, madre, ¿qué te parece? Así el cielo favorece a quien le sirve y se humilla. MAESTRA: Espántame lo que he visto. EVANGELISTA: Juana de la Cruz es santa. .................... [ -anta.] SANTA: ¡Lindo amante hacéis mi Cristo! Una cosa os he de dar por merced tan soberana que yo me sé. MAESTRA: Soror Juana, ¿dónde va? SANTA: Madre, a fregar. MAESTRA: ¿No quebró ese barreñón? Pues ¿cómo está entero y sano? SANTA: Lo que echó a perder mi mano sanó Dios en la oración, que hace milagros por ella al paso de la esperanza. MAESTRA: Pues ¿qué tanto, hermana, alcanza con Dios? Diga ¿quién es ella para que a su intercesión se haga cosa importante? Vanagloriosa, arrogante, ya sé que estas cosas son hechicerías; ya sé quién es; álcese; ¿qué llora?
Híncase la SANTA en tierra llorando
SANTA: Soy la herencia pecadora; no se espante si pequé. Deme los pies y perdone. MAESTRA: ¿Los pies la había yo de dar? SANTA: Besaré, pues, el lugar y tierra donde los pone.
Besa la tierra
EVANGELISTA: ¡Qué humildad tan soberana! MAESTRA: ¡Ay, soror EVANGELISTA! No hay quien mi envidia resista. Vamos.
Vanse. Quédase la SANTA postrada en tierra
SANTA: ¿Qué es aquesto, Juana? ¿Qué arrogancia es ésta vuestra? ¿Qué altivez y frenesí? Mas diréis que no es ansí. Pues lo dice la Maestra, verdad es; yo os sacaré la soberbia e hinchazón, cuerpo vil y fanfarrón, a azotes. Así os tendré postrado en este lugar hasta que la Madre os vea y que sois humilde crea dándoos los pies a besar; que no es en vos ahora nuevo esto de la gloria vana. Mas yo os castigaré.
Levantándola el ÁNGEL de la guarda
ÁNGEL: Juana. SANTA: ¡Ay Dios, qué hermoso mancebo ÁNGEL: El Ángel soy de tu guarda que he venido a consolarte. Yo propio he de levantarte. SANTA: El temor que me acobarda viendo tan grande beldad, Ángel, no me deja hablaros, porque vuestros rayos claros, esa hermosa majestad me ciegan; que de los pajes sois vos del Rey, mi señor, que con tanto resplandor viste a quien tira sus gajes. Dichoso el que asiste allá libre de esta confusión; si tales los pajes son, ¿qué tal el Señor será? ¿Hay más extraña belleza? Pues la humana cortesía llama al señor señoría, y al príncipe y rey alteza. Desde hoy mi lengua procura, ayo mío venturoso pues sois tan bello y hermoso, llamaros Vuestra Hermosura. Este título he de daros, mas no os habéis de partir, que ya no podré vivir, Ángel mío, sin miraros. ÁNGEL: Dios quiere que hables conmigo siempre que hablarme quisieres dondequiera que estuvieres, y como a hermano y amigo me veas y comuniques. SANTA: ¡Gran favor! Ya mi paciencia llevará mejor la ausencia de mi Dios, cuando me expliques su celestial señorío, porque mis penas reporte la grandeza de su corte y su amor, custodio mío. ¡Qué gloria que he de tener! ¡Qué contenta que he de estar! ¡Qué de ello os he de tratar! Porque no hay gloria y placer para un alma que se abrasa en la ausencia de su amante, como hablar de él cada instante con la gente de su casa. ÁNGEL: Ésta en que estás te encomienda nuestra reina soberana; tú la has de gobernar, Juana, tu protección la defienda; que después que la pastora Inés se dejó vencer del mundo, como mujer, la reina, nuestra señora, a su hijo soberano pidió que al mundo envïase quien su casa gobernase; y su poderosa mano te crïó para este fin, conforme a su madre dijo Cristo tu esposo y su hijo. Aquí has de hacer un jardín de plantas, cuya hermosura la del cielo ha de adornar; aquí tienes de plantar el voto de la clausura, que por no guardarle Inés ni sus monjas se perdieron, aunque penitencia hicieron y se salvaron después. Hoy te harán, Juana, tornera. SANTA: Ángel santo: no hay en mí bastantes fuerzas. ÁNGEL: Así lo quiere Dios. De Él espera ayuda y fuerza segura. SANTA: A servirle me provoco, que todo se me hace poco yendo con Vuestra Hermosura.
Vanse. Salen GIL llorando y LLORENTE
LLORENTE: ¿Un hombre tien de llorar aunque le den más enojos? GIL: ¿No tienen los hombres ojos? LLORENTE: Sí, sólo para mirar; no para que al llanto acudan, porque no es hombre el que llora. GIL: No lloran los míos agora, Llorente. LLORENTE: Pues ¿qué hacen? GIL: Sudan. Cuando mi Elvira murió, que Dios haya, no lloré, aunque, como veis, la amé, porque con ella expiró el recelo que hace guerra al que una mujer percura guardar; que no está segura si no es debajo la tierra. Pero en tan triste ocasión, no os espante que me aflija de ver cuál está mi hija. LLORENTE: ¿Por un mal de corazón habéis de llorar así? GIL: Mal de corazón ¿es barro? Si fuera tos o catarro no hubiera tristeza en mí; pero mal de corazón, ¿á quién no lastimará? LLORENTE: Si habla siempre que la da más latines que un sermón, no es el dolor muy roín. GIL: Llorente, aqueso me espanta. LLORENTE: Es vuesa hija estodianta y habla vascuence y latín, ¿y lloráis? Yo, por ventura y no pequeña, tuviera que mi hija latín supiera y la viera después cura. GIL: Afirma el beneficiado que tien espíritos. LLORENTE: ¿Cómo? GIL: Yo por eso pesar tomo. LLORENTE: Pues ¿por dónde habrán entrado? ¿Por la boca o por la zaga? GIL: ¿No tien hartos agujeros una mujer? LLORENTE: ¡Oh, fulleros! ¡Oste puto! ¡Zorriaga en ellos! GIL: ¿No habrá un remedio? LLORENTE: Echadla una melecina de miel y de trementina hirviendo de medio a medio, y por no verse quemados por la boca se saldrán. GIL: Si en el infierno los dan huego con los condenados, y comen como avestruces brasas, ¿cómo han de temer ell agua? LLORENTE: Hacedla comer media docena de cruces con su calvario, y veréis cómo se salen huyendo de la cruz. GIL: Sanarla entiendo presto. Ya os acordaréis de Juana, nuesa madrina. LLORENTE: ¿La que es monja? GIL: La que espanta. LLORENTE: Todos la llaman la santa. GIL: Es una mujer divina. Desque su padre murió, que habrá un año, no la vi; yo sé que en viéndome ansí, pues por su causa me dio Dios la hija que ya lloro, que ella me la vuelva sana. LLORENTE: Queríala mucho Juana, y es la niña como un oro. No ha sido el remedio malo. Gil, yo os quiero acompañar. GIL: Venid, que la he de llevar de miel y leche un regalo. LLORENTE: ¿Que así el diablo se zampuza en un cuerpo? Desde hoy quiero taparle el lugar zaguero con el sayo y caperuza.
Vanse. Sale la SANTA con las llaves de portera
SANTA: Aunque del coro me aparta el torno y la portería, bien puede hallarse María entre los brazos de Marta. El alma contemple y parta al cielo, pues con Dios priva, y el cuerpo, que es Marta activa, trabaje, que no hay lugar donde a Dios no pueda hallar la vida contemplativa. Yo me acuerdo, Jesús mío, que, a falta de otro lugar, mi iglesia era un palomar cuando estaba con mi tío. Lo demás es desvarío de perezosos ingratos, que los más sabrosos ratos donde el sentido se arroba es entre la humilde escoba, las rodillas y los platos. No hay lugar que me reporte a no buscaros, Señor, porque es piedra imán amor y siempre mira a su norte. ¿No dicen que está la corte donde está el rey? De ese modo a buscaros me acomodo en cualquier parte, mi Dios, que todo es corte con vos pues sois rey y estáis en todo.
Ha de haber un torno
Tornera soy; ahora bien; entreteneos, alma mia, pensad que esta portería es el portal de Belén. Aquí pastores estén, aquí el buey, aquí el jumento. ¡Oh qué lindo nacimiento! Razón es que se celebre. El torno será el pesebre, las mantillas mi contento. Aquí la virgen está. ¡Ay soberana señora! Mirad que mi Niño llora. Por mis pecados será; mas José le acallará, que como le está sujeto Cristo, le tendrá respeto; mas Juana, acállale tú.
Canta y mece el torno
"¡A la mú, Niño, a la mú! ¡Qué bello que es y perfeto! " No lloréis, yo os haré fiesta, Niño de infinito nombre. ¿Quién os hizo mal? El hombre. ¡Oh bellaco! ¡Para ésta! ¡Qué cara, mi Cristo, os cuesta su golosina liviana! Dalde al Niño la manzana que tan mal provecho os hizo, que para Dios fue de hechizo, aunque la comistes sana. Ea, no haya más, Manuel, mi Pontífice, mi luz, juradle al hombre la cruz, que en cruz moriréis por él. Mi azucena, mi clavel, en vos contempla el sentido a vuestro amor reducido. Más grande mi dicha fuera si en el torno ahora os viera de veras recién nacido.
Vuélvese el torno, y estará en él un Niño Jesús desnudo entre heno y copos de nieve
Pero mi buena fortuna lo que deseaba ha visto. Mi Niño, mi Dios, mi Cristo, Sol de la virgen, que es Luna, ¿del torno habéis hecho cuna? Daros mil abrazos quiero, Pastor, Rey, León, Cordero. Buena ha estado la invención; mas finezas de amor son, que siempre fue invencionero.
Desaparécese
¡Qué contenta me dejáis! ¡Qué de favores me hacéis! ¡Qué de ello que me queréis! ¡Qué de ello que lo mostráis! Acá os tengo, aunque os me vais; mas ¿qué es esto? La campana
Tocan una campana
toca a alzar. Pues, ¿cómo, Juana, es bien que el ver vuestra vida en el altar os lo impida esta pared inhumana? ¡Ay quién pudiera partilla por ver alzar! ¡Ah, mi Dios! Todo es fácil para vos.
Rásgase la pared, y detrás está un cáliz con un Niño Jesús
¡Ay Jesús, qué maravilla! Ensalzáis a quien se humilla. ¡Dichosa la enamorada, mi Dios, que os sirve y agrada! Ya se juntó la pared, y en fe de tanta merced quedará siempre quebrada una piedra. Esposo casto, mucho con vos medro y privo; mas -- ¡ay! -- que es mucho el recibo, y poco o ninguno el gasto. Mucho me dais, y no basto a pagar aun las migajas de tan divinas ventajas; pero, perdonad, Señor, si, como el mal pagador después os pagase en pajas.
Vase. Salen la ABADESA y la MAESTRA
ABADESA: Esto al servicio del Señor conviene. El padre provincial ha ya venido; noticia de la hermana Juana tiene. Por Prelada el convento la ha pedido. Yo acabo ya mi oficio, pues que viene nuestro Padre a visita, y persuadido está de la virtud que en ella mora; sin duda que la hará mi sucesora. MAESTRA: ¿A una mujer que no tiene experiencia, canas, ni autoridad? No trate de eso que se me acaba, Madre, la paciencia. ABADESA: ¿Qué importan canas donde sobra el seso? La edad que más importa es la prudencia. Ella ]a tiene, autoridad y peso. MAESTRA: Yo lo pretendo, y se me hace agravio. ABADESA: El padre provincial es cuerdo y sabio. Él mirará la que es más conveniente para regirnos. MAESTRA: ¡Qué una hipocresía se me anteponga así! ¿Qué esto consiente el cielo? ¡Oh rabiosa envidia mía!
Sale LA SANTA
SANTA: Madre, al torno ha llamado alguna gente y entrar a hablarla dice que querría; que, como no hay clausura en el convento, siempre quieren entrar. MAESTRA: ¿Hay tal tormento? (Presente está quien mientras tenga vida Aparte será mi muerte.) ABADESA: (Su humildad me espanta.) Aparte Entren, hermana. SANTA: Voy.
Vase
MAESTRA: (¡Que ésta me impida Aparte ser Abadesa! ¿Hay desventura tanta?) Madre, ¿no echa de ver cómo es fingida toda aquella virtud? ABADESA: Juana es gran santa. Si lo contrario ven sus ciegos ojos, es porque son de envidia los antojos.
Salen la SANTA, GIL, LLORENTE y otros LABRADORES
GIL: Señora Juana, Gil soy. ¿No se acuerda de Gil y Elvira, de quien fue madrina? MAESTRA: Voyme de aquí que temo no me pierda la envidia que me abrasa y desatina. SANTA: Nuestra prelada es ésta, sabia y cuerda; sin su licencia no soy de hablar digna. GIL: Pues ¿cuál es la emperrada? LLORENTE: Aquella vieja. SANTA: La abadesa es aquésta. GIL: ¿La abadeja? Señora, aquí venimos a rogarla que mos haga merced de dar licencia a Juana para verla y para hablarla. ABADESA: ¿Hablarla? Como sea en mi presencia. LLORENTE: Pues craro está; que no hemos de llevarla a Francia. GIL: ¿Como está su rabanencia? SANTA: Mejor que yo merezco, Gil amigo. GIL: Muy fraca está, por Dios, también lo digo. SANTA: ¡Jesús! No jure, hermano. GIL: Éste es mal uso. ¿Cómo no me pregunta por Marica, mi hija? SANTA: ¿Cómo está? GIL: Vengo confuso. La más salada estaba y más bonica de toda Hazaña; pero ya rehuso el verla nadie, porque tien la chica espiritos, según dice nueso cura que la da con la estola y la conjura. Así la guarde Dios que mos los quite pues que sus oraciones oye, Juana. SANTA: ¿Yo, hermano? ¿aqueso dice? GIL: Si permite mi Marica vuelva a casa sana os diabros se van al alcrebite donde Pero Botero los batana en su caldero, quedaré contento. Aquí la tengo fuera del convento. SANTA: ¿Quién soy yo para hacer cosa tan grande? LLORENTE: Ella puede sacarlos, no hay excusa. SANTA: Soy una grande pecadora. GIL: Ande; que pues llegar aquí Marica rehusa, los espiritos la temen. LLORENTE: Madre, mande que mos haga este bien. SANTA: Estoy confusa. ABADESA: En virtud se lo mando de obediencia. SANTA: Traigan luego la niña a mi presencia.
Sacan dos o tres a una NIÑA, como por fuerza
NIÑA: No me lleven allá que pondré fuego a todas las esquinas de esta casa. Juanilla de la Cruz, estando ausente, las ánimas me saca de las uñas y me atormenta más que mil infiernos; pues ¿qué haré en su presencia? LABRADOR 1: ¡Verá el diabro, que de ello que forceja y refunfuña! ¡Que no os ha de valer, sucio avechucho! NIÑA: Dejadme, gente vil, que el tiempo pierde quien me intenta mover. LABRADOR 2: ¡Ay, que me muerde! LABRADOR 1: Medio brazo me lleva de un bocado. ¿Qué también come el diabro carne, Crespo? LABRADOR 2: Come huevos y leche y no tien bula, ¿y de eso os espantáis? LABRADOR 1: ¡Huego en su gula! NIÑA: ¿A qué te allegas tú, di, amancebado con la mujer del herrador? Anoche bien sé yo dónde estabas escondido cuando vino de Illescas el marido. LABRADOR 2: ¿Quién diabros se lo dijo? LLORENTE: Si es el diabro, ¿quién se lo ha de decir? LABRADOR 2: Yo os juro a cribas que yo os mire si estáis bajo la cama acechando otra vez. ¡Oh marrullero! ¿Así me echáis las faltas en la calle? LABRADOR 1: ¿Adónde os apartáis? Llega y tiralle. NIÑA: ¿Qué ha de llegar, bodegonero triste; que en lllescas a un fraile diste un día grajos salpimentados y cocidos a real y medio el par, diciendo que eran palominos? LABRADOR 1: ¿Las trampas del bodego comenzáis a decir? Pues no me llego. SANTA: Dejadla, que yo haré con el ayuda de mi Esposo Jesús que no os deshonre. ¡Ah tiñoso! ¿Aquí estáis? NIÑA: Déjame, déjame.
Échale la SANTA al cuello el cordón
SANTA: La cuerda de mi padre San Francisco os hará sosegar. NIÑA: ¡Ay, que me quema! Juanilla de la Cruz, quítale presto. GIL: Agora no hablaréis, diabro molesto. SANTA: ¡Sal, maldito, de aquí! NIÑA: Ni tú ni el cielo no me podrán echar, que ésta es mi casa. SANTA: Podrálo mi Jesús. NIÑA: Eso me abrasa. SANTA: ¡Sal presto! NIÑA: Noto exire, vil Juanilla, in domo mea maneo; haec est mea domus sine me. GIL: ¡Aho, Llorente! ¿Los dimoños van cuando son mochachos al estudio? LLORENTE: Sí, que también hay diablos estodiantes. SANTA: Sal, padre de mentiras. NIÑA: ¿Potestatem habes ut me ejieias? Accipe higam.
Dale una higa
¡Idiota! ¿no me entiendes? SANTA: Don de lenguas me ha dado a mí el señor. NIÑA: Mi poder menguas. SANTA: ¡Vete al infierno luego! NIÑA: Non che vollo. GIL: De noche bollos dice que la demos y saldrá. LLORENTE: Buen espacio nos tenemos. GIL: Bollos y tortas le daré. NIÑA: Patrona, sentite una parola, per mea vita, mi che volo parlar Chichiliano. GIL: No debe ser cristiano este demonio. LLORENTE: ¡Cristiano había de ser! ¿Hay diabro alguno cristiano? GIL: Pues ¿no hay diablos bautizados? LLORENTE: Así los llaman. NIÑA: Mi seño lo diabolo de Palermo. SANTA: Yo soy Juana, que ruega a su Esposo divino que permita librar el cuerpo de esta sierva suya. El cordón de Francisco ha de acabarlo. ¡Sal fuera! NIÑA: ¡Ay, que me abrasas, que me quemas! Yo saldré, mas ¡pára ésta, vil Juanilla, que te acuerdes de mí! ABADESA: ¡Gran maravilla!
Cae la NIÑA en tierra desmayada
SANTA: Llevalda, que ya el ángel condenado dejó a la niña libre. Gil, llevadla donde descanse y del desmayo vuelva. Haced después que sea gran cristiana.
Llévanla
GIL: Dios se lo pague, amén, hermana Juana.
Sale sor María EVANGELISTA
EVANGELISTA: El padre provincial, Madre, ha venido. ABADESA: Hermana Juana, vamos. Espantada voy de tanta virtud. Yo haré de suerte que nuestra casa y religiosas rija. EVANGELISTA: ¡Oh, quiera Dios que el provincial la elija!
Vanse. Salen el emperador CARLOS Quinto, don Alonso de FONSECA, arzobispo de Toledo, y FRANCISCO Loarte
CARLOS: Paso a Sevilla a la posta y ser vuestro huésped quise. FRANCISCO: De que los umbrales pise hoy de esta su casa angosta, vuestra majestad, se precia de suerte, que la comparo a los palacios que Paro labró a Constantino en Grecia. En ella otra Menfis pinto, pues ensalzan sus paredes las imperiales mercedes que hoy la hace Carlos Quinto. CARLOS: Basta, Francisco Loarte, que ya he visto vuestro amor. FRANCISCO: Si es propio de ti, señor, ennoblecer cualquier parte, no es mucho que hoy me ennoblezcas, pues tan adelante pasa mi ventura. CARLOS: Es vuestra casa de las mejores de Illescas, y vos un vasallo leal; memoria tengo de vos. FRANCISCO: Prospere tu vida Dios. CARLOS: Flaco estáis. FRANCISCO: No lo fue el mal que me ha tenido a la muerte. CARLOS: Pues ¿de qué fue? FRANCISCO: De desvelos; si de Dios puede haber celos, de él los tuve. CARLOS: ¿De qué suerte? FRANCISCO: El día que pretendí desposarme, se metió monja mi esposa, y dejó burlado mi amor. Sentí, señor, de modo el perdella, que ha ya cerca de tres años que lloro estos desengaños. CARLOS: ¿Era hermosa? FRANCISCO: Era muy bella; pero a su belleza gana su virtud, porque es de modo, señor, que este reino todo la llama la santa Juana. FONSECA: ¿Ésa es Juana de la Cruz; su patria, Hazaña? FRANCISCO: La propia. FONSECA: Son sus milagros sin copia. Ya me han dado de ella luz. Dos leguas está de aquí. ¿Quiere vuestra majestad ver en una tierna edad celestiales cosas? CARLOS: Sí. Noticia tengo, aunque poca, de ella. FONSECA: Lo que es más notable es que el espíritu hable de Dios por su misma boca. Tiene don de profecía y de lenguas; cuentan cosas, aunque ciertas, prodigiosas. Habla griego, algarabía, y latín, de la manera que si se hubiera crïado en cada tierra. CARLOS: Espantado estoy. Ya verla quisiera. Partamos luego. FONSECA: Ya están prevenidas postas. CARLOS: Ea, venid. FONSECA: Poco se rodea. CARLOS: Llamen al gran capitán.
Vanse. Salen la MAESTRA y sor EVANGELISTA
MAESTRA: La envidia el alma me abrasa. EVANGELISTA: Ya es sobra de pasión esa. MAESTRA: ¿Juana, de casa abadesa? ¿Juana, prelada de casa, y mis partes, mi gobierno, mi pretensión despreciada? ¿Juana, de la Cruz prelada? ¡Ay, cielos! En un infierno estoy de envidia. EVANGELISTA: No tome, madre, tan grande pasión. MAESTRA: Las telas del corazón alguna sierpe me come. Ésta es hechicera; en ella hay, sin duda, algún encanto. ¿Por qué el Espíritu Santo había de hablar por ella? ¡Cómo finge! Es disparate; yo sé que está endemoniada cuando se queda arrobada cada punto. EVANGELISTA: ¡Que la trate ansí! ¡Que eso diga! MAESTRA: Pues, ¿no es el demonio quien habla tantas lenguas con que entabla sus pretensiones? ¿No ves el bastante testimonio que a todas os causa espanto? No es el Espíritu Santo quien habla sino el demonio. EVANGELISTA: Disparate es escucharla.
Vase
MAESTRA: ¿Qué aguardo que no me vengo? Por el hábito que tengo que un lazo tengo de armarla con que, al paso que ha subido, caiga, siendo menosprecio del mundo. ¡Ay, intento necio para el mal siempre atrevido! ¿Quién a despeñarme viene? La envidia, ¿qué bien causó? Mas como me vengue yo no importa que me condene.
Vase. Salen la SANTA y el ÁNGEL de la guarda SANTA: Ángel santo, ¿yo prelada? ¿Yo de la Cruz abadesa? ¿Cómo ha de poder llevar tan gran carga mi flaqueza? Suplico a Vuestra Hermosura, pues asiste en la presencia de Dios, que alcance me quite la Cruz, que me oprime a cuestas. ¿Yo cuenta de tantas almas no pudiendo tener cuentas con la mía?
Llora
ÁNGEL: ¿Por qué lloras? Juana, ¿es ésa tu obediencia? ¿Es bien que la voluntad de Dios resistas, que ordena que gobiernes esta casa? ¿No te crïó para ella? ¿No puedo ayudarte yo? ¿Conmigo ese temor muestras? ¿Es eso lo que me estimas? SANTA: No haya más, Ángel, no sea lo que quiero; su Hermosura me anima, conforta, alegra y me quita mis pesares. Bien es que a Dios obedezca. Su esposa soy, este anillo me dió con su mano mesma, y los desposados suelen llevar el trabajo a medias. Pero, decid, Ángel mío, ¿cómo nunca me dais cuenta de vuestro nombre admirable? Razón será que le sepa, pues que somos tan amigos. Decidlo, que en la perfeta amistad, nunca ha de haber cosa oculta ni encubierta. ÁNGEL: San Laurel Aureo es mi nombre. Hízome la mano eterna de Dios de sus más privados. Dióme gracias tan inmensas, que el Ángel del Privilegio me llaman, y en verme tiemblan las infernales moradas que a mi nombre están sujetas. Yo fui el ángel de la guarda de David, rey y profeta, de San Jorge y San Gregorio, coluna de nuestra Iglesia. Mira lo que a Dios le debes, pues tu guarda me encomienda y a tales santos te iguala. Y en tu misma boca y lengua habla el Espíritu Santo, y hablará lenguas diversas por trece años, predicando su ley divina y excelsa. Su predicadora te hace. SANTA: ¡Ay de mí! ¿Qué he de dar cuenta de tantas prerrogativas? Quiera el cielo no me pierda siendo ingrata a tanto amor. ÁNGEL: No harás, porque la clemencia de tu Esposo y nuestro Rey te amó antes que nacieras. Tus súbditas vienen, Juana. SANTA: Pues ¿cómo sola me deja Vuestra Hermosura? ÁNGEL: No son dignas que cual tú me vean. Siempre estoy, Juana, a tu lado.
Vase. Sale la que era ABADESA, sor EVANGELISTA y otras dos MONJAS
ABADESA: Carísima madre nuestra, ¡qué alegre está vuestra casa con prelada tan perfeta! SANTA: ¡Ay madre! en las entrañas os tengo a todas impresas. Gloria a Dios que la clausura ya nuestra casa profesa. Ya no hay salir del convento que, aunque es tal nuestra pobreza, Dios nos la remediará. Dejadlo a su providencia. EVANGELISTA: Madre, una cosa venimos a suplicarla, no sea en vano nuestra esperanza por ser la cosa primera que sus hijas caras piden. SANTA: Daros el alma quisiera donde os tengo a todas juntas. Pedid, pedid, norabuena. ABADESA: Las almas del purgatorio, después, madre, que por ella somos tan devotas suyas, nos causan pena sus penas. Pues nada la niega el cielo de cuanto le pide y ruega, pida a Cristo nos bendiga nuestros rosarios y cuentas, y que con su mano propia las toque y después conceda por su amor e intercesión perdones y indulgencias. TODAS: Madre, no diga que no. SANTA: La intención, hijas, es buena; yo lo comunicaré con mi Ángel. EVANGELISTA: Ya se alegran nuestros corazones todos. SANTA: ¿Adónde está la maestra? ABADESA: En el coro estaba agora. SANTA: Dios, madre, las dé paciencia. Yo quiero dar bien por mal; vicaria quiero que sea del convento. EVANGELISTA: (¡Qué virtud!) Aparte ABADESA: ¿A quien su muerte desea da el gobierno de su casa? SANTA: Váyanse, pues, y no pierdan el tiempo; váyanse al coro. ABADESA: (Quien el dulce rato emplea Aparte en la conversación santa y doctrina de su lengua no le pierde.) SANTA: Miren que hoy he comulgado, y me inquietan. EVANGELISTA: (Este ratico no más Aparte habemos de estar con ella.) SANTA: ¿Qué he de hacer Esposo santo? Veros quiero y no me dejan.
Dentro
VOZ: Pues yo te llevaré adonde no te inquieten, cara prenda.
Volando desaparece la SANTA
EVANGELISTA: ¡Que se nos fue nuestra madre! ABADESA: Juana santa, madre nuestra, ¿por qué nos dejáis así? Vamos las dos a la iglesia y pidamos a su Esposo que a nuestra madre nos vuelva. EVANGELISTA: ¡Soberana maravilla! ABADESA: ¡Gran milagro! EVANGELISTA: ¡Cosa nueva! ABADESA: ¡Dichoso el convento y casa que tiene tal abadesa!
Salen la SANTA y el ÁNGEL de la guarda con un legajo de papeles, y váselos dando
ÁNGEL: Las almas del purgatorio te dan esas peticiones, porque con tus oraciones su refrigerio es notorio. Sus penas tu Esposo aplaca por ti, y a tal favor llegas, que a los por quien tú le ruegas, de entre sus llamas las saca. Ésta es de una que ha veinte años que está en su fuego mortal por un pecado venial, que uno solo hace estos daños. Ésta es de un grande de España que pide alivio y consuelo porque eres grande del cielo. Ésta es de un hombre de Hazaña y alega que es tu pariente. En fin, todas han ya visto que si es rey tu esposo Cristo, eres tú su presidente. SANTA: Pues dice Vuestra Hermosura que por ruegos de su sierva de las penas les preserva que el oro de su fe apura, a mi Esposo rogaré por ellas. ÁNGEL: Cúmplelo así. SANTA: Ningún mérito hay en mí; pero de mi Cristo sé que es amigo que le rueguen por modos extraordinarios, Ángel. Y de los rosarios, ¿qué me respondéis? ÁNGEL: Que lleguen cuantos tus monjas hallasen, que hoy los tengo de llevar al cielo, donde ha de dar perdones con que se amparen Cristo, Juana, los mortales, e inmensas prerrogativas, que es de suerte lo que privas, y tus virtudes son tales, que tu Esposo soberano cuanto pidas quiere hacer; Él los tiene de tener y bendecir con su mano. SANTA: ¡Oh, qué alegres han de estar mis monjas con tal ventura! ¿Dónde va Vuestra Hermosura? ÁNGEL: Ya te vienen a buscar, y no quiero que me vean del modo que tú me ves.
Vase. Sale la que era ABADESA y sor EVANGELISTA
ABADESA: Aquí está. Dadme los pies, que ver mis ojos desean. EVANGELISTA: ¿Así os vais y nos dejáis, madre? SANTA: Día de comunión, no ha de haber conversación. Hijas, lo que deseáis el cielo nos lo ha cumplido. Mi Esposo bendecir quiere cuantos rosarios le diere, mi Ángel ha intervénido. Buscad muchos y vení entretanto que yo ruego a su Hermosura que luego los lleve. EVANGELISTA: ¿Esta tarde? SANTA: Sí. ABADESA: ¿Hay tal ventura? No quede en todo Cubas rosario que no venga. SANTA: Extraordinario favor mi Cristo os concede. ¡Venturoso el desposorio donde me ha llegado a dar Dios tanto! Voy a rogar por las que en el Purgatorio, siendo mejores que yo, de mi intercesión se valen.
Vase
ABADESA: ¿Qué mercedes hay que igualen a las que el cielo nos dió?
Sale la MAESTRA
MAESTRA: Madre, el emperador y arzobispo de Toledo están en casa. (No puedo Aparte hablar de envidia y dolor.) A ver la abadesa vienen. ABADESA: ¡Válgame Dios! ¿Aquí están? MAESTRA: También el gran capitán. EVANGELISTA: Si el tiempo nos entretienen y la ocasión se nos pasa del bien que nos hace el cielo con los rosarios, recelo no se pierda. ABADESA: Si está en casa el césar, haga traer los rosarios del lugar, que yo iré luego a juntar las monjas para irle a ver y recibir entretanto al emperador. EVANGELISTA: Bien dice.
Vase
MAESTRA: (¡Que hasta el césar autorice Aparte a Juana! ¿Esto no es encanto?) ABADESA: Avisen a la tornera que abra la portería. MAESTRA: Miente quien niega y porfía que Juana no es hechicera.
Vanse. Salen el EMPERADOR, don Alonso de FONSECA, el arzobispo, y el Gran CAPITÁN
FONSECA: Éste es, señor, el convento donde está la santa. CARLOS: Aquí hoy, don Alonso, adquirí gustos que en el alma siento. Gonzalo Fernández, vos veréis de Dios el poder en una humilde mujer. CAPITÁN: Todo lo puede hacer Dios. CARLOS: Arzobispo, ¿han avisado que venimos? FONSECA: Sí, señor.
Salen la ABADESA, la MAESTRA, EVANGELISTA y otras
EVANGELISTA: Aquí está el Emperador.
Vase
ABADESA: Mil veces sea bien llegado vuestra majestad a honrar esta casa, que ennoblece con su vista.
Todas de rodillas
CARLOS: Bien parece, hasta en el modo de hablar, la virtud que aquí se encierra y que es de Dios este celo. Levantaos, Madres, del suelo. ABADESA: Señor. CARLOS: Alzaos de la tierra. ABADESA: Dénos, pues, la santa mano, primado grande de España, por quien más alegre baña Tajo el muro toledano, de quien sois prelado y padre. FONSECA: A la posta el césar viene por el deseo que tiene de ver hoy a vuestra madre. Haced cómo pueda vella y avisadla. ABADESA: Ya lo está; mas, ¿cómo, señor, saldrá, si está el espíritu en ella de Dios, que su lengua toca, dejándola transportada, sin sentido y elevada? CARLOS: Su devoción me provoca, y de esa suerte deseo verla. ABADESA: Bien, señor, podéis.
Descubren una cortina, y a la SANTA, de rodillas, arrobada
FONSECA: ¡Qué de mercedes que hacéis, Señor, al humilde! CARLOS: Hoy veo la vanidad en que fundo de mis reinos las grandezas. ¿Qué importan honras, riquezas, la corona, el cetro, el mundo ni la púrpura imperial que cause soberbia tanta, si con Dios se nos levanta un remendado sayal? Hincad todos en la tierra las rodillas. CAPITÁN: No han podido todos cuantos han querido vencerme, haciéndome guerra, ni sus bélicos despojos ablandarme el corazón, y saca en esta ocasión una mujer de mis ojos el agua, que nunca han visto. CARLOS: Éstas sí, gran capitán, son hazañas. CAPITÁN: ¿Qué no harán, señor, soldados de Cristo?
SANTA: Hijo Carlos, por quien crece en el mundo la ley santa de mi iglesia, pues la aumentan tus nunca vencidas armas, oye atento lo que dice el mismo Dios, que es quien habla y rige agora la lengua de Juana, mi esposa cara, "Yo soy la tercer persona de la Trinidad beata, que en tres supuestos distintos es un Dios y una substancia. En pago del santo celo con que nuestro nombre ensalzas, hasta las Indias remotas, que en cielo convierte a España, te prometo de ayudarte tanto, que jamás tu fama borre el tiempo ni el olvido. Vencerás en Alemania los escuadrones soberbios del sajón que te amenaza, pervertido con la seta de Lutero, cual él falsa. Pondrán tus leyes su yugo en la cerviz indomada de Flandes, que te hace guerra sin advertir que es tu patria; tendrá a tu buena fortuna, y no imitadas hazañas, tal miedo el turco feroz que, volviendo las espaldas la otomana multitud, pisarán después tus plantas las lunas que enarboló la potencia solimana. Roma te abrirá sus puertas; Milán, Nápoles y Francia conocerán tus vitorias, y las cercas africanas de Túnez te llamarán, a su pesar, su monarca, dándole el rey que quisieres y él a ti tributo y parias. Y para que eches el sello con la más heroica hazaña, por la milicia divina, dejando la que es mundana, renunciarás en Filipo, hijo de mi iglesia amada, los reinos, púrpura y globo, y en Yuste verá tu España que las honras que ganaste las pisas, porque son vanas, pues si es mucho el adquirirlas mucho más el despreciarlas. A ti, Gonzalo Fernández, gran capitán, que en Italia dejaste en bronce esculpidos los blasones de tus armas, por tu católico celo el nombre que a tu prosapia dejas de Córdoba, haré famoso, honrando tu casa. El espíritu de Dios, que por la boca de Juana os habla, agora os bendice."
Échales la bendición y corren la cor- tina
CARLOS: ¿Quién no se admira y espanta? ¡Dichosa casa mil veces, y yo dichoso otras tantas, que tal maravilla he visto! CAPITÁN: Derretida llevo el alma. CARLOS: Avisadme, tesorero, para que limosna haga a esta casa. FONSECA: Yo la doy, por ser su pobreza tanta, el beneficio de Cubas. ABADESA: Tu largueza nos ampara. CAPITÁN: Yo la doy quinientos mil maravedís. ABADESA: Esos bastan para que un cuarto labremos. CARLOS: Vamos. ¡Ay, divina Juana! Si a España las armas honran, hónrelo también tal Santa.
Vanse. Quédanse las monjas y sale sor EVANGELISTA
EVANGELISTA: ¡Madres, albricias! Ya ha vuelto nuestra dichosa prelada del éxtasis, y la he dado cuentas, rosarios y sartas en gran copia. Aquí las tiene encerradas en esta arca,
Saca una arquilla
y dejándome la llave está en su celda postrada pidiendo a Dios las bendiga. ABADESA: Todo cuanto quiere alcanza de su Esposo. EVANGELISTA: Ésta es la hora que ya el Ángel de su guarda al cielo las ha subido. ABADESA: Abramos agora el arca; veamos si están aquí las cuentas.
Abren
EVANGELISTA: Aquí no hay nada; pues nadie la arquilla ha abierto. ABADESA: Penetróla quien las saca, que todo lo puede Dios y por él su esposa santa. Vamos a ver nuestra madre; hermana. Vuelva a cerrarla. MAESTRA: (¡Qué no me dejes, envidia!) Aparte ABADESA: ¿No viene, madre Vicaria?
Vanse. Sale la SANTA
SANTA: Esposo de inmenso nombre, ¡qué importuna soy! ¿No os cansa lo que os pido? Pero no, que tenéis las manos largas. El ver benditas sus cuentas todas mis monjas aguardan. Hacedlas esta merced.
Salen las MONJAS
ABADESA: Aquí está. Lleguen hermanas, y hablémosla. Mas ¿qué es esto?
Todas de rodillas, suena música, ábrese una apariencia de la gloria. CRISTO, sentado en un trono, el ÁNGEL de rodillas dándole los rosarios y muchos ángeles alrededor
ÁNGEL: Autor eterno de gracia, estos rosarios suplica vuestra esposa y tierna Juana [bendigáis con vuestra mano.]
Échalos CRISTO la bendición
ABADESA: ¿No le ha visto echar, hermana, a Cristo la bendición? EVANGELISTA: Miro maravillas tantas que no sé si estoy dispierta.
Encúbrese la gloria y baja el ÁNGEL
ABADESA: ¿No ve cómo el Ángel baja y los rosarios la ofrece? SANTA: ¡Oh, cuánto debe mi alma, Ángel, a Vuestra Hermosura! ÁNGEL: A estos rosarios, Juana, ha concedido tu esposo los privilegios y gracias que tienen los Agnus Dei. Quien rezare en ellos saca de penas de purgatorio cada día muchas almas, y gana tantos perdones como hay hojas, flores, plantas media legua alrededor de este monasterio y casa, y las indulgencias propias de Asís, famosa en Italia. Saldrán los demonios luego de los cuerpos con tocarlas. Librarán de enfermedades torbellinos y borrascas. La misma virtud tendrán las cuentas a estas tocadas. Todo lo concede Cristo, con tal que las que da el Papa se estimen como es razón. Ven, esposa soberana, adonde tu esposo veas.
Vuélvese un torno y desaparecen
EVANGELISTA: ¡Llevósela transportada! ABADESA: ¡Oh, milagrosa mujer! Son tus maravillas tantas, que no hay lengua que las cuente; para alabarte éstas bastan.
Sale UNO que acaba la comedia
UNO: En la segunda comedia, el autor, senado, os guarda lo que falta de esta historia. Suplid agora sus faltas.
FIN DE LA COMEDIA |
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