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Tirso de Molina La Santa Juana - Tercera parte IntraText CT - Texto |
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ACTO PRIMERO
Salen don LUIS y CÉSAR, como de noche
LUIS: ¿Hay más de eso? CÉSAR: ¿Es esto poco, don Luis, para obligaros a la razón que os provoco? ¿No basta para apartaros de ese pensamiento loco el saber cuán adelante ha estado mi amor constante y que fui favorecido poco menos que un marido y mucho más que un amante? ¡En un año que he gozado el dulce entretenimiento que ya niega a mi cuidado, mil veces mudé el asiento desde la silla a su estrado, y en él dando a mis amores esperanzas en favores de cintas, guantes, cabellos, he alcanzado otros por ellos, no sé si diga mayores. Esto es cierto; averiguadlo, y si veis que vuelve atrás vuestro crédito, dejadlo. LUIS: ¿Tenéis que decirme más? CÉSAR: Harto os he dicho, miradlo. LUIS: Ya lo he visto, y como es el amoroso interés feria de cambios y trazas, sabéis mucho en sus trapazas, que sois, César, ginovés. Ya sé que vuestras porfías por remediar vuestros daños inquietan las dichas mías; que son propios los engaños en guerras y en mercancías, y como es guerra el amor y mercancía la mejor que pone el gusto en su tienda, por quedaros con la hacienda dais hoy en enredador. Pero no habéis de tener mucha ganancia conmigo, que es necio, a mi parecer, quien fía de su enemigo o cree a su mercader. Doña Inés es principal y discreta, y siendo tal, cuando algún favor os diese no haría cosa que estuviese a su reputación mal, y a hacerla vos, en efeto, de cuatro eses con que han dado fama al amante discreto, la mejor habéis borrado, que es la "ese" del secreto; y a quien no sabe guardalle hace bien en desprecialle y echar de la voluntad a quien, quizá sin verdad, sus faltas echa en la calle. CÉSAR: Refrenad la lengua airada, que en un caballero es mengua el no tenerla enfrenada, y contra una libre lengua suele ser lengua la espada; que no sin causa parece lengua el acero que ofrece venganza que a la honra sigue, porque una lengua castigue lo que otra lengua merece. Y si el término os provoca de mi trato cortesano, responded por lo que os toca con la lengua de la mano y dejad la de la boca. Yo ha un año que a doña Inés pretendo y sirvo y después, puede ser que por venganza de celos o de mudanza, que es mujer, y ella lo es, dicen que da en admitiros y en olvidarse de mí. Yo he venido a persuadiros con término honrado aquí, mas pues no basto a advertiros cosas que pusieran tasa en el amor que os abrasa, a ser más considerado, hoy vengo determinado a que no entréis en su casa. Mi resolución es ésta, la vuestra haced manifiesta luego, que de no lo hacer, la espada sola ha de ser quien me ha de dar la respuesta. LUIS: A estar en otro lugar y no en la calle y la puerta de mi casa, sin hablar, respuesta os diera tan cierta como lo es vuestro pesar; pero en otro más capaz a vuestro amor pertinaz responderé por borralle, que es el reñir en la calle llamar a quien ponga paz. CÉSAR: Yo no tengo sufrimiento para tanta dilación, y así, aquí vengarme intento. LUIS: Castigara mi razón vuestro mucho atrevimiento.
Riñen. Sale don DIEGO, viejo
DIEGO: ¿Qué es esto? ¿Agora pendencia, y en la calle? Don Luis, ten respeto a mi presencia. Señor, tened, si os servís, a mi vejez reverencia. Loco, sosiégate ya, mira que tu padre está embotando a tu rigor los filos. Señor, señor, sosegaos. LUIS: Entraos allá, padre, no deis... DIEGO: Tente inquieto. LUIS: Si os pierdo el respeto. DIEGO: Impida mi amor tu enojo indiscreto. LUIS: ¡Oh! DIEGO: No pierdas tú la vida y piérdeme a mí el respeto; y vos, señor caballero, templad el airado acero; si a esto un viejo padre os mueve en esta agua, en esta nieve. LUIS: Ya yo os advertí primero que no hace el valor alarde cuando riñe donde acuda gente que su vida guarde, y que siempre pide ayuda de aquesa suerte el cobarde. Ya veis de eso prueba llana; yo os avisaré mañana donde, sin impedimento, nos veamos. CÉSAR: Soy contento. DIEGO: De su mocedad liviana algún mal suceso espero. LUIS: ¡Oh, qué importuna vejez! DIEGO: Tenme respeto. LUIS: No quiero.
Vase don LUIS
DIEGO: ¡Quiera Dios que alguna vez no lo pagues! Caballero, no os vais, esperad un poco, si con ruegos os provoco. CÉSAR: Ya yo os espero admirado de que a padre tan honrado desprecie un hijo. DIEGO: Es un loco. CÉSAR: Quien tan poca reverencia tiene a su padre no hay duda que morirá en la pendencia mañana, pues en mi ayuda ha de ser su inobediencia. ¿Qué es, señor, lo que mandáis? DIEGO: Que la causa me digáis de este enojo. ¿Es por el juego? CÉSAR: Todo es uno, luego y fuego, si una letra les mudáis; fuego es amor, y amor es ocasión de esta pendencia. Yo quiero a una doña Inés, tan bella, que en su presencia el sol se postra a sus pies; tan rica, que su caudal es a su belleza igual; tan noble, como notable en hacienda, y tan mudable, como bella y principal; un año ha que la he servido dando el fuego que me abrasa tantas muestras, que he tenido en su calle y en su casa parabienes de marido; porque, aunque es tal doña Inés, la corte sabe quién es mi linaje y la nobleza que se iguala a mi riqueza. DIEGO: ¿No sois César, ginovés? CÉSAR: Para serviros. DIEGO: La fama que en Madrid todos os dan tanto os celebra, que os llama rico, discreto, galán, y digno que cualquier dama de vuestro amor sea testigo. CÉSAR: Hacéisme merced. DIEGO: No digo sino sólo lo que sé. CÉSAR: Estos favores gocé un año; pero, en castigo de lo que nunca he pecado, mudóse por persuadirme la variedad de su estado; mas, mujer y un año firme, ¿a quién no diera cuidado? Supe que quien eclipsaba la luz que mi amor gozaba era don Luis; pedíle me escuchase, persuadíle cuán mal a su honor estaba su pretensión amorosa, porque amar a doña Inés y no amarla para esposa no es posible, y esotro es empresa más peligrosa. Fue la respuesta, en efeto, no con el justo respeto y valor que merecía mi término y cortesía, mas no hay enojo discreto; obligóme a desafialle, no reparando en que estaba a su mesma puerta y calle; llegastes, y aunque bastaba vuestra vista a sosegalle, hizo su cólera prueba de la inobediencia nueva con que ciego os respondió, y quien a vos se atrevió, ¿qué mucho que a mí se atreva? Éste es, señor, el suceso y ocasión de esta pendencia. DIEGO: Luis es mozo y travieso; y de su poca experiencia se arguye su poco seso; y pues en vos resplandece lo uno y otro, si merece obligaros mi vejez, tened a raya esta vez la furia que os embravece, que yo haré que don Luis no hable con esa dama por quien con él competís. CÉSAR: Mal reprimiréis su llama, pues que tan mal reprimís la libertad con que os trata. DIEGO: No importa, que amor dilata las leyes entre hijo y padre, y en su rostro el de su madre, que esté en el cielo, retrata. Es mi único heredero, y aunque me pierde el decoro, no os espante si le quiero, que en su juventud de oro dora mi vejez su acero. Si esta razón es bastante no ha de pasar adelante, César, aquesta quistión. CÉSAR: Como la reputación, que a un hombre es tan importante, no pierda en mí su valor, y él deje su intento, digo que, por serviros, señor, desde hoy en nombre de amigo, trueco el de competidor. DIEGO: Dadme esos brazos por él, y de este enojo crüel, una amistad nazca nueva. CÉSAR: Y el alma en ellos, en prueba de que soy su amigo fiel y hijo vuestro, si por vos deja aquesta competencia. DIEGO: No la tendréis más los dos. CÉSAR: Yo fío en vuestra prudencia. DIEGO: Bien podéis. CÉSAR: Adiós. DIEGO: Adiós.
Vase CÉSAR
DIEGO: Si la imagen al espejo causa amor tan excelente, como a la experiencia dejo, siendo sólo un accidente que pinta el cristal reflejo, ¿qué mucho llegue a querer un padre a un hijo en quien ver pueda, no como en cristal, su retrato accidental, sino su sustancia y ser? No tengo más de este hijo y si la vejez desea hacer que en tiempo prolijo su memoria eterna sea, y, como Séneca dijo, "Por eso el viejo edifica para que en lo que fabrica viva su memoria quede," ¡con cuánta más razón puede si en hijos su amor aplica eternizar su blasón sin que el olvido le ultraje, pues solos los hijos son para gloria de un linaje su eterna conservación! Mil travesuras consiento a don Luis, y aunque siento que lo hago mal, el amor de las manos de el rigor quita el castigo violento.
Salen LILLO y don LUIS LILLO: No estuviera yo delante y de carrillo a carrillo llevara un pasa volante con que diera al diablo a Lillo y olvidara el ser amante. LUIS: ¿Eres valiente? LILLO: ¿Eso dices? ¿No he hecho yo porque autorices mis lacayas maravillas que, como hay adoba sillas, hay aquí adoba narices? ¿Qué cara no he sobreescrito cual si fuera sambenito, donde quien verlo desea en sus puntadas no lea Lillo me fecit escrito? Vive Dios, si el ginovés delante de mí te hablara que de un tajo o de un revés la cabeza le envïara rodando hasta doña Inés. LUIS: ¡Ay, fanfarrón! LILLO: No profeso menos que hazañas... DIEGO: ¿Qué es eso, Luis? ¿Dónde vos tan tarde? LUIS: Voy a buscar un cobarde. DIEGO: Si fueras a buscar seso no hicieras mal. ¿Qué locuras son estas que, a mi pesar, y por matarme procuras? ¿Qué es esto? ¿En qué han de parar, Luis, tantas travesuras? ¿Por qué usas mal de mi amor? ¿Por qué malogras la flor de tu edad desbaratada para que, en agraz cortada, me des vejez con dolor? Trújete de Torrejón, donde naciste, y mi hacienda te ha dado su posesión por verte correr sin rienda tras una loca afición de una villana, instrumento de mi deshonra y tormento, pues de suerte te ha cegado que me dicen que la has dado palabra de casamiento. Este peligro evidente remedié, que tu muerte era, porque en Torrejón su gente ni libertades espera ni atrevimientos consiente. Trújete a Madríd, y apenas limpié a mis primeras penas el llanto, cuando ya fundas mi muerte con las segundas, que darme la muerte ordenas. Como sin madre quedaste en edad tierna y temprana, casi en brazos te crïaste, Luis, de la Santa Juana, en quien mejor madre hallaste. No te espantes si me espanta, hijo, que de virtud tanta sacases tan poco seso y salieses tan travieso de los brázos de una santa; aunque de esta justa queja tu contraria inclinación desengañado me deja, que no es oveja el león por darle leche una oveja. En cuantas cartas me escribe esta santa me apercibe el riesgo y peligro en que anda quien como tú se desmanda y tan sin prudencia vive. Dice que no te consienta tanta libertad, que impida con tus locuras mi afrenta, y tema el dar de tu vida a Dios rigorosa cuenta; mas mi paterna afición rompe por todo, razón es que de tu vida loca te duelas. LUIS: Otra vez toca con tiempo, padre, a sermón, y predica algo más corto; ¡quizá me convertirás! DIEGO: Cuando con amor te exhorto ¿esa respuesta me das? ¿Tan poco, Luis, te importo que verme muerto deseas? Ruego al cielo que lo veas presto, pues te canso tanto. LUIS: ¡No faltaba más de un llanto agora! LILLO: Señor, no seas de esa condición; ya ves que le enojas si replicas; llega y bésale los pies. LUIS: Pues ¿también tú me predicas? DIEGO: ¿Quién es esta doña Inés que de nuevo te enloquece, y con pendencias te ofrece la muerte? LUIS: ¿Quién ha de ser? ¿Querer bien a una mujer es milagro? DIEGO: Bien parece, que eres mozo. LUIS: Y tú eres viejo. ¿Parécete real consejo si me casa mi ventura con la hacienda y la hermosura de una mujer que es espejo de toda la corté? Acaba. DIEGO: En mujer empleas tu gusto de quien otro hombre se alaba más de lo que fuera justo; ya esto sólo te faltaba. LUIS: César esa fama ha echado por verse menospreciado, que doña Inés no es mujer que le había de aborrecer, habiéndole una vez dado prendas ilícitas. DIEGO: Muda de parecer y afición, pues mi experiencia te ayuda, don Luis, que no es razón casarte tú en esa duda. La honra es luz de la vida que hace la fama lucida; mas con tal riesgo se trata, que un soplo sólo la mata si no está bien encendida. César a probar se obliga lo que no es bien que yo crea; pero, para que se siga tu afrenta, cuando no sea, basta, Luis, que se diga. Esta vez tu afición ciega, pues tu padre te lo ruega, hijo, tienes que dejar. Damas hay a quien amar; sirve, ronda, gasta, juega y desperdicia mi hacienda, como no arriesgues la vida, que corre a morir sin rienda. César me tiene ofrecida su amistad como no ofenda tu amor el suyo. Por mí, ¿no harás esto?
Habla aparte LILLO a don LUIS
LILLO: Di que sí, y después nunca lo hagas. DIEGO: ¡Qué mal, Luis, mi amor pagas! LUIS: Digo, señor, que por ti ni a doña Inés veré más ni con César reñiré. DIEGO: Júralo. LUIS: En pesado das. DIEGO: Jura, acaba. LUIS: En buena fe. DIEGO: ¿Ahora escrupuloso estás? LUIS: ¿No juré? Déjame, pues. DIEGO: Dios te libre de ocasiones. ¿Dónde vas, que la una es? LUIS: A jugar unos doblones. (A ver voy a doña Inés.) Aparte
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DIEGO: Quedaos, Lillo, vos. LILLO: ¿Quién, yo? DIEGO: Vos, pues. LILLO: ¿No he de ir con él? DIEGO: No. LILLO: Alto, pues, quédome aquí. DIEGO: En mi casa os recibí desde el día que murió don Jorge, vuestro señor; y aunque sin mi gusto fue, como os tiene Luis amor, mi propio gusto troqué por el suyo; aunque mejor fuera, según lo que veo, no ejecutar su deseo ni recibiros así. LILLO: ¿Qué he hecho yo, pobre de mí? DIEGO: Que sois mucha parte creo en todas las travesuras de Luis. LILLO: ¿Soy yo su ayo que a mí culparme procuras? ¿Soy más de un pobre lacayo? ¿Puédole yo en sus locuras ir a la mano? DIEGO: Los dos os entendéis. LILLO: ¡Plegue a Dios! DIEGO: Basta. De las mocedades de don Jorge y libertades os echan la culpa a vos; ya sabéis que esto es verdad. LILLO: ¡Si en amos soy desdichado! DIEGO: De la poca voluntad que en Cubas os han cobrado vuestros milagros sacad. LILLO: Mal me quieren sin razón; mas como villanos son, dicen que cuando cazaba don Jorge gangas, andaba tras ellas yo como hurón; y alguna causa han tenido, que no me quiero hacer santo; mas después de convertido y muerto don Jorge, es tanto lo que estoy arrepentido, que, a no importar encubrillo y ser soberbia el decillo, pienso, señor, que algún día verás en la letanía y calendario un san Lillo. DIEGO: Págome muy poco yo de gracias; si no pensáis mudar de vida, cesó el salario que ganáis en mi casa. LILLO: Aqueso no; todo lo dicho, señor, ha sido burlas; mi humor sabes, yo prometo al cielo ser desde hoy un san Ciruelo. DIEGO: Si no ofendiera al amor que tengo a Luis, de casa os echara. LILLO: No ha de ser tu favor con tanta tasa. DIEGO: Que vais luego he menester a Cubas. LILLO: Señor: repasa por tu memoria que estoy tan mal quisto, que si voy me tienen de mantear todos los de aquel lugar. DIEGO: Importa que llevéis hoy, Lillo, a la beata Juana un regalo y un papel. LILLO: Iré, aunque de mala gana. (Mi sentencia llevo en él. Aparte ¡Oh, qué bellaca mañana, Lillo, esperáis, si no huís y a costillas prevenís las trancas que considero!) DIEGO: De la santa Juana espero el remedio de Luis, que, si cuanto pide alcanza de Dios, en quien su esperanza pone, teniendo afición a Luis, de su oración se ha de seguir su mudanza. La carta a escribirle voy. LILLO: ¡Oh, cuberos enemigos! temblando de aquí os estoy. DIEGO: Gran cosa es tener amigos con Dios.
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LILLO: Afúfolas hoy.
Vase. Tocan chirimías. Arriba se aparece CRISTO con una túnicela encarnada, como resucitado, y la SANTA Juana junto a él. Música
CRISTO: Ya llegó de mi Asención el día por ti esperado; ya las llagas te he quitado de mi sagrada pasión. Si por tu importunación, esposa cara, no fuera, de por vida te las diera; mas no las quieres, y ansí quiero volverlas a mí, que soy su divina esfera: SANTA: Eterno Esposo, no están en mí con vuestra licencia con la debida decencia que a su inmenso valor dan. Francisco, que es capitán de vuestra iglesia, ése sí que es digno de el carmesí de esa amorosa librea, porque el mundo en ella vea el fuego que encierra en sí. En él sus joyas engasta justamente vuestro amor, que a mi sentir el dolor de vuestra pasión me basta. CRISTO: Juana humilde, esposa casta, aunque sin llagas estás, mis dolores sentirás todos los viernes que vivas. SANTA: Mercedes son excesivas. No hay, mi Dios, que pedir más. CRISTO: Y pues hoy es mi Acensión y al cielo glorioso vuelo, quiero dejarte en el suelo de mi sagrada pasión las insignias. Éstas son.
Aparécese la cruz y sobre ella la corona de espinas y tres clavos
SANTA: Todo el mundo os engrandezca CRISTO: Justo es que te las ofrezca. ¿Quiéreslas? SANTA: Dulce amor, sí. CRISTO: No hallo fuera de mí quien como tú las merezca.
Pónele la corona de espinas en la cabeza
Esta corona de espinas sembró en mi cabeza amor. SANTA: ¡Ay mi Dios, qué gran dolor! CRISTO: Mayor que el que en ti imaginas, sintió en mis sienes divinas mi cabeza delicada.
Dale la cruz en la mano derecha
Esta cruz, esposa amada, te doy por más noble prenda. SANTA: Con tu divina encomienda, rica quedaré y honrada.
Dale los tres clavos en la mano izquierda
CRISTO: Los tres clavos, Juana cara, son éstos que a mis esclavos libraron. SANTA: Todos tres clavos poned, Señor, en mi cara, que ya mi ventura es clara, pues para que esté a mis pies la Fortuna, que al través da con todo, hacéis que pueda, mi Dios, poner en su rueda, en lugar de un clavo, tres. Para alivio de la pena que siento ausente de Vos, buenas memorias, mi Dios, me dejáis. CRISTO: Sí, que eres buena. SANTA: Parezco una Santa Elena. CRISTO: Darte sus insignias quiero. SANTA: ¿Váisos, Pastor verdadero? CRISTO: Sí, Juana. SANTA: ¡Ay, prenda querida! CRISTO: ¡Ay mi esposa! SANTA: ¡Ay, mi vida! CRISTO: ¡Ay, mi oveja! SANTA: ¡Ay, mi cordero!
Encúbrese CRISTO y baja la SANTA con las insignias, y aguárdala abajo el ÁNGEL de la guarda. Toquen chirimías
ÁNGEL: ¡Juana mía! SANTA: Mi ángel fiel, guarda damas de mi casa, fénix de amor que se abrasa como salamandra en él. ÁNGEL: ¿Contenta estás? SANTA: Mi laurel, ¿no le he de estar si me ha dado las joyas mi enamorado que costaron lo que Él vale, pues porque el precio le iguale le han costado su costado? ÁNGEL: Pues, porque puedas gozar el bien que en ellos apoyas, quiero ser tu guardajoyas. En mi poder han de estar. SANTA: Pues vos las queréis guardar mi hacienda estará segura. ÁNGEL: Dios regalarte procura. SANTA: ¿Vaisos, Ángel? ÁNGEL: Juana, sí. SANTA: Vamos, que no estoy en mí no viendo a Vuestra Hermosura.
Vanse. Sale ALDONZA, labradora, con una cesta de garlamoras, unos manojos de trébol y poleo y otros de pajuelas, y con ella PEINADO, pastor
ALDONZA: Persiguióme don Luis de la suerte que te cuento, un año, tiempo bastante para aun quien sintiera menos; criámonos casi juntos, y empezando de pequeño el amor, dicen, Peinado, que se vuelve en parentesco. Refrené mi inclinación por ver que era caballero y yo labradora humilde, puesto que Amor es soberbio; pero como el resistirse diz que es echar leña al fuego, abrasábase don Luis y amábale yo en extremo. Dióme un martes en la noche palabra de casamiento, palabras pagué en abrazos; mas fue en martes -- ¡mal agüero! -- Vino a saber a este.punto nuestro amor su padre viejo, y remedió con ausencias sus daños. ¡Caro remedio! Cuatro, leguas de distancia mil en su memoria han puesto, que es niño Amor y se olvida con cualquiera tierra en medio. A una doña Inés, que vive en esta casa, hace dueño del alma que ya era mía, y así por mi hacienda vuelvo. Ésta es la causa, Peinado, de mis celosos desvelos; que han de costarme la vida como me cuesta el sosiego. PEINADO: Pardiez, Aldonza, que echastes vuestro ciego amor a censo en tan malas hipotecas que no heis de cobrar a tiento. Es caballero don Luis, y pagan los caballeros tan mal ya deudas de amores como deudas de dineros; pero, pues no os ha gozado, ¿qué hay perdido? ALDONZA: El sufrimiento, las esperanza, los sentidos, la vida, el alma, el seso. A doña Inés haré creer que es mi esposo. PEINADO: Mas, ¡qué presto sabe una mujer forjar cuatro docenas de enredos! Mas, pues vive aquí la dama que le quillotra, entrad dentro y obrad siquiera en pajas; que en Santa Cruz os espero. ALDONZA: Prevénme en ella, Peinado, si no le obligo, mi entierro. PEINADO: ¡Qué de ellos mueren de amores, y qué pocos vemos muertos!
Vanse. Salen don LUIS y doña INÉS llorando
LUIS: Enjugad, mi bien, los ojos sin negarme la luz de ellos, que, pues son soles, no es bien que lloren soles tan bellos. Volvedme a mostrar sus niñas, pues es niño Amor, juguemos, que no es bien que se levanten cuando por ellos me pierdo. César mintió, ya lo sé, que alabarse es argumento de las mentiras, que sabe fingir el pesar y celos. ¡Ea, no haya más, amores! INÉS: ¿Cómo, si con vida veo, don Luis, a un mentiroso que mi honor y fama ha muerto? ¿Joya es de tan poca estima la honra, que en detrimento de su reputación noble el término que la ha puesto una lícita afición había de pasar? ¡Qué presto os creísteis don Lüís! Poco amáis y poco os debo. LUIS: Por la luz de aquesos ojos, doña Inés, que no lo creo, y que le desafié sólo por ese respeto, y he de matarle esta tarde. ¡Ea, mi bien, acabemos! ¿Somos amigos? INÉS: No sé. LUIS: ¿Quién lo sabe? INÉS: Lo que os quiero. LUIS: Dadme aquesa hermosa mano, honraré mis labios.
Asómase al tablado ALDONZA
ALDONZA: Bueno, porque, celos, cierto veis dice el mundo que sois ciegos.
Sale ALDONZA
ALDONZA: ¡Ay de mi! ¡Y a las pajuelas! ¿Quieren trébole y poleo, pajuelas y zarzamoras? INÉS: ¿Qué es esto? ALDONZA: ¿Quieren poleo? INÉS: ¿No hay zaguán en esta casa para que pregonéis eso sin entrar aquí? ALDONZA: ¿Por qué entra, si sabe, en la igreja el perro? Porque halla la puerta abierta; pues ¿es mucho haber yo hecho lo que un perro sabe hacer? ¿Quieren trébole y poleo? INÉS: ¡Ola! salíos allá fuera. ALDONZA: ¡Ola! digo que no quiero, que también sé yo olear sin ser cura ni haber muertos. INÉS: ¿Quién os mandó entrar aquí? ALDONZA: Naide, que no hay manamiento de no entrarás en la casa de tu prójimo. ¿Ah, mancebo? Todos estamos acá. LUIS: ¡Oh Aldonza! Pues ¿qué tenemos? ALDONZA: ¿Qué sé yo? Pena de ver que habléis con Costanza. ¡Puerros! A ella digo. ¿No me compra zarzamoras? INÉS: ¡Qué molestos que son siempre estos villanos! Ya os digo que no las quiero. ALDONZA: Pues compradlas vos, buen hombre, que zarzamoras os vendo, porque amor en zarzas mora y ansí tan picada vengo. LUIS: Aldonza, no seas pesada. INÉS: ¿Conocéisla? LUIS: Mucho tiempo ha que la vi en Torrejón. ALDONZA: ¿Mucho tiempo, caballero? Más ha que murió mi agüelo. Pero dejémonos de esto y compradme zarzamoras; que en mi tierra yo me acuerdo que andabais en busca de ellas, y entre las zarzas y enredos de promesas incumplidas y favores lisonjeros llegastes a coger una que el comerla por lo menos causó pena y costó gritos. Súpoos bien y amargóos luego. LUIS: ¡Oh, qué bachillera estás! ALDONZA: Y vos sois un majadero, pues a la corte os venís por zarzamoras, sabiendo que aquí no las hay con flor que se les pierde en naciendo; y después de desfloradas andan a la flor del remo; mas como las zarzamoras que comistes en mi puebro la voluntad os mancharon, y vuestro gusto cumplieron, y para quitar las manchas de moras no hay tal remedio como buscar otras nuevas, querréis quitarle al deseo la mancha con esta verde. ¡Huego en vos y en ella huego si os creyere como yo! INÉS: Geroglíficos son éstos, don Luis, no de villana. LUIS: (¡Qué esto sufro, vive el cielo! Aparte Loca, ella me enreda aquí, si la escucho y me detengo. Quiero ausentarme por ver si me sigue, que sospecho que el infierno la ha traído para fin de mi sosiego.) Mi padre me está esperando, yo volveré presto a veros; no creáis rusticidades de villanos. ALDONZA: Pagaréislo. LUIS: ¡Villana, si no calláis!
Vase don LUIS
ALDONZA: ¿Amenazas? ¡Lindo cuento! ¡Hao! ¿no compráis zarzamoras? INÉS: Si como zarzas los celos despedazan las entrañas, zarzas están deshaciendo mi engañado corazón con espinas de tormentos. ¿Qué enigmas son los que has dicho? ALDONZA: ¿Soy yo tienda de barbero que de enigmas se compone? La verdad deciros quiero. Sabed que a una zarzamora picó este tordo en mi pueblo dándola antes de picarla palabra de casamiento. Si empalagado procura con promesas y embelecos picar en vos, ¡oje allá! zarzamora, tened seso, que tien ya este tordo torda y os quiere burlar aquesto. Basta, y ¡á las zarzamoras! INÉS: Escucha. ALDONZA: ¿Quieren poleo?
Vase
INÉS: ¡Oh engañoso don Lúís! De tu natural travieso y mudable condición no te esperaba sino esto. Aunque tanto te he querido no viene tarde el remedio; a César dejé por ti, desde hoy por César te dejo. Hoy daré satisfacción a mi venganza y sus celos y a mi mudanza disculpa. ¡Ay hombres, plumas al viento!
Vase doña INÉS. Salen la SANTA y CRESPO, MINGO y BERRUECO, pastores
CRESPO: Madre Juana, esto ha de ser, que es amparo de Toledo. SANTA: Nada valgo y poco puedo. CRESPO: No hay que habrar. Ha de saber que si Mari Crespa da en rezongas y en porfías, aunque habre veinte días arreo no callará si todo el pueblo se junta y con cura y campanilla va en procesión a pedilla que calle un poco. MINGO: Despunta de habradora, y es gran mengua que una mujer habre tanto. CRESPO: ¡No la diera el cielo santo almorranas en la lengua! Vine de la arada ayer cansado, si en ocasiones cansan tanto los terrones como hablando una mujer, y dije, "¿Qué hay que cenar?" Dijo, "Olla." "No quiero olla," respondí, "si con cebolla la vaca podéis picar y her un salpicón." "No quiero," respondió, "si que cenéis olla." "No me repriquéis ni andemos al retortero, Crespa de la maldición," dije. Y dijo "Heis de cenar olla, no hay que porfiar." "No ha de ser si salpicón," respondí. "Pues no hay sino olla." "Pues salpicón ha de ser." "Pues olla habéis de comer." Subióse el humo a la cholla y levantando las haldas del sayo, con un bastón, haciéndola salpicón los güesos en las espaldas, por más que anduvo la folla sin decir "Dios sea conmigo," daba gritos. "Olla digo, olla quiero, no hay sino olla." Y darle que le darás, ella olla, yo salpicón, hasta que quebré el bastón y ella no pudo habrar más. Pero aunque no pudo habrar, por salir con su interés, arrastrando cuerpo y pies se hué derecha al vasar, y aunque no podía gañir, dijo después que se echó entre las ollas que halló, "Entre ollas he de morir." Hice matarla una polla, por vella tan mal parada y llevándosela asada, dijo, "No ha de ser sino olla." Y tanto en su tema dura, que habiendo el cura venido, por decir, "Confisión pido," le dijo, "Olla, señor cura." Ella queda, en fin, de suerte que hoy se irá, a lo que me fundo, por ollas al otro mundo y a mí me piden su muerte, si no es por vos, madre Juana, curádmela de tal modo que, porque sane del todo, la dejéis la lengua sana. SANTA: Crespo, el hombre que se casa, a sufrir está obligado los defectos de su estado y las faltas de su casa. La cabeza no maltrata ni menosprecia los pies; curadla, y ved que no es mala la mujer que trata bien su honor y le respeta, y llevad con más amor faltas que no son de honor; que no hay cosa tan perfeta que alguna falta no tenga en el mundo; regaladla, hermano Crespo, y curadla, porque a morirse no os venga. CRESPO: Si es la lengua cruel veneno en la mujer, madre Juana, y éste con otro se sana, remedio para harto bueno por quitarla este quillotro que la hiciéramos comer la lengua de otra mujer, sanara un veneno al otro; mas, pues no hay tienda de lenguas y me puso esta cruz Dios, pedid que la sane, vos, que yo sofriré mis menguas.
Sale LILLO
LILLO: (La madre Juana está aquí; Aparte con no poco temor llego.) SANTA: ¡Oh, hermano Lillo! LILLO: Don Diego, mi señor, que sólo en ti puesta su esperanza tiene, aquesta carta te envía y para la enfermería, mientras que a verte no viene, un regalo y cien ducados de limosna. SANTA: Siempre da con largueza. ¿Cómo está? LILLO: Con infinitos cuidados en que don Luis le ha puesto. SANTA: Algún mal le ha de venir notable por consentir que viva tan descompuesto. Y el hermano, ¿no escarmienta, en dos amos que ha tenido, a quien tan mal ha servido? ¿No sabe que ha de dar cuenta delante el tribunal mismo de Dios? LILLO: Soy un mal cristiano que, pecando en castellano, he de dar cuenta en guarismo; pero yo juro la enmienda si el perdón de Dios me alcanza. CRESPO: ¡Hao! ¿Ésta es la buena lanza por quien nuestro honor y hacienda don Jorge habría destruído a no morir? MINGO: ¡Que se atreva venir aquí! BERRUECO: Si no lleva el castigo merecido, no somos hombres de bien. CRESPO: Uno trazo que no es malo. LILLO: En el torno está el regalo y los dineros también. SANTA: Vaya, pues, hermano, al torno, y respuesta llevará. CRESPO: Y en volviendo por acá le daremos el retorno de las burlas que nos debe. SANTA: La salud pediré a Dios de vuestra mujer, y a vos os pido, si la ira os mueve otra vez, que no deis muestras de vuestra necia crueldad; sus faltas disimulad, pues ella sufre las vuestras.
Vanse la SANTA y LILLO
CRESPO: Yo juro no hella más daño por que más no nos inquiete; y nos pague este alcagüete lo de antaño y lo de hogaño, un castigo le he de her con que se acuerde de mí. Una purga compré. MINGO: ¿Sí? CRESPO: Para dar a mi mujer, que la recetó el dotor y ella recibir no quiso. MINGO: Hizo bien. BERRUECO: Eso la aviso. CRESPO: Hagamos que este hablador la tome, y purgue con ella todas las bellaquerías que quillotró en tantos días. BERRUECO: Bien decís. CRESPO: Pues vo por ella. MINGO: Andad y buena pro le haga. CRESPO: En saliendo he de esperar, que, pardiez, ha de purgar las entrañas por de zaga.
Vase CRESPO. Sale LILLO
LILLO: (Con la Santa he despachado Aparte lindamente. Quiera Dios, Lillo, que os escapéis vos de este pueblo conjurado; pero, aquí están; ¿qué he de hacer?) BERRUECO: ¿Qué hay por acá, señor Lillo? LILLO: (Hay harto ungüento amarillo Aparte si quieren llegar a oler.) MINGO: ¿No mos responde? LILLO: (No puedo, Aparte que cierta prisa me avisa que me vaya, y una prisa, si es de tripas y con miedo, no repara en cortesías.) BERRUECO: Pues hoy ha de reparar en ellas a su pesar.
Detiénenle
LILLO: (¡Acerté, desdichas mías!) Aparte Déjenme ir, que siento en mí temerario desconcierto. MINGO: No se ha de ir, aquesto es cierto. LILLO: ¡Por Dios, que me vaya aquí si no me dejan, señores! BERRUECO: Alléguese, socarrón; agora sabrá quién son de Cubas los labradores; que no hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague. LILLO: Ni mujer que no se estrague, ni sarna que no se pegue...
Sale CRESPO con un vaso
CRESPO: ¡Hao, par Dios, que viene entera! Buena a mi mujer hallé, y callando, que no hué poco milagro. BERRUECO: Aquí espera un amigo vuestro. CRESPO: ¿Es Lillo? Beso a vuesarcé las manos. LILLO: Líbreme Dios de villanos. CRESPO: ¿Qué tiene, que está amarillo? LILLO: Corrimientos a traición. CRESPO: Deme ese pulso. ¡Oh qué malo! LILLO: Mas ¿qué hay receta de palo? CRESPO: Tenéis grande opilación... LILLO: ¿Yo? CRESPO: ...de socarronería. LILLO: ¿Y querréis darme el acero? CRESPO: Al menos que purguéis quiero toda esa bellaquería. Haceos la cruz y bebed, que seis reales me costó. LILLO: Veneno es; mi fin llegó. BERRUECO: ¿No bebéis? LILLO: No tengo sed. Beba vuesarcé primero; que siempre fui bien crïado. CRESPO: Acabemos. LILLO: Ya ha llegado mi muerte; bebiendo muero. Castigos hay menos malos sin que la muerte me deis; riendas y azotes tenéis, darme podéis dos mil palos; pero matarme; ¿por qué? CRESPO: Que no es veneno, traidor, sino purga que el humor os cure; yo la compré por seis reales con intento de vuestro bien y quietud. LILLO: Tal os dé Dios la salud como es vuestro pensamiento. ¡Lástima de mí tened; mirad que es crüel castigo el darme veneno! CRESPO: Digo que no es sino purga, oled. LILLO: ¡Puf, qué de ruibarbo echó el ladrón del boticario! BERRUECO: Acabad. LILLO: Extraordinario castigo el diablo inventó. Aún no ha entrado y ya me urga las tripas. MINGO: Beba. LILLO: ¿Hay más graves burlas? ¿Sin darme jarabes quieren que tome la purga? MINGO: Ea, que no es más de un trago. LILLO: De mi muerte lo será; mas, pues de cámaras va, hoy de mi cámara os hago. CRESPO: Acabemos, o si no... LILLO: Allá va. ¡Jesús, mil veces!
Bebe
MINGO: ¿Embocólo? CRESPO: Hasta las heces. LILLO: ¡Mal haya quien te guió y la especie que te echaron! Ea, ya podrán dejarme, pues me obligan a purgarme en salud; bien se vengaron. ¡Ay! Ya empieza el apretura; váyanse, porque me voy. ¡Ay, ay, Dios, qué hinchado estoy! ¿No se van? Que de madura se va cayendo esta fruta. CRESPO: Sosiéguese. LILLO: ¿Hay tal tormento? MINGO: Esmpiece a contar un cuento. LILLO: ¿Qué cuento? ¡Pese a la puta que me parió! CRESPO: Buenos pagos nos da. LILLO: ¿Qué os he de pagar? CRESPO: La purga. LILLO: Llegá a cobrar. CRESPO: ¿De dónde? LILLO: De los rezagos. ¡Ay, ay! ¡Señores, señores, pues que ya se han burlado harto, déjenme! ¡Ay! MINGO: ¿Está de parto? LILLO: Sí, hermano, y con los dolores. ¿No basta ya la matraca? CRESPO: ¿Es niño o niña? LILLO: Será el diablo, pues sabe ya antes de nacer la caca. ¡Ay! ¿Mas que han de hacer que hieda la burla? ¡Ay, no hay que esperar!
Vase LILLO
CRESPO: Un tarugo le he de echar y atalle por que no pueda her nada. BERRUECO: Acabad, dejalde. CRESPO: Venid, veréis lo que pasa. ¡Alcagüetes, alto, a casa, que yo os purgaré de balde!
FIN DEL PRIMER ACTO
Salen don LUIS y ALDONZA
LUIS: Segunda vez me persigues? ALDONZA: Al Amor pongo por juez, que solamente una vez te amé porque me castigues; un amor, una memoria, un cuidado y un deseo es siempre el mío, y no veo una palabra, una gloria un favor, una esperanza, un regalo, una afición, pues en ninguna ocasión hallo en tu rigor mudanza. Castiga, pues, mi porfía pues tu rigor la condena, que por librarme de pena quiero hacer tu culpa mía. LUIS: ¿Qué te debo yo? ALDONZA: No sé. LUIS: Pues ¿qué me pides? ALDONZA: Amor. LUIS: ¿Sin deberle? ALDONZA: No, señor. LUIS: Luego ¿debo? ALDONZA: Sí, a mi fe. LUIS: La fe sin obras es muerta. Mal fundada deuda cobras. ALDONZA: Si en mi fe faltaron obras fue por tu culpa, que es cierta. LUIS: Bien sé yo que en Torrejón, patria tuya, heredad mía, como de burlas tenía y te mostraba afición; porque el Amor desterrado del interés, de Madrid, se fue con discreto ardid al campo en que fue crïado, y jugando mano a mano con los dos junto a una fuente, sentí un ligero acidente, que, gloria a Dios, ya está sano. Cumplió su destierro Amor, y, al fin, se ha vuelto a la corte a pretensión que me importe de más gusto y más valor. No puedes llamarme ingrato siendo aquel amor un juego, pues si gané, te di luego mil requiebros de barato. ALDONZA: No da en barato el avaro amando de cumplimiento palabra de casamiento, que así lo barato es caro; mas como a todas le das y sé que juegas agora, vine a ver a esa señora, y así si me dieses más. Pero, pues me has despedido cuando tan humilde llego, entenderé que en el juego con esa dama has perdido, y más habiéndome dado ella de barato un gusto, que es despreciar como es justo al que a mí me ha despreciado, pues dio palabra el Amor de castigar el mal trato de cualquier amante ingrato con otro competidor. Doña Inés y el interés me vengan de tu inconstancia, que en ella, por su ganancia, es ya su amor ginovés. César, traidor, te usurpó la dama que juzgas fiel, que es César, y como él, al fin vino, vio y venció. ¡En buen cuidado te he puesto! LUIS: Solos estamos los dos, y a los celos, como a Dios, se les da la fe muy presto. Dime lo que en eso sabes, no aumentes más mis enojos, que en la boca y en los ojos no sufre la mujer llaves. Volverte a amar te prometo si aquesto vengo a saber. Di, pues paga una mujer a quien la escucha un secreto. ALDONZA: Es verdad; pero no en mí, que el saberlo me costó mil penas. LUIS: Páguelo yo con tu amor. ALDONZA: ¿Querrásme? LUIS: Sí. ALDONZA: Aunque tu dureza es tal, con nueva esperanza llego, pues los golpes sacan fuego del más duro pedernal. Digo, pues, escucha. LUIS: Di. ALDONZA: Que vine a entrar donde estaba tu dama. LUIS: Ya lo sé; acaba. ALDONZA: ¿Consientes el nombre? LUIS: Sí. ALDONZA: Luego ¿es tu dama? LUIS: ¿Pues no? ALDONZA: ¡Y a mí que me paren duelos! LUIS: ¡Oh! Pues, ¿si repican celos? ALDONZA: ¡Oh! Pues, si no he de ser yo tu dama, cuéntelo ella. LUIS: Vuelve, espera, que tú eres entre todas las mujeres. ALDONZA: ¿Tu esposa? LUIS: Mi prenda bella. ALDONZA: Esta dama de ajedrez, pues se queda con el nombre, y sin el dueño, aunque es hombre, que la pagará otra vez. LUIS: No haré tal si me ha ofendido. ALDONZA: Pues no ha ofendido en verdad, que si muestra voluntad es el señor su marido; que en saliendo de la calle tu persona amartelada, entró tentando la espada otro de tan lindo talle; y apenas tocó en la reja, cuando la buena señora, porque esperaba la hora, puesta a sus hierros la oreja, le respondió y ordenó un diálogo que llamas duo de galanes y damas, cual le tengamos tú y yo. "Alma, vida, corazón, quiero, estimo, adoro, amo, busco, pido, sigo, llamo; ventura, tiempo, ocasión; fe, lealtad, constancia, gloria; obras, palabras, deseos," y otros gustos y trofeos, reliquias de su victoria. LUIS: ¡Ay de mí! ALDONZA: Mucho más hay en su venturosa suerte; pídele, pues, a la muerte, si tienes celos, un ay, que aquesta noche los dos tienen, crüel, de gozarse, y esotro día casarse con la bendición de Dios. LUIS: Basta, calla, que aunque veo mi desengaño en tu hablar, la lengua te he de cortar, que puedo más que Tereo. Ni me hables ni veas jamás; vete. ALDONZA: Harélo; aunque me pesa, pues el ave que está presa por librarse se ata más.
Vase
LUIS: ¡Oh, tiempo riguroso! ¡Oh, noche aleve encubridora del amor tirano! ¡Oh, quién al ángel que a los cielos mueve pudiera detener la diestra mano! ¡Oh, quién al día, cuyo curso breve la sucesora noche sigue en vano, le pudiera aumentar mil horas largas, por más que á mi temor fueran amargas! Extranjero, ladrón, rico dichoso, metal de estima lejos de su origen, río a larga corriente caudaloso, pues ondas tuyas mi chalupa afligen, dinero con mujeres poderoso, cuyas arenadas letras vencen, rigen, atropellan, subliman, sueltan, prenden, dan, quitan, menosprecian y defienden; atrevido, cobarde, avaro, franco, maná que a todo sabes, ¿qué me quieres? Dinero en reales blancos cuyo blanco es al que miran hombres y mujeres, si estás como en galera puesto en banco, ¿por qué me haces remar? ¿por qué prefieres a mi amor el de César extranjero? Mas ¿quién es natural como el dinero?
Salen don DIEGO, leyendo una carta, y LILLO
DIEGO: Beso mil veces la amorosa firma de aquella mano venerable y santa cuya memoria tierna me confirma el bien que espero y mi temor espanta. "Juana" no más por humildad se firma, que es cifra Juana y la abundancia es tanta de gracia en Juana, que a su letra vista la puede acreditar San Juan Bautista. LUIS: Mi padre viene y por su edad anciana, contrario a mi deseo y verdes años, favores busca de la Santa Juana; no sé si diga en mi opinión engaños. ¡Ay de mí triste! Que a su tiempo vana produce mi esperanza tantos daños. LILLO: ¡Y ay de mi! Que he purgado en pie y vestido en verso suelto el alma y el sentido. DIEGO: ¿Quién da voces, que en ellas me parece mi caro don Luis? LUIS: Yo soy, que siento de mi fortuna que en desdichas crece la fuerza que ha de hacer mi fin violento. Muero rabiando, que morir merece en tierna edad un loco pensamiento; rabiando, pues jamás tendrá ventura para gozar del gusto que procura. DIEGO: Querido hijo, imagen de mi alma; calor de mi vejez helada y fría; de mis trabajos merecida palma, siempre verde laurel, corona mía, cuando parece que en serena calma navega mi esperanza en quieto día, se me obscurece el cielo porque sienta cifrada en ese rostro mi tormenta. De mis hijos, Luis, fuiste el postrero; tomó la muerte en los demás venganza, quedaste sólo, y como tal te quiero, por no tener de otros esperanza. Cuando tu atrevimiento considero como eres tú mi ser y semejanza, si quiero castigarte, al punto digo, no dice bien amor con el castigo. Luis, ¿qué tienes? ¿quién te da disgusto? No sólo al corazón, al rostro llega.
Abrázale
¿Hate faltado en ocasión de gusto Fortuna aleve, que es mudable y ciega? Gasta mi hacienda, tu deleite es justo, inventa galas, enamora, juega, mi amor conoces, mi escritorio sabes, saca dineros, ves aquí las llaves; mas -- ¡ay de mí! -- que en esta carta leo otras razones de mayor estado. La santa Juana culpa mi deseo dándome de tu bien mayor cuidado; su aviso santo y su prudencia creo, que no suele gozarse mal logrado el hijo libre, si en edad tan tierna su padre no le enseña y le gobierna. Una cuenta santísima me envía porque en el nombre de tan alta cuenta me acuerde que he de darla cada día de esa tu edad y libertad violenta. Ea, pues, hijo, cara prenda mía, como pasados tus descuidos cuenta y vive de manera que tu vida no la dejen los vicios mal perdida. LUIS: ¡Oh, mal haya mi vida, pues en ella, cuando yo rabio tu sermón escucho! Quien dio de corta edad larga querella, de el mundo y de su ley no sabe mucho. ¿Tan vicioso soy yo? ¿Tan mala estrella me precipita? Con tus quejas lucho, y pienso yo cuando me miro y veo que aquesa monja me pintó más feo. ¿Qué cosa hay en el mundo tan cumplida que no llegue a tener alguna falta? El sol hermoso, padre de la vida, con un eclipse se obscurece y falta; el diamante, en firmeza no vencida que con sus rayos los del sol esmalta, no está de faltas y malicia ajeno, porque, deshecho, sirve de beleno. La tierra, el agua, el aire, es bueno y malo, y ya sirve tal vez un elemento de gusto, y da al manjar vida y regalo y tal vez de castigo y de tormento. Humano soy, por serlo los igualo, a uno tendré quejoso, a otro contento; soy bueno y malo, ajeno de artificio, tendré alguna virtud como algún vicio. No mida más la monja por su gusto los de mi edad, que puede ser que sea de esta mi injusta vida el fin tan justo que ella le envidie cuando en mí le vea; y si no se pretende mi disgusto, ni se reciba cuenta ni se lea carta de Santa Juana, que es lisonja llamarla santa cuando sobra monja.
DIEGO: Ya te debo responder a dos cosas. La primera, don Luis, porque quisiera que mudases parecer, es en la estima y respeto de Santa Juana, a quien yo por ver que le mereció, guardarle siempre prometo; porque si Naamar me avisa que tanto estima y respeta la santidad de un profeta y aquella tierra que pisa, que lleva a su patria de ella por reliquia soberana, yo estimo a mi Santa Juana su tierra y sombra por ella. Ninguna disculpa salva a quien culpa un religioso, que suele vengar un oso el murmurar de una calva; cuanto y más que si recibes por su oración y virtud los consejos, la salud y hasta la vida que vives, no la debes murmurar, porque parecen tiranos contra José sus hermanos, pues él les lleva el manjar y ellos le venden a él; pasión de envidia inhumana, y sustenta Santa Juana a quien le vende crüel. LILLO: ¡Que tantas letras alcance y las historias que escucho un viejo! Pero ¿qué mucho, si hay sermones en romance? DIEGO: La segunda cosa es que, respetando su nombre, agora vivas como hombre y como santo después; que si yo te di el consejo, no fue por darte pesar, sino que quise pagar la deuda de padre y viejo.
Hablan entretanto padre e hijo
LILLO: Agora llega mi vez, y convertido en dotor. si quieres santir, señor, y dar alegre vejez a tu padre, está en mis manos su salud y vida. Espera. Récipe: una purga entera de Cubas y sus villanos, y verás que en pocos días, como yo, si a esto te atreves, serás un santo si bebes purga de bellaquerías sin quedar una no más, porque hice mil seguidillas, más que la cera amarillas, y fui poeta por detrás. LUIS: Padre mío, estoy de suerte que no me puedo alegrar, y pienso que has de llorar por culpa tuya mi muerte si no me haces un favor y me cumples un deseo. DIEGO: Dile, hijo, que no creo que te le niegue mi amor. LUIS: César me importa que esté por esta noche en prisión. DIEGO: Pues, ¿cómo o por qué razón? LUIS: (Buena es la que imaginé.) Aparte Por las cuchilladas que hoy tuvo conmigo a mi puerta. DIEGO: Poca razón, aunque cierta. A darle noticia voy a un alcalde amigo mío, que, sin mostrar que es hacer mi causa, le hará prender de justicia. LUIS: Yo confío de tu amor y diligencia que me ha de dar este gusto. DIEGO: Vence, aunque no fuera justo, el autor a la conciencia. Yo voy. LUIS: Vamos, Lillo, pues. LILLO: Pienso que tu mal gobierno nos va llevando al infierno como recua a todos tres.
Vanse. Salen MARÍA, monja, y la SANTA
MARÍA: Doña Ana Manrique está, madre, de un mortal dolor de costado cual dirá esta carta, y con temor
Dásela
yo de que está muerta ya. Fue de don Jorge mujer, y por lo que a los dos debo, madre, llego a interceder por ella. A mucho me atrevo pero por mí lo ha deshacer. Escríbele, madre mía, que ruegue por ella a Dios que es hoy el séptimo día, y a mí, por ver que las dos nos hacemos compañía. También me escribe le acuerde esto mismo, madre Juana. Duélase de la edad verde de su devota doña Ana que aprisa la vida pierde. SANTA: Siempre doña Ana Manrique con obras y devoción me ha obligado a que publique su valor y mi afición le muestre y le signifique; y así yo tendré el cuidado que a su mucho amor le debo, y Dios será importunado de mí, pues siempre me atrevo a su llaga de el costado en cuya fuente divina la experiencia y la esperanza salud y vida imagina, que aun al dueño de su lanza le sirvió de medicina. En su costado pondré el dolor que en él padece doña Ana, y Jesús le dé la salud que ella merece, si no por mí, por su fe; que fue mi perseguidor don Jorge, y por su persona la debo tener amor, pues me labró la corona de tanto precio y valor. MARÍA: ¡Ay madre del alma mía! Que renueva la memoria que de él tengo cada día. ¿Si está don Jorge en la gloria, cómo de Dios se confía? Si por ventura padece en purgatorio por mí, ¿qué más la causa merece que en este mundo le di? SANTA: Dios es quien le favorece. Vaya y tráigame recado de escribir; responderé a la carta que me ha dado. MARÍA: Favor debido a la fe que doña Ana la ha mostrado.
Vase sor MARÍA
SANTA: Sabe Dios cuánto deseo, como la madre María, saber el dichoso empleo de don Jorge desde el día que murió, que aunque sé y creo que Dios a mi instancia y ruego le perdonó, y es notorio que ha de gozar su sosiego, no sé si en el purgatorio aún da materia a su fuego.
Aparécese un toro, al parecer de bronce, echando llamas
Regalado Esposo mío, soy, como mujer, curiosa de saber. Ruego y porfío que fue el alma venturosa de don Jorge; en Vos confío.
Sacan el toro echando fuego
Pero ¿qué monstruo de fuego de otro Fálaris tirano, cielos, turba mi sosiego? Laurel, Ángel soberano, que os dejéis ver, pido y ruego.
Sale el ÁNGEL por arriba, después don JORGE
ÁNGEL: ¿Cuándo fue el enamorado de la dama que pretende, si llamado importunado, pues que viene y condeciende luego, a su amor y cuidado? Aunque yo no he merecido, Juana mía, el ser tu amante, Dios es por quien he venido, y en tu amoroso semblante su paje de guarda he sido. SANTA: Con la quietud y reposo, Ángel mío, que estáis vos, sereno el rostro y hermoso, bien dice que veis a Dios y que le gozáis glorioso.
Ábrese por un costado el toro y esté dentro Don Jorge
¡Ay mi Laurel! ÁNGEL: Muestra aliento; mira a don Jorge en sus penas. JORGE: Vuelve, Juana, el pensamiento, que en penas de penas llenas excedo al rico avariento; mas, por lo mucho que alcanza tu oración, de los favores de Dios espero bonanza, que entre las llamas mayores es céfiro la esperanza. En el purgatorio estoy por tu favor y merced; pues de mí te acuerdas hoy y es tan terrible mi sed, piadosas voces te doy Madre Juana, la ocasión tienes de pagar agravios con piadoso galardón; recrea mis secos labios con agua de tu oracion.
Encúbrese
SANTA: Alma pacífica, en medio de tantas penas espera, que yo por darte remedio estas penas padeciera. ¡Si hallar pudiera algún medio!
Baja el ÁNGEL
ÁNGEL: Basta el deseo que tienes para que a don Jorge valga la ayuda que le previenes; por ti querrá Dios que salga a gozar, Juana, sus bienes. SANTA: ¡Qué bien conoces quién es el dueño de aquesa gloria! Eres nube de sus pies; por mí no encubrió la historia de sus ángeles Moisés; mas antes que tu hermosura me deje triste y se parta, la salud que aquí procura doña Ana en aquesta carta, Laurel divino, asegura. ÁNGEL: ¿Quisieras tú que yo fuera y que a doña Ana Manrique, salud en su nombre diera, por que de tu amor publique honra y fama verdadera? SANTA: Por mí no; mas por la gloria que ha de resultarle a Dios de aquesta hazaña notoria. ÁNGEL: Vamos a verla los dos; será tuya esa vitoria. SANTA: ÁNGEL mío, dadme luego vuestras alas y favor.
Sale MARÍA con tinta y papel
MARÍA: Madre Juana, tarde llego, si hay tardanza en el amor; escriba a Madrid la ruego; mas ¡ay de mí! que la veo penetrando el aire puro. Goce yo de ese trofeo. Alguna prenda procuro cual de Elías a Eliseo. Arroje siquiera el velo, si Elías arrojó el manto. SANTA: Hermana, tenga consuelo, no soy digna, ni levanto por tanto tiempo mi vuelo; yo volveré a verla luego, que voy a ver a doña Ana.
Desaparece
MARÍA: Sin vos no tendré sosiego. Yo voy a contarlo, Juana, con doce lenguas de fuego.
Vase. Salen LILLO y don LUIS, como de noche
LILLO: Si va a decir la verdad, cosa que no suelo hacer, yo no acabo de entender tu enredada voluntad. LUIS: ¿Qué dudas? Pregunta. LILLO: Escucha. Cuando hablé a la madre Juana, en la cual, con ser humana, la divinidad es mucha, me dijo un largo sermón que te dijese y no digo, porque pienso que contigo pudiera más un salmón; y al fin cifró sus consejos con que el hombre es vidrio en todo; quiébranse del mesmo modo los vasos nuevos y viejos. No es el concepto muy grave a quien no le entiende bien. LUIS: Yo sí entiendo. LILLO: Y también un tabernero lo sabe. Volví a Madrid con respuesta esta tarde, en ocasión que tratabas de prisión de César. La duda es ésta: ¿para qué has hecho prender este ginovés, que ha dado sospechas de que ha quebrado, y a quién has venido a ver? LUIS: ¿Dudas más? LILLO: ¿No son tres dudas el por qué, cómo y a quién, y por ser hombre de bien, por dudas, no se ahorcó Judas? LUIS: ¿Prendieron a César? LILLO: Sí; que apenas llegó, un soplón a un alguacil motilón, no de los graves de aquí. LUIS: ¿Qué es motilón? LILLO: Alguacil de la villa. ¿Esto no sabes? LUIS: Pues ¿quién son esotros graves? LILLO: En criminal y en civil los alguaciles de corte son como más estimados .................... [ -ados] .................... [ -orte] los de córte, si los pones en danza los más honrados, maestros y presentados y esos son los motilones. Embolsáronle en la red; que una vara pesca ya ginoveses. LUIS: Porque está preso te he de hacer merced de un vestido. LILLO: Tal que pueda parecer tu mayordomo. Fácil es hacerle. LUIS: ¿Cómo? LILLO: De tus marañas de seda. LUIS: Respondiendo a tu pregunta, digo que él tiene una dama hermosa y de mucha fama. LILLO: Ésa es mucha gracia junta; pero pregunto, ¿héisla visto por la mañana en ayunas? LUIS: ¿Por qué? LILLO: Porque sé de algunas que, antes de tomar el pisto, la unción, el ajo, el betún, el no sé cómo le llame, tienen una cara infame y un frontispicio común; y después de preparado de el rostro, alguna mujer tiene mejor parecer que puede dar un letrado. LUIS: Basta decir que es muy bella. LILLO: No basta. LUIS: Pues ¿por qué no? LILLO: Quiero contestarme yo, si tengo de hablar con ella. LUIS: Pues por gozar de esta dama que pretendo y solicito, al ginovés se la quito, por más que le quiere y ama, porque esta noche tenía aplazado el primer bien. LILLO: Luego, ¿es doncella también? LUIS: Doncella, por vida mía. LILLO: Las doncellas de por vida se han dado agora en mudar en doncellas al quitar. LUIS: Es doncella y bien nacida. LILLO: ¿Así que nació doncella? Esó aún se puede creer de tan honrada mujer por tu respeto y por ella. LUIS: Yo vengo, en fin, a gozar esta cesárea afición. LILLO: Tú vienes a ser ladrón; Amor te ha de disculpar. Dijo un buen entendimiento, por cortesano lenguaje, que la ocasión tiene un paje llamado arrepentimiento; porque es forzosa razón que se duela y se arrepienta cualquier persona que sienta que se pasó la ocasión; y tú, que en aqueste ensayo nadie quieres que te ultraje, por excusar aquel paje vienes con este lacayo. LUIS: Calla, que ya en la ventana hacen señal. LILLO: Pues espera, que si ella te conociera fuera tu esperanza vana. Déjame. Llegaré yo, y creerá que soy crïado de César. LUIS: Bien has pensado.
Sale a la ventana doña INÉS
LILLO: ¿He de llegar? LUIS: ¿Por qué no? INÉS: ¡Ce! LILLO: De. INÉS: ¿Sois vos? LILLO: ¿Eres tú? INÉS: ¿Es César? LILLO: Y caballero con seis letras de dinero bien venido del Pirú. LUIS: ¿Qué dices? LILLO: Aún no me ha oído. LUIS: Habla como su crïado y no como él. LILLO: Yo he pecado; que pude ser conocido. INÉS: ¿Quién es? LILLO: Soy un servidor o orinal de César, que viene con él, y llegué por él hablarla. ¿Señor? INÉS: No me hables que le está mal a mi honor. Entra, que es hora. LILLO: Ya llega César, señora, como un reloj puntüal, como un reloj concertado, como un reloj cuidadoso, como un reloj dadivoso y como un reloj armado. LUIS: ¡Mi bien! INÉS: Entrad, gloria mía; gozad, César, la ocasión.
Vanse
LILLO: Si es César o Cicerón allá lo veréis de día. Pero ¡por Dios, que he quedado a la luna de Valencia! El no entrar fue impertinencia, lacayo soy serenado. Bien me pudiera yo ir a acostar, porque mi amo no puede, si yo le llamo, socorrerme ni acudir. No me acuerdo que haya santo abogado contra el miedo. El mejor santo es san Credo y si alguien viene san Canto.
Sale don DIEGO y habla cada una de por sí
DIEGO: Preso está César, y temo alguna gran travesura de Luis, que es quien procura que esté preso. LILLO: Por extremo tiemblo. DIEGO: He venido a rondar esta calle, por si acaso le hallo. LILLO: Ya siento un paso; Judas debe de pasar. DIEGO: La casa de doña Inés pienso que es aquélla; sí. LILLO: Un bulto negro está allí, Mauregato pienso que es. Voyme, que es descortesía defenderle yo la puerta. DIEGO: Pues él se va, cosa es cierta que no es su casa. Querría saber quién es. ¡Hola, hidalgo! LILLO: No soy hidalgo. DIEGO: ¿Galán? LILLO: No soy galán. DIEGO: ¿Sacristán? LILLO: No soy sacristán. DIEGO: ¿Sois algo? LILLO: No soy nada; que es mejor no ser nada en paz que mucho en guerra. DIEGO: Escuchad. LILLO: Escucho. DIEGO: ¿Es Lillo? LILLO: Yo soy, señor; y si no supiera yo que es mi amo quien me humilla, triunfara con la espadilla que muchas bazas ganó. DIEGO: ¿Dónde está Luis? LILLO: No sé. DIEGO: Pues, ¿no está aquí? LILLO: Sí, estará. DIEGO: Luego, ¿sabes dónde está? LILLO: No sé yo si estará en pie, sentado, acostado o cómo; porque el amor y Mahoma permiten que duerma y coma sin decirnos duermo y como. DIEGO: No sé si entraré; no es justo darle pesadumbre en eso; pues su contrario está preso, huélguese, siga su gusto. ¡Ay, Amor, qué mal cumplís, las leyes de vuestro honor! Mas soy padre, tengo amor, y no más que a don Lüís. Huélguese, que aunque no es justo haberle en esto ayudado, más quiero verme culpado que verle a él con disgusto. Quedaos Lillo.
Vase
LILLO: ¡Oh, padre tierno, amoroso y tan sufrido que, de amor desvanecido, llevas tu hijo al infierno!
Sale don LUIS
LUIS: ¡Oh, mal haya! LILLO: ¿Ya lo escupes? ¿Tan malo es el bodegón? LUIS: En gozando la ocasión nunca más la calle ocupes.
Sale CÉSAR
CÉSAR: El alcaide, aficionado de mi dinero y de mí, me da licencia que salga por esta noche a dormir a mi casa. LUIS: Gente suena. LILLO: Si suena será nariz. ¿Si es tu padre? LUIS: Sea quien fuere, vámonos, Lillo, de aquí.
Vanse don LUIS y LILLO. Sale a la ventana doña INÉS
INÉS: Ya perdido el primer sueño será imposible dormir, y así quiero ver si César se fue ya. ¿No es aquél? Sí. César, mi bien... CÉSAR: Inés mía, dichoso he sido en venir a tal punto, pues mi amor a la reja recebís. No sabéis como estoy preso por un señor alguacil, que es como necesidad con cara de hereje al fin. Prendióme por causa leve, que apenas llegué a reñir, sino a mostrar de mi espada el toledano buril. INÉS: ¿Cómo no me lo habéis dicho hasta aquí? CÉSAR: Porque no os vi hasta agora. INÉS: ¿Cómo es eso? César mío, ¿qué decís? CÉSAR: Digo, mi bien, que estoy preso, y por dineros salí esta noche de la cárcel, y mi amor vengo a cumplir. Mandad, señora, a una esclava de quien fïando os servís, que, porque espero a la puerta, venga más de prisa a abrir. INÉS: ¿Qué decís, César? CÉSAR: ¿Qué digo? ¿Qué confusión hay aquí de lenguas? Nunca yo os dije cosas de amor en latín. Mandadme abrir; no os burléis. INÉS: Si vos no os burláis de mí, no os entiendo. CÉSAR: ¿Cómo no? INÉS: Pues ¿agora no salís? CÉSAR: Sí, señora, de la cárcel. INÉS: No, sino de mi jardín, donde, en amorosos lazos, palabra de esposa os di; donde, con atrevimiento más que fuera justo en mí, Venus matizó las rosas de mi mal logrado abril. CÉSAR: ¿Qué es lo que decís, Inés? Yo no soy, porque no fui el venturoso ladrón, abeja de ese jazmín, Otro Paris ha gozado lo que a mí me atribuís, que no guarda más sus frutos el paraíso de Madrid. INÉS: Ya, cortesano extranjero y desatino gentil, te entiendo; ya sé que niegas las prendas que yo te di. No es este lugar de quejas ni he de dar voces aquí; mujer soy, si me injuriaste yo me vengaré de ti.
Vase doña INÉS
CÉSAR: Escucha, engañada hermosa; mira si fue don Luis el ladrón del dulce sueño que ha tenido tan mal fin. Él es, sin duda ninguna. ¡Plegue a Dios, si fuese ansí, que marchite y seque el tiempo la verde edad de mi abril! ¡Plegue a Dios no vuelva a Italia sin padecer y sentir, tormentas donde me anegue sin darme ayuda el delfín! ¡Plegue a Dios que Dios me falte si no me vengare en ti o matándote o muriendo, pues es vengarse el morir!
Vase. Sale la SANTA sola
SANTA: ¿No sabremos, cuerpo bajo, qué cansancio o aflicción os da pena? Mas no son ruINÉS para el trabajo. ¿Diréis que andáis todo el día, lo que el coro da lugar, ocupado, ya en curar monjas en la enfermería, ya en los ejercicios santos del fregar y del barrer, ya en ir al horno a cocer el pan para pobres tantos, ya en llevar de la obediencia el yugo, y querréis decir que ya no podéis sufrir tanto ayuno y penitencia, que os dé descanso de hoy más? ¿Y parecerá muy bien que, cual los hijos de Efrén, volváis la cabeza atrás, cuando la victoria espera el premio que merecéis, y que cansado os paréis en mitad de la carrera? No, cuerpo, hasta la vitoria, si la queréis alcanzar, todo ha de ser pelear, que al fin se canta la gloria. Quien quiere tener caudal cuando el alma se despida en el día de la vida ha de ganar el jornal que en la noche de la muerte, como el jornalero, cobra; que no ha de alzar de la obra hasta la noche el que es fuerte. Caminad, que se apresura la noche, y si tenéis cuenta, a vista estáis de la venta, si es venta la sepultura; si viene el cansancio, echalde, y anímeos el interés por que no os digan después que tomáis el pan de balde.
Salen la VIRGEN, nuestra señora, y el niño JESÚS, el ANGEL y otro ANGEL arriba. Toquen chirimías
VIRGEN: ¡Juana! SANTA: Virgen amorosa, luna, sol, palma en cadés, plátano, cedro, ciprés, lirio, clavellina, rosa. JESÚS: ¡Dulce esposa! SANTA: Eterno amante, David, Salomón, Asuero, hombre Dios, león, cordero, pastor, Rey, niño, gigante, siempre he de subir a veros, amor, con santa ventaja. JESÚS: Ansí ensalzo al que se abaja. SANTA: Amores son verdaderos. JESÚS: ¿Qué haces? SANTA: Reprender, mi Dios, un cuerpo holgazán que, comiendo vuestro pan, la carga deja caer que la religión encierra; pero como fue formado de tierra y está cansado, no hay quien le alce de la tierra. VIRGEN: ¿Quiéreste, Juana, venir con nosotros? SANTA: Si ha de ser el ir para no volver, no tengo que prevenir; todo, reina soberana, está a punto; vamos luego. JESÚS: A mi celestial sosiego irás brevemente, Juana; ruegos de tus monjas son los que hasta aquí han impedido tu muerte. SANTA: Tu amor ha sido, mi Dios, larga dilación de este destierro pesado; y siendo, Señor, ansí, con David diré, "¡Ay de mí, que me le habéis prolongado!" Pero, amores, ¿dónde bueno vais, que así me convidáis? JESÚS: A recrearte. SANTA: Bien dais, amoroso nazareno, muestras que es vuestro blasón el amor que aquí os envía. JESÚS: Ven. SANTA: En vuestra compañía todo será recreación. Dejadme, mi Dios, besar estos soberanos pies, porque a los vuestros después, Virgen, me pueda postrar. JESÚS: ¡Ay prenda cara, y qué de ello te quiero! SANTA: ¡Qué tal escucho! ¡Ay mi Dios! JESÚS: ¿Quiéresme mucho? SANTA: Mucho. JESÚS: ¿Cuánto? SANTA: Tanto de ello. JESÚS: Pídeme mercedes. SANTA: Pido dos cosas no más, mi Dios; mas siendo tan largo Vos corta en el pedir he sido. Un muerto y un vivo son los que por intercesora me han puesto, y de Vos agora tienen de alcanzar perdón. El alma, Esposo divino, de don Jorge está penando y entre llamas apurando, como metal rico y fino, los quilates de aquel oro que en vuestra mesa ha de estar; yo le vi, Señor, penar dentro de un ardiente toro, con un tormento excesivo; alcance yo de estos pies que esté ya libre. JESÚS: ¿Quién es el segundo? SANTA: Un muerto vivo; muerto en vicios vino al mundo. Es, mi Jesús, don Lüís, y si Vos le reducís tendréis un Saulo segundo. JESÚS: Hijo que desobedece a su padre, Juana mía, y en sus pecados porfía obstinado, no merece mi perdón. SANTA: Sí, sí, mi Dios, que es mi devoto su padre; pues sois su divina Madre, Virgen, pedídselo vos. VIRGEN: Hijo, a cosa que os suplica Juana, no digáis de no. JESÚS: Madre, no sea; cesó mi enojo. SANTA: Ya quedo rica. JESÚS: Yo haré que, cual otro Saulo, si a la virtud hace guerra, caiga don Luis en tierra y imite después a Paulo. SANTA: ¿Y de don Jorge, Señor? JESÚS: Por ti, Juana, le perdono. SANTA: Vuestro eterno amor pregono. JESÚS: Hoy a mi eterno favor subirá. SANTA: ¿Qué, por los dos tal favor se me concede? VIRGEN: Sí, que todo aquesto puede Juana de la Cruz con Dios.
Toquen chirimías, y vanse todos
FIN DEL ACTO SEGUNDO |
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