36 (pág. 76) Durante los meses de preparación de la
expedición, e incluso en ocasiones sucesivas, en el Oratorio de Valdocco y en
las casas salesianas de Turín y el Piamonte se creó un clima que inflamaba la
imaginación juvenil. Todos soñaban con ser misioneros en el más puro estilo de
anunciar a los «salvajes» el Evangelio del que todavía no habían tenido
noticia. Todo lo cual era concebido en términos grandes, casi épicos. Si
entonces eso era un sueño, más tarde sería una realidad histórica, aunque sólo
tras muchos años de infatigable trabajo, de sufrimientos incontables y, a
veces, de discretos resultados que provocaban el desaliento. Pero la historia
ya ha contabilizado sus frutos: la exploración de tierras, pueblos y culturas
ignorados, la civilización de esos pueblos mediante la educación en el respeto
a sus costumbres, la presencia salesiana en todo el continente americano y el
fruto más sobresaliente de la educación ejemplificado en dos jóvenes de virtud,
propuestos por la Iglesia como tales: los beatos Laura Vicuña y Ceferino
Namuncurá.
Sin embargo Don Bosco es más soñador aún que
sus hijos misioneros. Durante su visita a Barcelona (España) en 1886, sólo dos
años antes de su muerte, tuvo un nuevo sueño memorable estando en la recién
fundada casa salesiana de Sarriá, donde se hallaba acogido. Y en este sueño,
que él mismo comunica en confidencia a su secretario, ve el alcance mundial de
su acción misionera simbolizado en un trayecto que va desde el lejano oeste en
Valparaíso (Chile) a Beijín, capital de la China inmensa y lejana por el este.
A la primera oleada de expediciones, iniciada
en 1875, habrían de seguir otras nuevas, como la de Oriente (India, China y
Japón), en los albores del siglo XX, y la de África, en el último tercio del pasado
siglo.
Y con toda seguridad habrá quienes, movidos
por ese mismo espíritu emprendedor y misionero de Don Bosco, piensen en otra
nueva oleada, ahora con la visión de un planeta globalizado y con instrumentos,
naves y navegaciones virtuales, por vías y redes de Internet propias de las
tecnologías de la información y comunicación.
37 (pág. 76) «¿Qué representa en el mundo nuestro Oratorio
de Valdocco?, decía Don Bosco. Nada. Y, sin embargo, pensamos en mandar gente a
todas partes. ¡Qué bueno es Dios!». La Basílica de María Auxiliadora es el punto monumental y espiritual de referencia de este milagro. Se cumple así lo que, en
sueños, la Virgen había hecho comprender a Don Bosco para justificar la
erección del templo: «Inde exhibit gloria mea» (De aquí saldrá mi gloria).
Puntual e indefectiblemente hasta nuestros días, cada año, en otoño, se repite
el milagro de una nueva expedición misionera salesiana: son ya miles de personas
que sin límites geográficos, sociales o culturales consagran su vida al anuncio
del Evangelio de Cristo bajo indicadores de convivencia y caridad con los menos
favorecidos, y de educación.
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