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Carlos Garulo
El latido del bosque

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  • G É N E S I S LIBRO DE ORÍGENES Y GERMINACIONES
    • SI EMBEBIDOS DE FE PARA EL COMBATE Parten los misioneros
      • [EN CUBIERTA]
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[EN CUBIERTA]

 

 

EN CUBIERTA SE DESESPERA EL TIEMPO.

La tarde se adormece en las rodillas.

El libro, entre las manos.

        Ellos ven

lo que sueñan36: la espera de los hombres

que nunca han combatido inventa hechos de armas.

 

                       

ALCANZAN EL DESTINO antes que nadie

grite «Tierra a la vista» desde el palo

más alto de la nao. Los pies pisan ya arenas

de playas tan ignotas cuanto ansiadas.

De gigantes les hablaron los libros

de viajes consultados. De paisajes

con sabanas sin límite y alturas

de nieves que resisten el cuchillo

implacable del sol. De los deshielos

que urden moroso el paso entre los llanos

queriendo hurtar su muerte inevitable

a los besos y abrazos insistentes

con los que el mar entrena su paciencia.

 

Tendrán que poner nombre a aquellas cimas

que las alas del cóndor ni sospechan,

a lagos que declaman el sosiego

en sus espejos íntegros del cielo taladrados,

a andariegas planicies sin reposo

doblegado el paisaje por el viento–,

a murallas de hielo que el océano

proclama en su embestida, a unos salvajes

a quienes dar palabras en la boca.


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Tendrán que cambiar signos y costumbres

por costumbres, por signos y por ritos

traídos en el vientre de su nave.

 

Una patria lejana37 será inscrita en la historia

por la mano de sus valientes hijos.

 

Y el espléndido templo, en el que aún vibra

la gloriosa partida de los héroes,

es faro en la distancia, referencia

de sueños y regresos: reside allí la fuerza

que sus pasos impulsa, la gracia del consuelo

que alivia sus fatigas y pregona

su vibrante palabra e incontenible gozo.

 

 

EN CUBIERTA SE desespera el tiempo.

La tarde se adormece en las rodillas.

No dejan de soñar con que la muerte

los consagre en su intento, como a los elegidos.






36 (pág. 76) Durante los meses de preparación de la expedición, e incluso en ocasiones sucesivas, en el Oratorio de Valdocco y en las casas salesianas de Turín y el Piamonte se creó un clima que inflamaba la imaginación juvenil. Todos soñaban con ser misioneros en el más puro estilo de anunciar a los «salvajes» el Evangelio del que todavía no habían tenido noticia. Todo lo cual era concebido en términos grandes, casi épicos. Si entonces eso era un sueño, más tarde sería una realidad histórica, aunque sólo tras muchos años de infatigable trabajo, de sufrimientos incontables y, a veces, de discretos resultados que provocaban el desaliento. Pero la historia ya ha contabilizado sus frutos: la exploración de tierras, pueblos y culturas ignorados, la civilización de esos pueblos mediante la educación en el respeto a sus costumbres, la presencia salesiana en todo el continente americano y el fruto más sobresaliente de la educación ejemplificado en dos jóvenes de virtud, propuestos por la Iglesia como tales: los beatos Laura Vicuña y Ceferino Namuncurá.

Sin embargo Don Bosco es más soñador aún que sus hijos misioneros. Durante su visita a Barcelona (España) en 1886, sólo dos años antes de su muerte, tuvo un nuevo sueño memorable estando en la recién fundada casa salesiana de Sarriá, donde se hallaba acogido. Y en este sueño, que él mismo comunica en confidencia a su secretario, ve el alcance mundial de su acción misionera simbolizado en un trayecto que va desde el lejano oeste en Valparaíso (Chile) a Beijín, capital de la China inmensa y lejana por el este.

A la primera oleada de expediciones, iniciada en 1875, habrían de seguir otras nuevas, como la de Oriente (India, China y Japón), en los albores del siglo XX, y la de África, en el último tercio del pasado siglo.

Y con toda seguridad habrá quienes, movidos por ese mismo espíritu emprendedor y misionero de Don Bosco, piensen en otra nueva oleada, ahora con la visión de un planeta globalizado y con instrumentos, naves y navegaciones virtuales, por vías y redes de Internet propias de las tecnologías de la información y comunicación.

 



37 (pág. 76) «¿Qué representa en el mundo nuestro Oratorio de Valdocco?, decía Don Bosco. Nada. Y, sin embargo, pensamos en mandar gente a todas partes. ¡Qué bueno es Dios!». La Basílica de María Auxiliadora es el punto monumental y espiritual de referencia de este milagro. Se cumple así lo que, en sueños, la Virgen había hecho comprender a Don Bosco para justificar la erección del templo: «Inde exhibit gloria mea» (De aquí saldrá mi gloria). Puntual e indefectiblemente hasta nuestros días, cada año, en otoño, se repite el milagro de una nueva expedición misionera salesiana: son ya miles de personas que sin límites geográficos, sociales o culturales consagran su vida al anuncio del Evangelio de Cristo bajo indicadores de convivencia y caridad con los menos favorecidos, y de educación.

 





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