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[MISIÓN Y ENCARNACIÓN]
SIN APRECIARSE
COMPAÑÍA DE ÁNGELES,
en el descenso
traen sus entrañas
en llamas por la
quema de las naves
tras la voz que
seduce en la llanura47.
Otoño habla su
lengua de despojos
con aroma e
indumentos de membrillo.
Con sus manos de
abatimiento teje
alfombras de
ternura momentánea.
«Giù dai colli»48
–se cantará algún día–
con la madre por
toda comitiva,
emprende los caminos
con lo puesto,
con toda la
fortuna del desposeimiento.
Vienen detrás
corriendo los rigores
del juicio
inapelable del invierno
y es urgente
acelerar los pasos.
Urgente abrir
espacios bajo techo
con fuego
desvelado y más tizones
inscritos en la
lista de la muerte.
Llenos de
anotaciones en su cuerpo,
los caminos49
relatan las heridas
de la orfandad que
obliga a los destierros,
de hambres e
incertidumbres pisando los talones.
Precoces fugitivos
obedecen
a la incógnita
cierta del señuelo
que en lontananza
la ciudad enseña
como una lotería
de esperanzas:
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podrán
llegar un día las oportunidades,
podrá la soledad
marcar sus dentelladas.
SÓLO EL AMOR50
mantiene ojos
abiertos
capaces de
auscultar en las cavernas
huérfanas de la
luz y del oxígeno.
Y de ese pan que
apenas sí le llega,
lo parte en dos
como único consuelo.
Si hay libertad
que asoma y que despunta,
una multiplicada
omnipresencia
se desvela por
ella apasionada.
En días desolados,
propiciará el injerto
de esquejes de esperanza
en los abrazos.
Pudiera ser
también que el vaho incandescente
de una palabra a
tiempo y al oído
supiera a
profesión de cercanía,
diera a saborear
un evangelio
desvelado
MIENTRAS
TANTO los cánticos se encienden
como un
certificado de victoria
sobre las
orfandades y abandonos:
«Andiamo,
compagni, – Don Bosco ci aspetta,
la gioia perfetta – si
desta nel cuor.»51
Con la
resurrección de vida en patios,
Ya va echando
raíces
–¡a fuerza de certezas!–
la voz que seducía
en la llanura,
la que apremió a
romper billetes de regreso
en el ara de las
fidelidades.
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Aquí el juego renueva los
combates.
Por
los matraces y los alambiques
de
un amor refinado que se entrega,
química
de la luz y del calor
del
fresco fuego de los corazones
embruja
y predispone en su ternura.
Lo
extraordinario aquí obtiene acta
de
naturaleza52 en los talleres,
en
las aulas, en patios, en altares.
Así
Dios deja huella de su obligada ausencia:
sería
irresistible su rostro al descubierto53.
Esa
ausencia aquí se desvanece
por
el reflejo exacto de virtudes
y
prodigios que lanzan sus señales
fascinantes
como un juego de espejos.
Se
hace la santidad imperativo.
Aquí.
FUE
AYER revelación54.
Hoy es milagro55,
aún sin apreciarse
la compañía de ángeles.
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