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[RECONOCIMIENTO
Y GLORIFICACIÓN]
COMO
ÁRBOLES HERIDOS QUE EN INVIERNO
se arrugaran por
dentro con el cierre
de puertas y
ventanas y postigos
a la espera de un
tiempo de fortuna,
sentados al
pupitre los nuevos aprendices
repliegan su
equipaje de alas y de sueños.
La vida se debate
entre la huida
–que lleva en sus
espaldas incisas las derrotas–
y el coraje de
izar banderas arrogantes
cuyo ondear
pronuncie que están vivos.
Es difícil pensar
así en portentos
hervidos, como
antaño, en la magia
de fórmulas y
manos ahora irrepetibles
a las que la
costumbre las tuviera
sujetas por un
cuello de perezas.
De tanto verlo
aquí, por estos patios,
se les perdió la
recta percepción del milagro
que supone apreciar
muy cerca de nosotros
el respirar de
quien mucho nos ama,
la compañía amiga
discretísima
de quien nos
administra el sacramento
de un consuelo
vital que no quema palabras,
de impulso a proseguir
nuestro camino.
A
LA PODA traumática responde
la hemorragia de
savia en las heridas
buscando un
resplandor definitivo
y acreditar la
vida en primavera.
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En esa
ciudadela de repliegues
se reaviva el fuego
por un soplo
cuyo perfil se
filtra de soslayo
como un don que
repite donaciones
de aliento en
circunstancia acorralada59:
«¿No estábamos en
ascuas60 al sentirlo
en medio de
nosotros en paciente
compañía61?
¿No porfiaba acaso
que fuéramos
nosotros soberanos
desde tronos
cuajados en razones?,
¿que el dominio
ejercido se fundara
en el amor más
limpio?, ¿que de oriente
a poniente, de las
simas del mundo
hasta el pico más
alto de los cielos
tendiéramos los
hilos como eje de unos planos
coordenados,
claros, que sitúen
y orienten
nuestras naves en los mares
por corrientes
seguras de esperanza
en una Providencia
que los guíe?
¿Qué hacemos,
pues, aquí mirando al cielo62
con los brazos
cruzados de nostalgia?»
CON
EL FAVOR del fuego se cuartean
los muros.
Recuperan oxígeno
y luz los asediados.
Se rehacen los senderos
trillados por rutinas,
se conjuran los
miedos y las dudas
al aplicar –ahora
por su mano
temblorosa–
recetas recibidas
en herencia
doméstica:
los aprendices de ángeles
aspiran el perfume
de un ungüento
que tonifica el
alma, sepulta duermevelas,
insufla la
autoestima en los pulmones
y oxigena los
regueros de sangre:
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se
aceptan los envites de la vida,
se despiertan, al
paso, los caminos.
PUESTOS
A DESCUBRIR, empieza aquí
la lista
inacabable de los éurekas
que ceden a la
mano el fruto deseado.
Hijos ayer de una
orfandad forzada
a destierros:
huérfanos renacidos
a filiaciones
nuevas este día.
Es un don
descubrir, con la paciencia
del tiempo
necesario para un alumbramiento,
la forma de ser
padre para un hijo
sin activar
semillas de la sangre.
Y en el mercado
errático de ofertas
que cubran la
demanda de unos guías
para la vida misma
y no sólo de ciencia
y las
enciclopedias de los conocimientos,
es escaso el
catálogo de posibilidades
con nombres y
apellidos, y la sabiduría
de los maestros
espirituales.
Por
fortuna se rasgaron los velos
que
traslucir dejaron los hallazgos.
CON EL
DESCUBRIMIENTO
de las claves
y
fórmulas de asuntos esenciales
se
remueve la losa que sellaba
el
sepulcro e imponía las distancias.
La
esperanza de vida recobrada
convoca
al escenario, en la montaña,
donde
esperan las transfiguraciones.
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Una cortina de pudor recubre
alas
inxistentes que, no obstante,
impulsan
la ascensión a la colina
donde
los sauces de vigía duermen.
Vuelan
lo que eran alas afligidas.
Refulgen
con su liviana pompa pantalones,
zurcidos
y maltrechos, como túnicas
albas
para un desfile de uniforme.
Hay
un revuelo loco, irrefrenable,
de
palomas o ángeles inquietos
de
nueva creación y contextura.
Sumergido
el amor en el silencio
que
le imponen los sellos lacrados de la muerte,
esperaba
sin prisas el recate
a
mano de bisoños ángeles alados.
«GIÙ DAI COLLI»63
es la orden de descenso
para
dejar constancia de las revelaciones
allí
donde su temple y sus virtudes
con
tesón y paciencia se curtieron.
En
la tierra las pruebas se acumulan,
del
cielo se confirma el veredicto:
un
senado de ancianos venerables proclama
la
santidad nacida como una invitación
y ahora
como reclamo para un imperativo.
El
cortejo se mueve lentamente.
La
pompa no da alcance a la alegría.
Los
cánticos incendian el regreso
a
la ciudad, conmueven y contagian
a
multitud de rostros que se asoman
con
un asombro fiel y reverente:
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de nuevo entre sus jóvenes
«Don Bosco ritorna».
Desde
el puente de mando de su buque insignia64,
no
le impondrá la muerte más distancias
con
aquellos que vengan y le llamen
a
cualquier hora y desde cualquier parte,
ni
sus silencios dejarán de hablar
en
el confesionario de las intimidades.
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