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[COLOQUIO SOSEGADO EN EL CORAZÓN
DEL BOSQUE]
[El
río, peregrino a su fuente]
lejana
–prisionero de su propia
corriente,
con las manos atadas a la espalda
por
cien nudos de bronce–, peregrino
sediento a tu
verdad en el sigilo
oscuro y doloroso
de la noche
que a «volver a
nacer» me solicita.
Me
despierta tu salto de frescura
–tan
distinto y sonoro, allá párvulo y libre–
convocando
en mis labios los besos ya olvidados,
entrando
hasta mi seno complacido
para
sanar las niñas de sus aguas,
para
advertir de peces en mi entraña,
disponerme
a sus voces y reclamos.
En
tu cantar escucho la insistencia
de
que sólo en el mar se halla el destino grande.
¡No dejes que me
ignore esa esperanza!
¡Suplica que me
habite en lo más íntimo!
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[Horizonte
desde el corazón del bosque]
ES
AHORA DE NOCHE porque cruje
tu ausencia en los
sentidos. Tu figura
se atiene al
protocolo de la muerte.
Y en ese
yacimiento de rostro serenísimo,
traza, como la
mar, un horizonte
que persiste en su
huida hacia adelante
a medida que ceba
nuestro afán
por seguirlo sin
que alcance sus pasos,
como si fuese el
truco de tus juegos
de una perspicaz
pedagogía.
Me llega así el
futuro como un alumbramiento.
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[Percepción
de latidos en el corazón del bosque]
ES
AHORA DE DÍA y yo no veo
alzarse desde ti
ni cuerpo ni palabra
que respondan al
carcaj de mis ansias.
Hermoso es, no
obstante, pronunciar quedamente
tu nombre con los
labios bien sellados
para dejarte en tu
profundo sueño
sin rehuir la
carga que nos toca,
perseverando en
nuestro juramento.
Consuelo es apagar esta aparente vida
con la caída lenta
de los párpados
y
entrar contigo –de tu mano y juntos–
en un
mudo coloquio de supuestos
y de
complicidades, en las sendas
de una oscuridad
iluminada.
Percibo
así, en tu bosque, los latidos.
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[Latido
del carisma]
MIRO SI SON mis dedos, como brasas
de
la nieve, capaces de caricias
y
un afecto que achique los espacios
y
distancias, que redima la vida
de
quien tiene la vida aún por delante
hasta
que encienda y suene con potencia
la
propia sinfonía que le habitaba dentro.
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[Latido
de la misión]
CADA NOCHE REVISO los libros de registro
para
asentar mis contabilidades.
No
quiero que me digas que a los juegos,
la
ciencia, el pan, la casa y el puesto de trabajo,
aún
les falta una mano con el índice
que
apunte a otra orilla invisible
despertando
una sed de manantiales,
una
sed insaciable de Patria verdadera.
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[Latido
por los hijos anhelados]
CON EL PASAR del tiempo ya no encuentro
placer
–sí desaliento– en los informes
y
balances de fuerzas a mi mando
desplegadas
en puntos estratégicos
del
mundo. Las hazañas y triunfos coronados
de
laureles ¿son el fiel contrapunto
de
íntimas derrotas silenciadas?
Como
a Abrahán, me duelen las entrañas
aviejadas
de tanto esperar hijos
–¡que
no llegan!– para cuidar rebaños
reunidos
a fuerza de paciencia y fatiga.
¿Acaso
nos revela en toda su crudeza
la
derrota de imperios que se asientan
en
la potencia y brío de caballos
o
en el valor de tropas adiestradas?
¿O
acaso nos revela en toda su belleza
aquel
permanecer contra todo designio
que
sólo se sustenta en el Dios vivo?
A
veces esperamos las cosechas
sin
sembrar en los campos. O sembrando
equivocadamente
en la tierra baldía.
La
semilla invisible, si se echa a andar a gatas,
sólo
es cuando antes el amor
ya
alumbró con paciencia su milagro
de
roturar los campos para la sementera.
SIEMPRE ASÍ HABRÁ quien cuide los rebaños.
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[Latido
de la Madre y de su Templo]
LA VEO A OJOS cerrados. Su presencia
se percibe
en la paz que conmociona.
Esta
casa transporta con su calma
a
las terrazas altas del misterio.
Sin
agobio de luz, es suficiente
el
tibio resplandor de día nuevo
o
de tarde que entrega dulcemente
su
alma al Creador con el crepúsculo
para
olvidar zozobras. O reventar capullos
por
los que se desnuda la belleza
de
la clemencia honda, de la alegría intensa.
Todo
es Ella. Y es que «Ella lo hace todo».
Vivimos
del milagro.
¿Nadie hoy dice estas cosas?
Pero
en el pensamiento, mudo e intuitivo,
de
este silencio mío yo percibo tu voz
con
su larga experiencia a las espaldas:
cansado
de implorar desde la nada
de
bolsillos vacíos y unas pocas monedas
para
arriesgarse a la locura hipnótica
del
fuste de este templo65 que me arropa;
cansado
de milagros en tus manos
con
la mirada baja del reconocimiento.
Cuando
ya el universo entero, en su costumbre
de
millones de siglos, ha sido profanado
y
hasta desflorada y maltrecha
su
virginidad, vengo a acogerme
al
derecho de asilo de este espacio sagrado,
seguro
de que aquí es donde se engendran
los
sueños imposibles contra toda esperanza.
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NO QUISIERA MOVERME de este lugar santo
donde
el tiempo transcurre dulcemente
contemplando
en sus ojos la ternura.
Las
olas del silencio abaten inquietudes.
Las
olas del misterio solicitan
la
mirada que indague en los recuerdos,
memoria
que recuerde desde el éxtasis.
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[Latido
de la fe para el combate]
SEGUROS DE milagros imposibles,
todo
mueve a partir, todo busca enrolarse
al
pronunciar con fe tu voz sirena.
Y
un puñado de hijos cada año
se
enrola en el empeño de la fe
por
sembrar su costumbre en tierra nueva.
Aún
vibra en este templo, renovada,
la
gloriosa partida de los héroes.
Reside
aquí la fuerza que sus pasos impulsa,
la
gracia del consuelo necesario
que
alivia sus fatigas y pregona
su
vibrante palabra e incontenible gozo
si
embebidos de fe para el combate.
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[Latido
de la pasión por la santidad]
DE CUANDO EN cuando tomo las medidas
de
mi presión, de mi temperatura.
Los
valores demuestran que mis venas
y
arterias canalizan sin gran pasión mi sangre.
Explican
que el corazón bombea con rutina,
ignorante
de que Alguien hubiese descendido
–como
una epifanía regalada–
con
su incómoda voz provocativa,
con
la mano repleta de promesas.
Y
leo en la fachada de tu casa
en
letras capitales gigantescas:
«Déjennos
las personas. No nos importa el resto.»
En
letra más pequeña del prospecto:
«Sólo
el amor mantiene ojos abiertos
–capaces
de auscultar en las cavernas
huérfanas
de la luz y del oxígeno–
hasta
agotarse todo en ese empeño
superior
al oficio de los ángeles.
Lo
extraordinario aquí obtiene acta
de
naturaleza en los talleres,
en
las aulas, en patios y en altares».
Así
Dios deja huella de su obligada ausencia.
Se
hace la santidad imperativo.
FUE AYER revelación.
Hoy es milagro.
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[De
nuevo hay un principio y un futuro]
EN EL REGAZO tierno del crepúsculo,
la
tarde de mis días se columpia
como
si en los vaivenes de ese viaje aéreo
le
esperara de pronto un simulacro
de
regreso –de espaldas– al punto de partida.
Y
es que la noche, cuando se infiltra en nuestras cosas,
no
imagina ni entiende de otros días pasados,
ni
ser pecho o espalda de los tiempos.
Vez
por vez su novedad se inscribe en el registro.
La
defunción no tarda en repetir
su
constancia en esas mismas páginas
tan
pronto como el sol incendia el universo.
Los
días y sus dádivas no ofrecen
para
siempre la gracia de su cuerpo.
Ni
barcos soñolientos se eternizan
rompiendo
el espinazo de los mares:
hubo
un día una boca abierta que alentó
su
vuelo de palabra por el agua,
hay
brazos de bocana con que esperan
orillas
asentadas a lo lejos.
(Y
hay en acecho fauces de unos monstruos,
guardianes
de sepulcros submarinos.)
Ilusorio
es volver a los orígenes,
a
un territorio, a un gesto, a una palabra:
clausuraron
su ciclo de andadura.
Hubo
revelación. Se derramó
como
señal de gracia la simiente de fuego.
Las
cosechas subieron al granero
para
ser argumento probatorio.
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Pero fueron también patria
ambulante
cuajada
en migraciones infinitas,
en
éxodos forzados y en rudos mestizajes.
La
pureza de estirpe que nos toca,
la
fuerza que sostiene nuestras vidas,
la
vida que taladra los futuros
es
la propia de las germinaciones.
Por
aquellos orígenes que fueron
ya
estamos con los pies en el futuro.
Nos
espera camino si hay pulmones
con
alforjas de aliento en su despensa.
Nos
hallamos ahora en nuestro propio origen
y a
este nuevo origen referidos:
el
que rescata así para una vida
que
habrá de germinar otros orígenes
de
ríos que se abracen a sus fuentes,
a
la nueva verdad que fluye y que sustenta.
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