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EPÍLOGO
DE
MI OBLIGADO RECONOCIMIENTO
Al tiempo que estos poemas suben al escenario del
papel impreso y digital, e independientemente del valor que el lector quiera
otorgarles, confieso con alivio que éstos ya han cumplido en parte su misión.
La concepción de «EL LATIDO DEL BOSQUE», la gestación y el primer
alumbramiento –«GÉNESIS. Libro de orígenes y germinaciones»– del que ahora pueden oírse los vagidos, me han dado una
nueva oportunidad para acrecentar la amistad. Porque amigos son quienes acceden
y conocen la intimidad y sutileza de nuestro pensamiento, según la aguda
percepción de San Agustín. Va para todos ellos mi más sincero agradecimiento.
Para compartir con los amigos el propósito de
«introducirme en el bosque» (en Don Bosco) y recorrerlo o el hallazgo y la
emoción frente a los «latidos» tal como iban siendo percibidos y expresándose
líricamente en los poemas, sólo he necesitado marcar libre e impunemente
un número de teléfono o enviar un correo electrónico a tantos rincones del
mundo con un mismo mensaje: «Échale un vistazo. Dime qué te parece». Siempre ha
habido una respuesta directa y clara para compartir, de regreso, sensaciones,
opiniones o sugerencias. Algunos, a veces, para pedirme expresamente: «Léeme el
poema por teléfono. Necesito oirlo de tu propia voz». Y sólo entonces se
arriesgaban a opinar sobre el grado de emoción que los poemas eran capaces o no
de transmitir porque –pensaban, y estoy de acuerdo– la poesía es para ser
«pronunciada» (José Hierro). Gracias a la amistad se ha beneficiado también la
creación literaria. Gracias al ánimo proporcionado por esa amistad sincera y
colaboradora, me atrevo a salir al público –ahora menos agarrotado por no sé
qué temor– con unos versos que pretenden responder a un propósito ambicioso.
Sin la razón convincente de Isabel Pérez (Huesca,
España), no me hubiera puesto manos a la obra. Sin la acción eficaz de Luc - 142 -
van
Looy (Gante, Bélgica; entonces en Roma), no hubiera dispuesto del tiempo
necesario para someterme a la prueba ni dado con el lugar más apropiado en
donde iniciar los trabajos. Sin las indicaciones de Rafael Vicent (Roma) sobre la Biblia, tal vez no hubiera definido bien el instrumento de medición –la «parrilla»– al
que someter la figura de Don Bosco. Sin la guía especializada de Aldo Giraudo,
Egidio Deiana y Luis Rosón (Roma, Turín y Madrid), hubiera corrido el riesgo de
ignorar los verdaderos «latidos» confundido por otros sonidos más aparentes de
entre los infinitos rumores del «bosque».
Sin la sensibilidad para la
poesía y los conocimientos técnicos de Rafael Alfaro (Granada), Jesús
Graciliano González (Salamanca y Cáceres), Antonio Mélida (Zaragoza), María
Esther Posada (Bogotá), Enriqueta Capdevila, Stella Cavestany y Miguel Gómez
(Barcelona), Franca Ramella (†) y José Manuel Guijo (†) (Roma), y João B.
Teixeira (São João del Rei, Brasil), no me hubiera sentido permanentemente
movido a ir en pos de la mayor belleza literaria posible.
Y así –perdóneme el lector
que, por deber, complete la larga lista con nombres procedentes de todo el arco
de la rosa de los vientos–, también recibí comprensión, orientación y estímulo
de Carlos Zamora, Josep M. Aragonés, Isabel Belloc, Silvino Berruete, Jesús
Samuel Montori, Gregorio Arana, Pilar Polo, Isidoro Murciego, Juan Maciá,
Isabel Regordán, Amadeo Alonso, Sergio Pierbattisti, Graziella Curti, Antonio
Doménech, Lino Da Campo, Amedeo Cencini, Pina Bellocchi, Carlo Di Cicco, Dino
Dalverme, Giovanni Barroero, en países de Europa; de José Luis Ros, Jaime
Rodríguez, Carlos Techera, Nilo Zárate, Hugo Strashburger, Jaime Labra, José
María Arnáiz, Chico Botelho, Afonso de Castro, Gildásio Mendes Dos Santos,
Fernando Peraza, Luis Timossi y Julieta Egui, más allá del Atlántico; de Joan
B. Vernet, José Reinoso, Mario Yamanouchi y Frans Heindrickx, por Oriente.
Tras la lectura personal de parte de la obra con
ocasión de un viaje de trabajo a París y una escala de cortés amistad y
colaboración en Roma, el interés por la misma de Sergio Torres, Rector de la Universidad Católica Silva Henríquez (UCSH), Santiago, Chile, ha hecho posible su publicación
e inclusión en el catálogo de ediciones de la Universidad. El entusiasmo del Rector de la UCSH ha contagiado, por un lado, al director de
ediciones de la Universidad, Manuel Loyola, que ha seguido con esmero la doble
edición de la obra, la comercial y la numerada; y, por otro, también al Gran
Canciller, Natale Vitali, que, con ocasión del XXVI Capítulo - 143 -
General
de la Congregación Salesiana –24 de febrero a 12 de abril, 2008, en
Turín-Valdocco y Roma-Salesianum– ha querido obsequiar con un ejemplar de la
edición numerada a cada miembro de la magna asamblea.
Confieso también mi gozo cuando, a propuesta del
Rector de la UCSH asegurándose antes el placet del Autor, el Consejo de
Dirección de las Instituciones Salesianas de Educación Superior (IUS) acordó
que se hiciera explícito en la edición que «EL LATIDO DEL BOSQUE» es una aportación anticipada de
las Instituciones Salesianas de Educación Superior (IUS) al Bicentenario del
Nacimiento de Don Bosco, 1815-2015.
Es hora de mi obligado reconocimiento.
EL AUTOR
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