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PROPÓSITO DE LA DEVOCIÓN Y DE UN SUEÑO
Seguir el vuelo de los grandes o morir
Cito de memoria. Creo haberlo leído, de estudiante, en Hans Urs von
Balthasar. No he dado ahora con la cita y, por tanto, no quisiera inducir a
error a nadie. Quiero recordar que el teólogo alemán decía algo así: antes de
declarar santo a un cristiano habría que someterlo a un banco de pruebas con la Sagrada Escritura en mano. Literalmente. Yo interpretaba la prueba como una especie de test
psicotécnico: una pauta, un instrumento de medida y evaluación, una parrilla
que exigiera del candidato a la santidad respuestas consonantes con los
indicadores esenciales del mensaje del libro sagrado, de la revelación puesta
allí de manifiesto, de la salvación consumada en su persona.
Al gran poeta romántico alemán Friedrich Hölderlin, cuando era muy joven
y empezó a imitar a Klopstock, le reprochaban este tipo de imitación. Él tuvo
una acertada respuesta: «Hay que seguir el vuelo de los grandes o morir». En
otro orden de cosas, así nos sucede con Don Bosco. Por eso había pensado hacer
con él la prueba de la parrilla. Por suerte llego tarde para realizar la
sugerencia de von Balthasar con aquella finalidad específica. No será ese, por
consiguiente, el objetivo de mi propósito y de mi trabajo, dado que Don Bosco
ya ha sido declarado santo por la Iglesia: nada al respecto depende, pues, de
mi, nadie espera mi palabra para nada. Y ésta es la razón por la que me siento
menos encorsetado y - 26 -
más libre para arriesgarme a observar y a
explorar «el vuelo de los grandes». Exactamente porque no quisiera morir en la
insignificancia sin haberlo intentado frente a lo fascinante del reto de su
vida, de su carisma y de su obra –verdadero «patrimonio de la juventud»–, y
frente a un futuro que veo con optimismo no obstante los nubarrones que el
presente exhiba (véase el poema «Suplica que te habite la esperanza», el
primero de «GÉNESIS. Libro de
orígenes y germinaciones»).
Pero, dejados de lado los «procesos canónicos» para la santidad,
confieso que la idea me ha resultado siempre sugestiva, incluso fascinante:
como ejercicio de indagación y como excusa para la creación literaria.
Conocedor de la figura de Don Bosco, de su misión y de su estilo –pero todavía
más enamorado de él–, he creído que con los hilos de la evocación, de la
intuición y de la imaginación, podía atreverme a tejer un ropaje literario en
el que se dejase constancia de los resultados de la indagación. Y que, desde la
combinación imaginativa de hechos, reflexiones, intuiciones y sueños en una
atmósfera de belleza estética, podría contribuir a estimular, al menos de
manera nueva, al enamoramiento virtuoso del «Padre y Maestro de la juventud» y,
todavía mejor, pensando en un futuro diferente, a incitar a nuevas aventuras y
creaciones –personales y colectivas– en pos del vuelo de uno de los grandes.
Porque, en la viña de su misión y en ese específico surco carismático, veo
futuro todavía más que pasado, a condición de que la repetitividad mimética y
la autocomplacencia sean definitivamente dejadas de lado como tentación
enervante y hasta como pecado imperdonable. Ese futuro va forzosamente
condicionado por el grado de decisión y de riesgo que queramos asumir.
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