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A prueba para remozar la rutina y la desesperanza
Para parrilla he imaginado un paso pormenorizado por algunos de
los libros más sobresalientes de la Biblia –he elegido nueve de ellos, del Génesis
al Apocalipsis– y por los pasajes más sustanciales de esos. Como versión
actualizada de un nuevo sanlorenzo incruento, al fuego y sobre esa
parrilla quería colocar el «cuerpo del santo», aquello que solemos llamar «vida
y milagros».
La pauta de los libros sagrados constituye, a mi entender, la prueba
para verificar el grado de comprensión, de disponibilidad y de respuesta al
mensaje, al modelo de vida y de acción, a la vocación, a la misión, a la
gracia. En suma, la prueba de la coherencia de una vida.
A la sombra de cada uno de los libros bíblicos seleccionados tomo y
releo cada vez la biografía y obra de Don Bosco al completo, y elijo aquellos
pasajes que en su conjunto pueden ofrecer el perfil bosquiano más afín al
contenido y mensaje del libro sagrado.
Desde esa perspectiva de propósito y método, me resultaba legítimo
preguntarme ¿hay algo de génesis en Don Bosco y en su obra? He querido
indagar acerca de qué hay en él de origen y novedad, de semilla sembrada que
despunta tímidamente liberándose de su prisión original en tierra, luego vive,
crece y perdura, y que, en su madurez, es capaz de germinar algo nuevo,
remozando así al mundo en la rutina de su diario y viejo acontecer. Y a
nosotros, en la desesperanza que pudieran profesar silenciosamente todas
nuestras rutinas.
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La experiencia de éxodo también ha traspasado y marcado su vida.
Entonces ¿cuándo, dónde y cómo ha vivido su éxodo, sus múltiples éxodos?
Porque más allá de los «egiptos» que hay que abandonar por fuerza en
aras de libertad, de crecimiento y de felicidad, más allá de los aparentemente
infranqueables «mares rojos» e interminables «desiertos», ¿cuáles han
sido las «tierras prometidas» hacia las que una vocación orientaba sus pasos? O
su visión, ya en ellas, ¿compensaba de la fatiga del camino?, ¿colmaba las expectativas
incrementadas por el sufrimiento?, ¿se trataba, acaso, de una loca huida hacia
delante, de un espejismo en el desierto o, peor, de un regalo envenenado, pura
excusa para la expulsión en toda regla de allí donde sólo constituía un
estorbo? ¿O, en cambio, la genuina tierra prometida, la verdadera revelación,
el auténtico descubrimiento y hallazgo consistía en la maduración y
transformación íntima que producen los procesos interiores?
Si Don Bosco ejerció, además, de profeta, ¿cuáles fueron sus visiones?
Y, al despertar del sueño, ¿a dónde han ido éstas a parar con el pasar del
tiempo y frente a la tozuda resistencia al cambio de la realidad?
¿O cual fue su paciencia de Job esperanzado ante la cerrazón y
persistencia del dolor y de la adversidad?
¿Lo imaginamos acaso con un pan bajo el brazo –así dicen que nacían
antes los hijos de los pobres– como buena noticia para los jóvenes que menos
cuentan en la sociedad a quienes aseguró consagrar su vida hasta el último
aliento? Entonces ¡que abra y que nos lea su evangelio!
Y, así, hasta sus escritos, sus cartas, como compilación y
constatación de sus más reiteradas insistencias.
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Y hasta su personal e institucional apocalipsis, como
libro, a un tiempo, de crisis y de futuro de su misión y de su obra.
Por otra parte, la resistencia al fuego –el arder, como la zarza, sin
consumirse, sin reducirse a la nada o a algo irrelevante– puede constituir el
verdadero milagro: una espléndida señal de la presencia de la divinidad
injertada en la fragilidad del ser humano con signos claros de potencia, de
fecundidad y de pervivencia.
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