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Carlos Garulo
El latido del bosque

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  • PRÓLOGO A «EL LATIDO DEL BOSQUE»
    • PROPÓSITO DE LA DEVOCIÓN Y DE UN SUEÑO
      • El «bosque» y sus «latidos»
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El «bosque» y sus «latidos»

 

A mediados de los ’70 y en una cena en Roma con Roberto Rossellini, nos confió a los pocos comensales sentados a su mesa que antes de morirmoriría improvisamente de infarto poco después, en 1977– le gustaría coronar su ya larga carrera de director de cine con tres filmes sobre personajes de la historia muy distintos entre sí que, no obstante, ejercían un gran atractivo sobre él: Jesucristo, Ciro de Persia y Don Bosco. Confesó que, de los tres, quien más dificultad le representaba para su trabajo era el popular


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santo educador italiano. Se trata, afirmó, de «una figura demasiado polifacética y poliédrica» para ser tratada correctamente encuadrada, además, en el momento histórico del «Risorgimento» en Italia, ya de por sí complejo.

 

Cuando poco más tarde empecé a percibir la posibilidad de mi propio proyecto literario me acordé del gran cineasta italiano, de sus deseos, truncados por la muerte, y de las dificultades intuidas anticipadamente. Sin embargo, a diferencia de él –su talento, maestría y experiencia–, era con toda seguridad la imprescindible madurez intelectual y espiritual lo que yo necesitaba para emprender semejante tarea, amén de la suficiente solidez en el arte y oficio de escribir poesía.

 

Por muchas razones, habían de pasar casi treinta años para ponerme manos a la obra; tiempo oportuno para la maduración en aras de contrapesar los déficit advertidos. Pero creo haber tenido tres intuiciones claras desde aquel entonces que, además, no han variado con el paso del tiempo por habérseme demostrado perfectamente convincentes: la sugestiva idea de von Balthasarsi forte aliquando fuisset–, la interpretación de la misma que referí al principio y el título para la obra: «El latido del bosque».

 

La complejidad de la figura de Don Bosco, evidenciada por Rossellini, y su propio apellido en italianoBosco– me proporcionaron, con su simple trasposición metafórica, las primeras mimbres, la clave, el escenario y la atmósfera para esta obra: el bosque.

 

Desde mi infancia en mi propia tierra altoaragonesa a los pies de la Cordillera Pirenaica conservo, casi


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como una revelación, la experiencia de la inmersión en la montaña y en el bosque. Pidiendo al lector que tome mi confesión más como testimonio de experiencia que como inmodestia, no me he resistido a colocar «en el umbral del bosque» de esta obra un poema de mi libro «En los márgenes y a mano» que, por su descripción y significado, traigo a colación en este preciso instante. «Eran los ojos vírgenes / ventanas asaltadas cada vez que el espacio / se mudaba de formas / y colores y aromas y sonidos. / Era tensarse el alma como un arco. / (...) Era la boca grande / del misterio que abría lentamente su puerta / con tan breves crujidos monosílabos / que ponían en vilo a los sentidos».

 

El bosque: éste es el ámbito que he elegido definitivamente para el desarrollo del proyecto literario sobre Don Bosco. Desde el punto de vista metafórico, la vastedad e imponencia de un bosque no se miden por la superficie ni por el volumen de la masa forestal ni por la beldad de su naturaleza sino por su capacidad de producir y anidar misterio, y por la potencialidad pedagógica para su desvelamiento.

 

¿Y qué se trata de descubrir en este bosque? ¿Flora? ¿Fauna? ¿Ecosistemas y elementos medioambientales? A determinar el segundo término del título de esta obra, utilizado como sustantivo y sujeto del mismo, me ha llevado la personalidad misma del «bosque» en el que quiero introducirme, descubrir y desvelar. Sus raíces familiares, sus convicciones robustecidas con el tiempo, su pensamiento y su praxis sacerdotal y educativa no se entienden sin una fuerte carga de humanidad, de cercanía. «Conditio sine qua non» de su sistema educativo es la «amorevolezza», es decir el


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amor cabal; porque es asunto de afecto profundo, de corazón. Los latidos fisiológicos de este órgano vital, bien podrían constituir el objeto de la búsqueda y de los descubrimientos en este bosque, en este «Bosco». «El corazón es un pájaro que llama y que responde», dice acertadamente el poeta y escritor Antonio Gala. Grande sería mi gozo si en este bosquehecho para el encantamiento– el lector percibiera a «ese pájaro que llama». Que una vez contenida la respiración y puesto a la escucha, oyera y comprendiera «la respuesta de ese mismo pájaro». Que se sintiera entonces interlocutor en un intenso coloquio entre corazones vivos. (Véase la parte final del poema «Fue ayer revelación. Hoy es milagro») Partícipe, luego, con muchos otros en un canto coral.

 

 




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