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El «bosque» y sus «latidos»
A mediados de los ’70 y en una cena en Roma con Roberto Rossellini, nos
confió a los pocos comensales sentados a su mesa que antes de morir –moriría
improvisamente de infarto poco después, en 1977– le gustaría coronar su ya
larga carrera de director de cine con tres filmes sobre personajes de la
historia muy distintos entre sí que, no obstante, ejercían un gran atractivo
sobre él: Jesucristo, Ciro de Persia y Don Bosco. Confesó que, de los tres,
quien más dificultad le representaba para su trabajo era el popular - 35 -
santo
educador italiano. Se trata, afirmó, de «una figura demasiado polifacética y
poliédrica» para ser tratada correctamente encuadrada, además, en el momento
histórico del «Risorgimento» en Italia, ya de por sí complejo.
Cuando poco más tarde empecé a percibir la posibilidad de mi propio
proyecto literario me acordé del gran cineasta italiano, de sus deseos,
truncados por la muerte, y de las dificultades intuidas anticipadamente. Sin
embargo, a diferencia de él –su talento, maestría y experiencia–, era con toda
seguridad la imprescindible madurez intelectual y espiritual lo que yo
necesitaba para emprender semejante tarea, amén de la suficiente solidez en el
arte y oficio de escribir poesía.
Por muchas razones, habían de pasar casi treinta años para ponerme manos
a la obra; tiempo oportuno para la maduración en aras de contrapesar los déficit
advertidos. Pero creo haber tenido tres intuiciones claras desde aquel entonces
que, además, no han variado con el paso del tiempo por habérseme demostrado
perfectamente convincentes: la sugestiva idea de von Balthasar –si forte
aliquando fuisset–, la interpretación de la misma que referí al principio y
el título para la obra: «El latido del bosque».
La complejidad de la figura de Don Bosco, evidenciada por Rossellini, y
su propio apellido en italiano –Bosco– me proporcionaron, con su simple
trasposición metafórica, las primeras mimbres, la clave, el escenario y la
atmósfera para esta obra: el bosque.
Desde mi infancia en mi propia tierra altoaragonesa a los pies de la Cordillera Pirenaica conservo, casi - 36 -
como una revelación, la experiencia de la
inmersión en la montaña y en el bosque. Pidiendo al lector que tome mi
confesión más como testimonio de experiencia que como inmodestia, no me he
resistido a colocar «en el umbral del bosque» de esta obra un poema de mi libro
«En los márgenes y a mano» que, por su descripción y significado, traigo a
colación en este preciso instante. «Eran los ojos vírgenes / ventanas asaltadas
cada vez que el espacio / se mudaba de formas / y colores y aromas y sonidos. /
Era tensarse el alma como un arco. / (...) Era la boca grande / del misterio
que abría lentamente su puerta / con tan breves crujidos monosílabos / que
ponían en vilo a los sentidos».
El bosque: éste es el ámbito que he elegido definitivamente para el
desarrollo del proyecto literario sobre Don Bosco. Desde el punto de vista
metafórico, la vastedad e imponencia de un bosque no se miden por la superficie
ni por el volumen de la masa forestal ni por la beldad de su naturaleza sino
por su capacidad de producir y anidar misterio, y por la potencialidad
pedagógica para su desvelamiento.
¿Y qué se trata de descubrir en este bosque? ¿Flora? ¿Fauna?
¿Ecosistemas y elementos medioambientales? A determinar el segundo término del
título de esta obra, utilizado como sustantivo y sujeto del mismo, me ha
llevado la personalidad misma del «bosque» en el que quiero introducirme,
descubrir y desvelar. Sus raíces familiares, sus convicciones robustecidas con
el tiempo, su pensamiento y su praxis sacerdotal y educativa no se entienden
sin una fuerte carga de humanidad, de cercanía. «Conditio sine qua non»
de su sistema educativo es la «amorevolezza», es decir el - 37 -
amor
cabal; porque es asunto de afecto profundo, de corazón. Los latidos
fisiológicos de este órgano vital, bien podrían constituir el objeto de la
búsqueda y de los descubrimientos en este bosque, en este «Bosco». «El
corazón es un pájaro que llama y que responde», dice acertadamente el poeta
y escritor Antonio Gala. Grande sería mi gozo si en este bosque –hecho para el
encantamiento– el lector percibiera a «ese pájaro que llama». Que una vez
contenida la respiración y puesto a la escucha, oyera y comprendiera «la
respuesta de ese mismo pájaro». Que se sintiera entonces interlocutor en un
intenso coloquio entre corazones vivos. (Véase la parte final del poema «Fue
ayer revelación. Hoy es milagro») Partícipe, luego, con muchos otros en un
canto coral.
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