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[LAS
FUENTES]
NI
DELIRAR DEBIERA EN DUERMEVELAS
–si acaso peregrina de regreso
al velado hondón
de los orígenes–
pensando que en su
día inicial7
hubiera habido
ángeles alados
que colgaran un gloria
in excelsis en su puerta.
Ni evocarse en un
rostro de narciso
–vibrando en las
paredes desconchadas
de sus ladrillos
rojos mal cocidos–
con el milagro
fácil de un barniz
que nunca aquella
casa conoció en años mozos.
Ni enclaustrar en
vitrinas de seno iluminado
memorias
ancestrales, rescatadas
a fin de sublimar
aquel pasado
que hubiera muerto
en paz, inexorablemente,
si alguien no lo
hubiera redimido,
con el tiempo, en
un banco de pruebas
y por vías de la
virtud y a impulsos
de un fuego
abrasador en el espíritu.
Ni debiera
fundirse bronce para campanas
que decreten con
su repique el mito.
¡OH
RÍO QUE ya nunca serás fuente!,
¿por qué has de
resignarte
al absurdo destino
de arrastrar
en el propio
discurso complacido
de tus aguas la
corona de un triunfo
cuyo laurel sazona
ya tu muerte?
¿Fuera acaso mejor
que, por costumbre
–¡y para siempre así!–,
vivieras bajo el
techo de aquellos «Al principio...»
de los libros
sagrados? Cuando el alma,
ligera de
equipaje, vivía con los ojos
trasparentes, de
luz, poniendo en pie la vida.
Por conservarla,
ahora te desalmas.
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