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[SACRISTÍAS]
PORQUE
ES QUE EL HAMBRE ARRASTRA SU INOCENCIA
rastreando
oficinas del empleo
y es capaz de
dejársela colgada,
cualquier día de
hastío, en el repique
inútil de la
aldaba.
Caricias de un afecto
con dedos como
brasas de la nieve
difícilmente
cuajan entre ruedas
de autos que
circulan su locura
de prisas por las
calles.
Y plazas enjambradas
de cláxones y
voces, movimiento y negocios,
mudas están de
palabras amigas,
de árboles de
reposo. Los pájaros acuden
a los parques
–castillo amurallado–
en su propia
defensa: aferrados se quedan
a la alta soledad
de sus almenas verdes
con pelotas de
trapo entre las manos
y el errante mirar
de sus sospechas.
Hay niños que
transitan por su entorno:
son ángeles
robados al retablo
del parque y de
los juegos. Les encienden
un fuego de
metralla muy temprano
entre sus tiernas
manos. Y en oscuros
y sórdidos
mercados trafican con sus vidas:
el desgarro de sus
túnicas albas
siega en sus
bocas, rojas de sangre de martirio,
las espigas del canto
y de la risa.
Los jóvenes ya han
sido congregados
en las plazas para
ir al destierro
de si mismos: ni
siquiera hubo tiempo
para mirar el
rostro de la vida
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y
pronunciar una palabra propia,
desconcertado en
tanto el norte de sus pasos.
Por sospecha de
algún alba posible,
ocupan el refugio
alucinado
de la noche.
Buscando un resplandor
definitivo, andan
cual sonámbulos
–con el sol
encendido a sus espaldas–
rondando por
cualquier sacristía del mundo
sin saber el
porqué ni saber hasta cuándo.
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