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Carlos Garulo El latido del bosque IntraText CT - Texto |
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[CONTEMPLACIÓN]
— NO NOS MOVAMOS DE ESTE LUGAR SANTO donde el tiempo transcurre dulcemente contemplando en sus ojos la ternura30. Las alas del silencio abaten inquietudes. Las olas del misterio solicitan la mirada que indague en los recuerdos, memoria que recuerde desde el éxtasis.
— ESTÁBAMOS MORANDO bajo el sauce, doblado de lamentos y sin cítaras: tu corazón velaba por el curso del agua en las raíces: ya anotaron desvelos en la sombra los textos de las nupcias de Caná, en Galilea.
Entre sueños de lobos y corderos31, tus gestos de Maestra denunciaban ausencia de razones y de amores en los golpes.
Invocamos un día tu nombre –Ave, María–, y el barbecho abandonó costumbres ancestrales: de cosechas rebosan nuestros campos desde entonces.
El mar se debatía entre dudas y fauces que devoran. ¿Dónde amarrar la nave? Ciclópeas columnas32 de granito emergieron del vientre de las aguas: las amarras y el áncora tejían salvación y esperanza con tus hilos.
A medida que ascendemos al monte y la vista rubrica nuestros pasos, las hormas de los tuyos los preceden: es que tú lo haces todo33, vivimos del milagro.
— CON RAZÓN NOS han dicho que enamoras. Que te ha mirado el Sol y trasparentan el prodigio tus ojos y tus manos.
Dice el amante, en el amor, palabras que no entiende. En el Tabor estamos:
las palabras no alcanzan cuanto vemos.
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30 (pág. 71) Referencia al cuadro de María Auxiliadora, del pintor Lorenzone, que preside, imponente, el retablo del altar mayor de la Basílica.
31 (pág. 71) Sueño de Juanito Bosco a los nueve años. Observa que en un prado juega un gran número de muchachos. Hay quien se divierte, juega y ríe. Otros se dan a las peleas acompañadas de palabrotas y blasfemias. Juanito quiere poner orden a base de puñetazos. Aparece un «hombre» venerable, noblemente vestido que le indica que ese no es el modo: si quiere resolver esas situaciones deberá hacerlo con mansedumbre y caridad, y hablándoles afectuosamente de la maldad de lo que hacen y proponiéndoles cosas mejores que valgan la pena. ¿Cómo podré hacer eso?, pensaba el niño. «No te preocupes, te daré una maestra.» Y entró en escena una «mujer» de aspecto majestuoso. ¿Y tú quién eres?, pregunta Juanito al hombre. «Si quieres saber mi nombre, pregúntaselo a mi madre.» La mujer lo tomó de la mano con ternura. Mientras tanto había cambiado la escena: los muchachos habían desaparecido; en su lugar había una enorme cantidad de animales: cabras, perros, gatos, osos y otros muchos animales salvajes. «Este es tu campo de trabajo –le dijo la señora–, aunque para trabajar en él tienes que hacerte humilde, fuerte y robusto. Y esto que estás viendo que sucede con los animales, tú lo haràs con mis hijos.» En lugar de todos aquellos animales aparecieron otros tantos mansos corderos que retozaban festivos. A este punto, Juanito se echa a llorar y pide a la señora que le explique de manera clara e inteligible para él lo que le quiere comunicar. La Señora le pone maternalmente la mano sobre la cabeza dicéndole: «A su tiempo lo entenderás». A su tiempo lo entendió Juan Bosco: un sueño que le marcó toda la vida.
32 (pág. 71) Sueño de Don Bosco sobre las dos columnas –la de la Eucaristía y la de María– que metafóricamente salvan la nave de la Iglesia de los embates del mar y de la vida.
33 (pág. 71) «Todo lo ha hecho Ella», la expresión de Don Bosco reconociendo la presencia y acción de Maria Auxiliadora en su obra.
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